#4 Trabajo colectivo

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10 - ENERO - 2014

#4 TRABAJO COLECTIVO

ARIEL JACUBOVICH: “HAY OTRO TIPO DE PARTICIPACIÓN QUE ES MUY VALORABLE (...): LA DEMOCRACIA MISMA”

EDITORIAL #4 Por Ignacio Rivas “Estoy interesado en el ‘demasiado’, hacer demasiado, dando demasiado, poniendo demasiado de un esfuerzo en algo. El derroche como una herramienta o un arma”. —Thomas Hirschhorn Entendido desde su significado más tradicional, el trabajo colectivo es: un grupo de personas/ que se organizan de una forma determinada/ para lograr un objetivo común. Centrémonos en el problema de la organización y en cómo se determina su forma. Ésta supone que cada miembro del equipo realiza una serie de tareas de modo independiente pero a la vez es responsable de los resultados totales. Es en la organización interna donde se pueden hacer las diferencias, ese momento que rara vez recoge la historia. Es fácil reconocer y recordar temporalmente ciertos hechos que inicialmente tienen gran potencia, como Occupy Wall Street, pero nos es muy difícil reconocer que su valor es proponer nuevas formas de organización. Es igualmente complejo precisar cuál es la relación entre la forma de trabajo colectivo, en su modo horizontal, y los resultados que genera dicho proceso. Sin embargo, existe una noción de que, a pesar de una supuesta disminución de la eficiencia en relación de procesos de trabajo más bien jerárquicos, hay un aumento en su potencia (por la cantidad de actores involucrados), que contagia los resultados con valores de transversalidad y comunidad, tanto en los actores como en los contextos con los que interactúa. Considerando el contexto actual de personas o agrupaciones trabajando en temas de ciudad, y cómo los tiempos han cambiado, se ha vuelto necesario generar nuevas formas de producción capaces de formar acuerdos colectivos con diversas especializaciones. Sin embargo, en muchos casos se sigue respondiendo de la misma manera. Las toma de decisiones se centra en unos pocos, pero a la hora de producir casi siempre es necesario subcontratar la parte que los excede en sus capacidades. Inconsciente o conscientemente, se genera un valor diferencial en base al trabajo de otros. Un ejemplo de esto es el sistema del empleo basado en practicantes y ayudantes. En el contexto de la autogestión, trabajando en prácticas sobre la ciudad más bien alejados de las instituciones estatales y empresariales, proliferan cada vez más formas de trabajo organizados en torno a la horizontalidad y la colectivización, tanto en sus procedimientos como en sus resultados. Esto parece responder a una ruptura en la confianza por la injusta distribución en la que estamos inmersos, no solo económica, sino también por la falta de inclusión en la toma de decisiones. Desde la periferia de la producción urbana se están poniendo en jaque las formas de trabajo de los actores más tradicionales. Pareciera ser que la ecuación correcta, aquella cuyo resultado representa a muchos, es la que equilibra tres cosas: una forma de trabajo justa; la generación de independencias que permitan exploraciones personales y variados intereses; y el apropiamiento de eso que se está haciendo. Una manera de hacer aparecer una forma de trabajo, dandole la visibilidad que comúnmente carece, es a través de “mecanismos”. Un mecanismo, está compuesto por un conjunto de elementos que cumplen una función para lograr un fin específico. Es esencial para la producción arquitectónica-cultural, entender cuáles son esos “elementos”; dónde están ubicados temporalmente; y qué implica si éstos —en este caso, los actores— son incorporados lo antes posible. Vincular a los actores desde el comienzo, iniciar procesos donde se les de la oportunidad de conocer, comprender y afectar los contextos, es una forma concreta de generar empoderamiento. Como dice Hirschhorn, hay que darle espacio al demasiado. Ese demasiado, ese espacio a las posibilidades y manifestaciones, es lo que de alguna manera ha permitido tener al interior de La Ocupación esta publicación, aparentemente opositora o al menos independiente. Esa excesiva y necesaria libertad es la que ha permitido que todos, desde sus posiciones, alimenten esta reflexión colectiva, donde todos, por un momento, pueden hacerlo todo.

Ariel Jacubovich es miembro del colectivo C.A.P.A. y profesor adjunto de la FADU-UBA. Entrevista realizada por Ignacio Rivas 8 de enero de 2014

¿Cuál crees que puede ser el rol del arquitecto trabajando en contextos de colaboración? Me gusta pensar que el rol del arquitecto podría ser el de mediador, alguien que participa desde sus capacidades posicionándose como articulador de las diferentes partes o grupos que participan de la colaboración, aunque con intereses propios también. Es decir, que está adentro de la escena e incluso que puede ayudar a conformarla, ya que tiene motivaciones propias que lo incitan a hacerlo (por ejemplo, la compulsión por construir, por transformar el entorno habitable, puede converger con las necesidades y aspiraciones de diferentes grupos que probablemente solos utilizarían otras formas). Esa es la diferencia entre un mediador y un intérprete o intermediario: que el mediador es una parte más de la escena y que participa activamente en mantener unida a esa sociedad colaborativa; aunque sea por un tiempo. Y que lo hace desde sus capacidades como arquitecto, en otras palabras, en su capacidad de producir y previsualizar posibilidades materiales de transformación. No solo el arquitecto en su rol social debiera trabajar como mediador, sino que también es importante que su producción funcione desde sus cualidades materiales y representativas, permitiendo ligar colaborativamente a las partes. Los contextos de colaboración se caracterizan por hacer converger el trabajo de diferentes entidades o grupos, por sobre la división de las tareas de las actividades que los reúnen. En una fábrica, por ejemplo, a pesar de la división entre capital y trabajo y las relaciones de explotación, debe existir la colaboración para lograr la producción pretendida, y para eso, tiene que haber algún consenso sobre la organización del tiempo y las tareas, así como sobre las cosas materiales que los reúnen, sean productos o medios de producción. Un caso donde la colaboración no es necesaria para el mantenimiento de una sociedad específica es el de las finanzas: al capital financiero no le interesa cómo se producen las cosas porque la rentabilidad está asegurada. Pienso que en esos casos, cuando hay arquitectura ligada a esos procesos, ésta no participa como mediadora sino como intérprete, sus cualidades materiales quedan desvinculadas de la sociedad, por lo menos de la sociedad que le dio origen. Podría ser buena arquitectura dentro de los cánones que pone la propia disciplina, pero corre el riesgo de nacer directamente como ruina.

¿De qué manera es posible generar nuevas y mejores formas para lo que hoy se entiende como participación ciudadana? Fundamentalmente creo que hay dos tipos de participación: la participación que se presenta como la elección de opciones por parte de la ciudadanía y la participación en la que la ciudadanía se propone la conformación de las opciones. Por supuesto que la primera es la que no me interesa, ya que en la mayoría de los casos se trata de la legitimación de decisiones que ya fueron tomadas en otros ámbitos y que se ponen a participar para destrabar una situación. Votar proyectos en Facebook no es una forma de participación que produzca alguna diferencia, lo mismo que los concursos, que por lo menos en Argentina, no producen ninguna diferencia. Las opciones premiables están siempre dentro de un rango en el que ves que la decisiones ya fueron tomadas de antemano, ya sea por la forma de elegir el jurado o por la manera de gestionar los riesgos que tienen las partes termina no sucediendo nada, no hay ningún cambio, pero se realiza de manera “legítima”.

Pero hay otro tipo de participación que es muy valorable y que está cambiando las formas de organización colectivas: la democracia misma. Es una participación que se basa en la organización. Ya no son individuos votando opciones desde su casa o en un parlamento, sino grupos organizados que con formas colaborativas o de lucha logran tener capacidad no solo de reclamar por mejores condiciones de habitabilidad sino incluso de proponer proyectos de transformación. Ahí los arquitectos tienen una cantera enorme de posibilidades de trabajo. ¡Pero para eso tienen que participar! Pienso que hay que dejar de pensar que desde la arquitectura hay que “hacer” participar. Lo que tiene que hacer la arquitectura es participar, esos procesos están por todos lados, no hay que generarlos sino más bien insertarse en ellos.

¿Cuál es la relación entre la forma de trabajo y la forma de la arquitectura? Hay muchas formas de relación entre esos dos campos. En mi caso, preferiría que fuese una relación de imbricación: que las coincidencias, los solapamientos, las sistematizaciones, se den de maneras simultáneas y se afecten mutuamente desde ambos campos. Incluso, que se confundan. En algunos casos nos pasa que no sabemos si lo que producimos es lo que termina siendo el objeto de nuestro trabajo o son las condiciones para que eso se produzca lo que en realidad hacemos. Y cuando esas imbricaciones se dan, la verdad es que no importa dónde está el foco del trabajo, ya que en ambos campos hay arquitectura. Me gustaría que la forma de trabajo fuese coincidente con la forma de la arquitectura.

En relación a tu trabajo en C.A.P.A., ¿cuál es tu interés en la asamblea como organismo de toma de decisiones? En realidad no tengo un interés particular por la asamblea. Lo que pasa es que para darle un nombre a algo que venimos haciendo, que a la vez queremos que se vuelva una forma de trabajo con una dinámica propia y un grupo reconocible, buscamos un nombre que reuniera dos cosas que estaban juntas y que queremos destacar: la arquitectura pública y asamblearia. Ya que la arquitectura pública está convencionalmente ligada a lo estatal y lo asambleario está ligado a lo autogestionado, nos interesaba poner en relación esos dos términos que en principio se presentan como contradictorios, pero que contienen una enorme potencialidad. Ahora, la asamblea como organismo de toma de decisiones formó parte de varios proyectos que hicimos, espacialmente el de Roca Negra, fundamentalmente porque la asamblea nos precedía (ya que era el mecanismo de toma de decisiones para los grupos y organizaciones con los que trabajamos), y por eso decidimos incorporarla al proceso de conformación y producción de las propuestas arquitectónicas. No utilizamos la asamblea para que ahí se decidan opciones arquitectónicas ya elaboradas por nosotros, sino para producir arquitectura de manera colectiva, o por lo menos ciertas instancias, como documentos arquitectónicos, modelos, maquetas o mapas, que luego se terminan traduciendo a los proyectos. Pero la asamblea te garantiza que los objetos que se producen en ella sean objetos de consenso y que carguen en sus cualidades propias —materiales— una fortaleza que le transfiere el colectivo y que se mantiene luego en las diferentes traducciones.

¿De qué manera esa toma de decisiones puede afectar la producción y formalización de los proyectos? Eso es justamente lo que venía diciendo. La pérdida de control de ciertas variables, por decidir cuestiones de proyecto en la asamblea, es también la ganancia de control en otras, lo que te permite luego trabajar con una base sólida, una base que garantiza una cierta confianza o atachamiento de las partes involucradas en el proceso a cuestiones propias de la arquitectura, y eso, es bastante.

Sabemos que el proyecto de Roca Negra del cual eres parte fue expuesto en un museo en Brooklyn, también están los proyectos de POST-IT en el Centre d’Art Santa Mònica de Barcelona y el de A-77 en PS1. ¿De qué maneras crees que es posible afrontar esta vinculación entre las instituciones museísticas y esta clase trabajo? La producción cultural, sea en museos o universidades, siempre está a la búsqueda de lo que se puede presentar como tendencia o cambio en la forma de hacer las cosas. Creo que hay ciertos trabajos que funcionan en varios niveles a la vez, es decir, no solamente en lo que producen sino también como prefiguración de un modelo posible. En ese sentido, el centro ya no es la tendencia sino que los márgenes, como Latinoamérica, pasaron a ser los laboratorios de experimentación de ciertas formas novedosas de producción dentro de la arquitectura y el ojo empieza a enfocarse ahí.

Como invitado al proyecto La Ocupación, ¿cuál es tu interés en proponer una Universidad Nocturna? Al estar lejos, pensando el proyecto desde Buenos Aires, nos sentimos con la suficiente distancia como para poder trabajar con lo más obvio, incluso lo estereotipado (hacer algo en Chile, hacer algo con la universidad), pero sin tener que meternos dentro de la enorme discusión que se viene desplegando en torno a eso en los últimos años. Al mismo tiempo, nos dimos cuenta que también ese punto puede ser el punto ciego, algo tan grande y con el cual casi todos están tan involucrados que no lo pueden ver, nos llamó la atención que nadie lo hubiese propuesto como institución y supusimos que era por eso. Entonces, para proponerlo, pero a la vez no tener que meternos adentro de lo que ya viene siendo debatido y propuesto, es que surgió la Universidad Nocturna, una universidad que como simulacro corre en otro tiempo-espacio al de la universidad que si está siendo puesta en cuestión. Como una realidad paralela en donde, por ejemplo, las cuestiones de recursos están enfocadas no en quien paga sino en cómo recurrir a una energía que está dilapidada, como la energía erótica asociada a la noche, a la pernoctación. En lo universitario eso se traduce en la figura convencional del Campus o en la relación jerarquizada docente-alumno. A nosotros nos interesaba más generar un ambiente de intercambio (comer, dormir, compartir experiencias y conocimientos, y ponerlos a circular) y que ese intercambio, puntual, esporádico, pudiera presentarse como universal, y, en ese sentido, universitario.

ENTREVISTA ANDRÉS CANALES: “Nos hicieron querer tanto el dinero, nos hicieron pelear tanto por este privilegio, que ya no somos capaces de reflexionar para qué trabajamos o por qué estamos estudiando” Andrés Canales es miembro de la Unidad de Tabajadores Sin Patrón y socio de la Cooperativa de Trabajo. Entrevista realizada por Ignacio Rivas 9 de enero de 2014 Continúa en la página siguiente >>>>>>>>>


Santiago - Chile

¿Qué los motiva a construir una empresa autogestionada o cooperativa? La cooperativa comienza el año 2011 en respuesta a una necesidad primordial que es el trabajo y de cómo hacer éste de la forma más coherente a nuestra visión política. Pareciese raro asociar una empresa a una visión política, pero nuestra unidad productiva —como la llamamos nosotros— cree que toda empresa, de carácter capitalista o no, tiene una visión política. Lo que marca la diferencia es que una política es ya tan hegemónica, que se volvió natural, como si ésta no fuera una opinión política de la sociedad, sino lo normal. Las empresas capitalistas tienen como visión política generarle riquezas a un inversionista en función de la plusvalía creada por el trabajo. En un ejemplo simple: si tú eres arquitecto y trabajas en una oficina, la oficina cobra por tu trabajo, lo que vale en el mercado (500), pero a ti te pagan por este trabajo un honorario mucho menor (300), los 200 restantes son la famosa utilidad. Se nos enseñan en todos lados a “aumentar las ganancias, disminuir los costos” y, recordando que el trabajo es un costo para los capitalistas, a nosotros los trabajadores no nos conviene económicamente asalariarnos. Así que en este punto teníamos dos opciones: o explotábamos a otros trabajadores como capitalistas, es decir, extraemos parte de su plusvalía; o nos asociamos con otros trabajadores para mejorar colectivamente nuestra situación. Bajo nuestra visión política la primera no es una alternativa. Por lo tanto, nos quedó hacernos cargo de la segunda, y buscando, dimos con las cooperativas como figura legal.

¿De qué manera el trabajo colectivo genera diferencias con respecto a las formas de trabajo más tradicionales? Me gustaría diferenciar en esta pregunta dos tipos de trabajo: el asalariado bajo una figura patronal y el independiente. En el trabajo asalariado patronal, las diferencias son abismantes. Es pasar de una dictadura a una democracia. En la empresa común no hay derecho a nada, solo de cobrar el sueldo, que es lo mínimo posible. Si no estás de acuerdo con una decisión puedes dar tu opinión, pero eso te puede costar el despido o una calificación de comunista, y con ello, también el despido. En la cooperativa volvimos a tomar parte de las riendas de nuestras vidas, no se imaginan lo impactante que es sentarse a discutir cuánto es lo justo que hay que ganar para vivir bien, eso no pasa en ninguna parte; o decidir si tu jefe lo hizo bien o mal y tener la posibilidad de revocar a un gerente; elegir colectivamente qué trabajos hacer y qué hacer con las utilidades. Estas decisiones por lo general le corresponden a un patrón, acá nos corresponden a nosotros. En una empresa patronal el dueño extrae plusvalía de nuestro trabajo y se hace rico sin trabajar necesariamente. No se le puede reclamar si llega tarde. Acá cada uno gana en función de la cantidad de trabajo, en nuestra cooperativa en horas hombre, si trabajas ganas, si no, no ganas. Aunque seas dueño en parte del capital de la cooperativa sin trabajo no se gana. Nadie se hace rico a expensas de nadie. Y hasta ahora, las utilidades no las hemos repartido, hemos decidido capitalizar para crecer y tener una mayor estabilidad, brindar este espacio a más compañeros trabajadores y promover esta forma de producción social. En la empresa individual se busca simplemente querer hacer más, querer ser competitivos en la producción y llegar a ser grandes, bajo un control de los trabajadores organizados y conscientes, influir en el mercado y extraer fuerza de trabajo a los que explotan.

¿Cuál es el principal obstáculo para la creación de una nueva cooperativa? Una cooperativa es un proyecto políticoeconómico ambicioso, acá ya somos varias familias que viven de la “unidad productiva”, pero ha sido un camino largo y de mucha resistencia. Este proceso requiere de mucho convencimiento político y confianza con los compañeros para sobrellevar las vacas flacas del principio. Creo que éste es el principal obstáculo

para un grupo: el convencimiento y la confianza. Lo demás son trámites y autoeducación, la cosa es atreverse. Nosotros ya pasamos por un proceso de ensayo y error, y compartimos ese conocimiento con el convencimiento de derribar esas barreras y solo reducir las variables a una decisión de carácter personal político. Nosotros pasamos de ser una pequeña unidad productiva a una más compleja, con oficina de administración y todo. Se puede. Nosotros ya tenemos la experiencia y se la ofrecemos a los compañeros de manera gratuita.

Así, en Chile, las cosas anómalas son normales. Sube el Transantiago y es más caro que en Londres y a nadie le importa. Están todos dando vueltas en esta ruletita del consumo como unos ratones en su jaula.

En relación al contexto chileno, ¿qué cambios son necesarios para la proliferación de nuevas formas de trabajo colectivo que afecten nuestra realidad?

Lo que nos unió fue un proyecto, un proyecto para recuperar un espacio abandonado para los vecinos y vecinas, organizaciones sociales y barriales del sector. Un proyecto educativo alternativo y un espacio de creación. En función de esto fuimos capaces de respetar a cada una de las organizaciones en sus individualidades y, a la vez, tomar las decisiones de manera colectiva entendiendo que uno iba a ser parte de una porción del trabajo solamente y tratando de aportar, humildemente, lo máximo posible. Por supuesto, hay diferencias, visiones políticas distintas, pero eso no nos transforma en enemigos, el enemigo está más que claro.

Podríamos hablar de reformas a la ley de Cooperativas actual, que fue creada en dictadura, o quizás de políticas de estado. Pero en Chile, que es un experimento capitalista que amerita estudio en varias universidades del mundo, es difícil llegar a creer que habrá una política de estado de proliferación. Por lo tanto, nos gusta centrar más nuestros esfuerzos en derribar los grandes mitos de la producción, mentiras básicas que hacen que los trabajadores no tomen iniciativa ninguna de carácter colectivo. El primer mito es que hay que tener una empresa capitalista para producir en grande, en este sentido, nosotros conocemos casos de empresas “sin patrón” de cerca de 450 trabajadores, con índices de producción altísimos. Los trabajadores organizados son capaces de producir sin el patrón, es el patrón el que no puede producir sin nuestra fuerza laboral.

“Nos gusta centrar más nuestros esfuerzos en derribar los grandes mitos de la producción, mentiras básicas que hacen que los trabajadores no tomen iniciativa ninguna de carácter colectivo”. El segundo mito tiene que ver con la posibilidad real que tiene un trabajador de generar riqueza y cuál es el fin de esa riqueza. Para qué queremos constantemente más y más recursos, y más y más bienes basura. nosotros queremos ganar para vivir tranquilos, sin grandes lujos. Esto, entendiendo que la explotación no se da solo cuando te están dando latigazos, sino cuando te extraen plusvalía: hay empresas que siendo el mejor lugar para trabajar del mundo igual explotan, porque en tanto que extraen plusvalor, hay explotación, y en tanto hay explotación, hay riqueza, lo otro es opresión. Nosotros no queremos ser ricos, porque no queremos explotar a nadie, queremos ganar lo justo por nuestro trabajo y tener todos una vida digna en vez de unos pocos. Lo que quiero decir que los cambios no los tenemos que esperar por parte del gobierno de turno, que es capitalista y nos apoyará en tanto le convenga política y económicamente, si no, no. Es nuestra tarea como trabajadores reproducir estas formas de producción, ser solidarios con los compañeros que están en la vía del control de los trabajadores, debemos hacer un cambio de switch y cooperarnos como trabajadores: ahora nos tienen a todos compitiendo por migajas. Sabemos que no es fácil. Es difícil cuando nos criamos en una sociedad donde la mayoría de los chilenos gana menos de $400.000. No creemos que las personas sean avaras porque sí, es el sistema, que está diseñado de tal forma que pertenecer a esta mayoría sea paupérrimo y donde los que tienen las lucas tienen todos los privilegios. Una sociedad donde si no tienes lucas no tienes una educación digna; donde estás obligado a vivir en un sector marginado, en guetos de pobreza creados por el estado con completa segregación social; donde si te enfermaste, jodiste, te volviste aún más pobre. Nos hicieron querer tanto el dinero, nos hicieron pelear tanto por este privilegio, que ya no somos capaces de reflexionar para qué trabajamos o por qué estamos estudiando lo que estudiamos. Todo es mercado, mercancía.

Junto a tu cooperativa fueron parte del proyecto de recuperación del Liceo en Av. Matta. ¿Cómo fue el proceso de toma decisiones para lograr relacionar a las distintas organizaciones involucradas?

fuera de sus muros, hacia el espacio público, para reconstruir el tejido urbano físico, político y comunitario de nuestras ciudades. Por último, la construcción de procesos culturales con comunidades locales es un proceso de empoderamiento y emancipación, por lo que su ubicación en nuestra ciudad y las comunidades a las que están dirigidos deben ser parte de una tendencia que se resista a la segregación del uso por valor del m2. De este modo, los espacios culturales de vanguardia se convierte en una alternativa para abrir grietas en el mercado del suelo, reutilizar espacios olvidados, integrar voces diversas y especular a favor de la cultura comunitaria.

*** CARTAS A LA SALA DE PRENSA La nostalgia de la comunidad

Esta experiencia fue muy linda para nosotros. Es emocionante ver la voluntad humana en su máximo esplendor, a más de quinientas personas limpiando un colegio que no les pertenece, pero un espacio que consideraron que les pertenecía. La verdadera solidaridad, la que no pide nada a cambio. Son solo personas tratando de cumplir sus sueños, sueños que fueron desalojados por Tohá. Es emocionante en verdad sentir que nos queda mucho de humanidad.

Desde que me enteré que el Grupo Toma y colaboradores, estaban gestionando La Ocupación, pensé y sentí que ésta surgía de una nostalgia compartida por revivir y reconstruir la vida comunitaria. La colaboración o trabajo colectivo se realiza para alcanzar fines que solos no podríamos alcanzar. Sin embargo, vivimos en tiempos de individualización y distanciamiento hacia nuestros vecinos y comunidad; tiempos en que preferimos externalizar las responsabilidades de construir nuestro buen vivir, reduciéndolo solo a la provisión de servicios.

OPINIÓN

Quizás esta nostalgia aparece hoy, con más fuerza en esta generación, que busca generar alternativas de vida al devorador sistema neoliberal, que crecientemente ha mercantilizado los diversos espacios de nuestra vida cotidiana. Siento que hemos olvidado la cultura de la colaboración y el bien común.

En respuesta a #2 Institucionalidad Por Valentina Rozas

Valentina Rozas es arquitecta y miembro de la Comisión de ciudades y territorios de Revolución Democrática. Gonzalo Oyarzún nos plantea un dilema con matiz de oportunidad: si reconocemos el desarrollo de la institucionalidad cultural de las últimas décadas en Chile, a través de la creación de fondos de cultura, espacios culturales y bibliotecas públicas es posible reconocer un avance en cobertura, y al mismo tiempo identificar la limitada participación de las comunidades estos proyectos. Similar al problema de la vivienda pública, que durante la década de los ’90 privilegió cantidad por sobre ubicación en la ciudad -y de este modo habitante por sobre ciudadano-, las instituciones culturales parecen haber escogido a las audiencias por sobre las comunidades. La crisis-oportunidad radica entonces, en que esas audiencias ya son pasivas, y están exigiendo ser participes en la construcción de proyectos culturales, en sus palabras: “Resulta bastante evidente que hoy día la sociedad está exigiendo cada vez más una participación en el desarrollo de los proyectos; esta comunidad, como me gusta decirlo a mí, demanda no solo participación, sino que espacios públicos también, espacios de participación. Hoy, más que construir bibliotecas públicas, centros culturales o museos, lo que se requiere son espacios públicos, donde se genere cultura y hayan bibliotecas, exposiciones o teatro, pero lo principal es la generación del espacio público.” (Oyarzún 2014) La infraestructura acumulada por las convicciones elitistas de las últimas décadas, puede ser reutilizada, y resignificada por nuevos proyectos que busquen la co-construcción en comunidad del espacio público. Pero esta no es una tarea exclusiva de las instituciones culturales, sino extensiva a la vivienda, transporte, salud, educación entre otros, que deberán volcarse

La Ocupación se perfila entonces como un laboratorio, en el que se busca generar espacios de reflexión e instancias de colaboración entre vecinos, como una forma de recuperar la vida colectiva en espacios públicos, en su concepción más amplia. Este laboratorio nos da la oportunidad de probar e innovar en metodologías y formas para la recuperación del tejido social. No obstante, el laboratorio no influye directamente en la vida real de personas. Conozco y comparto el discurso del que surge La Ocupación, sin embargo, falta que este discurso crítico se exprese en la acción. Entonces la pregunta es, ¿cómo sacamos en limpio los aprendizajes de esta experiencia? ¿Cómo los aplicamos para transformar la situación en que nos encontramos? Denise Misleh

*** Publicación periódica realizada por ¨La sala de prensa¨ que surge como respuesta a la invitación hecha por el Grupo Toma a participar de la instalación La Ocupación, a desarrollarse en el Centro Cultural Mil M2 de Santiago de Chile entre el 7 y el 12 de Enero del 2014. Este periódico no aspira necesariamente a informar sobre lo que sucede en La Ocupación, sino que opera de forma independiente, como un órgano crítico, y con una línea editorial propia definida por el equipo editorial. El equipo que conforma esta publicación está integrado por los editores Pablo Brugnoli, Francisco Díaz e Ignacio Rivas, además de la Editora Ejecutiva Rayna Razmilic. En cada ejemplar habrá una sección para cartas del público, en formato físico (en el buzón instalado a la entrada de la Sala de Prensa), a través de Twitter en el hashtag #prensalaocupacion o en el evento de Facebook “La Ocupación”.


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