Eternidades de Palabras

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CUENTOS… ETERNIDAD DE PALABRAS VARIOS AUTORES


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CUENTOS… ETERNIDAD DE PALABRAS VARIOS AUTORES

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Fondo: Fondo de Apoyo de Ayuda Estudiantil Imprenta: Diseño: Violeta Godoy Fuentes. Editor: Jorge Castillo Sepúlveda. Ilustraciones: Ernesto Guerrero José Luis Urrea Augusto Palma Ana Barrientos Carlos González Marcos Rosales Orellana Andrea Granados Fernando Santibáñez Sofía San Martín Rodrigo Sepúlveda Rebeca Muñoz Sebastián Díaz Alexis Vivallos Yanay Palma Pola Monroy Aire Suárez Paz Arriagada

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PRÓLOGO

Hay momentos en la vida que marcan un hito en la conciencia de cómo fragmentamos el pensamiento. Esto nos permite situarnos de manera distinta en el aquí y el ahora, lo que indudablemente alterará nuestro porvenir. Quizás para muchos estar a las puertas de terminar una carrera profesional signifique un cambio rotundo, pero para mí ha tenido un tinte especial por el lugar donde realizo mi práctica profesional de Trabajo Social. Este es un pequeñito sector, que pasa casi inadvertido dentro de las dependencias del Hospital Herminda Martin de la ciudad de Chillán: el Policlínico de Alivio del Dolor y Cuidados Paliativos. Esta unidad puede que no sea lo bastante reconocida por la ciudadanía, sin embargo, es un espacio lleno de significaciones y una ventana abierta a la existencia. Aquí se pretende asegurar la máxima calidad de vida a los pacientes que padecen cáncer en su etapa avanzada y a sus familias. Una frustración que enfrentamos los que trabajamos aquí, es que no podemos curar la enfermedad, no obstante, nos aferramos a las fuerzas de la vida que nos dan la esperanza para disfrutar el día a día. Creo que si nos preguntaran qué ideas nos formamos en nuestra mente al escuchar la palabra “cáncer”, muchos dirían indubitablemente “muerte”. Sin embargo, no nos damos cuenta de que a veces vivimos como si estuviéramos muertos o vivimos como si nunca fuésemos a morir. En este sentido, cambiar los mapas de nuestro pensamiento es fundamental para dar valor a la vida y vivirla en su máxima expresión. Probablemente esta idea –que luego se convirtió en proyecto- hubiese quedado en una simple utopía, de no ser por el Fondo de Apoyo de Ayuda Estudiantil de la Universidad del Bío Bío que, junto la Escuela de Trabajo Social, permitió materializar este anhelo.

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De este mismo modo, agradezco a Dios -quien siempre es mi fuente de inspiración- por haberme dado la oportunidad de idear y concretar este proyecto, que no tiene otro fin más que motivar a los lectores a decirle sí a la vida, a ser capaces de quebrar las barreras del silencio, de pensar en la inmortalidad de las palabras y aprender que los recuerdos no se los lleva el viento. Este libro no es un simple texto de cuentos infantiles, en él recae una de las maravillas del ser humano, la resiliencia. Los autores de estos cuentos son pacientes con cáncer en su etapa avanzada y que, pese a la adversidad, no pensaron en ellos, sino en ustedes que leerán estos cuentos. Ellos son los protagonistas de este libro, sin su trabajo desinteresado no sería posible que ahora tú estuvieras leyendo estas líneas. Por ello, muchas gracias a los autores que tendrán la posibilidad de ver este proyecto terminado y aquellos que ya se han ido, no les quepa duda que vivirán en mi recuerdo y en la eternidad de las palabras.

La vida es el frenesí de la esperanza caída, de un sueño roto, del dolor que rompe por dentro, así se levanta la vida con más poderío. Riendas, cadenas y lastre, me despojo, para abrazar la vida hasta sofocar su último aliento. La vida es el frenesí de vivir intensamente.

Violeta de los Ángeles Godoy Fuentes.

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INDICE 1. Poema: Semillita Escondida……………. 13 Pedro Almonacid Vallejos.

2. El picaflor y el girasol……………………. 14 Victoria Cifuentes.

3. Un olvido involuntario……………………. 16 Rosa Villalobos Daza.

4. La niña tartamuda………………………… 18 Rosa Villalobos Daza.

5. Juanito, el mentiroso…………………….. 20 Victoria Cifuentes.

6. Paraguas caminante……………………… 22 Lorena Parada Vásquez.

7. Ángel ………………………………………...26 Lucía Utreras Pedraza.

8. Niña Triste…………………………………...28 Victoria Cifuentes.

9. El Caracol…………………………………… 29 Karen Monsalve Ferrada.

10. El Chilco y yo……………………………… 30 Alberto Guzmán Barra.

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11. Benjamín, el huerfanito…………………… 32 Berta Parada Labrín.

12. Una decisión de amor…………………….. 34 Luis Carrasco Muñoz.

13. El ojo vivaracho…………………………….37 Eberto Orellana Fuentes.

14. La verdadera amistad……………………..41 Elisa Fuentes Fuentes.

15. El miedo……………………………………...45 Elisa Fuentes Fuentes.

16. Patito, el llorón……………………………. . 47 Victoria Cifuentes.

17. La vida de Pablito, el Chanchito………...49 Victoria Cifuentes.

18. Amor de hermanos………………………..50 Amada Quezada Quezada.

19. Carlitos y Alicia…………………………….52 Carlos Herrera Rivas.

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POEMA:

NIÑO SEMILLITA ESCONDIDA AUTOR: Pedro Sergio Almonacid Vallejos.

La semillita se ha engendrado para llegar a este mundo. A este proceso llegaste llena de la sabiduría de nuestra naturaleza. Niño lindo que con tus murmullos comienzas tu forma de aprender Eres profunda inquietud, ángel y ternura entregas a tus seres queridos. Chochos estamos de tan linda llegada a nuestro hogar. Niño, sigue creciendo mostrando todas tus fuerzas, pronto serás el futuro de esta humanidad. Niñito, corre, grita y despega porque así serás bonito. Niño de los ojitos almendrados luego serás de tus lindos sentimientos, da grandes pasos, no tengas miedo, ya dejas atrás al niño de mis amores, pero para mí siempre serás mi niño semillita escondida.

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EL PICAFLOR Y EL GIRASOL AUTOR: Victoria Cifuentes Troncoso Hola, mi nombre es Panchito y soy un pequeño picaflor, muy inquieto y bonito. Reconozco que mi vida es muy feliz, ya que paso la mayor parte del tiempo jugando y revoloteando de flor en flor. Les cuento que cierto día conocí a un Girasol muy triste y desanimado, y yo, que no sabía otra cosa que jugar y revolotear, no entendía el por qué de su amargura. En un principio no me atrevía a preguntarle la razón de tanto desconsuelo, sin embargo, con el pasar del tiempo, nos hicimos amigos, empezamos a reunirnos todos los días en el jardín y así el Girasol tuvo la suficiente confianza para explicarme el motivo de su tristeza. Yo lo miraba con perplejidad mientras él, con voz compungida y ojos melancólicos, me revelaba que su falta de alegría no era causa de típicas manías de una flor caprichosa, sino producto de una grave enfermedad ocasionada por unos horribles bichos que se estaban comiendo, poco a poco, parte de sus hojas y de sus pétalos. Todo esto hacía que el Girasol se sintiera muy mal, ya que no se sentía hermoso como los otros Girasoles.

Ilustración: Ernesto Guerrero (Pititore)

Ilustración: Ernesto Guerrero (Pititore)

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Entonces le expliqué al Girasol –no por compasión, sino porque realmente lo veía así- que él era muy lindo y que, con su gran tamaño y grandiosos pétalos, llamaba mucho la atención de nosotros, los picaflores y que, por lo mismo, yo me había acercado a él para lograr su amistad. Él me miraba sorprendido, pues nadie le había hecho notar que, a pesar de su enfermedad, seguía siendo muy hermoso y que la presencia de esos bichos no era un impedimento para que fuera feliz, todo lo contrario: era una oportunidad para agradecer lo que la vida y la naturaleza nos brinda cada día. En ese momento noté que el Girasol se movió más que los demás y, pensando en lo que le había dicho, se sintió llenó de fuerza. Se había dado cuenta de que la verdadera belleza se lleva en el interior. Después de esta conversación hemos continuado nuestra amistad, pero ahora con mucha más alegría que antes. Yo sigo revoloteando en los hermosos pétalos de mi amigo y él, comenzó a ver la vida con otros ojos, amando a todos los seres vivos que lo rodeaban, incluso a aquellos bichos que le causaban daño, y pensando que todo lo que pasa en nuestras vidas es por una buena razón. Ahora el Girasol ayuda a todos con su ejemplo y nadie que esté enfermo en el jardín ha vuelto a estar triste.

Ilustración: Ernesto Guerrero (Pititore)

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UN OLVIDO INVOLUNTARIO AUTOR: Rosa Villalobos Daza Un día Manolito, un niño bastante cariñoso, se fue a la escuela sin despedirse de su mamá. Estaba muy apurado y no quería ser reprendido por el severo profesor si llegaba atrasado. La madre, poco acostumbrada a desaires por parte de Manolito, quedó en casa con cierto dejo de tristeza. Mientras realizaba las tareas del hogar, se preguntaba: -¿qué le habrá pasado a Manolito que no se despidió? Y así transcurrió todo el día en este tipo de meditaciones. En la tarde, al regresar Manolito de clases, su madre notó que evitaba mirarla como escondiendo algo en su rostro. - ¿Qué te pasa, hijo? – inquirió con tono amoroso la madre.

Ilustración: José Luis Urrea

Repentinamente, un estallido de sollozos se apoderó de la habitación. Manolito, no podía seguir disimulando la angustia que lo había mantenido con un nudo en la garganta durante tantas horas. Su madre, solícita, corrió a enjugar las lágrimas de su hijo, mientras le preguntaba: - ¿Hijo, por qué lloras?

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- Mamá, lloro porque en la mañana no me despedí de ti y no quiero que pienses que no te amo- respondió Manolito. Entonces su mamá, con palabras llenas de amor y de ternura, le dijo: - Hijo, no te preocupes, tú no te diste cuenta. Soy tu madre y sé que me amas tanto como yo a ti. Desde ese día Manolito nunca más olvidó despedirse de su mamá, pero además entendió que una madre jamás le dará la espalda a sus hijos, aunque éstos se equivoquen.

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LA NIÑA TARTAMUDA AUTOR: Rosa Villalobos Daza

Esta es una historia de dos grandes amigas. Una se llamaba Laura y la otra, María. Ambas tenían 10 años. - ¿Qué te pasa, María, porque te cuesta hablar?preguntó Laura. - Soy tartamuda – respondió María, con mucha timidez y algo de vergüenza. Laura, al verla tan triste la abrazó y le dijo: - No importa, te prometo que yo te ayudaré a superar ese problema. Ya verás que más pronto de lo que piensas hablarás tan bien como cualquiera de nosotras.

Ilustración: Augusto Palma Vásquez

Pero sucedió que un día, en el colegio, las compañeras de María notaron que le costaba hablar y todas se burlaron de ella. Incluso su mejor amiga, Laura. María se sintió humillada por esta situación y se puso a llorar desconsoladamente. Corrió hacia el patio y se quedó allí durante largo rato, sola, sentada sobre el tronco del viejo álamo que hace apenas unos días había sido arrancado por un sorpresivo ventarrón de primavera.

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Laura, se había quedado conversando con sus compañeras en la sala de clases, pero de pronto se acordó de su amiga y de la promesa que le había hecho. Se arrepintió de haberse burlado de ella y decidió ir a buscarla. Al acercarse al lugar donde se encontraba María se dio cuenta que su amiga aún sollozaba por el desprecio que había sufrido de parte de sus compañeras. Se sentó a su lado con la intención de consolarla, pero la herida en el corazón de María era muy reciente, por lo cual no reaccionó con complacencia ante la aproximación de Laura: - ¡Ya no eres mi amiga, porque también te burlaste de mí! – le enrostró, en un tono que más que enfado, denotaba decepción. Laura, al escucharla, se sintió avergonzada por haberse sumado a las risas y burlas de sus demás compañeras. - Perdóname, por favor. Nunca más te dejaré sola, ni me burlaré de ti – le aseguró. María secó sus lágrimas con sus dedos aún temblorosos y le respondió: - No me dolieron tanto las burlas de las demás niñas, sino que tú también te hayas reído de mí. Pero te quiero mucho y no dejaré que por un error nuestra amistad se termine. Desde ese día Laura se alejó de las compañeras que se burlaron de María y nunca más se separó de su mejor amiga.

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JUANITO EL MENTIROSO AUTOR: Victoria Cifuentes. Esta es la historia de un niño llamado Juanito que disfrutaba mucho mintiendo a la gente. Tal eran sus ansias de mentir que llegaba al extremo de inventarle a su mamá que iba al colegio, cuando en realidad no lo hacía. A esa hora prefería pasear por el parque comprando golosinas con el dinero que lograba sustraerle a su madre. Todo marchaba con éxito para Juanito, hasta que un día su madre recibe una citación de la profesora donde le Ilustración: Ana Barrientos (Ámbar) comunicaba las inasistencias de su hijo. La madre, muy enojada, decidió que desde ese momento ella misma dejaría a su hijo cada mañana en la puerta del colegio. Pero Juanito continuaba con sus mentiras, lo que no tenía muy contentos a sus compañeros, quienes decidieron darle un escarmiento para que dejara esa fea costumbre de no decir la verdad. Y el método que eligieron no fue el más correcto, porque le pegaron entre varios niños mientras estaban en recreo. Juanito se fue llorando a contarle a su profesora lo ocurrido, pero ella no le creyó. Cojeando aún por el dolor de los golpes se dirigió a su casa, ilusionado y seguro de que su madre le creería lo sucedido, pero

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tristemente, no fue así. El dolor ya no era sólo por los golpes, sino también porque nadie le creía lo que afirmaba. Entendió que no valía la pena seguir insistiendo en su versión, porque la desconfianza era producto de lo que él mismo había sembrado. No le quedaba más que tomar una sabia decisión: nunca más volver a mentir y recuperar el respeto y la confianza de sus seres queridos.

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EL PARAGUAS CAMINANTE AUTOR: Lorena Parada Vásquez.

Había una vez en un país muy lejano, un pueblito llamado Petilandia. Sus habitantes eran pequeñitos, de piel blanca y dorados cabellos. Sus pequeñas casas se ubicaban en la cima de un cerro desde donde podían ver todo el paisaje a sus pies. En Petilandia, sus habitantes vivían tranquilamente, gobernados por unos reyes muy bondadosos. Un día esa paz y tranquilidad cambió, ya que muchas cosas comenzaron a desaparecer lo que comenzó a provocar muchas discusiones entre sus habitantes quienes se culpaban unos a otros. Desaparecía el pan, las frutas y la comida que las dueñas de casa preparaban con amor para sus familias. Incluso a la reina se le desapareció un paraguas que ella cuidaba y quería mucho. Nadie en el pueblo entendía lo que estaba sucediendo. De pronto un guardia de palacio divisó un paraguas caminando por el valle, pero este se perdió rápidamente en el frondoso bosque. Enseguida se corrió la voz y todos los pequeños ciudadanos salieron en busca del paraguas misterioso. Pasaron varios días buscando entre árboles y matorrales hasta que de pronto encontraron al paraguas abierto y tirado sobre el pasto. Al levantarlo la gran sorpresa fue que debajo de él, dormía profundamente un niño. Los guardias y ciudadanos miraron al pequeño muy asombrados, puesto que nunca ellos habían visto a una persona con piel oscura y cabello rizado.

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El ruido despertó al niño, quien miró muy asustado a los guardias del palacio que lo levantaron y llevaron ante la reina junto a los objetos que estaban en el lugar. Cuando llegaron al palacio, la reina muy enojada preguntó: - ¿Cuál es tu nombre? El niño contestó, casi balbuceando, - Jeremías, Majestad. - ¿Por qué has robado? consultó la reina. - Tenía mucha hambre -dijo Jeremías- no sabía cómo conseguir alimento, además necesitaba protegerme del frio y del calor, por eso saqué el paraguas. Ilustración: Alexis Vivallos

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Tendré que dictar sentencia -exclamó la reina, ya un poco más calmada- viendo que sacaste nuestras cosas por necesidad, tendrás que prometer nunca más volverás a robar. Podrás quedarte con nosotros, pero deberás trabajar en los quehaceres del pueblo, ganándote así tu sustento. De lo contrario, deberás marcharte y no podrás volver a Petilandia nunca más.

Jeremías no recordaba de dónde él venía y mucho menos había memorizado el camino de regreso a casa. -

Me quedaré, Majestad, con ustedes. Y prometo nunca más volver a robar. Ayudaré en todo lo que pueda a los habitantes de este pueblo- dijo Jeremías.

Así pasó el tempo y Jeremías vivía feliz en Petilandia, logrando hacer además muchos amigos.

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Un día los guardias divisaron a distancia un ejército que se aproximaba rápidamente. Cuando ya estaban bastante cerca, fue enviado ante la puerta del palacio un vocero del ejército visitante quien dijo: - ¡Decid a vuestra reina que hemos venido a conquistar este Reino, si se rinden les daremos un buen trato, volveremos! La reina muy angustiada mandó a llamar a todo el pueblo y se dirigió a ellos: Pueblo de Petilandia, ha venido un gran ejército a conquistar nuestras tierras. Ustedes saben que nuestro ejército es pequeño, por lo tanto, no podremos luchar contra ellos. Tendremos que someternos. Jeremías, quien se había encariñado con aquellos habitantes, dijo: - No hay necesidad de someterse, Majestad. Pelearé junto a ustedes y todos unidos, podremos vencerlos. - Eres muy joven para pelear Jeremías- dijo la reina- pero me puedes acompañar junto a la Guardia Real, a dialogar con el Rey enemigo. Cautelosamente y con mucho temor, se dirigieron al lugar donde se encontraba apostado el ejército enemigo. Para sorpresa de todos, al llegar al campamento, se encontraron con un rey de piel morena y pelo rizado muy parecido a Jeremías. La mirada del Rey se fue directamente a Jeremías, ignorando por completo a la Reina y a sus guardias. El monarca se dirigió al joven preguntándole: - ¿Cuál es tu nombre? - Jeremías – dijo él. El rey lo miró emocionado y lo abrazó. - Te he buscado por largos años hijo mío -exclamó el rey- temí no volver a verte nunca más. En ese momento, Jeremías supo que ese Rey era su padre. Se abrazaron por un largo rato y el muchacho le relató las aventuras y

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desventuras que había vivido y lo bien que lo habían tratado en Petilandia, haciéndolo sentir como uno más de sus habitantes. El Rey, consternado y muy avergonzado, le pidió perdón a la Reina y agradeció la hospitalidad y el buen trato que le habían dado a su hijo.

Ilustración: Alexis Vivallos

El Rey había pasado muchos años recorriendo pueblo tras pueblo buscando a su pequeño Jeremías, ahora hecho todo un hombre. Su ausencia había producido que el corazón del Rey se llenara de odio y amargura. Su hijo había sido sacado de su hogar y de sus tierras por gente enemiga, lo que no le permitió verlo crecer y desarrollarse. Ahora no dejaría pasar ni un minuto para hacer cosas juntos y disfrutar de todo lo que por varios años habían perdido. Finalmente ambos pueblos estrecharon lazos de amistad y reinó la paz nuevamente en todos los lugares que habían sido cruelmente castigados por el Rey. Y colorín colorado este cuento se ha terminado. Dedicado a mis hermosos hijos Diego y Fernanda.

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ÁNGEL AUTOR: Lucía Utreras Pedraza

Andrés era un niño de 10 años que sentía su vida muy aburrida. No le interesaba nada en especial, sólo estudiaba como todos los niños de su edad. Un día, mientras se dirigía a casa de un amigo, pasó por afuera de una Iglesia, y vio allí a personitas de su edad que cantaban y levantaban sus manitos en señal de alabanza.

Ilustración: Carlos González

Andrés, sin saber lo que pasaba, preguntó: - ¿Qué pasa acá? Uno de los niños que estaban en la Iglesia le respondió: - Alabamos a Dios.

Andrés, sin entender lo que escuchaba, volvió a preguntar: - ¿Quién es Dios? El niño lo mira con su carita iluminada y le dice: - Es el ser más hermoso y perfecto que hay, él nos ama a todos por igual, sin fronteras, sin condiciones. Él dio su vida por ti y por mí, sólo por amor, los niños son muy importantes para él.

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Andrés comprendió que hay un ser que lo ama sin preguntas y es fiel como ninguna otra persona. También entendió que no hay por qué aburrirse, sólo hay que ser feliz y amar. Luego Andrés quiso entrar a la Iglesia junto al niño que le respondió, pero vio una luz tan grande que subía al cielo y nunca más lo volvió a ver. “Todos nosotros tenemos nuestro ángel que nos cuida y nos guía”

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NIÑA TRISTE AUTOR: Victoria Cifuentes.

Ilustración: Yanay Palma

Matilde era una pequeña de muy mal humor, siempre andaba triste y no tenía amigos. Todo lo veía mal, le molestaba que la gente se riera, nadie sabía cómo buscarle conversación o poder sacarle una sonrisa. Un día Matilde vio llegar a su barrio un niño chiquitito muy risueño, que siempre estaba alegre. Matilde no entendía cómo el niño podía ser tan feliz si ni siquiera podía salir de su casa a jugar con los otros niños: sólo los observaba por la ventana. Cierto día Matilde lo fue a visitar para poder comprender el origen de su felicidad. Apenas abrieron la puerta Matilde preguntó: - ¿Cómo puedes ser tan feliz si ni siquiera puedes salir a jugar? El pequeño, cuyo nombre era Remi, la miró con ternura y sonriéndole respondió: - Soy feliz de vivir, de abrir mis ojos, de ver la luz del día, de poder mirar los pajaritos y la naturaleza. Matilde quedó muy sorprendida y se fue sin entender cómo podía ser feliz así. ¿Qué piensas Tú?

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EL CARACOL AUTOR: Karen Monsalve Ferrada

Había una vez una niñita llamada Camila que caminaba por el bosque, observando los árboles, las flores y escuchando el cantar de los pajaritos. De repente encontró en su camino un caracol que estaba muy triste porque el bosque tenía muchos árboles y sus ramas tapaban el sol, por lo tanto no le daba calor. Camila, al ver al caracol tan Ilustración: Marcos Rosales Orellana

triste, pensó en llevarlo al jardín de su casa repleta de flores hermosas y donde los rayos del sol jardín llegaban plenamente. Al escuchar la idea, el caracol fue inmensamente feliz y al llegar al jardín de Camila, se ubicó junto a una flor y pudo por fin sacar sus cachitos al sol.

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EL CHILCO Y YO AUTOR: Alberto Guzmán Barra

Ilustración: Andrea Granados "Pimpirimpausa"

Cada día gozaba observando mi hermoso jardín desde la ventana; las rosas, los lirios, las violetas, las flores de mi cerezo, eran un espectáculo digno de deleite. Solo una planta no me era agradable: el chilco, que a pesar de sus hojas muy verdes y su intensa floración, no lograba simpatizarme, excepto, quizás, por los picaflores que siempre estaban jugando entre sus ramitas besando sus flores. En invierno mi enemistad con el Chilco aumentaba. Su grandiosidad que acaparaba y proyectaba su sombra por toda la ventana me molestaba. Lo encontraba invasivo. Quería yo mirar la calle y ahí estaba él, impidiéndomelo con sus ramas tan tupidas.

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Siempre consideré importante que entrara luz por mi ventana: además, necesitaba ver la calle, las personas, los niños jugando, pero el Chilco me lo impedía ¿qué podía hacer? Un día llamé al jardinero y le pedí un pequeño trabajito. El jardinero aceptó y esa misma tarde podó, podó y podó al insoportable chilco, dejando solo un renuevo pequeño, al cual apoyé en un débil soporte. De ese modo, a mi ventana llegó la luz junto con el tibio sol del invierno. Vi a padres maltratando a sus hijos en la calle, niños insultando a un anciano, unos jóvenes que maltrataban a un anémico perrito solo por diversión y a toda la gente movilizándose apresurada sin saludar ni regalar una sonrisa a su vecino. Creo que podar al Chilco no fue una buena idea. Ojalá comiencen pronto las lluvias y lo hagan crecer con tantas ramas y tan abundantes flores como antes, para que en mi ventana pueda volver a disfrutar de su hermosura y de su sombra en el verano. Creo que amo a ese precioso Chilco que Dios creó, ése que siempre ha estado en mi ventana.

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BENJAMIN EL HUERFANITO AUTOR: Berta Parada Labrín Benjamín era un jovencito huérfano, no tenía padre, ni madre. Vivía sólo con su abuelita en un armonioso hogar muy humilde, pero muy confortable. Todos los días Benjamín recibía un cinquito (dinero de aquellos tiempos). Su abuelita le decía cuando le entregaba el dinerito: - Hijito, para sus golosinas. Pero Benjamín no compraba dulces. Lo que hacía con el cinquito era guardarlo en una ollita de greda.

. Ilustración: Fernando Santibáñez Sanhueza

Así fueron pasando los días, semanas, meses y años, lo que significó que, después de un largo tiempo, la ollita de greda estuviera bastante pesadita con los cinquitos.

Pero un día hubo una desgracia en ese hogar: la abuelita de Benjamín cayó a la cama muy enferma. Entonces la anciana le dijo a su nieto:

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Hijo, la verdad es que me siento muy mal, pero mis recursos ya se han acabado y no hay dinero para que yo vaya al médico o para comprar medicamentos.

La confesión de la abuelita le desagarró el corazón a Benjamín, pero afortunadamente él tenía la solución: - No te preocupes abuelita querida, porque todos los cinquitos que tú me dabas para golosinas, yo los tengo guardados en una ollita de greda, que tú ya no ocupabas porque se le habían roto las patitas. Yo la ocupé como alcancía y ahora se encuentra colmada de cinquitos. Usted podrá ver al médico y comprar sus medicamentos. Sin perder más tiempo Benjamín tomó un taxi y llevó a su abuelita a un médico del pueblo. Tras algunas semanas, volvió la abuelita a su hogar, recuperada de salud volviendo así la alegría para ella y su nieto Benjamín. Ilustración: Fernando Santibáñez Sanhueza

Sin perder más tiempo Benjamín tomó un taxi y llevó a su abuelita a un médico del pueblo. Tras algunas semanas, volvió la abuelita a su hogar, recuperada de salud volviendo así la alegría para ella y su nieto Benjamín. Y todo, gracias al muchacho, quien tuvo la inteligencia de guardar los cinquitos en una ollita de greda.

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UNA DECISIÓN DE AMOR AUTOR: Luis Carrasco Muñoz Había una vez una pequeña niña llamada Juanita que vivía en un lugar muy lejano cerca de la montaña, junto a sus padres y su hermana mayor, Pepa. Juanita era muy regalona e iba al colegio junto a su hermana. Para trasladarse tenían que hacerlo en burro y recorrer un largo camino. Por lo mismo, no podían ir tan seguido como ellas hubiesen querido.

Ilustración: Pola Monroy y Pimpirimpausa

Las dos niñas tenían que levantarse muy temprano para asistir a clases, casi cuando aún era de noche. Pero a Juanita le gustaba madrugar y recorrer el largo sendero hacia el colegio, ya que sentía que las estrellas del cielo eran pequeños ojos que la miraban desde el cielo.

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Una vez, en una fría mañana de invierno, cuando se desplazaban hacia el colegio, cada una en su burrita, se dieron cuenta que había una corderita balando (sonido que emiten los corderos). Juanita, que era una niña muy sensible y amorosa, le dijo a su hermana que se detuvieran para averiguar qué le sucedía a la corderita, pero Pepa estaba muy asustada, además que no quería desobedecer a su madre que siempre les decía “Niñas, no se desvíen del camino”. Sin embargo, Juanita era muy insistente y convenció a Pepa de ver qué sucedía con la corderita. Cuando las niñas llegaron se dieron cuenta de inmediato lo que pasaba ¡La corderita iba a tener un bebé! y necesitaba ayuda. Las pequeñas niñas decidieron que a pesar de que iban a llegar atrasadas al colegio, debían ayudar al inofensivo animalito. De este modo, ayudaron al pequeño corderito a nacer. Cuando el corderito llegó al mundo, balaba a las niñas en señal de agradecimiento por el gesto de amor que habían tenido con él. Juanita, como pudo, tomó al corderito entre sus brazos para darle calor. Para ella era como su bebé. Tanto Pepa como Juanita se sentían unas verdaderas heroínas, de esos que salen en la televisión, pues habían ayudado a un ser a vivir. Luego miraron su reloj y se dieron cuenta que el colegio ya había terminado. No sabían qué hacer: pensaron que si llegaban a su casa la mamá iba a reprenderlas, pero el colegio tampoco era una alternativa.

Ilustración: Pola Monroy y Pimpirimpausa

Juanita decidió llevarse a la corderita y a su bebé a su casa y contarles toda la verdad a sus padres.

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Las niñas caminaron con el pequeño animalito en brazos y la corderita a su lado, hasta llegar a casa. Sorprendida la madre cuando las vio llegar, se preocupó y fue rápidamente a preguntar qué les había pasado. Cuando la madre vio la sorpresa de lo que Juanita llevaba en sus brazos, sólo las abrazó y acomodó al pequeño corderito junto al fogón para que estuviera calientito. Las hermanas le contaron la historia y la mamá muy orgullosa de lo que habían hecho sus hijas las premió con un rico almuerzo. Ahora las niñas viven muy felices junto al corderito que juguetea con ellas corriendo por el campo.

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EL OJO VIVARACHO AUTOR: Eberto Orellana Fuentes. Hace mucho tiempo, pero mucho tiempo, en un lugar del cual no se conservan mapas ni planos que nos pudieran permitir llegar hasta allí, existía un pueblo habitado por unas extrañas criaturas. Estos seres no tenían piernas, ni boca, ni nariz, ni orejas, como nosotros, los humanos. Al parecer, para lo único que habían sido creados era para ver y admirar su entorno, puesto que su cuerpo se componía de un solo órgano: el ojo. De hecho, el nombre de este enigmático pueblo era “Ojilandia” y las casas que moraban los vecinos eran llamadas “Ojales”. Eran bastante singulares y estrambóticas, pero muy cómodas para quienes vivían allí: cada casa era pequeña, circular y de color anaranjado debido a que para su construcción habían empleado cáscaras de mandarinas. A su vez, las puertas, ventanas y todo lo que había en el interior tenían formas redondas, ya que en Ojilandia se pensaba que la esfera era un símbolo de la perfección. Todos los residentes de Ojilandia eran –y quizás resulte obvio explicarlo- “ojos” de distintos tamaños, formas y tonalidades. Algunos de ellos eran de colores tan hermosos y fulgurantes que era posible verlos desde una gran distancia. Pero había uno que destacaba por sobre los demás, no sólo por su centelleante color celeste, sino también por su alegría y por ser el más positivo de todo el lugar. Cierto día, el ojo Celeste, que estaba muy atento a los sucesos que ocurrían en su pueblo tuvo una brillante idea. Mientras permanecía en la plaza observando a los ojitos niños cómo jugaban y reían sin preocupaciones, pensó “es necesario que todos sean felices como ellos, no es posible que los ojos adultos permanezcan tristes y con tantas rencillas cuando hay miles de razones para ser felices”.

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Fue así como el ojo Celeste convocó a todo el pueblo a una asamblea para mejorar la convivencia. Cuando llegó el día de la reunión, todos los ojos escucharon atentamente sus palabras, ya que sabían que siempre tenía buenas ideas. El ojo Celeste les dijo que hacía bastante tiempo los ojos adultos habían caído en el pozo de la amargura y las peleas y que era necesario tomar medidas urgentes para aumentar la felicidad en el pueblo. Propuso entonces, como excusa para reír, bailar y celebrar, fijar una fecha Aniversario de Ojilandia. El ojo Café, cuya experiencia y liderazgo eran reconocidos por todos, se puso de pie al instante y con voz en cuello, sentenció: “que no se discuta más. Me parece que la idea del hermano ojo Celeste es excelente. Sugiero que la fecha de celebración sea el día del inicio de la Primavera”. Todos los oficiales de Ojilandia aprobaron la medida y los habitantes del pueblo se pusieron muy contentos, brillando aún más que de costumbre.

Ilustración: Aire Contreras Suárez

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Pasaban las semanas y todos en el pueblo esperaban el anhelado día con mucha ansiedad. Organizaron comisiones para preparar la fiesta. Los ojos orientales (chinos, japoneses y coreanos), por ejemplo, se ofrecieron para diseñar la decoración del lugar. Los ojos africanos, por su parte, se preocupaban de inventar danzas y alegres coreografías, mientras que los ojos latinoamericanos estaban absolutamente comprometidos con la preparación de deliciosos alimentos. En fin, todos en Ojilandia estaban colaborando para que la fiesta fuera un éxito. Llegó el gran día y estaba casi todo listo: solo faltaba que un grupo terminara de hacer unos sándwiches y otro, que sirviera los jugos en unas copitas redondas de muchos colores. Pero había un problema: cada vez llegaba más gente y estas copitas no eran suficientes, por lo que el ojo Café, que desde la Asamblea había asumido la coordinación del evento, fue en busca de más copas. Todos en Ojilandia estaban muy felices, sin embargo, había un ojo que no se sentía del todo alegre. El ojo Celeste, justamente el que había sido precursor de la idea, estaba amurrado en un rincón sin ganas de sumarse a los bailes y las risas de los demás participantes. Se sentía desplazado por el ojo Café, quien se había apoderado de su idea haciéndola ver a los demás como si hubiese sido suya. El enojo, y por qué no decirlo, cierta envidia, se apoderaba poco a poco del corazón del ojo Celeste. Por eso quiso tomar venganza y jugar una pequeña broma a sus vecinos, para arruinar aquella fiesta que estaba haciendo feliz a todo el mundo, excepto a él. Fue así que se dirigió sigilosamente a la mesa donde servían los jugos y, sin que nadie lo observara, puso alcohol en cada una de las copitas de colores. Los ojos, uno a uno fueron sirviéndose las copitas, poniéndose muy alocados y comenzando a tirar la comida y a saltar sobre las mesas, por lo que el ojo Café tuvo que tomar la decisión de suspender la fiesta.

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Al otro día, se convocó a una nueva reunión para aclarar lo sucedido en la fiesta. Estaba todo el pueblo presente y el ojo Celeste, muy arrepentido y avergonzado confesó lo que había hecho y se disculpó con el ojo Café y todos sus vecinos. El ojo Café aceptó sus disculpas y tomó la decisión de repetir la fiesta esa misma noche: esta vez, eso sí, asegurándose de que nadie consumiera alcohol. Solo habría juguitos sanos de fresa, piña y, obviamente, de mandarina. Es así como en el pueblo, de ahí en adelante, celebraron los aniversarios más felices de la historia y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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LA VERDADERA AMISTAD AUTOR: Elisa Fuentes Fuentes

Ilustración: Sofía San Martín

Anita y Paola vivían a tres casas de distancia, sin embargo, a pesar de ser vecinas hace más de diez años, no eran amigas: jamás habían conversado, ni se habían saludado. Ni siquiera una sutil mirada se había cruzado entre ellas. Anita era hija única, por lo cual era muy mimada por sus padres, quienes hacían todos los esfuerzos posibles por brindarle todas las comodidades y satisfacer todos los caprichos a los que aspira una adolescente de diecisiete años. Le compraban la ropa que estaba de moda, celebraban sus cumpleaños con muchos invitados y le daban todo

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lo que ella quisiera. Muy diferente era la realidad de Paola, pues su familia no tenía el dinero para darle tantas comodidades, pero sí para brindarle todo el amor del mundo. Además, la existencia de cuatro hermanos más pequeños no hacía del todo fácil para sus padres sostener a la familia. Nunca hubo ropa de moda en su ropero (sólo la que su madre solía diseñarle con telas que iba reutilizando), ni celebraciones de cumpleaños demasiado pomposas. Tampoco la situación daba para matricular a Paola en un Colegio caro y de prestigio (como al que asistía Anita), por lo que la muchacha debía asistir, como lo habían hecho sus padres hace algunas décadas, al Liceo del pueblo. Todo transcurría normalmente en sus vidas, cada una por el camino que el destino les había trazado, sin embargo, un día ocurrió un hecho que logró entretejer los hilos de sus respectivas vidas. Sucedió que en un lluvioso día de julio, de esos que nos llenan de y tristeza y de nostalgia, caminaba Paola hacia el colegio, con su raído chaleco de lana, sus libros amarrados bajo el brazo y protegida solo por un viejo paraguas que el viento se encargaba de amenazar con destruir a cada soplido. Anita, por su parte, se trasladaba, como ya era costumbre desde su último cumpleaños, en el automóvil que le había regalado su consentidora abuela paterna. Durante los últimos tres meses había pasado diariamente por el lado de Paola luciendo su nuevo juguetito, sin embargo, nunca había logrado verla. Pero esta vez fue distinto, sucedió el milagro y Anita dejó de lado sus frívolos pensamientos para enfocarse en la observación de su entorno. Fue entonces que llamó su atención una triste figura: la de una muchachita extraña que luchaba contra un fuerte viento norte poniendo como escudo un enclenque paraguas floreado. Detuvo su auto y sintiendo algo nuevo en su interior, algo que no sabía qué era, pero que sin duda se parecía mucho a la empatía, le gritó: - ¿Te llevo? Paola la miró con recelo. Era tan orgullosa y desconfiada que se extrañaba mucho de los gestos amables de las demás personas.

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¿Por qué lo haces si ni siquiera me conoces? – le respondió. Anita quedó perpleja y no supo qué hacer. No estaba acostumbrada a actuar amablemente, pero sabía que la reacción de Paola no era precisamente la esperada ante un ofrecimiento como el suyo. No atinó a otra cosa que mirarla con sorpresa y acelerar su automóvil. -

Al día siguiente la lluvia azotaba las calles con aún más vehemencia. Esta vez se habían sumado al espectáculo estelar, los truenos y relámpagos. El invierno, al parecer, se había ensañado con el pueblo ¿quizás como un castigo? ¿tal vez con un noble propósito? Sólo Dios lo sabía. Anita esta vez tomó una ruta diferente al día anterior y nuevamente vio a Paola caminando con su paraguas floreado, el cual esta vez no resistió el diluvio. Anita, al verla toda empapada, detuvo nuevamente el auto y le dijo: - Sé que ayer rechazaste mi ofrecimiento, pero te lo pregunto otra vez ¿Quieres que te lleve? Paola reaccionó sorprendida, al mismo tiempo que sentía que su coraza de desconfianza comenzaba a resquebrajarse. ¿Por qué una muchacha que evidentemente pertenecía a un mundo muy distinto al de ella, se interesaba tanto en ayudarla? Es más ¿Por qué le hablaba por segunda vez si sólo el día anterior la había rechazado? - ¡Vamos, sube! – insistía Anita. - ¿Por qué lo haces? –preguntó Paola- Ayer fui grosera contigo y aún así tienes cortesía de ofrecerme ayuda nuevamente. Anita la mira tristemente y le responde: - La razón es simple: porque no tengo amigas en el barrio ya que mis padres no me dejan salir. Dicen que la gente de acá me puede enseñar malas costumbres y que me conforme con las amigas que tengo en el

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Colegio. Yo siempre te veo pasar frente a mi casa en tu bicicleta y quiero hablar contigo, pero como no sé tu nombre, no te digo nada. Paola venció su timidez y subió al automóvil. Y fue una resolución sabia, porque conoció mejor a su vecina y se dio cuenta que ambas tenían mucho en común: tenían la misma edad, estaban en el mismo nivel (tercero medio) y sus gustos e intereses eran muy parecidos. Incluso, desde ese mismo día comenzaron a almorzar juntas y a ayudarse en las tareas del colegio. Desde entonces fueron las mejores amigas y, pese a las diferencias, nunca más se separaron.

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EL MIEDO AUTOR: Elisa Fuentes Fuentes

Ilustración: Rodrigo Sepúlveda Hernández

Patricia era una niña muy miedosa: le temía a la obscuridad, a las arañas, a los perros, a las alturas, a los lugares muy cerrados y también a los demasiado abiertos. Su vida era un constante terror a todo lo que le rodeaba. Era tan miedosa que cuando salía del colegio se iba corriendo al único lugar que consideraba seguro, su casa, ya que pensaba que le podía suceder algo malo si permanecía mucho tiempo en las que ella denominaba “peligrosas calles”. Un día su curso organizó un paseo al campo y Patricia, a regañadientes, aceptó ir. No le gustaban ese tipo de actividades porque las encontraba demasiado peligrosas: el trayecto en bus, los insectos del campo, el sol que implacablemente azotaba las cabezas, las profundas aguas del río, significaban para ella la latente posibilidad de padecer una

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desgracia. Pero debía reconocer que en ese paseo lo había pasado bien, ya que se había reído muchísimo con un grupo de amigas, a pesar de negarse a participar en cada una de las actividades que le proponían: - ¡Paty, ven a nadar!, - No, tengo mucho frío… quizás más tarde. -¡Paty, ven a jugar con nosotros a las quemadas! - No, me puedo torcer el tobillo. En el atardecer, a medio camino de regreso del paseo, el bus tuvo un pequeño inconveniente por falta de gasolina por lo que debieron esperar muchas horas a la intemperie. El hambre, el frío y el miedo al inevitable arribo de la noche comenzaron a producir sus efectos en los compañeros de Patricia, quienes comenzaron a llorar y a gritar despavoridamente. Patricia no sabía qué hacer. También sentía terror ante la posibilidad de pasar toda la noche en un lugar que no conocía, pero fue tanta la compasión que sintió frente a los gritos de sus compañeros que se olvidó de sus propios temores y pensó en cómo ayudar a los demás a recuperar la tranquilidad. Entonces tuvo la brillante idea de cantar canciones alegres, de esas que sus abuelos le habían enseñado cuando era más pequeña. A medida que su voz fue apaciguando el llanto de los demás niños, empezó a matizar sus canciones con chistes que hicieron reír a todo el mundo en el bus, tanto así que nadie notó cuando a la máquina ya le habían puesto gasolina, reanudando de este modo el regreso a casa. Al bajar del bus, la profesora agradeció a Patricia por su valentía y colaboración y la estrechó en un fuerte abrazo. Ese día fue recordado por Patricia como uno de los más felices de su vida ya que no sólo ayudó a sus compañeros a vencer sus miedos, sino también a sí misma.

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EL PATITO LLORÓN AUTOR: Victoria Cifuentes.

Ilustración: Rebeca Muñoz Jaramillo

En un lejano lugar habitaba un patito que pasaba todo el día llorando. Los otros patos trataban de ayudarlo, pero lo que nadie sabía era que este patito sólo utilizaba su llanto para conseguir todo lo que quería. Pasaron años así en la vida del patito llorón, hasta que un día un amiguito le preguntó: - ¿Por qué lloras? El patito no quería contestarle. Se avergonzaba de las razones de su llanto. Después de un silencio muy largo, el patito le responde un tanto ruborizado: - Bueno, lloro para conseguir las cosas que quiero.

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Su amigo, sorprendido y muy triste por tan desfachatada respuesta, le dijo: - Amigo, lo que estás haciendo no está bien. Haces que se preocupen por ti innecesariamente, en lugar de ayudar a los muchísimos patitos que tienen verdaderos problemas. El patito no supo qué decir, por primera vez alguien le daba un consejo que lo hacía darse cuenta de lo mal que se estaba comportando. Tan hondas calaron en el alma del patito las palabras de su amigo, que ese día por primera vez en muchos años, lloró de verdad. El patito llorón prometió nunca más derramar lágrimas que no fueran auténticas y decidió ayudar todos aquellos patitos de este mundo que sufren de verdad.

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LA VIDA DE PABLITO EL CHANCHITO AUTOR: Victoria Cifuentes.

Ilustración: Sebastián Díaz Saldivia y Andrea Granados ( Pimpirimpausa)

Esta es la historia de Pablito, un chanchito muy bonito y gordito, querido por todos debido a su gran corazón y rebosante alegría. Él nunca estaba triste, reía y reía sin parar e intentaba hacer feliz a los demás contando chistes o jugando con los otros animalitos de la granja. Pero nadie sabía el secreto que Pablito guardaba en el fondo de su corazón.

Una grave enfermedad lo afectaba desde hace tiempo. Un

doloroso y horrible mal que más temprano que tarde acabaría con su vida. Pero a él no le importaba porque prefería pasar sus últimos días entregando cariño, luz y esperanza a todos. Eso lo hacía inmensamente feliz. Ojalá todos fuésemos un poco como Pablito.

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AMOR DE HERMANOS AUTOR: Amada Quezada Quezada

Ilustración: Paz Arriagada

Javier y Amanda eran dos hermanos que vivían en un orfanato. Como vivían con mucha gente, les costaba mucho estudiar y por eso tenían bastantes problemas en el colegio. Pero a ellos no les importaba pues se tenían el uno al otro y eso, para ellos, era el más hermoso de los regalos que se puede tener en la vida. Esta actitud les ayudaba a siempre ir superando los obstáculos que les iba poniendo la vida. No tenían padres, ni riquezas materiales, por lo cual su entrañable amor era un tesoro que debían cuidar de aquellos que quisieran destruirlo.

Precisamente en el colegio había un niño, Camilo, que continuamente molestaba a Amanda y Javier. Era un chiquillo consentido y rebelde, cuyos padres no tenían mucho tiempo para compartir con él porque con frecuencia se encontraban fuera de la ciudad por asuntos de negocios. Camilo vivía en la mejor casa del sector, era trasladado al colegio en un lujoso auto con chofer y en navidad recibía los juguetes más ostentosos del barrio. No obstante, su mirada nunca reflejó felicidad,

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sino más bien cierta rabia contra toda manifestación demasiado elocuente de amor. Por eso tenía envidia de ver el extremo cariño que Amanda y Javier se profesaban. Desde que los hermanos llegaron al colegio, en cuarto grado, Camilo hizo todo lo posible para separarlos, inventando mentiras que buscaban hacerlos pelear. Durante un par de años hizo grandes esfuerzos por lograr su propósito, pero estos siempre fueron infructuosos. Pero tanto va el cántaro al agua que al final se rompe, y Camilo, en séptimo grado pudo conseguir lo que quería: ambos hermanos se enojaron mucho y terminaron en no dirigirse la palabra, es más, ni siquiera se miraban…eran como dos extraños. Todo se complicaba cada vez más y la vida de estos hermanos se hacía muy difícil. Desde el momento en que se distanciaron, todo a su alrededor tomó un matiz diferente; se sentían más solos, tristes, abandonados y sin amor. Pasaron tres semanas y ya no soportaron más el estar enojados. Un día, después de clases, Javier le preguntó a Amanda si se iban juntos al orfanato. En ese instante ambos se pidieron disculpas y asumieron sus errores, sintiendo cómo todo volvía a ser igual que antes e incluso, mejor. Decidieron además conversar con Camilo y proponerle ser amigos, ya que sin duda ese niño lo que más necesitaba era amor. Hoy los tres niños, Amanda, Javier y Camilo, son ya personas adultas que tienen sus propias familias, las cuales se reúnen al menos una vez al mes a celebrar con una rica comida, la hermosa amistad que cultivaron después de esa pequeña anécdota de su niñez.

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CARLITO Y ALICIA AUTOR: Carlos Herrera Rivas

Ilustración: Rodrigo Sepúlveda Hernández

Esta es la historia de Carlitos, un hombre de 40 años, muy trabajador, que se ganaba la vida como cargador en el mercado. Él vivía muy cerca de este lugar por lo que disfrutaba caminar hacia su trabajo, para ir sintiendo el olor de los plátanos, mandarinas, sandías, cilantros y todo ese carnaval de aromas que atiborran las calles aledañas al mercado. Carlitos era muy querido por todos los feriantes, quienes veían en él no sólo a un gran trabajador, sino a un ejemplo de dignidad, alegría y sencillez. Siempre se le veía solo, a pesar de tener una familia numerosa: cinco hermanos muy trabajadores (el ser laborioso, al parecer era un asunto hereditario) y cuatro hijos nacidos de un matrimonio que no prosperó y que duró alrededor de 16 años.

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A pesar de que no vivía con sus hijos, Carlitos era un buen padre: era cariñoso con ellos y los llevaba con frecuencia a la casa donde él vivía con su madre. Su vida era muy solitaria, transcurría entre su trabajo en el mercado y las visitas a sus hijos, pero el amor durante muchos años le seguía siendo esquivo. La esperanza de rehacer su vida se iba apagando cada día, como una lámpara cuyo fuego se va extinguiendo con el paso de las horas. Tenía a su madre, sus hijos, sus amigos del mercado, pero a su vida le hacía falta el frescor que el amor de una mujer trae a las almas de los hombres nobles. Pero sucedió que un día, mientras iba de regreso a casa, después de una extenuante jornada de trabajo, se encontró frente a frente con una vieja amiga de la infancia a la cual no veía hace muchos años. Se llamaba Alicia. La saludó, conversaron de asuntos triviales y de esa manera se enteró que ella se encontraba sola, igual que él. La ilusión de volver a ser amado renacía en su interior. La invitó a salir esa misma tarde y después de algunas conversaciones, recuerdos de infancia y varias citas, se enamoraron profundamente y comenzaron una relación llena de amor, pero también de esfuerzo. Alicia le propuso a su pareja vender sopaipillas y pan amasado en el mercado para aumentar sus ingresos. La idea fue un éxito: siempre les compraban todo y cada día les iba mejor. De esta manera, lograron vivir más cómodamente y ser muy felices, ya que prácticamente estaban juntos todo el día. El tiempo seguía su sereno viaje y todo seguía normal para estos enamorados. Pero la vida tiene sus altibajos y sucedió lo impensado: a

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Carlitos le detectaron una grave enfermedad que, según los médicos, no tenía cura. Esto entristeció mucho a Alicia, quien comenzó a cuidarlo con mucha ternura y dedicación. La vida había puesto un nuevo obstáculo en el camino de Carlitos, pero ahora tenía una ventaja: lo acompañaba Alicia para superarlo. Carlitos, pese a su enfermedad, decide ser feliz y vivir con su gran amor para siempre. Por ello, le pide matrimonio a Alicia para así poder formar una familia. Pese a que la vida nos coloca dificultades, siempre hay destellos de felicidad que permiten recorrer el camino de nuestra historia.

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