plumabierta 11 ''te quiero... o algo'' (enero 2007).

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Plumabierta Nº 11 – Enero 2007

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Te quiero… o algo


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Te quiero… o algo

Índice Editorial 4 ¿Por qué no, simplemente, nostalgia? Juan Ramón Gil 6 Cuentillo del alter ego Mari Ángeles Vázquez Martín 8 Cariño; no me vas a dejar nunca, ¿verdad? Jenu 9 Si pudiésemos hablar Raimon Blu 12 Saludo a Ángel González Alejandro Luna 15

Autopsia de un amor muerto. Extractos Pablo Yebra 17

Amor perdido Miguel Durán 22 La playa Pedro Pérez Linero 23

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Te quiero… o algo Flor de naranjo Alfonso Oñate 24 Poema de Abraham Guerrero 26 Poema de Antonio Juan Moreno 27

En armonía Manuel Barba “Terry” 28 Te quiero mucho Jenu 33 Poema de Alejandro Luna 34 Tu abrazo Pedro Pérez Linero 35 Paisaje Pedro Pérez Linero 35

Ilustraciones portada/contraportada: Ana María Pérez Linero Ilustraciones páginas 16 y 19: Pablo Yebra Número 11, Enero de 2007 Depósito Legal: CA 326/02 Contacto: plumabierta@yahoo.es

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Te quiero… o algo

Editorial Nos hemos enamorado. Todo comenzó como una broma. Transcurría la Feria de San Miguel, entre risas, música a todo volumen y botellines de cerveza a sesenta céntimos (increíble, ¿verdad?). El caso es que durante una conversación uno de nosotros habló de “Beavis & Butthead recorren América”, una película de dibujos animados bastante gamberra. Nos contó una secuencia en la que uno de los protagonistas, durante un viaje en avión, se queda boquiabierto ante la belleza de una azafata de vuelo. Es entonces cuando dicho protagonista no tiene otra ocurrencia que decirle: “Te quiero… o algo” Contado así no tiene gracia alguna, pero imagínense nuestra reacción. ¿Hemos dicho ya que la cerveza estaba a sesenta céntimos? Aquella pequeña historia no sólo garantizó la carcajada en aquel momento, sino que la guasa estuvo servida durante toda la Feria (será que aún no hemos superado la edad del pavo, ¿qué se le va a hacer?). Uno de aquellos días alguien dijo “¿Y si fuese el título del próximo Pluma?”. Lo dijo en broma, por supuesto, pero está comprobado que a veces carecemos por completo de sentido del humor y, cuando quisimos darnos cuenta, nos encontrábamos con el marroncete de hacer otro número de la revista.

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Normalmente -no siempre- nuestra publicación es de temática libre y dispersa, pero esta entrega que les presentamos a continuación es la primera de carácter conceptual desde Febrero de 2000, o sea, la primera desde entonces en la que todos los textos giran en torno a un mismo tema. Aquella vez hablábamos sobre educación, y en números anteriores habíamos tratado tanto la libertad como la fe. En esta ocasión, a sólo un mes de nuestro décimo aniversario, hablamos de amor, de amor o algo, o algo que es el amor, vayan ustedes a saber. Les invitamos a que lo descubran a través de estas páginas, no sin antes agradecer su colaboración a todos los que han hecho posible que una vez más veamos la luz. Para terminar querríamos hacerlo con una buena noticia, la aparición en breve de una nueva publicación. Se trata de El Balcón Azul, revista de poesía coordinada por Abraham Guerrero y Antonio Juan Moreno, dos jóvenes de nuestra localidad, de los cuáles publicamos dos poemas en este número. Desde aquí les deseamos lo mejor, a ellos y a su proyecto. Ojalá este tipo de iniciativas se diesen más. Sin más, esperemos que disfruten de la lectura.

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¿Por qué no, simplemente, nostalgia? Juan Ramón Gil La nostalgia es la luz de la felicidad. ¿Acaso nunca se habían dado cuenta de ello? No hay día alegre, feliz, día de esos en los que mientras vives intentas agarrar cada segundo y retenerlo, grabarlo en tu memoria, porque sabes que lo necesitarás más tarde, en cualquiera de esos días grises que están por venir en el que la nostalgia no sea la estrella del reparto. Es innegable, la felicidad tiene modalidad de pago aplazado, la cobras, la vives en plenitud, cuando la tormenta descarga en las tardes de zozobra. La nostalgia es el rostro de esa felicidad, de ese amor que todos llevamos dentro para dar en el reparto diario, cual cartero, porque estar está, aunque ni siquiera tengamos algo, alguien que amar. Cuando ya ni siquiera nos amamos a nosotros mismos, encontramos fuerza para amar la nostalgia, los abrazos, las conversaciones metafísicas a las seis de la mañana, o el simple café de los 25 de diciembre. La nostalgia, es también dolor. El dolor cada vez que subimos una calle empedrada y pendenciera que no corresponde con la de nuestros primeros ladrocinios de besos, cuando pisamos un bar que no es el nuestro, cuando discutimos y discutimos pero no todos estamos aquí. Nostalgia de esos muros en los que otros brazos te abrazaban, y que ahora quedan tan lejos…

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Nostalgia del verde mar, de la verde sierra, que digan lo que digan los aceituneros de Jaén, o de Graná, no es el mismo. Se parece más al impío verde Guardia Civil con el que tanto nos atragantamos. Nostalgia, amor, de los amigos que se fueron, esos que no volverán y de los que te robaron el último beso, la última jornada de camaradería, el último guiño en el brindis. La nostalgia, termino, es el amor, la felicidad, el dolor o, tan sólo, los ojos que te robaron las caricias de antaño, el Mirador de San Pedro, La Caleta sin Bond, o tu foto en el salvapantallas, aunque nos quede tanto sin vernos…

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Cuentillo del alter ego Mari Ángeles Vázquez Martín Un YO solito perdió sentido sin un TÚ, y aquel TÚ, liberado, se encontró entre otros YO’S y TÚ’S feliz.

Aquel YO lloró desesperado, y deshidratado, se consoló en otro YO; juntos caminaron, y rieron, y se amaron, ¡¡ aquellos YO’S se multiplicaron !! y nacieron yoes y túes, y ellos y vosotros, y TODOS nosotros estamos aquí, desperdigados, despistados, buscándonos, constantes, entre muchos YOS y tantos TÚS. Tuya

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Cariño; no me vas a dejar nunca, ¿verdad? Jenu En esto de los amores somos muchas de la veces como los perros, con la salvedad de que el perro es más inteligente, no conoce el tema de las endorfinas, no se enamora, aunque dicen que sí sufre por aquello del instinto y hasta se expone físicamente ya que le pueden morder donde más le duela. No creo yo que sufra tanto, menos que un contratista de obra, seguro. Lo que hace, lo hace para competir con el más grande y el más hermoso, es la naturaleza que le obliga a ello. Pero es el can grande el que casi siempre termina cepillándose a la linda, caliente y coqueta perrita, y si el peque tiene agallas para llegar a consumar el acto sexual, y la perrita resulta ser perra y grande, lo más seguro es que se convierta en una especie de llavero cuando -como decimos en Andalucía- “le eche el núo”. Nosotros, los animales "inteligentes", vamos detrás de la chica, la conquistamos a base de perder el tiempo que tenemos libre, el mismo que sacrificamos en vez de estar echando un partidito de fútbol-sala o viendo Matrix, una buena película que me recomendó mi amigo Manolo. Le decimos -con mucho trabajo- tonterías y hasta le escribimos -o plagiamos- una poesía, ponemos cara de interesante, aprendida casi siempre en una de esas pelis recomendadas. Cuando las enamoramos a base de ingenio, y verdadero arte taurino, es cuando comienzan los problemas reales, al poco tiempo, casi de inmediato. Si la chica es celosa, ¡cágate! Te

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vas a enterar de lo que vale un peine, y si no lo es, igualmente has de estar preparado para un cambio radical en tu vida, un cambio que irá sin lugar a dudas para peor y de manera negativa para ti. Al poco tiempo estarás hasta los mismos de que te quieran tanto, aunque veas agrandarse al mismo tiempo tu ego de macho, ese que va en tus genes y se pasea por tu cuerpo como Pedro por su casa. Querrás liberarte de esas lindas, suaves, finas y bellas manitas; “¡que se las vaya metiendo donde le quepan!”. Te asfixiarás, necesitarás un cambio, una liberación y es cuando tú mismo y tu inteligencia provocan una reacción negativa, la misma que estará en contra tuya durante mucho tiempo. La chica que antes te ahogaba, a la que sin duda mirabas con ojos cansinos y perdidos, acaba de mandarte directamente ¡al carajo!, ahora es cuando comienza verdaderamente tu calvario, es cuando te toca sufrir a ti, es cuando existirá alguien que las va a pasar canutas. Irás detrás de ella como un perrito faldero y minifaldero, le llegarás a caer hasta gordo, y ella hará todo lo contrario de lo que hablaba, de lo que pensaba. Atrás quedará ese tiempo en el que tantas veces te decía; “Cariño; no me dejarás nunca, ¿verdad?”. Ahora es ella la que manda, la que impone, la que pasa de ti, la que pasa de casi todo, la que te pone celoso, la que te da donde más te duele, ella dispone de una gran información; sabe de ti hasta las veces que vas al water, si la tienes chica o grande, si eres un desastre en la cama o una verdadera fiera, lo sabe todo de ti, hasta si roncas. Con toda esa información, ella, que es mujer, sabe qué pasos vas a dar, y por supuesto, los que ella puede dar para joderte por donde te duela realmente. Ya estás en manos de una mujer, ya te puedes ahorcar

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tranquilo, que ella siempre va a ganar la partida, siempre. Y cuando entres en estado de depresión, no intentes ni llamarla, ella se reirá de ese estado que no llegará a comprender ya que ahora, ya libre y viviendo la vida, su mente estará distraída entre la canción nueva de Andy y Lucas y ese rubio intrigante con diez años menos que tú que la miró en un momento dado un día en el que ella andaba tan mal por lo vuestro. No hay duda, esa sombra que camina lentamente y arrastra los pies, cabizbajo, mugriento, apestoso y suspiroso, esa cosa eres tú, el despojo humano en el que te has convertido. Has llegado hasta aquí por la sencilla razón de querer poner las cosas en su sitio, pero no tuviste en cuenta que la manera de vivir el amor entre una mujer y un hombre es totalmente distinta, muy distinta. Ella, guapa y fresca como las primeras rosas, se ríe, se siente viva, tú para ella eres un mal recuerdo, un amor tumultuoso, y relaciona rápidamente novio-amante = sufrimiento, y descarta ahora todo lo que le va a dar ruido. El Barrio dice en una de sus canciones: “perdona que no me tire de lo alto de un puente...” Tú, sin lugar a dudas, lo más seguro es que te tires, no de un puente precisamente, pero buscarás lugares más altos, hasta la torre de Pajarete te resultará pequeña para tirarte, la encontrarás tan pequeña como el primer peldaño de una casapuerta.

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Si pudiésemos hablar Raimon Blu

Si pudiésemos hablar un segundo, un día de tu ajetreada agenda, sin poli tonos de por medio ni piropos en ondas magnéticas, mermando la mirada esquiva que vaporiza nuestras retinas,

si pudiésemos hablar sin salivar verbos ni dardos estercolados en la abogacía y relajar nuestro monótono diálogo de persona dinámica de si triunfo o fracaso,

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si pudiésemos hablar sin cepos ni lazos en el trastero de la sonrisa, sin serpentinas ni manzanos, con los ojos divinos vendados,

si pudiésemos hablar abriendo los grifos que lavan el vocabulario, que liman la mugre caliza en las caricias de nuestras manos, y escuchar si pudiésemos escuchar el reloj sosegado, sumergido

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en el latir de un suspiro a nuestro lado, si pudiésemos escuchar sin incienso te quiero, sin reducir su esencia a los diapasones del silencio compactado, consumido en la hoguera de un trágico te amo...

y no se hable más.

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Saludo a Ángel González Alejandro Luna

Aquí, Barcelona, dos mil y cinco: otro hombre solo. Largo medio siglo y la historia se repite. La escena casi idéntica: Madrid, Barcelona, no importa; un hombre sin esperanza en medio de su hastío. Los rostros siguen, con aparente felicidad, esforzando el movimiento de la risa. Similar es el amor que profesan estas gentes: de dos en dos, así ennegrecidas filas del cine el día de la pareja, ya ves; para odiarse de igual manera... Alterado el mecanismo del país, su gobierno, mudó la careta y dejó el esqueleto: frío yacimiento de la conciencia. ¡Porca miseria! Poco más poco menos vamos lanzando la piedra y escondiendo la mano. Lo de siempre, Ángel. ¡Qué más quieres que te diga! Yo, aquí, Barcelona, humildemente avanzo al abrigo de tus versos. La primavera aguarda.

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Autopsia de un amor muerto.

Extractos

Pablo Yebra • El cielo al igual que mi pensamiento amanece despejado. Un vacío placentero se despliega como escenario. Hasta ahora he visitado museos. Palpitación de miedo atávico que acecha al otro lado de la maleta. Pero voy a cambiar. No dejaré asiento a ningún preconcepto y me lanzaré sin miedo al vacío de la creación. El tren ya está en marcha. • Veloz camino por la calle, con decidida energía y paso ligero. Como si alguien me esperara en algún lugar con un enigma resuelto y una banda sonora marcara mis pasos. Pero la melodía interna y púdica no se atreve a ser silbada. • Te cruzas conmigo por todas partes. Y yo callo. Te miro y callo. Bajo distintas pieles, con diferentes ojos, pero siempre te alejas. Te pierdes en la muchedumbre y yo me quedo en el semáforo rojo. O en el andén mientras tu metro avanza hacia la nada. Ya fluye mi dosis de nostalgia diaria y necesaria. • En el metro nadie habla, todo el mundo calla. Ante el ruido de la ciudad la gente enmudece. Por suerte una risa corta el gélido silencio de la mañana. • ¿Dónde estás tú? ¿Dónde estoy yo? ¿En el otro confín del mundo? ¿Tumbada en la cama a mi lado? No rías y bésame. No hay que desaprovechar la ocasión propicia.

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• La ciudad se detiene. El vacío se detiene. La gente anda detenida. A lo lejos, una pareja se besa. ¡Cuántas ciudades dentro de tantas personas! • Quiero que alguien me encuentre. Al borde del canal mi cuaderno hace de cámara que todo registra. Pienso sobre el papel en otro color, otra tonalidad. Las ondas en la superficie trizan el sol cegando mis ojos. Se está cómodo aquí. Brillo al sol. El sol me acoge en su seno. Quizás sea yo quien me encuentre. • A veces me gustaría fumar sólo por pedirte un cigarro. • ¿No es ya suficiente milagro el habernos encontrado en esta hecatombe de hormigueros? • Pequeño y triste animal de zoológico de impronunciable nombre, me miras desde tu cárcel de cristal con ojos claros y yo no se qué contestar. Solo y desolado te dejo, te olvido en tu rincón y vuelvo al bullicio de la marabunta de esta selva alquitranada. Tú, quizás ya nacido en el exilio, restarás ahí hasta tu muerte. • Ella hace una foto y espera a su amiga cerveza en mano. Es muy guapa y se acaricia el pelo. La encuadro en una esquina y le hago una foto. Ahora los dos continuaremos nuestro viaje. • En la ciudad las distancias no son más que paradas de metro.

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• ¿Cuántas veces te podría hacer el amor en un día entero? No sabes como deseo que durmieras conmigo. Sólo dormir abrazados. Ni siquiera sexo. O al menos no sólo sexo. • ¿Por qué la gente de la ciudad no se mira a los ojos cuando se cruza? ¿Es que no esperan a ningún conocido o realmente tiene miedo de encontrarlo?

• Je voudrais t’ecrire une lettre. C’est difficile quand même! Je ne te connais pas et, cependant, je t’aime un peu. Ne t’inquiete pas, mon amour por toi est faible. Il faut arroser un amour longtemps pour qu’il devienne un Amour. • Vengo alegre del cine. Una chica en el metro recibe un mensaje y empieza a llorar. Ayer yo lloré solo en el metro. Las lágrimas acuden a mis ojos asomándose al precipicio. En dos paradas cambio de metro y la dejo también sola. La veo alejarse y mi corazón se siente culpable. La gente fluye a mi alrededor y yo… me dejo llevar.

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• ¿Me das tu número de teléfono y te llamo en cinco minutos? Si me das tu número de teléfono prometo llamarte en menos de cinco minutos. • Unos niños atraviesan felices el cementerio con las mochilas del colegio. En la ciudad cualquier lugar es susceptible de servir de atajo. Los muertos los observan divertidos. • Una chica sentada enfrente se pone cacao con un envolvente olor a coco. Mientras lo saboreo instantáneamente me imagino arrancándoselo del labio inferior con mis incisivos. ¿Algún recuerdo del pasado o del futuro? • Tu aliento me quema y estremece. Y si te ríes la sangre desborda mi cuerpo, el cuarto inunda y flotando ardientes giramos colina abajo abrazados. Me miras y me abismo sin remedio cayendo de espaldas en el esmeralda mullido de pupilas, manantial secreto. • A veces siento asco de la humanidad. Se comercia con todo. La masa que se mueve al unísono. Necesitamos descubrir nuevos mundos, inventar nuevos mundos. Hastío de piedra pisada. Cada esquina es como un retrete en el que el mismo día ya han defecado cien personas antes que tú. • Palpita el faro a lo lejos a través de mi ventana y esta noche un peso profundo me embarga. ¡Qué oscuro es el viento! Estas líneas no son sino la autopsia de un amor muerto. Tú no fuiste un relámpago sino una tormenta eléctrica. Estoy aquí pero ya me he ido.

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• El viaje continúa y aunque mi cuerpo se pare alguna inercia me traslada. Horas y horas de viaje a través de montañas nevadas. ¿Habrá alguien que me espere al otro lado? • Un banco que da al río junto a la estación de tren. Un cisne ufano impone su envergadura peleando por el pan que arrojan unos chicos. Brillan al sol que calienta mi espalda. La plata líquida flota sobre el agua y los coches fluyen ajenos y lejanos. Un hombre escribe solitario en un banco con una gran mochila que descansa a su lado. El paso de una lancha deja a los cisnes bailando. Me voy, el tren espera. • Aquí sigo vagando por la vida como si nada. El sol entra por esa ventana arrastrado por un viento fresco, que sin ser brisa marina nos trae un eco de primavera, de un agua azul cielo. Una tranquilidad pasmosa embarga mi corazón. Que nada rompa este momento. Inspiro. Expiro. Todo mi ser se deja conquistar por esa calma llena de vida. Errante, deambulo mientras el sol se apaga. • Un verso esquivo fuga la noche. Y en sus esquirlas de fuego la cometa de mis sueños se despliega incandescente.

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Amor perdido Miguel Durán

Quizás mañana… no sé. Menguó la luna hasta el infinito y tus ojos se perdieron con ella. Vaga el tiempo condenado y perdido por campos vacíos y con sentido frágil y escueto. Los sueños ansían darme la vida, el viento me trae sugerentes aromas como ríos de esperanza, como susurros de alivio. Hoy la primavera se tornó invierno, se quebraron las flores como cristales de hielo. Hoy se dibujó la luz con sombras oscuras y el túnel se alarga y se prende de tinieblas, hoy se eterniza. Tal vez mañana… Tengo miles de frases. Tengo millones de sonrisas que se agolpan y me ahogan el pecho, que pretenden renacer de sus sepulturas. Hoy el alma despertó dormida y me abandonó a este cruel destino de desdicha y lamentos. Amanece otro día, y otro, luego otro, ¡después otro! Quizás mañana… no sé.

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La playa

Pedro Pérez Linero No te hallas al otro lado de este océano, sin embargo, él trae consigo tu voz, en su lengua universal me susurras desde la otra orilla.

Será, digo yo, que te echo de menos, pues hoy que la mañana se ha levantado gris la playa parece un lugar más íntimo, más cercano, ideal, cómo no, para invocar tu presencia imposible.

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Flor de naranjo Alfonso Oñate

Era una noche fría cuando Conchita Cifuentes salió a la huerta. La brisa silbaba y un olor a azahar lo impregnaba todo. Pero el cuerpo de Conchita Cifuentes ardía, estaba sediento. Podía notar como sus pezones se ponían duros por debajo de la blusa. No sabía muy bien qué era lo que la llevaba hasta Antonio, pero era algo que ella nunca había sentido. No sabía si era el olor de su barba, su voz áspera, sus ojos verdes… Recordaba muy bien la primera vez que lo vio. Era un día de Agosto, su padre la había mandado a que recogiera unos cuantos pedidos. Hacía flama y el sol seco quemaba el empedrado de la calle. Y entonces por la calle San Félix abajo iba él. Chorreaba en sudor, con la camisa medio desabrochada y con un cigarro apoyado en la comisura de los labios. Las mozas que estaban en las casapuertas, todas, se quedaron mirándolo con una media sonrisa. Pero él sólo se fijó en ella. La miró, la penetró con sus ojos verdes y entonces Conchita Cifuentes comenzó a ponerse roja, mientras el sol la asaba. Su corazón latió con fuerza. Antonio Zúñiga le había roto el alma. Sí, esa vez fue la primera vez que lo vio y desde entonces no pudo quitárselo de la cabeza. Pasó el tiempo y ya casi había perdido toda esperanza de volverlo a ver. Sin embargo, aquella misma tarde de mediados de Marzo, Antonio se había presentado en su casa con su padre. Juan Zúñiga era un hombre bajo y rudo, de una inmensa cabeza, bebedor y de groseros gestos. Ella creía recordarlo de otras veces que había estado por allí en su casa. Su padre y él se pusieron a hablar de negocios, no sé qué de unas barras de hielo. Ella apenas los escuchó. Sus voces eran muy lejanas. Las miradas de Conchita y Antonio volvieron a cruzarse y ella se dobló como una espiga. Él le sonrió levemente. Sonrisa de canalla. Irresistible.

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-Conchita, tráenos tres cervezas- ordenó Pedro Cifuentes. Tardó unos instantes en reaccionar y apenas balbuceó un “sí, padre”. Volvió con las tres cervezas, las manos le temblaban. Las repartió. Primero a su padre, luego a Juan Zúñiga y por último a Antonio. Entonces fue cuando le rozó la mano y la piel de Conchita se erizó, todo le dio vueltas y sudó. La conversación entre Juan Zúñiga y su padre terminó pronto en un fuerte apretón de manos. Salieron hacia la puerta de la calle. Antonio había quedado lo suficientemente rezagado. Lo suficiente para susurrarle a ella: -Esta noche a las doce en la huerta del Azahar. Conchita Cifuentes se turbó, y antes de decir nada salió corriendo con la cara colorada. La voz áspera de Antonio. El olor de su barba. Su cuerpo temblaba y su mente era una nube que le impedía discernir con claridad. Desde entonces, ya con más fuerza si cabe, no había parado de pensar en él. Su padre había tardado en acostarse. A las once menos cuarto salió de su despacho, cenó frugalmente y se acostó. Conchita sintió los muelles del colchón de la habitación de al lado y los casi instantáneos ronquidos de su padre. Dudó, dudó y dudó. Estaba muerta de miedo, pero el deseo era más fuerte. La noche la invitaba a ello con la brisa fresca que se había levantado desde la tarde. Así que sin pensarlo mucho y sin apenas darse cuenta allí estaba ella, allí en la huerta. Sentía un calor inmenso que cada vez se hacía más y más fuerte. Sintió una respiración cerca de su cuello, un susurro y luego como unas manos fuertes le cogían los pechos. Fueron pocos minutos. Al final Antonio caía vencido al lado suya, Conchita Cifuentes estaba alegre. Algo caliente le enfriaba el cuerpo y una sonrisa salía de sus labios mientras sentía el dormitar del amante. Sus gemidos se habían confundido con el intenso olor a azahar y ahora, ya, sólo el rumor del agua rompía el silencio.

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Abraham Guerrero Cuando la muerte me ofrezca su lecho Y ahogue mis gritos el mar profundo, Adonde deambulen los moribundos Seguiré merodeando maltrecho. Mientras el alma pervive en mi techo En tu helado cuerpo saliva cundo, Pues una vida, un cielo, un mundo Daré, por seguir bebiendo tus pechos. Ya tirito con tu honesta mirada, Abrasadora y gélida me miras, Yo, con que me mires los brazos alzo; Pues mujer, te complaces siendo amada, Y mi cuerpo se complace y delira Con poder contemplar tus pies descalzos.

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Antonio Juan Moreno A tropel desborda mi alma candente desgarrando lo que ya es un vestigio al igual que tus gotas presagio de afán lucrativo y pluma ocurrente. Mas si débil crujo cuando enfrente mi tinta impoluta a tu hostil naufragio confundan caminos, mezquinos elogios en prados tostados por sol incipiente. Si afano en dolores metódicos y enseño el envés de mi ánima aplaco este mal que se cierne. Si hostigo en placeres etílicos y amarga derramo esta lágrima anclado en un tiempo perenne.

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En armonía

Manuel Barba “Terry” La conocí por casualidad, como suelen suceder, casi siempre, las cosas más bonitas de la vida, un tropiezo fortuito a la salida del metro, levanté la mirada después de recoger del suelo un pequeño artefacto entre móvil y calculadora, y ahí estaba ella, mirándome, como quien mira un fantasma, impávida, inmóvil, cómo iba yo a saber que por aquel entonces el futuro del planeta estaría en mis manos. Lo quiso decir desde el primer momento, o eso creo yo, más allá de esos ojos verdes esmeralda, ella guarda un gran secreto, ella es el secreto. Intercambiamos cuatro palabras. - Perdona. - ¡No!, ¡no! Perdona tú. - Se te cayó el móvil. - No es un móvil, gracias. - ¡Ah! Y…¿te encuentras bien? Su mirada se clavó en mi mente y algún resorte, de esos que oculta el corazón, saltó sin perjuicio de provocar unos síntomas en mí, que aunque los reconocía de otras veces, esta vez, extraordinariamente, se manifestaban elevados a la décima potencia, el corazón parecía querer salirse del pecho y la sangre en su recorrido por mis entrañas, casi dolía dulcemente. Tenía dos opciones, la normal y la valiente o absurda. La normal era, como casi siempre, quedarme viéndola pasar delante de mí, pensando qué linda es, ojalá pudiera conocerla, un día volveremos a coincidir por raro que parezca y todas esas cosas que piensa uno en esos momentos. La valiente o absurda era forzar la casualidad, ya que se ofrece, y esperar a lo mejor una oportunidad de conocerla, de

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retenerla, qué sé yo… En este estado y obedeciendo a mis impulsos, me atreví a invitarla a sentarnos un momento en una cafetería justo frente a la boca del metro. Todo sucedió sin darme cuenta, ¡me enamoré!, ya lo sabía antes de salir de la cafetería, e incluso antes de mirar a través de sus grandes vidrieras de forma acarajotada, mientras Stella acudía al baño, como la lluvia golpeaba de forma constante sus cristales, era divertido seguir los surcos que dejan las gotas de agua… Bajan, suben, bajan y desaparecen… Tomé un sorbo de café, sonaba música de flautas colgadas del aire; dentro del desorden ambiental que hay en una cafetería, había cierta parsimonia en el ambiente. De repente se abrió la puerta del baño y apareció ella insultante, arremolinando iones a su paso, provocando desorden hormonal con su evanescente presencia… Era bella, muy bella o sólo era una percepción mía. Pasaron unas tres horas, pero tan sólo fue un suspiro, por lo menos eso fue lo que me pareció a mí, y aunque quedamos para vernos otro día, a la hora de despedirnos me hubiera gustado ser algo pequeñito, minúsculo, algo que cupiera en el bolsillo de su blusa para no separarme de ella e ir unido a su corazón para siempre, me di la vuelta y me dirigí a casa miedoso, sorprendido, asustado, excitado… Después de un año, empecé a pensar seriamente que me había equivocado, y es que la vida se me ofrecía tranquila, serena, e incluso, diría yo, rutinaria, era casi como yo me la había imaginado, pero ese “casi” me tenía desconcertado, mis amigos, mi trabajo, mi casa, mi chica, sexo, risas, y un día y otro día, prácticamente todas mis necesidades estaban cubiertas… o no… Es curioso como esta vida nos va ofreciendo señales o pistas de que algo va mal, pero cerramos los ojos para no reconocerlas, nos volvemos cobardes por conveniencia porque es más cómodo eludirlas, tapar los ojos y

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no ver, que provocar circunstancias que puedan romper este estado de aparente calma… como cuando se desaparecía dos o tres días consecutivos sin ninguna razón aparente, ¿dónde se metía?, o como cuando invadía interminablemente el baño, ¿qué era ese ruido?, un ruido visceral como cuando un cirujano tiene las vísceras de su paciente en las manos, no, no era un ruido que me repugnara. Todo en ella era un inquietante misterio, pero cerraba los ojos, no me atrevía a preguntar por miedo a saber, por miedo a desatar la tormenta entre tanta calma. Esa noche sonó el timbre de forma urgente seguido de unos débiles golpes en la puerta, ya había cenado y yacía reposadamente en el sofá delante de la televisión, nunca me imaginé que al abrir la puerta me encontraría con ella, exhausta, agotada, apenas si se tenía en pie, con el contorno de la boca rojo, como si fueran restos de sangre, al igual que sus manos y sus ropas, la agarré por debajo de los brazos para que no se cayera al suelo y a rastras la pasé a casa. -¿Qué te ha pasado?, ¿qué ha pasado?- rápidamente busqué una herida en su cuerpo que explicara tanta sangre. -No, no es mía, esta sangre no es mía- respondió torpemente Stella. Esa noche fue la noche, la recuerdo como el preludio y muy probablemente el final de todo, la ayudé haciéndole ver que necesitaba descansar y relajarse, me dijo que prestara toda la atención posible a lo que iba a decirme y mostrarme, de esta forma fue, como inexorablemente, me hice copartícipe de su secreto, después su cómplice y al día de hoy su vasallo. Tardé como dos semanas en salir del estupor mental, del estado casi catatónico, del caos emocional totalmente irracional en el que me encontraba, y entre que lo asumía y no lo asumía, me di cuenta de que inconscientemente, ya me dedicaba a cuidarla y protegerla… ¿Qué hacer?… Qué se puede hacer cuando debes hacer “algo”… Qué hacer cuando

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no quieres hacerlo… rompí mis teorías, mis esquemas… y sumido en la sorpresa, en estado de shock, permanecí inmóvil, absorto en mis pensamientos y aun acojonado, sonreí, me sonreí… te sientes tan bien cuando creces por dentro… y aunque este descubrimiento me ponía en una situación difícil, los sentimientos no se disimulan, se siente, no es una cuestión de la mente o el intelecto, las dudas parten de la razón pero el corazón no tiene dudas: se quiere o no se quiere, sin censura ni juicios… y al final… decidí el querer hacer por encima del deber hacer. Nos mudamos a las afueras de la ciudad, a una finca apartada sin vecinos a los alrededores, con una casa grande, parecía justamente lo que precisábamos. - Es exactamente la que necesitamos. ¿No crees? - ¡Sí!, parece perfecta. - Apartada, tranquila y tiene un gran sótano. Aquel sótano se convirtió en el núcleo de mi vida, en el epicentro de macabras atrocidades, en el escenario de innumerables aberraciones, allí fue donde degollé a mi primera víctima en nombre del amor. Era una prostituta, la llevé a casa con el propósito de intercambiar favores sexuales por dinero, bajábamos las escaleras del sótano y creí que me iba a morir, si el corazón seguía palpitándome a aquella velocidad estallaría, le asesté un martillazo con todas mis fuerzas en la base de la cabeza, el cráneo crujió estrepitosamente, se apoyó en la pared tambaleándose y viendo que se empeñaba en vivir, con un cuchillo jamonero le rebané el cuello de lado a lado cortándole tendones y arterias, la sangre salpicó las paredes de rojo granate, pataleó unos segundos o una eternidad, miré la sangre chorreante en las paredes y por un momento me pareció una bella obra de arte, aquel cuerpo inerte, desparramado en el suelo, cesado,

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Te quiero… o algo

terminado. Qué importa si su organismo no permite otra cosa que no sea materia orgánica humana para vivir, si aquel cuerpo no dejaría de ser nada más que alimento para ella, el mejor de los manjares que se ofrece en sacrificio a un Semidiós. Nunca me deja ver como come, evita a toda costa que la vea en su forma original, sólo se limita a decirme: “Te quiero a ti y solo a ti”. Entonces me quedo quieto, miro como me mira mientras baja al sótano, y acaso tú no sepas, que entiendo y comprendo, que vendrán más como tú, que los sentimientos son la perdición de mi raza, la raza humana, y que muy probablemente mi final sea acabar devorado por ti, como tantos que ya pasaron por este sótano, pero es que te amo, te amo tanto, que acaso no sepas, que para mí no habrá mayor prueba de amor hacia ti, que dar mi vida para que vivas… me tiras un beso y me sonrío… te sientes tan bien cuando creces por dentro… que “casi” soy feliz… …No me quito de la mente un sueño que se repite en mi cabeza, una y otra vez, torturándome hasta la extenuación: “Tengo un niño muy pequeño en mis brazos, lo miro y tiene mi cara, cada vez tiene menos fuerza, lo acerco a mi pecho para que sienta los latidos de mi corazón, se debilita, casi no respira y se va encogiendo mientras dulcemente me mira…”.

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Te quiero… o algo

Te quiero mucho Jenu

Eres como una canción de Serrat en mis oídos. Como una puesta de sol para mis ojos, como una muleta para un cojo, como piel de melocotón para mis dedos, como una ramita de tomillo para mi olfato, como quinientos euros en mi zapato. Eres la más bonita, la más astuta, haces el amor como una puta. Te quiero mucho, como la chucha al chucho, como te quieren muchos, aunque yo te quiero más, te quiero mucho.

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Te quiero… o algo

Alejandro Luna Tan alto fuego que me consumo. Tan alto voy por el mundo que no me alcanza una mujer. Ya véis qué solo estoy. Por los vuelos de mi pensamiento las contemplo y ellas no sospechan o se hacen las tontas -ya no sé qué pensarpero vuelven la mirada a sus escondrijos como si tal cosa; ¡ y yo por los aires ! Suspendido me quedo en las alturas y me pierdo la fragancia de sus senos, la ruta fantástica de las pantorrillas, el sabor de unos besos. ¡Qué solo me quedo allá arriba! Cuando bajo a la tierra ya es tarde: mis alas huelen a ceniza.

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Te quiero… o algo

Tu abrazo

Pedro Pérez Linero Y era tu abrazo el abrazo perfecto, el mejor lugar del mundo…

Paisaje Pedro Pérez Linero Y eres tú, amor mío, mi paisaje más silencioso…

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