Economía para todos

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Anábasis, colección de libros de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana, publica diferentes tipos de trabajos filosóficos en sus dos líneas editoriales. Investigación, la primera línea, alberga estudios originales y novedosos de autores actuales; la segunda, Traducción y Crítica, está compuesta por traducciones y ediciones críticas de obras de la tradición filosófica. Con sus diversos títulos, Anábasis busca contribuir al desarrollo de la filosofía.

Otros títulos de esta colección La democracia como forma de vida John Dewey Traducción de Diego Antonio Pineda Rivera

Su autor, el irlandés Philip McShane, desde hace varios años ha estudiado e implementado las ideas que originalmente Bernard Lonergan propuso y ha hecho la invitación a un cambio integral de mentalidad de los agentes económicos, locales y globales, de manera que tomen decisiones más sensatas para todos, que redunden en el nivel de vida de los individuos y las comunidades humanas. Economía para todos. El capital justo, que es de carácter introductorio, está escrito en un lenguaje sencillo, para que legos y especialistas lo puedan consultar.

Economía para todos. El capital justo • Philip McShane

Traducción y Crítica

La economía actual se basa principalmente en el análisis de un único flujo económico: el producto interno bruto que, como indicador, durante mucho tiempo ha sido el paradigma hegemónico. Como alternativa, este libro presenta una economía dinámica y más democrática que involucra un complejo de circulaciones. En un diagrama fundamental, se articulan dos grandes circuitos de la producción, con sus cruces e intercambios, a través de un centro decisivo de redistribución.

Philip McShane Economía para todos El capital justo Traducción de Francisco Sierra Gutiérrez y Jaime Barrera Parra

Philip McShane (1932), irlandés y residente en Vancouver (Canadá), es M. Sc., Lic. Phil, S. T. L. Obtuvo su grado en Teoría de la Relatividad y Mecánica Cuántica de la University College de Dublin y su doctorado en Filosofía en la Universidad de Oxford. Es profesor emérito de la Universidad Mount St. Vincent, de Halifax (Canadá). Es filósofo, matemático, teólogo, con estudios en física, biología, economía; también es músico y pedagogo. Sus libros más recientes, en los que plantea su paradigma económico y político, son Sane Economics and Fusionism (2010), El predicamento de Piketty y el futuro global (2014), traducido por Pedro Ponce Miranda y disponible en versión Kindle, y Profit: The Stupid View of President Donald Trump (2016). Traducción y Crítica


EconomĂ­a para todos



Philip McShane

EconomĂ­a para todos El capital justo


Facultad de Filosofía

Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Philip McShane © De la traducción, presentación y notas, Francisco Sierra Gutiérrez y Jaime Barrera Parra

Corrección de estilo Bibiana Castro

Título original: Economics for Everyone: Das jus Kapital. Axial Publishing, 2017.

Impresión

Primera edición en español: abril de 2018 Bogotá, D. C. isbn: 978-958-781-226-8 Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia

Diagramación Marcela Godoy Diseño de cubierta Marcela Godoy

Javegraf Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7.a, n.º 37-25, oficina 1301 Edificio Lutaima Teléfono: 320 8320 ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial Bogotá, D. C.

McShane, Philip, 1932-, autor Economía para todos: el capital justo / Philip McShane; De la traducción, presentación y notas, Francisco Sierra Gutiérrez y Jaime Barrera Parra. -- Primera edición. -- Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018. 208 páginas : ilustraciones; 14 x 24.5 cm Incluye referencias bibliográficas. Título original: Economics for everyone. Das jus Kapital ISBN: 978-958-781-226-8 1. Economía. 2. Capitalismo. 3. Democratización de la economía. 4. Calidad de vida. 5. Justicia distributiva. 6. Lonergan, Bernard Joseph Francis, S. J., 1904-1984 – Pensamiento económico. 7. Marx, Karl, 1818-1883 - Pensamiento económico I. Sierra Gutiérrez, Francisco, traductor. II. Barrera Parra, Jaime, traductor. III. Pontificia Universidad Javeriana. CDD 330 edición 21 Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J. inp. 23/03/2018

Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.


A mi esposa, Sally



Un solo ejemplar de un libro que, trasplantado por casualidad, cae en el suelo fértil de una mente receptiva de esa forma particular de sentir basta para albergar allí una planta inexistente que quizá crezca y llegue a ser muy frondosa. André Maurois, From Proust to Camus



Contenido

Presentación

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Prólogo

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Cestas y cuencos

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Flujos y auges

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Más allá de los casinos

83

El gobierno y el globo

115

Un canto rodado se acoge a nomos

143

Epílogo

171

Bibliogr afía

187

Bibliogr afía recomendada

193



Presentación

Cuando el sistema necesario para nuestra subsistencia colectiva no existe, entonces es inútil excoriar la situación dada y, al mismo tiempo, ignorar alegremente la tarea de construir un sistema económico técnicamente viable que pueda ser puesto en su lugar. Bernard Lonergan, A Third Collection

Amable lector: En este libro usted encontrará una pedagógica pero exigente invitación a poner sus manos en una obra inicialmente pensada y emprendida para contrarrestar la llamada crisis del 29 del siglo pasado, retomada por su autor hacia los años setenta, inacabada a su muerte y, aún hoy, sin duda iluminadora para buscar salidas a la turbulenta situación económica local, regional y global de nuestro tiempo. Con todo, paradójicamente, es una empresa que sigue siendo pasada por alto tanto por expertos como por la ciudadanía en general. Por más de cinco décadas el autor del este texto, el irlandés Philip McShane (1932), como pocos, ha afrontado con valentía el enorme desafío que supone no solo apropiarse de la génesis, sino del perfeccionamiento de esta idea creativa que hace falta: la ha sometido a la crítica, ha efectuado las transformaciones y adaptaciones a la situación actual, ha liderado su afianzamiento ante diversos auditorios en México, Colombia, Estados Unidos, Canadá, Irlanda, India, Korea, 11


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Australia, Reino Unido y ha reclamado sin sosiego, en este y otros textos suyos, el cambio integral de mentalidad que esta nueva idea económica demanda a todos los ciudadanos. ¿De qué idea se trata?, se preguntará usted de inmediato; sin embargo, conviene mantener alerta su curiosidad hasta que descubra por sí mismo, mediante pequeños ejercicios, los indicios de una respuesta que aparece hacia el final del recorrido de este texto introductorio y de la mano de su autor. Por lo pronto, la invitación es concreta y directa: que los ciudadanos comprendamos nuestros quehaceres económicos y, al mismo tiempo, nos familiaricemos con la gran obra de su mentor, Bernard J. F. Lonergan (1904-1984), un canadiense jesuita, filósofo, teólogo y educador que, como los más grandes economistas de la historia, supo afrontar la crisis de su época con un ensayo científico, riguroso y exigente en el que definió los términos y las relaciones básicas de una nueva teoría económico-política dinámica, una teoría de seres humanos libres y con iniciativa que es y será una herramienta indispensable para las democracias y las culturas de hoy y por venir. En una primera consideración, McShane lo invitará a usted, el lector, a cambiar su actitud hacia la economía: que pase de ser tan solo un cuenco de la mano para recoger frutos a, poco a poco y con esfuerzo, una cesta que recibe toda una nueva mentalidad explicativa, innovadora y autocomprensiva de su funcionamiento en las nuevas circunstancias y con los lenguajes del mundo global actual. En concreto, el autor lo ayudará a captar la diferencia entre comprar un azadón para el trabajo en el campo y adquirir papas en el supermercado. Luego vendrán otros ejercicios específicos que lo prepararán para emplear expresiones técnicas y formulaciones matemáticas no muy comunes entre los economistas. Este curioso inicio del libro resultará ventajoso porque no seguirá la pendiente establecida por los voluminosos textos introductorios a la economía que, desde un comienzo, se ocupan de todas las complejas variables del proceso productivo y confunden o atemorizan a los principiantes o a los que desean captar lo esencial de este. Con una segunda vuelta de tuerca, el autor lo conducirá a realizar una especie de revolución teórica fundamental que brota desde las ideas centrales de este mismo sistema económico que hace falta. Esta crucial experiencia le demandará comprender a profundidad los dos circuitos


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más significativos del proceso productivo a partir de instancias locales concretas y, en pasos sucesivos, hasta una dimensión global. Usted deberá agudizar su atención para lograr una comprensión adecuada de la distinción explicativa y funcional entre el flujo básico (destinado a la producción de bienes y servicios que elevan el estándar de vida) y el flujo agregado (surplus circuit; dirigido a producción indispensable de bienes de capital para acelerar el flujo básico). A la par del análisis de estos dinamismos, el lector irá percatándose de la normatividad intrínseca del ciclo puro de la producción, de sus correspondencias, transacciones, contraflujos e indeterminaciones. En retribución a sus esfuerzos, se espera que conciba ahora la economía como la transformación de las diversas potencialidades concretas de la naturaleza —incluida la nuestra— en la elevación del estándar de vida actual de individuos y comunidades humanas; no como una sucesión naturalizada e ininteligible de auges, caídas y crisis causada por la codicia. Atender al ciclo puro de la producción le resultará muy benéfico; comprenderá por qué el autor le aconsejaba no discutir desde el principio los problemas de la medición, la propiedad, la posesión, los conflictos entre trabajadores y obreros, los precios, los salarios, las tasas de interés, la medición del capital y, menos, la tarea de hacer predicciones sobre las situaciones concretas de la economía actual. Ahora, conviene tener presente que toda nuestra actividad comprensora involucra la mediación de la creatividad imaginativa. El entendimiento comprende a través de las imágenes, decía Aristóteles en su libro Acerca del alma. Así que un nuevo entendimiento de la economía le pedirá sustituir la imagen de los casinos (reales y virtuales) en que se juegan hoy los grandes capitales alrededor del planeta, así como la imagen lineal circular del proceso productivo que vincula a los hogares, el capital y las empresas de suministro de bienes, por la de un diagrama multidimensional que se parece mucho a un campo de béisbol y al juego que allí se realiza. En el tercer capítulo, el lector identificará y comprenderá la compleja dinámica del proceso productivo mediante esta nueva imagen simbólica y heurística de la circulación de los flujos y contraflujos (básico y agregado), con sus interrelaciones y transacciones, así como de las distintas fases de la economía que allí se ilustran. Adicionalmente,


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deberá concentrar su atención en el ejercicio concreto de identificar con precisión las distintas clases de pagos, en descubrir el significado del flujo del dinero y en captar el énfasis general que aquí se pone en los ritmos del ingreso puro agregado que determinan, con sus innovaciones creativas, la expansión final del ciclo básico consistente en una mejora significativa del nivel de vida de los ciudadanos, del bien común. No olvide en ese momento que usted está explorando los pilares de una nueva teoría en construcción que tiene su propia lógica; no solo está tratando de aplicar modelos ya establecidos. El paso siguiente al que lo invitará McShane es a rastrear, de manera general, los efectos del comercio y el gobierno en los ritmos de los dos circuitos del proceso productivo y a captar con detenimiento y agudeza el papel decisivo que juega desde el centro del campo de béisbol la función redistributiva del capital, cuyos movimientos deben ser comprendidos ahora mediante nuevas ecuaciones fundamentales. Igualmente, es de suma importancia que el lector comprenda la normatividad económica y ético-política intrínsecas al ciclo puro de la producción, que exige que ninguno de los circuitos (el básico o el agregado) drene al otro; ello precipitaría al proceso en un desequilibrio dinámico casi imposible de revertir. Si el lector tiene aún en sus manos este libro, ya habrá podido calibrar lo indispensable que resulta para emprender o continuar la tarea de construir un sistema económico que remplace al que, a todas luces, viene haciendo aguas. El quinto capítulo trae consejos estratégicos del autor sobre el comportamiento económico actual de los ciudadanos y las comunidades sobre y la necesidad de una educación seria en la economía moderna que nos permita vislumbrar creativamente la necesidad de un cambio hacia un nuevo orden económico realmente democrático. Pero el autor, de su propia cosecha, le ha reservado para este momento un desafío ulterior. Vinculará ideas posteriores de su mentor (pensadas originalmente para la teología y las ciencias humanas) con la necesidad de implementar un método de colaboración profesional transdisciplinario para este nuevo paradigma económico. Ese método articula de manera interdependiente ocho tareas diferentes y especializadas en un proceso que va desde los datos hasta los


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resultados. Cuatro de ellas abordan nuestra relación con el pasado que nos ha traído hasta hoy, mientras las restantes se hallan comprometidas en implementar nuestras opciones actuales, desde ahora y en el inmediato futuro. En breve, usted se pondrá a pensar cómo el nuevo paradigma del proceso productivo no solo transforma las potencialidades de la naturaleza y las de nuestras propias matrices culturales concretas a las que se debe, sino que se constituye en una pieza indispensable de mediación teórica actualizada y metódica entre esas mismas matrices y sus legítimos anhelos de una mejora histórica y valiosa de la calidad de vida de todos los seres humanos que vivimos en ellas. El autor clausura su pequeño texto introductorio con la confesión de la poca acogida que estas ideas han tenido, como si se hubiese entregado un pez muerto (un pescado) al pensamiento económico, sensación que experimentó temprano el canadiense creador de estas. Pero McShane no se amilana y lo motivará una vez más a usted como lector, como también a los principiantes, a los economistas y a los estudiosos de la obra completa de Lonergan, a acometer esta labor con diligencia atenta, inteligente, crítica y responsable, capturando así el alcance del desafío global que supone su pensamiento integral. Sobre esta traducción: la equivalencia que hacemos aquí del texto de McShane al castellano ha sido realizada con base en la primera edición de esta obra en inglés (1996), por la editorial Commonwealth Publications, Edmonton, AB, Canadá, a la que le hemos agregado al final un amplio suplemento bibliográfico que recomendamos a los lectores que se sientan motivados a investigar más en torno a este cambio de paradigma macroeconómico y cultural aquí planteado. Este suplemento también incluye referencias a acciones emprendidas con base en estas nuevas ideas en comunidades rurales de Australia, en la región del Magdalena Medio en Colombia, en comunidades populares en Manila en Filipinas, entre otras. Muy a nuestro pesar, mientras esta traducción se hallaba en prensa en el 2017, McShane publicó este mismo año una nueva edición en inglés con dos nuevas secciones: un prefacio y un apéndice titulado “El volumen de los negocios y la teoría cuantitativa del dinero”, novedades que no alcanzaron a ser incluidas aquí.


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Sobre el autor: El Dr. Philip McShane (1932), irlandés residenciado en Vancouver (Canadá) es M. Sc., Lic. Phil, S. T. L. Obtuvo su pregrado en Teoría de la Relatividad y Mecánica Cuántica en University College de Dublín, y un Ph. D. en Filosofía en la Universidad de Oxford. Es profesor emérito de la Universidad Mount St. Vincent, de Halifax, Canadá. Filósofo, matemático, teólogo, con estudios de física, biología, economía; músico y pedagogo. Sus libros más recientes sobre este nuevo paradigma macroeconómico: Sane Economics and Fusionism (2010), Piketty’s Plight and the Global Future (2014) (hay traducción castellana de Pedro Ponce Miranda, El predicamento de Piketty y el futuro global, Amazon, versión Kindle) y Profit: The Stupid View of President Donald Trump (2016). Ver más referencias en el suplemento bibliográfico al final del texto. Jaime Barrera Parra Francisco Sierra Gutiérrez


Prólogo

El título de este pequeño libro contiene varios significados. El más evidente es poner la economía a disposición del lector común y corriente, y ese es mi significado primordial. En efecto, por razones que irán apareciendo, espero que este tipo de lector saque mucho más provecho del libro que el economista sofisticado. En este libro expongo una teoría, una concepción del funcionamiento adecuado de las economías nacional y global que, podría afirmar, es escandalosamente obvia aunque, también, de manera escandalosa, está ausente de la mente de los economistas. El segundo significado del título es que la economía es democrática: es para todos. Esto aparenta ser parcialmente obvio, y quizá muchos economistas y políticos podrían sostener que esta es, precisamente, la forma como ellos conciben la actividad económica. Sin embargo, hay un sentido en el que el funcionamiento evidente de las economías actuales, aun en el así llamado mundo democrático, solo beneficia a los que controlan el dinero y la administración, con cierto colapso que beneficia a la clase media y a los humildes. También en mi título viene agazapado un tercer significado, y es que el control de la economía debe estar al servicio de la mayoría y que, además, no es esencialmente un asunto político. Conviene establecer aquí una analogía que iré explotando a lo largo de todo el libro. El control de la conducción de un automóvil estándar ciertamente está en manos de muchos, pero de ninguna manera es objeto del debate político. Hay una forma correcta de encender y acelerar este 17


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tipo de vehículo que no es sometida al Parlamento. Lo que podría ser tema de debate público, entre otros temas, es el uso y el abuso del potencial de transporte que el automóvil representa, la manera como este estructura el interior de las ciudades y sus conexiones externas. Estas últimas frases podrían ser una fuente de confusión para usted, lo cual sería con toda seguridad una lástima en una etapa tan temprana de un libro que pretende ser iluminador a nivel popular. De ahí que tengamos que detenernos un poco en la analogía planteada entre la conducción de un automóvil y la “conducción” de la economía. La semejanza precisa proviene del hecho de que un automóvil tiene normas propias para su conducción: hay ritmos en los que se acelera, se usa el embrague, se hace el cambio, se frena. Si alguien va en contra de estas normas, fracasará rotundamente en la conducción apropiada del vehículo y, con toda seguridad, dañará el motor. La analogía aparece cuando se afirma que la economía tiene normas propias para su “conducción”. Ayudarle a descubrir de manera elemental cuáles son esas normas nos ocupará la mayor parte de este libro. Por ahora, solo voy a mencionar dos cosas sobre estas normas antes de seguir con mi descripción de esta analogía. En primera instancia, estas normas no hacen parte del material de los textos tradicionales de economía, por lo que sospecho que mi libro podrá ser menos comprensible para los versados en esa tradición, sean estudiantes o profesores, que aquellos que no saben nada de la economía actual. En segundo lugar, echarles un rápido vistazo a las normas inherentes a los ritmos de producción e innovación de los procesos económicos nos va a demandar bastante imaginación concreta. Las normas sobre las que escribo, entonces, no son familiares para ninguno de los dos tipos de lector. De allí que debo pedirle que tenga paciencia conmigo en esta etapa mientras desgloso mi analogía. Le pido, entonces, que acepte provisionalmente mi hipótesis de que existen ritmos inherentes al funcionamiento adecuado de la economía, nacional o global. Lo que entiendo por un funcionamiento adecuado está, desde luego, íntimamente ligado con la normatividad que aún no se ha especificado y que se parece en algo al “no apriete el freno y el acelerador a la vez”. Si el lector acepta este tipo de símil entre un automóvil y la economía, entonces podrá aceptar que es


Prólogo

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posible afirmar que “la economía está siendo muy mal conducida”. No es preciso decir que este tipo de denuncia se ha vuelto ya muy común: tanto las personas comunes y corrientes como los economistas critican las políticas del gobierno. Pero mi anhelo es conducirlo hacia lo que en este libro constituye una noción y una competencia, no para criticar al gobierno, sino para la autocrítica de los ciudadanos. Para esto necesitamos darle un giro a nuestro símil. Por lo general, solo existe un ciudadano conductor por automóvil. Si la conducción es deficiente o espantosa, será explícito para los ciudadanos vecinos, especialmente si van en el asiento de atrás o se hallan a una distancia en que puedan ser atropellados. Incluso, así sea para que no se los trate de incompetentes o se los pueda llegar a arrestar, los ciudadanos pueden llegar a conducir muy bien sus vehículos. Sin duda, mi lector podrá reírse de lo que pueda significar “conducir muy bien” en ciudades como Montreal, Roma o Bombay. Con todo, dentro de cualquier comunidad particular existe una presión de sentido común aceptado que invita, convence con marrullerías o fuerza para que se conduzca con un cierto grado de competencia. Mi símil apunta a la urgencia de desarrollar un sentido común parecido en los ciudadanos del mundo con respecto al manejo de la economía, y mi libro pretende que ello sea plausible. El lector informado y astuto bien puede hacer un alto ahora para poner bajo sospecha si eso de lo que le estoy hablando no tiene que ver más bien con una decisión centralizada impuesta: la política monetaria, el sistema tributario, la tasa de interés.1 Qué pasa con todo esto en el análisis que estamos emprendiendo es un tema que abordaremos más adelante. Pero no, no estoy hablando de aceptar ciegamente una tasa bancaria: hablo de la prioridad que debe tener el modo común de conducir adecuadamente la economía sobre las tasas bancarias 1 Adolph Lowe insiste en la necesidad de “control” como la raíz de todas las soluciones promedio de los problemas económicos. Véanse sus libros On Economic Knowledge. Towards a Science of Political Economy (Nueva York: Harper and Row, 1965); The Path of Economic Growth (Cambridge: Cambridge University Press, 1976). En contraste con el “control”, tenemos la microautonomía, la meta democrática distante de la presente concepción. Véase Philip McShane, Wealth of Self and Wealth of Nations, Self-Axis of the Great Ascent (Washington: University Press of America, 1978), cap. 10.


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o las medidas tributarias. Hablo de una democracia genuina que se interesa seriamente por la economía. Obviamente, escribo sobre algo remoto, y me arriesgo a volver a mencionar aquí el título de un artículo que escribí sobre el tema hace ya veinte años: “Una concepción cristiana improbable y los ritmos económicos del segundo millón de años”.2 No escribo aquí sobre una concepción cristiana de la economía como tampoco sobre una concepción cristiana del automóvil. Escribo sobre una actitud inteligente hacia los ritmos naturales, sobre un tipo de actitud que penetre gradualmente las mentes y los huesos de los ciudadanos. ¿Gradualmente? Sí, pues escribo con un optimismo de muy largo alcance. Avizoro un futuro distante cuando el ethos de conducir adecuadamente la economía haya alcanzado el mismo carácter del ethos actual de conducir automóviles. Hoy día, cualquier ciudadano de una de las naciones avanzadas puede aprender a conducir un automóvil dentro de una compleja cultura del desplazamiento vehicular. Para ese futuro, todos los ciudadanos podrían aprender a conducir una economía particular en una cultura que fomente de manera concreta los ritmos del progreso económico. No es de esperar que este cambio de perspectiva ocurra por estos días. Bernard Lonergan, el pensador que dio origen a la teoría que trato de popularizar, me dijo una vez que “esto iba a tomar unos 150 años”.3 Solo puedo hacer conjeturas de por qué eligió esa cifra. En realidad, se trata de un pesimismo que supera al de Max Planck, que creía que sus teorías físicas solo llegarían a ser aceptadas cuando fallecieran los profesores más antiguos de su universidad. Pero hay mucho más en juego en el actual estado de desorganización de la economía, y tenemos que vérnoslas con una arrogante solidaridad en la teoría económica de fines de este siglo xx que a la comunidad de los físicos no le tocó afrontar en sus comienzos. Una voz económica que disiente de 2 Este es el título del capítulo sexto de mi libro Lonergan’s Challenge to the University and the Economy (Washington: University Press of America, 1980). En el capítulo séptimo se compara la economía de Lonergan con las teorías contemporáneas. 3 La observación me la hizo en el otoño de 1977, cuando le ayudaba a Lonergan a preparar su primer ciclo de conferencias sobre economía para la primavera de 1978, en el Departamento de Teología del Boston College. Yo había presentado su teoría en un taller de verano allí mismo, en 1977.


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estas décadas pasadas es la de Alfred Eichner, quien a menudo expresa su convicción sobre la camarilla fuertemente estructurada que tiene agarrada por el cuello a la educación económica presente y futura, si bien le pone una pizca de humor esperanzador cuando anota que por las tardes, luego de dos o tres tragos, muchos profesores de economía comienzan a reconocer con sus propias reservas la teoría que constituye el núcleo del currículo de la carrera de economía. La teoría, llegan a admitirlo, contradice el sabido comportamiento de las instituciones económicas. “Pero, ¿qué otra cosa les vamos a enseñar a nuestros estudiantes?”, se preguntan.4

¡Quizás haya que enseñarles introducción a la economía a esa misma hora de la tarde! En la triste situación actual de la ciencia económica, queda ciertamente lugar para la sátira y el humor. Una de mis indirectas favoritas en estas décadas pasadas, en las que he hecho varias presentaciones para hacer popular esta perspectiva, ha sido la de comparar al economista con un conductor que, en forma estúpida y sin saber conducir adecuadamente, echa a andar el vehículo hacia adelante en un solo cambio y, tan pronto como se le recalienta el motor, decide mandar a pintar el auto. Quizá una imagen que el lector puede encontrar más diciente es la de los economistas que se parecen a la gente que con sus pies en la playa pretenden que las olas se aplanen o lleguen de forma completamente horizontal. La última imagen se aviene maravillosamente con la actitud estúpida de ir contra la naturaleza que, yo sostendría, es parte y parcela de la teoría tradicional del equilibrio, o de su prima hermana, la teoría del crecimiento estable. Pero aquí estoy tocando tópicos mucho más amplios que solo podrían distraer a mi interesado principiante. Entonces, suspendo de inmediato mi divagación sobre la economía actual con una cita de un respetado economista que señala con mucha precisión dónde se iniciaron nuestros problemas: [L]a dificultad de un nuevo comienzo radica en señalar con precisión el área crítica donde la economía perdió su rumbo […]. Yo la ubicaría Alfred Eichner, A Guide to Post-Keynesian Economics (Nueva York: M. Sharpe, 1979), vii. 4


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hacia la mitad del capítulo iv del vol. i de La riqueza de las naciones […]. En [ese] capítulo Smith, después de haber explicado que en una economía social se necesita dinero, repentinamente queda fascinado con la distinción entre el precio del dinero, el dinero real y el valor de cambio y, a partir de ahí, digo casi de inmediato, su preocupación se empantana en el problema de cómo determinar los valores, los factores y los precios de los productos. En los capítulos siguientes de Smith, es posible trazar el desarrollo más o menos continuo de la teoría de los precios, pasando por Ricardo, Walras, Marshall, hasta Debreu y los más sofisticados economistas americanos actuales.5

¿Qué estamos buscando? Nuestros esfuerzos se encaminan a descubrir una perspectiva realista dinámica que se atenga a los hechos y a las posibilidades concretas del progreso y el propósito económicos, que no se vaya por el callejón sin salida del análisis general de los precios y que no considere las ganancias, las pérdidas y las tasas de interés como “los semáforos de una economía de libre empresa”.6 En términos de nuestra analogía automovilística, pretendemos analizar el motor, la dirección, los cambios y las llantas para poder dictaminar así los ritmos para conducir, sin importar quién lo haga ni de qué tamaño sea el automóvil. En el epílogo expondré cómo este tipo de realismo concreto va a exigirnos, si hemos de desarrollarlo por completo, un extraordinario cambio cultural que esté mediado por el fin de lo que hasta hoy se conoce por filosofía. Pero, entretanto, en el texto, nos concentraremos en este cruce menor del Rubicón: con la frase “cruce del Rubicón” quiero subrayar que, por importantes que hayan sido esas excursiones ocasionales en el análisis secuencial, estas dejaron el cuerpo principal de la teoría económica del lado de la banca estática del río; lo que hay que hacer no es complementar una teoría estática con el botín de esas excursiones sino remplazarla por

Nicholas Kaldor, “The Irrelevance of Equilibrium Economics”, Economic Journal 82 (1972): 1240-1241. 6 Paul Krugman, Peddling Prosperity (Nueva York: Norton, 1994), 36. 5


Prólogo

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un sistema de dinámica económica general dentro del que la estática entraría como un caso especial.7

Puesto que suele asociarse popularmente a Keynes con una revolución de la economía en el siglo xx, quizá le cause intriga que no esté presente en este texto. La cita anterior es de Joseph Schumpeter, y conste que no soy el único en considerarlo el economista más importante.8 Cuando Keynes se refiere a nuestro tema central, trae una muy burda explicación.9 Es más, Michal Kalecki parece haberlo hecho mejor que Keynes.10 Pero estos no son tópicos para principiantes, ni tampoco lo son mis citas a pie de página aquí y a lo largo del libro: estas apuntan más allá del texto en formas que espero puedan ayudar a los economistas y a los que estén interesados en seguir con empeño el desafío más amplio. Le hago una venia a Marx, claro está, en mi subtítulo, El capital justo, y nos ocuparemos de este principalmente en el epílogo. Por ahora, es mejor asumirlo como una lectura con sabor joyceano y acento dublinense de la exclamación: “That’s just capital”.11 La concepción de las realidades económicas que con el dedo señalo a mi lector no es completamente original. Simplemente, pretendo hacer asequible la proeza de Bernard Lonergan, que dedicó décadas 7 Joseph Schumpeter, History of Economic Analysis (Nueva York: Oxford University Press, 1954), 1160. 8 Véase sucintamente Peter Drucker, “Schumpeter and Keynes”, Forbes, 23 de mayo, 1982, 300-304; Robert Heilbroner, “Was Schumpeter Right after All?”, Journal of Economic Perspectives 7 (1993): 87-96. En la década pasada hubo una nueva preocupación por Schumpeter que se manifestó en estudios, biografías y conferencias. 9 Véase John Maynard Keynes, The General Theory of Employment, Interest and Money, Collected Works, vol. 7 (Londres: McMillan, 1971), cap. 22: “Notes on the Trade Cycle”; traducción al español de E. Hornedo, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, 9.ª reimpr. (México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1986). 10 Los ensayos de Kalecki de comienzos de los treinta se anticiparon a la obra de Keynes y mostraron una perspectiva más amplia. Véase Michal Kalecki, Selected Essays on the Dynamics of the Capitalist Economy (Cambridge: Cambridge University Press, 1972). Véase también la nota 11 del capítulo cuarto. 11 El significado corriente de ius tiene su raíz en el sánscrito yoh, ‘salud’. Un significado cristiano preciso es presentado por Lonergan en su tratado The Incarnate Word, Collected Works, vol. 8 (Toronto: University of Toronto Press, 1999), tesis 15-17.


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enteras de su vida a forcejear con el problema y al final de sus días escribió una introducción sobre Macroeconomía dinámica, título apropiado para su inacabada obra.12 Quisiera pensar que este pequeño libro prepara el camino para esa introducción.13 Entonces, comencemos.

Una carta de Lonergan a Jane Collier, Cambridge University, 12 de junio, 1982 (Archivos del Lonergan Research Institute, Toronto). No puedo exagerar mi dependencia de Lonergan y su obra. Referencias dispersas a lo largo del libro indican facetas de dicha dependencia que se remonta a 1968 en economía, y más allá, hacia 1957, en las metodologías. En 1999 aparecieron dos volúmenes de su obra económica, como parte de las Collected Works, que están siendo publicadas por la editorial de la Universidad de Toronto. El volumen 15, Macroeconomic Dynamics. An Essay in Circulation Analysis, editado por Patrick Byrne, Charles Hefling Jr. y Frederick G. Lawrence, está dedicado a los últimos esfuerzos de Lonergan (entre 1978 y 1983) por presentar sus tesis: incluye una substancial introducción para contextualizar, de Lawrence. El vol. 21, For a New Political Economy, editado por Philip McShane, contiene las versiones originales del análisis de Lonergan, producidas entre 1942 y 1944, luego de más de una década de trabajo. Véase más adelante la nota 16 del epílogo. 13 En el epílogo volveré al asunto de introducir, enseñar, etc. A medida que avance, al lector se le hará ampliamente evidente que este pequeño libro no es una indicación comprehensiva de una solución propuesta a nuestro malestar económico, ni tiene el carácter de la Teoría general de Keynes. Esta analogía proviene de mi experiencia como profesor de introducción a la física matemática, para hacerla accesible a los estudiantes mediante ejercicios imaginativos en cursos superiores de pregrado y posgrado. La dificultad cultural, claro está, es que no contamos en este momento ni con el pensamiento ni con los textos para estos últimos cursos. 12


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“Es hora de volver al principio y comenzar de nuevo”.1 La cita procede de una introducción un tanto no ortodoxa a la economía que apareció al comienzo de los setenta y casi de inmediato desapareció, y se encuentra hacia el final de un breve pero iluminador resumen de teorías económicas pasadas, seguida de un nuevo comienzo. Uno de los autores, Joan Robinson (1903-1983), fue bien conocida por sus discrepancias con la economía estándar, en especial con la americana. Su pequeño libro Economic Heresies la remonta a sus discusiones con Keynes. Robinson anota en un pasaje que “las ideas de Keynes no siempre eran definidas, precisas y consistentes”,2 y recuerda haberle escrito acerca de las dificultades que tuvo para seguir el argumento del capítulo diecisiete de la Teoría general. “Keynes respondió que, en efecto, no se sorprendía porque él mismo lo hallaba difícil”. Espero no consternarlos mencionando teorías económicas pasadas y sus dificultades que, por lo general, se dejan de lado en los textos introductorios comunes. No voy a sumergirlos en esas turbias aguas. Es más, si de algún modo ya han padecido un curso de introducción a la economía, quizá se complazcan al escuchar que esta es

1 Joan Robinson y John Eatwell, An Introduction to Modern Economics (Londres y Nueva York: McGraw Hill, 1973), 52. 2 Joan Robinson, Economic Heresies: Some Old Fashioned Questions in Economic Theory (Nueva York: Basic Books, 1973), 80.

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la primera y última vez que voy a mencionar en mi pequeño libro ese famoso gráfico is/lm que predomina en esos textos.3 Así que pretendo alcanzar en su compañía un nuevo comienzo y parte de él puede consistir en que surja en ustedes una nueva actitud. Les voy a pedir imaginación y que se rompan la cabeza, no propiamente con el contexto de cualquier teoría o terminología económica, sino con una apertura a lo que está sucediendo o podría suceder en la economía. Los comienzos de esa actitud quizá ya están en ustedes, especialmente si se mantienen intactos con la enseñanza de la economía actual; incluso, si ya han pasado un curso introductorio en la universidad. Por otra parte, si ya se han graduado de economía y se han encaminado a cosas superiores, quizá perciban mi propuesta como demasiado extraña; es más, como inaceptable. En este primer capítulo, quiero invitarlos a reflexionar sobre lo que parece ser una distinción muy sencilla: la distinción entre comprar un arado para las labores de una granja y comprar una bolsa de cinco libras de papa para su uso en casa. Este será el foco de atención más importante de la primera parte del capítulo. En la segunda, volveré a los dos textos ya mencionados, el de Robinson y Eatwell, y el de Gordon, para reflexionar sobre los nuevos comienzos que el primer texto nos ofrece y para buscar una comprensión adicional con una reflexión sobre la manera estándar de presentar el comienzo según Gordon. Esto ayudará a todos mis lectores: a los que no se han corrompido con la teoría económica actual les servirá para descubrir una mejor comprensión de las ideas básicas de la primera parte del capítulo, echando un vistazo al extraño mundo de las demás presentaciones. A los que estén cómodamente familiarizados con las Robert J. Gordon, Macroeconomics, 6.a ed. (Nueva York: Harper Collins, 1993); traducción al español de D. Galindo y L. Rojas: Macroeconomía (México D. F.: Iberoamérica, 1983). El índice muestra el alcance del poder de la concepción is/lm. “El modelo is/lm no tiene mayor prospecto de convertirse en un vehículo analítico de la macroeconomía en los años noventa que lo que un Ford Pinto lo tenga de ser un coche deportivo y confiable para los noventa. Dado el tratamiento que hace de las expectativas, el modelo is/lm, tal como fue elaborado y tal como se lo emplea, constituye una peligrosa base sobre la que se pueden construir teorías positivas de las fluctuaciones comerciales y realizar análisis de políticas”. Robert G. King, “Will the New Keynesian Macroeconomics Resurrect the is/lm Model?”, The Journal of Economic Perspectives 7 (1993): 68. 3


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posiciones comunes y corrientes, podrá serles útil por las comparaciones y contrastes que hago, para que muestren mayor simpatía por nuestro enfoque. El capítulo concluye con algunos comentarios adicionales sobre el problema de la actitud y la orientación de la cesta de bienes mentales que les señalo. Algunos lectores, por lo menos en una primera lectura, bien pueden saltarse la presentación de la primera parte del capítulo y pasar a las anotaciones que lo concluyen y pasar al segundo capítulo. Si los elementos de la astronomía newtoniana son satisfactorios, para qué sumergirse en algo menos satisfactorio como la astronomía de Tolomeo, así resulte fascinante o plausible hacer referencia a ella. Antes de aventurarnos en nuestra mítica isla, Atlantis, con su papa y su cultura emergente del arado, podemos detenernos un momento a imaginar con provecho una cultura muy primitiva recolectora de frutos y de granos. Esta pausa imaginativa es muy importante; es más, gradualmente va a llegar a apreciar el lugar central que esta ocupa para poder revitalizar la educación en el próximo siglo.4 Personalmente me agrada volver, llevar a mis estudiantes de filosofía a volver, y ahora llevarlo a usted a volver, con imaginación y activa curiosidad, al momento de la invención de la rueda. Me imagino a una anciana fumando una pipa, como lo fue mi abuela, que observa sentada el movimiento de una piedra muy grande mediante el uso de troncos ubicados en secuencia por debajo de esta: un tronco se introduce por el frente mientras el otro sale por detrás a medida que avanza la piedra. De repente, a la anciana se le ocurre una gran idea: “¡no usen el tronco del medio!”. Ese es el primer paso para un carruaje primitivo. La recolección de frutos y granos se ha transformado.

4 Este es un tópico sobre el que tendré que volver a menudo. Las estrategias del texto incitan amablemente a una transformación de la enseñanza, pero el problema nos demanda una imaginación profunda: “Si ha de haber un cambio extraordinario de mentalidad, de sentimientos y del discurso público del próximo siglo, deberá haber un cambio proporcional en la mente y el corazón de la academia y de las artes cuando finalice este siglo xx, con sus correspondientes transformaciones en los esquemas de recurrencia que operan desde el Gobierno hasta el jardín infantil”. Philip McShane, Lonergan’s Challenge to the University and the Economy (Washington: upa, 1980), 1.


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Y ahora, con nuestra brillante imaginación, podemos pasar a una transformación más temprana, porque antes del carruaje existió el recipiente, la cesta. Piense ahora en la recolección del fruto o el grano en el cuenco de la mano. La cesta se convierte para este pequeño grupo en un centro de actividad, puesto que la recolección está involucrada en su supervivencia. El lector avezado se dará cuenta de que estamos yendo a un periodo anterior a la cocción de vasijas con fuego, o anterior incluso a los vasos para beber. Pase lo que pase, alguien brillante puede relacionar un coco quebrado o una concha con la posibilidad de un cuenco mucho más grande. La vida de nuestro pequeño grupo se ha transformado. Hablo aquí de cambios en el hogar o en la administración del pueblo, de innovaciones en lo económico (oikonomos).5 Joseph Schumpeter, un gran historiador de la teoría económica, escribe sobre este tipo de innovaciones y emplea la noción de “horizonte. Lo definimos como la amplia gama de elecciones dentro de la que un hombre de negocios se mueve libremente y dentro de la que es posible describir su decisión por un curso de acción”.6 La gran idea de la anciana representa un cambio de horizonte. El ámbito de opciones y cursos de acción que empieza a florecer lentamente de este, a lo largo de los siglos, involucra cambios adicionales de horizonte: nuestro grupo ha recorrido un largo camino desde el molino, la lanzadera y el motor. Pero piense en implementaciones relativamente inmediatas de la idea, en cambios en las opciones y en los cursos de acción que se dan en la pequeña comunidad, ¡así le quede difícil todavía percibir a la anciana como una empresaria que furtivamente llega a la oficina de patentes para certificar su invento! Antes de entrar a considerar los detalles de estas transformaciones, sería bueno añadir un ejemplo más contemporáneo del arado: no quiero forzar su imaginación hablando de los negocios de una economía de mercado legalmente estructurada entre los recolectores de frutos. 5 La palabra nos evoca tempranas reflexiones griegas acerca del tópico oikos que significa ‘casa’, nomos que significa ‘ ley o medida’. El libro pretende ampliar el significado que el lector tenga de esta palabra. En el quinto capítulo, echaremos un vistazo a cómo nuestro hogar global puede alcanzar la medida del abastecimiento más completo y modesto para el plato de la casa. 6 Joseph Schumpeter, Business Cycles, vol. 1 (Nueva York: McGraw Hill, 1939), 99.


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Así que disfrutemos de la invención del arado. Desde luego, no busco despertar en usted un profundo interés por la historia de la agricultura, sino que procuro que cultive una actitud realista, concreta, que tendrá gran relevancia a todo lo largo de nuestros forcejeos con el pensamiento económico actual y del futuro. Es posible que no sepa nada sobre el arado simple de la antigua India, sin rueda o repartidor —familiar para mis lectores canadienses como la cuchilla angulada enfrente de un tractor para remover la nieve—, o sobre la contribución de los chinos de un arnés para el caballo, o sobre el arado con ruedas de la Europa del siglo xx, pero puede pensar concretamente en el logro de un invento para arar el suelo como un azadón inclinado bocabajo halado por un caballo. Si puede hacer eso, se puede incorporar no solo a nuestro relato de la isla sino también a nuestra reorientación del pensamiento económico. Para nuestro relato de la isla también podríamos haber tomado, por ejemplo, la Isla del Príncipe Eduardo, famosa por su papa, o Irlanda, en una temprana etapa de una historia imaginaria. Pero situémonos en la muy reducida y distante isla de Atlantis donde, al comienzo de nuestro relato, se labra la tierra con azadón; allí también se encuentra el entretenimiento de las carreras de caballos; el transporte en la isla se hace en carruajes, pero no existe el arado. Sin embargo, hay una taberna en el pueblo, y la historia se inicia en su interior con un grupo de personas sentadas alrededor de una mesa; incluso hay una dama llamada Joey y es el personaje central: la dueña del establo más grande; también está el caballero que gerencia el primitivo banco local y un agricultor. Cuando vaya entendiendo el porqué del relato, podrá ir añadiendo otros personajes apropiados: el herrero, el dueño de la tienda de cueros, etc. Después de ingerir algunas bebidas populares embriagantes, fabricadas con papa, por supuesto (en Irlanda se las llama poiteen. A veces las dejamos fermentar solo cuarenta y ocho horas; ¡qué tal la rotación de inventarios para surtir la taberna!), la charla pasa al cultivo de la papa. Cómo será la popularidad de las carreras, las apuestas, las artesanías, la confección de intrincados vestidos, la elaboración y el consumo de poiteen, etc., que el granjero se ve a gatas para dar con buenos labriegos. El resultado final de la discusión y la agitación es: “¡eureka!”. La propietaria del caballo tiene la gran idea de, si al


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doblar el azadón del granjero, se podría de algún modo colocarlo en un ángulo ideal por detrás del caballo para que este lo hale; esto mejoraría la labor de arar y el ritmo del cultivo, y, por supuesto, la idea sería magnífica para los negocios de todos. Una vez más, tenemos la semilla de un cambio de horizonte y una transformación de la economía local. En este caso, podemos sugerir de modo más plausible una moderna economía de mercado. Pero los tres casos —la rueda, la cesta, el arado— ilustran la distinción básica hacia la que queremos apuntar en este capítulo y también en el siguiente. Se trata de la distinción entre las actividades primaria y secundaria, anterior a la distinción entre variaciones o etapas de esas actividades. El ejemplo más claro es la diferencia entre la cesta y la fruta: las cestas no se pueden comer. Sin embargo, las cestas facilitan comer; es más, comer cómodamente. Aclaremos más la importancia de la distinción. Cuando hay cestas disponibles en nuestro grupo primitivo, ya no hay que recoger la fruta en el cuenco de la mano, sino en cestas. Además, la única cesta que hay, obviamente, se puede usar de forma indefinida para recoger una cesta de frutas. Ahora podemos agregar a esto una división de abastecedores. El cambio de horizonte da lugar a dos grupos de proveedores de la comunidad: los de las cestas y los de las frutas, así estos últimos se autoabastezcan. Vale la pena pensar esto con ejemplos concretos. Se puede asumir que los proveedores se identifican con las cabezas de familia: toda la familia está involucrada, por decirlo así, en recoger la fruta, lavarla, pesarla, pero solo la cabeza de familia realiza el suministro mediante un tipo de venta. Puede que una sola familia entre veinte se dedique a las cestas. Tenemos entonces dos familias, la F y la C, cuyas actividades son, respectivamente, primaria y secundaria. Tenemos la actividad primaria del suministro de frutas y la actividad secundaria del suministro de cestas como medios para proveer frutas. Si se detiene un momento aquí, podrá pasar a la noción de las actividades terciaria y a otras superiores: la idea, por ejemplo, de un cierto tipo de aguja para tejer las cestas puede sumarse a estos niveles. De ahí que, en una economía moderna, sea posible identificar máquinas o herramientas para hacer herramientas que hagan máquinas como actividades secundarias.


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Debo advertir en este lugar que tomarse un tiempo para hacer esta identificación vale la pena, es vital. Obviamente, se trata de ejercicios valiosos de perspicacia e imaginación que pertenecen al núcleo de su humanidad.7 Pero aquí son relevantes en un sentido necesario: sin hacer esta pausa —este esfuerzo sin esfuerzo— su acuerdo podría ser solamente nocional, nominal. Usted se puede convertir en alguien que asiente con la cabeza al pensador económico, o en alguien que tiene la apariencia de un economista: incluso puede llegar a ser profesor. ¿Estaré rayando aquí en la ridiculez o insistiendo en lo obvio? En mis largos años de vida académica he visto que demasiados estudiantes alcanzan un perfecto control automático de los materiales de estudio, e incluso logran pasar al refinado ambiente de los estudios de posgrado. Robinson expresa el problema con cierta rudeza con respecto a la economía: Al estudiante de teoría económica se le enseña a escribir O = f (L, C) donde L es una medida de trabajo, C una medida de capital y O una tasa de producción de bienes. Se le instruye para que asuma que todos los trabajadores son iguales, y para que mida L en horas de trabajohombre; se le dice algo sobre el problema inherente al índice para elegir una unidad de producción; y luego se le apura a que pase a la siguiente pregunta, con la esperanza de que se le olvide preguntar en qué unidades hay que medir C. Pero, antes de que llegue siquiera a hacerlo, el estudiante ya se ha convertido en un profesor y, así, hábitos flojos de pensamiento se traspasan de una generación a la siguiente.8

Solo hasta el capítulo quinto volveremos al espinoso problema de la medición. En este momento nos interesa el ritmo, el ritmo del principiante. Quizá le sea útil que traiga a cuento mi propia 7 Otro ángulo del problema ya se ha indicado en la nota 4. Se trata sencillamente del deseo, la curiosidad y la búsqueda de la esencia de la humanidad del lector. Cuando enseñaba filosofía les planteaba a los principiantes un ejercicio sencillo: “Vayan a la biblioteca y busquen en los índices de libros de psicología, educación, infancia, pensamiento crítico, etc., entradas por la palabra preguntas”. Algunas veces encontraban algo pero, por lo general, no había ninguna palabra entre pregonero y prehelénico. Este es un ejemplo no patentado de nuestra mutilación académica. Veánse las notas 42 a 44 del capítulo quinto y el texto que aparece allí. 8 Joan Robinson, “The Production Function in the Theory of Capital”, Review of Economic Studies 21 (1955): 81.


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experiencia de principiante, a los cuarenta años. Tener que vérmelas con la naturaleza e importancia de la distinción que domina este y el siguiente capítulo fue una lucha no solo de meses, sino de años. En el contexto de estas extrañas digresiones, puede comenzar a leer mejor, con más paciencia, el proceso económico. Como solía decir el filósofo francés Gaston Bachelard: “solo se comienza a leer seriamente un libro cuando se apartan los ojos de la página”.9 ¿Añade realmente la idea de una herramienta para hacer cestas la posibilidad de un tercer y cuarto nivel de actividad? ¿En qué sentido una computadora es una máquina moderna para hacer herramientas que hagan herramientas? ¿Estamos atrapados aquí en una jerarquía de niveles de actividad de cierto modo imposiblemente abierta? ¿Estamos haciendo separaciones irreales? Evidentemente, las agujas y las computadoras parecen ser componentes de las actividades primarias. Se necesita no poca imaginación paciente al clasificar esos problemas para darse cuenta de que los productos, o incluso la materia prima, pueden cumplir funciones en diferentes niveles, para suponer cuántos niveles superiores de actividad están realmente entrelazados. Permítame introducir ahora una simplificación de la agrupación de actividades. Primero, llamo actividades básicas a todas las que son primarias, a las que suministran inmediata o mediatamente los bienes de consumo en sentido normal —el cuero para hacer zapatos, por ejemplo—. Estos son los bienes y servicios que hacen parte de un estándar de vida. En un sentido menos normal, las actividades básicas consumen bienes y servicios de otros niveles de actividad. En segundo lugar, conviene considerar todos los demás niveles de actividad en grupo, como actividades del nivel agregado (surplus level). Estuve tentado a denominar a este grupo simplemente el nivel plus, para evitar tanto una distracción marxista como una curiosidad etimológica, pero la terminología es la de Lonergan y parece no haber inconveniente en aferrarse a ella. ¿Deberíamos atenernos tan rigurosamente a la terminología y a su división implícita de una manera permanente? La terminología va mucho más 9 Sobre el reto de leer adecuadamente, véase Gaston Bachelard, The Poetics of Space (Boston: Beacon Press, 1970), 14, 21, 39, 47, 83. Hay traducción al español: La poética del espacio (México: Fondo de Cultura Económica, 1988).


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allá de Marx y la división es relativamente consistente en su significado, y nos permite comprender y medir los ritmos de la producción. Se podría, claro está, presumir un futuro milenio en el que la idea de un nivel superior les exija refinamientos a la teoría, la producción, las finanzas y la medición. Pero la distinción entre actividades básicas y no básicas es un rasgo permanente del futuro análisis económico. Así que se distinguen dos niveles en la actividad económica: un nivel básico y un nivel agregado. El nivel básico suministra lo que normalmente se reconoce como bienes y servicios de consumo. El nivel básico es también consumidor del nivel agregado; y este último es consumidor para sí mismo. Empleo aquí la palabra consumidor, pero, curiosamente, no estoy hablando de nadie: hablo de un nivel de actividad de cualquier persona. Debo pedirle una vez más que reflexione sobre esto hasta que sienta que lo ha entendido correctamente. En realidad, lo invito a meditar y a que se dé una vuelta por ahí, para que examine su vecindario y su dinero contante y sonante. En mi propio pueblo de Riverside, New Brunswick, tenemos dos almacenes donde compro pan y mantequilla, azadones y estampillas, petróleo y pintura. En ambos alquilo videos. Aunque todavía no hemos detallado la variedad de transacciones financieras, podemos, sin embargo, preguntar con provecho sobre mis transacciones locales y las suyas, y las transacciones locales de los demás, en relación con nuestra descripción o, con más propiedad, con la explicación inicial. Mis transacciones parecen ser simples: ¿acaso no soy simplemente un consumidor básico?; y ¿acaso no se identifican con facilidad las actividades de los dos almacenes? El problema consiste en que estamos tratando de encontrar distinciones explicativas funcionales. En realidad, la mayoría de mis compras son básicas, pero ¿qué sucede con la compra de estampillas para la correspondencia con un editor? ¿Qué pasa con la compra de gasolina cuando esta es para el vehículo de mi esposa, y está en relación con el permiso que el negocio (¡si es que la Iglesia Unida de Canadá es un negocio!) le da para hacer tales compras? El alquiler de videos es todavía más complejo, como lo es el alquiler en general, y ¡piense en el problema de un préstamo de dinero! En todos estos casos, hay que advertir que una actividad se puede identificar por su función económica. En uno de los almacenes locales, los conductores


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de camiones compran gasolina y los agricultores azadones: ¿pertenecen ambas actividades al nivel agregado? Tampoco el pan y la mantequilla están seguros: ¿tiene el conductor del camión una subvención para su almuerzo? Y, ya que estamos metidos en el asunto de los impuestos por compras inmediatas, en Canadá existen, además, dos impuestos: el provincial y el federal; y uno devora al otro. Solo más adelante estaremos en capacidad de especificar la forma indirecta como funciona esa porción de mi gasto aparentemente inocente. Por supuesto, también está la pensión para la vejez que hace posible que yo haga algunas de mis compras: ¿qué tipo de actividad me significa recibir mi cheque mensual? Ahora bien, ordenar todos estos asuntos de modo que tengan una importancia científica y práctica será la tarea de los pocos capítulos siguientes. Por ahora, basta con advertir que esta complejidad requiere un esfuerzo de comprensión que vaya más allá de la fácil descripción de la economía y los modelos que se basan en ella, en términos de terratenientes y campesinos, capitalistas y obreros, tierra y maíz. Conviene hacer una analogía. Milenios de alquimia y química descriptiva precedieron los descubrimientos de Mendeléyev y Meyer hacia 1860. De ninguna manera es obvio llegar a saber cómo se estructuran las relaciones entre los elementos químicos como para que estos dos hombres les dieran una existencia científica. Tampoco hubo prisa por aceptar su aporte: sin embargo, hoy la tabla periódica forma parte de nuestra cultura. Ese cambio en la química se destaca como el principal cambio de paradigma en el área. ¿Será posible algo semejante en economía? Por cierto, algo similar parece bien necesario: Joan Robinson no está sola en su denuncia de las deficiencias de la teoría económica actual y la necesidad de un nuevo comienzo; y nos facilitaría el camino volver a hacer un alto para pensar en su propia lucha, junto con John Eatwell, a favor de un nuevo aire en la teoría económica. Pero primero debemos reunir las pistas claves de nuestras propias exploraciones. Estamos tratando de identificar, en forma preliminar, dos tipos de flujo de actividades en el proceso económico: un flujo básico y un flujo agregado. No es demasiado difícil considerar esas actividades en un estado estacionario: existe provisión de azadones y provisión de papa. Si nuestra isla solitaria tiene una población básicamente estable con hábitos claramente definidos, entonces los dos flujos varían


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poco, y el negocio de azadones es primordialmente un negocio de reposiciones. Después de esto volcamos nuestra atención sobre una innovación cuya semilla fue una idea. Claro está que hay otro tipo de innovaciones debidas a cambios de hábitos en la industria, la procreación, la religión, el entretenimiento, que representan transformaciones que no son radicalmente brillantes. Los economistas podrían hablar aquí, por ejemplo, de una “ampliación del capital”. Pero en este lugar nos interesan los cambios significativos de horizonte: el descubrimiento de la cesta o del arado, del tren o de la computadora. Permanezcamos en nuestra isla Atlantis y su descubrimiento tabernero sobre la posibilidad de arar con caballos. Alguien con talento literario podría llenar una cantidad sustancial de papel estimulando nuestra imaginación y comprensión de los cambios en la vida cotidiana de la isla. Aquí debo dejarle esto a su talento. Ya anotamos que también estaba incluido un banco primitivo, pero no estamos preguntando si las actividades de este se ajustan a cada flujo ni cómo lo hacen. De esto nos ocuparemos en el tercer capítulo. Lo importante es percatarnos de un ritmo que da origen a varios cambios en la isla. Es posible imaginar que existe un subgrupo de la población, respaldado por nuestro amigable banquero, que hace avanzar el proyecto. El subgrupo no está aislado: habría, además, un despegue inicial de las actividades de la isla. Sin embargo, el lector debe percatarse de algunos vacíos. La cultura del arado, como Roma, no se construyó en un solo día. Hay que alimentar, entrenar y equipar a los caballos, mientras surgen nuevas formas de herrería, carpintería, talabartería. ¿Se irá a tomar todo esto una estación, o quizás un año o tres?10 Entretanto, así las actividades básicas hayan despegado, aún no se percibe el incremento de papas o de derivados de estas tales como el poiteen. Se da, entonces, una expansión de actividades agregadas, pero es solo después de un lapso de tiempo, tal vez considerable, que habrá un ingreso que provenga de esta expansión dentro de una expansión de las actividades básicas para que lleve a un cambio de volumen y del tipo de bienes de consumo. Además, la expansión de las actividades básicas que suministran nuevas variedades de sopa de papa y nuevos ritmos en El problema, evidentemente, es empírico. Los ciclos de tres años vienen asociados con los nombres de dos economistas: Kitchin y Crum. Véanse las notas 16 a 18 del quinto capítulo. 10


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el consumo de alcohol coincide con el tope de la expansión agregada. Nótese que hablo de un equilibrio, no de un desplome total. Tengo en mente, desde luego, un pueblo premedieval muy brillante, previsivo y que se contenta con el giro hacia el negocio de la reposición y el mantenimiento. Usted puede, con seguridad, concebir otros escenarios puesto que estamos rodeados de ellos. Los fabricantes de arados pueden buscar otra isla para que los negocios sigan marchando, o pueden generar la moda de reponer los arados una vez por año mediante la persuasión, o por su obsolescencia o a través de mínimas mejoras. Pero estos escenarios suscitan otros temas. En esta etapa nos contentamos con hacerle ver, de manera tan concreta como se lo permita su desbordante imaginación, algunos ritmos de la expansión que finalmente produzcan una nueva estabilidad dinámica de las actividades económicas. Esta, por cierto, no es toda la historia. Su imaginación creativa, o su familiaridad con nuestro relato, le pueden hacer aparecer, como por arte de magia, problemas de la gente y de los negocios que siguen aferrados a sus procedimientos, cultivando en el pasado pero sin arados, o simplemente aguantando la situación y esperando un final amargo. Joseph Schumpeter, a quien habré de referirme con frecuencia, antes de su carrera como economista en Norteamérica, fue ministro de finanzas en Austria durante la espantosa inflación acontecida allí en 1922: a fines de ese año, la corona bajó hasta 70 000 con respecto al dólar, comparada con el 4,9 que tenía antes de la Gran Guerra. La lección parece haberlo dejado con la creencia de que la bancarrota y sus aspectos concomitantes hacían parte del escenario económico y requería análisis. Cualquiera haya sido la no naturalidad de esos acontecimientos, es sabio tener esos subprocesos en mente cuando buscamos comprender los repentinos auges económicos. A modo de contraste con nuestro tipo de indagación, volvamos ahora al texto con que iniciamos este capítulo: An Introduction to Modern Economics. Selecciono este texto, no por sus deficiencias, en las que me concentro principalmente, sino porque lo considero como un magnífico pero fallido intento por alcanzar un nuevo fundamento del análisis económico. Si el texto está a su disposición, mucho mejor, pero no es esencial para lo que pretendemos. Voy a esquematizar de modo suficiente la dirección que toman Robinson y Eatwell para que nos lleven a hacer una comparación útil. La cita del comienzo


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de este capítulo está tomada de la conclusión del libro primero del texto, y nos proporciona una iluminadora síntesis del teorizar económico de estos siglos pasados. Aquí nos interesa la siguiente sección, el nuevo comienzo de Robinson y Eatwell, que contiene comentarios introductorios sobre el método, seguidos de un capítulo sobre “La tierra y el trabajo”. El segundo capítulo, “Hombres y máquinas”, podrá ser traído a cuento más adelante, al promediar el tercer capítulo, para que ilumine nuestros intentos de explicar las actividades básica y agregada, y los flujos de pagos que estas involucran. Retomemos, entonces, algunas reflexiones sobre el nuevo comienzo del análisis económico que se halla en An Introduction to Modern Economics. Advertirá de inmediato una diferencia con respecto a nuestro enfoque, una diferencia que gradualmente calificará como una desorientación profundamente destructiva. Hasta ahora, nuestra orientación ha consistido en aferrarnos a lo concreto y a una atención exploratoria de la confusión y el enredo del flujo de la historia económica para que, por así decirlo, esta nos sacuda y nos lleve al descubrimiento de las principales variables económicas. Este es el método de una ciencia seria, trátese de la física o de la historia.11 Robinson y Eatwell, por su lado, obtienen una pista de Ricardo: Mucho más que Quesney, él merece el título de padre de la economía moderna, porque diseñó el método de análisis que conocemos ahora como el establecimiento de un modelo. El método consiste en extraer los aspectos más imprescindibles de un problema, dejar de lado todos los detalles irrelevantes y examinar las interacciones entre sus partes.12

11 Se trata, nuevamente, de un tópico muy amplio y de un problema profundo del presente que se relaciona con los problemas señalados en las notas 4 y 7 del presente capítulo. Acerca del método de la física, véase Bernard Joseph Francis Lonergan, Insight. A Study of Human Understanding, 5.a ed., vol. 3 de Collected Works of Lonergan (Toronto: University of Toronto Press, [1957] 1992); traducción al español de F. Quijano: Insight. Estudio sobre la comprensión humana (Salamanca: Sígueme; México D. F.: Universidad Iberoamericana de México, 1999), caps. 1-5. Sobre el método de la historia, véase Bernard Joseph Francis Lonergan, Method in Theology (Nueva York: Herder & Herder, 1972); traducción al español de G. Remolina: Método en teología (Salamanca: Sígueme, 1988), caps. 8-9. 12 Robinson y Eatwell, An Introduction, 11.


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Robinson y Eatwell amplían esta estrategia en la primera página del nuevo comienzo: El método consiste en seleccionar del flujo de la historia (incluyendo el presente como historia) entidades tales como los bienes de consumo, los precios, las unidades monetarias, la tierra cultivable, el equipo productivo, los empleadores, los trabajadores y los propietarios de la riqueza; especificar el entorno económico en que todos ellos van a interactuar, y asignarles un lugar en un modelo donde se puedan calcular sus interacciones con una lógica cuasi matemática.13

Al apartarnos por completo de la confusión sobre los modelos científicos, podemos advertir el problema más elemental que acecha tras la palabra seleccionar, o tras la palabra anterior, extraer. A Newton le tomó muchos siglos seleccionar los aspectos más imprescindibles del flujo de la historia astronómica y siglos de perplejidad sobre esta. “La extracción de los aspectos imprescindibles” de las relaciones químicas de Meyer y Mendeléyev llegó tras milenios de alquimia y de química que exigieron una abierta concentración en el flujo tanto de los fenómenos químicos como de su teorización. La selección y extracción que eleva la investigación al nivel de una comprensión seria es un auge dolorosamente creativo, que parte del flujo de los fenómenos hasta llegar a los términos y relaciones que parecen completamente distantes del empujar y el halar, del fuego y del peso y, en nuestro caso, de los bienes de consumo, los precios, las unidades monetarias, la tierra cultivable, las máquinas, los empleadores, los trabajadores y los propietarios de la riqueza. El nuevo comienzo que exigen Robinson y Eatwell o, más en general, los poskeynesianos,14 demanda un extraordinario y creativo cambio de foco de atención: “La economía tiene que depender de los experimentos que arrojan los acontecimientos”.15 Esto ciertamente es verdad, pero sin una comprensión de los acontecimientos fundamentales ganada con el sudor de la frente, los experimentos de la historia pueden ser arrastrados al Robinson y Eatwell, An Introduction, 53. Véase la nota 4 del prólogo. Tanto Robinson como Eichner apoyaron la fundación de la revista The Journal of Post-Keynesian Economics. 15 Robinson y Eatwell, An Introduction, 54. 13

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abismo de un discurso nebuloso sobre el mercantilismo y el comunismo, el papel moneda y los bonos, los obreros y los capitalistas, los productos marginales y las curvas de Phillips, las tasas naturales de desempleo, la ganancia, el crecimiento, etc. El punto que le he venido señalando es cómo lograr con esfuerzo una comprensión que distinga los agregados de acontecimientos y los flujos económicos importantes. Es prematuro en nuestro empeño ir más allá de estas indicaciones generales de manera detallada. Quizá habría que contar con un ensayo separado, o realmente con un libro, para abordar adecuadamente estas páginas de Robinson y Eatwell y ubicarlas en el contexto de los debates sobre metodología de la economía.16 Así que restrinjo aquí mis comentarios a unas pocas directrices de estos autores que quizá nos ayuden a vislumbrar lo que vamos a tratar de hacer en los siguientes capítulos. La primera directriz a destacar es una insistencia que ha enturbiado el pensamiento económico desde sus inicios: “El elemento primordial que hay que incluir en cualquier análisis es una indicación de la naturaleza del sistema social al cual se aplica”.17 El motor de nuestro análisis está lejos de esta distracción y se dirige a las distinciones funcionales fundamentales. Al separarnos así de la economía convencional, llegaremos finalmente a una concepción sobre la distribución y la justicia que nos permita darle un adiós a Marx. La segunda directriz retoma el asunto de los modelos. Vale la pena traer la cita completa: El método del análisis consiste en despojarse de todos los detalles y exponer en forma simplificada el mecanismo del sistema. En lo que sigue nos atendremos a este método de forma sumamente drástica. Por ejemplo, en los tres primeros capítulos vamos a descartar todos los problemas de precios relativos y patrones de demanda elaborando un modelo en el que solo existe un único bien consumible uniforme. 16 Esta es otra zona muy grande de problemas relacionada con la ya comentada en la nota 11. Una introducción útil al área se encuentra en: Mark Blaug, The Methodology of Economics: Or how Economists Explain (Cambridge: Cambridge University Press, 1980), especialmente el capítulo introductorio: “Lo que usted siempre quiso saber acerca de la filosofía de la ciencia pero le dio miedo preguntar” (1-28). Blaug comparte la mutilación contemporánea; sin embargo, hay textos peores. 17 Robinson y Eatwell, An Introduction, 54.


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Cuando tratemos la agricultura, abstraeremos las variaciones del clima. Supondremos que todos los trabajadores son semejantes, y haremos abstracción de las diferencias entre hombres y mujeres. El objeto del ejercicio es mostrar las relaciones que son realmente importantes, aunque en realidad estén revestidas de intrincadas complicaciones. Antes de poder aplicar a la realidad una conclusión a partir de este argumento, es preciso traer de nuevo a cuento los detalles relevantes.18

La tercera y última orientación a tener en cuenta recoge las dos anteriores para darle un nuevo comienzo al análisis económico. “Consideremos primero una economía de familias campesinas independientes que viven en una amplia llanura uniformemente fértil”.19 Una llanura de ese estilo no parece muy lejana de nuestra isla, si bien las páginas que siguen en An Introduction to Modern Economics se parecen poco a nuestra contienda con los flujos, su distinción y el efecto que supondría innovarlos. Por supuesto, no hay taberna en la llanura: intercambiar el único producto, el maíz por pilar maíz, sería un sacudón creativo inadmisible para el modelo. Con todo, los autores se las arreglan para pasar rápidamente de las consideraciones de un estado estacionario a los problemas del crecimiento, los rendimientos decrecientes, la sobrecarga de trabajo, los terratenientes y los campesinos, los prestamistas. Además, amontonan todos los problemas corrientes que tienen que ver con el capital, la ganancia, los salarios. Sigue un enjambre de diagramas sobre el trabajo, el ingreso, la producción, la marginalidad, etc., antes de que el lector logre finalmente sacar en limpio unas pocas indicaciones sobre el desorden de la economía neoclásica. En conjunto, sospecho que percibirá, aun sin un texto de esos en sus manos, que nuestro primer capítulo es más nítido, más claro. Pero no se engañe: todos los problemas se encuentran allí, incluso en nuestro estado estacionario, en la isla de los cultivadores de papa, especialmente si hay prestamistas de dinero en ella. Los problemas se agudizan cuando hay innovaciones importantes, especialmente si

18 19

Robinson y Eatwell, An Introduction, 55. Robinson y Eatwell, An Introduction, 64.


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hay una mentalidad según la que, tal y como Robinson y Eatwell describen el sistema de Ricardo, “es natural que un capitalista sea ambicioso y quiera expandir sus operaciones para incrementar el flujo de sus ganancias”.20 Estos autores suponen cierta malicia o locura natural en la empresa de fabricar arados así como alguien podría sospechar ahora que se da en la industria de automóviles. Nuestro esfuerzo inicial no ha dejado nada de esto por fuera. No hemos tratado de “despojarnos de todos los detalles y exponer en forma simplificada el mecanismo del sistema”.21 Antes bien, lo he invitado a que descubra en los detalles aspectos esenciales del mecanismo del sistema. O mejor, lo he motivado a que asuma una actitud de descubrimiento que lo lleve por entre los detalles distractores a concentrarse en los flujos claves del mecanismo económico. En el tercer capítulo volveremos al texto para elaborar las características de los logros de Robinson y Eatwell, y la manera como distinguen una economía simple que produce tanto un bien de consumo como nuevas máquinas para esa producción. Las máquinas nuevas no necesitan ser realmente “nuevas”, como nuestros arados; pero usted será capaz de reconocer nuestra distinción de los dos flujos y de apreciar, a partir de su modelo, la necesidad de contar con nuestra heurística concreta de producción y de finanzas. Bien podríamos terminar aquí nuestra búsqueda introductoria, pero valdría la pena que alguien —dependiendo de su preparación— meditara sobre los libros de texto convencionales de introducción a la economía, de los que nos quieren rescatar Robinson y Eatwell. Si esto no es de su interés, bien sea porque ya se ha desilusionado de algún texto introductorio o porque esos textos le son muy extraños, entonces podría pasar directamente al segundo capítulo o a mis comentarios conclusivos de este capítulo. El texto estándar que quisiera emplear es uno que ya mencioné al referirme a ese gráfico que de aquí en adelante no volveré a mencionar. Pero basta con cualquier texto estándar de macroeconomía. Sucede que la primera edición del libro de Gordon es el texto que 20 21

Robinson y Eatwell, An Introduction, 76. Robinson y Eatwell, An Introduction, 55.


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Bernard Lonergan empleó en su presentación de su Essay in Circulation Analysis al Departamento de Teología del Boston College al comienzo de los ochenta. No porque el texto estuviese de algún modo de acuerdo con la teoría de Lonergan, sino porque era una explicación lúcida de la teoría estándar. El texto que empleo, la sexta edición, ha sido puesto al día y ha mejorado mucho, dado que ubica la recesión norteamericana de 1973 en un contexto internacional y se detiene algunas veces en los ciclos de los negocios. Sin embargo, cualquier texto es válido para escudriñar la forma corriente de enseñanza y, con propiedad, no se necesita ninguno. El principal foco de mi atención, efectivamente, serán dos diagramas comunes de la circulación de productos y dinero que voy a reproducir inmediatamente.22 Diagrama 1. Una economía simple imaginaria. El flujo circular del ingreso y del gasto del consumidor Ingresos (Y = $ 1 000 000)

Servicios de trabajo Hogares

Flujo de dinero

Flujo de bienes y servicios Empresas Productos

Gastos del consumidor (C = $ 1 000 000) Nota: Flujo circular del ingreso y del gasto del consumidor en una economía imaginaria simple en la que los consumidores gastan todo su ingreso. No hay impuestos, ni gastos del Gobierno, ni ahorro, ni inversión ni sector externo.

Los diagramas son los que aparecen en las páginas 39 y 35 del texto en inglés ya citado en la nota 3. 22


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Diagrama 2. El ahorro se desvía del flujo de gastos pero reaparece como inversión. Componentes de los gastos Ingresos (Y = $ 1 000 000)

Flujo de dinero

Hogares

Ahorro personal (S = $ 200 000)

Mercado de capitales Inversión privada (I = $ 200 000)

Empresas

Gastos de consumo (C = $ 800 000)

Nota: Introducción del ahorro y la inversión en el diagrama del flujo circular. Nuestra economía imaginaria simple (diagrama 1), cuando las familias ahorran el 20 % de su ingreso. La inversión de las empresas forma el 20 % del gasto total. Nuevamente, se supone que no hay impuestos, ni gastos del Gobierno ni sector externo.

El primer diagrama pertenece a una economía muy simple en la que las familias consumen completamente sus ingresos: no hay impuestos, ni gastos gubernamentales, no hay ahorro, ni inversiones ni tampoco sector externo. De hecho, Gordon presenta un tercer gráfico en este capítulo que incluye todo esto, pero aún es prematuro en nuestra lucha afrontar esas complicaciones y, de todas maneras, el punto en el que quiero insistir salta fácilmente de los primeros dos diagramas. El segundo añade los ahorros familiares, que en esta economía simple fluyen a través del mercado de capitales para convertirse en inversiones. Esto hace evidente aquella famosa relación ahorros igual inversiones que, desde luego, no es verdadera, y a la que llegaremos más tarde. Lo que quiero que advierta y pondere en relación con estos dos diagramas es la ausencia de nuestra distinción entre tipos de productos, básicos y agregados. Sería un ejercicio interesante tratar de enmendar, por decirlo así, el primer diagrama para que incluya esa distinción.


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Hay una línea que va de las empresas a las familias llamada producto. Desde una comprensión de principiante de nuestra distinción, podría poner en duda si se necesitan dos líneas, la segunda que parta y termine en las empresas. Pero, en este caso, sería preciso añadir otra línea de ingresos, lo cual tampoco sería suficiente. Pero no se agobie: pase a hacer algo similar y entreténgase con el segundo diagrama. Aquí simplemente tenemos un flujo de dinero, asunto de nuestro tercer capítulo: hay que suponer que los productos fluyen de algún modo en la dirección contraria pero que, obviamente, lo hacen sin pasar por Wall Street o su equivalente. Descubrirá lo iluminador que es volver a este diagrama tras haberse abierto paso por nuestro tercer capítulo. Pero incluso desde ya, ¿este vistazo de principiante no lo hace dudar de que ese diagrama pase por alto flujos muy importantes para nuestra comprensión, incluso en esta economía elemental? ¿Es esencial, aquí, la palabra clave que hace brotar las preguntas que están entrelazadas, lo esencial, la esencia? Y ¿cómo se llega a lo esencial? Consideremos la primera pregunta: en su desarrollo pleno, desde luego, es la pregunta por la esencia de la economía y sobre esta se ha vertido mucha tinta. Aquí solo deseo plantear la pregunta con respecto a la distinción entre la producción básica y la agregada. La tesis implícita en nuestro capítulo introductorio es que tal distinción constituye la esencia de las economías tanto estables como progresivas. La segunda tesis, tanto aquí como en el segundo capítulo, es que no es fácil obtener y apreciar la distinción. Esta lo eleva a uno a un nivel superior, más allá de las familias y las empresas, los hogares y las fábricas, para que afronte el desafío de entender el proceso económico en términos de funciones explicativas. Va a descubrir, o quizás ya lo hizo, que ningún tipo de malabarismo logrará colocar los dos diagramas en una perspectiva que valga realmente la pena porque estos atrapan al lector en una descripción que no es funcional. Esta trampa es prima del modo como Robinson y Eatwell quedan atrapados en las organizaciones sociales. Sin embargo, al llegar al final del tercer capítulo, descubriremos que estos autores ciertamente tienen elementos de análisis que terminan rompiéndose y nos abren a nuestras distinciones funcionales. No así Gordon. Él comparte la opinión común de que “la teoría arroja luz solo sobre unas pocas


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relaciones claves”23 y que “la teoría aísla las variables económicas importantes”,24 pero las relaciones y variables que constituyen el foco de nuestra atención no tienen lugar en su análisis. Este hecho, que es toda una realidad en los cursos de economía más elementales, debe contribuir a agudizar la pregunta planteada en este capítulo y que habremos de seguir a lo largo de todo el libro: ¿las variables de la producción básica y agregada y sus relaciones constituyen de algún modo la esencia, tanto del comportamiento como del análisis económico? Pasemos ahora a la segunda pregunta: ¿cómo se llega a captar lo esencial? Aquí temo que estemos tocando el fondo de una abrumadora desorientación filosófica y educativa. Bastará con unas pocas sugerencias.25 He venido invitándolos, y continuaré haciéndolo, a incorporarse en nuestra búsqueda imaginativa, con serena curiosidad y paciente ilustración. Hago esto de acuerdo con Aristóteles y Tomás de Aquino con respecto a cómo funcionan sus mentes y la mía. Robinson y Eatwell trataron de hacer algo semejante sin una seria advertencia metodológica: que esta fuera la base para una crítica de sus esfuerzos.26 Gordon, por su parte, sigue una cómoda estupidez convencional que se resume en sus tesis introductorias: “Hacia la mitad del tercer capítulo, todos los estudiantes ya habrán aprendido los conceptos esenciales para entender el nuevo material que se va a desarrollar”.27 “La tarea básica de la macroeconomía es estudiar el comportamiento de cada uno de los seis conceptos” que él introduce en el primer capítulo.28 ¿Qué entiende Gordon Gordon, Macroeconomics, 5, nota 3. Gordon, Macroeconomics, 22. 25 El intento clave de recuperación aquí es Bernard Joseph Francis Lonergan, Word and Idea in Aquinas (Notre Dame: Notre Dame University Press, 1967); reimpreso en el vol. 2 de Collected Works of Lonergan (Toronto: University of Toronto Press, 1996). En esta obra, Lonergan rescata el significado de la esencia y su lento descubrimiento por Aristóteles y Aquino. 26 Para un recuento de la recepción del libro de Robinson y Eatwell, véase Marjorie Shepherd Turner, Joan Robinson and the Americans (Nueva York: Armour, 1990), 175-179. 27 Gordon, Macroeconomics, xxv, nota 4. 28 Gordon, Macroeconomics, 2. 23 24


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por concepto en este lugar? Sugiero que entiende un nombre al que la memorización y la familiaridad agregan referentes detallados durante el forcejeo del estudiante. Esta brega no deja resultados permanentes, a menos que el estudiante siga dándoles vueltas a los “conceptos” en los cursos superiores de manera que puedan aflorar en los estudios de posgrado, o incluso en la rancia comodidad del campo profesoral. El fenómeno no se restringe a la economía. Al inicio de cada año académico encuentro iluminador algo que he hecho con mis estudiantes de filosofía, como es discutir su reacción cuando les pido que repitan los exámenes que hicieron el verano pasado. Ya puede adivinar la respuesta. ¿Qué es, entonces, lo que entiendo por un concepto, por un concepto explicativo serio, tal como el que estamos persiguiendo con denuedo en estos capítulos? Quizás pueda apelar a la descripción con la que por lo regular, durante los pasados veinte años, he invitado a mis estudiantes de filosofía a que reflexionen detenidamente. Hay dos características de un concepto explicativo serio. El que el lector recuerde las semanas, meses, aun los años empleados —con hazañas de curiosidad y no solo con proezas de memoria— luchando por alcanzarlo. Usted es capaz, aun muchos años después, de referirse a él con coherencia, brillantez, mediante ejemplos, quizás por unas diez horas. Tal vez se sienta inclinado, por lo que he dicho, a dudar de que los conceptos serios y explicativos sean logros raros. Y, ciertamente, no pasan de generación a generación en píldoras compactas aprendidas. Considere, por ejemplo, el concepto explicativo serio de dinero. Galbraith, en su pequeño y entretenido libro titulado Money, Whence it Came, Where it Went, advierte al comienzo: “No hay nada sobre el dinero que una persona curiosa, diligente y de inteligencia razonable no pueda comprender. En las páginas siguientes no hay nada que no pueda ser comprendido en esa forma”.29 Con esto, seguramente, debo estar de acuerdo, al mismo tiempo que objeto la equívoca sugerencia de una comprensión plena; y espero que el que me lea esté de 29 John Kenneth Galbraith, Money, Whence it Came, Where it Went (Londres: Penguin, 1975, Introduction). Traducción al español de J. Jerrer: El dinero: ¿De dónde vino? ¿A dónde fue? (Barcelona: Orbis, 1983).


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acuerdo también con respecto a las siguientes páginas de este pequeño libro. Más adelante, en la misma página, Galbraith añade: Los entrevistadores de televisión, con la reputación de tener un pensamiento penetrante, por lo general inician sus entrevistas a los economistas con la pregunta: “Ahora dígame con precisión: ¿qué es el dinero?”. Las respuestas siempre son incoherentes. Los profesores de economía elemental, o de dinero y banca elemental, comienzan con definiciones de auténtica sutileza. Estas son luego cuidadosamente trascritas, memorizadas con esfuerzo y olvidadas con misericordia. Usted debe proceder en estas páginas sabiendo que “el dinero no es nada más ni nada menos que lo que usted siempre ha creído que es”.

El que procede así con el libro de Galbraith terminará con una perspectiva interesante sobre la confusa y errónea manipulación del dinero en la historia, especialmente en Norteamérica desde 1975. Pero no se generará ninguna comprensión seria de la naturaleza y la esencia del dinero, porque esta no se halla en oferta. Aquí se ofrece un comienzo para esa comprensión, especialmente en el tercer capítulo, donde el significado explicativo del dinero se anuda con el significado explicativo de los ritmos y auges de la economía.30 Los invito a tomar una posición muy diferente de la que Galbraith sugiere a sus lectores. Se trata de la posición de una curiosa y paciente expectativa de inesperados cambios de horizonte tales como los mencionados al

30 Vale la pena hacer énfasis, al final de este capítulo, en la idea que se elaboró al concluir el prólogo para presentarla en un contexto definido. El libro pretende ser un comienzo. Un nuevo tratado sobre el dinero ha de venir después, cuando aflore una recuperación dialéctica de las luchas del pasado y del presente (véase la nota 4 del epílogo). “Si se reconoce que el dinero puede actuar como un elemento perturbador, entonces el problema surge cuando se define cómo tendría que comportarse el dinero para permitir que los procesos reales del modelo del trueque no queden influenciados por este. Wicksel fue el primero en véase con claridad el problema y en acuñar un concepto apropiado, el dinero neutral […]; un caso interesante donde el valioso servicio del rendimiento de un concepto consiste en que prueba ser inoperante”. Schumpeter, History, 1088-1089. Lo que requiere un modelo dinámico es un concepto heurístico de dinero atrapado en una red que gradualmente, con enriquecedora consistencia, vaya cubriendo asuntos asociados con tópicos tales como tasas de interés, política monetaria, suministro de crédito, deudas nacional e internacional, ingresos de existencias, bonos, banca, corredores de bolsa, etc., y leyes de rendimiento decreciente de las finanzas.


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comienzo de este capítulo. La naturaleza de este cambio es un asunto profundamente difícil, pero el esfuerzo que hagan aquí para cambiar entonces de horizonte espero que convierta justamente en un tópico ese tópico, tan esencial como es en la necesaria transformación cultural requerida para una genuina ilustración económica. Basta de indicaciones. Quizás los he llevado a dudar de que la esencia de la cesta corriente de bienes sea tan esquiva como la esencia de la cesta artística de James Joyce,31 o que tengan aquí un cuenco de la mano tan esquivo como el deletreo con gotitas de agua que Helen Keller sintió en sus manos durante cinco incomprensibles semanas.32 Si es así, podrán advertir que el terror de la transformación33 trae consigo una gran variedad de disculpas disfrazadas. Con todo, espero realmente que usted y los demás lectores intenten escalar todavía las estribaciones de la montaña con las agarraderas del segundo capítulo.

James Joyce, The Dubliners (Londres: Penguin, 1976), 211-213. Esos acontecimientos de la vida de Helen Keller hacia 1887, a los que se refieren varias biografías, han sido captados con gran elocuencia en la película Miracleworker. El tema del descubrimiento de Helen del lenguaje se trata en McShane, A Brief History of Tongue, Axial Press, 1998, cap. 1. 33 Es preciso hacer una transposición del habla metafórica de las transformaciones y las neurosis, el terror y los monstruos, por una perspectiva explicativa heurística. Con todo, Jung esclarece el punto cuando escribe: “Si el ser humano es un héroe, lo es porque en el primer ajuste de cuentas no dejó que el monstruo lo devorara, sino que lo domó no una sino muchas veces”. Carl Jung, “The Relations between the Ego and the Unconscious”, vol. 7 de C. G. Jung, The Collected Works, London: Routledge & Kegan Paul, 173. Para unas reflexiones introductorias sobre las transformaciones ontogenéticas y filogenéticas, véase también Philip McShane, Process: Introducing Themselves to Young Christian Thinkers, Denver, CO: Mt. St. Vincent Press, 1990, caps. 3 y 4. 31

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EconomĂ­a para todos El capital justo se terminĂł de imprimir en Javegraf durante el mes de abril de 2018


Anábasis, colección de libros de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana, publica diferentes tipos de trabajos filosóficos en sus dos líneas editoriales. Investigación, la primera línea, alberga estudios originales y novedosos de autores actuales; la segunda, Traducción y Crítica, está compuesta por traducciones y ediciones críticas de obras de la tradición filosófica. Con sus diversos títulos, Anábasis busca contribuir al desarrollo de la filosofía.

Otros títulos de esta colección La democracia como forma de vida John Dewey Traducción de Diego Antonio Pineda Rivera

Su autor, el irlandés Philip McShane, desde hace varios años ha estudiado e implementado las ideas que originalmente Bernard Lonergan propuso y ha hecho la invitación a un cambio integral de mentalidad de los agentes económicos, locales y globales, de manera que tomen decisiones más sensatas para todos, que redunden en el nivel de vida de los individuos y las comunidades humanas. Economía para todos. El capital justo, que es de carácter introductorio, está escrito en un lenguaje sencillo, para que legos y especialistas lo puedan consultar.

Economía para todos. El capital justo • Philip McShane

Traducción y Crítica

La economía actual se basa principalmente en el análisis de un único flujo económico: el producto interno bruto que, como indicador, durante mucho tiempo ha sido el paradigma hegemónico. Como alternativa, este libro presenta una economía dinámica y más democrática que involucra un complejo de circulaciones. En un diagrama fundamental, se articulan dos grandes circuitos de la producción, con sus cruces e intercambios, a través de un centro decisivo de redistribución.

Philip McShane Economía para todos El capital justo Traducción de Francisco Sierra Gutiérrez y Jaime Barrera Parra

Philip McShane (1932), irlandés y residente en Vancouver (Canadá), es M. Sc., Lic. Phil, S. T. L. Obtuvo su grado en Teoría de la Relatividad y Mecánica Cuántica de la University College de Dublin y su doctorado en Filosofía en la Universidad de Oxford. Es profesor emérito de la Universidad Mount St. Vincent, de Halifax (Canadá). Es filósofo, matemático, teólogo, con estudios en física, biología, economía; también es músico y pedagogo. Sus libros más recientes, en los que plantea su paradigma económico y político, son Sane Economics and Fusionism (2010), El predicamento de Piketty y el futuro global (2014), traducido por Pedro Ponce Miranda y disponible en versión Kindle, y Profit: The Stupid View of President Donald Trump (2016). Traducción y Crítica


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