Maitechu mia

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MAITECHU MÍA Pablo Gadea del Olmo

Maitechu mía

Pablo Gadea del Olmo

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Texto e ilustraciones: Pablo Gadea del Olmo Tetuán, año 2014

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CITAS

<<No, ni polvo ni tierra: incallable metal líquido eres>> El ahogado del Tajo – Poemas sueltos Miguel Hernández (1935) <<Ando buscando un verso que supiese / parar a un hombre en medio de la calle / un verso en pie, ahí está el detalle / que hasta diese la mano y escupiese>> Ancia Blas de Otero (1958) <<Las trágicas damas de rojo han matado al que se va río abajo y yo me quedo como rehén en perpetua posesión>> Los trabajos y las noches Alejandra Pizarnik (1965)

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<<Creo que he sonreído justo como los moribundos alegres, pero tampoco en esta ocasión termino de morirme. Estoy llegando al colmo de lo grotesco>> El Don de Vorace Félix Francisco Casanova (1974) << Pateo las arenas de tu cuerpo, como un toro español que sabe previamente que está muerto>> El último andalusí Nizar Qabbani (1995) <<Tu camino recibirá pinceladas firmes, los trazos vigorosos y perpetuos que irán consumándose en algún rincón lluvioso de tu hipotálamo>> Dejar de fumar es imposible Antonio del Olmo (2005) <<Coge la mano, tersa la piel del agua como si fuera el último hielo. Certidumbra el viaje ahora que puedes>> El Sol Jonás Sánchez Pedrero (2013)

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A quién

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Maitechu mía

A Maite se le va. Tiene dos pulmones funcionando, tose luego la nada, un pollo o un águila real, haciendo que el cubata sepa a flema, el aire a descuido, la noche a niebla. Haciendo que un domingo gima. Ella es el vaso dilatador cogido al pelo, y no entiende esta puta vida de cuna y tumba. La gente es banda ancha que ni quiere ni tiene. Su lengua busca lengua y su olfato busca un culo. El culo de seda en tiempo sin maridos de una perra limpita ofrecida para todo. Lleva rodamientos en los dedos y un tobogán por pensamiento. Confía en la absolución de un guiño. 7


Maite sostiene entre sus labios la punta de un dedo trampeado entre sus sábanas, y su mirada está clavada en la pared. Da un besito al dedo, pero este se aparta como del agua ardiendo. A su lado la observa una mujer joven, buscándole el iris, y volviendo a poner reliquias en esa boca seca que tiene en frente. Llevan toda la noche sin dormir, y ya empieza a clarear otro día de invierno. Todavía su sudor huele a estación de autobuses y perfume de 8


pantera, mientras su compañera se levanta, sin peso, y da pasos torcidos hacia la cocina mientras invoca que no quiere lo que sabe, que está harta de ese maldito muñeco blanco sin memoria. En la almohada compartida no hay sueños en común sino traiciones vespertinas, dice. Y Maite escucha pero calla: hoy no es día de respuestas, y además ya no tiene farolas en su calle con las que ver quién se aleja o aproxima a decir algo que la gane. Le da igual. Hoy es viernes, y sólo habla con las muertas. La tarde anterior había conocido a otro saco de visiones, Sara vestida de lana y luna, tras un encuentro de caracoles en los aseos del bar. No se preguntaron el nombre ni la edad. Simplemente se llevaron de ojo en ojo hasta darse con la punta de la nariz en el centro del cuerpo. Saltaron por sus huesos como las cosquillas y descubrieron que la risa ventilaba más que el aire, y que en el aire hay pájaros que parecen sentirse 9


en una jaula por su forma de vuelo, y sólo se detienen para posarse en un alto a contraluz y observar su propia sombra. Y así es como acabaron las dos comiéndose sus pomas en el mismo búcaro, ojo con ojo, diente con diente, bobas de la misma sopa, hilándose las canas del vientre en un telar de azúcar. Maite era la pared y Sara la yedra, y sin embargo anoche se habían deslizado como el pipo de un níspero en los jemes de un niño. Carne y sueños. Si Sara el dedo, Maite la llaga. *** Cogerle el punto al pedo está muy bien pero al cabo de tres días acaba una llevando por collar un gato muerto. Las emociones se caen en días de salud y corrección, las palabras se segmentan incoherentemente, la comunicación se pierde sin el silencio y peso del anís. 10


Nada olvida quien nada retuvo. Maite desrecuerda y lo hace adrede, en una tentativa permanente por librarse de la farsa aniquilante del Tratado del Hombre. Dentro (¿de qué?) emergen imágenes talladas en el ojo que parecen proyectarse hacia el techo, hacia la almohada, hacia el párpado. Llega un momento en la oscuridad en que pareciera que tiene los ojos abiertos pero están cerrados como el hijo que no llega.

A veces una lágrima sedaba todas las muecas en el reloj de los ahoras de luz en punto: por su pena, 11


ese ir a la sima de los días cogidos amor y dolor tan en las piernas, este ajetreo de repeticiones encadenadas, esa violencia de siempre y ese sosiego de para cuándo, ese hermano pequeño que vibra, que muere, sí, que muere, después de vivir a modo de venganza y deshacerse en un ajuste con el fuego o con la tierra, sin haber catado ni lo uno ni lo otro. Este llorar y gritar tan de plegaria mendicante cuando dios vende clínex en cualquier sitio y qué frío en Madrid aquella noche sola. Cada sentir con cuentas pendientes. La plasticidad de los rostros de los hombres, como animales submarinos cogiendo aire en los zocos, y ese ruin espantajo sin emociones colgado en las plazas. Aquella planta viva y este pueblo medio muerto. Ese cuídate tan llamando desde el futuro a la puerta de sus pulmones. Ese alguien que ya no existe y sus sueños fueron malogrados. Un niño buscando en la basura otra cárcel y otra guerra. Por su pena, este irse cuando toque sin haber ni poder ni ser, y mientras, siempre mientras, Sara se 12


queja de tanta lana y tanta luna, sirviéndose un vaso de agua en la cocina para poder tragar los pelos de anoche y convertir su interior en una marioneta apta para el día. Pero Maite no traga. Vivía ella en una de esas casas de calcetín, con olor a café y a pijama. Una de esas casas que te dejan sal en las pestañas y goteras en los pies, desde donde se puede mirar el trasiego de la gente en la calle, igual que se miran las esquinas altas de los edificios cuando estás ahí abajo. Es la luz la que da vértigo. Qué más da cielo o asfalto. Suena el teléfono pero Maite no responde. Un preso ha declarado: _Veo caballos caminar bajo la tierra. Quién sabría qué decir, si la tecnología ha matado a los fonemas en los matorrales de la piedad, ahora que es presente brutal de indicativo pero la actualidad vence y acalla. A quién el qué, piensa Maite. Y sus ojos se mojan, se dejan ir, y finalmente se derrochan en el aire fundidos de mudez, con todos sus caballos caminando bajo tierra. 13


Tetuán, mayo del año 2014 Pablo Gadea del Olmo

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