Libro Pedro Salaberri

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Conversaciones con artistas navarros

PEDRO SALABERRI



Conversaciones con artistas navarros

PEDRO SALABERRI

Un lugar seguro Manuel Hidalgo Discreta armonía Alicia Fernández


Título Conversaciones con artistas navarros: Pedro Salaberri. Colección Conversaciones con artistas navarros. Serie major. Número 2. Edición GOBIERNO DE NAVARRA. Departamento de Cultura y Turismo - Institución Príncipe de Viana. Autores Manuel Hidalgo y Alicia Fernández. Coordinación María Rosa Pan Sánchez. Diseño Miguel Pueyo. Fotografías Larrión & Pimoulier. Impresión Litografía IPAR S.L. ISBN 978-84-235-3014-4 Depósito Legal 3151 / 2007 Promoción y distribución Fondo de publicaciones del Gobierno de Navarra. C/ Navas de Tolosa, 21. 31002 Pamplona. Navarra. Tfno. 848 427 121 Fx. 848 427 123 fondo.publicaciones@navarra.es www.cfnavarra.es/publicaciones



Agradecimientos A Camino Paredes, Javier Manzanos y a tantos amigos que me acompa単an


A Mª Carmen, Pablo y Andrés



Índice

Presentación Consejero de Cultura

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Un lugar seguro Manuel Hidalgo

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Discreta armonía Alicia Fernández

35

Retratos

69

Ciudades

81

Paisajes

95

Interiores

121

Pirineos

135

Pamplona

151

Museos Abstracciones

187

Currículum

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Presentación Juan Ramón Corpas Mauleón Consejero de Cultura y Turismo. Instutición Príncipe de Viana

La colección Conversaciones con artistas navarros que en sus dos series, major y minor, presenta a artistas actuales reconocidos y emergentes, está afianzándose en el ámbito editorial del Departamento de Cultura y Turismo-Institución Príncipe de Viana y en ella se presenta la obra y pensamiento de diferentes creadores plásticos. En 2006 apareció el primer volumen de la serie minor y en el 2007 se inicia la serie major con la publicación de dos monografías. La primera sobre Juan José Aquerreta recientemente publicada y ésta sobre Pedro Salaberri en la que se hace un recorrido desde sus primeros cuadros hasta la obra última. Un largo camino que deja claras algunas preferencias y que abre a la vez muchos otros, por los que suponemos seguirá creciendo su trabajo. En cada volumen la obra va acompañada de textos de escritores elegidos por el mismo artista. Buscar el protagonismo de los especialistas en arte, es otra de las aspiraciones de esta colección. Las conversaciones entre el artista y los escritores no tienen ningún tema previamente elegido. Cada uno de los autores desde su experiencia y especialidad nos aporta ideas, sin duda útiles, para una posible prospectiva de la realidad artística navarra. Pedro Salaberri es una figura ampliamente conocida. Su calidad está avalada por una larga y fecunda trayectoria refrendada en exposiciones y reconocimientos. Del dominio sobre su obra nos lo dice todo lo minucioso de su evolución, el cuidado de sus pasos y la brillantez con que los impulsa. El propio pintor ha hecho una selección de obras representativas de su carrera agrupadas en siete bloques temáticos: retratos, ciudades, paisajes, interiores, pirineos, Pamplona y museos y abstracciones. Además del amplio repertorio de la obra de Salaberri y un breve currículum del mismo, se cuenta en este libro con las valiosas colaboraciones de Manuel Hidalgo y Alicia Fernández que sitúan su aportación en la biografía del artista y su producción pictórica, así como en la sociedad en que se desenvuelve. El tono general evocativo, anecdótico y realista dibuja su evolución y a lo largo de sus intervenciones Pedro Salaberri, con maneras suaves y vocación reflexiva nos cuenta sus motivaciones y objetivos. Quiero dar las gracias a los autores del libro, que no sólo aceptaron esta cita con la colección Conversaciones con artistas navarros, sino que han logrado con su trabajo, ilustrarnos sobre algunos de los conceptos que atraviesan el acontecer artístico navarro de comienzos del siglo XXI. Espero que el público encuentre en este libro un lugar para el sosiego y la belleza que, me consta, es uno de los más claros deseos que lo animan.

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Manuel Hidalgo (Pamplona, 1953) Novelista, guionista, periodista, columnista y crítico de cine. Autor de las novelas “El pecador impecable” (1986), “Azucena, que juega al tenis” (1988), “Olé” (1991), “La infanta baila” (1997) y “Días de agosto” (2000). Ha publicado también obras como “El hombre malo estaba allí” (2001) y “Cuentos pendientes” (2003), entre otras. Ha escrito libros sobre Luis G. Berlanga, Fernando Fernán Gómez, Carlos Saura y Francisco Rabal, así como el argumento de “A mulher do próximo” (José Fonseca e Costa, 1988, Colón de Oro del Festival de Huelva) y los guiones de “Una mujer bajo la lluvia” (Gerardo Vera, 1992), “Grandes ocasiones” (Felipe Vega, 1997), “El portero” (Gonzalo Suárez, 2000, Nominado al Goya al Mejor Guión Adaptado), “Nubes de verano” (Felipe Vega, 2004) y “Mujeres en el parque” (Felipe Vega, 2007). Su novela “Lo que el aire mueve” obtuvo el I Premio Logroño de Novela (2007)


Un lugar seguro Manuel Hidalgo

“Tú eres pintor”. No había cumplido los veinte años, y Salvador Beunza, uno de sus profesores en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, se lo dijo:”Tú eres pintor”. El chico que copiaba tebeos durante las horas muertas en las aulas de las Escuelas Públicas de la calle Compañía dio un respingo. ¿Pintor? El hijo del molinero que cultivaba una huerta y del ama de casa que cosía y lavaba, tenía afición a dibujar. Aprendiz de delineante y maca (recadero) de una farmacia, había terminado sus estudios más elementales y trabajaba, como sus cinco hermanos mayores, desde muy pequeño, apenas con catorce años. A los trece, ganó un concurso con un dibujito, y el padre, a punto de morir de cáncer en un hospital, se puso muy contento. Contentísimo. Nadie se puso tan contento como el padre, que se lo contaba a todos los enfermos del hospital: “mi hijo, el pequeño, ha ganado un concurso con un dibujo”. Fue un empujón, tal vez secreto y desapercibido, la alegría del padre enfermo. ”Tú eres pintor”, le dijo más tarde Salvador Beunza. La pintura. Pedro Salaberri empezó a comprender: “La pintura. Ese era el mundo en el que yo quería vivir”. ¿DÓNDE ESTÁ EL HOMBRE? Desde el principio fue la montaña. Los primeros cuadros geométricos del aprendiz de delineante duraron poco. Los montes le esperaban cuando salía al campo con sus amigos y sus hermanos. La Naturaleza como religión, tras la crisis de las ideas religiosas. La Naturaleza, frente a la Ciudad. Lo Bueno, frente a lo Malo. La ascensión como esfuerzo espiritual. Quería contar eso. Le salían masas planas, manchas planas. Otras veces, un puntillismo uniforme. ¿Y dónde está el Hombre? La pintura tenía que ser trascendente, intemporal. El tiempo desgasta. Las personas concretas son anécdotas. “Yo quería pintar el Ser, algo que sirviera para siempre”. Pero en una obra primeriza, un hombre sentado, silueteado, entrevisto, ocupa el centro del cuadro, mínimo ante lo inmenso del paisaje. El pintor escribe: “En esta atmósfera inexplicable habita una figura que en medio del paisaje recuerda, vive y espera”. El Hombre, no hay que perder al Hombre. Un peligro.

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LA DESAPARICIÓN DE LAS PERSONAS. En un corro de amigos, la pequeña Rita, apenas un bebé, hija de Miguel y Ana, ocupa el centro. ¡Qué bonita es! Los ríos, los montes, los árboles siempre están ahí. Dan permanencia a la pintura. ¿Y Rita? ¡Tan hermosa! También es preciso pintar a Rita, no perder a las personas. “Siempre he pintado queriendo ofrecer un lugar al que ir a vivir. Vivir en los cuadros. Crear un ámbito de quietud, sosiego y belleza. Protector. Decía que las personas eran los espectadores del cuadro, los que iban a ir hacia él. Pero me di cuenta de que era un camino malo. También tenían que estar las personas dentro de los cuadros. Son muy importantes. Somos en la medida en que nos reconocemos en los demás. Si no, no somos. ¡Qué sería de nosotros si nadie nos quisiera, si nadie nos llamara por nuestro nombre…”. El pintor se ha mantenido alerta ante el peligro de desaparición de las personas de sus cuadros. A veces veladas, fantasmagóricas, transparentadas, en la sombra, acaban por estar. “Un lugar sin intenciones”. La superioridad de la Naturaleza, el paraíso de los románticos. El espacio balsámico, regenerador. El silencio que elimina los ruidos interiores. El pintor montañero que ama el monte y el campo. “La Naturaleza es un lugar sin intenciones. El río y el árbol simplemente están ahí. No hace frío o calor para algo: hace frío o calor sin más. La Ciudad tiene intenciones. Construimos la Ciudad, organizamos la Ciudad para esto o para lo otro”. El pintor ama la Naturaleza, va a su encuentro una y otra vez, pero se sabe urbano. “Al caserío más bello del mundo yo no me iría a vivir”. El pintor se da cuenta de que tiene que hablar de la ciudad en la que vive. “Gauguin se va a las islas y nos grita desde allí: venid, es lo mejor. No, déjanos en paz, vívelo tú, y punto. Yo voy al monte, pero sé que, por encima de todo, soy urbano”.

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CONVIVIR. La ciudad nueva sufre embates de desprestigio. Está deshumanizada, es sólo para dormir, es el espacio del poder, del dinero, de la tecnología. No es verdad. “Tenemos que querer a la ciudad nueva, pues vivimos en ella. No podemos instalar en nuestra casa una ventana estupenda, que se abre y se cierra dándole a un botón, y luego pintar sólo el campo. O la ciudad vieja. Si vives con lo nuevo, lo nuevo tiene que actuar sobre ti, sobre tu pintura. Si no, estás en la nostalgia. Y nostalgia es fervor caído: ya no crees en la vida, que es presente, y lloras por lo pasado y lo perdido”. Al principio, el pintor se vuelca en la ciudad nueva. Quiere festejar la obra civil, ciudadana. Se rebela contra la mentalidad del turista añejo que sólo visita la arquitectura de la Iglesia, la obra de los prelados, los príncipes y los nobles. “Soy ciudadano, quiero hablar de la tarea de los ciudadanos. Quiero reivindicar la ciudad nueva. Tenemos que quererla y cuidarla”. Y así lo hace en sus cuadros, pero también percibe que ama la ciudad vieja, que le nutre, más allá de creencias y nostalgias, espiritualmente. Y la Pamplona vieja, de la catedral y de las torres, aparece en su pintura. “Hay que hacer convivir lo antiguo y lo moderno”. “Estoy del lado de la alegría”. La memoria dicta un recuerdo de un Salaberri apagado en sus principios. Verdes y azules oscuros. Después, poco a poco, más luz, más color. El pintor reconoce una mayor circunspección al comienzo, un empeño por ser serio y grave. El prestigio de la seriedad para hacerse valer. Los rasgos oscuros de una época oscura y de una juventud desazonada en un mundo en blanco y negro: primeras películas y televisión en blanco y negro. Una explicación cultural: “Ser colorista me parecía una frivolidad”. Dicho con distancia e ironía. Una explicación más técnica: “Siempre he pintado a partir de las fotografías que hago, y durante muchos años esas fotos fueron en blanco y negro”. Lo cierto es que los colores vivos, arriesgados, incluso peligrosos, van ganando terreno. Se extienden. “Los colores aparecen cuando siento que ya decido sobre mi vida. No estoy dispuesto a abandonarme a la melancolía, a la nostalgia. No voy a colaborar con la tristeza. Estoy del lado de la alegría y de la risa. El amarillo, el rojo o el naranja me alegran la vida. Estoy del lado de la vida”. MISTERIO, LUZ Y COLOR. Un aura de misterio invade sin imponerse la pintura de Salaberri. No es ostensible, no está impuesto para ser visto jugando a que no está. Pero está. A la larga, está. “Los chinos dicen algo parecido a esto: “La forma hace lo visible, lo invisible le da valor”. Yo no quiero copiar el mundo, quiero ampliarlo. O, como dice Pedro Manterola: “hay que vivir acrecentando la conciencia”. Un paisaje produce otro paisaje. En ese salto está el misterio”. El pintor capta una luz en el monte, en el campo, en la calle. ¿El disfrute y el mérito están en reproducir esa luz o en crear otra? “La luz que pones es la buena. El cuadro tiene sus propias leyes. Aquello es el Pirineo –te dice-, y éste soy yo: mírame a mí, dame lo que necesito, lo que tú ahora necesitas. Esa luz que inventas en el estudio, escuchando al cuadro, es la buena”. El dibujo, la luz, el color, la textura, el motivo. ¿Con qué se divierte más el pintor? “Con el color, sin duda. El dibujo es muy importante, te va a dar la estructura que va a hacer posible o no la convivencia de los colores. Pero con lo que yo disfruto más es con el color. Con los colores mando, muchas o pocas, las emociones”.

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CONQUISTA DE LA LIBERTAD. En los comienzos, el peso de una formación que empuja a ayudar, a intervenir, a mejorar el mundo. “Pensábamos: el mundo nos está esperando para que nosotros lo cambiemos”. ¿Cómo habrían de ser los cuadros que cambiaran el mundo? El tiempo va dando la respuesta: buenos, bellos. “He perdido la faceta de querer convencer a nadie de nada. Como ciudadano, tengo mis ideas y mis obligaciones. Como pintor, no siento más obligaciones que hacer lo mío cada vez mejor. Entonces me relajo, me siento más libre. Me vale con que la gente disfrute de mis cuadros desde su forma de ser y desde su conocimiento. Tampoco quiero contar mi vida a quienes ven mis cuadros. Quiero, sencillamente, que vayan a ellos”. DESCANSO. Ir hacia el cuadro, dialogar con el cuadro, estar en el cuadro. El pintor ha tenido una experiencia de la belleza, y nos invita a compartirla. Estuvo en un lugar hermoso, y ahora el espectador puede viajar hasta él con la pintura. “Pinto cuadros para ir a vivir a ellos, digo. Y también quiero que eso mismo esté al alcance de quienes los contemplan. Pero no de un modo definitivo. Sería pretender demasiado. Entra, mira, quédate un rato. Pero no tienes que quedarte para siempre. No creas que has llegado a ninguna parte. Después de descansar, sigue tu camino”. POESÍA. El pintor piensa que la pintura, como la vida, sin poesía no es nada. Gil de Biedma, Kavafis, Saint-John Perse, Gil Albert. Otros. Lecturas de poetas nutrientes. Salaberri puede recitar versos de corrido. Versos que se le han quedado muy adentro. Llegó a escribirlos, alguna vez, en la superficie de sus propios óleos. Atisbos de poemas, de aforismos, palabras claras y escogidas escritas por él mismo, a lo largo del tiempo, en sus propios catálogos. Aquí o allí, casi un haiku. “Cositas, sí”. Tal vez darían para una pequeña recopilación. De Kavafis, unos versos con huella persistente. Versos que hablan de la delicia y el perfume de su vida, de la memoria de esos momentos en los que el poeta retuvo el placer tal y como lo deseaba para él, que odió los goces y los amores rutinarios. El pintor recela ahora de algunos de esos conceptos. “No sólo el placer y su recuerdo son la delicia y el perfume de la vida. Yo quiero vivirlo todo. También el dolor. Y el dolor de los otros. Estar con los otros estén como estén”. EL DOLOR. Una pintura tranquila, remansada, pacificadora. Sosiego, plenitud, bálsamo. ¿Y la experiencia del dolor? El pintor, interpelado, recuerda la muerte de su gran amigo, el pintor Mariano Royo. Esa fue una intensa experiencia del dolor. Y quiso pintarlo. Un óleo con Mari Carmen (su mujer), Ignacio Aranaz (su amigo) y Mariano. ¿Y Mariano?, se titulaba el cuadro. Porque Mariano aparecía desdibujado, con los rasgos diluidos. Una presencia borrosa en la dolorosa ausencia nítida del amigo. Otro día, en aquellas fechas de sufrimiento, el pintor cogió su coche y fue a buscar un rincón que contuviera la desolación que sentía en aquel momento. Lo encontró, inopinadamente, junto al río Urrobi, llegando a Burguete desde Aoiz. De la orilla oscura, tituló el cuadro. Unos troncos cortados en la sombra…Cuadros que no ha enseñado, o apenas. “Nunca he querido abandonarme al dolor. No voy a colaborar con la desgracia ni con la violencia. Ni a recrearme. No le voy a dar cancha al dolor”.

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IDEALIZAR. La belleza está en las cosas. Y si no está, se pone. Se busca y se encuentra. Si no, se añade. Porque la idea de la belleza está en nuestra mirada y en nuestra cabeza. El pintor tiene una idea de la belleza. Con esa idea, idealiza. Con esa idea, destila la experiencia. Completa, mejora. Mejora para mejorar. Mejorarse, mejorarnos. Una merienda en el campo puede ser una experiencia maravillosa. Pero también puede haber mosquitos. O mal olor. Demasiado frío, demasiado calor. Lluvia molesta e inoportuna En el cuadro quedará lo que la voluntad del pintor ha escogido. O ha añadido. “Idealizo voluntariamente. Decido, elijo. No me siento cronista, ni denunciante de la realidad. Si hay basura, yo cojo una escoba y barro. Pero no pinto la basura”. “Mi patria es mi imaginación”. La pintura es, en buena parte, una actividad mental. Se vive una experiencia para trabajar sobre el lienzo con su recuerdo. Se pasa la tarde en una playa, pero no se pinta exactamente ni la tarde ni la playa. Se pinta su recuerdo, y se agrega no lo que tenían la hora y el lugar cuando estabas en él, sino lo que tú tienes contigo cuando ya no estás allí. “Paso más rato en mi estudio pintando un monte que en el propio monte. No me interesa la inmediatez. No quiero estar sometido a la Naturaleza. En el estudio, pulo, me demoro, acabo sin prisas…”. El pintor no pinta en el exterior sino dentro de su intimidad. La intimidad le revela lo que la cosa era. “En el espacio mental propio es donde aflora, mediante el recuerdo, la esencia de un lugar o de una experiencia. La imaginación es, al fin, el agente decisivo. Mi patria es mi imaginación. Si tengo alguna patria es ésa”. IRREALIDAD Y ABSTRACCIÓN. La obra de Pedro Salaberri ofrece dos caminos: ir hacia la realidad que el lienzo evoca o ir hacia la atmósfera irreal que el cuadro sugiere. El espectador opta por completar mentalmente una posibilidad de figuración y de representación realistas o por indagar lejos de la realidad en un territorio de abstracción. La tensión entre lo real y lo irreal es fuerte en los cuadros del pintor. El aprendiz de delineante esconde un latido geométrico que le conduce a las puertas de la abstracción. La ladera o la fachada solicitan el rescate de sus trazos y rugosidades o se abandonan a su condición de plana mancha de color. “Estoy a caballo muchas veces, sí, entre lo real y lo irreal. Transformo, quito y pongo tanto, según me conviene y me apetece, que estoy a punto de llegar a la abstracción”. “Un cuadro es una presencia”. Vivimos tiempos de bombardeo de lo visual. Pero las imágenes concretas pasan deprisa, son efímeras y fugitivas. No permanecen. Los anuncios, las imágenes de la televisión o del cine, corren ante nuestros ojos. Las fotografías de una revista o de un periódico nos aportan la imagen de una realidad, pero no tienen realidad por sí mismas. Las abandonamos, las desechamos. Sólo podemos recordarlas, en el mejor de los casos, entre miles. El cuadro está ahí con toda su realidad. “El cuadro es una presencia. La pintura es un balneario para la mirada, y a ello contribuye su misma entidad física. Yo construyo el cuadro con sus capas, sus intersticios, su grosor, sus sutilezas… El óleo es algo físico, matérico. Cómo aplicar la pintura sobre la tela es algo muy importante. El cuadro es una presencia que actúa sobre ti cada vez que lo miras. No te da mera información. Si sólo te da información, es poco lo que te da. Si miras un cuadro y, una vez visto, ya no lo ves más, eso es un fracaso de la pintura”.

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EL OJO IMPACIENTE. Ritmo rápido de vida, consumo rápido de imágenes. Vida e imágenes fragmentadas. Lo fragmentario, lo sincopado, lo vertiginoso. Ojos ejercitados para la rapidez. Ojos que no entienden lo que no entienden a la primera. Ojos ávidos, ojos impacientes. Dime ya lo que me tengas que decir, dicen los ojos. Ojos que ven, pero no miran. Ni escuchan. Ni se molestan en averiguar. ¿Malos tiempos para la pintura? “Quisiera que mis cuadros fueran una buena compañía. El cuadro está para ti, y tú tienes que saber estar para él. El cuadro será una buena compañía para ti si tú le acompañas también a él. Mucha gente va a las exposiciones para entretenerse. Es respetable, pero el conocimiento es otra cosa. No es entretenerse, ni estar informado. Hay que saber pararse ante las cosas, y disfrutar. No es verdad que cuanto más vemos, más sabemos. No es obligatorio verlo todo. Al revés, empieza a ser obligatorio perderse muchas cosas para disfrutar y aprender de las cosas que podamos ver con calma, aunque sean pocas”. El ojo educado para la información no está educado para la contemplación, el placer y el conocimiento. El ojo que sólo ansía recibir cada vez recibe menos, aunque vea más. EMOCIÓN Y RAZÓN. Pedro Salaberri puede parecer, a veces, frío, reservado, introvertido. Y, otras veces, se le descubre vital, activo, reidor. La armonía impregna su pintura como desenlace, se diría, de un cálculo. O de un combate de la contención contra el exceso. “Tengo emociones, claro que sí. Parezco muy estable, pero he tenido fluctuaciones espirituales muy fuertes y tengo nervios interiores importantes. Lo que sé es que no debo abandonarme a las emociones. Abandonarse a las emociones es el camino más corto hacia la destrucción. Ahora bien, la razón a palo seco te marchita, te acartona. La emoción y la razón tienen que convivir. Lo he querido explicar un poco en el cuadro Mark Rothko y Peter Halley (2005). Uno, más espiritual. Otro, más reglado. Todo tiene que convivir. No debes ser ni un tipo frío y calculador ni un romántico que no considera sus actos y se deja llevar hasta el extremo”. “Soy un apagafuegos”. La importancia de la convivencia de los contrarios en la obra de Salaberri: la Naturaleza y lo urbano, la Ciudad vieja y la Ciudad Nueva, lo real y lo ideal, la representación y la abstracción, la razón y la emoción. Y más. ¿Y en la vida? “Tiendo a ser un apafuegos, alguien que intenta que haya concordia. Si estoy en una reunión, y se da un enfrentamiento, un mal rollo o una situación violenta, procuro hacer algo para que eso se acabe, para que todos podamos estar en el mismo espacio sin que nadie zarandee a nadie. Creo que me sale bien mediar, hacer de nexo de unión entre personas diversas. Distender, conciliar. No soporto las situaciones violentas. Si no puedo rebajarlas, eliminarlas, me voy”.

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LA MINIMIZACIÓN DE LA PINCELADA. La pincelada parece contener en la pintura la fuerza y la idiosincrasia de cualquier pintor. Los cuadros de Salaberri, a primera vista, se presentan huérfanos de pincelada. “La pincelada está, pero no se nota”. No se nota, no. Predominio de la masa plana, del dibujo, del color. “Es que la pincelada es el gesto que delata al yo: aquí estoy, me expreso, me dejo llevar, saco el tormento y la furia. Vivo, padezco, fijaos. ¡Escuchadme! Pero yo no quiero imponerme ni gritar. No quiero proclamar que estoy construyendo algo que exija atención. Las pinceladas están en mis cuadros, pero son sutiles. No quiero que me impongan ni que me griten. No quiero imponer ni gritar”. PERO HUBO PINCELADAS. Hubo, ha habido -¿habrá?- momentos y tramos de trazo más acusado, enérgico y energético. ¿Cézanne? “Había llegado a algo demasiado reduccionista: cielo y monte, dos colores. Callejón sin salida. Demasiado rigor y contención. Rigidez. La razón me atenazaba. Y me solté. Estuvo bien, pero me fui aplacando. Si se pinta de un modo, es que se vive de ese modo. Si te haces notar en el cuadro es que te haces notar en la vida. ¿Una copa? ¡Cuatro copas!”. EL RIESGO DE LA PERFECCIÓN. Tampoco hay que pulir demasiado. Sequedad. Hay que saber fallar, dejarse llevar. Pero lo justo. “Hay que dejar que el cuadro se vaya un poco de ti. No hay que tensar demasiado el afán de perfección. Es como con los hijos o con tu mujer. Hay que saber dejar pinceladas sueltas, alguna vez. No ser tan preciso, tan exacto. Hay que saber encontrar vías de fuga, variantes: en vez de discutir, sirve el café o haz una caricia. La magia está en algo más inaprensible y desapercibido. No hay que imponer al cuadro todo tu orden como no hay que imponer a las personas con las que convives todas tus leyes. Hay que saber callar, irte, dejarlo. Ya me has dicho todo lo que me tenías que decir, no me lo repitas, no me dés otra pincelada. Déjalo, déjame, vete. O acércate por otro sitio”.

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EL ANCLAJE. Pedro Salaberri es un pintor de su ciudad, Pamplona. Anclado en la ciudad. Volcado en la ciudad. Respirando en la ciudad. La Historia del Arte nos habla de artistas que emigraron de su cuna: en busca del gran lugar cosmopolita o en busca de una vida errática permanente que se supone enriquecedora. Salaberri se ha quedado en Pamplona. Ha hecho de su ciudad algo nuclear. “Viajar me produce intranquilidad. No controlo, no domino el territorio. ¿Es obligatorio viajar? ¡No! Mi vida es un hilo, y, si viajo, se rompe. No me importaría poco menos que teletransportarme, aparecer, zás, en Roma, en Chicago, en Tokio. Pero no me gustan los días previos al viaje, los nervios, la inquietud, y si pierdo el avión… He viajado poco, pero mucho más de lo que mi naturaleza me permite”. La ciudad, Pamplona, le ha dado lo suyo y el pintor ha dado lo suyo a la ciudad. “Cada cual tiene que poder hacer todo lo suyo en su ciudad: ser feliz, ser persona, desarrollarse donde ha nacido. Es verdad, también, que mi decisión de quedarme en Pamplona es defensiva. El exterior me ataca. Aquí me siento protegido: familia, amigos, casa, las calles que me amparan. Tengo que hacer más hermosa la ciudad en la que nací y en la que vivo”. “Haz tú que pasen cosas”. El pintor escuchó los cantos de sirena: vete, aquí no pasa nada. Todo pasa en Nueva York. “¿Todo el mundo tiene que irse a Nueva York? ¿El que no se va a Nueva York es una mierda?”. Pamplona no es Nueva York, pero todas las ciudades del mundo que no son Nueva York tampoco son Nueva York. Pongamos comillas donde proceda. ¿Entonces? “Y si yo me voy, y mis hermanos no se van, ¿eso quiere decir que van a tener una vida incompleta?”. La vida tiene que ser completa en el lugar donde vives: tú tienes que completar tu vida, tienes que completar tu lugar. Trabajar en él, sí, y por él, también. “Hay gente que dice: aquí no pasa nada. ¡Mentira! ¡No pasa nada en tu cabeza!”. El pintor se enfada como nunca. “Pasan muchas cosas. Hay gente a la que he oído decir que aquí no pasa nada y a la que jamás he visto en un concierto, en una exposición, en un teatro, en un cine. ¡Aquí pasan muchas cosas! De todos modos, si no pasaran, ház tú que pasen. ¿Hay que ir allá o más allá para ver lo que pasa? ¡Claro que pasan cosas interesantes fuera de Pamplona, y hay que ir a verlas si se puede! Pero hagamos también cosas interesantes aquí, y que vengan a verlas los demás. Me acuerdo de Kavafis: “No busques otra ciudad. No la hay. La vida que aquí perdiste, la has destruido en toda la tierra”. Más o menos, la cita. “No hay que ser espectador. ¡Actúa! ¿No hay nada que hacer? ¡Coge una escoba y barre!”. La escoba, barrer, otra vez.

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LA RUTINA. “Mi vida es un hilo”, dice el pintor. El hilo de cada día, el hilo que enhebra los días, los meses y los años. Madrugador. A veces, a las seis de la mañana, en la cocina. Desayunar. Recoger la casa, lo que toque. Hacia las 8, desde Mutilva, con Mari Carmen, que trabaja, hacia Pamplona. El estudio, alargado –como era el de Zapatería-, con balcón a la Plaza del Castillo. Cuadros propios, muchos cuadros de otros. Una habitación para mostrar la obra a clientes. Pocos fetiches. Piedras en grupos de siete, si acaso. Que todo haya quedado en orden en la casa. Que Mari Carmen y los chicos, Pablo y Andrés, estén bien. Que todo esté en orden en el estudio. La paleta, limpia, sin rastros del día anterior. Empezar de nuevo cada día. Despejado, tranquilo, sin ruidos. Dispuesto a inventar algo. Música de fondo. De todo: clásica, ópera, rock, folk, según. “Ahora puedo ver qué pasa con los cuadros que estoy pintando”. Hacia las diez y pico, un café y un pincho. Trabajo, después, hasta la una y media. A casa, entonces, más o menos. Ayudar en la comida familiar. Siesta de butacón. A las cuatro y media, en el estudio. “A ver qué pasa”, otra vez. ¿Necesidades? Agua, chocolatinas, caramelos. Una manzana, a media tarde. A las siete o siete y media, pasa Mari Carmen. O no. En cualquier caso, un paseo para seguir descubriendo las calles de la ciudad, una exposición, un concierto, una película, un teatro. Algo. A casa. Cenar. Dormir pronto. Poco, seis horas. “La noche me inquieta. Anticipo problemas, le doy vueltas en la cama a cosas que luego ya no existen con la luz del día”. Leer, sobre todo, con el despertar anticipado de la mañana. “Necesito esta rutina, el tiempo igual a sí mismo. Como dice Pedro Manterola: ¿acontecimientos?, ¡los mínimos! No quiero que nada extraordinario, bueno o -¡menos aún!- malo, rompa mi línea mental. Necesito del orden externo e interno para pintar. En el Zen, en el tiro con arco, se dice que el occidental apunta con la flecha para que impacte en la diana. El zen te dice: haz todo bien previamente, coloca adecuadamente los pies, apóyate, estira el arco, sitúa correctamente los codos…Y cuando todo está bien, ¡la flecha va! Eso es lo que yo procuro: hacer todo bien de antemano para que la flecha de la pintura vaya hacia la diana”. ¿Cuántos cuadros pintados así a lo largo de los años? “¿Unos dos mil?”. URGENCIA DE PINTAR. “He pintado mucho. Ya no tengo la urgencia de pintar, no estoy ansioso por pintar”. Quizá por ello, en la casa de Mutilva, casi nunca pinta. “La casa es ella (Mari Carmen, su mujer). El jardín es ella. Yo soy más urbano, aunque estoy muy bien en la casa. En el silencio. Si alguien hace una tortilla, se oye el batir de los huevos”. En la casa con jardín de la periferia no se trabaja. Se está, se vive, se convive. “A veces, hago una acuarelita, un dibujito, nada. No me suele apetecer”. Tampoco está pendiente de la pintura cuando está por ahí. Puede llevar un cuaderno, apuntar una idea para que no se olvide. Poca cosa. Distinto es cuando sale al monte o viaja a otra ciudad. Entonces, sí. “Llevo la cámara de fotos como si fuera de caza. Pero las fotos que hago no tienen pretensiones. Son instrumentales, imágenes que capturo como mapas para un cuadro que luego pintaré”.

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DISCRECIÓN DE LA FIRMA. La firma de Salaberri apenas se ve en sus cuadros. Está, pero cuesta encontrarla. No destaca, no se impone. “Al principio creo que ni firmaba, por aquello –ideas de entonces- de que mi obra era de todos, ¡del Pueblo! Hoy no emplearía esa palabra, Pueblo, ni muerto. Aquellas ideas tenían un componente mesiánico. Hay muchas sociedades dentro de la sociedad”. Salaberri firma en la parte inferior del cuadro, a la derecha, mayúsculas de fino trazo, cuando la pintura está todavía fresca, con punta seca. Casi ni se ve. “Entiendo que la firma tiene un valor, que es una exigencia del mercado. Vale. Pero si yo pinto para que el espectador tenga en el cuadro una experiencia de la belleza, me parece una imposición intolerable que tenga que estar viendo a la vez SALABERRI. Como si yo quisiera decir: ¡oye, que esto lo he hecho yo! Lo he hecho yo, sí, pero ahora se trata de que tú disfrutes del cuadro y te olvides de mí. Hay algunas firmas excesivamente prepotentes”. Sí, y hay también modestia, discreción, sigilo, en la ostentación de la autoría. El pintor se manifiesta en el cuadro, no en la firma.

ENTIDAD DEL COMPROMISO. El pintor ha vivido en épocas de gran intensidad y trepidación políticas. A los artistas se les pedía –pide- tomar partido, se les solicitaba como instrumento de acción política. Arte comprometido, el compromiso del arte, arte político. ¿Qué hacer? “Todo eso no lo he vivido bien. No me sentía cómodo tanto si daba un paso como si no lo daba. He estado en cosas, he atendido cosas. Pero no estaba seguro. Intuía que los líos y los reclamos eran circunstanciales, pero que mi trabajo no era circunstancial. Lo que yo quería contar con mi pintura no tenía que ver con lo que pasaba. Tampoco soy combativo ni tengo la convicción de disponer de verdades útiles y necesarias para los demás. Voy cambiando, tengo opiniones, y, si se requiere mi opinión, la doy. Pero ni tengo carnés ni debo pedir carnés a los que ven mi pintura. La luna que pinto, ¿es de derechas o de izquierdas?, ¿para quién sale? Siempre pensaba que mi pintura debía tener una naturaleza curativa, que nos salvara de ruidos, padecimientos, de las barbaridades que nos decimos, de la dificultad de vivir juntos. Ese es mi compromiso. Comprendo que eso puede poner la pintura un poco fuera de la realidad, pero a la realidad le conviene tener algún lugar al que ir para salirse de sí misma, para descansar de sí misma”. El pintor, al fin, ha optado por lo duradero, por lo perenne. Ha terminado por darnos algo que nos sirve a todos en todo momento. Ha sabido sostener la mirada. Y, por ello, el propio pintor y su pintura permanecen.

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DESPRENDERSE DEL CUADRO. El músico conserva su composición en la partitura o en el disco. El escritor conserva sus palabras en el manuscrito y en la copia de su libro. La música y la literatura, por ejemplo, pasan a ser de todos, pero su creador no las pierde. Sin embargo, el cuadro es obra única. Cuando se vende, se aleja del pintor. Se va. “Siempre hay cuadros que te da pena vender. Pero lo normal es que te alegres de que se los quieran llevar. Eso quiere decir que gusta lo que haces. Los cuadros crean amistades. Quienes aprecian tus cuadros hasta el punto de quererlos tener consigo, te aprecian a ti. Eso lo notas, y te quita la pena. Además, cada cuadro que se va es, por el dinero que recibes, el que te permite pintar otro, seguir pintando. Entonces estableces una relación amable, agradecida, con el cuadro que se va. Y, si está en buenas manos, en buena compañía, pues estará bien. Hay otros cuadros que te guardas sin saber muy bien el porqué. A veces, separo cuadros para mis hijos. Tengo la convicción de que moriré, como es normal, antes que ellos, y quiero dejarles algo. Si tienen algún valor, será una especie de herencia. ¿Qué harán con ellos?, ¿para qué les servirán? Eso ya no es cosa mía”. EL ENCARGO. El artista trabaja para sí mismo y para los otros. Se complace en su propia obra, pero sabe que su obra tiene un destinatario fuera de él. ¿Cómo establecer un equilibrio de intereses? Gustarse, gustar. ¿Es lo mismo? El éxito razonable –gustar- trae el encargo, sin descontar que conocer el gusto del destinatario puede orientar, desapercibidamente, el propio gusto. “Al principio, llevaba mal el encargo: perder libertad, sospecha de perseguir el dinero. Un día dices: ¿y Velázquez, no trabajaba por encargo? Nadie te pide nada que no sepas hacer o que no vayas a hacer a tu modo. El encargo me ha parecido muy legítimo, y siempre pongo una condición: si no te gusta, no te lo quedas. Yo no me fuerzo, y el cliente no se fuerza. El encargo te quita el endiosamiento de decir: déjame en paz, soy el artista, soy yo por encima de todo. Eso tampoco es bueno. Ha habido trabajos de ilustración de libros o de escenografía teatral, por ejemplo, que agradezco mucho. Me han sacado de mis manías, he aprendido a pensar con otros y para otros. Eso es bueno y formativo. Soy alguien que también quiere ser útil para los demás”. “Tú nunca regalas nada”. Se lo dijo un día Pedro Manterola: “tú nunca regalas nada”. Ahí puede radicar la moral del pintor, el sutil balance entre ser fiel a sí mismo y complacer a los demás. La medida, el tono exactos. “Hay cosas que tú sabes que pueden funcionar mejor, ser más efectivas en un cuadro. Pero yo busco la contención. No forzar el aprecio, no halagar a toda costa, no gustar cueste lo que cueste. Quiero gustar, por supuesto, pero no a cualquier precio. Javier Manzanos me dijo también: no eres nada complaciente. ¡Pero si he querido gustar! Lo que sucede es que no pongo más de lo justo, de lo necesario para que el cuadro respire para mí”.

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UN RUMIANTE. El pintor escucha siempre con mucha atención. También mira atentamente. No es impulsivo en sus gestos, ni brusco en sus reacciones, ni está impaciente por dar sus opiniones. Parece que todo lo sopesa y lo medita con lentitud. El rumiante es el animal que vuelve a masticar por segunda vez el alimento que ya ha ingerido. Salaberri aparece, en presente, como alguien que rumia sus impresiones y sus ideas. Toda su pintura aparece, en la larga horquilla del tiempo transcurrido, como el fruto de una pausada metabolización, de un aplazamiento en el que las cosas reaparecen, se agregan, se transforman. “¿Rumiante? Puede ser. Una vez me pasó, hacia los 30 años, que pasé por un lugar que ya había pintado y me entró un miedo tremendo: ¿no se me ocurre nada nuevo? Pinté un cuadro, y resultó totalmente diferente al que había pintado. Yo era el mismo, pero también era otro. Me habían pasado cosas, había pensado sobre las cosas. Yo he dado muchas vueltas en círculo. Pasas por el mismo sitio, pero descubres cosas nuevas. Descubres que las cosas no se agotan. No puede ser que cada día inventemos algo nuevo, otro mundo. Yo tengo que seguir encontrando cosas en la vida que vivo, no en otra vida que no tengo. A veces he dicho, medio en broma, que, para cambiar de pintura, yo tendría que cambiar de familia…”. LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS. Familia, amigos, ciudad. Los círculos concéntricos que han dado estabilidad personal al pintor y a su pintura. Los círculos concéntricos que le han centrado y han dado centralidad a su pintura. “A ciertas horas de la tarde, Pamplona es un talismán”, titula el pintor uno de sus lienzos. Pamplona, cabe pensar, ha sido a la larga, siempre –no sólo a ciertas horas- un talismán para el pintor. Le ha dado el necesario prodigio de la estabilidad. Con la familia y los amigos, con los afectos persistentes y las conversaciones que, con unos y con otros, se prolongan desde hace muchos años. “Necesito el equilibrio. Tengo que aquietar un espíritu más alterado de lo que parece. El equilibrio es fruto de un esfuerzo propio y de la colaboración de los otros”. SIN ARREBATOS. El pintor ofrece, diga lo que diga, una imagen apacible, sosegada, acogedora, en paz. “Pues he hecho chandríos y he dado patadas como cualquiera. Es verdad que me cuesta mucho enfadarme, pero, si me enfado, lo mejor es tomar distancia de mí”. ¿Toma el pintor distancia de las cosas para preservar su equilibrio? “No. No es cuestión de distancia. Ni de frialdad. Se trata de que la Razón juegue su papel cuando es necesario. Sé que no debo gritar ni excitarme. Ni en mi vida ni en mis cuadros. Hay personas arrebatadoras hoy que mañana ya cansan, resultan insufribles. Para durar no hay que estomagar. Hay quien no conociéndome puede pensar que soy serio. Demasiadas risas locas al lado me cansan. Pero si hay que hacer el tonto con la guitarra, soy el primero. Aunque hay que tener cuidado de que no te adjudiquen el papel del gracioso. No soy brillante, ni quiero serlo todo el rato. No soy de correr, yo ando. ¿Voy a llegar a menos sitios? Puede. Pero voy a llegar”.

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LA ETIQUETA. Aquel artículo de José María Moreno Galván, en “Triunfo”, en abril de 1970 –Salaberri tenía 23 años y todavía no había expuesto individualmente-, creó la definición, la etiqueta, el cliché, el pasaporte: la Escuela de Pamplona. Sigue vigente, es cita obligada. Funcionó como credencial. Funciona. “Bueno, eso ahí está. Y es verdad que responde a algo. Tuvimos muchos intereses comunes, éramos pintores montañeros y amantes de la Naturaleza, nos caracterizaba cierta falta de énfasis, un tono mesurado, éramos amigos. Juan Manuel Bonet, el comisario, o Enrique Andrés Pérez, el crítico, lo han visto muy bien con ocasión de la exposición “Silencios” en Baluarte. Ahí estamos, y ahora hay gente nueva detrás que sigue la misma estela. Al ver esa exposición, un amigo me dijo: ahora más que entonces me parece que hay una Escuela de Pamplona. Y creo que es verdad. Entre los de antes y los de ahora, hay algo homogéneo y potente”. LA MUERTE Y LA VIDA: LA PINTURA. Conversando con el pintor surge, aquí y allá, la Muerte. La idea de la Muerte, la realidad de la Muerte, la presencia de la Muerte. Pero la Muerte lleva enseguida a la Pintura y a la Vida. “No entiendo la Muerte. No la puedo pintar. Sé que está ahí, y que vamos hacia ella. La pintura me hace vivir con intensidad. La pintura es la Vida. La pintura me hace pensar, querer, mirar. Me tiene en funcionamiento. Sé que la Vida se va, que lo que antes era el futuro es ya el presente. Pero no quiero dejar que la Vida se pase sin que yo la note. Eso es la pintura: notar la Vida”. Y hacer que permanezca.

Post Scriptum. Quiero ser breve sólo para justificar el título. He intentado hacer un autorretrato del pintor y de su obra mediante el espejo de la conversación y las palabras. Parece ser que nuestra primera charla data de 1973. Le hice una entrevista para la radio que no se grabó. Hubo que repetirla. Desde entonces, muchas conversaciones. Todas grabadas en la memoria y en el corazón. En la experiencia de la amistad interrumpida y reanudada por el capricho del tiempo y las circunstancias. En el estudio de la calle Zapatería, en sus casas, en la calle, en un encuentro en el campo, en un bar, en las tardes teatrales del verano, en el “hall” de un cine. Pedro Salaberri es un tipo enjuto, breve de volumen. Podría ser el campesino perfecto en una película sobre la Edad Media, un monje más –con sus rasgos toscos- de la abadía de “El nombre de la rosa”. Puede pasar desapercibido. Ser el perfecto desapercibido. Doméstico, salir en zapatillas a la calle. Tan discreto y carente de ostentación. Pero hay algo muy importante: cuando aparece, cuando está, uno tiene la sensación de estar en un lugar seguro. Uno puede confiarse, acogerse a él. Como a su pintura. M.H.

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Alicia Fernández (Bilbao, 1962) Historiadora, Crítica de arte y Comisaria de Exposiciones independiente. Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Valladolid y en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, desde 1995 ha desarrollado una amplia trayectoria como crítica de arte colaborando periódicamente en diversos medios de comunicación escritos, entre otros: El Correo, Periódico Bilbao y ABCD las Artes y las Letras. También es colaboradora habitual de revistas especializadas como Arte y Parte y Descubrir el Arte, además de ser autora de numerosos artículos y monografías sobre artistas contemporáneos como la del escultor navarro Angel Garraza (BBK, 2006). Desde su creación en 2001 es comisaría de "GETXOARTE" y dirige desde 1998 el programa de artistas vascos contemporáneos itinerante por Vizcaya "Bosteko". Entre otras exposiciones ha comisariado "La imagen de la mujer. Una mirada distinta" (Museo de Bellas Artes de Alava, 2003), "Paisajes Pintados" (Baluarte. Pamplona, 2004), "Síntesis. 15 años de Becas Endesa" (Madrid, 2005), "Claves contemporáneas, en la Colección Artium" (Fundación Caja Navarra. Pamplona, 2006).


Discreta armonía Alicia Fernández

Puede que la emoción sea un sentimiento contenido. Sin embargo, cuando una imagen es capaz de motivarla se obtienen sensaciones infinitamente agradables. Algo parecido sucede al contemplar las pinturas de Pedro Salaberri, empeñado en la búsqueda de la belleza a través de la emoción. Lleva en ello toda la vida y, a estas alturas, me consta que seguirá fiel a ese compromiso, aunque tal vez con más fuerza, con el impulso ganado año tras año, día tras día fortalecido con el conocimiento acumulado en el taller, lo que ha dado como resultado una larga trayectoria pictórica reconocida profesionalmente. Desde luego que seguirá el camino pactado con el arte y con la pintura, pero con la claridad de posiciones que otorga la experiencia a los corredores de fondo como él. Cuantos le conocen aprecian su fe en la pintura, su voluntad firme y rigurosa en el trabajo, traducida en una amplia producción en la que se aprecia un gran afecto por Navarra y en especial por su ciudad natal, Pamplona. El trabajo de Pedro Salaberri es asociado generalmente a la representación de las manifestaciones esenciales de la naturaleza. Además, su obra está indiscutiblemente ligada a la vida y en particular a las personas queridas. Sus escenas, que desde época temprana determinaron los temas recurrentes en su pintura, trasladan al espectador a pequeñas historias de paisajes solitarios, de esos lugares naturales que tantas veces han servido para construir sus cuadros. La pintura ha sido y es, en palabras de Salaberri, su “camino de conocimiento y la forma de entender el mundo y de entenderme en él”. Este libro recoge una selección de obras representativas de su carrera, entre las que figuran composiciones que son auténticos iconos de su trabajo, y en sus páginas se muestra un extenso recorrido a lo largo de bastantes años de permanencia y dedicación al arte, afortunadamente sin interrupciones ni desvaríos. Más bien sucede lo contrario: la visión del conjunto aporta datos muy válidos acerca del desarrollo de constantes que sobreviven al frenético vaivén de las modas y de los cambios habituales en otras trayectorias artísticas. Quienes se acercan a su obra reconocen en ella las virtudes de un buen hacer pictórico con un estilo propio y encuentran como claves fundamentales la belleza, el silencio, la armonía, la quietud, la serenidad... Cualidades de una intensa sensibilidad que hacen de su pintura un ejercicio intemporal con marcados acentos personales.

Cuadrados. 1968. Óleo sobre madera. 100 x 100 cm.

Tríptico. 1968. Óleo sobre madera. 50 x 100 cm.

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Entregándose a un mundo habitado y tratando de aprehenderlo con gran voluntad y mucha generosidad en el mirar, inmerso de lleno en su trabajo, comprometido y riguroso, Pedro Salaberri puede incluirse entre quienes hacen de la pintura un ejercicio interior, entre los que la practican con un guión pactado que en su caso se articula por el equilibrio entre la razón y la emoción. Algo que para el artista se convierte en un reto cargado de obstáculos, difícil de lograr pero no imposible. Pasados los años se encuentran las razones que revalidan su apuesta. También las opciones que le parecieron interesantes y que, en cada momento, supo aprovechar para construir el andamiaje de su lenguaje desde la figuración. Pero una figuración utilizada como herramienta que nos recuerda que la naturaleza está ahí delante para ser descubierta día a día. Y así su obra, intimista, trata de revelarnos el mundo, a sus seres y lugares, en un proyecto en el que confluyen estrechamente la vida y la obra del artista. Ambos caminos conviven de un modo natural, consiguiendo una complicidad que se extiende a través de diferentes ventanas abiertas al paisaje natural, al ámbito urbano y a la figura o al retrato. Primeros pasos Entre ramas. 1975. Óleo sobre lienzo. 146 x 114 cm.

Pedro Salaberri nació en Pamplona el 1 de mayo de 1947 en la calle Tejería, “una de esas calles empedradas, antiguas, que parten de La Estafeta para deslizarse en suave pendiente hacia los confines de la ciudad vieja”, como escribió Ignacio Aranaz1. Es el menor de seis hijos de Eusebia Zunzarren y Estanislao Salaberri, de profesión molinero. Su padre tenía cierto temperamento artístico y entre los recuerdos infantiles de Pedro se encuentra la alegría que le daba verle dibujar y su entusiasmo cuando, con tan sólo trece años, le concedieron un premio en un concurso de dibujo. El artista siente hoy su pérdida, pues falleció con cincuenta y nueve años, cuando Pedro tenía catorce, y no pudo compartir con él sus progresos. Dadas sus aptitudes innatas con el dibujo, en la enseñanza primaria se limitaba simplemente a leer las asignaturas para poder salir del paso y dedicaba el resto del tiempo a copiar tebeos y otras láminas que agudizaron su sentido de la observación. De esta temprana vocación surgió la necesidad de ampliar sus conocimientos y con doce o trece años asistió a clases de dibujo lineal en una academia de Pamplona. Fue el profesor de la academia quien, notando las habilidades dibujísticas del joven, le recomendó a un estudio de arquitectura, donde, con catorce años, comenzó a trabajar. A partir de ahí encaminó sus pasos hacia la delineación. Pensando en estudiar materias que le sirvieran en este trabajo, estudió álgebra. Cuando se aprendió de memoria todas las operaciones del libro, se dio cuenta de que le importaba muy poco esa disciplina pues sus verdaderos intereses le inclinaban hacia la pintura.

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Las lecturas y el dibujo eran las dos preferencias del muchacho en esos años en que “todavía lo artístico no formaba parte de mi vida cotidiana”, como el propio Pedro Salaberri escribió al comienzo de su texto sobre el también pintor navarro Jesús Basiano2, en el que repasa los recuerdos de su infancia respecto al oficio de pintor y de lo que era la pintura: “o por lo menos, lo que por ella entendían prácticamente todas las personas que conocía pues era común, donde yo me movía, decir que los artistas eran ‘un poco raros’ o incluso con amable condescendencia que ‘estaban chalados”. Se les consideraba ese tipo de gente que pierde el tiempo en ensoñaciones, atenta a cosas sin fundamento como son el entender y disfrutar de todo lo que nos rodea, del tiempo que pasa y de los sentimientos que nos mueven, sin darse cuenta al parecer de que “de eso no se come”. Así era entonces, los años 50 estaban llenos de dificultades y penurias económicas para la gran mayoría de la sociedad. “La verdad [continúa Salaberri] es que cuando era niño los tiempos no eran fáciles en mi casa, ni en las de mis vecinos, ni en general en la ciudad. Eso abonaba el terreno para que se entendiera que lo útil y bueno era trabajar en algo que diera dinero seguro. Así, el arte era algo marginal de lo que se podía prescindir”.

Gongólaz. 1975. Óleo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

Hecho. 1975. Óleo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

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De la Escuela al grupo En 1965 se matricula en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona y durante esos años compagina el trabajo con los estudios de dibujo y pintura, en horario de tarde. Allí tuvo como profesor de dibujo a Salvador Beunza, quien el primer año que le dio clases ya vio en él a un pintor, lo que sorprendió al joven aprendiz de artista. Recibió también el magisterio de José María Ascunce en las clases de pintura y de Isabel Baquedano, una pintora excepcional que para él y para otros muchos se convirtió en la mejor guía de la modernidad pictórica de aquellos momentos, abriéndoles el camino hacia lo más novedoso del arte que se hacía fuera de la provincia, frente a las posiciones académicas imperantes. Con su apoyo incluso lograron organizar en la Sala Abril de Madrid, en 1971, una exposición de compañeros de clase, con Mariano Royo, Luis Garrido, Pello Azketa y el propio Salaberri.

Transparentes. 1976. Óleo sobre lienzo. 27 x 35 cm.

Transparentes. 1976. Óleo sobre lienzo. 30 x 60 cm.

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Aquellos años fueron muy intensos de experiencias y, como recuerda Salaberri, en las aulas de la escuela se mezclaban las personas: “allí encontré profesores y amigos que entendían que la asignatura era la vida y, desde entonces, la pintura camina conmigo3”. En la escuela la enseñanza era académica, se dibujaba mucho de copias de escayola, no había modelos desnudos, se aprendía a pintar el color y la forma. La información era muy escasa, apenas existían libros de consulta y el aprendizaje transcurría según los intereses personales de cada alumno. En aquel tiempo el joven concretó al menos una parte de sus inquietudes plásticas, compartidas con un grupo generacional muy interesante de artistas navarros formado por Mariano Royo, Juan José Aquerreta, Luis Garrido, Pello Azketa, Joaquín Resano, Pedro Osés y Xabier Morrás. Todos ellos formaron en 1968 el contexto de lo que José María Moreno Galván denominó la Escuela de Pamplona en uno de sus artículos, seguidos con gran interés, de la revista “Triunfo”, publicado el 4 de abril de 1970. El crítico de arte madrileño visitó Pamplona en marzo por invitación de Mª Angeles Otamendi, que entonces dirigía la Sala de Cultura de la Caja de Ahorros de Navarra, y con la que colaboraba Xavier Morrás organizando exposiciones y actividades en el espacio de la calle Mártires de la Patria (actual Castillo de Maya). Ha sido Ignacio Aranaz4 quien mejor ha descrito este encuentro: “Moreno Galván había estado en Leyre y en Sangüesa con ellos, y había estado en La Servicial Vinícola y otras tabernas saludables de ciudad vieja, había visto la obra de Morrás y los cuadros de varios de ellos en aquellas remotas buhardillas del casco viejo que daban la idea de la libertad juvenil con mayor precisión que todas las teorías de Marcuse. Y encontró a Pamplona tan tradicional como otras ciudades viejas, pero menos agobiante que Toledo o Ávila, menos encerrada en sí misma”.


Razón no le faltaba porque alguna militancia especial se palpaba en la ciudad que dos años más tarde acogería los memorables “Encuentros de Pamplona”, celebrados en 1972 durante la última semana de junio o, lo que es lo mismo, la anterior a San Fermín, con el consiguiente ambiente festivo previo a las famosas fiestas. En Pamplona se vivió una intensa y participativa experiencia colectiva en la que se dieron cita primeras figuras de la vanguardia internacional y nacional, como John Cage, liderados por el compositor Luis de Pablo y el escultor y pintor José Luis Alexanco desde la organización, y con la financiación de la familia Huarte. En estos encuentros Pedro Salaberri participó dentro de la exposición Arte vasco actual, comisariada por el crítico Santiago Amón y celebrada en el Museo de Navarra. Montañeros. 1977. Óleo sobre lienzo. 81 x 100 cm.

El caso es que Moreno Galván veía como ideólogo de la Escuela de Pamplona a Morrás, recién llegado de su estancia de tres años en Londres con una beca de la Diputación, y en el citado artículo lo mencionaba junto a las obras de Osés y Aquerreta, que habían pintado juntos los cuadros sobre fotografías de los sucesos de Mayo del 68. También se refería a Salaberri, advirtiendo en él la sencillez con la que transcribía “el paso sencillo de la vida por los hombres”, su discurso limpio y algunos de sus paisajes de fondo, “por donde se sospechaba que el pintor huiría en un futuro menos dictatorial y más libre”. Posteriores reflexiones sobre la denominada Escuela de Pamplona han concluido en la inexistencia de una “escuela” como tal y con todo lo que el término implica, pues “nunca hubo voluntad de formar grupo, ni de querer decir las mismas cosas”, como describe el propio Salaberri en el catálogo publicado con motivo de la exposición que sobre dicho grupo organizó en 1995, en el Planetario de Pamplona primero y en el Museo Gustavo de Maeztu de Estella después. No obstante, el artista señala que “se daban unas circunstancias nacionales y locales muy presionantes que intervinieron en nuestra formación y determinaron una actitud parecida en algunos aspectos. Vivíamos en una dictadura y ya no se podía respirar. Era preciso abrir las ventanas... y encontramos en la pintura un espacio donde ejercer una libertad que se nos negaba”. Además de la vinculación de todos ellos a la ciudad y a la Escuela de Artes y Oficios, estaban unidos por la juventud, pues ninguno sobrepasaba los veintiocho años, por las carencias económicas y por “la sensación de que la pintura podía cambiar las cosas para mejorarlas y la ausencia en nuestro entorno de una tradición pictórica de la que nos sintiéramos deudores. Pensábamos que lo artístico no era más que nuestra propia experiencia convertida en estética y que la belleza no está en las cosas sino en la consideración que tenemos de ellas. Hay muchas formas de ser pintor y nosotros quisimos serlo haciendo que la pintura sirviera para dignificar nuestra vida cotidiana”.

Transparente. 1977. Óleo sobre lienzo. 46 x 38 cm.

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No obstante, si eludimos la oportunidad o no del concepto “escuela” podemos encontrar el acierto que tuvo el crítico madrileño cuando, como muy bien explica Pedro Manterola5, apreció “la aparición en la ciudad de Pamplona, tras una década de excepcional importancia para su transformación económica y social, de una nueva generación de pintores que proclamaban con sus obras la renovación, igualmente necesaria, de las ideas y los gustos artísticos”. Precisamente en esa capacidad para ofrecer imágenes renovadas a través de nuevos medios reside la verdadera significación de la denominada escuela. Para Salaberri la persona de referencia en las aulas de Artes y Oficios fue Pedro Osés, que colaboraba con la primera revista de rock nacional, pero hecha en Navarra, Disco Exprés, llevaba años pintando y había vivido en París los sucesos de Mayo del 68. También frecuentó el ambiente musical moderno del Disco Club 29, donde llegó a exponer algunos de sus primeros cuadros, y realizó su primera visita al Museo del Prado gracias a un viaje a Madrid organizado por el profesor José María Ascunce, que también los llevó a Barcelona. Por entonces Salaberri trabajaba cercano a los cánones del “pop art”, un lenguaje bastante común en aquellos momentos incipientes, y que pronto abandonaría hacia una vertiente más realista. “Cuando en 1971 realizamos la exposición de la Sala Abril de Madrid, Azketa propuso una frase para el catálogo que decía: ‘Creemos en la necesidad de una pintura vivida’. ¡Eso era lo que pintábamos! Yo pintaba a mi mujer Mari Carmen, a su hermana, a la familia, a los obreros, etc. Vivíamos en una dictadura y pintar era un acto reivindicativo y había algo

El paseante solitario. 1981. Óleo sobre lienzo. 70 x 150 cm.

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de realismo social porque queríamos pintar lo que nos pasaba en la vida cotidiana”. Ese mismo año contrajo matrimonio con Mª Carmen Pueyo, que será la cómplice de toda su carrera y la madre de sus dos hijos: Pablo (1975) y Andrés (1979). Refiriéndose a ella comenta el pintor: “siempre pienso que cuando apareció en mi vida, desapareció la soledad”. A esos momentos corresponden sus retratos familiares y algunas escenas de trabajadores urbanos. “Pero enseguida cambié de temas porque sentía la necesidad de concentrarme en la intimidad, en ser menos anecdótico, menos narrativo. Percibía una sensación muy intensa de la existencia y comencé a plantearme preguntas sobre el papel del hombre en el universo. Yo intuía que quería contar cosas que tuviesen que ver mucho conmigo. Me interesaba algo que fuese más trascendente, como lo que realmente le pasaba al ser humano. No me resignaba a ser un simple cronista de la realidad del mundo. Este cruce de intereses se mezclaba con que pertenecíamos un poco a la generación hippy y volvíamos la mirada hacia la naturaleza, en donde creíamos que estaban las respuestas”. Canal de agua azul. 1976. Óleo sobre madera. 60 x 81 cm.

Hacia la naturaleza En poco tiempo comenzó la búsqueda de paisajes en la naturaleza, ayudado por su afición montañera. “Empecé muy joven a ir al monte, con mis hermanos Antonio y Vicente, y luego se convirtió en una estupenda afición. En mi cuadrilla todos éramos montañeros y era muy importante subir montes para buscar en la naturaleza la pureza y la belleza. Pedro Manterola lo llamó la naturaleza curativa, la naturaleza que te regenera, que te limpia”. Razón tenía el crítico6 cuando manifestaba que los paisajes de Salaberri “no son para vivir, sino para contemplar desde fuera. Se ofrecen como remedios contra la enfermedad cotidiana, que no es la ciudad misma, sino la desespiritualización, la deshumanización de la cultura contemporánea que la civilización expresa tan precisamente. Son paisajes para mirar y curar”. Piedras rojas, agua blanca. 1976. Óleo / madera. 60 x 81 cm.

Desde esta posición plantea las obras reunidas en su primera individual, en 1973, en la Sala de Cultura de la Caja de Ahorros de Navarra de la calle Castillo de Maya de Pamplona. Y no es casualidad que en el tríptico de la misma Salaberri declare su devoción por la naturaleza y por encontrar en ella “una atmósfera inexplicable” en la que “habita una figura que en medio del paisaje recuerda, vive y espera7”, una figura que evidentemente es su autorretrato. Con motivo de esta muestra se publicó también la primera crítica sobre su pintura. “Recuerdo perfectamente que era domingo por la mañana cuando la leí en el Diario de Navarra. Fue algo importantísimo para mí y más tarde tuve ocasión de conocerle en persona”. El autor del artículo, el historiador, crítico y también pintor Pedro Manterola8, “fue determinante para muchos

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artistas porque era entonces la persona más informada que conocíamos y tuvimos la suerte de contar con su amistad”. Otros artistas navarros coinciden en destacar ese magisterio voluntario que el profesor, y actual director de la Fundación Museo Jorge Oteiza de Alzuza, ha ejercido en favor de la experiencia artística, del conocimiento y la difusión del acontecimiento estético y cuya influencia y repercusiones todavía no han sido suficientemente valoradas. Fue sin duda su talento y aventajada intuición la que apreció los valores de la pintura del joven Salaberri y el cuidado con el que trabajaba cada superficie, “considerando el color y su resonancia en el contexto general del cuadro” y destacando que ya entonces elaboraba una “pintura unitaria de concepto y estilo”. Una “pintura respetuosa consigo misma. Virtuosa, desde el punto de vista artesano y desde el moral. Intimista. Misteriosa. Llena de profundas sugerencias humanas, concretándose en un mundo real e irreal al mismo tiempo. Un paisaje humanístico. A punto de cristalizar. Un mundo silencioso. Soñado”.

Reloj rojo. 1977. Óleo sobre lienzo. 114 x 146 cm.

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En ese 1973 gana el primer premio del Certamen de Pintura Ciudad de Pamplona. Unos meses más tarde expone en la Casa Fray Diego de Estella y en la Sala Besaya de Santander, donde escribió la siguiente dedicatoria: “Para los que, como a mí, les gusta oír el ruido de la hierba al crecer”, una declaración de intenciones sobre el espíritu que afloraba en sus paisajes. Retomará aquí también la primera crítica que le había escrito el año anterior Pedro Manterola, quien acierta al ver “el artista que va creciendo en él y en cada obra. La aventura del pintor, desvelarnos y desvelarse. Un mundo a veces bellísimo... Y también una pintura que debe plantear grandes problemas en el futuro. Seguramente se trata de una obra que ha de desarrollarse a costa de una gran exigencia personal. La personalidad y el humanismo más que el talento”. Al año siguiente celebra su primera individual en la Sala Amadís de Madrid, cuando la dirigía Juan Antonio Aguirre. Conocerá allí a Fefa Seiquer, que le invita a participar en una próxima colectiva en su galería madrileña y que será su galerista en la capital. Por entonces, y cuando expone en 1975 en la galería Atenas de Zaragoza, su obra habla de silencio y serenidad. “Hay un acercamiento más magicista a la naturaleza [explica el artista], buscaba el consuelo, la calma que proporciona el poder mágico de la vida y es que siempre me ha interesado que las cosas tengan un poco de magia, de poesía. Es una etapa un poco de extrañezas”. Dos años más tarde expone individualmente en la galería Seiquer, repitiendo la cita en seis ocasiones —la última tuvo lugar en 1995—. Esta regularidad dio sus frutos en el reconocimiento crítico fuera de Pamplona y entre los profesionales del medio artístico madrileño. Para la ocasión presentó cuadros que estaban organizados más desde la geometría, intentando siempre estructurar y equilibrar las formas.”Probablemente esa tendencia al orden combinado de las partes ha sido una constante y una tendencia natural en todo mi trabajo. Aunque las obras sean diferentes siempre he querido mantener el equilibrio, los cuadros están muy construidos, hay figuras pero todo está ordenado. Es, sin duda, la corriente vertebradora más notoria de toda mi obra. En algún momento después pinté lienzos más expresionistas pero no llegué a conseguir resultados satisfactorios. Aunque sean situaciones opuestas siempre pretendo hacer que convivan, que se relacionen entre ellas sin nada que las separe bruscamente”.

Lakarri. 1978. Óleo sobre lienzo. 90 x 10 cm.

En Bilbao expone en 1977 en la galería Aritza y en Pamplona en la Ciudadela en 1979, cuando de nuevo Pedro Manterola advirtió que sus paisajes resultaban “extrañamente reales o irreales en la medida en que, aún representando parajes identificables (esta es una constante en la pintura de Salaberri), parecen estar adornados de una indefinible calidad mágica, de un encanto poético y militante a favor de la soledad y el silencio”9.

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Presencias. 1979. Óleo sobre madera. 35 x 50 cm.

Salaberri comienza con gran fuerza la década de los 80. Expone en la Sala García Castañón de Pamplona y, con Mariano Royo, pinta los cuadros para lo que sería la guardería del Club de Tenis de Pamplona. Juntos colaboran además con el arquitecto Manuel Sagastume en la elección de los colores del edificio. En 1982 expone pinturas en Windsor de Bilbao y en Alsasua y dibujos en la Sala Conde Rodezno de Pamplona. Tras pasar en 1983 por su tercera cita en Seiquer de Madrid, Salaberri participa en ARTEDER en Bilbao con un stand individual. En 1984, casi a la vez que exponía de nuevo en los Pabellones de Arte de la Ciudadela, obtuvo el premio de honor de la VI Bienal de Arte Plásticas de Vitoria. San Sebastián, Pamplona, Vitoria se intercalan en su camino hasta la muestra de 1987 en la galería Altxerri de San Sebastián con una buena serie de paisajes, entre ellos algunos del Pirineo. De esos momentos Salaberri recuerda “la sensación de pintar demasiado deprisa porque eran unos tiempos bastante movidos, de aceleración, con distintos trabajos a la vez. Lo mismo estaba pintando el cuadro La naturaleza imita al cine para el hall del cine Golem de Pamplona, junto a los carteles de las puertas de los servicios, que escribía un texto sobre “la representación de lo masculino y lo femenino” para el Congreso de Psicoanálisis o me embarcaba en el comisariado de la exposición Agur Hemingway y en el diseño del catálogo de Hoy (Cinco pintores navarros), entre otras cosas. Al año siguiente continuará con esa intensa y frenética actividad y colaborando en distintas exposiciones colectivas. Lo más destacado será la realización del cuadro La orilla clara para el hall del Hospital de Navarra. El cuadro representa un tronco bañado por el sol y su reflejo en el agua, y es el contrapunto a un conjunto de pinturas producidas tras el fallecimiento de su amigo Mariano Royo en las que los troncos cortados y el color oscuro predominante, hablan de un tiempo de tribulación. También en 1988 expuso en Tudela, en la galería de arte María Forcada, mostrando por primera vez sus pinturas de las Bardenas, territorio que descubrió ese año de excursión con unos amigos. Embarcado en mil tareas, en 1989 escribió el texto sobre Basiano, lo que le exigió un gran esfuerzo de estudio y revisión de la obra del pintor navarro.

La vida. 1979. Óleo sobre madera. 122 x 100 cm.

Por esos años su trabajo ya es una referencia en la escena navarra y su presencia es requerida en colectivas, como la de “Artistas Vascos” que se organiza en la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao, o la de “Pintores vascos contemporáneos en el Museo de Bellas Artes de Álava”, celebrada en la Sala Amárica de Vitoria. En lo individual vuelve a exponer en Pamplona en la Sala García Castañón. En la década de los noventa, tras participar en la exposición inaugural del Museo de Navarra y en distintas colectivas de artistas navarros, Pedro Salaberri muestra a finales de año un grupo de

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pinturas en la Galería Seiquer, en la que es su tercera individual en la sala madrileña. En 1992 lleva sus cuadros a la galería Ederti de Bilbao y a la Sala Independencia de Vitoria. Al año siguiente, en 1993, invitado por Manuel Blasco, arquitecto de la Parroquia de San Juan Bautista en el barrio de Lourdes de Tudela, realiza nueve cuadros: 7 para el ciclo de la Creación y dos del hombre y la mujer. También se producen sus muestras individuales en Tafalla, Tudela y de nuevo en García Castañón. En marzo de 1994 organiza la exposición de homenaje al escultor Alfredo Sada en la Sala García Castañón de Pamplona. Por encargo de Manuel Blasco realiza el mural de la Caja de Ahorros de Navarra en Torres del Río. Vuelve a exponer en Bilbao, en la galería Ederti, hasta que en 1995 el Museo Gustavo de Maeztu en Estella —“donde siempre me he sentido muy a gusto”— le organiza una importante exposición. A ese año también pertenece la realización de la escenografía de Cossi fan tutte, cuyo director de escena fue Ignacio Aranaz.

Desnudo. 1980. Óleo sobre lienzo. 81 x 122 cm.

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En adelante Salaberri mantiene una activa presencia pública en distintas ciudades, con la presentación de sucesivas citas en Pamplona, Estella, Bilbao, Vitoria y San Sebastián, entre otras. En 1997 expone en la Sala Juan Bravo de Caja Navarra en Madrid y en 2000 en el Museo Bonnat de Bayona, en 2003 y 2006 en el Espacio Marzana de Bilbao y en 2004 regresa a Madrid para ocupar el espacio de la galería Muelle 27 con una pintura “serenamente emocionante”, como la describió Santos Amestoy10, donde “se trata de alcanzar cierta síntesis del pensamiento y la imaginación; de producir ciertas determinaciones del espacio y el tiempo y propiciar un reconocimiento en el espíritu”. La exposición más reciente llenó —en el otoño del 2006— las salas del Pabellón de Mixtos de la Ciudadela de Pamplona con la muestra La pintura, desde la emoción´. Últimamente ha participado en la colectiva de veintidós pintores navarros titulada Silencios por su comisario Juan Manuel Bonet11, quien destaca en Salaberri “su capacidad para conciliar geometría –que nunca frialdad– y poesía, para hacer una pintura extremadamente sintética y limpia de forma, pero también de alma, de espíritu, me recuerda la del “nabi” Félix Valloton o la de Alex Katz, dos pintores que me consta él admira”. En paralelo Para Salaberri la pintura es un motivo de reflexión y una forma de interrogarse sobre su situación en el mundo. También lo es para el desarrollo de una importante actividad creadora en otras disciplinas, como la ilustración, las escenografías teatrales, las colaboraciones con arquitectos, la redacción de textos sobre otros artistas o el comisariado de exposiciones. “Todas esas actividades han sido ‘afluentes’ del río de la pintura. Porque digamos que nunca me he dedicado con exclusividad a ellas. Cualquier disciplina necesita de una dedicación absoluta y he trabajado en otros campos siempre en paralelo a la actividad pictórica”.

Carmen. 1982. Óleo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

Reconoce sin embargo que estas experiencias “paralelas” le han aportado un buen número de conocimientos. “Para mí, todo es un continuo conocimiento. En la elaboración de las escenografías leo la obra y hablo con el director de escena para tratar de conseguir un resultado adecuado al tema. Procuro ser lo más profesional posible, aunque sé que el teatro pide más tiempo del que le he podido dedicar”. Ha concebido escenografías para óperas y obras teatrales, colaborando con la Escuela Navarra de Teatro en diversas ocasiones, como en la puesta en escena de El gabinete del Dr. Caligari (1989). Entre otras, ha intervenido en Los cuernos de Don Friolera de Valle Inclán, dirigida por Valentín Redin, Cosi fan tutte de Mozart, Sabina de Chris Dolan, La extraña pareja de Neil Simon y

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El traje nuevo del emperador. “La creación de escenografías me ha enseñado mucho, ha sido un gran fuente de experiencias para aprender. Por ejemplo el ritmo narrativo del teatro te hace ver que todo actúa sobre el espectador y el escenógrafo va creando una determinada atmósfera, según las escenas, mediante llamadas de atención. Esta lógica de comportamiento me ha servido para el montaje de mis exposiciones y de otras muestras colectivas que he realizado porque es muy importante saber cómo se debe exponer un cuadro al público para que pueda ser bien contemplado. Es como un museo: debería decirte cosas casi desde la puerta de entrada. Es muy interesante que se establezca un ritmo narrativo que indique cómo se cuentan las cosas. He aprendido también aspectos muy importantes relacionados con el espacio, la luz, las dimensiones, el ambiente, etc.”. Respecto a las colaboraciones con arquitectos, para el artista son “hermosos retos” a los que se enfrenta con las mismas preocupaciones y planteamientos que estructuran su pintura, analizando al detalle las distintas partes que intervienen: los espacios, el lugar, el color, la luz, las texturas, los materiales, los planos y volúmenes, etc. Su trabajo como delineante en un estudio de arquitectura le ha facilitado el camino en este tipo de actuaciones. “Mi experiencia de muchos años trabajando en la delineación me ha servido para calcular la superficie, para controlar los espacios y la elección del color y de cómo se comporta. En mi pintura hay imágenes que se pueden trasladar con cierta facilidad a otras superficies. Creo que hay que adaptarse a los encargos y conseguir los mejores resultados de la combinación entre la arquitectura y la pintura”. En los primeros Cines Golem de la avenida de Bayona, en Pamplona, obra del arquitecto Javier Portillo, “coordiné todos los colores de las salas, de las paredes, suelos, etc., y esta experiencia supuso un gran aliciente. Quería que el hall fuese muy luminoso y trabajé con el color amarillo, dorado, en cada sala establecí distintas atmósferas, potenciando la pantalla, el escenario, etc. Para mí el color siempre ha sido muy importante. Hace muchos años, invitado por Fernando Redón di una charla en la Escuela de Arquitectura de Pamplona sobre el sentido y el papel del color en la arquitectura”. Río domesticado. 1980. Óleo sobre madera. 122 x 81 cm.

Además del trabajo en el Club Tenis de Pamplona, ya citado, recientemente ha coordinado el color de las fachadas de unas viviendas adosadas en Mutilva Baja del arquitecto Javier Torrens, una fila de treinta casas iguales en las que plantea una alternancia de colores en secuencia rítmica de forma que rompan la uniformidad.

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En 2003 realizó el bajorrelieve exterior de los muros de hormigón del Civican de Pamplona. “Siempre intento relacionar lo que hago con lo que le rodea; en este caso en el encofrado está enclavado el dibujo representando las siluetas de los montes que circundan el edificio”. Una propuesta que también representa el entorno de la ciudad ha sido la que recorre la Sala de Bodas Civiles de la Nueva Audiencia de Pamplona de 1995, compuesta por diecisiete cuadros que actúan de modo simbólico. Desde la sala, cuando el espectador se gira puede contemplar la silueta real del contorno de Pamplona, el día es la ciudad nueva y la noche es la Pamplona antigua. Otros planteamientos de gran formato son los murales de gres para el interior de las piscinas de Ansoain, tres murales que reflejan la mañana, la tarde y la noche. La mañana es el paisaje de Ansoain con el sol, la tarde es la zona media y la noche es un paisaje de los Pirineos.

Collarada. 1983. Óleo sobre lienzo. 81 X 100 cm.

Son diversas las exposiciones que Pedro Salaberri ha organizado. Algunas memorables, como Agur Hemingway (1987), otras pensadas como revisiones históricas —es el caso de la celebrada en 1995 en el Museo Gustavo de Maeztu de Estella y en el Planetario de Pamplona sobre la Escuela de Pamplona—.También ha organizado muestras traducidas en homenajes a artistas navarros desaparecidos tempranamente y con los que él estaba muy unido emocionalmente: la del escultor Alfredo Sada y la del pintor Mariano Royo. Al primero, y gracias al conocimiento que poseía de su trabajo, le realizó la exposición homenaje celebrada en la Sala García Castañón (1994). Al segundo, con quien compartió estudio y muchas horas de trabajo, le dedicó una exposición completa sobre su obra, reuniendo sus mejores cuadros en la Sala García Castañón de Caja Navarra (2004). “En todas las exposiciones que he organizado sobre otros artistas hay mucha implicación personal. Me gusta meterme en líos, me hace pensar en la obra de los demás, en explicármela, en entenderla mejor y en disfrutarla más. Me gusta y me divierte salirme de la soledad del estudio. Es muy útil, no sólo intentar explicarte lo que haces tú sino comprender lo que hacen los demás. A mí me interesa mucho el trabajo de otros y las exposiciones son retos que me hacen pensar”. Sin descuidar su trabajo pictórico lo mismo ha diseñado la imagen gráfica de los Festivales de Navarra (1988) que ilustrado revistas como Pasajes y libros como, entre otros, Mundinovi. Gazeta de pasos perdidos, de Miguel Sánchez-Ostiz, o Pamplonario, de Ignacio Aranaz. También ha colaborado en prensa, y ha escrito poemas elementales y textos sobre su pintura y sobre otros artistas, desde Jesús Basiano a pintores muy cercanos a él como Mariano Royo, Luis Garrido, Pello Azketa, Miguel Leache, etc., con apreciaciones muy valiosas sobre sus obras. “Estoy convencido, de que mi pintura ha crecido gracias al esfuerzo que hago por entender la de los demás, lo mismo que cuando das clases debes analizar la obra de otros para saber más de ellos”.

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Del estudio Cuando todavía andaba estudiando en Artes y Oficios, Salaberri, junto con sus compañeros de clase Mariano Royo, Joaquín Resano y Luis Garrido, consiguieron un local parroquial en la calle San Agustín que les duró el tiempo suficiente para ensayar a ser artistas. Fue entonces cuando Mariano Royo y Pedro Salaberri alquilaron su primer estudio compartido, en la calle Navarrería, justo enfrente del Disco-club 29. Por ese bar —que programaba lo más moderno de la música europea— pasaban un buen número de protagonistas del ambiente local. Los jóvenes, que ya constituían una “pandilla artística, se dedicaron a cultivar, como era de prever, la resistencia cultural contra los ídolos de la Academia, contra los divinos de la vanguardia, contra todo lo que tuviese un discreto tufillo a establecido, sacaron el poder de la imaginación, hicieron un cóctel iconoclasta y se dedicaron a pintar furiosamente sin abandonar la postura elemental del movimiento hippie y su

A cierta hora de la tarde, Pamplona es un talismán. 1982. Óleo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

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vuelta a la naturaleza, a la sencillez, a la alegría de las cosas pequeñas que se han perdido en la gran ciudad: a lo auténtico12. Y lo auténtico era lo inmediato, lo carente de mixtificaciones, lo que no había sido tratado por las máquinas del progreso que convierten la vida en un sucedáneo, y por eso todos ellos subían al monte a respirar y a cansarse y a estar juntos en un esfuerzo, se dejaban la barba, se sentían de izquierdas...”.

La noche, la luna y yo. 1983. Óleo sobre lienzo. 73 x 60 cm.

Presencias. 1983. Óleo sobre lienzo. 38 x 55 cm.

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Más tarde, y durante muchos años, Salaberri, junto con su inseparable amigo Mariano Royo, instaló su taller en un segundo piso del número 44 de la calle Zapatería. En dicho estudio por las mañanas impartía clases de pintura, reservando las tardes para el trabajo solitario en el taller. “Este estudio, tan centrado en lo viejo de la ciudad, era el lugar asiduo para muchas almas errantes, aves de paso por una adolescencia mal digerida, para la juventud descubierta y para algunos instalados compradores de cuadros tocados de la curiosidad por conocer el estudio auténtico de dos pintores de una tacada13”. Después de atravesar un largo pasillo, al fondo a la derecha estaba el estudio de Mariano Royo y a la izquierda el de Salaberri, organizado con un orden, pero “no el orden establecido precisamente, el orden impuesto y coercitivo, sino ese otro orden que se ha ido construyendo con delicadeza y con sosiego desde una facultad del alma, un orden que ha ido creciendo desde dentro, que ha sabido esquivar múltiples llamadas o tentaciones que hubiesen desviado la trayectoria del pintor14”. En ese estudio, como en el de ahora, había “un rincón artificialmente esclarecido que sirve para que en ángulo recto, mirándose de soslayo, se hagan fuertes los dos cuadros que en ese momento está pintando. En la parte opuesta, un balcón permite controlar el ruido urbano y da una referencia aproximada del tiempo15”. En la actualidad su estudio mantiene las pautas de los anteriores y ocupa un primer piso de una vivienda con entrada por la calle Pozoblanco y vistas a la Plaza del Castillo. “Busco y quiero vivir el pálpito de la ciudad. Nací en el Casco Viejo y, aunque recorro a pie toda la ciudad, deseo mantener mi estudio en el centro de Pamplona para sentir los cambios, para ver a la gente y mezclarme con ella. Para mí es fundamental. Hay rincones verdaderamente muy queridos”. En su taller-estudio el pintor recibe con generosidad a sus visitas, a las que invita a disfrutar de la esencia y la serenidad estética de su pintura. Su carácter afable, dispuesto siempre a la conversación airosa, con notas de humor y leve ironía, su voz serena y su mirada apacible hacen que cada cita con él sea un encuentro agradable y sosegado, de esos en los que el paso del tiempo apenas se nota.


Síntesis esencial Salaberri realiza un ejercicio de absorción de ambientes y estructuras que luego recrea en los cuadros. “De cualquier lugar me interesa una atmósfera determinada, un espacio concreto y su recepción. Cómo me acoge en él, cómo me siento ante él. Me interesa la sensación del ambiente y la poética del momento pero quiero expresarlo con lo mínimo, con lo más concreto. Quiero crear una atmósfera en la que el espectador se sienta bien, pero esa atmósfera no debe llevar ningún tipo de adornos, de datos que distraigan la atención”. Javier Manzanos16, con motivo de su presentación en 2004 en Madrid, en la galería Muelle 27, describe las obras de Salaberri como “haikus”, pues “sus cuadros son poemas precisos que nos trasladan, con muy pocas palabras, a un momento de emoción”.

Belabarce - Esculturas. 1984. Óleo sobre lienzo. 81 x 100 cm.

En efecto, el pintor siente la necesidad de lograr una concepción sintética y esencial de la realidad, hasta conseguir una síntesis perfecta que parece simple pero que está llena de pequeñas complejidades. “Intento que mis composiciones sean aparentemente sencillas, pero a la vez hay en ellas mucha complejidad en la concepción. Entre dos manchas de color apenas existe una fina línea que las separa y hay muchas sutilezas en todas las imágenes, sucesivas capas de color hasta que encuentro el tono deseado. Algo que parece sencillo pero que lleva un gran esfuerzo detrás”. Con el tiempo la obra se hace cada vez más esencial pero también más compleja. “Quiero que sea más elemental, pero a la vez el proceso depurador que sigo tiene que ser más complejo, más sabio, más rico, sugeridor, evocador y emocionante... El modo de aplicar la materia pictórica, los tonos... Todo tiene que ser muy preciso. Por una parte mi trabajo parece sencillo y, por otra, quiero que sea algo que no se pueda agarrar del todo, que no se pueda ver de un vistazo, sino que aguante segundas lecturas”. El mensaje de sus cuadros es absolutamente esencial, básico y directo. “Se trata de activar las cosas. No trato de buscar la perfección y no descarto ninguna opción pero mi propuesta siempre ha sido: que en el cuadro todo tenga un lugar y que todo pueda convivir”. En esa convivencia siempre existe un intercambio y un diálogo, controlado por el artista, entre las partes presentes en el cuadro. “Siento la necesidad de exigirme la máxima precisión en cómo cuento las cosas. Sé que puedo decirlo bien, trabajar sin ninguna prisa y que la materia sea la precisa, la necesaria en cada espacio de la obra”.

Gongólaz (presencias). 1984. Óleo sobre lienzo. 162 x 130 cm.

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Para que Salaberri alcance la forma deseada han de sucederse largas sesiones de concentración y de estudio en las que no siempre se obtienen resultados satisfactorios. “Suelo detenerme mucho, observar durante largo tiempo y trabajar hasta que el cuadro y yo estamos pacificados, nos acompañamos bien y no tenemos conflictos. Entonces ya está la obra resuelta”. En proceso La solución de esas distancias entre la obra y el artista es lo que conforma una pintura. “Hasta que acabas un cuadro pasa mucho tiempo, hay veces que un cuadro lo guardo durante un largo periodo porque creo que tiene algo pero no lo tiene todo, no lo rompo porque creo que tiene alguna cualidad. Son cuadros con los que no estás contento. Con el paso del tiempo vuelvo a trabajar sobre él hasta conseguir lo deseado. En el caso de los retratos son difíciles de conseguir. Un retrato no puedes hacerlo todos los días. Como no salga en el primer intento hay que empezarlo de nuevo y desde el principio. Depende del talento que tengas para conseguir el gesto, la mirada...”.

Cactus azul. 1983. Óleo sobre lienzo. 61 x 46 cm.

En el proceso hay muchas idas y vueltas, se activan mecanismos y recursos que un artista debe conocer. “Mi funcionamiento es intuitivo. La experiencia aporta muchas estrategias y soluciones. Con las personas y las situaciones de la vida pasa igual. Con algunas no es posible un acercamiento, y ante determinadas circunstancias no sabes muy bien cómo continuar pero algo te incita a seguir hacia delante”. Lógicamente, cada paso está apoyado en un proceso en el que se conjuga de una parte lo racional y lo mental y de otra lo poético y lo emocional. “Cuando me pongo a pintar comienzo desde cero, porque quiero que cada día sea el primero de todos. Por supuesto que hay un gran poso que dan la experiencia y el conocimiento, pero intento mantener una sensación de inocencia ante la obra”.

Cactus negro. 1983. Óleo sobre lienzo. 114 x 146 cm.

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Entre la intuición y el concepto “‘Si dibujar es pensar’, estamos ante una pintura organizada racionalmente, regida desde el plano mental, constituida por un sistema de síntesis en el cual se superponen sutilmente franjas y, sobre todo, perfiles y volúmenes silueteados. Se establece un diálogo entre lo ideativo y lo sensual que recuerda a la pintura extremo-oriental, por su emoción y por su exquisitez17”.


El dibujo primero Si como dice Henri Focillon “la obra de arte es configuración del espacio, es forma”, en la pintura de Salaberri esa forma está definida por el dibujo y el color. El primero como estructura y el segundo como sentimiento. “Siempre digo que el color trasmite las emociones y el dibujo es la parte racional, el color es la emoción y el dibujo la razón. Para mí el color es fundamental, comienzo un cuadro y si el dibujo no está bien, lo voy modificando. Otras, en cambio, trabajo el dibujo mucho hasta crear la estructura y luego pinto sobre ella. No me pongo ninguna obligación, soy más intuitivo en los comienzos, no tengo prisa por terminar y paso mucho tiempo contemplando un cuadro durante su proceso. Siempre digo que la verdad es el ojo sin párpado, el ojo debe estar siempre abierto. Cuando el cuadro está listo para irme a vivir a él, entonces lo doy por finalizado”.

Pirineos. 1989. Óleo sobre lienzo. 114 X 195 cm.

Siendo un adolescente en la escuela, dibujaba sobre modelos de esculturas de escayola, y ya demostraba tener una habilidad natural en el manejo de la línea y del dibujo. “Con trece años iba a la academia de dibujo lineal y uno de los ejercicios era hacerlos a mano alzada. Cuando lo presenté, el profesor se enfadó mucho conmigo porque pensaba que había utilizado reglas y compases”. No es de extrañar que el dibujo haya sido y siga siendo unos de los pilares más sólidos de su pintura. “Mis primeros pasos están ligados al dibujo como delineante. Hacía cuadros geométricos y la línea era fundamental en todo mi trabajo. Y de hecho el arquitecto para quien trabajaba entendía perfectamente mis cuadros. Luego empecé a pintar más figurativo aunque tenía una idea imprecisa de lo que quería pintar. Yo me imaginaba los cuadros durante mucho tiempo antes de pintarlos, deseaba pintar la naturaleza pero no sabía muy bien cómo realizarlos hasta que empezaron a surgir cuadros de manchas planas, de volúmenes, cuadros con formas muy construidas que ya salían de mi intimidad, ya no respondían a voces externas sino que tenían que ver conmigo. Una de ellas era un cuadro de una claraboya que estaba en la exposición de los Encuentros. Fue la primera vez que me di cuenta de que estaba metiéndome por el camino que quería seguir. Luego realicé cuadros de masas planas que, contra mi creencia, en una exposición que hice junto a Mariano, Pello y Luis en la Sala de Cultura de Castillo de Maya tuvieron una interesante repercusión”. Las pautas más delicadas pueden describir momentos de gran sensibilidad en el empleo de la línea. “Casi siempre he pasado por el dibujo ocasionalmente, unas veces como bocetos de cuadros, otras para ilustrar un libro y sólo en muy escasas ocasiones he dibujado sin color y sin intenciones de ponerlo. Lo cierto es que tanto pasar a su lado he acabado encontrando alguno de sus numerosos atractivos y empiezo a disfrutar quedándome en él18”.

Cahirn. 1989. Óleo sobre lienzo. 162 x 130 cm.

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Intención social

Pirineos. 1986. Óleo sobre lienzo. 114 x 195 cm.

Refinamiento del campo. 1988. Óleo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

Tal vez en los primeros momentos, en las obras de mediados de los años 70, había alguna voluntad política o ciertas intenciones sociales. “Más que política mi intención era de tipo social. Sentía la necesidad de hablar de la gente, de las personas como nosotros, de la vida cotidiana, quería hablar de lo que somos, de lo que vivimos, de lo que tenemos más cerca. En aquellos años pintaba a mi madre, a mi hermana, a los amigos, a los trabajadores”. Pero ese discurso de juventud, de que las cosas se pueden cambiar, se fue agotando poco a poco, “hasta que llegué a comprender que no quería ser un cronista de nada y que deseaba plantear cuestiones más intemporales, no estar sometido a la situación política y que la pintura fuese más protagonista y tuviese mucho que ver con la esencia de la vida”. A estos años corresponden las imágenes con figuras insinuadas, transparentes. “De una parte en esos momentos no quería hacer retratos y, por otra, quería ser trascendente. Por ello hacía figuras sin rostro y transparentes, para representar la fugacidad de la vida. Además se establece un cierto carácter de fusión con la naturaleza y con el paisaje en el que estas figuras se sitúan. Plásticamente también es un recurso muy hermoso porque aparece una silueta que no tapa lo que hay detrás sino que lo deja entrever. Esas transparencias enriquecen el cuadro, lo hacen más complejo y le aportan otro tipo de registros, sugerencias que no se aprecian en un primer momento”. Ciertos recursos del Pop, primero, la figuración poética después y luego la lírica con un sentido más sintético y analítico que narrativo. “Yo no me empeño en que exista ninguna línea fija ni una evolución clara en mi trabajo. Es mucho más el desarrollo paulatino de unas vivencias y a lo mejor Malevich no me interesaba hace unos años y ahora me siento más próximo a él, lo mismo me ha ocurrido con Mondrian. Al principio, cuando comencé a pintar me interesaban mucho Van Gogh y Gauguin y ahora me fijo mucho en Imi Knoebel, Josef Albers o Peter Halley”. En orden

Nubes de guerra. 1989. Óleo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

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Por inclinación natural tiende a la armonía y al equilibrio, pero el orden es uno de los valores propios más sobresalientes de Salaberri. Su taller, su vida, su pintura, todo lo que le rodea debe mantener un orden preciso, establecido de antemano. A propósito del taller “asombra y conforta llegar allí y encontrar las fotografías, los catálogos, las músicas, los pinceles, los libros, los lienzos y las tazas del té en un orden preciso”. Con todo ello trabaja “un hombre que ejerce su oficio de pintor con la concentración, el interés y la dedicación del que pone en su trabajo la vida19”. Es tanto un comportamiento innato como una actitud vital que le aporta la necesaria concentración para su trabajo.


“El orden me parece imprescindible en la vida y en la obra. Para mí el dibujo es la razón y el color la emoción. Procuro poner la base, que es el dibujo, y luego pongo los sentimientos, que son los colores y que así pueden manifestarse con cierta libertad”. La serenidad y la calma acompañan cada una de sus entregas, pues para nada le sirven las cuestiones que destruyen la estructura establecida. ”Encontrar el equilibrio entre la razón y la emoción es el verdadero reto de la vida y es difícil lograrlo. De un lado está la razón pero de otra la emoción, que, cuanto más fuerte sea, mejor. Hay momentos en que la pasión te puede llevar al abismo, si la pasión se manifiesta sin la razón también te liquida”. Bardenas. 1989. Óleo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

Durantes algunos momentos, en imágenes de los años ochenta, se percibe cierta apertura en la obra de Salaberri hacia comportamientos más expresivos de la pintura. “Esa etapa es un poco lo más expresionista en mi carrera. Fue un momento puntual, aunque hay una estructura, las diagonales tienen su contrapeso, las masas se equilibran siempre y, de hecho, lo que hay por debajo del trabajo, lo que perdura y me apetece que permanezca es un deseo de equilibrio y un orden que permita que las emociones se muestren con un mínimo de libertad. No existe desenfreno ni pasión desbocada porque eso es algo que destruye”.

Bardenas. 1989. Óleo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

Bardenas. 1989. Óleo sobre lienzo. 114 x 195 cm.

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Es clara su postura: entre el rigor ordenado de las formas de sus imágenes y el pulso del sentimiento, de la emoción contenida que las habita. Entre ambos se instala un tono cálido de gestos sutiles, de juegos y ritmos leves protagonizados por los toques del pincel que dinamizan las superficies. En este sentido le interesan las obras de Diebenkorn, Knoebel o Ben Nicholson, “porque están muy ordenadas pero están reverberando, vibrando, cociéndose y despiden un calor volcánico, tienen momentos muy emocionantes. Es una pasión contenida y un orden sensible que no es rígido ni frío. Tiene que ser cálido, agradable, para que se pueda convivir con él. Es el orden necesario para volar, no para estar sujeto a la tierra. Es un orden ligero, aéreo, que dignifica la obra”. Calle Tafalla. 1990. Óleo sobre lienzo. 50 x 65 cm.

Avda. Baja Navarra. 1990. Óleo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

Paisaje habitado Desde una postura esencial plantea unas imágenes en las que “El hombre es el centro de todo”. “Tengo mucha curiosidad por conocer cómo somos los seres humanos y es cierto que evito muchas cosas incómodas. Porque, en parte, la realidad la hacemos nosotros mismos. Yo quiero crear mi entorno y no puedo ser responsable de todo lo que ocurra en el mundo. No aprecio el dolor, no lo quiero alimentar. Para mí es más útil querer ser feliz”. En conseguirlo se implica de lleno buscando la belleza en los lugares. “Porque quiero proponer, convivir y conectar con los demás en base a lo mejor. Y los paisajes hermosos me ayudan a conseguirlo, aunque también hay que poner la voluntad para verlos y aventurarse en recrearlos según los sentimientos más íntimos”. “Yo quiero estar un poco en suspenso, flotando, pero sujeto a la tierra. En algunas de mis obras de la exposición del Planetario hay un paisaje que anuncia los que estoy haciendo ahora. Son paisajes con un cuadradito en el centro exactamente que es el espectador, soy yo dentro del paisaje. En el cuadro introduzco la razón representada por la persona. Esto es, en la naturaleza pongo la razón que contempla la emoción”. “El historiador, crítico de arte y artista Pedro Manterola hablando de mi pintura decía que mis cuadros están habitados. Y es verdad, porque en mis cuadros siempre hay un espectador, son imágenes habitadas por el que los mira. Entonces, en la senda de que la naturaleza no es nada sin el hombre y que somos nosotros los que la usamos y la vivimos plenamente, yo introduzco la razón representada por la persona. Sólo el paisaje no me interesa, quiero habitarlo. Todas las imágenes ofrecen esa visión. Al introducir, de una forma tan gráfica, un pequeño cuadrado, ése soy yo frente al paisaje. Casi imperativamente el cuadro me pedía la presencia de algo, conceptual y compositivamente me pedía algo. Es un recurso estilístico para activar una zona de la obra, pero también es algo analítico”.

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Lo natural La dificultad de encontrar esos paisajes es un reto que el artista resuelve a diario entre las paredes del taller. Juan Zapater20 apreciaba esa necesidad permanente en su pintura de captar paisajes. “Los paisajes del campo, la naturaleza que siempre me atrae”, como dice el pintor. “Tengo que irme a pasear por los montes, a recuperar el sonido del agua, los aromas y ese crecimiento orgánico que se manifiesta en la vegetación, en el bosque, el existir sin intenciones útiles o inútiles, el puro estar en el universo21”. “Recojo los colores del campo para pintar con ellos la casa en que os espero22”. Su comunión con lo natural nace de los largos paseos por el monte en los que siente el “eterno fluir de la naturaleza23”, tantas veces declarado por el pintor a través de esa “mirada caminante24” que busca la inspiración en el entorno cotidiano más próximo, en el cual, como él mismo explica, “a menudo la forma del cuadro se me hace patente mientras paseo”. Porque necesita “experimentar, vivir el paisaje de sus cuadros, necesita hacer suyo el tema, verlo desde dentro, componerlo, padecerlo, disfrutarlo, compartirlo, para luego llevarlo al lienzo25”. Concentrado en la pintura, lo próximo es su máximo objetivo. “Deseo que la gente que tengo cerca me quiera. No me interesa formar parte de un grupo de “elegidos” que no tienen contacto con el entorno. Lo mío es vivencial y estar próximo a los lugares, revisitar las cosas y volver a los montes. Porque para hablar bien de algo tienes que conocerlo bien, tienes que amarlo a fondo. No necesito un movimiento ansioso. Para saber lo que es Belagua debes visitarlo varias veces, y el Baztán y todos los demás lugares pintados. Quiero que todo eso tenga su tiempo y que deje su poso en las imágenes. Cuando profundizas más y más en tu discurso se consigue mayor conocimiento de lo que sucede”. La calma hace que su pintura “pida ser mirada despacio porque eso la rescata de la prisa y la puede librar de crear imágenes que sólo pretenden seducir26”.

El recuerdo suave. 1990. Óleo sobre lienzo. 81 x 100 cm.

1 cuadro, 35 cuadros. 1991. Óleo sobre lienzo. 81 x 100 cm.

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Belleza curativa

Mirador a Elcano. 1991. Óleo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

Con el tiempo ha madurado esa actitud, teniendo muy presente tanto la formulación de las imágenes como el funcionamiento interno y plástico de la pintura. “Siempre busco la belleza. Mariano me solía decir: ‘la vida se compone de ratos buenos y ratos malos, tú siempre pintas los buenos’. Y es verdad. Yo quiero la vida e intento hacer todo lo posible por evitar lo malo. Pedro Manterola hablaba al respecto de las propiedades de la “naturaleza curativa”, como algo que te relaja y te limpia. En un catálogo de 1978 con motivo de mi exposición en la galería Gaztelu, de Zarautz, lo describí con estos versos: “Periódicamente voy al río / hasta cerca de donde nace, / sumerjo allí los ojos en el agua / y dejo que arrastre / la costra que les va dejando la civilización”. “Vivir y buscar la vida en los cuadros” es una de sus máximas preferidas. “Uno necesita hacer cosas y la pintura te permite mantenerte más vivo. El arte nos ayuda a comunicarnos con los demás, por eso para mí pintar es vivir y sentirme vivo27”. En otra ocasión escribió: “Hablo de la naturaleza porque es todo lo que tenemos o quizá porque me noto ser parte de ella”.

Arquitectura. 1991. Óleo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

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Lo urbano La ciudad es otro de los grandes temas de la pintura de Pedro Salaberri. Aparece a mediados de los años 70 y ha continuado hasta actualidad en amplias series, como las dedicadas a la ciudad de Pamplona: “El espacio en que vivo, donde están los seres queridos, los amigos, donde sabes que existes porque otros te conocen, y el espacio además contrapuesto a lo natural28”. A 1982 pertenece la obra A cierta hora Pamplona es un talismán. Dos años después escribía: “noto que Pamplona se ha convertido en un talismán y me pongo a recoger algunos colores que tiene la vida para disponer de ellos cuan sea preciso29”. No en vano la capital navarra ejerce una fuerte atracción sobre el pintor, porque estamos ante alguien “que lleva treinta años pintando su ciudad y que todavía no se ha cansado de mirarla y encontrarla hermosa, tan hermosa como para pintarla30”. Los cuadros de Salaberri “huyen de la anécdota, de la literatura, de lo ocasional, para mostrar lo que en la ciudad, en el paisaje urbano, hay de más esencial, para desvelar su lado poético, para hacer sonar su cuerda más lírica”. En ese estado latente, la ciudad de Pamplona aparece en silencio, ajena a los ruidos y a las prisas diarias.

Caminos de agua. 1991. Óleo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

“La ciudad en los cuadros de Salaberri31 se hace elemental... La ciudad, deshabitada, sin nada que sugiera el ruido, los pasos apresurados; esa ciudad, sus insólitas perspectivas, producto de mirar las cosas de otra forma, como un poeta, pierde sus perfiles más agresivos, su lado menos amable. Y así esas calles vulgares se convierten en un espacio acogedor, en un espacio mental en el que poder vivir, en el que poder soñar. Es la suya una verdadera invención de la ciudad”. Precisamente Ciudades fue el título de su individual del 2001 en la galería pamplonesa de Moisés Pérez de Albeniz32”. Entonces confesaba “una enorme fascinación por las ciudades” y afirmaba su interés por “pasear por cada calle, cada plaza, notar su alegría, su intimidad o su abandono; ver cómo están hechas, cómo es la arquitectura que las ha ido conformando es un enorme placer y una forma de intimar con ellas”. Son las ciudades ligadas emocionalmente a su biografía: Pamplona primero, luego Madrid, San Sebastián y Bilbao; o bien están unidas a viajes particulares: Chicago, Sevilla, Valencia y París. Pero todas estas ciudades, “a pesar de su disparidad geográfica tienen algo en común: la conexión del artista con ellas. Y es que en estas obras Salaberri parece querer transmitir al espectador su interés por alcanzar la calma, una calma no forzada, ajena a cualquier atisbo de retórica33”. La ciudad es para el artista un territorio sugerente. “Pasear tanto por la ciudad como fuera de ella resulta una fuente inagotable de sugerencias y soluciones plásticas. Noto vivir a las personas con las que me cruzo y puedo ver los infinitos paisajes que crean una

Arrozales. 1992. Óleo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

Candanchú. 1992. Óleo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

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farola, un portal, una tienda34”. La ciudad es un espacio cambiante en el que suceden cosas todos los días. No podemos vivir más que en el presente, porque también me rebelo contra esa frase de Cernuda que dice: “siempre padecí el sentimiento de estar donde la vida no se producía”. Yo reivindico el encontrar el sentido a tu vida en el lugar donde tú vives, en tu pueblo o en tu ciudad. Porque la ciudad la hacemos nosotros y tenemos responsabilidad sobre el sitio en el que estamos. Yo quiero estar aquí y disfrutarlo plenamente”. Del paisaje Puede decirse que la pintura de paisaje ha contribuido de manera decisiva a formular la imagen de la naturaleza en el mundo contemporáneo. No se trata ya de una representación objetiva de la realidad observada sino de que la pintura está determinada por la elección de unos fragmentos de esa realidad que luego son transformados sobre el lienzo. El artista es quien elige, quien toma las decisiones, y de alguna manera traduce en la imagen sus sentimientos y emociones. “No cabe duda de que en mi obra existe una elección personal de los paisajes que pinto porque son paisajes en los que me siento bien”.

Duna de Pyla. 1993. Óleo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

Lago de Soustons. 1993. Óleo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

Al margen de la idealización de los lugares, de la parte irreal y mágica, en su pintura existen estrechas relaciones con la realidad, aunque sea con una realidad filtrada por su mirada. “Es una realidad que tiene que ver con los ámbitos en los que vivimos y no tiene ninguna relación con las realidades políticas. Y es una realidad filtrada porque yo decido, elijo, transformo y modifico hasta donde quiero. Además cuando vemos un paisaje está continuamente en transformación. Mi actitud hacia la naturaleza es de respeto y amor. Siempre me ha gustado mucho la noción de que los montes estaban ya ahí antes de que yo naciese y que seguirán estando cuando me vaya. Esa es un poco la idea de la permanencia de las cosas y de la necesidad de hacerlas perdurar”. Pero también es la idea de transformar las cosas porque la permanencia es relativa. “El cuadro es un hecho en sí y el cómo está hecho es muy importante porque eso es lo que le va a dar realidad, calidad o capacidad de emoción. Hay cantidad de imágenes que están realizadas y dictadas por la urgencia de la actualidad y dentro de un año habrán perdido interés. Porque se trataba de responder a una realidad presente y a mí eso me interesa muy poco. Si yo quisiera incidir en la realidad debería tener otra profesión, tendría que ser periodista, político, escritor..., porque creo que la pintura no vale para eso. La pintura vale para capturar la esencia de las cosas”. La intensidad con la que vive las experiencias hace que este pintor camine “con paso decidido, recorriendo lugares ya conocidos, paisajes ya pintados, con la firme convicción de que la mirada,

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que nunca es la misma, es la que hace que cada momento sea único, cada paisaje irrepetible y cada sensación imposible de copiar35”. En el paisaje encuentra la atmósfera espiritual y una escena seleccionada del entorno se convierte para él en el soporte emocional, en el vehículo de expresión que canaliza las ideas y los sentimientos. Porque lo emotivo es una de las claves fundamentales de su propuesta visual. “Me paso la vida pintando el silencio36”, y de eso se trata, de la mágica sensación que producen las imágenes al transmitir la calma de los lugares. La atmósfera de silencio y el vacío recuerdan la impronta metafísica de las escenas urbanas de De Chirico, también silenciosas, vacías y con un tiempo detenido. “Hay artistas a los que el paso del tiempo, de las estaciones, de las horas en el día no les importa porque su proceso de trabajo es más mental, más analítico, sobre formas, sobre colores o sobre ideas. Sin embargo a mí me importa el tiempo porque quiero que actúe sobre mí, porque me parece que el tiempo es lo que nos regenera, lo que nos renueva. El día empieza, tiene un desarrollo y muere, los años también tienen ciclos y estaciones de primavera, verano, otoño e invierno que empiezan y acaban. Ese ciclo de inicio, renovación y muerte esta siempre ahí”.

Barcas. 1993. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

El pulso del tiempo Significativamente la vida está ligada al ciclo de la naturaleza. “Hablamos de tiempo psicológico, que es el tiempo de cada uno, el tiempo que vive el ser humano. Para mí el tiempo es mi vida, el tiempo que yo vivo. Ese es el tiempo que yo entiendo. El tiempo es un discurrir de las cosas y un tratar de ser feliz, ser correcto y vivir en armonía. ¿Qué es lo que explica el vivir en armonía? Pues los momentos buenos que la vida tiene. Vivimos queriendo vivir momentos felices y todo el otro tiempo, el que los hace posibles o los recuerda, es justificado por ellos”.

Barcas. 1993. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

Su método de trabajo se renueva en cada pintura, aportando nuevas experiencias y visiones surgidas de una profunda reflexión. “Tengo una conciencia muy clara de que nos renovamos día a día y de que se renueva el día y la luz y la lluvia y el frío y el calor. Y también vivo en una tierra en la que los ciclos de la naturaleza son bastante acentuados; es decir, nieva y hace frío, luego llueve y hace calor y vuelve a hacer frío, y a mí me gusta que sea así. Y todo ello tiene que ver con el ciclo de la vida, la juventud, la vejez y la muerte”. “Hace tiempo escribí el poema que decía: ‘Esa luz de la tarde, incendio sin calor, hoguera que prepara la noche en su umbral con todo lo que la vida ha conseguido reunir’. “No sé si se pueden hacer tantos paralelismos pero yo pienso mucho en esas coincidencias. El mediodía es cuando hace calor y el sol aplasta las for-

Barca. 1993. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

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mas de las cosas; por la mañana, cuando el día comienza, la luz de salida del sol es un poquito más ácida, es un carmín un poco más ácido: la vida empieza. La juventud, como sabemos, es algo alborotada y la primavera también lo es, es una estación hermosísima pero alborotada: sale el verde, sale el sol, llueve mucho, hay unos cambios muy bruscos. Luego el verano es la etapa de madurez del año y puede ser de mucho calor y hasta de un excesivo calor. El otoño es la plenitud de la vida y es espléndido de colores, es muy matizado y es la antesala de la muerte, que es el invierno”. La sensación es la de sentir una realidad entreverada, conducida por los recuerdos y las sensaciones percibidas. “Vas viviendo el día y cuando se acaba el día llega la noche. Es decir, cuando se va la luz, cuando se va el día, cuando se va la vida y llega la noche yo me retiro a mi intimidad, a mi casa, y en ella me imagino la vida que he vivido, recuerdo los montes y la gente con la que he estado. Es como que hago capítulo de todo lo que he vivido durante el día. Un día es la vida misma, un día empieza y acaba, igual que un año y que una vida, tiene también un principio y un final”. Rías bajas. 1998. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

Rías bajas. 1998. Óleo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

La afirmación de ese pulso temporal, casi espiritual, con sus distintos acontecimientos cíclicos, se percibe en los cuadros mediante distintas señales. “Cuando pinto la mañana quiero expresar la existencia de un camino que va hacia la vida, hacia la luz, hacia el mediodía y entonces la luz de los cuadros es un poco más ácida, más intempestiva, porque digamos que vas hacia la aventura, hacia lo que va a ser y eso siempre es un poco intranquilizador, aunque más excitante a la vez. Cuando ya has vivido la luz es más caliente, ya ha pasado todo, hay un montón de cosas que han sucedido y eso puede dar calor, te puede haber destruido, pero ¡bueno! Esto son analogías. Te da más calor cuando has vivido muchas cosas y te recoges en ti mismo con todo lo que eres”. Del color a la luz “En sus cuadros está el color, que es tanto como la luz y que va cambiando en cada estación del año, en cada día, en cada hora; la luz que ilumina en un instante la visión de un lugar que hasta ese momento no se había revelado, la luz que va guiando al pintor, que le va diciendo dónde ha de detener la mirada37”. Como una guía sensible actúa la luz. De ella extrae los matices tonales, las atmósferas y los ambientes leves que reflejan la sintonía del pintor con el paisaje sereno que “recoge la luz del día y tiene un perfecto entendimiento con el sol y la nube, como un convenio a perpetuidad que le sirve para dar un poco de humedad y calor a las hierbas que le van creciendo38”. La luz está presente en sus imágenes con un protagonismo siempre matizado, atemperado por una expresividad que surge a partir de la emoción sentida en

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los momentos creativos. Salaberri “es un mago de la luz, retratista sólo de la luz. Por encima de las formas, que son siempre abocetadas, simplificadas, despojadas de detalles, está la luz. Las formas, los paisajes, parecen meros soportes para esa luz, siempre diferente en cada uno de sus cuadros39”. En Salaberri la luz posee un carácter simbólico y mágico que modela las formas y las impregna de serenidad. En el fondo esa luz habita los lugares con tal intensidad que el pintor aspira las esencias y atmósferas que luego traslada a los lienzos. “Estoy mirando cómo se va la luz, hasta que llegue la noche no quiero perderme ni uno solo de sus matices40”. Llama la atención la exigente mirada que es capaz de absorber el instante fugaz de una puesta de sol, el amanecer, la bruma o la plenitud lumínica del mediodía. Sobre la tela del lienzo se escuchan luego los ecos de esos recuerdos y con trazos sueltos, trabajando áreas superpuestas, consigue la profundidad del campo que acaba en un horizonte feliz. Los días transcurren describiendo un apasionado camino poético por la pintura, salpicado de momentos felices. “A veces he tenido la sensación de días malgastados porque quizás en ese día no ha existido algún momento, especial o no, que lo haya justificado. Es decir, vives para esos momentos, para las ilusiones. Porque las ilusiones son las que pueden facilitar la felicidad. Las ilusiones son las que te hacen seguir viviendo, las cosas realizadas ya están hechas y son las ilusiones las que te tienen activo y en marcha”.

El campo de las siete mujeres. 1998 - 2007. Óleo sobre lienzo. 100 x 100 cm.

Los cuadros de Salaberri ofrecen una visión del tiempo detenido, aunque sea, como él dice, “una batalla que siempre se pierde. Porque, como todos los demás, soy consciente de que el tiempo pasa. Aunque quiero detenerlo y fijar un momento de belleza —al menos es mi caso—, supongo que es el miedo a la desaparición o el deseo de quedarte. Una forma de permanecer en el mundo es fijar un momento, detener el tiempo y pintar es forma de fijar una sensación, dejarlo ahí quieto. Yo quiero parar el tiempo. Cuando digo ‘quiero pintar un cuadro para irme a vivir a él’ estoy diciendo eso”. Trabajar bien “Hacer bien las cosas es una buena actitud ante la vida. Estoy seguro de que hay muchas personas que tienen esta misma actitud y sienten esa sensación de querer hacer las cosas bien. Hay que filtrar la información que recibimos, discriminar las noticias que recibimos y elegir lo verdaderamente interesante”. Respetando el punto de distancia que mantiene frente a los detalles de la realidad, sus obras poseen un mundo propio regido por la consigna de ‘quiero hacerlo bien’. “En estos momentos soy consciente de que ya no voy hacia ninguna parte. Cuando era

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San Sebastián. 1998. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

joven creía que iba hacia el futuro, porque te esperaba abierto a mil posibilidades, el mundo se puede cambiar y va a ser mejor gracias a ti y a tus compañeros. Cuando eres mayor te das cuenta de que la vida se repite, que las sociedades tienen los mismos problemas cambiándoles de nombre según los años, entonces ves que has llegado al futuro y que va a seguir habiendo problemas. Sabes que lo que viene por delante es la desaparición, la nada”. Hay en ello una actitud firme y decidida. “Soy muy voluntarista, creo que las cosas hay que hacerlas bien, con buena voluntad. Soy muy consciente del tiempo, de lo que pasa y de lo que hago. Voluntariamente uno puede ayudar a que algo salga bien. Hay que ser honesto y positivo”. Es notorio su interés por extraer el sentido positivo de las cosas, de lo más próximo y cercano, a lo que hay que dedicarle el tiempo que sea necesario. También existe el afán de captar lo bello de un instante y hacerlo permanecer en el lienzo. “De una parte quisiera fijar un momento de belleza y, de otra, para que ese momento sea bello, pues tengo que hacerlo bien. ¿Para qué lo hago? Pues para pelear contra la desaparición y que la nada no se ría de nosotros. Hay amigos que escriben, que hacen música, con los que me conecto. Ellos me ayudan a vivir y quiero corresponderles con mi trabajo. Y lo hago, en suma, para vivir con intensidad y para ser consciente de que vives y hacerlo bien, porque pintar y vivir es lo mismo”. Paisaje interior

Menorca. 2005. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

Cantábrico. 2005. Óleo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

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Cuando Pedro Salaberri expone en la Casa de Cultura de Tafalla, en 1993, recupera una frase del pintor Max Ernst: “Siempre traté de tener un ojo abierto a mi mundo interior mientras mantenía el otro abierto al mundo exterior”. En efecto, así es, porque “contemplar sus paisajes es tener la certeza de que se trata del reflejo de unos paisajes interiores”. De “una forma de reflejar algo que está más allá o más acá de un determinado lugar, del escenario ocasional de un momento pleno, intenso: la forma de percibirlo, de verlo, de habitarlo, de vivir con él, con su recuerdo. Así, los paisajes son otros tantos puntos de referencia para unos determinados estados del alma, para una forma muy personal, muy libre también, de mirar las cosas del mundo, las cosas de todos los días, las cosas que nos aguardan41. Cuando pinta ventanales es porque él mismo se imagina instalado en lugares interiores que miran hacia algún paraje. “Es un proceso de interiorización, uno se recoge en sí mismo e intenta mirar el mundo desde su casa. De este modo he pintado una habitación con vistas hacia la Plaza Príncipe de Viana, otra con vistas al Mediterráneo o Pamplona en mi cuarto de estar. Son los lugares desde los que yo me imagino el mundo y en ellos introduzco el paso del tiempo entre el día y la noche a través de los diferentes paños de las ventanas”.


De hoy y de mañana “Ahora estoy en un momento muy tranquilo, atravieso un momento dulce de estabilidad y plenitud. El tiempo ahora mismo es fundamental vivirlo en armonía. En estos momentos la parte racional se está imponiendo a la parte expresiva, analizo mucho las obras, lo cuido mucho todo. A lo orgánico, lo amable, lo sensual de las curvas de los árboles, campos y montañas, contrapongo el carácter geométrico y racional de un elemento cuadrado”. Transcurridos muchos años de una larga trayectoria, muy poco a poco se ha producido el reconocimiento público de su obra. “Es muy positivo porque sientes que formas parte del mundo en que vives. Me llena de satisfacción que mi obra sea conocida. Es muy importante conseguir el respaldo popular. Es verdad que no me siento abandonado y el prestigio viene dado por sectores implicados en el arte, y también por el apoyo del público. En mi ciudad me siento querido y apreciado, a Pamplona la llevo muy dentro, en ella está toda mi vida”.

Desde la chantrea. 2005. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

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1 Aranaz, Ignacio. “El pintor y su ciudad”. Catálogo de la Exposición en el Museo Gustavo de Maeztu de Estella y en el Pabellón de Mixtos de La Ciudadela de Pamplona, 2000 2 Salaberri, Pedro. “La claridad de una mirada”. Revista “Panorama” nº 14. Gobierno de Navarra. Departamento de Educación y Cultura. Dirección General de CulturaInstitución Príncipe de Viana, 1990 3 Huici, Vicente. Op. Cit, Pamplona, 1976 4 Ignacio Aranaz. “Pamplona 1970”. Catálogo de la Exposición Escuela de Pamplona en el Planetario de Pamplona. Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1995 5 Pedro Manterola. “La Escuela de Pamplona”. Catálogo de la Exposición Escuela de Pamplona en el Planetario de Pamplona. Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1995 6 Manterola, Pedro. Catalogo de la Exposición en los Pabellones de Arte de La Ciudadela, Pamplona, 1979 7 Salaberri, Pedro. Tríptico de la Exposición en la Sala de Cultura de la Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1973 8 Manterola, Pedro. “Un joven y gran pintor”, en “Diario de Navarra”, 14-1-1973 9 Manterola, Pedro. Catalogo de la Exposición en los Pabellones de Arte de La Ciudadela, Pamplona, 1979 10 Amestoy, Santos. Pedro Salaberri, en “Abc suplemento Blanco y Negro Cultural”, Madrid, 3-1-2004 11 Bonet, Juan Manuel. “Silencios”. Catálogo de la Exposición “Silencios. 22 pintores navarros” en la Sala Muralla. Baluarte, Pamplona, 2007 12 Aranaz, Ignacio. Mariano Royo pintor. Ayuntamiento de Pamplona, 1986 13 Aranaz, Ignacio. Mariano Royo pintor. Op. Cit. 14 Aranaz, Ignacio. Tríptico de la Exposición en la galería Seiquer, Madrid, 1993 15 Zapater, Juan. “La voluntad de vivir”, en “Navarra hoy”, 22-3-1986 16 Manzanos, Javier. Catalogo de la Exposición en la galería Muelle 27, Madrid, 2004 17 Marín-Medina, José. “El paisaje de Salaberri, ¿un estado del alma?”, en Abc de las Artes, Madrid, 12-3-1993 18 Salaberri, Pedro. Tarjeta de la Exposición en Caja de Ahorros Municipal, Pamplona, 1982 19 Aranaz, Ignacio. Tríptico de la Exposición en la galería Seiquer, Madrid, 1993 20 Zapater, Juan. “La voluntad de vivir”, en “Navarra hoy”, 22-3-1986 21 Salaberri, Pedro. Tríptico de la Exposición en la Sala de Cultura de Caja Laboral, Alsasua, 1982 22 Salaberri, Pedro. Catálogo de la Exposición en la Sala García Castañón, Pamplona, 1993 23 Salaberri, Pedro. Díptico de la Exposición en la galería Amadis, Madrid, 1974 24 Fernández, Alicia. “El color de las ciudades”, en Abc Cultural, Madrid, 27-10-2001 25 Aranaz, Ignacio. “El pintor y su ciudad”. Catálogo de la Exposición en el Museo Gustavo de Maeztu de Estella y en el Pabellón de Mixtos de La Ciudadela de Pamplona, 2000 26 Salaberri, Pedro. Catálogo de la Exposición en el Pabellón de Mixtos de La Ciudadela, Pamplona, 1996 27 Ezker, Alicia. “Los paisajes tranquilos de Salaberri”, en “Diario de Noticias”, Pamplona, 6-12-1996 28 Salaberri, Pedro. Op. Cit. Alsasua, 1982 29 Salaberri, Pedro. Díptico de la Exposición en la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, 1984 30 Aranaz, Ignacio. Op. Cit. Estella-Pamplona, 2000 31 Sánchez-Ostiz, Miguel. Op. Cit. Pamplona, 1989 32 Salaberri, Pedro. Catálogo de la Exposición “Ciudades”. Galería Moisés Pérez de Albéniz, Pamplona, 2001 33 Díaz de Ereño, Gregorio. “Arquitectura pictórica”, en “Diario de Navarra”, 21-10-2001 34 Huici, Vicente. Op. Cit, Pamplona, 1976 35 Ezker, Alicia. “El círculo de la pintura”. Catálogo de la Exposición en el Museo Gustavo de Maeztu de Estella y en el Pabellón de Mixtos de La Ciudadela de Pamplona, 2000 36 Salaberri, Pedro. Díptico de la Exposición en la galería Eder Arte, Vitoria, 1976 37 Aranaz, Ignacio. Op. Cit. Estella-Pamplona, 2000 38 Salaberri, Pedro. Catálogo de la Exposición en la Sala de Arte Castel-Ruiz, Tudela, 1979 39 Rubio Nomblot, Javier. “El paisaje encantado de Pedro Salaberri”, en “El Punto de las Artes”, Madrid, 30-9-1990 40 Salaberri, Pedro. 1996. Op. Cit. 41 Miguel Sánchez-Ostiz. “El paisaje interior de Pedro Salaberri”. Catálogo de la Exposición en la Sala García Castañón, Pamplona, 1989

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Retratos


Pablo. 1993. Óleo sobre lienzo. 38 x 46 cm. Andrés. 1993. Óleo sobre lienzo. 38 x 46 cm.

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Mari Carmen. 1993. Ă“leo sobre lienzo. 38 x 46 cm.

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Mª José Aranguren. 1993. Óleo sobre lienzo. 50 x 61 cm.

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Mari Carmen. 1999. Ă“leo sobre lienzo. 60 cm. diĂĄmetro

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Miguel Leache. 1993. Ă“leo sobre lienzo. 50 x 61 cm.

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Ana Isabel López. 1993. Óleo sobre lienzo. 50 x 61 cm.

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Sagrario San Martín. 1999. Óleo sobre lienzo. 55 x 46 cm.

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Javier Manzanos. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 40 x 40 cm.

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Ricardo Pita. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 40 x 40 cm.

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Pedro Manterola. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 60 x 60 cm.

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Ciudades


Vieux-Boucau. 1993. Ă“leo sobre lienzo. 55 x 38 cm.

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Paris. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 27 x 41 cm.

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El ascensor (Bilbao). 1993. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 46 cm.

84


Kursaal. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 33 x 55 cm.

85


Chicago. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 38 x 61 cm.

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Lago Michigan. 2001 - 2003. Ă“leo sobre lienzo. 33 x 55 cm.

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Sears. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 50 cm.

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Chicago. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 38 x 61 cm.

89


Correos. 2003. Ă“leo sobre lienzo. 73 x 116 cm.

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Calle Alcalรก. 2003. ร leo sobre lienzo. 81 x 54 cm.

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La ciudad museo (Roma). 2007. Ă“leo sobre madera. 63 x 53 cm.

92


La ciudad museo (Roma). 2007. Ă“leo sobre madera. 70 x 81 cm.

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Paisajes


Sin título. 1998. Óleo sobre lienzo. 116 x 81 cm.

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San Donato. 1999. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 100 cm.

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Valle de Aranguren. 1999. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

98


Yoar. 2000. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

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Línea rosa. 2003. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

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Primavera. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 130 x 162 cm.

101


Sin título. 2002. Óleo sobre lienzo. 46 x 55 cm.

102


Oskia. 2002. Ă“leo sobre lienzo. 46 x 55 cm.

103


Canal de Navarra. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 50 x 65 cm.

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Sierra del Perdón. 2005. Óleo sobre lienzo. 65 x 92. cm.

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Lo que fuimos, lo que somos. 2003. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

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Valle de Yerri. 2002. Ă“leo sobre lienzo. 114 x 162 cm.

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Cuenca de Pamplona. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

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Baztรกn. 2005. ร leo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

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San Pedro de Olite. 2003. Ă“leo sobre lienzo. 73 x 116 cm.

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Castillo de Olite. 2003. Ă“leo sobre lienzo. 73 x 116 cm.

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Sin título. 2006. Óleo sobre lienzo. 89 x 116 cm.

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Valdizarbe. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

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Baztรกn. 2006. ร leo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

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Baztรกn. 2007. ร leo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

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Campos de Ujué. 2005. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

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Mallos de Riglos. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

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Loiti. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 70 x 140 cm.

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Lizasoain. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

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Interiores


Museo de Pau (Balcón de los Pirineos). 1994. Óleo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

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Desde Mutilva Alta. 1992. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

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Mirador a Montejurra. 1994. Ă“leo sobre lienzo. 100 x 81 cm.

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Flores para un embalse. 1994. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 100 cm.

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Mirador al MediterrĂĄneo. 1996. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

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Mirador al MediterrĂĄneo. 1996. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

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Comida en casa. 1996. Ă“leo sobre lienzo. 100 x 100 cm.

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Interior con escultura de Alfredo Sada. 1996. Ă“leo sobre lienzo. 73 x 54 cm.

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El jardín. 1999. Óleo sobre lienzo. 130 x 89 cm.

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Cuarto de estar en Mutilnova. 1996. Ă“leo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

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JardĂ­n de invierno. 2004. Ă“leo sobre lienzo. 60 x 180 cm.

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Escenario para las horas felices (jardĂ­n de primavera). 2006. Ă“leo sobre lienzo. 114 x 195 cm.

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Pirineos


Ibon de Estanés. 2000. Óleo sobre lienzo. 73 x 100 cm.

136


Ibon de Anayet. 1999. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

137


Anayet. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 114 x 162 cm.

138


Midi d´Ossau. 2002. Ă“leo sobre lienzo. 162 x 114 cm.

139


Telera. 2002. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

140


Monte Perdido. 2002. Ă“leo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

141


Pirineos. 2003. Ă“leo sobre lienzo. 60 x 92 cm.

142


Pirineos. 2003. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

143


Pirineos. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

144


Pirineos. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

145


Pirineos. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 73 x 54 cm.

146


Pirineos. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 130 cm.

147


Pirineos. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

148


Ordesa. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

149



Pamplona


Pamplona en mi cuarto de estar. 1994. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 130 cm.

152


Yamaguchi. 1998. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

153


San Cernin. 2000. Ă“leo sobre lienzo. 46 x 33 cm.

154


Torre de San Nicolรกs. 2000. ร leo sobre lienzo. 81 x 100 cm.

155


Rincón de la Aduana. 2000. Óleo sobre lienzo. 54 x 73 cm.

156


Museo de Navarra y Departamento de Educación. 2000. Óleo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

157


Avda. de Roncesvalles y C/ BergamĂ­n. 2000. Ă“leo sobre lienzo. 100 x 100 cm.

158


Duque de Ahumada. 2000. Ă“leo sobre lienzo. 100 x 81 cm.

159


Audiencia. 2000. Ă“leo sobre lienzo. 38 x 61 cm.

160


Universidad PĂşblica. 2000. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

161


Río Arga. 2005. Óleo sobre lienzo. 100 x 81 cm.

162


Plaza Merindades. 2003. Ă“leo sobre lienzo. 92 x 65 cm.

163


Desde mi estudio I. 2004. Ă“leo sobre lienzo. 114 x 146 cm.

164


Desde mi estudio II. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

165


Desde mi estudio IV. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

166


Gayarre. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 146 x 114 cm.

167


Catedral. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

168


Desde la Rochapea. 2004. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

169


Museo de Navarra (esperando a Moneo). 2000. Ă“leo sobre lienzo. 97 x 146 cm.

170


Noche y Día (llegó Moneo). 2003. Óleo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

171


Flores minerales y Plaza de los Fueros. 1998. Ă“leo sobre lienzo. 89 x 146 cm.

172


Diapositiva (desde el Maisonnave). 2003. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

173


Baluarte. 2004. Ă“leo sobre lienzo. 114 x 146 cm.

174


Edificio singular. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 114 x 162 cm.

175


Torres. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

176


Lo viejo y lo nuevo. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 81 x 116 cm.

177


C/ San Fermín. 2006. Óleo sobre lienzo. 54 x 73 cm.

178


Desde Mutilva. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 89 x 146 cm.

179


Siete. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

180


Avda. Baja Navarra. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

181


C/ BergamĂ­n. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 89 x 130 cm.

182


Avda. de Bayona de noche. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 114 x 146 cm.

183


Arquitectura. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 100 x 150 cm.

184


¡Oh, Pamplona! (El pintor y el arlequín). 2006. Óleo sobre lienzo. 114 x 195 cm.

185



Museos Abstracciones


Flor en la Fundación Serralves. 2006. Óleo sobre lienzo. 35 x 27 cm.

188


Flor. 2002. Ă“leo sobre lienzo. 30 x 30 cm.

189


Pirita y cuadro del Pirineo. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 46 x 38 cm.

190


Caseta con luz. 2003. Ă“leo sobre lienzo. 24 x 33 cm.

191


Paisaje con rectรกngulo. 2003. ร leo sobre lienzo. 54 x 73 cm.

192


Baztรกn. 2007. ร leo sobre lienzo. 80 x 160 cm.

193


Sin título. 2004. Óleo sobre lienzo. 27 X 41 cm.

194


Sin título. 2004. Óleo sobre lienzo. 50 x 65 cm.

195


Siete cuadrados. 2006. Ă“leo sobre lienzo. 38 x 46 cm.

196


Sin título. 2005. Óleo sobre lienzo. 27 x 35 cm.

197


Sin título. 2007. Óleo sobre lienzo. 38 x 61 cm.

198


Sin título. 2005. Óleo sobre lienzo. 46 x 61 cm.

199


Mark Rothko y Peter Halley. 2005. Ă“leo sobre lienzo. 50 x 61 cm.

200


Sin título. 2004. Óleo sobre lienzo. 65 x 92 cm.

201


Ernst en el Pompidou. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 33 x 41 cm.

202


Brancusi. 2001. Ă“leo sobre lienzo. 61 x 50 cm.

203


Lucio Fontana en Caixa Forum. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 50 x 100 cm.

204


Museo Oteiza. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 50 x 100 cm.

205


Mariano Royo en el Museo de Navarra. 2007. Ă“leo sobre lienzo. 50 x 100 cm.

206


Homenaje a Alfredo Sada. 2000 - 2006. Ă“leo sobre tabla. 67 x 105 cm.

207





Curriculum


Club de Tenis de Pamplona


Pedro Salaberri (Pamplona 1947) Exposiciones Individuales

2006

2004 2003 2002 2001 2000

1999 1997 1996

1995 1994 1993

Pabellón de Mixtos, Ciudadela, Ayuntamiento de Pamplona. Espacio Marzana, Bilbao. Gentes del Teatro, Teatro Gayarre. Pamplona Planetario de Pamplona. Galería Muelle 27, Madrid. Espacio Marzana, Bilbao. Casa de Cultura, Cizur Mayor. Galería Moisés Pérez de Albéniz, Pamplona. Pabellón de Mixtos, Ciudadela, Ayuntamiento de Pamplona. Museo Gustavo de Maeztu, Estella. Sala Le Carré Museo Bonnat Bayona, Francia. Casa de Cultura del Valle de Aranguren, Mutilva Alta, Navarra. Sala de Cultura Juan Bravo, Caja de Ahorros de Navarra, Madrid. Pabellón de Mixtos, Ciudadela, Ayuntamiento de Pamplona. Lourdes Ugarabe, Arte Galería, Vitoria. Galería Seiquer, Madrid. Museo Gustavo de Maeztu, Estella. Galería Ederti, Bilbao. Sala Castel Ruiz, Tudela. Casa de Cultura, Tafalla. Sala García Castañón, CAM, Pamplona. Galería Seiquer, Madrid. Casa de Cultura, Cizur Mayor.

1992 1990 1989 1988 1987 1986 1985 1984 1983 1982

1980 1979 1978 1977 1976

1975 1974 1973

Sala Independencia, Vitoria. Galería Ederti, Bilbao. Galería Seiquer, Madrid. Sala García Castañón, CAM, Pamplona. Galería María Forcada, Tudela. Galería Altxerri, San Sebastián. Sala García Castañón, CAM, Pamplona. Sala San Prudencia, Vitoria. Sala CAP de Guipúzcoa, San Sebastián. Pabellones de Arte, Ciudadela, CAM, Pamplona. Galería Seiquer, Madrid. ARTEDER, Bilbao. Sala de Cultura Caja Laboral, Alsasua, Navarra. “Dibujos”, Sala Conde de Rodezno, CAM, Pamplona. Galería Windsor, Bilbao. Sala García Castañón, CAM, Pamplona. Sala de Arte Caja de Ahorros Vizcaína, Bilbao. Pabellones de Arte, Ciudadela, CAM, Pamplona. Galería Gaztelu, Zarauz. Galería Aritza, Bilbao. Galería Seiquer, Madrid. Galería Eder Arte, Vitoria. Sala Castel Ruiz, Tudela. Galería Seiquer, Madrid. Sala de Cultura CAN, Pamplona. Galería Atenas, Zaragoza Galería Arte5´, Pamplona. Galería Amadís, Madrid. Sala Besaya, Santander. Casa Fray Diego, Estella. Sala de Cultura CAN, Pamplona.


Audiencia de Pamplona Arquitectos: Manuel Sagastume y Angel Farin贸s


Exposiciones Colectivas (selección) Silencios. 22 pintores navarros. 2007. Baluarte. Pamplona. Atrio. 2006. Parlamento de Navarra. Pamplona. Desde un lugar. 2004. Galería Moisés Pérez de Albéniz. Pamplona. Bosteko. 2003. Amorebieta, Munguia, Getxo, Basauri, Arrigorriaga. La ciudad recreada. 2003. Pamplona. ARCO. 2000. Madrid. Paisajes de un siglo. 1997. Pamplona, Burgos, Murcia y Vitoria. Colección Juan Antonio Aguirre. 1996. IVAM. Valencia. Aquellos 80. 1996. Ciudadela. Pamplona. ARCO. 1995. Madrid. Escuela de Pamplona. 1995. Museo Gustavo de Maeztu. Estella. Escuela de Pamplona. 1995. Planetario. Pamplona. La trama del arte vasco. 1980. Museo de Bellas Artes. Bilbao. 7 Pintores españoles. 1980. Bárbara Walter Gallery Inc. Nueva York. Panorama. 1978. Museo de Arte Moderno. Madrid. Artexpo. 1976. Barcelona. Encuentros. 1972. Pamplona.


CIVICAN Arquitectos: Manuel Blasco, Francisco Javier Garraus, Luis Felipe Gaztelu y Francisco Javier Tellechea

216


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Piscinas de Ansoain Arquitectos: Pedro Burguera, Mª Jesús Vilas y José Javier Herrera


Museos y Colecciones

Premios

Ayuntamiento de Pamplona Ayuntamiento de Vitoria Caja de Ahorros de Navarra Caja Vital Kutxa Museo de Navarra Gobierno de Navarra Gobierno Vasco IVAM Artium. Vitoria Parlamento de Navarra Universidad Pública de Navarra Fundación Coca-Cola

Primer Premio Ciudad de Pamplona. 1973 Tercer Premio Gure Artea. Gobierno Vasco. 1984 Primer Premio Bienal de Vitoria. 1984

En enero de 2006, recibe el premio 4D creado este mismo año con carácter bianual, por la Delegación Navarra del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro, para reconocer la labor de personas e instituciones en pro de una arquitectura de calidad.


Berlys Ingenieros: Iturralde y SagßÊs




Este libro se termin贸 de imprimir en los talleres de Litograf铆a IPAR S.L. el mes de noviembre de 2007



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