Orígenes

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Año 1 No. 3

ORÍGENES


EDITORIAL Hace siglos, se inventaron los países para delimitar a los hombres, geográficamente, en función de unas determinadas características que los unían. Y fueron esos mismos hombres, quienes, acto seguido, comenzaron a relacionarse con otros pueblos y a adoptar las costumbres ajenas como propias. Pareja vino la obsesión por las conquistas,- militares y amorosas-, que contribuyeron a la fusión de pueblos y tradiciones. La Historia Universal está plagada de uniones y divorcios entre naciones y culturas. Constantes migraciones que contribuyen a la evolución, y que dejan su impronta en nuestros comportamientos y en el legado que dejamos a nuestro paso. Aún hoy, tratamos de usar las fronteras, las leyes y los pasaportes como frenos a esa mezcolanza inevitable y predestinada en nuestra historia desde los tiempos de la maldición de Babel. En los relatos de “Orígenes”, mostramos algunas de las rutinas, usanzas y manías que llevamos en nuestros ADN cultural y de las que somos más conscientes, al sumergirnos en la vida diaria de otras naciones y sus gentes.

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El Rincón ya la Oro Al dejar

edo alli Ella se qu serenita, fría, ndoime contempla me adios y diciendo no. con la ma

de la

Rima

LA ORO YA ¿Qué m e queda de tí vie ahora só jita? lo eres u n trozo m en el bo arrón letín me teorológ de la sie ico rra centr al.

¿Qué m e queda de ti? El diplom a con la foto de la otras cu promo, antas de ra la casa por ho e s l o re tr c e c e m u le ó e rdo de tu ste con 0 kil jardín ve cielo az Yo salí a 6 y ese so e rde, rd u e l v s u l e ib n s tr m e ó ll n á u n d en o s m e is mejilla contra e l camino s blanca l cerro d pa mirando e e piedra s, blanc r. m a o o z h tr n c a i o v ra m a a n s, o ro e s n a y s d z r a e e te d p rr is a o á tr s c li la p d e d o a n r tu vien limeña co sación n e s to a ñ h a elado. extr y aquella Cielo nu blado al amanec despeja er ndo de ti d o ra a h p z a e e s c v i ia el medio Me fu lguna a te s o m m p e c e día ratura m as os lo ha áxima 1 estras vid u n como tod n te e 6 o m rt grados peratura s un pue uertos mínima porque ere e a sus m 3 g o g c ra s a to dos o n n enca tierra os da sus porque tu n e ¿ u Q q u a é me qu s la dam eda de ti porque ere o. Las cica ? d la tu e d s tr a ic ls e u p s x d e e s o tu n y s pistas donde a prendí a antada ivo v m o o m Bella, enc s ntar bicic ji la e casa de sp leta, como el e muñeca s e c e fr o s te donde s las noch ie e mpre qu s de estre s años. ise dorm llas y la de alguno ir escarch a d e tus hela Hoy ¿qu das. é me qu eda de ti Tan sólo c h iq uita? la furia d e tu aus Mi nosta encia. lgia exte ndida 18 en la Ca 9 km rretera C entral y la resig nación d e escuc el pronó har stico pa ra la gra n Lima. Cielo nu blado to do el día sin varia ción en la tempera y la hum tura edad de siempre .

Poesía de ...

...Araceli Ma SEPTIEMBRE 2011 NABUART 3


Otoño 2011 EDITORIAL Rosa Lina Diego Güemes 2

El Rincón de la Rima Presenta Poesía de Araceli Ma AL DEJAR LA OROYA LA OROYA 3

Actores Participantes Adriana Oliveros Carlos Villuendas Marisela González Servat Monze Martínez Ruth Carvajal

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A DOS DE TRES CAÍDAS Mercedes Aguilera 7 EL DÍA DE LOS MUERTOS Ernesto Alonso Flores 11 ESA EXTRAÑA MULATA Jorge Alvarado 19 LA SIESTA DEL CORNUDO Rosa Lina Diego Güemes 27 NOCHES DE GUANIMAR Erick Hernández 33 PACHAMANCA EN EE.UU. Araceli Ma 40 TIEMBLATIERRA Gisela Labrada 47


Año 1 Número 3 Rosa Lina Diego Güemes Directora de Colaboradores

Colaboradores Redacción

Gisela Labrada z

Sitio Web

Araceli Ma z

Maquetación

Luz Castillo z

Fotos & Gráficas Susana Miguel z

Información sobre la edición: © Nabuart Todos los Derechos Reservados 2011 NABUART es una revista electrónica trimestral establecida en 2011 por los miembros fundadores de la organización de actores y escritores latinoamericanos del mismo nombre. Subscripciones: Para subscribirse, visite nuestro sitio en el internet: http:\\www.nabuart.com. Comunicaciones - Si desea más información por favor contacte a Rosa Diego, directora de colaboradores (rdgtorre@yahoo.es). Advertencia: “Los derechos de los texto y las fotos pertenecen a sus autores y/o personas que las han cedido y no pueden ser publicadas sin permiso de NABUART o del propio autor”. “Contacta con el autor del texto o fotografía o con NABUART para obtener su permiso y autorización expresa para poder usar o publicar su contenido de forma total o parcial”. SEPTIEMBRE 2011 NABUART 5



A DOS DE TRES CAテ好AS Escrito por Mercedes Aguilera

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A DOS DE TRES CAÍDAS

-“Lucharán a dos de tres

caídas sin límite de tiempo”.-

L

a voz del anunciador llena el au-

ditorio, el estallido de las voces ansiosas del público no se hace esperar; el pulso de Pepe se acelera. Las luces del auditorio se apagan. Más gritos. Segundos después las luces de los reflectores se fijan en un solo punto. El corazón late con más fuerza, tanta que parece va a estallar.

Este es, sí, este es el momento por el que todos están aquí, este es el momento que lo justifica todo: la espera, la interminable línea de almas encaminadas al mismo lugar: la ansiedad. Finalmente el anunciador comienza a recitar sus nombres. Uno tras otro entran y toda la emoción contenida estalla en un solo instante. Las voces se unen en una sola, para apoyar o abuchear al héroe o al villano. Una tras otra las contiendas van pasando, unos pierden y otros ganan, y finalmente la lucha estelar ha llegado. Los ojos de Pepe brillan, están llenos de vida. Aquí no importa nada, el helado y cruel mundo se ha quedado fuera. Este es su mundo, donde todo puede pasar, donde los villanos y los buenos se enfrentan. Este mundo salvaje y voraz, que da la victoria a los más fuertes, a los valientes…y a los inteligentes. Pepe no tiene que pensarlo mucho, él lo sabe, todos los presentes lo saben, en la arena no hay lugar para los débiles, mucho menos

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para errores, una mala decisión hace toda la diferencia; entonces, la victoria no siempre es para los buenos, a veces los villanos ganan; pero así es la vida ¿no? Toda la fuerza y furia de los titanes que se enfrentan en esta noche está contenida en un pequeño cuadrilátero. Tan pequeño que a veces estos guerreros se escapan volando de ellos para darle alcance a sus enemigos que intentan huir. Las capas, las máscaras , el vestuario; todo brilla y se mezcla con el sudor de los contrincantes que se esfuerzan con el corazón palpitante (tan palpitante como el de Pepe mismo) para conseguir la victoria, pero sobre todo el aplauso y la ovación de un público que clama por ellos. Los giros, las llaves, las maniobras son el centro de atención de la audiencia. El calor va en aumento, pero la gente apenas lo nota. Pepe se desgarra la garganta intentando que su voz, perdida entre las de otros cientos, logre alcanzar a su ídolo que se ha lanzado desde la tercera cuerda para inmovilizar a su rival. -“1, 2, 3”.- El referí cuenta y levanta la mano del héroe. La primer caída termina, y la balanza se inclina hacia su ídolo. Pepe, al igual que muchos otros, se levantan de sus asientos y entre gritos, silbidos y ovaciones vitorean al ganador, pero entre su celebración se cuelan los abucheos de aquellos que apoyan al rival. No importa, que abucheen y griten lo que quieran, esta contienda puede terminar pronto, solo necesitan ganar la siguiente contienda y todo habrá terminado.


Escrito por Mercedes Aguilera

El bando rival está furioso. Todo parece indicar que tomarán venganza de la afrenta, no les ha gustado ser vencidos tan rápido. Pepe grita, muchos más lo imitan, pero su voz no logra llegar, uno de los villanos ha tomado una silla y golpea con fuerza la espalda y la cabeza de su héroe, cae pesadamente, el conteo inicia, él no se levanta. Sus compañeros no logran llegar a tiempo y también son vencidos. Eso lo decide todo. Este mundo, esta arena, estos combatientes se aprovecharan de todo y de cualquier cosa para ganar. Un empate, eso es todo. Pepe contempla con ansiedad. Sus manos sudan, también su frente. Su héroe sólo necesita sacudirse y ganar la siguiente contienda. Él puede hacerlo, Pepe lo sabe, lo ha visto levantarse de entre las cenizas como el fénix. Ha estado en peores, él puede lograrlo, sólo necesita que sus compañeros lo apoyen, que no lo dejen sólo, y entonces nada ni nadie podrá detenerlo. La campana suena por tercera y última vez. La tensión sube a su máximo nivel. El aire se siente pesado y el silencio se inevitable. Las miradas están fijas en ese pequeño universo que, momentáneamente, contiene a las bestias que se miran y analizan con cuidado para dar su siguiente paso. El ataque finalmente comienza, es feroz , es rápido , tanto que apenas lo vieron venir.

raz. El héroe ha caído, sus compañeros fueron separados de él; el ataque fue sin piedad, no le dieron tiempo a pedir ayuda, sus compañeros entraron al ring y fueron atacados de igual modo. El héroe ha caído…por esta vez. Pepe no siente desilusión, sabe que dieron lo mejor de sí y perdieron con honor. Además, siempre habrá otra oportunidad. Este mundo salvaje también sabe ser justo, así que el héroe podrá reponer sus fuerzas y volverá a luchar, una vez más, para buscar la victoria que, en esta noche no pudo alcanzar. Pepe sale del auditorio caminando junto aquellos que, al igual que él, vinieron a ver el eterno enfrentamiento del bien y el mal en una arena que alberga un cuadrilátero donde unos guerreros están dispuestos a dar la vida para alcanzar la recompensa de un aplauso. Pepe volverá, como siempre, la próxima función. Por el momento el mundo real lo reclama, pero siempre encontrará una silla esperando por él para que sea testigo del colosal choque entre titanes.

La sangre hierve, los latidos crecen hasta que se hacen insoportables. El silencio finalmente se rompe, los gritos, los insultos y los aplausos se mezclan como una mancha vo-

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EL DÍA DE LOS MUERTOS Escrito por Ernesto Alonso Flores

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EL DÍA DE LOS MUERTOS

E

l calendario anunciaba la festividad

y todos en el pueblo de Piedra Azul se alistaban para la gran celebración. Desde muy temprano las familias se habían congregado para cocinar los platillos preferidos de sus fieles difuntos y para ir a visitarlos en su día. Era sábado 2 de noviembre y era el día de los muertos. En el camposanto las tumbas lucían adornadas con flores de zenpancuchitl y otras con hermosos arreglos florales, en cada una se podía observar un altar con comida que variaba entre los distintos platillos preferidos de cada uno de los difuntos. Pozole, birria, menudo, tamales, mole, pipían, arroz, tortillas hechas a mano, virotes, tostadas, conchas de chocolate, atole, agua fresca, champurrado y por supuesto la cerveza, el tequila, mezcal y hasta el pulque preferido del ya difunto. Algunas de las tumbas mantenían grabadoras tocando la música favorita de los que ya se habían ido mientras que una de las familias de mejor posición en el pueblo había traído desde lejos a la banda de música preferida de muchos en la región. Justo al centro del camposanto se encontraba la tumba de Jesús Torres, a la cual había llegado Ofelia, su hija, trayéndole su platillo favorito; pozole. Junto a ella se encontraba Ytznel, su hijo menor, quien había viajado desde Los Ángeles, California, con su madre para celebrar su cumpleaños pues justo ése día Ytznel cumplía 20. - Ya mamá. ¿Para qué la adornas tanto? Mi abuelo ni ve todo esto. Los muertos ya ni sienten. ¿Y esas calaveras? ¿Y esa imagen de la muerte, para qué? - ¡Más respeto Ytznel! Para nosotros es una de nuestras más importantes tradiciones. - Pero yo no se para qué. Ni que los muertos vayan a venir a comerse todo esto.

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- ¡Pues fíjate que si! - ¡Hay mamá, si los que se están dando tremendo banquete son los cuervos y los demás pájaros! ¿No te das cuenta que todo esto es pérdida de tiempo? Mejor deberían darles esta comida a los niños de África, ellos sí la necesitan. - ¡Ya!- replicó Ofelia molesta ¡Te exijo más respeto! Tu abuelo nos ha de estar oyendo. - ¡Ah! Contestó Ytznel enfadado. Ofelia se había ido desde los 16 a los Estados Unidos, se había casado y había procreado tres hijos, Susana; José Antonio y el menor Ytznel; era la primera vez que Ytznel visitaba el pueblo natal de su madre y estaba acostumbrado a vivir en la gran ciudad. Los hermanos de Ofelia no tenían hijos con una edad parecida a la de Ytznel lo que lo hacía sentirse solo y aburrido. - Mamá, ¿No podemos adelantar el vuelo de regreso? La verdad ya estoy bien aburrido, en este lugar no hay nada. Ni siquiera puedo usar mi computadora; no hay señal. - ¡No Ytznel ya te había dicho que no! Nos iremos el día 10 y no insistas por favor. ¡Ándale vamos a rezar! - Pero mamá, otra vez. - Si, otra vez. Quiero que tu abuelo esté contento y feliz porque su nieto, al que no conoció, vino a visitarlo. A regañadientes Ytznel comenzó a rezar. Mientras tanto en el mundo de los muertos Jesús Torres celebraba su día acompañando de su mejor amigo y compadre Víctor, a su


Escrito por to por Ernesto Alonso Flores

alrededor todo era alegría, algunos disfrutaban de los deliciosos platillos, otros más ya se encontraban un poco borrachos y recordaban sus anécdotas en la tierra, unos bailaban y otros más cantaban sus melodías preferidas. - Salud mi amigo - le dijo Víctor a Jesús. - Salud - por los que ya estamos gozando. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! - ¿Cuantos años estás celebrando? - Apenas 8 compadre. ¿Y usted? - Yo le gano mi compa. Yo cumplo hoy mis 10 añitos. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -Quién lo iba a decir que de todos sus hijos, Ofelia sería la única que lo visitaría. - Si, los otros son una bola de desgraciados, interesados y malos hijos. Por eso les va como les va. ¡Lástima que no me di cuenta antes, así no les hubiera dejado nada a los mendigos! - Pues sí. Ya que. ¿Y ese chamaco que está con su hija quién es? Se parece mucho a usted compadre cuando andábamos de calientes allá en el mundo de los vivos, ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! - ¡Yo creo que es mi nieto! Y es tan guapo como lo era yo. Bebiendo, comiendo y platicando, a Jesús y Víctor se les había pasando el rato sin darse cuenta. - Ay compadre, como que ya ando medio borracho. - No se apure compadre, yo lo acompaño

hasta su tumba. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ni modo que nos vayamos a perder! De repente un gran silencio se adueñó del lugar, el ambiente se puso frío, todo quedó quieto y un enorme tecolote anunciaba el paso de la gran señora. - Buenas noches - les dijo. - Buenas, señora -dijo Jesús poniéndose de pie inmediatamente - pensé que iba de salida. - ¡Voy de salida! Tengo una cita importante. - ¿Otra?- replicó Víctor - usted trabaja mucho mi gran dama. - Es mi obligación pero no vine a hablar de eso con ustedes. - ¡Ah! - expresó Jesús, más tranquilo. - No; no te alegres Jesús que aún no he terminado. - ¿Sabes qué es lo que más me molesta verdad? - le dijo la muerte haciendo un gesto de enojo. - Sí mi gran señora, lo sé. - ¡Pues este muchachito que vino a verte ya me tiene harta! Ustedes saben lo mucho que la gente me quiere y me venera, que toda esta celebración es por mí y que ustedes al igual que todos los demás en este lugar me lo deben todo a mí. De lo contrario andarían por allí penando como muchos. - Sí, lo sabemos gran señora. ¿Pero por qué su enojo?

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- Porque ese muchacho malcriado no cree que mi mundo existe y me están dando ganas de demostrarle mi poder. - ¡No mi gran señora, por favor! No lo haga. Usted sabe como son los jóvenes. - Sí pero debería tener más respeto por este lugar, especialmente por ti. - Mire, mi gran señora, mejor… ¿por qué no le saca un susto nomás? - No sé, lo único que sé es que ese tipo de personas son las que más pronto vienen a encontrarse conmigo. Y luego quieren que las ayude a salir del purgatorio. La muerte siguió su camino, desde lejos se apreciaba su personalidad imponente y su hermoso vestido negro que dejaba lucir su escultural cuerpo. - Híjole compadre - y ahora, ¿qué va a hacer? ¡Imagínese que ese chamaco venga para acá tan pronto! - Cállese compadre, no sea insensato. Yo no quiero que mi hija sufra. Confío en la bondad de la gran señora. - Pos cuando anda de buenas, pero el chamaco la está provocando. Mientras, en el mundo de los vivos, la gente había comenzado a retirarse del camposanto y entre los pocos que quedaban se encontraban Ofelia e Ytznel. - Mamá, yo no sé para que me trajiste a celebrar aquí mi cumpleaños. La verdad, estoy harto de estar aquí. Ya vámonos. Mira, allí esta todo lo que trajimos, todo esta igual. ¡Date cuenta que quien se murió se murió, que solo

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son un puño de tierra y ya! - Ya cállate Ytznel. Y camina, deberías estar agradecido de venir a Piedra Azul, tus hermanos nunca han podido venir. - ¡ Pues no se perdieron mucho ! – respondió, comenzando a caminar. De regreso, Ofelia e Ytznel quedaron intrigados sobre por qué en una de las casas de paso había mucha gente congregada. Era la casa de Paloma Lascuraín, una joven de 17 años que estaba muriendo de cáncer. Cuando Ofelia lo supo quiso entrar a brindar su apoyo a la familia. Ytznel molesto, no tuvo otra opción que acompañarla. Ofelia platicó por un rato con los padres de Paloma a quienes conocía desde que eran niños. Luego de una plática que para Ytznel resultaba aburrida, Ofelia les ofreció su apoyo y pidió entrar a ver a la agonizante Paloma. Ella estaba dormida, su rostro aun desgastado con la enfermedad lucía hermoso, su piel era blanca, tersa y sus labios rojos carnosos. Además de sus pestañas, que eran muy grandes, tenía un lunar junto a su boca que la hacía lucir más hermosa. Ytznel estaba embelesado viéndola. De repente Paloma abrió los ojos y lo miró. En ése momento los corazones de ambos comenzaron a agitarse con fuerza, Paloma le sonrió mirándolo tiernamente. - ¡Mamá, ya despertó! - exclamó Ytznel preocupado. - ¿Quién eres? - le dijo Paloma. - Me llamo Ytznel y ella es mi mamá. Venimos a verte - contestó nervioso. - Muchas gracias. - ¿Sabes que ya pronto me voy a morir?


- ¡No; no digas eso! Te pondrás bien, ya lo verás. ¡Una niña tan bonita como tú no puede morirse! Tienes que vivir - luego le tomó la mano. Ofelia, estaba complacida de mirar la reacción de su hijo. Y apreciaba que la vida la hubiera puesto en una situación así para que él valorara las oportunidades que tenía. - Bueno, debemos irnos - le dijo Ofelia a Ytznel. - No mamá, yo no quiero irme. Quiero quedarme a acompañar a Paloma. - Está bien - contestó Ofelia sorprendida - ya conoces el camino, disfruta de su compañía. - Bueno Paloma, me dio mucho gusto conocerte. Y ya verás que pronto la vida te sorprenderá. - Muchas gracias señora - replicó apenas pudiendo hablar. - Te dejo a mi hijo. Y no te preocupes; tus papás y yo nos conocemos de toda la vida. Dios te bendiga y te devuelva la salud Paloma - luego salió. Ytznel estaba embelesado con la belleza de Paloma y atento escuchaba su vida, mientras que a él el aburrimiento se le había escapado y había perdido la noción del tiempo. Los padres de Paloma tuvieron que interrumpirlos por las medicinas que debía tomar y porque ya era medianoche; había que dormir. Esa noche Ytznel no podía dormir, su corazón latía entusiasmado por el amor, y su cerebro no dejaba de dar vueltas pensando en cómo ayudarla. Luego se quedó dormido. Al día siguiente se levantó muy temprano; se bañó se

cambió y se dirigió a casa de Paloma, la mamá de Paloma lo recibió y lo llevó a la habitación de su hija, quien dormía. Ytznel apreciaba su belleza embelesado cuando de repente sintió un escalofrió recorrer su cuerpo, las cortinas se agitaron por el viento y los perros de las casas cercanas comenzaron a aullar. Luego, justo a lado de la cabecera de la cama de Paloma, apareció la misma persona que Ytznel había visto en imágenes y al reconocerla se asustó. Luego se levantó y tomó de la mano a Paloma. -¡No se la puede llevar! ¡Ella es muy joven! - ¡Eso no importa! Cuando la cita llega, solo hay que cumplirla. - ¡Pero no a ella! ¡Mejor lléveme a mí! - ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! A ti. ¿Para qué? Si tu alma está vacía, de seguro te la pasarás lamentándote por lo que no hiciste en este mundo, en cambio ella está agradecida con todo y lo único que quiere es descansar. ¡Tú en cambio! ¡Mejor ni te digo! - ¡De verdad, por favor! Mejor lléveme a mí. - Está bien, te acepto la oferta. - Pero con una condición a cambio replicó Ytznel. ¡Que le devuelva la salud a Paloma! - ¡Ese no es problema para mí! Después de todo a ella no le había llegado su hora. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! - luego desapareció. Ytznel quedó asustado y confundido. Por

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un lado estaba contento y por el otro triste, poco a poco y con los días Paloma comenzó a mejorar, los doctores no daban crédito a lo sucedido y lo llamaban un milagro. Ytznel acudía a verla diariamente y le había declarado su amor al cual Paloma había correspondido. Pero el día llegó en el que Ytznel tenía que regresar a Los Ángeles, California. Decidido, enfrentó a su mamá y decidió quedarse a vivir en el pueblo de Piedra Azul. Paloma e Ytznel gozaban del amor en todo su esplendor. El trabajaba en el campo con sus tíos, mientras Paloma había regresado a terminar la preparatoria. El tiempo siguió su curso y habían pasado 3 meses ya desde aquel 2 de Noviembre y pronto llegaría el día del amor y la amistad. - Mi amor estoy tan feliz - le dijo Paloma. - Yo también - replicó Ytznel. ¡Te amo! - ¡No puedo creer todo lo que hemos vivido en este tiempo! - ¡Llegaste justo en el momento exacto a mi vida! - Lo sé - luego sacando un sencillo anillo expresó - ¿Quieres ser mi esposa? - ¡Claro, mi amor! Por supuesto que si. Estoy convencida que eres el gran amor de mi vida e iré donde vayas tú; te amo - y sellaron su compromiso con un beso apasionado. Justo un día antes del 14 de febrero, a las 3:00 en punto de la madrugada, Ytznel recibió la visita que tanto temía. - Ytznel, Ytznel - le dijo la gran señora llegó la hora. - No señora, por favor. No me puede hacer esto, aún soy joven y me falta mucho por

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vivir. Quiero casarme, tener hijos y verlos crecer. - Lo siento - replicó la muerte levantando su ceja - yo te cumplí lo que me pediste. Así que no me vengas con tus excusas baratas. ¡Nos vamos y nos vamos! De repente Ytznel comenzó a sentir un terrible dolor en el pecho. Y sintió que moría. Luego despertó y se sorprendió de mirar a su abuelo a quien solo había visto en fotografías. - Bienvenido hijo al mundo de los muertos - le dijo Jesús; su abuelo. - Abuelo, por favor ayúdame. Yo no quiero morir. ¡Ayúdame por favor, te lo suplico! - Lo siento hijo, pero ya lo estás. - ¡Y bien muerto! - replicó el compadre Víctor. - Ya compadre, no empieces. - ¡Pero abuelo, yo soy joven! Tengo derecho a vivir las cosas que me corresponden. ¡Por favor ayúdame! - Pero tú le pediste a la gran señora un favor y ella como una gran dama que es te lo cumplió; así que no te queda más que cumplir. - ¿Y Paloma? ¿Y mi amor por ella? - Ah, hombre, aquí te encontrarás a otra. Tantas que hay - contestó el compadre Víctor. - Lo siento, hijo. Pero nada puedo hacer. Así que bienvenido al mundo de los muertos. ¿Ahora sí crees lo que mi hija te decía? ¿O sigues pensando que no existimos? - Abuelo, por supuesto que creo. ¡Si aquí


estoy! Ya nada puedo hacer - contestó Ytznel cabizbajo y triste - la vida es injusta. - La vida sí, pero la muerte no. ¡La gran señora es muy justa! - le dijo su abuelo Jesús. A Ytznel los minutos se le hacían horas y las horas días sin saber que había pasado en el mundo de los vivos, ¿Qué estaba pasando con Paloma? ¿Qué pensaba de él?........Y con la mirada fija, perdida en el vacío, comenzó a sentir un escalofrío, todo a su alrededor quedó quieto y el enorme tecolote se detuvo anunciando la llegada de su ama y gran señora. - Ytznel, Ytznel - le dijo. - ¿Qué quiere? ¡Ya obtuvo lo que quería no! - ¡Por supuesto!, le dijo ella con un aire de soberbia. Siempre obtengo lo que quiero, como sea pero siempre lo obtengo. - ¡Ah!, ¡Lárguese, no quiero verla! ¡La odio! ¡Usted me separó de lo que más quiero en la vida!

volverás al mundo de los vivos y cumplirás cada uno de tus sueños; pero sobretodo respetarás y amarás las tradiciones que tu familia te ha inculcado. ¡Está claro! - Sí, por supuesto. Gran señora. ¡Le prometo que no le fallaré! Luego Ytznel despertó. Lucía asustado pero feliz. Por su ventana entraban los rayos de la luna llena, que parecían anunciarle el comienzo de una nueva vida. Los años transcurrieron, Ytznel y Paloma se casaron y procreaban ya al pequeño Jesús su hijo, quien cargaba un ramo de rosas para su abuelo, era 2 de noviembre y como en los últimos años, Ytznel era el primero en convocar a la familia para celebrar en grande el día de los muertos.

MORALEJA: LA ESCENCIA DE NUESTRO MUNDO ES LA RIQUEZA DE NUESTRAS TRADICIONES, LAS CUALES MORIRÁN EL DÍA EN QUE DEJEMOS DE CREER EN ELLAS.

- Hijo cálmate - exclamó su abuelo - la gran señora no es como tu te imaginas. - ¿Qué dices? ¿Acaso no te das cuenta del gran daño que me causó? - No hijo, por el contrario. ¡Te hizo un gran bien! - ¿Qué? - replicó Ytznel sorprendido. - Si Ytznel, quiero que de ahora en adelante me respetes y respetes este mundo. El mundo de los muertos, especialmente en memoria de aquellos que dieron lo mejor en el mundo de los vivos como tu abuelo Jesús. Así que te voy a dar una segunda oportunidad,

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ESA EXTRAÑA MULATA Escrito por Jorge Alvarado

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ESA EXTRAÑA MULATA

A

lfonso Mejía miraba hacia la puerta del bar, mientras tomaba un aguardiente que revolvía en el vaso dejando escapar el sonido del hielo sobre el cristal. Bajaba la cabeza y al rato volvía a mirarme, tal vez inquieto por mi insistencia. Siempre había sido un hombre alegre, pero ese día el brillo de sus ojos fue suficiente para que yo aceptara su invitación a compartir la botella que tenía en su mesa. Yo llevaba años sin probar el aguardiente antioqueño, y la verdad nunca fue mi bebida favorita en la carta, pero algunos hombres como Alfonso y yo a veces necesitamos remojar las conversaciones, con la esperanza de que el alcohol blanquee nuestra alma, como lo haría el cloro en la lavandería.

Ese día, a la hora del almuerzo, yo tomé un taxi hacia la ciudad amurallada y me bajé en el restaurante de la plaza Santo Domingo, donde ordené un pescado en salsa marinera, la exquisitez que un cachaco como yo no dejaría de probar en Cartagena de Indias. Al terminar el almuerzo, ordené una cerveza Águila, saqué mi agenda, y escribí en la página del 23 de enero los puntos de discusión para mi reunión con los inversionistas, programada para esa tarde. Entonces vi a Alfonso en la mesa de en frente. Su rostro pálido, la barba de tres días que había empezado a asomar, y la camisa húmeda de sudor totalmente fuera del cinturón, me hicieron dudar por un momento de que se tratara de la misma persona. Alfonso siempre había sido

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un hombre impecablemente vestido. - ¿Alfonso? - Ve, pero qué sorpresa, hombre Caliche. Vení y sentáte acá conmigo. –dijo él con el acento pintoresco de los nacidos en Medellín. Me acerqué a su mesa sonriendo, las manos ocupadas con mi agenda, el maletín y la cerveza, y moví con el pie una silla para sentarme. Hacía varios años que no lo veía, y ya se me hacía extraño que alguien me llamara Caliche en lugar de Carlos. - ¿Y qué, andás de vacaciones en Cartagena? - Ojalá fueran vacaciones. Tengo una junta de la empresa esta tarde. Me devuelvo para Bogotá el sábado. - Qué lástima. Y yo que te quería invitar un trago. - ¿A esta hora? - Hoy no abrí el consultorio, –dijo Alfonso tomando un aguardiente de un sorbo. – Tomáte uno. Mirá que hace tiempo no hablamos. Alfonso esperó en silencio mi respuesta, sonriendo por unos segundos, como recordándome que él y yo éramos de la misma especie. Yo saqué el celular de mi maletín y marqué a la


Escrito por Jorge Alvarado

oficina. - Juanita, tengo que resolver un asunto y no creo que alcance a llegar a la cita de hoy con Velásquez Nieto. –Alfonso escuchaba atento mientras llenaba dos copas de aguardiente– Sí, hazme un favor. Llámalo y dile que la aplacemos para mañana Viernes. A las dos de la tarde. Él no va a decir que no. Mi inesperada solidaridad mereció para Alfonso el brindis de la tarde. El sonido de las dos copas que se tocaron en el aire, seguido por el sorbo de aguardiente que quemó las paredes de mi estómago, fue el prólogo ideal de aquella jornada. - Dejá de hacer gestos Caliche, que te voy a contar una historia. –dijo Alfonso haciendo burla de mis hombros levantados y mis ojos cerrados al estrépito del aguardiente. - Suelte pues, soy todo oídos. - Hace unos meses yo estaba caminando por la playa al norte del hotel América, ahí donde empieza el rancherío y la gente va a comer pescado los sábados, ¿sabés dónde es eso, verdad? –Yo asentí con la cabeza– Bueno, el caso es que la muchacha me siguió como a las seis de la tarde, mientras yo caminaba de regreso. Cuando me di cuenta de que me estaba siguiendo, me detuve así mirando hacia el mar y prendí un cigarrillo. Ella se sentó en

unas piedras que hay al lado del rancherío. Yo de reojo la vi jugando, como escribiendo algo en la arena. Tenía un vestidito suelto y bien escotado. Se le podía ver la pierna, y cuando se agachaba esas tetas fresquitas que me daban ganas de agarrar. Finalmente le hablé y caminamos un rato por la playa. Me dijo que vivía por los lados de Mamonal. Al calor del aguardiente, Alfonso se extendió con lujo de detalles hablando del primer día que estuvo con su mulata. A medida que la tarde envejecía, el bar cambiaba de personal como si los bebedores hubieran decidido hacer turnos. Pagamos la cuenta a las cinco de la tarde, hora en que la gente de Cartagena de Indias empieza a salir de las oficinas para disfrutar, en lo que queda del día, de un paseo por las estrechas calles de la zona histórica. Nunca entendí por qué mi resistencia al alcohol era más fuerte al nivel del mar que en Bogotá, y por lo visto esa era otra cualidad que compartíamos con Alfonso. Tras horas de hablar, no fue difícil para mí imaginar el día en que Alfonso había conocido a la mulata. Ese mismo día, él se la había llevado a su casa, le había quitado las dos prendas que ella vestía, y la había degustado al ritmo de los tambores que se colaban entre las ventanas hasta el amanecer, cuando el sol impertinente se reflejaba en el espejo. Al salir caminamos hacia la playa por las

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ESA EXTRAÑA MULATA

calles empedradas, escuchando las charlas de los ejecutivos en los restaurantes del casco histórico, y la música que a lo lejos dejaba escapar el rumor de tambores vespertinos. Cartagena de Indias era ahora tierra de nuevos poetas, y se había vestido de acuerdo con el tiempo del nuevo siglo, siendo igual maravillosa y eterna. Una casa cerca de las murallas me llamó la atención. Puse mi mano en el hombro de Alfonso y presioné un poco para hacerlo detener frente a la puerta, que peleaba con el tiempo para mantenerse en pie. Me asomé por una ventana y vi que la casa estaba abandonada. - Aquí viví yo con mi abuelo. Cuando tenía diez años. - Yo sabía que vos no eras del todo cachaco. - Fue solo unos meses. Luego me mandaron para Bogotá a estudiar y allá me quedé. Abrimos la puerta y entramos al zaguán, donde me pareció escuchar los pasos del abuelo, cargando mi maletín, y llevándome de la mano hacia la habitación. El abuelo me había llevado a esa casa después del funeral de mis padres. Yo había asistido al entierro, pero aún tenía la esperanza de que alguien hubiera cometido un gravísimo error y que todo, incluyendo esos horribles cofres, hubiera sido una equivocación.

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Con el tiempo, el mundo de los abuelos empezó a ser mi pequeño tesoro. Algunas veces, al regresar de la escuela yo encontraba al abuelo bailando tango en la sala, con los brazos apoyados en el aire, mientras la abuela se ocupaba de cocinar en la estufa de carbón del patio posterior, fumar su pelirroja sin filtro y tomar el café de la tarde. - ¿Estás bailando con alguien abuelo? - No hables tan fuerte, Carlitos. –decía él, quitando la música del tocadiscos. - ¿Con quién bailabas? –repetía yo en voz más baja. - La mulata de la playa. - Yo no veo a nadie. - La mulata es precavida. Ella solo deja que yo la vea. Al principio, yo creía que el abuelo inventaba todo tipo de historias para hacer más fáciles mis días. En la escuela los chicos contaban una y otra vez decenas de historias de espantos. Todos conocían los detalles de la Patasola, la mujer demonio que conquistaba a los hombres para matarlos, o la Llorona, la mujer que se lamentaba eternamente por los hijos que ella misma había ahogado. Sin embargo nadie, excepto mi abuelo y


Escrito por Jorge Alvarado

yo, parecía saber algo de la mulata de la playa. - ¿Alfonso, cuánto tiempo hace que te ves con esa mulata? - Un par de meses. Nos encontramos en las murallas y luego caminamos a mi casa. Ella nunca se queda. Solo lo hizo la primera noche. - ¿Y te ha visto alguien con ella? - Yo soy libre, no tengo nada que esconder. - Yo sé, pero ¿alguien más la ha visto a ella? - A vos te están sentando mal los tragos. Caminá, yo te acompaño hasta el hotel. Yo acepté que Alfonso me acompañara, porque en el fondo sabía que él siempre había querido recorrer el interior del hotel donde yo estaba hospedado. Al entrar en la edificación, Alfonso y yo recorrimos las bóvedas interiores, que habían sido inauguradas en el siglo XVII como parte del convento de Santa Ana. Por unos minutos Alfonso cambió el tema de la mulata por la historia que había leído sobre el pesado trabajo de varias restauraciones que el edificio había soportado, hasta su adaptación como hotel.

A las seis y media de la tarde, hora del ocaso, nos sentamos en la terraza para ver cómo las olas del mar se devoraban el sol a bocanadas. Alfonso empezó de nuevo a construir las memorias de su mulata con cada ola que golpeaba contra las murallas. - Nadie me ha amado de esa manera. - Pero te trae loco esa mujer. - Yo le pedí que se viniera conmigo. Pa’ Medellín. - ¿Y el consultorio, los pacientes, qué vas a hacer con tu vida en Cartagena? - Todo eso tiene solución. Alfonso no tuvo que decirme que también pretendía esperarla en el cielo como dicen los boleros que cantan los enamorados. La mulata había inspirado en él el único e inquebrantable compromiso de su vida. Alfonso había recibido de ella su palabra: se irían a vivir juntos a Medellín, después de verse el jueves en la tarde, como siempre, en el paseo de las murallas. Entonces reconocí en Alfonso la misma expresión de mi abuelo enloquecido por los encantos de la mulata de la playa. En aquellos años el abuelo me había confiado que la

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ESA EXTRAÑA MULATA

mulata lo visitaba en las tardes y hablaba sólo con él. Nadie aparte del abuelo la había visto. Ella le había enseñado los pasos de tango que él practicaba. Al cumplir once años mi abuelo me llevó a Bogotá, y me matriculó interno en el Liceo Pedro de Heredia, donde estudié toda la secundaria. - Abuelo, –dije antes de que se despidiera– ¿vas a venir a visitarme todos los meses? - Mejor que eso, Carlitos. Alguien va estar cuidando de ti, y me va contar cómo te va en los estudios. - ¿Un mensajero? - Podrías llamarla así, si quieres. Ya hablé con ella. - ¿La mulata de la playa? El abuelo me regaló una de esas sonrisas que quedan por siempre en la memoria, confirmando todas mis sospechas. Mi abuelo estaba enamorado de un fantasma. En un momento quise contarle a Alfonso la historia del abuelo y la mulata. Decirle que no pusiera en riesgo la vida que había construido en Cartagena por una mujer que tal vez no era real. Pero me contuve cuando me dijo que ese jueves en particular, la mulata había decidido no verlo.

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- Me llamó esta mañana. El teléfono estaba apagado y me dejó un mensaje. Me dio las gracias. Por nuestro amor de ocho semanas. Permanecí en silencio, esperando a que terminara de contarme lo que la mulata había dicho en su mensaje. La noche había caído. Alfonso y yo estábamos ahora sentados en la terraza del hotel, frente a las murallas, comiendo tajadas de mango con sal. - Dijo que el rancherío, las caminatas cálidas en la playa, el agua de coco y los vestidos sin muchas ambiciones, eran una fortuna a la que ella nunca iba a renunciar. Alfonso se encogió de hombros y lanzó un suspiro. Yo puse mi mano en su cabeza unos segundos para consolarlo. - A veces pienso que todo fue una trampa de mi imaginación. - Tal vez. Uno nunca sabe qué sorpresas puede darle a uno la soledad. ¿Cómo me dijiste que se llamaba? Alfonso tomó unos segundos para constestar. - ¿Mariscela? Ya no estoy tan seguro. - Bonito nombre. –fue todo lo que me atreví


Escrito por Jorge Alvarado

a decir. A las ocho de la noche, me despedí de Alfonso en la puerta de mi hotel. Observé como se alejaba, con la seguridad de que el tiempo borraría de su mente la historia fantástica que había vivido con la mulata. Al perderlo de vista, prendí un cigarro y salí por el costado sur del hotel, hacia las murallas. Me acosté en la arena, cerca de una pequeña montaña de rocas en las que el mar golpeaba con fuerza, luchando con la brisa que insistía en tragarse mi cigarrillo. Cerré los ojos por unos minutos, hasta que el ruido de unas piedras golpeando las rocas me alertaron de que no estaba solo. Abrí los ojos y vi el cielo estrellado de enero. Me incorporé removiendo con mis manos la arena húmeda que se había adherido en mi guayabera blanca. La silueta de una mujer sentada en las rocas me cubría la vista del rancherío. Arrojaba al mar unas piedrecitas que sacaba de una mochila que colgaba de su falda. Sus piernas morenas se movían invitándome a explorar dentro. Miré alrededor para confirmar que no era un sueño. Era esa extraña mulata, que me había seguido entre la noche y el mar que robaba la arena de la playa.

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LA SIESTA DEL CORNUDO Escrito por Rosa Lina Diego G端emes

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LA SIESTA DEL CORNUDO

E

l odio les nació en la juventud y a

diferencia de lo que se rumoreaba por el pueblo, la causa no fue una mujer, sino la siesta. Es un hecho irrefutable que el sueño minimiza cosas tan serias, absurdas y banales como la infidelidad.

Pero ya que me toca ser quien desvele el origen y los agravantes de tan memorable animadversión, permítanme la licencia de contarlo a mi manera. Discúlpenme si en algún momento mi tono les molesta o desagrada, pero carezco de la vergüenza de la juventud y a mi edad, las consecuencias añaden algo de emoción a la monotonía de la vida. Ezequiel Rodríguez nació para cornudo por culpa de su fealdad y de su riqueza. Para colmo de su desgracia, era un pusilánime depresivo con voz monocorde y rinitis crónica. Una venganza de la naturaleza a la que ni su propia madre quiso y en la que , con premeditación matrimonial y alevosía infiel, se fijó Bella Altagracia, una ambiciosa arpía, rubia, de 90-60-90, con cara de no haber roto un plato en su vida y mañas de tahúr. Bastaron cuatro coquetos pestañeos, algunas risas tontas y una voz dulce impostada para que el memo de Ezequiel le propusiese

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matrimonio. La compra, bendecida por el mismísimo obispo, se selló con un solitario del tamaño de un garbanzo lechoso, una alianza de oro de 14 quilates y su traslado a Villa Augusta, la casa solariega de los Rodríguez -con 3000m2 y cuatro hectáreas de jardín- que tiempo después, sería testigo tanto de los amoríos entre Bella y Joaquín Montes, como del punto y final de años de algo que podríamos llamar amistad. Joaquín y Ezequiel se conocían de sus tiempos como estudiantes en el internado de los padres jesuitas. Allí, Joaquín lo acogió bajo su protección por mandato expreso de su padre, un hábil comerciante que frecuentemente negociaba con la familia Rodríguez. Esos años sellaron una amistad atípica en la que Ezequiel, cual perrito faldero, hacía todo tipo de gracias para mantener el afecto de su amigo y en los que Joaquín se dejaba hacer por obligación, por costumbre y por su gusto por la lisonja. Sin la presencia de esos cimientos, nunca hubiesen sido amigos personas tan dispares. Joaquín Montes era lo opuesto a Ezequiel. Alto, gallardo, aventurero, parlanchín y acostumbrado a alimentar su vanidad con los suspiros femeninos. El muy fanfarrón, se


Escrito por Rosa Lina Diego Güemes

vanagloriaba de ser el mejor amante que había pisado el planeta. Todo ello, sin menospreciar a su sacrosanto ídolo, don Juan Tenorio, personaje por el que sentía gran devoción y admiración, y al que recitaba constantemente cuando emprendía sus labores de conquista. Cierto es que en el caso de Bella, esfuerzo, lo que se dice esfuerzo por enamorar, no tuvo que hacer. Lo de los dos fue choque de miradas lujuriosas, cargadas con un pacto de citas clandestinas y acrobacias amatorias. Se conocieron una tarde de agosto en la que ni las moscas podían respirar. Una vez terminada la luna de miel, Ezequiel invitó a Joaquín, -quien no había asistido a la boda-, a pasar unos días con ellos con la esperanza de que el carácter dicharachero de su amigo, contribuyese a la felicidad de su bien amada Bella, quien ya empezaba a evidenciar claros signos de hastío. La llegada de Joaquín agarró a Ezequiel en plena siesta. Y pese a lo que éste pensó, no fue una casualidad, sino una hora calculada meticulosamente para conocer, sin la presencia del marido, a la que proclamaban por doquier como paradigma de la belleza. Una declaración de intenciones que Bella entendió apenas atisbó el apuesto perfil de quien , hasta entonces, suponía un patán a la altura de su cónyuge.

Aún atontado por la siesta, Ezequiel los encontró sentados a la fresca del salón, calibrándose en la penumbra y tomando café con hielo. No se ofendió ni extrañó porque nadie le hubiese avisado de la llegada de Joaquín pues sus órdenes eran marciales en lo que respectaba a su siesta diaria: nadie podía, bajo ningún concepto, interrumpir su pausa de 3 a 5. Durante esas dos horas, en las que hasta los ratones andaban de puntillas, nadie en su sano juicio se atrevía a molestarle, porque perturbar a Ezequiel en mitad de su siesta, equivalía a una sentencia de diabólica cólera. En esas ocasiones, se le quitaba lo mequetrefe de un plumazo y se mostraba como un dragón pronto a devorar. Bien es cierto, que eso ocurrió en contadas ocasiones y que en todos y cada uno de aquellos episodios de los que jamás recordó ni un detalle Ezequiel estaba sonámbulo. Pero, quitándome a mí, eso nadie lo supo nunca. Con esos ataques de ira, y la ignorancia de su sonambulismo, se ganó, sin saberlo, el respeto de los lugareños, quienes le consideraban un tipo tranquilo al que era mejor no provocar. Más las ganas de los amantes despreciaron tales consideraciones carentes de todo sentido común para ellos y apenas veinticuatro

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LA SIESTA DEL CORNUDO

horas después, mientras Ezequiel cumplía con su ritual siesta, ellos retozaban en la habitación del invitado, azuzados por un deseo desesperado y tirano que exigía, imperativamente, ser saciado. Así comenzó el calendario estival de citas furtivas, al amparo de la ausencia del servicio, decretada por el propio burlado, y con la complicidad de la siesta. Fueron tiempos felices para unos amantes sabedores de la caducidad de su affaire. Y ahí residió la tragedia. Lo que tenía que ser un final feliz con derecho a reanudación en la próxima visita, se tornó una desgracia abrupta que terminó con el romance y con la amistad. La culpa del descarrilamiento de los planes de los tortolitos la tuvo un mosquito crápula y canalla que soliviantó el descanso de Ezequiel. En mitad de la desesperación por reanudar su sueño profundo, los oídos de Ezequiel se empeñaron en prestar atención a los placenteros y amortiguados gritos de los infieles. El pobre desgraciado, acostumbrado al silencio de los pájaros y la hojarasca, se pilló un monumental cabreo por tanta escandalera y ni corto ni perezoso, envuelto en la nebulosa del sonambulismo y la cólera, se encaminó al armero, agarró la escopeta de caza, y se personó en el dormitorio del invitado para emprenderla a tiros. Aterrorizados, Joaquín y Bella desenredaron sus cuerpos de un tirón y se escondieron bajo

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la cama, mientras mentalmente, rezaban cuanta oración sabían. Cuando se le acabó la munición, reinó de nuevo el silencio y antes de volver a su cama para proseguir su siesta, Ezequiel vociferó enojado: “¡A ver si con eso se les quitan las ganas de joder!”. Inmediatamente, Joaquín hizo las maletas y se marchó jurando venganza. Mientras, Bella, histérica, agonizó imaginando la reacción de Ezequiel. En la interminable hora que esperó el despertar de su marido, el pelo se le encaneció, se le fue la voz y enloqueció. Así, temblorosa, demente, envejecida y muda para siempre, se la encontró Ezequiel cuando finalmente despertó sin recordar nada. Y como nadie supo explicarle ni el estado de su mujer, ni la repentina ausencia del amigo, ni las marcas de los tiros, concluyó que algo macabro había sucedido entre los dos y que Joaquín era el responsable del fin de su feliz matrimonio. Y allí mismo, frente a Bella, la loca, lloró y juró venganza. Lo que aconteció después, es de sobra conocido. Antes de morir, y para no levantar dudas sobre la paternidad de la criatura, Bella dio a luz una niña igualita a ella, a la que llamé Soledad. La crié con todo el cariño que pude


Escrito por Rosa Lina Diego Güemes

para compensarla por la carencia de madre y el desamor que marcó las relaciones con sus dos padres, quienes se dedicaron, con ahínco y notable éxito, a hacerse la vida imposible. Ezequiel, que nada sabía de la crianza de niñas, dejó a Soledad a mi cuidado y terminó por considerarla un negocio que en el futuro produciría buenos dividendos gracias al matrimonio. Y tras deshacerse de la distracción que la criatura le suponía, se sacudió lo mequetrefe y enfocó su esfuerzo en aplastar a Joaquín. Para ello -además de zancadillearle en cuanto negocio pudo- le chafó dos intentonas de matrimonio con señoritas de buena familia que le arrancaron las ganas de sentar cabeza y le arrojaron a amantes de dudosa ascendencia de las que sacó dos hijos naturales por los que nunca sintió cariño alguno, pues vivía obsesionado tratando de encontrar en Soledad, alguno de sus rasgos. Y enfrascados en sus odios y en su venganza se les fue la vida. Ninguno de los dos fue feliz, salvo quizás Ezequiel, en las dos benditas horas en las que dormía la siesta.

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noches de guanimar Escrito por Erick Hernรกndez

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NOCHES DE GUANIMAR

Nota de aclaración: Querido primo: Como me pediste que te enviara otro cuento entretenido (según tú) de esos que escribo para matar el gorrión, el aburrimiento diario de la cárcel, tengo que explicarte algo. Ayer, cuando descansaba en la celda luego del trabajo, el guardia de turno (combatiente, como tú los llamas) me prestó un libro que omito el nombre de su autor para no comprometerte. Solo te diré que el título se relaciona con tres fieras tristes. Y fue de ese libro, con perdón del maestro, de su autor, que me inspiré para el primer párrafo del relato. No sé todavía como lo nombraré, pero pienso en: “Noches de Guanimar”. ¿Que tú crees?

Buenas noches damas y caballeros. La empresa turística “Playas del este” en coordinación con el conjunto de espectáculos del INTUR, se

complace en presentarles la revista musical

“Noches de Guanimar”, con un elenco especial que hará todo su empeño en hacerles pasar un pedacito de noche feliz. Hoy como artista invitado: Jonny Pérez, después de una exitosa gira mundial, acompañado de la orquesta tropical de Guanabo. Y como cada sábado los comediantes Chicho y Paco, los acróbatas Avelino y Fina y muchas sorpresas más….” Y aquí estamos nosotros, como cada noche sabatina, capitalina, estrellada, sentados en nuestra mesa, que Pablo, el capitán, nos reserva siempre. Disfrutando de la misma orquestica de salsa, las mismas coristas de bellas piernas y cinturas llamativas. Los mismos comediantes, con sus mismos chistes habituales, que los conocemos de memoria pero igual nos reímos. Yo vine con Maggy de

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pareja .Ella es amiguita-amiguita de Mirta, la novia de Tito. La hermosa novia de Tito. Nosotros las conocimos hace tres semanas en la playa. A mi me gustó Mirta na’más la vi., porque tiene un cuerpo lindísimo y una sonrisa de comerciales de pasta dental. Pero Tito es mucho más rápido con la muela y más buen mozo que yo. O sea, que soy un tipo feo. Además tiene un Ford 53 convertible, su tía le manda buenos trapos para vestirse de Miami y es mi amigo, o eso creo. Yo a Tito Santos le debo mucho. Y no hablo de plata, ni oro, ni dinero. El me enseñó picardía, maldades que uno necesita para poder navegar en este mar de incertidumbres callejeras que le dicen La Habana. Por ejemplo: Aprender a hablar, a nombrar los objetos y lugares no con la lengua de Cervantes, sino a lo cubano, a lo ambiental. Solo para entender y poder responder, porque lo que respecta a mí, a los malhechores los mantengo a raya, a distancia. Gracias a Tito me fugué del duro cascarón de pichón en el que me encerraban mis padres y mis creencias.

¡Ese tipo es un anormal!

Cada vez que Tito suelta una de esas frases tan cariñosas y respetuosas es porque está pasado de ron y de ritmo cerebral. Las palabras que dijo se quedaron flotando sobre nuestra mesa. Más nadie en el cabaré tuvo el privilegio de oírlas por el empuje sonoro musical de la orquesta, que en ese instante tocaba a todo meter de volumen una salsa pegajosa y sofocante, acompañando a Jonny Pérez. Mirta estiró su mano delgada por encima de la botella Havana Club siete años y sacó cuatro cubitos de hielo de la fría cubeta, dejándolos caer (con disimulo) en el vaso transparente de Tito. Entonces volví a tropezar con el brillo de esos ojos negros y tristes que tanto me gustan. Ojos bellos y ajenos. ¿Por qué le dices anormal, papi?---le preguntó ella. a mí.

El le respondió a ella. Pero mirándome


Escrito por Erick Hernández

--Porque lo es. Además, es un inútil. Solo canta canciones de otros artistas. No sé ni como le pagan. Imitar, imita cualquiera. --Pero tiene buena voz. Eso cuenta.--Respondí y al momento me arrepentí. -- ¿Y qué carajo tú sabes de eso, Cundo? Cundo soy yo, un servidor. Todos en la mesa me miraron, o sea, los otros tres: Maggy, Mirta y Tito. Yo miré mi trago. Le faltaba ron. --Ese tipo yo lo conozco---le mentí, mientras vaciaba ron en mi vaso—El mes pasado lo conocí en una fiesta de quince. Tito me miró un poco sorprendido. Si estuviera claro de mente se hubiera dado cuenta al vuelo de que lo que dije era un paquete. Yo solo quería ir contra su corriente. --Entonces invítalo a la mesa después del show.---dijo Mirta. Me la puso dura. --Sí, sí. Preséntalo Cundo.---Maggy siguió el coro.

--Okey, deja que termine de cantar.

Yo, en la vida real, jamás le había dirigido la palabra a aquel mulato flaco de pelo de estropajo, que lo mismo imitaba a Lionel Richie que a Oscar de León. Interpretó cuatro canciones: dos es español y dos en inglés. Se movía con soltura por el escenario y hacía unos gestos tan cursi, tan picúos y patéticos que yo solo deseaba que la idea de mis acompañantes se evaporara. Pero no.

Me levanté cuando terminó su numerito de salsa desabrida y lo seguí hasta el camerino. Caminando entre este laberinto de mesas y voces y humo de cigarros y risas y cabareteras en espera de una invitación idílica o etílica. Ahí casi todos los artistas me conocen. Yo siempre les estoy brindando bebida y comida y ellos, para devolver la atención prestada, me saludan desde el escenario. Aunque esto último parezca no tener mucho valor, que tal una nochecita de esas en que estás cuadrando, tratando de enlazar una buena hembra y sale el presentador o el cantante principal, o cualquier artista y diga, con reflectores y todo apuntando tú mesa: --Queremos saludar a nuestro fiel amigo Cundo, que tanto queremos y bla, bla, bla…He!? Esos puntos a favor son para envidia. En el interior del camerino ocurría un pequeño altercado entre dos músicos. Eso me contó Conchita, una de las radiantes, llamativas y amenazantes coristas que amenizan el show. Parada en el umbral de la puerta, chupándole la vida a un cigarro con sus labios requetegordos, me dijo: --Ay, este niño. Esos dos tipos tienen una picazón hace rato…

-- ¿Y qué pasó?

--Ay, yo que sé. Yo no me meto en na’de eso.

Yo no sé por qué las coristas ponen el “Ay” delante de cada sentencia. Es como si se quejaran de las próximas palabras, de los tacones altos o de tanta pintura pintada. Le dije ¿Vas a buscar al cantautor o qué?---me que me llamara al tal Jonny Pérez, el cantautor dice Tito ahora, irónicamente hablando, colode las giras universales y ella asintió con su cando su mano derecha horizontalmente rostro de acuarela y con todo el peso de sus gesticulada. enormes pestañas plásticas. Y los tres vuelven a mirarme: Tito, Mirta y Maggy. El orden de los factores no altera el producto.

-- ¿Y a donde tu fuiste de gira? ¿A Calabazar?

Preguntó Tito. Todos se rieron en la

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NOCHES DE GUANIMAR

mesa, hasta el Jonny, el cual ya iba por su tercer trago en media hora. --Ja, ja, ja. No…Yo Estuve por Alemania, Polonia y España. -- ¡Todos socialistas! —Dijo Maggy-¡Viva el socialismo! -- ¿España es socialista?—preguntó Mirta. Arrastrando todas las eses más de la cuenta. Por lucir ibérica y alcohólica. Me encanta esta nena. --No. Pero el Partido Socialista Popular gobierna. —contesté. La orquesta ocupó su puesto escénico. Ya se oía el sonido del calentamiento muscular de los instrumentos, las afinaciones de teclas, cuerdas y notas musicales.

--Con permiso.

Nos dijo Jonny. Se levantó, se acomodó la corbata verde y se disparó todo el contenido del vaso de un tiro. Todo en un solo movimiento. …lo que está pá’ ti nadie te lo quita Así me decía mi abuela Cachita Pero por si acaso, prende una velita A mí me encanta, me priva, me alegra escuchar y ver en vivo y en directo y a todo color una orquesta cuando se pone a improvisar. A dejar que la imaginación, el talento, las hábiles manos se desplacen por los instrumentos de forma natural y fuera de compromisos. Melodías libres de libreto, sin permiso, sin reglas ni cartabones, sin esquemas ni medidas. Yo tengo un oído súper tremendo pá’ la música. Y no porque sea orejón, ni Dumbo, ni nada de eso. Por eso, por esa calidad de mi cualidad auditiva, observé la función que viene a continuación desde el primer acto escénico.

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Primero sentí que la guitarra salió de circulación sonora y miré hacia el guitarrista alto y flaco de guayabera beige. Este desenganchó su instrumento y fue caminando, dirigiéndose lentamente, con sospechoso disimulo hasta donde se encontraba el percusionista, un mulato que estaba dale que te dale al cuero del bongó, ensimismado en el ritmo, concentrado en su tarea. Entonces el guitarrista se detuvo a sus espaldas, y así como así, sin ton ni son, le sopló un guitarrazo in fraganti en el centro del cogote que había que verlo para creerlo. Uno lo cuenta y parece inverosímil como un chiste, pero yo me quedé pasmado, con toda mi jaiba abierta de asombro, como si dijera una O bien grande. Atónitos contemplando el desenlace de la bronca entre el bongosero y el diestro agresor, de pronto mi vista de águila se alzó hacia un proyectil aéreo que avanzaba cortando el denso aire del cabaré, haciendo un “zzzppsss” amenazante. Era una botella, creo que de ron Paticruzado, porque era carmelita, lanzada por algún disconforme del público. Fue a estrellarse justo al medio del escenario y fue como una señal de batalla campal. Ahí mismo se formó La de San Quintín. Yo, que estoy acostumbrado a estos despelotes de multitudes acaloradas por el ron y la cólera, me lancé raudo y veloz a buscar refugio antiaéreo bajo la mesa. Escondido en la trinchera de madera y mantel de nylon se estaba mucho mejor. No solo por la seguridad: Al agacharme mi cara quedó en una posición aventajada y gloriosa, rozando con la nariz las hermosas nalgas de Mirta, que estaba parapetada a cuatro patas delante de mí. La música continuaba a pesar del caos, y ella batía sus divinas caderas muerta de risa. Cerré los ojos, enterré mi rostro entre las dos lomas de carne en movimiento y fue como caer en un abismo erótico-musical. Así estuve no sé que rato hasta que me interrumpieron del goce:

-- ¡Le dieron “brisca” a Cheo!—exclamó


Escrito por Erick Hernández

Jonny Pérez, metiéndose bajo la mesa.

-- ¿Brisca? ¿Quién coño es Cheo?

--El de la guitarra. Por eso fue el bateo. El otro le tumbó quinientos pesos esta tarde, jugando cartas con trampa. Ya la bronca se veía venir. ¡Pero en el medio del show! ¡Qué desastre! ¡Qué bochorno! -- ¿Y tú has visto a Tito?—le preguntó Maggy, ya atrincherada. ¿Quién coño es Tito?—preguntó Jonny ahora. Estaba asustado en medio de la guerra. Parecía que sus ojos estaban fuera de órbita. -- ¿Quién va ser chico? ¡El socio mío, el que estaba en esta mesa!

Le grité. Se acordó.

¡Ha, ese! Yo lo vi por allá por la parrillada enredado a trompones con un negro grandísimo. Me lo imaginé. Tito es aficionado a cojerse para él las peleas ajenas. Un gladiador nato pero estúpido.

-- ¡Vámonos de aquí!—gritó Mirta.

-- ¿A dónde? Es temprano todavía. —se quejó Maggy. --Yo sé donde hay fiesta. —dijo Jonny— Es en una casa frente a la playa. Cerca de aquí.

Nos fuimos.

Andar en el auto con Tito Santos al volante es someterse a situaciones benignas o malignas, según su estado de alcohol y de ánimo. Una de sus aficiones mientras conduce es castigar a pitazos con su claxon tanto a transeúntes como a la tripulación. O rodar a todo tren por encima de los charcos de agua sucia, para mojar a cualquier ciudadano parado en el borde de la cera o en una parada de guagua. A veces le entra la inspiración”Formula

Uno”y es como si montaras una montaña rusa por las calles de La Habana. Esta noche, sin embargo, escapamos con vida. Sanos y salvos llegamos a nuestro destino. Era una casa a pocos metros del mar, alquilada por el director artístico del show para celebrar su cumpleaños. Todos los miembros del espectáculo”noches de Guanimar” estaban presentes, incluido (llegaron a la media hora ya de amiguitos como si nada) los dos tipos de la bronca. Nos sumamos (con Jonny de guía y presentador) a la fiesta como si fuera nuestra. Era como estar en un cabaré secreto, vedado, ilegal. Todos bailaban, cantaban o se imitaban unos a otros. Se reían unos de otros: El acróbata imitaba con burla al guitarrista El guitarrista parodiaba a los comediantes Los comediantes (con humor) imitaban a las coristas Las coristas, las requetebuenas coristas, alborotaban las hormonas. El bongosero imitó (gracias a dios) al timbalero.

Jonny no pudo imitar a nadie esta vez.

A Tito se le gastaron las pilas a las tres de la madrugada. Se quedó sin cuerda, liquidado. Sentado en el quicio del portal estaba, con la vista perdida, mirando a un punto invisible de la noche, más allá de la arena, más allá del mar. Con los ojos líquidos y cansados, con el vaso de ron inmóvil en su mano derecha. Sin decir palabra alguna. Adentro la fiesta estaba en su apogeo. Jonny le dijo: --Si estás cansado, puedes tirarte en uno de los cuartos. Aquí nadie va a dormir hoy. Además, creo que no puedes manejar como estás.

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NOCHES DE GUANIMAR

Y se acostó.

Los dos personajes que arruinaron la noche en el cabaré, ahora alegraban la madrugada de la casa. Cantaban a dúo un bolero de antaño, de cuando los cubanos tenían tiempo para preocuparse por los avatares del amor. El ron insular es así: Lo mismo te encabrona en un segundo que te alegra en el próximo. La más delgada de las coristas bailaba al compás de la lenta melodía, pero danzando estilo ballet. Movía sus articulaciones como si se encontrara en el teatro nacional, con técnica de pie en punta incluido. Alguien gritó<< ¡Arabesco!>> ¿Será de árabe? Solo le faltaba el tutú de muselina blanca. -- ¡Es “El lago de los cisnes”!—exclamó Maggy en son burlón.

Es “Coppelia”!—corrigió Mirta riéndose.

Yo no abrí la boca, ya que sé de ballet lo mismo que de cosmonauta. Mi papá decía que el ballet era para maricones. -- ¿Cómo se llama la mejor ballerina rusa?—pregunté, para decir algo.

--No sé. ¿Cómo?—dijeron a coro.

--Sibrinka Sidespetronka

acariciaba los rostros con su salitre. Maggy y Mirta se quitaron los tacones y pidieron algo bailable. -- ¡Basta ya de tristeza!—gritó el acróbata--¡Pongan música en la grabadora! Una salsa estentórea invadió la casa, y todos, absolutamente todos, se sumaron a bailar. Yo le daba vueltas a Mirta y Maggy con cada una de mis manos, haciéndolas girar con ritmo simultáneo, luciéndome ante los presentes. Pero dos coristas que bailaban a mi lado pronto superaron mi talento. Se cojieron el show para ellas solitas, moviendo sus duras caderas con estilo profesional, vestidas con dos shorcitos blancos semitransparentes que alborotaban el paladar visual, y te transportaban en tiempo y espacio a no sé donde, a no sé que lugar me pueden llevar estas dos ambrosías deliciosas y divinas. ¡Aleluya!. Me conformo con Mirta, solo con ella. Lo justo es justo y no quiero castigo por pecador. Tito está en el quinto sueño, visitando a Morfeo. Esta es mi oportunidad de demostrar mi calidad. Tengo que entretener a Maggy, tirársela pá’ arriba a alguien. --Tú ves aquella jevita, la del vestido rosado…--le dije al acróbata aburrido y solitario.

Se rieron a carcajadas, les encantó el chiste. Mirta posee una risa expansiva. Le brota a chorros de su interior y empapa todo alrededor. Adoro su felicidad.

-- ¿Cómo la están pasando?—nos preguntó Jonny al sentarse junto a nosotros en el portal.

-- ¿No jodas chico?

Se fue la electricidad. Un apagón.

--Suave, suave y bajito de sal—dije— Estar entre dos bellas mujeres, siempre fue el sueño de mi vida.

-- ¡Se fue la luz caballero!—gritó alguien--¡Se jodió esto!

--Sí, sí…

--Dice que la vuelves loca con tus saltos y maromas.

Más risas. Dios mío, que linda la risa de Mirta.

No obstante la oscuridad, un listo para actos imprevistos dio continuidad a la música. Tenía baterías.

El fresco que llegaba del mar ,

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No hay nada más sabroso que bailar


Escrito por Erick Hernández

rumba en la penumbra o una salsa con una chica descalza. Aproveché las tinieblas como un vampiro y entre la algarabía general del lugar le fui insinuando mis propósitos a Mirta.

Un roce ocasional

Una caricia accidental

Un beso volador

Un apretón de cuerpos circunstancial.

que me empino el último trago de la noche. Ron y cola. Cubalibre o mentirita. Buenas noches, preciosa.

Hasta mañana.

Y ella se fue dejando hacer, como sin querer. Pero queriendo. Estoy como un ciego ante la incertidumbre del próximo paso. ¿Qué me esperará? ¿Ataco con toda la artillería? De los cobardes no se ha escrito nada. El alcohol anestesia los malos nervios. Tengo el Máuser lleno de balas de amor (¡Qué romántico!). Un disparo a quemarropa: --Me gustas desde el primer día que te vi. En la playa. --Yo lo sabía. ¿Tú crees que nací ayer o qué? La cena está servida camarada Cundo. El dilema ahora es donde devoramos el manjar. Corren rumores de que Maggy hace acrobacias en un cuarto. No hay testigos para el crimen, solo quedamos la víctima y yo besándonos en la oscuridad, ante la presencia de desconocidos artistas de cabaré que se niegan a parar esta fiesta, esta descarga. Personas que mañana no se acordarán ni de nuestras caras. La luz de la luna se filtra por entre las persianas de la ventana, dibujando nítidas líneas sobre el cuerpo desnudo, tranquilo y en reposo de Mirta. Mi cebra está dormida y extenuada. Yace satisfecha entre sábanas y almohadas revueltas por la pasión y el delirio. Recorro por última vez con las yemas de mis dedos el suave territorio conquistado, a la vez

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pachamanca en estados unidos Escrito por Araceli Ma

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PACHAMANCA EN ESTADOS UNIDOS

L

Perú y salió de la puerta del aeropuerto contenta y con una sonrisa suspicaz. Con sus 4 maletas, mientras un señor la ayudaba con el equipaje. Alberto, su hijo, la esperaba con emoción reconocía la mirada firme y la sonrisa suspicaz que decía “Me salí con mi gusto”. a abuela llegó de

- ¿Cómo esta mamá le preguntó?, al darle el abrazo y beso de bienvenida. - Perfecta, perfecta, vámonos a casa hijito. Le dijo contenta. Siempre segura de si misma y con la mente clarísima la abuela entró al auto y dijo, uff por fin, y empezó a sacar una serie de envoltorios que tenía alrededor del abdomen, ramas marmaquilla (hierbas silvestres aromáticas) salieron de un envoltorio de papel aluminio. Alberto la miró con recelo y preguntó: - ¿Qué has traído mamá? - Marmaquilla, los choclos (maíz tierno) los tuve que declarar y felizmente me los dejaron pasar. Ahí están en la maleta marrón. Alberto no salía de su asombro pero igual sonrió y preguntó -¿Y para qué has traído todo esto?, -Pues para la Pachamanca. Dijo resueltamente la Abuela y agregó: Estamos en Mayo ¿no? - Si, estamos en Mayo. Respondió lacónicamente Alberto pensando en lo que vendría en los próximos días, y como se lo explicaría a Katherine su esposa americana. - Pues en mayo se come Pachamanca. Dijo la abuela terminando de acomodarse en

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su asiento. Katherine y sus hijos habían preparado una mesa estupenda para recibir a la abuela que venía de Perú. Presas de pollo al horno, puré de papas y vainitas primorosamente verdes y zanahorias perfectamente cortadas adornaban la mesa. Ellos hablaban poco español pero con señas y muecas se comunicaban con la abuela. Durante el almuerzo la abuela dispuso que el domingo deberían hacer la Pachamanca, Katherine sonrió y le preguntó en inglés a su esposo qué era la “Pachamanca”. Alberto empezó por la parte lingüística: - Es una comida peruana que se hace en la tierra, PACHA significa Tierra y MANCA, significa olla, entonces Pachamanca es “olla de tierra” (ground pot) Katherine entendió que era como cocinar en una olla de barro y comentó: – Perfect, will be lovely. I can take your mom to make the purchases she needed for the PASHA-MAN-KA. (Será encantador Yo puedo llevar a tu mamá a hacer las compras que necesite para la Pachamanca). Alberto estaba seguro que Katherine no sabía las dimensiones de la osada propuesta de la abuela y contento le agradeció su buena disposición. Pedro, hermano de Alberto, llegó a saludar a su mamá al salir del trabajo y Alberto en un aparte le contó los planes de la mamá. Pedro también tuvo un signo de interrogación en su rostro y preguntó: ¿y de dónde vamos a sacar las piedras? - Pues del río, supongo, como cuando éramos muchachos. - ¿Y dónde haremos el hueco?


Escrito por Araceli Ma

- Pues en el jardín - ¡En el backyard de Katherine! Exclamó conociendo a su cuñada. - Ni modo, tú sabes mamá vino con la idea de comer Pachamanca y ya sabes que eso va a pasar, mira que mamá hasta ha traído sus hierbas en el abdomen y sus choclos en el maletín. - O sea que mañana temprano a manejar una hora hasta el río del parque nacional y sacar piedras. - Sí, debes venir con Lalo y yo también llevaré a mis hijos. Nos vamos a divertir como cuando éramos chicos. Dijo Alberto ya contagiado del entusiasmo de su mamá. La abuela pregunto a Katherine donde esta el batán, ella no entendió, luego le hizo la mueca en el suelo de mover una piedra contra el suelo, ella entendió menos. La abuela se cansó y se fue al patio a buscarlo por ella misma. La bella residencia del North West iba a sufrir unos cambios en las próximas horas. Como no encontró nada parecido al batán, una piedra grande como una mesa con una piedra en forma de media luna, decidió empezar a desgranar el choclo y Katherine, siempre atenta, empezó a ayudarla lo mismo que la hija menor. A duras penas Katherine entendió que lo que deseaba su suegra era moler los granos de maíz, entonces le enseñó su licuadora, la mezcladora, la batidora, el procesador de alimentos el extractor de jugos, todos sus aparatos y ninguno satisfacía a la abuela porque lo molía demasiado o muy poco. Alberto entendió que ella quería algo como el molinillo que tenia en Perú. Lo mejor que se le ocurrió fue mandarla con Katherine a la tienda de antigüedades. Allí si había un molinillo de

café y la abuela lo aprobó. Las “humitas” (pequeños pastelitos de maíz ) estaban aseguradas. Luego fueron a un supermercado para comprar carne, salieron sin nada porque todo estaba sin huesos y demasiado empacado. Katherine sabia donde llevarla, a la bodeguita Latina en el lado este de la ciudad. Allí si la Abuela se sintió cómoda,pidió los cortes de carne de res y encontró lo que quería, no halló cordero pero si una pierna de cabrito, especias, azúcar rubia, las papas y camotes. Pero las habas que encontró eran enanas. Al menos ya solo faltaba un ingrediente. La abuela se regañó a si misma por no pensar en traer habas desde Perú. Mientras tanto los hermanos a esa hora ya habían llegado con sus hijos a una parte del parque nacional donde se estacionaban a pocos pasos de la orilla del río. Les explicaron a los jóvenes que la Pachamanca era cocinar con piedras calientes dentro de la tierra, para ello necesitaban juntar piedras medianamente grandes de una libra más o menos, que fueran del mismo color, porque si tenían diferentes materiales al calentarlas se podían romper. También les enseñaron agolpearlas para probar que no tenían huecos o rajaduras internas, algunas podrían tener huecos internamente y reventarían al calentarlas. Alberto y Pedro se volvieron adolescentes, como cuando con su papá iban al río del pueblo y recolectaban piedras para la Pachamanca del domingo, en este punto se dieron cuenta que ahora sus hijos tendrían la oportunidad de entender cómo se hace una Pachamanca. Con mucho esfuerzo recolectaron muchas piedras, uniformes, redondas y del mismo color, y empezaron a subirlas en las

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PACHAMANCA EN ESTADOS UNIDOS

camionetas; unas en las maletera y otras en el asiento de atrás. Y fue casi cuando faltaban las últimas piedras que llegó el policía de los parques. Les pidió documentos, verificó la registración de las camionetas y las licencias de conducir y en tono menos amable les ordenó que devolvieran todas las piedras al río porque son propiedad del Estado. ¡ QUÉ ! Se sorprendieron los hermanos. – Sí, replicó el policía. Esas piedras son propiedad de la Unión Americana por lo tanto no se las pueden llevar. Era mas fácil empezar a regresar las piedras antes que tratar de explicarle al policía de bosques que las necesitaban para hacer una Pachamanca porque su mamá que había llegado de Perú y etcétera. Los niños ayudaron mostrando su decepción en las caras y con las mejillas rojas del calor del sol y del esfuerzo. Obedecieron al policía que dijo: -Devuelvan esas piedras de la maletera de vuelta al río. Y se quedó ahí, vigilando que lo cumplieran y luego subió al patrullero y se fue. Afortunadamente para los hermanos, el policía no dijo que las piedras de los asientos de atrás debían de regresar al río, así que por esas sutilezas del lenguaje, hubo piedras para continuar con el loco proyecto de hacer una Pachamanca en USA. De regreso a la casa todos ya estaban contagiados con el proyecto de la abuela, los primos contaron su aventura en el río y las primas contaron cómo se encontró el molinillo y cómo lucía la bodeguita latina. La única preocupación ahora eran las habas, la abuela reclamó a Alberto porque no le había comentado que la habas aquí eran tan pequeñas,

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Alberto simplemente dijo que nunca había buscado habas con cáscara aquí en Estados Unidos pero se le ocurrió algo. Tenían una amiga peruana que le gustaba todo orgánico y cultivaba un huerto, probablemente ella cultivaba habas y si era mayo, era la época de cosecha. Ricardina, así se llamaba la amiga peruana, les abrió las puertas de su huerto generosamente. Además, que ya estaba entusiasmada por la invitación a la Pachamanca. Muy orgullosa ella les mostró donde estaban las habas que, con semillas peruanas, había podido cultivarlas por tres años consecutivos. Con delicadas manos de horticultora y la ayuda de los hijos de Alberto, fueron recogiendo una a una las largas vainas verdes que en su interior contenían las jugosas habas, indispensables para la pachamanca. Cuando regresaron a casa, la abuela se alegró al ver la cosecha y también se alegró de ver las caritas felices de sus nietos que por primera vez habían recogido el fruto de una planta. Todo estaba listo para empezar a cocinar la pachamanca. Alberto prefirió no explicarle más detalles a su esposa, solo cogió una pala y empezó a cavar un hoyo de unos dos metros de profundidad en un lado del jardín, luego puso leños en el hueco e inició una fogata, con algunos fierros hizo una reja encima de ella y empezó a colocar las piedras haciendo una pirámide. La piedras con el calor de la fogata aumentaran mucho su temperatura, a partir de ahí solo es posible cogerlas con tenazas o con una pala. Mientras la abuela le enseñaba a Katherine y a los nietos como envolver las humitas (pastelitos de maíz tierno molido) en hojas de maíz. Las humitas saladas iban con un pedazo de queso fresco y quedaban con


Escrito por Araceli Ma

cola al envolverlas y las dulces sin cola. En la cocina se olía el sabroso olor del marmaquilla, el culantro y la espinaca (las hierbas aromáticas) que estaban marinando la carne. Entre Alberto y Pedro, luego de casi una hora de calentar las piedras en la fogata, sacaron las piedras a un lado y pidieron las carnes. Fue entonces que Katherine salió contenta con la carne. Sólo diremos que su rostro se transformó al ver el gran hueco, la fogata, las piedras y el montículo de tierra todo en medio de su jardín, y con poca esperanza pregunto: -Aren´t you going to use the grill darling? ¿No vas a usar la parrilla, querido? - No my dear, this is the way to cook the Pachamanca. No amor, así se cocina la Pachamanca. Una vez que las piedras estuvieron calientes se colocaron en el fondo del hoyo, después una capa con las papas y camotes, luego los trozos de carne que se cubren con la hierba marmaquilla, arriba las últimas piedras calientes y más papas. Encima las humitas, son colocadas con cuidado para que no se desarmen y finalmente las habas en la capa superior con las últimas ramitas de marmaquilla. El toque final es una capa de alfalfa del huerto de Ricardina, para aumentar la humedad. Luego cubrieron todo con una tela gruesa mojada y Pedro empezó a palear la tierra encima de la tela. Hicieron un gran montículo en medio del jardín y parecía que había terminado la faena. Pero no, abuela hizo con unas hojas de maíz una cruz y la puso en la cima del montículo. Así se aseguraba que la comida sería bien cocinada. Alberto sonrió y recordó cuando su papá lo hacía, luego sacó una cerveza del refrigera-

dor y echó un poco encima de la cruz y del montículo y luego tomo él y los adultos. Era un brindis con la “PACHA” (la tierra) a quien los incas siempre agradecían que les diera los frutos y que ahora la “PACHA” los iba a cocinar dentro de ella. Ricardina llegó al momento que se destapaba la cocción, al igual que los vecinos americanos que Alberto había tenido la precaución de invitar para compartir su tradición y para que no se pusieran nerviosos al ver su fogata y los cambios en su jardín. Todos comieron hasta saciarse y celebraron felices la fiesta de la Pachamanca, de unos de los ancestrales platos de tradición inca. que necesita la colaboración de toda la familia y que si la deseas hacer en Estados Unidos, debes tomar prestadas las piedras del estado con la promesa de devolverlas. Alberto le enseñó a la abuela como uno de sus nietos le explicaba a uno de sus amigos americanos con entusiasmo: “We went to the river to gather some stones and we had to check each stone to make sure there were no hole inside.” Y Alberto le tradujo a la abuela: “Fuimos al río a recoger piedras y debimos golpear cada piedra para asegurarnos que no tuviera huecos adentro”. Ella lo miró con ternura y sonrió satisfecha: la tradición estaba asegurada.

Dedicado a los hermanos Cárdenas Verástegui: Elías, Abilia, Faustino, María, Teófilo, Meinardo, Miguel y Rosita

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TIEMBLATIERRA Escrito por Gisela Labrada

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tiemblatierra

C

Sanabria era un guajiro macho y eso es algo muy serio. No se trata solo de ser trabajador, amigo bien cumplido y hombre a todo. También hay que ser buen amante, saber de gallos y no creer en cuentos chinos. Así era Cunegundo: un rostro impenetrable - de sonrisa esquiva y mentón recto- quien, a no ser por la ternura que se le escapaba irrefrenable por los ojos, daba la impresión de ser incombustible. unegundo

Se le divisaba desde lejos por su sombrero de yarey, siempre calado hasta las orejas, su cuerpo alto y desgarbado - un poco caído de hombros - su tabaco incandescente y su andar de pasos firmes y estruendosos. Vivía en Cuajaní, un pueblito cerca del mogote Dos hermanas, justo en el Valle de Viñales. Gran jinete y mejor veguero, Cunegundo era respetado en toda la zona por su hidalguía, su buena cosecha y sus agallas a toda prueba. Sin embargo, Cunegundo, como todos los mortales, tenía sus debilidades… Le encantaban las orquídeas, los corridos mejicanos, el dulce de leche cortada y las mujeres de pechos generosos y bravíos. Fue por una de esas cosas que se prendó de Teodoquilda, una mujer preciosa, hija de un famoso veguero de San Juan y Martínez. Teodoquilda llegó a su casa en busca de una extraña especie de orquídea roja que solo Cunegundo había podido hacer florecer en toda la isla. Fue un amor a primer escote. Ambos hacían una hermosa pareja y no tardaron en dar retoños. Primero fueron los jimaguas. Después vino Angeliquita, la primera niña. Luego Victoria, la segunda. Y fue esta última la que enfermó de unas extrañas fiebres que no cedían con nada. Ni cocimiento ni soba la lograban dominar. Entonces Teodoquilda fue

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a ver al brujero del pueblo, un negro más viejo que la gripe que se llamaba Macario pero al que todos conocían por el sobrenombre de Taita. Después de consultar los caracoles, el Taita dictaminó que se trataba de un muerto oscuro que se había “acaserado” donde los Sanabria y era necesario sacarlo de la casa antes de que acabara con toda la familia. Para ello era imprescindible hacerle una “limpia” a Teodoquilda y a Cunegundo esa misma noche por mediación de Obatalá o Tiemblatierra, el guía espiritual del Taita. Cunegundo se resistió cuanto pudo. Él era un guajiro macho y los guajiros machos no andan creyendo en despojos ni paños tibios, pero el verbo de Teodoquilda era tan avasallador y disuasivo como las dos calabazas chinas que llevaba por pechos. El matrimonio llegó puntual. En el bohío del Taita se habían dado cita otros tres babalaos y cinco ahijados, todos vestidos de blanco, para oficiar la ceremonia. Los presentes, junto con Teodoquilda y Cunegundo, hicieron un círculo alrededor del Taita. El Taita se mantuvo con los ojos cerrados y mascullando palabrejas durante varios minutos. Luego encendió un tabaco, le dio una larga chupada y empezó a descargar grandes columnas de humo directo al rostro de Teodoquilda y Cunegundo. Cuando los tenía casi asfixiados, el Taita soltó el tabaco y agarró una botella de aguardiente. Se la empinó y se tragó varios sorbos hasta que el último lo retuvo en la boca, tomó aire a punto de explotar y le roció el buche de aguardiente en pleno rostro a Cunegundo, haciéndole brotar sendos lagrimones. Teodoquilda estaba muy impresionada y a la vez temerosa. La cara de Cunegundo cambiaba de color por minuto y ella sabía muy bien lo que aquello significaba. Sin embargo, el


Escrito por Gisela Labrada

Taita se sumía cada vez más en su trance, con los ojos en blanco y unos estremecimientos telúricos. Cuando terminó de beberse la mitad de la botella de aguardiente, agarró un mazo de hierbas de varios tipos. Empezó a girar en redondo y luego fue poniéndoselo en la cabeza a cada una de las personas que formaban el círculo mientras les rezaba una especie de oración hasta que llegó a Cunegundo. Más poseído que nunca, el Taita se detuvo frente a él, empezó a cantar un extraño cántico y la emprendió a pencazos frenéticos contra Cunegundo, de la cabeza a los pies, mientras la respiración se le hacía cada vez más gruesa. Como aquello no paraba, Cunegundo hizo ademán de marcharse pero la mirada suplicante de Teodoquilda lo detuvo. Él pensó en su hija y aguantó a pie firme hasta el final de la golpiza.

en el momento en el que Taita se preparaba para asestarle el segundo “pollazo”. Fue una reacción más fuerte que él, que su hija y que las tetas de Teodoquilda: le dio un piñazo por la quijada al Taita que lo tiró al piso cuan largo era mientras el pollón huía despavorido hacia el patio. Se hizo un silencio atroz. Teodoquilda estaba más blanca que un papel y los babalaos y padrinos no atinaban a nada. Finalmente, uno de ellos fue en busca de un balde de agua para despabilar al Taita que, más que desmayado, parecía estar muerto. Teodoquilda empezó a llorar pero se detuvo. Cunegundo la fulminó con la mirada, agarró su sombrero y salió del bohío. Teodoquilda lo siguió y llegaron hasta la casa sin intercambiar palabra alguna.

Al día siguiente el suceso era la comidilla de todo Cuajaní. El Taita se recupera Cuando el Taita se quedó sin aliento, ba del “knock out” y se acostumbraba a vivir soltó el mazo y agarró de nuevo la botella de con dos dientes de menos. Teodoquilda rezaba aguardiente. Se bebió varios sorbos más y se agradecida a todos los santos porque su hija arrodilló frente a su altar de santería. A esas alturas Cunegundo estaba rojo como un tomate. había amanecido sin fiebres y con ganas de jugar. Cunegundo, con algunos moretones en Los tres babalaos y los cinco ahijados se el cuerpo y un chichón en la cabeza, cabalgaba pasaron la botella entre sí hasta que terairoso por la vega, a sabiendas de que su minaron de bebérsela. Luego empezaron a reputación de guajiro macho había quedado cantar y a girar sobre sí mismos mientras el consolidada después de aquella noche en la Taita rezaba en lengua Efik y hacía unos que se le había enfrentado al mismísimo extraños pases por sobre el cuerpo del pollón Tiemblatierra… y lo había hecho retroceder. blanco que tenía delante de su altar. De pronto levantó la mano y todos bajaron el tono del canto al mínimo. Era evidente que el clímax de la ceremonia estaba cerca. El Taita se estremeció varias veces, agarró al pollón por las dos patas, fue directo hasta donde estaba Cunegundo y se lo estampó por la cabeza de tal modo y manera que a Cunegundo se le doblaron las rodillas y se le nubló la vista. Dio varios pasos en falso aturdido por el golpe hasta que recuperó el equilibrio, justo

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NABUART presenta a Adriana Oliveros monserat60@yahoo.com

Miami, Florida

Carlos Villuendas

villuendascarlos@hotmail.com

Valencia, España

Marisela González Servat mgservat@gmail.com

Miami, Florida

Monze Martínez monze.martinez@ymail.com

Miami, Florida

Ruth Carvajal ruthmecar@hotmail.com

New York, New York

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Muy pronto en ... “A mí no me gustó...” Entérate de lo último de Nabuart Síguenos en...

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