en todo el mundo proliferan las escuelas de circo donde los estudiantes pueden obtener formación reglada. En Ámsterdam, por ejemplo, encontramos uno de los centros con mayor implantación, el circo Elleboog, con el que prácticamente la mitad de los niños de la ciudad entran en contacto en algún momento de sus vidas. Pero el caso de Greg Kennedy es totalmente diferente: ni tradición familiar ni formación académica. Para este ingeniero estadounidense los malabares eran sólo una
Sus hijos, Sebastian, Ayla e Isa, que tienen nueve, ocho y cinco años respectivamente, asisten a la escuela itinerante del propio circo, que cuenta con tres maestros canadienses de primaria y secundaria para un total de nueve estudiantes. De esta manera, los niños pueden llevar una vida académica relativamente normal mientras viajan. Otra ventaja es que los chavales, aunque comparten aula, avanzan cada uno a su propio ritmo. Además, las clases se imparten cerca de los espacios donde ensayan los adultos, lo que facilita que padres, hijos y amigos pasen más tiempo juntos. Por ejemplo, comen a mediodía en la cantina del circo y dan paseos por algún parque cercano en el hueco que queda entre el final de las clases y la primera sesión de la tarde. Shana también se ha adaptado a la nueva coyuntura. Por fortuna, ha podido mantener su trabajo y sigue, aunque a distancia, al frente de la Escuela de Artes Circenses de Filadelfia. Durante algunas horas a la semana, se encarga de enseñar inglés a los acróbatas rusos. Ellos, a su vez, le enseñan algo de su intrincado idioma. El Cirque du Soleil arrastra tras de sí a empleados de hasta 18 nacionalidades, que hablan 11 lenguas diferentes. Poder comunicarse con fluidez los unos con los otros les ayuda a estrechar lazos y a sobrellevar una rutina siempre cambiante. En este sentido, Greg está muy orgulloso de sus hijos: “Al principio, crearon muchos lazos con las dos o tres primeras ciudades que visitamos. Ahora, los cambios les entusiasman y esperan nuevas aventuras en cada destino. Me fascina lo desvinculados que están de todo lo material, lo poco que les preocupa tener que desprenderse de sus cosas o de sus juguetes. Otro efecto positivo de este modo de vida es que los niños hablan francés con fluidez y chapurrean ruso o mandarín para interactuar con sus amigos”. La carrera de un malabarista como Greg puede prolongarse más que la de otros artistas, que se ven obligados a retirarse por lesiones u otros condicionantes físicos. Por esta razón, la familia no se plantea, de momento, abandonar el Cirque du Soleil. “Es una gran oportunidad -comenta Greg- para que nuestros hijos vean mundo. Sin embargo, en cuanto veamos que ellos no son felices con este modo de vida, lo abandonaremos por su propio bienestar”. Regresar a Filadelfia es una opción viable, dado que la familia conserva allí su hogar y acostumbra a dejarse caer por la ciudad siempre que el calendario de actuaciones les deja un hueco libre. En las últimas décadas, el circo ha cambiado y también lo ha hecho el estilo de vida de sus artistas y sus familias. Sólo una cosa se ha mantenido inalterable: la fascinación de grandes y pequeños espectadores por ese mundo de fantasía.
59
s
UNIVERSO MASCULINO: CIRCO
afición que llevaba cultivando desde la adolescencia. Pero en 1996, Greg ganó el Campeonato del Mundo y las perspectivas cambiaron. Durante casi una década, estuvo compatibilizando su actividad profesional con actuaciones en pequeños locales, cabarés y hasta cruceros. Jamás pensó en abandonar Filadelfia, donde sus hijos iban al colegio y su mujer ostentaba el cargo de directora de la Escuela de Artes Circenses, hasta que en 2007 surgió la oportunidad de unirse al Cirque du Soleil. “Mi primer pensamiento fue que la oferta habría sido perfecta diez años antes, cuando no tenía hijos aún -comenta- pero ignoraba el apoyo que la empresa ofrece a los artistas y a sus familias”. Finalmente, Greg y los suyos decidieron sumarse a la ‘troupe’ y han recorrido medio mundo con el espectáculo ‘Totem’.