Género y cuidado

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Género y cuidado en salones de belleza Luz Gabriela Arango y Javier Pineda (Eds.) Colección Biblioteca Abierta Serie Estudios de Género Feminismos y estudios de género en Colombia. Un campo académico y político en movimiento Franklin Gil Hernández y Tania Pérez Bustos (compiladores) Colección Biblioteca Abierta Serie Estudios de Género Títulos de reciente publicación Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider) Universidad de los Andes Análisis de políticas públicas en Colombia. Enfoques y estudios de caso Javier Pineda Duque (compilador) Modos de gobernanza del agua y sostenibilidad. Aportes conceptuales y análisis de experiencias en Colombia Andrés Hernández Quiñones (compilador) Universidad y desarrollo regional. Aportes del Cider en sus 40 años Javier Pineda Duque, A. H. J. (Bert) Helmsing y Carmenza Saldías Barreneche (compiladores)

Género y cuidado teorías, escenarios y políticas

E n u n mu n d o gl o bal i z ad o , d e cr e ci e n t e relacionamiento y dependencia, donde estos fenómenos están determinados por un ethos individualista y competitivo, vale la pena reflexionar sobre la categoría del cuidado, entendida como una dimensión central de la vida humana. En la actualidad, el cuidado y la responsabilidad por los otros y las otras es un asunto político que atraviesa diferentes ámbitos de la vida social, como lo doméstico, lo local y lo global, y podría permitirnos mejorar este mundo desde nuevas formas democráticas. ¿Por qué una ética del cuidado? ¿Cuáles son las características del cuidado y sus localizaciones? ¿Cuál es la relevancia teórica, metodológica y ética de este concepto para continuar la discusión desde una perspectiva feminista y de género? ¿Cómo se podría superar la dicotomía entre lo público y lo privado desde esta noción? Estos y otros interrogantes se exploran en este libro, que se divide en tres ejes: el primero reúne varios estudios acerca de la ética y el ethos del cuidado, el segundo aborda escenarios y significados del trabajo del cuidado y el tercero se interesa por la organización social del cuidado y las políticas públicas.

Títulos de reciente publicación Pontificia Universidad Javeriana Los historiadores colombianos y su oficio. Reflexiones desde el taller de la historia José David Cortés Guerrero, Helwar Hernando Figueroa Salamanca y Jorge Enrique Salcedo Martínez, S. J. (editores) Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada Cecilia Muñoz Vila y Nubia Esperanza Torres Plaza Central de Mercado de Bogotá. Las variaciones de un paradigma, 1849-1953 William García Ramírez (coedición con la Universidad Nacional de Colombia)

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Teorías, escenarios y políticas

Los dedos cortados Paola Tabet Edición de Jules Falquet Colección Biblioteca Abierta Serie Estudios de Género

Género y cuidado teorías, escenarios y políticas

Género y cuidado

Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia

Donny Meertens Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá Karina Batthyány Universidad de la República, Uruguay Javier Pineda Duque Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider), de la Universidad de los Andes, Colombia

Mirza Aguilar Pérez Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), México Patricia Paperman Universidad de París VIII, Francia Luz Gabriela Arango Universidad Nacional de Colombia Amparo Micolta León Universidad del Valle, Colombia Eleonor Faur Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín (IDAES-UNSAM) Helena Hirata Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) Pascale Molinier Universidad de París XIII, Francia Joan C. Tronto Universidad de Minnesota, Estados Unidos

Luz Gabriela Arango Gaviria | Adira Amaya Urquijo | Tania Pérez-Bustos | Javier Pineda Duque Edición académica ISBN 978-958-781-221-3

9 789587 812213

Adriana Piscitelli Núcleo de Estudos de Género PAGU Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CNPq)

Mónica Patricia Toledo González Universidad Autónoma de Tlaxcala, México

Luz Gabriela Arango Gaviria | Adira Amaya Urquijo | Tania Pérez-Bustos | Javier Pineda Duque editores

Títulos de reciente publicación

universidad nacional de colombia pontificia universidad javeriana universidad de los andes

Tania Pérez-Bustos Universidad Nacional de Colombia Yolanda Puyana Villamizar Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá Adira Amaya Urquijo Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá

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Edición académica Luz Gabriela Arango Gaviria Adira Amaya Urquijo Tania Pérez-Bustos Javier Pineda Duque

Bogotá, D. C. 2018

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Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia Género y cuidado : teorías, escenarios y políticas editado por Luz Gabriela Arango Gaviria [y otros tres]. -- Primera edición. -Bogotá: Universidad Nacional de Colombia; Universidad de los Andes; Pontificia Universidad Javeriana, 2018. 270 páginas: ilustraciones en blanco y negro, diagramas -- (Colección Academia) Incluye referencias bibliográficas e índice de materias isbn 978-958-781-221-3 (rústica). 1. Identidad de género 2. Cuidados 3. División sexual del trabajo 4. Papeles de género 5. Desarrollo social y políticas públicas 6. Ética 7. Organizaciones sociales I. Arango Gaviria, Luz Gabriela, 1957-, editor II. Amaya Urquijo, Adira, 1964-, editor III. Pérez-Bustos, Tania, 1976-, editor IV. Pineda Duque, Javier, 1960-, editor V. Título VI. Serie cdd-23

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Género y cuidado: teorías, escenarios y políticas Colección Academia Primera edición, 2018 isbn: 978-958-781-221-3 © 2018, Luz Gabriela Arango Gaviria, Adira Amaya Urquijo, Tania Pérez-Bustos, Javier Pineda Duque © Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas Centro Editorial Ciudad Universitaria, Edificio de Sociología Orlando Fals Borda, oficina 222 Bogotá, D. C., Colombia Teléfono: 3165000, ext. 16259 www.humanas.unal.edu.co editorial_fch@unal.edu.co © Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Ciencias Sociales, Facultad de Psicología, Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7a n.° 37-25, oficina 13-01 Edificio Lutaima, Bogotá, D. C., Colombia Teléfono: 3208320, ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial editorialpuj@javeriana.edu.co © Universidad de los Andes, Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider) Ediciones Uniandes Calle 19 n.° 3-10, oficina 1401 Bogotá, D. C., Colombia Teléfono: 3394949, ext. 2133 http://ediciones.uniandes.edu.co http://ebooks.uniandes.edu.co infeduni@uniandes.edu.co

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Corrección de estilo: Carlos Mauricio Granada Maquetación y diseño: lacentraldediseno.com Impr esión: Javegraf Calle 46 n.° 82-54, interior 2, Parque Industrial San Cayetano Teléfono: 4161600 Bogotá, D. C., Colombia Impreso en Colombia – Printed in Colombia Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Universidad Nacional de Colombia | Vigilada Mineducación. Creación de la Universidad Nacional de Colombia: Ley 66 de 1867. Acreditación institucional de alta calidad: Resolución Ministeral 2513 del 9 de abril del 2010. Régimen orgánico de la Universidad Nacional de Colombia: Decreto 1210 de 1993. Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno. Universidad de los Andes | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949, Minjusticia. Acreditación institucional de alta calidad, 10 años: Resolución 582 del 9 de enero del 2015, Mineducación.

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Contenido

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ÉTICA Y ETHOS DEL CUIDADO Capítulo 1. Economía, ética y democracia: tres lenguajes en torno al cuidado Joan Tronto 22

Capítulo 2. Responsabilidad y categorización de los destinatarios del cuidado Patricia Paperman 38

Capítulo 3. El ethos del cuidado en la producción de conocimiento, una aproximación desde la antropología feminista al campo científico Tania Pérez-Bustos 50

Capítulo 4. Re-tejiendo la sociedad campesina: género, cuidado y justicia en el posconflicto Donny Meertens 70

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ESCENARIOS Y SIGNIFICADOS DEL TRABAJO DEL CUIDADO Capítulo 5. El “trabajo sucio” y la ética del cuidado. Historia de un malentendido Pascale Molinier 90

Capítulo 6. Economías sexuales y percepciones sobre cuidado Adriana Piscitelli 104

Capítulo 7. Servicios de cuidado y prácticas de reparación frente al racismo: salones de belleza para mujeres negras en Brasil Luz Gabriela Arango Gaviria 120

Capítulo 8. Centralidad del trabajo de cuidado de las mujeres y nueva división sexual e internacional del trabajo Helena Hirata 138

Capítulo 9. El cuidado de los hijos e hijas de migrantes en el país de salida. Construcciones de sentido y valoraciones Amparo Micolta León 154

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ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL CUIDADO Y POLÍTICA PÚBLICA Capítulo 10. Repensar la organización social y política del cuidado infantil. El caso argentino Eleonor Faur 172

Capítulo 11. Entre el asistencialismo y los derechos de las mujeres: un análisis de la justicia de género del programa Más Familias en Acción en Colombia Yolanda Puyana Villamizar 188

Capítulo 12. La organización social del cuidado. Políticas, desafíos y tensiones Karina Batthyány 204

Capítulo 13. Cuidado institucionalizado y vejez Javier A. Pineda Duque 220

Capítulo 14. Xocoyote. Parentesco, género y cuidado no remunerado en el Altiplano Central mexicano Mónica Patricia Toledo González y Mirza Aguilar Pérez 242

Acerca de las autoras y los autores 259

Índice de materias 268

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Presentaciรณn

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En un mundo globalizado, de creciente relacionamiento y dependencia mutua desde un ethos individualista y competitivo, vale la pena detenernos a reflexionar sobre la categoría del cuidado como una dimensión central de la vida humana. En este momento de la historia, el cuidado y la responsabilidad por los otros y las otras es un asunto político que atraviesa lo doméstico, lo local y lo global, y que puede permitirnos mejorar este mundo desde nuevas formas democráticas. ¿Por qué una ética del cuidado? ¿Cuáles son las características del cuidado y sus localizaciones? ¿Cuál es la relevancia teórica, metodológica y ética de este concepto para continuar la discusión desde una perspectiva feminista y de género? ¿Cómo se podría superar la dicotomía entre lo público y lo privado desde el cuidado? Estos y otros interrogantes se exploran en este libro. El cuidado hace referencia a todas las actividades desarrolladas por las sociedades para la conservación de la vida humana y de la naturaleza. Joan Tronto y Berenice Ficher lo definen así: Actividad característica de la especie humana que incluye todo lo que hacemos para conservar, continuar o reparar nuestro “mundo” de modo que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades (selves) y nuestro entorno que procuramos entretejer conjuntamente en una red compleja que sostiene la vida. (2009, p. 37)

La reflexión sobre el cuidado ha permitido poner las dimensiones éticas, sociales y políticas en relación con las experiencias subjetivas de

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quienes ejercen o proveen el cuidado (en su diversidad) o se benefician de dicho ejercicio. Si bien este tema se asocia principalmente con la división sexual del trabajo y con las inequidades de género, un análisis comprensivo del asunto requiere que se consideren otras relaciones de poder como la clase social, la raza, la etnicidad o la sexualidad, así como las dimensiones prácticas y epistemológicas de este concepto. La complejidad del cuidado como categoría analítica plantea la necesidad de comprender mejor las desigualdades sociales en las que se inscribe. Precisamente, la búsqueda de alternativas políticas más equitativas en torno a los cuidados exige una aproximación multidimensional e interdisciplinaria al tema. En respuesta a estas inquietudes, esta compilación busca aportar a la comprensión de la complejidad del cuidado como categoría analítica y dar cuenta de los distintos debates, desarrollos teóricos, metodológicos e investigativos en torno al tema, desde perspectivas feministas y de género. Se propone igualmente contribuir a la búsqueda de alternativas éticas y políticas más equitativas alrededor del ejercicio del cuidado, examinar la capacidad heurística de esta categoría para comprender distintas realidades, así como sus posibilidades y limitaciones para la teoría y la práctica feministas. El equipo de trabajo, integrado por investigadoras e investigadores de la Escuela de Estudios de Género de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, el Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Javeriana, la Maestría en Política Social de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana, y el Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo —cider— de la Universidad de los Andes, presenta esta compilación de trabajos investigativos en el campo de los estudios del cuidado, adelantados en Colombia y otros países, como Uruguay, Brasil, México, Francia, Estados Unidos, Japón y Argentina. Este volumen se divide en tres ejes: el primero reúne varios estudios acerca de la ética y el ethos del cuidado, el segundo aborda escenarios y significados del trabajo del cuidado y el tercero se interesa por la organización social del cuidado y las políticas públicas.

Presentación

Ética y ethos del cuidado

La primera parte del libro recoge reflexiones sobre la dimensión transformadora del cuidado como categoría ético-política que permite

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pensar en una noción de democracia desde la que sea posible conservar, reparar y vivir en nuestro mundo lo mejor posible. En esta línea, las contribuciones hacen una crítica fundamental a la forma en que el cuidado en ocasiones se ha circunscrito en la esfera privada y proponen poner en el centro de la reflexión la condición común de dependencia e interdependencia en la construcción de ciudadanía. Con ello, subrayan que el contexto neoliberal no contribuye a construir una democracia basada en el cuidado. Joan Tronto abre el volumen con un artículo titulado “Economía, ética y democracia: tres lenguajes en torno al cuidado”, cuyo punto de partida es una revisión de las reflexiones sobre el cuidado que se han elaborado desde enfoques éticos, económicos y políticos. Su propuesta se orienta a argumentar que un lenguaje político en relación con esta categoría no solo sería más comprensivo respecto de las realidades de quienes cuidan y de lo que significa cuidar en el mundo contemporáneo, sino que el uso de esta perspectiva también contribuye a afectar la visión que tenemos actualmente de la democracia y, por ende, a modificarla. Para Tronto, defender este tipo de enfoques resulta importante en un mundo tan fuertemente afectado por el neoliberalismo y su ethos individualista y competitivo; en este sentido es que la autora nos propone pensar en una democracia cuidadosa o del cuidado, que consistiría en un modelo democrático que, por un lado, gire en torno a una revisión de las responsabilidades en torno al cuidado y que, por el otro, sea crítico y atento a quienes, por razones de clase, raza o género están eximidos de dicha responsabilidad. En “Responsabilidad y categorización de los destinatarios del cuidado”, Patricia Paperman plantea una reflexión crítica desde la categoría de cuidado con una perspectiva feminista sobre las dimensiones éticas de esta noción, retomando los planteamientos de los estudios sobre la discapacidad. De modo particular la autora subraya cómo estas aproximaciones muestran la ausencia de representación de las mujeres con discapacidad, sus experiencias y necesidades en la literatura feminista sobre el cuidado. Un aspecto central de esta reflexión crítica es el señalamiento del énfasis que los estudios sobre estos temas han hecho en los responsables del cuidado y no tanto en sus destinatarios, lo que ha llevado a revisitar, por un lado, la idea que tenemos sobre la dependencia y su papel en la forma en que concebimos la ciudadanía y, por otro, los abordajes que privilegian visiones socioconstructivistas del cuerpo y eluden la vulnerabilidad corporal en su dimensión biológica. En su reflexión, Paperman subraya que

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una de las principales críticas formuladas contra la ética del cuidado es su sesgo paternalista/maternalista, que resulta de la asimetría dentro de las relaciones del cuidado y, en particular, en lo que respecta a los vínculos de poder inherentes a ellas. En “Re-tejiendo la sociedad campesina: género, cuidado y justicia en el posconflicto”, Donny Merteens se pregunta por el papel de la mujer campesina en el posconflicto, en particular cuestiona su lugar en los procesos de despojo, resistencias, acceso a la justicia y la restitución de tierras. Para esto revisita el concepto de justicia transicional y subraya la vocación transformadora de esta modalidad de justicia, que, antes que restaurar derechos, hace visibles las desigualdades, las discriminaciones y las violencias estructurales, las reconoce y actúa sobre ellas, de modo que reestablece la dignidad y posibilita mecanismos de reconciliación. En este contexto, Merteens se refiere a la dimensión relacional de la justicia que se conecta con las teorías del cuidado. Una pregunta con la que la autora nos invita a pensar en esta dirección es ¿cómo reconocer la cotidianidad y las exclusiones históricas de las mujeres campesinas en contextos de violencia? En su argumento nos propone tres escenarios de cuidado en las sociedades campesinas: el cuidado como estrategia de reconocimiento, el cuidado como parte integral de la restitución de tierras con dignidad y el cuidado comunitario en cuanto reparación del tejido social como responsabilidad compartida y como iniciativa de autocuidado, principio básico del cohabitar. Por último, Tania Pérez-Bustos, en su artículo “El ethos del cuidado en la producción de conocimiento, una aproximación desde la antropología feminista al campo científico”, estudia la noción de cuidado implícita en el trabajo doméstico, la atención a infantes, personas enfermas y mayores, entre otras actividades, para constatar la feminización de estas prácticas. Con ello cuestiona los estereotipos de género presentes de modo general en las reivindicaciones que se han defendido en la esfera pública en torno al cuidado. Su principal pregunta, sin embargo, tiene un fuerte sentido epistemológico y gira en torno a la posibilidad de que el ethos científico, que regula las prácticas, costumbres y moralidades de quienes producimos conocimiento, pueda estar regido por un ethos de cuidado. En este sentido, Pérez-Bustos busca visibilizar el potencial transformador del cuidado en la producción de conocimiento y trae como ejemplo el trabajo de las genetistas forenses en Colombia. Dentro de los aspectos que la autora subraya del cuidado como ethos en la producción de conocimiento está su carácter práctico, político y relacional, así como su condición invisible y precaria.

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Escenarios y significados del trabajo del cuidado

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Los cinco capítulos que componen este eje tienen en común el interés por los significados subjetivos del trabajo de cuidado, especialmente para quienes lo realizan. Esta preocupación sigue diversas pistas: por un lado, escucha y comprende la voz de las cuidadoras, así como también los contenidos éticos y morales presentes en sus reflexiones sobre su trabajo; por otro, da cuenta de la discriminación y las desigualdades de género, clase, raza y etnicidad, las estrategias y resistencias, las ambivalencias del cuidado y sus fronteras difusas con otras prácticas y relaciones sociales. Se exploran muy diversos escenarios, que van del hogar y las familias transnacionales a las instituciones de cuidado de ancianos, pasando por el trabajo sexual y los servicios estéticos. Con ello, se hace evidente la multiplicidad de sentidos que adquiere esta categoría, así como la permanencia —multiforme y cambiante— del género, presente en la persistente división sexual del trabajo que sigue asignando estas actividades mayoritariamente a mujeres. Pero se muestra, así mismo, la importancia de diferenciar las experiencias de mujeres situadas en distintas posiciones de poder o subalternidad, en escenarios y contextos heterogéneos. Pascale Molinier abre esta segunda parte del libro con su artículo “El ‘trabajo sucio’ y la ética del cuidado. Historia de un malentendido”. Desde una postura inspirada en Carol Gilligan, que busca escuchar y reconocer la “voz diferente” de las cuidadoras, la autora entiende el cuidado como un enfoque de análisis ético que busca mejorar el bienestar y la calidad de vida de las personas. Esta perspectiva es inseparable de una postura metodológica anclada en los decires de las trabajadoras del cuidado y en el sentido ético que ellas dan a sus tareas, en especial, a aquellas labores que han sido socialmente despreciadas y que Everett Hughes califica como “trabajo sucio”. La autora revela el rechazo de las trabajadoras del cuidado a la categoría de trabajo sucio, resaltando cómo los sentidos que ellas construyen permiten redefinir los significados del trabajo de cuidado socialmente despreciado, rescatar su valor ético y poner en evidencia los privilegios y las relaciones de dominación que subyacen en esta categoría. En el capítulo “Economías sexuales y percepciones sobre el cuidado”, Adriana Piscitelli se interesa por los sentidos que dan al cuidado las trabajadoras sexuales brasileñas de sectores sociales medios y bajos, en espacios transnacionales, en Brasil y en otros países. Inspirada en el concepto de economías cotidianas de Narotsky y Besnier, Piscitelli interpreta las experiencias de estas trabajadoras rescatando los términos nativos

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de “programa” y “ayuda” para analizar los significados que les atribuyen estas mujeres y la forma como sus fronteras no siempre resultan nítidas. Mientras que el “programa” remite a acuerdos explícitos de transacciones de sexo por dinero, la “ayuda” alude a formas de intercambio que combinan favores sexuales, regalos o distintos apoyos económicos. La autora muestra cómo en distintos contextos varían las prácticas y los significados de las relaciones entre mujeres que brindan favores, afecto o servicios sexuales y hombres que pueden actuar como clientes, amigos o protectores. Las relaciones de cuidado adquieren allí variados contenidos, permeados por desigualdades de género, raza, clase y nacionalidad. Luz Gabriela Arango, por su parte, explora el trabajo de cuidado en los servicios estéticos y corporales en su texto “Servicios de cuidado y prácticas de reparación frente al racismo: salones de belleza para mujeres negras en Brasil”. Desde una perspectiva que sitúa el desarrollo de la industria de la belleza negra en Brasil como un proceso de resistencia al racismo y de afirmación de una estética propia, la autora compara los servicios ofrecidos, la concepción de la belleza de las mujeres negras y la forma de interpelar el racismo en dos tipos de salones. La autora identifica expresiones del cuidado presentes usualmente en los servicios estéticos y que están orientadas a generar el bienestar de la clientela, pero destaca asimismo una dimensión reparadora específica. Es así como, mediante prácticas de cuidado particulares, estos salones contribuyen a la “reparación simbólica” de la imagen y del cuerpo de las mujeres negras, la “reparación material” del pelo y la “reparación emocional” de la autoestima de las clientas. En el capítulo “Centralidad del trabajo de cuidado de las mujeres y nueva división sexual e internacional del trabajo”, Helena Hirata propone un análisis de los entrecruzamientos de género, clase, raza, etnicidad y nacionalidad en las experiencias de cuidado de mujeres y hombres, en su mayoría migrantes internacionales, que se desempeñan en el cuidado de ancianos en hogares e instituciones en Brasil, Francia y Japón. Con base en entrevistas a cuidadoras y cuidadores en estos países, la autora muestra distintas desigualdades y formas de discriminación que acompañan a la división internacional del trabajo de cuidado, construida simultáneamente sobre una división sexual y racial de este. A pesar de las diferencias en las formas nacionales de organización del cuidado, emergen rasgos comunes que apuntan a la persistencia de la centralidad del trabajo de cuidado de las mujeres, el bajo reconocimiento social de estas labores y las condiciones precarias de empleo de quienes las realizan, señalando asimismo la escasa innovación social y técnica en este campo.

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Esta parte del libro se cierra con el capítulo “El cuidado de los hijos e hijas de migrantes en el país de salida. Construcciones de sentido y valoraciones”, en el que Amparo Micolta León se interesa por lo que ocurre con el cuidado de hijos e hijas en hogares colombianos, cuando el padre, la madre o ambos migran a otros países. Más que describir los arreglos familiares mediante los cuales se enfrenta esta situación, la autora explora las dimensiones subjetivas y los significados que adquiere la distribución del cuidado para los distintos integrantes de la familia. El panorama revela una diversidad en las ideas y valoraciones encontradas, en las que persisten concepciones de género tradicionales entre los padres, la familia extensa, los hijos e hijas, pero la investigación señala también algunos cambios no solo entre las mujeres que migran y resignifican su papel como cuidadoras y proveedoras de sus hijos, sino también entre algunos padres que asumen con gusto y compromiso un lugar central en el cuidado cotidiano de sus hijos.

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Los capítulos incluidos en esta parte presentan una serie de análisis y retos que se encuentra relacionada con los esfuerzos e iniciativas de reconocimiento y valoración del trabajo no remunerado de cuidado, que se expresaron especialmente en la décima Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, realizada en Quito, Ecuador, en el 2007. Tres dimensiones resultan centrales en el análisis de los regímenes de cuidado: la inequidad en los hogares, la familiarización y la mercantilización. Resulta así indispensable abordar desde la investigación cómo democratizar, desfamiliarizar y desmercantilizar el cuidado, para ampliar la autonomía de las mujeres y la equidad de género. Se plantea que el Estado debe intervenir para evitar su mercantilización y desvalorización, pero, a su vez, esto exige evitar reproducir modelos que tienden a institucionalizar perspectivas maternalistas y nociones de masculinidad desvinculadas de las responsabilidades del cuidado, como ocurre con las transferencias condicionadas. Eleonor Faur, con el capítulo “Repensar la organización social y política del cuidado infantil” en Argentina, abre esta parte con la noción de “diamante de cuidado”, es decir, la interacción entre el Estado, el mercado, las familias y las comunidades. En este caso, encuentra que, en la provisión de servicios de cuidado infantil, conviven aspectos del régimen conservador-corporativo, que refuerza la “maternalización” de las mujeres en la protección social del trabajo formal, con el del régimen

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Organización social del cuidado y política pública

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liberal, que sustenta servicios destinados a hogares y niños pobres mediante mecanismos de transferencias, de modo que puede observarse que este sistema se diferencia del modelo socialdemócrata. En esta configuración heterogénea, la matriz tradicional de género continúa presente en la política social y la discriminación socioeconómica persistente. A partir de la revisión del cuidado en la legislación laboral que regula el trabajo asalariado en general y, en particular, en los servicios para la primera infancia, Faur sustenta que el resultado es “un régimen híbrido, compuesto por modelos superpuestos que se reproducen mediante la oferta segmentada de políticas de diversa calidad según las clases sociales”. Yolanda Puyana contribuye con un texto en el cual se pregunta por la justicia de género en el programa Más Familias en Acción en Colombia. El texto escrito por Puyana señala que el papel de la transferencia condicionada de subsidios va en contravía de una perspectiva integral de la justicia social, debido a la falta de una perspectiva de género en el programa. Considera que prevalece una visión asistencial, tanto en la forma en que se plantean las transferencias como en la práctica, el lenguaje y la manera como las recibe la población, lo cual debilita una perspectiva de derechos en la política social. La carencia de un enfoque de género en estos programas reproduce la centralidad del papel de madre en estas mujeres. Esta instrumentalización frena el desarrollo de su ciudadanía y reproduce el familismo y el maternalismo en la cultura. En este programa, la definición de familia deja de lado la inequitativa división sexual del trabajo, ya que concentra las actividades del cuidado en las mujeres e ignora a los padres. En su texto “La organización social del cuidado. Políticas, desafíos y tensiones”, Karina Batthyány subraya la necesidad de precisar los tipos de cuidado que se configuran socialmente a partir de las distintas dimensiones asociadas con el cuidador, la persona cuidada, la naturaleza del cuidado y el dominio social, lo que hace del cuidado un concepto multidimensional. Batthyány señala la importancia de adoptar una definición que resulte útil para la incidencia en las políticas públicas. Sobre la distribución social del cuidado, la autora sugiere desagregar las funciones que realizan las familias para poder ver con mayor claridad cuáles pueden ser “desfamiliarizadas” y cómo hacerlo. Este texto presenta diferentes opciones de políticas que, desde una perspectiva del cuidado como derecho, pasan por acciones en tres sentidos: redistribución, revalorización y reformulación de los cuidados. Las políticas públicas de cuidados pueden clasificarse en tres categorías: de tiempo para cuidar, de dinero por

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cuidar y de servicios de cuidados. A estas tres políticas la autora agrega una cuarta: la redistribución entre mujeres y varones. El capítulo de Javier Pineda, titulado “Cuidado institucionalizado y vejez”, examina la desvalorización tanto del cuidado de las personas mayores como de la vejez, en un contexto de comercialización del cuidado y de envejecimiento poblacional. Señala que la distribución social del cuidado de la vejez continúa recayendo sobre el trabajo no remunerado de las mujeres en los hogares, pero los cambios demográficos y sociales han hecho surgir el cuidado institucionalizado, ante la reducción del tamaño de las familias y las demandas de trabajo de las mujeres. Estos nuevos espacios siguen siendo de cuidado femenino y parecen representar nuevas formas de segregación y aislamiento de la vejez. Así, el trabajo de cuidado de la vejez evidencia una gran subvaloración social y organizacional, con sobrecarga laboral y emocional. Ante la potencial crisis de cuidado que sugiere el envejecimiento poblacional, las experiencias de las mujeres cuidadoras contienen posibilidades de humanización, bajo la construcción de una ética que surge de su práctica misma de cuidar y de sus identidades profesionales. Finalmente, Mónica Toledo y Mirza Aguilar presentan un modelo cultural específico de organización del cuidado de los mayores en el centro y sur de México. Las autoras señalan que la organización doméstica indígena o sistema familiar mesoamericano asegura el cuidado mediante la permanencia del ultimogénito en el hogar paterno, quien hereda la casa y las tierras, en compensación por cuidar a sus padres en la vejez. Este sistema está representado en una figura masculina, el xocoyote (o hijo menor en la lengua náhuatl). Las autoras precisan que, a pesar de que este sistema de cuidado se fundamenta en dicha figura masculina, la responsabilidad del cuidado de la vejez recae, en realidad, en la esposa del xocoyote, lo cual reproduce una inequidad de género. No obstante, la emergencia de mujeres xocoyotas —como hijas menores que heredan la responsabilidad del cuidado, confrontan la tradición y disputan los bienes— impulsa un replanteamiento cultural y material de las relaciones y los significados de género. Agradecemos a Onumujeres, a la Secretaría Distrital de la Mujer, al Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, a la Universidad Nacional de Colombia, a la Universidad Javeriana y a la Universidad de los Andes, instituciones que apoyaron la realización del seminario internacional Género y cuidado: teorías, escenarios y políticas, realizado en Bogotá en agosto del 2015 y que sirvió

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como punto de partida para la elaboración y selección de los capítulos de este libro. Referencias bibliográficas

Joan Tronto

Tronto, J. C. (2009). Care démocratique et démocraties du care. En P. Molinier, S. Laugier y P. Paperman (orgs.). Qu’est-ce que le care? Souci des autres, sensibilité, responsabilité (pp. 25-49). Paris: Petite Bibliothèque Payot.

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Parte I Ética y ethos del cuidado

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Capítulo 1. Economía, ética y democracia: tres lenguajes en torno al cuidado Joan Tronto

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El C A R E 1, un término que se ha asociado de manera desproporcionada con las mujeres, tiene una amplia gama de significados en inglés. Abarca tanto disposiciones como acciones, cuyas valoraciones emocionales pueden ser positivas (“me preocupo por ti”) o negativas (“cuidados y problemas”, es decir, el cuidado como una carga). El término incluye a su vez actividades que son muy gratificantes emocionalmente, como alimentar a un niño, junto con trabajos despreciados, tal como el “trabajo sucio” asociado a la limpieza de los cuerpos y los hogares. De hecho, es la amplitud de este término y su asociación con las mujeres lo que condujo a que algunas investigadoras feministas, en la década de los ochenta, trataran de darle un sentido distinto al de su devaluación y al lugar amorfo que ocupa en la filosofía y en la teoría social y política. El estudio del cuidado ha crecido tanto, que ahora es un tema de preocupación en disciplinas tan alejadas entre sí como la sociología y la economía, la enfermería y la bioética, la ingeniería, la química y los estudios de la ciencia. Sin embargo, hay diferencias importantes en la forma como se utiliza este término, no solo entre el inglés y otros idiomas en los que no existe un término tan amplio como cuidado, sino también en su tratamiento desde diversos feminismos. En este texto quiero explorar tres lenguajes diferentes que utilizan el término cuidado desde lecturas económicas, filosóficas y políticas. En particular, quiero defender una manera más política, menos económica 1

Decidimos traducir el término care con el vocablo en español ‘cuidado’. Somos conscientes de que el significado no es exactamente igual, pero consideramos que esta categoría no es unívoca en ninguna lengua y está en desarrollo a través de investigaciones y reflexiones como las que se incluyen en esta compilación (nota de las y los editores).

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y ética, de hablar acerca del cuidado, porque considero que cumple mejor la tarea de hacer que este concepto sea de utilidad para un mundo democrático, pluralista y pacífico, más allá del consenso neoliberal. Debido a que la democracia es un lenguaje político, ella nos permite hablar sobre el poder y la dominación de muchas formas, de la igualdad y la justicia, así como también de necesidades y de derechos. Es posible que no logre convencer sobre las ventajas de mi propuesta si se tiene en cuenta que diferentes académicas y activistas en Suramérica han desarrollado un destacado pensamiento sobre el cuidado en términos más económicos. En esta región el compromiso de hacer que el cuidado sea central para la vida humana y tenga un propósito político ha avanzado más que en cualquier otro lugar que conozca. Primero fue la adopción del Consenso de Quito por la Conferencia Regional sobre la Mujer en América Latina y el Caribe, donde los Estados se comprometieron a “(xxvii) Adoptar las medidas necesarias, especialmente de carácter económico, social y cultural, para que los Estados asuman la reproducción social, el cuidado y el bienestar de la población como objetivo de la economía y responsabilidad pública indelegable” (cepal, 2007, p. 8). En Colombia la aprobación de la Ley 1413 de 2010 prevé la recolección de estadísticas vitales sobre el trabajo doméstico y otras formas de trabajo no remunerado, información que es central para la implementación de estas políticas (dane, 2013). En Argentina los diálogos en curso sobre el cuidado consideran reformas a las políticas públicas (Valdés, 2015) y en Uruguay la academia debate sobre un “sistema nacional de cuidado” (Espino y Salvador, 2014). A continuación, expongo la argumentación con la que pretendo persuadir sobre la necesidad de pensar el cuidado fundamentalmente como un asunto de la vida democrática. El argumento a favor de Caring Democracy (una democracia cuidadora)

Joan Tronto

En un libro reciente (Tronto, 2013) argumenté que el cuidado debería ser más democrático y que las democracias deberían ser más cuidadoras. He definido junto con mi colega Berenice Fisher el cuidado de manera muy amplia, así:

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En el nivel más general, sugerimos que el cuidado debe ser visto como una actividad de la especie humana que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar o reparar nuestro “mundo”, de modo que

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Sin embargo, lo que comprendí es que, si bien esta definición amplia del cuidado contribuyó al trabajo conceptual al aportar, por ejemplo, dimensiones normativas y empíricas, el concepto también ha asumido, como observa Patricia Paperman (2011), los significados éticos y políticos de las teorías en las que ha sido utilizado. Por ejemplo, Uma Narayan (1995) observó hace veinte años que el discurso del cuidado se utilizó para justificar el colonialismo británico (y, podemos añadir, se usó para justificar el colonialismo español, el tratamiento norteamericano hacia los pueblos indígenas, etc.). Así, todas las sociedades tienen maneras de organizar el cuidado en su acepción de “vivir lo mejor posible”, lo que me llevó a la siguiente pregunta: ¿existe algún tipo de cuidado que sea específicamente útil si estamos comprometidos con los valores de la democracia? Al hablar de los valores de la democracia, me refiero a algo ligeramente distinto de las formas en que habitualmente se piensa esta noción en sus definiciones contemporáneas. Desde el punto de vista de muchos politólogos y de muchas instituciones que pretenden promover la democracia en todo el mundo, ella está presente cuando existen elecciones en disputa (Przeworski et al., 2000) o cuando ciertos derechos liberales han sido prescritos (tales como la libertad de expresión) (National Endowment for Democracy, 2016). Como Adrian Leftwich escribe: En su conjunto, el “buen Gobierno democrático” generalmente se refiere a un régimen político basado en el modelo de un sistema de gobierno democrático-liberal, que protege los derechos humanos y civiles, combinado con una administración pública competente, no corrupta y responsable. (1993, p. 605)

El marco que voy a utilizar en este capítulo ofrece una percepción diferente de la democracia. Mi preocupación, que está más alineada con teorías críticas de la democracia como la de Iris Marion Young (2000), se centra en cambio en la democracia como una forma en la que aquellos que relativamente están desprovistos de poder en una sociedad puedan tener voz en los asuntos públicos. Aunque Przeworski y sus colegas desestimaron la definición de la democracia como “todo lo bueno”, porque

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podamos vivir en él de la mejor manera posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades (selves) y nuestro entorno, que buscamos entretejer en una red compleja que sostiene la vida. (Fisher y Tronto, 1990, p. 40).

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hacerlo sería “poco útil” “desde un punto de vista analítico” (2000, p. 14), su lista de bondades de la democracia (representación, responsabilidad, igualdad, participación, dignidad, racionalidad, seguridad, libertad) se acerca más a la forma en que uso aquí el término. Así, entiendo que en una democracia el cuidado debe promover fines democráticos y el Estado debe organizarse para cuidar bien a los ciudadanos, de modo que estos puedan a su vez fomentar la democracia en sus prácticas de cuidado. Por lo tanto, en cierto sentido, una democracia que cuida empuja incluso un poco más lejos las fronteras de las preocupaciones sustantivas sobre el significado de la democracia. La idea básica de Caring Democracy (democracia cuidadora) es redefinir este sistema político: la política democrática debe centrarse en asignar las responsabilidades del cuidado y en garantizar que las y los ciudadanos democráticos sean tan capaces como sea posible de participar en esta asignación de responsabilidades (Tronto, 2013, p. 7). Como se verá más adelante, tal redefinición de la democracia requiere también que repensemos las fronteras entre la vida pública y privada, así como también entre lo que se considera “económico” y “político”. Esto implica un seguimiento más robusto de la participación democrática en la reflexión sobre las y los ciudadanos como contribuyentes, en muchos aspectos, del cuidado continuo de unos y otros, de los bienes sociales y públicos, y de los mismos procesos democráticos de mayor participación igualitaria. Todas las naciones experimentan actualmente un “déficit del cuidado”, aunque este toma formas diferentes en distintas partes del globo (Razavi y Staab, 2012). Sin embargo, dada la estructura del cuidado y su devaluación, y teniendo en cuenta las formas actuales de la vida pública y privada, no debería sorprendernos que “el mercado”, por sí mismo, no pueda resolver este problema. Las revoluciones democráticas han ampliado constantemente su idea de quién está incluido dentro del universo de las y los ciudadanos democráticos. La siguiente etapa de la revolución democrática requerirá hacer que el cuidado sea una parte central de la vida política. Este tipo de práctica del cuidado ha sido en gran medida excluido del discurso político, debido a supuestos de género profundamente arraigados, a prenociones sobre la naturaleza humana y sobre cómo se llega a ciertos juicios éticos y políticos. Por ello, la inclusión de este conjunto de prácticas del cuidado dentro de una nueva concepción de democracia requiere cuestionar los supuestos que tenemos sobre el género, así como sobre la raza y la clase que han limitado la forma en que comprendemos las políticas democráticas. Es a partir de los aportes de

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las teorías y prácticas feministas que estos sesgos y los medios para superarlos se hacen visibles. ¿De qué manera se afectaría nuestra idea de política si como ciudadanía tomáramos el cuidado democrático como un valor político central en nuestra idea de democracia? Imaginar una sociedad cuidadora es concebir una sociedad comprometida con las actividades diarias y extraordinarias orientadas a la satisfacción de las necesidades de las personas. Imaginar una sociedad democrática y cuidadora es idear una sociedad cuyos sentidos de justicia logren balancear la forma en que las cargas y las alegrías del cuidado se equilibren, de modo que cada ciudadano y ciudadana sea tan libre como sea posible. Esta visión requiere que veamos con claridad cómo cuidamos unos y otros, es decir, cómo pensamos acerca de nuestras responsabilidades de cuidado. También significa una mayor atención a los asuntos de género y a las exclusiones históricas de las mujeres de las funciones políticas y otros importantes papeles sociales, así como una mayor atención a temas de clase y a la incorporación del cuidado como un valor político. Este enfoque requiere asimismo un desplazamiento del mercado como la más “verdadera” de las instituciones humanas. En la actualidad no todas las personas son igualmente capaces de participar en la definición de responsabilidades. Como se ha señalado desde hace mucho tiempo en la ciencia política, quienes “se sientan en la mesa” para tomar decisiones tienen mayores posibilidades que quienes no participan en ella de afectar el resultado de lo que allí se determina. Para aclarar este punto, vamos a continuar con la elaboración de esta metáfora. Imaginemos una serie de mesas dispuestas en una habitación grande. En cada mesa hay personas que van a hacer juicios sobre la manera de relacionar personas y responsabilidades. Vamos a llamar a esto juegos de asignación de responsabilidades o círculos de responsabilidad. Obviamente, algunas personas podrán afectar el resultado de la asignación de responsabilidades si son capaces de excluir a otros de este proceso. Imaginemos un juego sobre injusticia racial, en el que se excluye a un grupo étnico o racial del proceso de asignación de responsabilidades. La exclusión es una manera eficaz de controlar los resultados de un proceso político. Desde hace ya un tiempo, diversas teorías sobre la democracia han dado cuenta de la importancia que representa que todas y todos sean incluidos en procesos como los juegos de asignación de responsabilidades, para que los resultados de las decisiones sean genuinamente democráticos. Sin embargo, por lo general las personas con mayor poder tienen la capacidad de excluir a quienes tienen menos poder.

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Pero la exclusión no es la única manera de manipular el resultado de un círculo de responsabilidad. Otra forma de hacerlo es retirarse o eximirse a sí mismo o al grupo al que se pertenece de las “personas” cuyas funciones son objeto de debate en el juego de asignación de responsabilidades. Si a ciertos individuos o grupos de la sociedad se les concede una “licencia” para eximirse de esta asignación de responsabilidades, entonces también ejercerán de manera efectiva el poder sobre el resultado mediante la autoabsolución de toda responsabilidad. En un trabajo anterior (Tronto, 1993, p. 121) llamé a este proceso la “irresponsabilidad de los privilegiados”: las personas con poder pueden ser irresponsables con el cuidado. Así mismo, cuando se trata de dividir las responsabilidades para la administración de un hogar, el modelo tradicional de proveedor le otorga al jefe de la familia (generalmente el esposo) una exención de la mayor parte de las tareas domésticas diarias porque ha traído a casa el dinero necesario para el hogar (Bridges, 1979). Pero es importante observar este mecanismo desde una perspectiva moral (como una forma de eludir la responsabilidad, al afirmar que las propias responsabilidades se sitúan en algún otro círculo de responsabilidad) y desde un punto de vista político (como una especie de poder por el cual alguien es capaz de obligar a otros a aceptar responsabilidades, tal vez incluso demasiadas responsabilidades, sin tener que explicar su propia exclusión en la discusión o en las responsabilidades mismas). Los principales tipos de exención de responsabilidades que existen en la sociedad contemporánea son numerosos. Estos incluyen la “exención por protección”, históricamente concedida a los hombres, la cual establece que, debido a que están protegiendo a las personas vulnerables, ello es suficiente para cubrir todas sus responsabilidades de cuidado, por lo que deben estar exentos de cualquier responsabilidad adicional. La “exención por producción” presume que, debido a que alguien está trabajando y ganando dinero, no necesita hacer ningún trabajo de cuidado en el hogar. La tercera “exención” es la de “cuidar de sí mismo”, en ella las y los ciudadanos reclaman que hacerse cargo de su propia familia ya supone suficientes deberes de cuidado, por lo que no deben nada a nadie más. Una cuarta exención opera cuando la persona se desentiende de las necesidades de otros con la advertencia: “salga adelante por su propio esfuerzo”. Una quinta exención, la de la “caridad”, toma una perspectiva diferente. Surge al decir “hago contribuciones caritativas”, presumiendo que estas deben sustituir a otras responsabilidades de cuidado hacia los demás.

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Excluirse a sí mismo de la asignación de responsabilidades de cuidado, sobre la base de estas diversas exenciones, deja a algunas personas “llevando la carga” de la mayor parte del trabajo de cuidado en la sociedad. En su conjunto, el efecto de todas estas exenciones es que mantienen a los hombres y a las personas de clase media y alta alejadas de las responsabilidades del cuidado. Así mismo, con estas exenciones se refuerza el discurso de la “responsabilidad personal” que justifica las prácticas actuales de cuidado en el neoliberalismo. ¿Qué requiere realmente un proceso de asignación de responsabilidades? Por supuesto, este asunto se complica en gran medida por el hecho de que “la mesa” en la que se van a sentar siempre tiene un contexto y una historia. Margaret Walker observa que los acuerdos existentes a menudo parecen cuestionables cuando son analizados con claridad:

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Tales discusiones en torno a la responsabilidad requieren que las personas piensen seriamente acerca de sus necesidades colectivas y respecto de los márgenes de variación que deben ser permitidos en la definición de las necesidades. En este contexto, los valores pluralistas pueden causar muchas controversias entre los participantes, pero la ventaja de este enfoque es que en realidad permite que se discutan los méritos de distintos marcos referenciales con relación a necesidades y responsabilidades. Ahora estamos listos para valorar la ventaja de este enfoque: el cuidado democrático puede crear un círculo virtuoso. Cuidar democráticamente requerirá, por ejemplo, que prestemos mayor atención a cómo perciben sus necesidades quienes reciben cuidado. Así mismo, si llevamos estas capacidades (escuchar, ver el mundo desde las perspectivas de otras personas, reflexionar sobre nuestras propias acciones) a nuestras prácticas políticas, estaremos más cerca del ideal de ciudadanía democrática y deliberativa. No solo es el cuidado democrático un mejor cuidado, sino que los modos de cuidar de la vida democrática generan mejores democracias. En las sociedades donde hay menos miedo, menos jerarquía y más cooperación, los niveles de confianza son más altos. Lo que Waerness

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En el caso de la vida moral, la transparencia consiste en ver cómo vivimos, tanto a través de como a pesar de nuestros entendimientos morales y prácticas de responsabilidad. En aras de la transparencia, las personas examinan lo que creen valorar y lo que les preocupa, los entendimientos mutuos que creen organizan sus prácticas de responsabilidad en torno a estas cosas y su lugar en el orden resultante. (1998, p. 216)

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llamó “cuidado espontáneo” (1984a; 1984b) es más visible en los países en donde hay mayores niveles de confianza social. La solidaridad, como un valor social, crea las condiciones para el cuidado entre las personas y también propicia un ambiente de mayor sensibilidad frente a los valores democráticos (Gould, 2014; Schwartz, 2009; Sevenhuijsen, 1998). Las y los ciudadanos que comparten un propósito común con los demás son más propensos a cuidar de las y los otros, y tienden a sentirse comprometidos con otras y otros ciudadanos en virtud de sus propios actos de cuidado. Por su parte, esta solidaridad crea un círculo virtuoso: ya que las personas son más sensibles a las necesidades de los demás, es probable que también sean mejores cuidadores suyos. Por último, las democracias cuidarán mejor porque requerirán que pongamos muchos valores democráticos en disputa dentro de la mezcla. Ya señalamos que en la actualidad la asignación de las responsabilidades del cuidado sigue viejas lógicas de exclusión, al privilegiar las necesidades de cuidado de algunas personas y designar a otras la tarea de atender a dichas necesidades. En este contexto, no hay una respuesta sencilla a la pregunta sobre cómo conciliar unas ideas conflictivas acerca de la asignación de responsabilidades del cuidado. Hay quienes afirmarán que el consenso democrático se ha apartado demasiado de la libertad ofrecida por los mecanismos de mercado. Otros argumentarán que algunas personas todavía no hacen lo que les corresponde en el cuidado. Estos serán los temas de las disputas políticas democráticas en un futuro cercano. Hemos argumentado que la democracia cuidadora reducirá las inequidades producidas por el acceso desigual a los recursos del cuidado, también hemos sostenido que es preciso que el cuidado se entienda de manera pluralista. Las personas deben tener sus necesidades de cuidado satisfechas, pero no necesariamente de la misma manera. El cuidado requiere que pensemos desde las posiciones de quienes reciben cuidado y tienen menos poder y no solo desde el punto de vista de los cuidadores más poderosos o desde quienes demandan cuidado y tienen mayor poder. Pensar de esta manera el cuidado no crea exclusión, no marca a algunas personas como buenas únicamente para hacer el trabajo del cuidado más despreciado, sino que invita a asumir una actitud diferente hacia las y los demás ciudadanos. Ahora bien, cada concepto tiene una lógica propia. El uso de un lenguaje del cuidado derivado de otros ámbitos tiene ventajas y desventajas, pero al final creo que el lenguaje político del cuidado y la democracia es el mejor. Vamos a explorar la importancia de su uso.

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Si el cuidado es un concepto dentro de una teoría, ¿cuál es la teoría en la que concebimos el cuidado como reproducción y cuáles son sus fortalezas y debilidades? Las discusiones económicas sobre el cuidado a menudo parten de una bifurcación básica, que sigue una fuerte tradición marxista, entre “producción” y “reproducción”. Los marxistas comenzaron a utilizar este lenguaje para distinguir entre el trabajo en gran medida realizado por los hombres en la economía política y las actividades de reproducción que se gestan en el hogar y que permiten a los trabajadores volver todos los días a su trabajo. En América Latina, el término “economía del cuidado” identifica esta economía paralela2. Para mí existen muchos elementos valiosos en la concepción que ve al cuidado como una economía alternativa; de hecho, pienso que hace mucho bien explorar esta idea. Sin embargo, una aproximación en esta dirección no ofrece perspectivas para que estas dos economías se reconozcan entre sí, en lugar de continuar por dos vías paralelas. Así pues, la tentación surge de ver la economía del cuidado desde la perspectiva de lo que Nancy Folbre (2001) llama el “dilema de la buena persona”. Una buena persona se sacrificará para ayudar a otras, pero cuando perciba que su sacrificio no es recíproco, incluso esta buena persona decidirá no hacer más sacrificios de este tipo en el futuro. Para poner esto de nuevo en términos de las responsabilidades democráticas, ¿qué es lo que convencerá a las personas que piensan solo en términos de beneficios y mercado que deben asumir su parte de las responsabilidades del cuidado, en lugar de tratar de mercantilizar dichas responsabilidades para su propio beneficio económico? Al considerar que el cuidado sigue estando muy marcado por el género, la raza y la clase, ¿quién querrá sentirse atrapado en medio de la negociación de los límites entre estas dos economías, mientras otros son eximidos y pueden ignorar estas demandas en términos de tiempo, energía y bienestar psicológico (Molinier, 2011)? Hay otra serie de preocupaciones. Utilizar el lenguaje del cuidado como algo que se distribuye puede distorsionar esta noción. Por lo 2

“Estas corrientes desarrollaron el concepto de ‘Economía del Cuidado’ que permite identificar esa economía paralela sobre la cual se apoya la economía formal para asegurar las condiciones de reproducción de la mano de obra y de las nuevas generaciones” (Arango y Molinier, 2011, p. 18).

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“Reproducción social” y el lenguaje económico universal del cuidado

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general pensamos en las mercancías como cosas distribuibles, pero el cuidado no es una mercancía. También podemos decidir que el cuidado debe ser uniforme y que un conjunto de instituciones o prácticas de cuidado será adecuado para todos. Pensar en el cuidado en términos universales también aumenta la posibilidad de creer que esta práctica puede ser provista de manera uniforme. Nancy Fraser (1997), por ejemplo, ha determinado que una manera de resolver este problema consiste en transformar a todas las personas en “cuidadores universales (Universal Caregiver)”. Sin embargo, en una estrecha crítica a esta idea, Alison Weir (2005) señala que una manera de cumplir con las disposiciones de Fraser es a través del empleo de “otras”3 para cumplir con nuestras funciones de cuidado. Podemos hacer reglas universales, por ejemplo, que todas las personas de edad avanzada que necesitan un hogar vayan a un ancianato regulado por el Estado. Pero no todas las instalaciones estatales cumplirán con las necesidades de todas las personas mayores. Si pensamos en la provisión del cuidado, sobre todo en términos económicos y universales, ¿cómo podemos estar seguros de que se incluirán posibilidades pluralistas para dar y recibir cuidado? Y si la provisión estatal es el principal mecanismo para el cuidado, ¿qué evitará que una crisis económica derive en un recorte de la provisión estatal? Estas son, pues, algunas de las preocupaciones que resultan de pensar el cuidado principalmente en un lenguaje económico. “Una ética del cuidado” y los peligros del paternalismo y del provincianismo (la mentalidad localista)

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Otro de los lenguajes del cuidado es su lenguaje original, el “ético” (Gilligan, 1982; 2013). Quienes describen la ética del cuidado a menudo se alejan de las preocupaciones sociales y estructurales de aquellos que estudian “la economía del cuidado” y se centran en él en términos interpersonales, con lo que hacen énfasis en las obligaciones morales de quienes cuidan frente a quienes reciben cuidado. A diferencia de las grandes raíces sociológicas y marxistas del lenguaje económico del cuidado, el lenguaje ético se encuentra en gran parte dentro de una tradición intelectual liberal. Este es también un trabajo valioso, pero lleva a que tal comprensión del cuidado a menudo dé por sentado mucho del entorno social 3 Traducimos en femenino la palabra others, que en inglés no tiene género, para expresar la alta probabilidad de que las mujeres sean esas “otras” contratadas para hacer el trabajo de cuidado (nota de las y los editores).

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en el que este aparece. Con frecuencia, cuando hablamos en el lenguaje de la ética, se hace casi imposible regresar al lenguaje del poder. Así, centrarse demasiado en las relaciones particulares del cuidado puede producir una perspectiva muy estrecha de este. Por ejemplo, Eva Kittay escribe sobre los deberes morales de quien cuida con respecto a su “obligación” (charge) (es decir, la persona a quien atiende). Tales enfoques suponen la dependencia de la persona que requiere el cuidado y retratan a quien cuida como alguien sin necesidades. Entender esta situación en términos éticos y hacer caso omiso de las dimensiones de poder puede ser desastroso. Cuando quien cuida aparece como alguien más poderoso, de mayor conocimiento y más capaz de existir en el mundo, tal poder conduce con frecuencia al abuso. Así mismo, quienes cuidan no son siempre los actores poderosos en la díada del cuidado. Waerness hace mucho tiempo distinguió entre “cuidado necesario” y “servicio personal”. El cuidado necesario es aquel que uno no puede darse a sí mismo. En ese escenario, quienes cuidan son más poderosos. El servicio personal es entendido como cuidado que uno podría brindarse a sí mismo, por ejemplo, la limpieza de la casa, pero que uno prefiere delegar a otra persona para que lo realice. En estas situaciones, la dinámica de poder es más compleja, en donde quien recibe cuidado generalmente se encuentra en una situación de mayor poder. En tal formulación, es difícil superar la dinámica de poder. No solo hace que sea imposible pensar en la reciprocidad del cuidado cuando una persona tiene necesidades y la otra no, sino que también hace difícil imaginar a esas personas en relaciones de igualdad. Pero, en verdad, el asunto del cuidado frente al servicio es una cuestión política. Consideremos por ejemplo el cuidado de las y los niños, ¿es esta una necesidad universal provista por el Estado o una facilidad para una madre que trabaja? Dependiendo de la respuesta, la situación de quienes cuidan será muy diferente. Un asunto central emerge de esta reflexión: ¿cómo debemos abordar la cuestión de las necesidades? Como Fraser y Gordon (1994) argumentaron, las personas que son vistas como “necesitadas” también son consideradas como dependientes, inferiores a los ciudadanos plenamente capaces. Es importante enmarcar el cuidado de tal manera que nadie se vea como totalmente dependiente ni tampoco que alguien sea considerado como totalmente autónomo. Después de todo, incluso como adultos capaces, todos y todas necesitamos de cuidado a diario, a pesar de que estemos en facultad de proporcionarnos mucho cuidado. Centrarse muy estrechamente en un determinado conjunto de

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relaciones de cuidado distorsiona el hecho de que durante toda la vida nos encontramos en diferentes momentos como receptores y como dadores de diferentes cantidades y tipos de cuidado. Conclusión

La democracia cuidadora (Caring Democracy) permite que demos un paso atrás y asumamos una perspectiva más amplia. En cualquier momento y en cualquier sociedad, las personas se encuentran en distintas etapas del ciclo de vida, con diferentes niveles y capacidades de cuidar y de recibir cuidado. Ya que la democracia cuidadora habla en términos de responsabilidad, es posible abarcar marcos estructurales y marcos centrados en la agencia (Young, 2006). El enfoque democrático es tanto un lenguaje de poder como un lenguaje de la ética. El marco de la reasignación de responsabilidades de cuidado es más general que el de la redistribución del cuidado y más específico que cualquier invocación general a cuidar, que solo conduce al “dilema de la buena persona”, al cual hice referencia antes. El lenguaje de la irresponsabilidad de las y los privilegiados nos permite ver las estructuras de desigualdad y dominación de una manera diferente a la que proponen otras formas de discusión ética. Para finalizar, entender el cuidado como una característica definitoria de la vida política democrática nos permite comprender las actividades de cuidado como aquello realmente significativo en las vidas humanas, en lugar de la economía de la producción. De hecho, pienso que todos los lenguajes del cuidado son importantes. Después de todo, la definición de cuidado que Fisher y yo propusimos estaba destinada solo a determinar el cuidado “en el nivel más general”. Esta actividad necesita ser entendida en términos más precisos para cada institución y práctica social. Así, cualquiera que sea el lenguaje particular del cuidado que encontremos más significativo, nuestro objetivo debería ser el mismo: hacer que esta práctica, con sus alegrías y frustraciones, sea un valor central en las vidas humanas.

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CapĂ­tulo 2. Responsabilidad y categorizaciĂłn de los destinatarios del cuidado Patricia Paperman

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La ética feminista del cuidado ha puesto en entredicho las concepciones universalistas de la justicia, al mostrar cómo estas reposan sobre ideas preconcebidas de género que las conducen a ignorar las responsabilidades del cuidado mismo. Bajo esta óptica son diversos los análisis que han descrito las implicaciones de tal desconocimiento en relación con las maneras de concebir la justicia y la política, a la vez que han suscitado un considerable desarrollo del conocimiento sobre las responsabilidades del cuidado. Estos análisis dan lugar a preguntas como las siguientes: ¿cómo se organizan las responsabilidades del cuidado? ¿Cómo se produce esta organización? ¿Qué vínculos sociales de poder o dominación entran en juego? De esta manera, el enfoque sobre las responsabilidades del cuidado impulsó el surgimiento de una ética del cuidado que atañe a los responsables del cuidado, y no exclusivamente a las mujeres trabajadoras. No hablaré aquí de la distinción entre responsables y trabajadoras del cuidado ni de la discusión que ello suscita. Me circunscribiré a las críticas provenientes de las y los destinatarios del cuidado que están social y políticamente organizados: me refiero a las personas con discapacidades. Estas críticas se expresaron en el marco de los Disability Studies (ds), los estudios sobre la discapacidad conducidos por las mismas personas que viven esta condición, quienes reivindican su conocimiento y experiencia sobre ella. Partiré así de dichas críticas, especialmente de aquellas formuladas por las feministas comprometidas con este movimiento, quienes destacaron la ausencia de representación de las mujeres con discapacidad, de sus experiencias y sus necesidades, ausencia notable tanto en los

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ds como en las teorías feministas y también en los análisis del cuidado contenidos en dichas teorías. Considero que estas críticas pueden ayudar a identificar mejor ciertas dificultades de la ética del cuidado, en particular aquellas críticas que la presentan como una ética propia de las personas responsables del cuidado, una ética que representa su voz mas no la de sus destinatarios (care receivers). En efecto, estas críticas conducen, entre otras cosas, a preguntarse si la manera de categorizar a los destinatarios del cuidado bajo el rótulo de “personas dependientes”, o incluso de “diferentes”, no es el reflejo de una concepción problemática de la responsabilidad y, en particular, de las responsabilidades del cuidado mismo. La dependencia se sitúa en el centro de importantes discusiones sobre la definición de la discapacidad y constituye uno de los elementos puestos en juego en las teorías feministas. La idea de la dependencia suscita contrastantes reacciones que revelan todo un entramado de posiciones alrededor de los asuntos de la discapacidad, de las responsabilidades del cuidado y de la concepción de la ciudadanía.

Patricia Paperman

Los estudios sobre discapacidad (Disability Studies)

Los estudios de la discapacidad, conformados a partir de los movimientos que reivindican los derechos de las personas con discapacidad, han intervenido para proponer un modelo alternativo al paradigma médico, que concebía esta condición como una deficiencia de la persona o en la persona. El modelo alternativo propuesto por los ds se denomina modelo social de la discapacidad. En contraposición al anterior, este modelo social considera que las limitaciones de acción de las personas con discapacidad resultan de las barreras que erigen las instituciones. Son estas barreras sociales de todo orden las que generan discapacidad en las personas y, al limitar sus posibilidades para actuar, las excluyen de la interacción social. Estas limitaciones —y las dependencias que suscitan— son el producto de la falta de adecuación de un entorno que ha sido organizado por y para las personas dotadas (temporalmente) de las capacidades necesarias para satisfacer las exigencias (las expectativas) sociales de desempeño. El modelo social rechaza la representación de la discapacidad en términos de dependencia y pasividad, pues esto sería finalmente una construcción según el modelo médico. El poder para definir y representar la discapacidad es lo que se juega en esta discusión.

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Las críticas feministas a los estudios sobre discapacidad

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Capítulo 2. Responsabilidad y categorización de los destinatarios del cuidado

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No obstante, algunas activistas y filósofas feministas (por ejemplo, Morris, Wendell), que participan en el movimiento de los ds, han expresado sus reservas: el modelo social, con su concepción constructivista del cuerpo, lleva a ignorar (o a infravalorar) las realidades del cuerpo y sus problemas. Estas visiones constructivistas sugieren que las formas de la vulnerabilidad deben, ante todo, comprenderse como el efecto de múltiples acciones del modelo social sobre los cuerpos mismos. De hecho, los defensores del modelo social de la discapacidad redefinieron esta condición como el efecto de la acción discapacitante de la sociedad (de sus instituciones) sobre ciertos individuos, con el objetivo de mostrar el conjunto de obstáculos sociales contra los que chocan diariamente las personas con discapacidad. Mientras tanto, trabajos recientes, como los de Jenny Morris, han destacado cómo esta perspectiva teórica termina paradójicamente por hacer invisible una parte significativa de la experiencia de las personas con discapacidad, en particular la experiencia misma de la deficiencia según esta se arraiga en el cuerpo y en su propia vida. Morris subraya la importancia teórica y también política de una descripción de la discapacidad que tome en cuenta la irreductibilidad del cuerpo en función del mundo social y que reconozca que el sufrimiento y la impotencia pueden provenir del cuerpo y de sus propias limitaciones. Allí resuenan las teorías de Eva Feder Kittay, quien sostiene que no es posible asumir toda forma de discapacidad como el producto de una discriminación originada en las normas y prácticas sociales. Así, Morris llama la atención sobre los límites posibles de las visiones constructivistas del cuerpo, consideradas sospechosas de ocultar la experiencia de la vulnerabilidad corporal en su dimensión biológica y, de este modo, de recanalizar la ficción de un cuerpo normal considerado implícitamente como capaz. Jenny Morris muestra los efectos perversos que tendría no considerar la experiencia de las dificultades asociadas a los impedimentos funcionales, al cuerpo y a sus limitaciones, pues se correría el riesgo de que dicha experiencia alimente la tesis de quienes consideran que la vida de las personas con discapacidad, al estar demarcada por el sufrimiento, vendría a valer menos (Damamme, 2012). Esta discusión crítica de los ds, conducida principalmente por Morris y Wendell, pone en evidencia las representaciones masculinistas del cuerpo controlable, de ese cuerpo del que no dependeríamos.

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Perspectivas feministas a partir de la discapacidad 42

De hecho, el blanco de las autoras que adoptan una perspectiva feminista y de género, en calidad de personas con discapacidad, es la caracterización que las feministas mainstream —es decir, las no discapacitadas— hacen de la mujer con discapacidad como persona dependiente. Las primeras les reprochan a las feministas sin discapacidad su ceguera frente a la discapacidad misma, así como su resistencia o su dificultad para comprender los asuntos de la discapacidad como cuestiones del feminismo. Las feministas preocupadas en promover una imagen de las mujeres activas, competentes, autónomas, verían a la mujer con discapacidad como demasiado dependiente (Ash y Fine 1988, pp. 3-4, citado en Bê, 2012). Jenny Morris lo explica así:

Patricia Paperman

En el ámbito de las políticas sociales, mi campo de estudio, las personas sin discapacidad siempre mandan la parada en cuanto a las agendas de estudio y análisis sobre nuestra realidad (si bien las cosas están cambiando y ya tenemos algunos buenos aliados). Las consecuencias de ello las podemos ver en las investigaciones feministas sobre las proveedoras del cuidado, es decir, los estudios sobre las situaciones donde las personas deben apoyarse en sus familias para realizar las tareas de la vida cotidiana. Estos estudios ven a las mujeres como “proveedoras-junto-con-susdependientes”, en tanto que las experiencias de las mujeres que necesitan ese soporte permanecen ocultas. Las mujeres con discapacidad y las mujeres de avanzada edad son vistas como “diferentes” y son excluidas de los análisis feministas de las vivencias de las mujeres. (2001, p. 6)

Lo que con ello rebate Morris es la designación de las personas con discapacidad como “diferentes” con base en una dependencia usada como etiqueta o estigma, que distribuye posiciones inequitativas entre dos partes: dadores y receptores de cuidado, mujeres sin discapacidad y las otras. Entre las críticas formuladas contra la ética del cuidado, una de las más lancinantes se centra en los riesgos de paternalismo/maternalismo resultantes de la asimetría de las posiciones dentro de las relaciones del cuidado y, de manera más amplia, en los vínculos de poder inherentes a estas relaciones, que menoscaban su carácter moral. Lo que enfatiza Jenny Morris en esta cita no es tanto la asimetría de posiciones en una relación entre dos personas —donde una cuida a otra que no tiene la

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Capítulo 2. Responsabilidad y categorización de los destinatarios del cuidado

capacidad de hacerlo por sí misma y que sería dependiente de la primera—, sino más bien lo siguiente: la identificación de las personas según la dependencia, como rasgo distintivo, instaura una relación de poder entre grupos donde uno tiene la potestad de definir al otro. Susan Wendell habla de una divergencia de intereses y puntos de vista entre los proveedores y los destinatarios del cuidado, y afirma que la ética feminista del cuidado representa con mayor claridad la perspectiva de los proveedores, la cual pone en riesgo la autodeterminación de los destinatarios. No obstante, esta objeción importante choca contra una dificultad mencionada más arriba: ¿quiénes son las y los destinatarios del cuidado? ¿Quién puede representarlos y fungir como su portavoz? Como nos lo recuerda Eva Feder Kittay (2011), algunas de las reivindicaciones logradas por las personas con discapacidad —particularmente aquellas que exigen un entorno accesible— no tienen pertinencia o resultan incluso “fútiles” ante los ojos de quienes sufren problemas cognitivos severos. En cuanto a las reivindicaciones de los grupos de personas con discapacidad orientadas a garantizar la autodeterminación de los destinatarios, ¿toman estas en cuenta los diferentes tipos de deficiencias junto con todas sus implicaciones para la vida cotidiana? Los trabajos de Eva Feder Kittay plantean la pregunta por el portavoz de las personas que no están en capacidad de expresarse. Las situaciones de discapacidad extrema le confieren a esta cuestión una considerable agudeza, en un contexto donde la preocupación de los ds ha consistido justamente en valorizar la palabra de las personas en condición de discapacidad, palabra que había sido acallada por quienes definían los problemas y las soluciones en representación suya. Este interrogante sobre el portavoz, fuente de debate en todas las reflexiones sobre los movimientos de emancipación, se formula una vez más con renovada pertinencia. Por lo demás, esta preocupación va de la mano con otra manera de comprender las relaciones entre dadores y receptores del cuidado. En las situaciones de dependencia extrema, el bienestar y la calidad de vida de los receptores del cuidado están fuertemente ligados a la situación brindada a los dadores. La defensa de una justicia que incluya a las personas con discapacidad contempla también la defensa de la justicia para quienes brindan el cuidado y, en particular, para las personas que ocupan estas posiciones en calidad de empleadas de familias. Tener en cuenta las diferencias entre los diversos tipos de trastornos y deficiencias lleva en últimas a comprender la dependencia, no como una separación y un defecto con respecto a una norma de autonomía,

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sino como una dimensión inherente a todas las relaciones humanas que sostenemos como aquello que somos: seres humanos que tenemos diferentes grados de dependencia a lo largo de la vida.

Patricia Paperman

Dependientes o ciudadanos

En Caring Democracy (2013), Joan Tronto abre nuevos caminos de reflexión sobre la dependencia, al poner en evidencia un sorprendente vínculo con el género. Las tareas de cuidado asociadas con lo masculino, como la protección en el trabajo de policía, no se perciben como actividades de cuidado. El término se reserva únicamente para las labores vistas como femeninas. Esta partición por géneros entre los diferentes tipos de prácticas del cuidado, según Joan Tronto, tiene como efecto la diferenciación entre los destinatarios de este, donde los beneficiarios del cuidado femenino son “dependientes”, en tanto que los beneficiarios del trabajo de protección son llamados “ciudadanos”. Esta frontera de diferenciación, que reserva la etiqueta de “dependiente” para los destinatarios de las actividades de cuidado vistas como femeninas, reafirma la descalificación del cuidado y, en mi opinión, permite también ilustrar el vínculo ambivalente de gratitud y resentimiento hacia las proveedoras del cuidado. Tal manera de distinguir entre dependientes y ciudadanos se ve restituida en el contexto del Estado neoliberal. El neoliberalismo, indica Tronto, presupone que cada uno sea capaz de cuidarse a sí mismo, de modo que los destinatarios de derechos sociales y de las ventajas ofrecidas por el Estado son vistos como personas incapaces de cuidarse a sí mismas y, en consecuencia, como incompetentes. En ese sentido, podemos entender mejor el hecho de que en Francia, para las elecciones presidenciales del 2012, diversos grupos de personas con discapacidad hayan expresado una paradójica y llamativa reivindicación: las personas consideradas en situación de discapacidad pedían, a través de la voz de las principales asociaciones —aliadas de los políticos—, que no se las considerara como personas vulnerables necesitadas de la ayuda de los otros, es decir, pedían no ser vistas solo como individuos dependientes, destinatarios del cuidado, sino como ciudadanos en pleno ejercicio. Estas reivindicaciones aparecieron en el 2012, es decir, siete años después de la expedición de la “Ley del 11 de febrero del 2005 para la igualdad de derechos, oportunidades, participación y ciudadanía de las personas con discapacidad”, que se consideró como un avance importante hacia el reconocimiento de las vulnerabilidades plurales, porque, por

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En términos de esta Ley, “constituye […] discapacidad […] toda limitación de actividad o restricción de participación en la vida en sociedad que padezca una persona en su entorno, en razón de una alteración sustancial, durable o definitiva de una o varias de sus funciones físicas, sensoriales, mentales, cognitivas o físicas, de una polidiscapacidad o de un trastorno de salud incapacitante”.

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Capítulo 2. Responsabilidad y categorización de los destinatarios del cuidado

un lado, en su campo de aplicación incluía categorías de trastorno no reconocidas anteriormente dentro de la categoría de discapacidad, sobre todo en cuanto a trastornos psíquicos1, y, por el otro lado, porque las exigencias de participación y ciudadanía se ubicaban en el centro de lo dispuesto por dicha ley en los diferentes ámbitos de la vida social. Al parecer, el hecho de que la discapacidad como categoría de acción pública confiera un estatus y unos derechos no aminora su dimensión estigmatizante. Al poner énfasis en no querer ser consideradas como vulnerables y necesitadas de la ayuda de los demás —es decir, no ser vistas solo como dependientes y receptoras de cuidado—, sino como ciudadanos en pleno ejercicio, las personas con discapacidad estarían por su cuenta reasumiendo el punto de vista que ellas mismas denuncian. ¿Cómo comprender que la expresión pública de las necesidades del cuidado esté asociada también a un riesgo de exclusión de la ciudadanía en pleno ejercicio y a un temor de reafirmación de la estigmatización? ¿Qué concepción del ciudadano es esta, en virtud de la cual la expresión pública de las necesidades del cuidado asociadas a trastornos funcionales llegaría a amenazar el reconocimiento de las personas con discapacidad como ciudadanos de pleno ejercicio? ¿Quién es ese ciudadano que no necesitaría de nadie, de ninguna ayuda, de ningún soporte para su vida cotidiana? Si para abordar estos interrogantes adoptáramos una perspectiva feminista como aquella de la ética del cuidado, podría esgrimirse una primera hipótesis: la concepción de la ciudadanía que delimita la pertenencia a una comunidad política y, por lo tanto, el acceso a los derechos se basa en una demarcación igualmente categórica de lo privado y lo público, en virtud de la cual los asuntos referentes a las responsabilidades y el trabajo del cuidado conciernen a la esfera de lo privado y, en consecuencia, son dejados al margen de la vida pública, de sus debates y de su agenda (Tronto, 2005). Esta concepción en función del género contribuye a descalificar de la ciudadanía en pleno ejercicio a quienes ratifican la importancia de las relaciones y las necesidades del cuidado. Tal concepción presupone un ciudadano, hombre, más bien blanco, ya dotado de las capacidades que lo hacen autónomo y que lo ubican en posición igualitaria en cuanto a deliberación, contrato, representación

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y participación. Evelyn Nakano mostró que existe una relación circular entre la no-ciudadanía y el trabajo del cuidado: este se ha asignado a grupos no beneficiarios de la ciudadanía y, en este sentido, resulta ser un trabajo forzado, constreñido. De igual forma, las que tradicionalmente asumieron este trabajo, que no ha sido considerado como contribución importante para la sociedad, no tuvieron acceso a la ciudadanía plena (Glenn, 2013). Esta contribución está definida según un modelo capacitario, que no incluye las relaciones y actividades de cuidado. Si tal hipótesis lleva a interrogarse sobre lo que adopta el valor de capacidad dentro de esta perspectiva y sobre lo que, en un plano capacitario, cuenta a la hora de “hacerse” miembro de una comunidad política, entonces esta hipótesis conduce por el mismo cauce a examinar también las razones de la desvalorización de la posición de la persona proveedora del cuidado —quien no desempeña un “verdadero” trabajo— y la del destinatario del cuidado —marcado por sus incapacidades— y, así mismo, a preguntarse sobre las afinidades y sus convergencias de los proveedores y destinatarios del cuidado (Kittay, 2002; 2010). La desvalorización del trabajo del cuidado, asignado a grupos y categorías subalternas, tendría como corolario la categorización de “vulnerables” y los efectos de estigmatización que se desprenden de ello. Uno de los principales aportes de la perspectiva feminista del cuidado y de los ds, originados en los movimientos sociales a favor de los derechos de las personas con discapacidad, consiste en haber mostrado el carácter político de la dicotomización entre proveedores y destinatarios del cuidado, entre personas “autónomas” y aquellas consideradas como dependientes o vulnerables. No obstante, no son las diferencias entre los estados de las personas lo rebatido por estas dos corrientes; lo que se refuta son los efectos y las presuposiciones de una diferenciación hermética que instaura identidades y posiciones fijas. Ahora bien, las posiciones de dador y receptor de cuidado no se excluyen mutuamente; situarse en posición de destinatario no implica cesar de ser proveedor y, a la inversa, estar en la posición de dador de cuidado no conlleva no necesitar la ayuda del otro. Anotaciones concluyentes sobre la vulnerabilidad

Tal y como lo sostienen numerosas teóricas del cuidado, la vulnerabilidad es parte constitutiva de la condición humana. Esta vulnerabilidad

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Capítulo 2. Responsabilidad y categorización de los destinatarios del cuidado

implica una dependencia del gesto del cuidado, de la presencia de un cuidado adecuado. De faltar tal respuesta —ausencia que constituye un mal moral—, la injusticia vendría a sumarse al sufrimiento. Esto quiere decir que todos somos vulnerables y que cada persona es tanto beneficiaria como dependiente de alguna forma de cuidado. Es a partir de este punto de vista del destinatario del cuidado desde donde la organización de las responsabilidades y del trabajo del cuidado podría verse como un problema común, como un problema político. A diferencia de las filosofías morales y políticas que privilegian la autonomía y la racionalidad, en esta concepción política de la ética del cuidado se hace énfasis en la vulnerabilidad y la dependencia que tenemos todos en común. Es de esta forma que la centralidad del cuidado para la vida humana se vuelve más evidente y que podemos entrar a considerar aquellas relaciones sociales que confluyen en hacer el mundo común habitable. Sin embargo, si bien todos somos finalmente destinatarios del cuidado, no todos lo somos de la misma forma ni en igual proporción. Esta posición de vulnerabilidad común tiene poca incidencia sobre las líneas según las cuales se distribuyen las responsabilidades en relación con dichas vulnerabilidades. Hay pues una doble diferenciación y jerarquización: aquella que especializa el posicionamiento de los proveedores, ante todo según el género, y aquella que jerarquiza a los destinatarios, de acuerdo con el género, la clase y la pertenencia étnica; hay además otras líneas divisorias (apto/no apto) que diferencian el tipo de cuidado que recibimos o que podemos brindarnos. Además, en la usanza y entendimiento comunes, la vulnerabilidad y sobre todo la dependencia no se consideran por su aspecto genérico o de manera general, sino que son específicas, ligadas a condiciones particulares y especialmente entendidas (y contenidas) a partir de categorizaciones de tipo de dependencia y de destinatario. En Francia, por ejemplo, la discapacidad y la vejez son categorías diferenciadas de acción pública que tienen efectos específicos sobre la vida de las personas. En cuanto a la concepción generizada de la vulnerabilidad y de la dependencia sobre la cual se apoya la ética del cuidado, ¿hasta qué punto permite esta explicar las dificultades específicas? En un contexto más amplio, ¿qué tanto ayuda a entender las diversas situaciones consideradas, descritas, comprendidas y abordadas a partir de nociones corrientes de vulnerabilidad y de dependencia? ¿Cómo se utilizan estas nociones en los diferentes contextos donde aparecen? ¿Quién las utiliza y para definir a qué personas, qué grupos, qué posiciones?

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Referencias bibliográficas 48

Patricia Paperman

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Índice de materias 268

A

173, 174, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 181,

activismo: 58, 60, 61

182, 183, 184, 185, 189, 190, 191, 192, 197,

afro(s): 51, 126, 127, 128, 129, 133, 134, 135

199, 200, 205, 206, 207, 208, 209, 210,

afrobrasileño(a): 120, 124, 125, 126, 127, 128,

211, 212, 213, 214, 215, 216, 217, 221, 222,

132, 136

223, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231,

afronorteamericano(a): 124, 125

232, 233, 234, 235, 236, 237, 238, 243, 244,

agencia: 34, 74, 124, 197, 238

249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256

análisis: 13, 14, 15, 39, 40, 42, 51, 58, 61, 63,

--ethos del: 10, 12, 54, 56, 65

92, 95, 99, 100, 105, 109, 126, 134, 135, 147,

D

150, 151, 156, 175, 208, 216, 222, 232, 233, 243, 244, 245, 246, 255 androcéntrico: 52, 94

discurso(s): 25, 26, 29, 53, 75, 123, 124, 125, 127, 131, 134, 144, 156, 161, 217, 233, 247

androcentrismo: 93

E

Arango, Luz Gabriela: 14, 192

B Black Feminism: 93

C

educación: 62, 178, 181, 193, 196, 199, 208, 214, 216, 217 epistemología: 91 Escuela de Estudios de Género: 10

F

colonial: 107, 127 colonialidad: 122

feminismo(s): 23, 42, 55, 93, 191, 233, 235

colonialismo: 25

feminización: 12, 54, 55, 92, 232, 237, 243

Crenshaw, Kimberlé: 151

fuente(s): 43, 72, 98, 108, 190, 223, 224, 225,

cuidado(s): 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32, 33, 34, 39, 40, 42, 43, 44, 45, 46, 47, 52, 53, 54, 55, 56,

Índice de materias

57, 59, 60, 64, 65, 72, 73, 74, 75, 77, 79,

227, 229, 234

G género: 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 26, 27,

80, 81, 82, 83, 84, 91, 92, 93, 94, 95, 96,

31, 32, 39, 42, 44, 45, 47, 51, 52, 53, 54, 55,

97, 98, 99, 100, 101, 105, 106, 107, 108, 110,

56, 58, 70, 71, 73, 74, 75, 76, 79, 83, 84,

112, 115, 116, 121, 122, 123, 125, 127, 128,

92, 94, 97, 107, 116, 121, 122, 124, 134, 139,

129, 130, 133, 135, 136, 139, 140, 141, 142,

140, 141, 149, 151, 152, 156, 158, 159, 161,

143, 144, 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151,

163, 174, 175, 176, 177, 178, 180, 189, 190,

152, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 161, 162, 163,

191, 192, 194, 196, 197, 199, 200, 207, 210,

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211, 212, 214, 215, 216, 217, 221, 224, 232,

61, 64, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 80, 83, 84,

243, 249, 250, 251, 256

91, 93, 94, 101, 114, 120, 123, 124, 132, 134,

H hegemonía: 122

180, 184, 185, 189, 190, 192, 193, 194, 200, 207, 208, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 216,

historia(s): 9, 29, 57, 62, 75, 78, 107, 113, 133, 135, 163, 173

217, 225, 236, 245, 250, 255, 256 -pública(s): 10, 16, 24, 55, 64, 73, 79, 126,

hogar(es): 13, 14, 15, 16, 17, 23, 28, 31, 32, 78, 79, 82, 95, 121, 136, 148, 156, 158, 159, 161, 176, 177, 178, 183, 185, 189, 190, 191, 192,

146, 152, 173, 174, 176, 180, 189, 205, 206, 210, 211, 212, 213, 215, 216, 217, 222, 223, 225, 245

193, 198, 199, 200, 211, 214, 217, 222, 223,

prácticas sociales y culturales: 41, 75, 157, 193

224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 233, 236,

prejuicios: 100

237, 238, 243, 247, 248, 250, 251, 252

prensa: 123

I identidad(es): 17, 46, 81, 120, 122, 123, 124, 125, 132, 134, 136, 163, 194, 200, 206, 233, 234, 235, 237

R racismo: 14, 61, 62, 122, 123, 132, 143, 144 reconocimiento: 12, 14, 15, 44, 45, 55, 58, 59, 62, 64, 74, 75, 77, 78, 79, 80, 84, 94, 96,

incidencia: 16, 47, 206, 214

97, 134, 139, 146, 150, 155, 177, 192, 195,

institucionalización: 126, 221, 222, 225, 226,

197, 198, 199, 208, 210, 213, 215, 216, 233,

227, 228, 235, 236

249, 255

interdisciplinario: 151

redistribución: 16, 17, 34, 190, 214, 215

interdisciplinariedad: 150, 151

renovación: 245

interseccionalidad: 93, 94, 152

M mainstream: 42, 91

S segregación: 17, 236, 249 sexualidad(es): 10, 58, 61, 63, 106, 107, 121, 122

metodológico(a): 9, 10, 13, 56, 59, 93 monografía: 125 movimiento(s) social(es): 46, 134

P pedagogía: 64, 181, 182 perspectiva de género: 16, 194, 197, 216, 217, 232 política(s): 9, 10, 16, 17, 23, 24, 26, 27, 30, 33, 34, 39, 41, 42, 45, 46, 47, 53, 54, 55, 57, 59,

subordinación: 121, 248

T tránsito: 112, 115, 116 transversalización: 217

U universidad(es): 61, 154

Índice de materias

metodología: 93

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136, 150, 151, 155, 173, 174, 176, 177, 178,

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FUE COEDITADO POR LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA, LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES Y LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA, BOGOTร . en su composiciรณn se utilizaron caracteres garamond y amasis. esta obra se terminรณ de imprimir en bogotรก, en editorial JAVEGR AF, en ABRIL DEL 2018.

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Género y cuidado en salones de belleza Luz Gabriela Arango y Javier Pineda (Eds.) Colección Biblioteca Abierta Serie Estudios de Género Feminismos y estudios de género en Colombia. Un campo académico y político en movimiento Franklin Gil Hernández y Tania Pérez Bustos (compiladores) Colección Biblioteca Abierta Serie Estudios de Género Títulos de reciente publicación Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider) Universidad de los Andes Análisis de políticas públicas en Colombia. Enfoques y estudios de caso Javier Pineda Duque (compilador) Modos de gobernanza del agua y sostenibilidad. Aportes conceptuales y análisis de experiencias en Colombia Andrés Hernández Quiñones (compilador) Universidad y desarrollo regional. Aportes del Cider en sus 40 años Javier Pineda Duque, A. H. J. (Bert) Helmsing y Carmenza Saldías Barreneche (compiladores)

Género y cuidado teorías, escenarios y políticas

E n u n mu n d o gl o bal i z ad o , d e cr e ci e n t e relacionamiento y dependencia, donde estos fenómenos están determinados por un ethos individualista y competitivo, vale la pena reflexionar sobre la categoría del cuidado, entendida como una dimensión central de la vida humana. En la actualidad, el cuidado y la responsabilidad por los otros y las otras es un asunto político que atraviesa diferentes ámbitos de la vida social, como lo doméstico, lo local y lo global, y podría permitirnos mejorar este mundo desde nuevas formas democráticas. ¿Por qué una ética del cuidado? ¿Cuáles son las características del cuidado y sus localizaciones? ¿Cuál es la relevancia teórica, metodológica y ética de este concepto para continuar la discusión desde una perspectiva feminista y de género? ¿Cómo se podría superar la dicotomía entre lo público y lo privado desde esta noción? Estos y otros interrogantes se exploran en este libro, que se divide en tres ejes: el primero reúne varios estudios acerca de la ética y el ethos del cuidado, el segundo aborda escenarios y significados del trabajo del cuidado y el tercero se interesa por la organización social del cuidado y las políticas públicas.

Títulos de reciente publicación Pontificia Universidad Javeriana Los historiadores colombianos y su oficio. Reflexiones desde el taller de la historia José David Cortés Guerrero, Helwar Hernando Figueroa Salamanca y Jorge Enrique Salcedo Martínez, S. J. (editores) Avatares del desarrollo psíquico de la mujer maltratada Cecilia Muñoz Vila y Nubia Esperanza Torres Plaza Central de Mercado de Bogotá. Las variaciones de un paradigma, 1849-1953 William García Ramírez (coedición con la Universidad Nacional de Colombia)

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Teorías, escenarios y políticas

Los dedos cortados Paola Tabet Edición de Jules Falquet Colección Biblioteca Abierta Serie Estudios de Género

Género y cuidado teorías, escenarios y políticas

Género y cuidado

Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia

Donny Meertens Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá Karina Batthyány Universidad de la República, Uruguay Javier Pineda Duque Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider), de la Universidad de los Andes, Colombia

Mirza Aguilar Pérez Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), México Patricia Paperman Universidad de París VIII, Francia Luz Gabriela Arango Universidad Nacional de Colombia Amparo Micolta León Universidad del Valle, Colombia Eleonor Faur Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín (IDAES-UNSAM) Helena Hirata Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) Pascale Molinier Universidad de París XIII, Francia Joan C. Tronto Universidad de Minnesota, Estados Unidos

Luz Gabriela Arango Gaviria | Adira Amaya Urquijo | Tania Pérez-Bustos | Javier Pineda Duque Edición académica ISBN 978-958-781-221-3

9 789587 812213

Adriana Piscitelli Núcleo de Estudos de Género PAGU Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CNPq)

Mónica Patricia Toledo González Universidad Autónoma de Tlaxcala, México

Luz Gabriela Arango Gaviria | Adira Amaya Urquijo | Tania Pérez-Bustos | Javier Pineda Duque editores

Títulos de reciente publicación

universidad nacional de colombia pontificia universidad javeriana universidad de los andes

Tania Pérez-Bustos Universidad Nacional de Colombia Yolanda Puyana Villamizar Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá Adira Amaya Urquijo Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá

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