Mamiferos de España y del mundo

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tal extraña mezcolanza de rasgos propios de bóvidos y cérvidos que su estudio ha hecho las delicias de los expertos en anatomía comparada. Estos animales, por otra parte extraordinariamente abundantes en la Gran Pra­dera antes de la expansión de los colonos, poseen mamellas como las cabras, perfil de cabeza de rebeco y cuernos inter­medios entre las cuernas de los ciervos y las astas de los toros.

Cervus elaphus canadensis (Wapití o Huapití)

Los cuernos del berrendo, a la sazón, han puesto a los evo­lucionistas sobre la pista del probable proceso evolutivo de la caída de las cuernas en los ciervos, que constan de un vástago interior óseo, como en el toro, cubierto por un estuche cór­neo que, sin embargo, es caedizo como en el ciervo.

L

a cuarta pezuña que nos es posible rastrear en el suelo de estas tierras bajas, pertenecen al legendario bisonte americano (Bison bison), una especie muy abundante antaño que ocu­paba, en un número superior a los 50 millones de cabezas, las praderas y llanuras norteamericanas. En equilibrio con las poblaciones de indios, lobos y otros predadores naturales, el contingente de bisontes, búfalos para los colonos, se mantu­vo estable hasta la campaña de exterminio sistemático emprendida por el hombre blanco en el siglo pasado. Esta campaña no fue en esencia sino una burda maniobra militar a medio plazo dirigida contra los núcleos de resistencia de indios de las praderas, a los que se esperaba doblegar por hambre. Actualmente algunas pequeñas manadas totalizan­do unos 250.000 individuos sobreviven en un número de reservas distribuidas por todo el país y Canadá. Los bisontes vivían en manadas enormes, integradas en invierno por rebaños de dos tipos de tamaño. Los mayores eran los formados por hembras con crías y los menores los integrados por machos exclusivamente, en tanto que los machos muy viejos llevaban una existencia solitaria. En esta época realizaban largos movimientos migratorios hacia el Sur, a menudo de más de 500 km., siempre siguiendo fiel­mente los senderos abiertos por otras generaciones en el nomadeo secular de la especie. Estos senderos se ajustaban tan perfectamente a la topografía del terreno que, más tarde, fueron utilizados para el trazado de carreteras y vías férreas. Ya en la estación reproductora, y con la vuelta a los pasti­zales veraniegos, los rebaños de distinto sexo se fundían for­m ando grandes manadas mixtas. Al eco del mugido del galán en celo, las hembras elegían a sus machos, siempre grandes ejemplares de casi la tonelada de peso. A veces dos o más machos de tamaño parecido se disputan a la misma hembra y es entonces cuando la Naturaleza, que naturalmente ha previsto esta eventualidad, nos sorpren­de con ese sencillo mecanismo de selección genética, que en este caso resultaba también uno de los espectáculos más impresionantes que el afortunado indio precolombino podía contemplar: la pelea. Las dos moles

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Mamíferos de España y de otras regiones de la Tierra


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