El Jesús Crucificado de los Caminantes

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El Jesús Crucificado de los Caminantes

Delante de la que fue ermita de San Sebastián, a izquierda de la carretera, descuellan dos cipreses a los lados de un nicho o humilladero de raquítica forma, en el que siempre se ve una luz alumbrando a una pequeña imagen de Jesús Crucificado, con la advocación de los Caminantes, quienes se encomendaban a él, dando limosnas y rezando al principiar o terminar sus viajes. Su creación no pasa de fines del siglo XVIII, o sea, al hacerse la carretera general en el reinado de Carlos III. A su lado se ven tres gradas de piedra caliza en forma circular, y en su centro se levanta un pedestal con una gran cruz de madera, que fue renovada en estos últimos tiempos. Su historia se eleva al año de 1512, en que llegado el tiempo de la novena de San Sebastián, la cofradía, entonces en todo su apogeo , compuesta de lo más principal de la población, dispuso celebrarla con gran pompa, adornando el templo como nunca se había conocido; los devotos llevaron cuantas alhajas y objetos preciosos tenían en sus casas. La iglesia se veía todas las tardes completamente llena por la gente que acudía llevada de su devoción y curiosidad. Una tarde, al terminar aquellos cultos, un hombre se quedó escondido en el púlpito sin que nadie lo viese, y teniendo a su disposición toda la noche. Durante ella sacó las alhajas que pudo, y se marchó, dejando la puerta entornada. Cuando el sacristán vio a la mañana siguiente el robo que le habían hecho, salió al campo dando voces, acudieron algunos vecinos, dieron parte al corregidor, al presidente de la cofradía y a cuantas personas encontraban, acudiendo todos al sitio de la desgracia. El primero empezó a adoptar medidas, y una de ellas fue la prisión de cuatro a seis gitanos que cerca habían pasado la noche. En aquel tiempo era muy frecuente verlos en despoblado por no pagar la


posada, abuso que aún hoy se permiten y con frecuencia vemos, y en particular cuando se acercan las ferias y hacia el sitio a que nos referimos. Los

presos,

inocentes

de

aquel

robo,

clamaban al corregidor que los mandase poner en libertad, y cuentan que una linda gitana de negra y sedosa caballera y ojos como de azabache, de ésas que dicen la buenaventura a cuantas personas las socorren, se presentó ofreciendo que si ponían en salvo a sus compañeros y se guardaba el mayor secreto, ella descubriría al verdadero criminal. Hízose así, y a los tres días no sólo se descubrió el lugar en que estaban las alhajas, sino al autor de un robo que tanto había escandalizado a los cordobeses, el cual fue sentenciado a morir en aquel sitio, y que su cadáver estuviese en él hasta que se corrompiese o lo devorasen los animales, los que hubieran cumplido en todas sus partes si la hermandad de la Santa Caridad no le hubiese dado sepultura. La de San Sebastián colocó la cruz a que nos hemos referido en memoria de este suceso que tradicionalmente ha llegado hasta nosotros.


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