Nomastique #9 / Recetario

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Ciudad de MĂŠxico diciembre 2012 ma

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“El poeta se alimenta con galletas de luna“ Gómez de la Serna

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Receta Derrida

Camilo Martín Flores

1 Un urinario por aquí, un azar por allá: un artista ha nacido; un guiño por aquí, un gesto por acá: una intervención ha nacido; el arte por aquí, la revolución por acá: bienvenidos, queridos, al señoreo de Doña Puta Publicidad. 2 Ayuntose un alebrije a una libélula y ambos parieron lo sublime; ayuntose una quimera a un centauro y ambos parieron la belleza. Un imbécil se cogió a un terminajo y, en honor al onanismo, no pudo sino parirse a sí miso: Planeta Derrida. 3 Dicen las muchachas de mi pueblo que la única manera de evitar que las calabazas se amarguen y malogren es cortar primero las puntas y cebarlas: frotarlas contra el tronco de la propia calabaza; algo parecido habría que hacer con los hombres: cortarnos los huevos y frotarlos contra las ideas; cortarnos la cabeza y frotarla contra las ingles, con tal de no creernos de verdad aquella amargura de que somos seres divinos. 4 Anécdota de Basho. Un alumno del maestro poeta japonés quería hacer un un haikú: 1) libélula 2) le cortan las alas 3) un pimiento. Pero Basho corrige: 1) pimiento 2) le crecen alas 3) una libélula. Yo propongo: 1) unas alas 2) una libélula sobre un pimiento 3) la libélula se va, el pimiento se pudre, las alas vuelan hasta encontrar alguien capaz de seguir escribiendo haikús.

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5 Los hombres no pueden ser más que de dos clases: platónicos o aristotélicos. Borges lo dijo, Coledrige lo dijo, Plotino lo dijo… Y quien diga lo contario prueba simplemente que es un platónico recalcitrante, o quizá, un aristotélico. 6 Un copete + propaganda invasiva + un analfabeta (o quizá dos) = Presidente. Sí, bien, de acuerdo, pero quien esté libre de copete o de propaganda o de analfabetas, que tire (se tire a) la primera dama. 7 Dicen que Hilter leyó a Schopenhauer en las trincheras; y que de esas lecturas le vinieron tan extrañas ideas: las matazonas, los judíos, Carl Orff como el mejor músico del mundo mundial. La moraleja es clara: dad de beber sólo leche a los niños y Beethoven [evítense Nirvana y cualquier otro Radiohead transnochado] La mala música envenena el alma.

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Pasos hacia

Pablo Martínez Zárate

Siéntate frente a un árbol. Míralo. No lo pienses. La luz de la tarde Lo dota de magia. Cierra los ojos. Respíralo. No lo pienses, por piedad: Las ideas lo secan, Las ideas lo matan. Siéntate frente a él Y olvídate por unos segundos, Aunque sea, que eres un hombre,

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el sentido Un monstruo moderno, Que tus palpitaciones, Cada uno de tus sueños, Van al ritmo de aquel tirano, Engranaje de fantasmagorías, Que te sigue a donde quiera, Que te pisa la sombra Hasta esta esquina Donde nada importa Y contrario a tu angustia El árbol no te juzga, No te llama asesino Ni hermano, ni extranjero; Entonces Tampoco lo juzgues tú No lo llames bello No lo llames fuego Simplemente siéntate Cierra los ojos Y siéntelo. Tal vez así Con tan sólo unos segundos Veas con claridad Más allá de aquel cifrado nebuloso De su sangre y sus simulacros Al interior de ti Donde también vive la magia Y la misma luz De esta tarde Que baña todo lo que toca De sentido.

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Reprise

Oswaldo Trujillo

Repetirse al infinito hasta que las veces son una sola y la misma. Se prende el aparato y se deja que la canción suene una vez tras otra como un pequeño gesto de masoquismo en primer grado. Se escoge la pista y no hay más que sentarse a esperar y ver cómo los sonidos golpean los oídos hasta que resbalan por canales un poco más acuosos y volátiles, hasta que indiscreta se pasa la película del gesto irremediable, de la tarde en la Plaza, de las noches encamadas, o la de una tarde en que como ésta, te repetías maquinalmente la misma canción hasta sacarle brillo. Repetirse y toda la fortuna de la duplicación es una bendición moderna que habrá que agradecer a Sillicon Valley: la repetición instantánea, el shuffle, el ipod. A Sofía le pasó – porque de verdad le pasó – que de tanto oír y reventarse el tímpano y el martillo, justo en un instante entre la primera y la enésima reproducción, el timbre de su puerta sonó y ahí aparecía él: el del gesto irremediable, el de la tarde en la Plaza, el de las encamadas, los risueños rasguños, él en su timbre en su puerta el del gesto irremediable. Y aunque nunca se sabe si todo eso no es más que una gracia minúscula en la escala de las coincidencias, debemos apostar por una explicación más razonable, en la que la emisión monoaural de vibraciones cósmicas —la música es esencialmente materia vibrátil— realmente sacudió al tipo y entonces, como un resultado inevitable y científico éste se apostó en el timbre, el de la Plaza, el de las camas, el de los rasguños el de sutimbreensupuerta. Y si le resultó a Laura, yo ahora estoy esperando, mirando agitado, contando fatídicas las vueltas para que de alguna manera nuestros gestos vuelvan y estés tú en mi puerta o yo en la tuya, qué más daría la viceversa. Repetirse los días tampoco está de más y me repito también nuestros últimos. Me paso las fotos y las cartas, las leo y las releo, con un celo antiguo. Nuestros clérigos y antepasados tenían también sus propias mañas para eternizarse, a fuerza de tinta y de rezo. Se escogía una postura propiciatoria, las rodillas en tierra, las manos alineadas, con la espina doliendo de tan encorvada y luego daban rienda suelta a los murmullos. Las palabras dichas sin consonantes, las puras exhalaciones de aire en las que no hay

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distingo y se allegan de nuevo las vibraciones numéricas. De este tipo de apariciones están llenas las biblias. Santa Teresa pintada por Bernini en gesto exultante algo parecido espetó en su defensa: que de haberse repetido tanto el padre nuestro le salió al encuentro encarnado del mismísimo Espíritu Santo. Yo aquí, en cambio, durante la repetición veintiocho, no consigo ni un telegrama. No le envidian nada a los clérigos antiguos nuestras bendiciones modernas. Como esta cámara donde nos retratamos y ahora amplifico las diapositivas. En la presentación puedo mirar las instantáneas repetidas, recortadas, en pantalla completa, sentados, parados, besándonos con el fondo ratonero de Brujas, el puente colgante del Moldava, sentados, parados, besándonos, con el fondo de Munich, en catedral D F, sentados, parados, flash y postura mecánica, sonríes y yo sentado, parado, besándonos con el fondo blanco, transparente, borrosos. Muy al fondo nos arrulla nuestra canción ¿nuestra? y de otros tantos que compraron el disco. En la repetición treinta y cinco, no se asoma ningún aleluya. Repetirnos hasta el infinito (y esto ya lo he dicho antes) repetirme hasta el infinito. La repetición tiene sus límites, es verdad; porque si repito tu nombre, tu nombre no es, deja de ser y si digo como para invocarte las noches, y las repito: l a s n o c h e s ¿ves cómo suenan estúpidas así las noches? habría que decir: l a s n o c h e s, esas que no puedo decir solas porque entonces habría que lamer y respirar hasta comernos y meter mi puño completo en tu sexo y comenzar a morderte mi puño completo en tu sexo como las noches hasta jalar de ese hilo bobo que son las palabras y admitir que no queda sino repetir, repetir, repetir, porque ellas no vendrán, que de alguna manera nuestros gestos no volverán y no estarás tú en mi puerta ni yo en la tuya y quémásdarepetirsealinfinito, y de todo modos, todos lo hemos hecho, hasta que las veces son una sola, una sola y la misma.

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Matriarcado Susana Santoyo

No importa de quién sea la casa, siempre llego a la cocina a lavar mis manos. Lo aprendí en casa de mi abuela. Una llegaba, y de la tarja metálica llena, elegía y lavaba un par de platos luego de las manos, mientras platicaba con todas las que ya estaban ahí, algunas cortando, otras cerca de la estufa, algunas salían y entraban llevando cosas al comedor, unas pocas simplemente acompañaban haciendo coro en la conversación. Esa cocina estaba llena de muebles, que a su vez estaban repletos de vajillas incompletas, ollas de barro, cosas de peltre, madera y cajones con montones de cubiertos; algunas de esas cosas seguramente no habían sido usadas en años, pero ni si quiera mis tías se atrevían a desechar algo, todo eso era ya parte de una. Aún podría decir cuál había sido el plato de cada tía, cuál el favorito de mi madre y cuáles las tazas de mi abuelo. No sé si conozco muchas o pocas recetas, sé que me encanta cocinar, sobre todo cuando es para compartir, cuando pienso en una mesa llena, cuando recuerdo la puerta abatible que guardaba las risas de las mujeres que me enseñaron que la cocina es la entrada.

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Alejandra Alarcón http://caperucitalamasroja.blogspot.com portada, páginas 3, 6, 7, 9 y 10 César Antonio López http://cesarantonioartecontemporaneo.blogspot.com páginas 11, 14, 15 y 17

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