La España profunda de don Ramon

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de limpieza y en los sitios donde era su destino surtía sus efectos, y la gente lo comentaba. Por eso, porque no cobraba, y porque lo hacía bien, en tiempo de la matanza de los cerdos su casa se llenaba de jijas, filetes, morros e hígado. Cuando se curaban las morcillas le llevaban morcillas, cuando se curaban los chorizos le llevaban chorizos, lomo adobado, costillitas fritas y envueltas en manteca, y tocino veteado. Cuando se recogían las patatas, o las alubias, o las lechugas siempre lo compartían con el maestro. Con el cura no se llevaba bien pero tampoco mal. Los chicos mayores decían que le hacía caso por cojones. Las cosas de la iglesia las hacía como con desgana, igual que lo de la bandera. A los pocos días de comenzar las sesiones escolares, a finales del mes de septiembre, cuando el alcalde uncía los bueyes para la dura jornada que le esperaba, el maestro se acercó precavido a la puerta donde estaba el que era su autoridad en la localidad. – Alcalde tengo un asunto que comentarte. A ver si me lo puedes solucionar. – Pues dígame Don Ramón, que si está en mi mano lo solucionaremos. – Está en tu mano. – Pues a ello. – Es el izado y arriado de la bandera a la entrada y salida de la escuela cantando el “Cara al sol”. Me da una sensación de ridiculez extrema, los niños van como van y dale con la camisa nueva, y las niñas con los brazos en alto me molesta un montón, y si entonamos el “montañas nevadas” mentamos la soga en casa del ahorcado con aquello de “prietas las filas, recias marciales” ¡Vamos que con tu permiso lo suprimiría! – ¡Bueno! ¿Ese es el problema? Pues suprímelo. A mí también me parece una chorrada. Ahora parecen bobadas lo que en su tiempo pudo ser una especie de arenga. Te advierto que el oírlo en el frente daba ánimo. Tuve compañeros falangistas que con el izado de bandera y el “cara a sol” y la consigna del día te daban coraje. Te sentías con ánimo. Pero lo pasado es pasado, tu labor es enseñar a los chicos, así que a lo tuyo y ordena las entradas y – 19 –


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