El Paladar de los Caldenses

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Octavio Hernández Jiménez

El paladar de los Caldenses

pastillas inodoras, incoloras e insaboras. La envidia que suscitaría en los humanos de entonces. Hay cilantro para quien quiera adornar el color amarillento del caldo con un toque de verdor y pueda luego ir a hacer la siesta que provoca el consumo de aquella yerbita tan doméstica que parece de la familia. Por los efectos somníferos que tiene, es por lo que se repite: bueno es cilantro pero no tanto. La señora que me atiende me pregunta: quiere arepa blanca o en tecnicolor? (Tecnicolor es amarilla). Ni más faltaba. Y rebanadas de limones "taití", jugosos, para "matar la grasa" del pescado, como sostienen los viejos. El fondo humeante que hierve al frente está a la disposición de los comensales, ojo, sin sobrecosto alguno. ¡Repita, si quedó con ganas! ¡En dónde, fuera de la casa, cuenta uno con esta ganga? Si usted es paisa de siete suelas, como se presupone al escoger semejante comedero, puede rematar con una tazada de mazamorra de maíz amarillo y terrones de panela a la espera de unos dientes de trituradora. El dulce a mordiscos! Al salir me detuve en la contemplación de la estructura metálica que se sostiene, en un gran alarde de ingeniería, sobre las cabezas inclinadas, las frutas y las legumbres. Se trata de una techumbre magnífica que no he oído mencionar a los comentaristas de obras arquitectónicas, en la capital de Caldas, engreídos en su mayoría, en la adjetivación decadente de nuestro pasado. Es un formidable templo de la comida típica, sin maquillajes de última moda. 3.11.6 DE COMEDEROS Y RESTAURANTES Fuera de las cocinas hogareñas, para aquellos que viajan o deciden comer en otro sitio, han existido, entre caldenses, sitios con denominaciones que matizan el significado de esos negocios. Los hoteles gozan de más prestancia que las pensiones. En las 166


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