La España profunda de don Ramon

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A veces usaba unas gafas con montura de oro. Decían que en la República fue un hombre importante, y que estaba protegido por el alcalde, y que había sido un hombre pudiente. En el aula era un ser entrañable. Al alumno desinteresado en las labores escolares le repetía con ternura benedictina: “Oye, estoy para ayudarte, quiero que seas un individuo de provecho, que con estos estudios te puedas defender y no te engañen, y en ningún caso estoy para hacerte la vida desagradable o imposible”. En las pérdidas, momentáneas y ocasionales, de paciencia usaba una vara de avellano, a la que llamaba “la pedagógica”, para sacudir en las pantorrillas a sus discípulos. Restituido el orden pedía perdón terminando con aquello de “sois imposibles”. Paseaba mucho por el pueblo con las manos en los bolsos, luciendo la cadena de oro que unía el bolsillo del chaleco con el reloj, y charlando con todos los que encontraba interesándose por sus problemas. Muchas tardes le vimos sentado junto al quicio de las puertas, en el poyete de piedra, charlando con los dueños. – D. Ramón, donde hubo fuego siempre quedan ascuas. – Así es, el fracaso de aquellos voluntariosos republicanos auténticos se debió a la chusma inculta y alocada. – Eso me parece. La gente culta nunca se metió ni con la iglesia ni con los curas. Los que pertenecíais a las personas cultas respetasteis las actuaciones del culto y los valores religiosos aunque no comulgarais con ellos, y fuerais por vuestra cuenta como si no existiésemos. – Correcto Don Florencio. En clase fumaba unos cigarrillos que sacaba de una cajetilla azulada. La cajetilla tenía un guerrero pintado en una de sus caras. El guerrero estaba atravesado por el letrero de “Celtas” en mayúsculas.

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