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Anecdotario

Desencuentro con el hechicero

P. Román Orta Castañeda, mg†. Tomado de su libro Osukuku en África

El P. Román Orta Castañeda, mg, fue misionero en Kenia, África en dos periodos (de 1976 a 1987 y de 1999 a 2002), donde colaboró prestando su servicio a las comunidades africanas, una de ellas fue a la tribu de los teso (“los fuertes”), al oriente de Kenia; en su libro, recopiló diversas experiencias de su actividad misionera, aquí compartimos una de ellas sobre las creencias de esta tribu y los desafíos de la Misión:

Un día muy caluroso, con mi bolsa al hombro, me encaminé al monte de Apatit... Varios cristianos me saludaron en el camino; sin detenerme, pronto me encontré en Karamañan.

Desde allí vi la etogo (choza) del emuruon (hechicero). Me desvié del camino y apartando ramas abrí paso haciendo vereda hasta la casa del hechicero. Observé la puerta medio abierta y, sin vacilar, me acerqué. Di un toquido al tiempo que decía: —Ejasi itunga are? (¿Hay alguien en casa?) No hubo respuesta… Insistí por segunda vez. Entonces se escuchó una voz muy grave: —Inyena ikote iyo nepene? (¿Qué quieres aquí?)

—Abu eong akipeyonokin iyo bon (Sólo vine a visitarte). —Nada tengo que ver contigo, puedes seguir el camino por donde viniste. Con débil esperanza le dije: —Tal vez nada, pero al menos, de acuerdo a nuestra tradición, no puedes ni debes negar el saludo a un visitante. No respondió y sólo se escucharon ruidos. Casi enseguida se abrió la puerta y en su rostro se dibujó un gesto oscuro de fastidio arrogante, con una señal me invitó a pasar indicándome que me sentara. Sin saludarme, dijo: —Ya sé a qué has venido… —A saludarte y conocerte. —Puede ser, siguió, pero también andas buscando la

forma para que yo crea en tus predicaciones. —Bueno, si lo desearas, yo estaría en entera disposición de ayudarte. -Pierdes tu tiempo y yo también el mío, nada hay entre tu misión y mi actividad. Se dirigió a un rincón y sacó un canasto que me puso enfrente y dijo: —¿Conoces estos objetos? Había rosarios, medallas, crucifijos e imágenes de santos. —Por supuesto, pero, ¿cómo es que los tienes aquí? —No vayas a pensar que soy ladrón o que los robé de tu Iglesia –lo dijo con voz burlona–, son tus cristianos quienes los han traído. Debes saber que cuando vienen a verme quejándose de enfermedades que la medicina de los extranjeros no puede curar, les exijo olvidar todo lo que les predicas y que traigan aquí todo esto para que no interfiera con mi poder curativo y puedan verse libres de enfermedades.

Con tono seguro repliqué acusadoramente:

—Tú bien sabes que tu sola presencia en la aldea ya es negativa y que sólo engañas y robas sin escrúpulo a esta pobre gente. —¿Engañarlos, yo? Son ellos quienes me han construido esta casa, me dan de comer, me han hecho rico… Y se dirigió a la puerta indicándome la salida.

Tenía mucho en qué pensar antes de combatir este fenómeno. Por lo pronto, lo único que me quedaba era rezar por los cristianos débiles en su fe y que seguían frecuentando al hechicero.

En días siguientes, opté por dar una formación más esmerada a la comunidad, con carácter positivo en todo sentido, principalmente en la predicación dominical y en la instrucción de los catecúmenos.