Nomastique # 14 / Guión

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Ciudad de MĂŠxico mayo 2013 iqu

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Filme americano: dos muĂąecos se disputan la atenciĂłn del pĂşblico. Orden impuesto a sus movimientos previstos. Museo de cera a todo color. R. Bresson

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La película perfecta....

Pablo Martínez Zárate

Sentado en una apacible banca del jardín de la paz, los pétalos del cerezo cayendo como nieve sobre su ya nívea cabellera, piensa en la película perfecta sobre Hiroshima. Vivió muchos años convencido de que después del mágico encuentro entre Resnais y Duras, otra película sobre el tema era impensable. Creía sin titubeos que, a diferencia del holocausto que seguía, siempre con los mismos tratamientos patéticos, recibiendo atención de un director tras otro (de un inversionista tras cada director), Hiroshima no había recibido atención alguna porque ya se había escrito, filmado y montado la película precisa sobre tan cruel e impenetrable acontecimiento (sin mencionar, por supuesto, los intereses políticos detrás de esta balanza). Sobre tal percepción, la influencia de su desbocada obsesión por Emmanuelle Riva es innegable. Pero hoy, ahí sentado, todavía obsesionado con Emmanuelle y otras actrices de su tiempo, mirando la flama incandescente que no se apagará hasta el desarme global (que no se apagará, pues, hasta después de que el mundo entero arda), la película se devela en su interior: Abre la mañana acompañada de una composición percusiva en taiko. TANtan-tan-tan-tan-tan--TAN-tan-tan-tan-tan-tan…. El cielo es claro. La cámara, en contra-picado y a nivel de tierra, vigila el paso de las nubes. Corte. Vista cenital desde el Enola Gay, las nubes se intercalan al mar que se desdobla miles de metros debajo. Sabemos que es un avión por el filtro concéntrico del radar, índice de una mirada entrenada para matar. Corte al Great Artiste, custodiando a la aeronave que encabeza la flota. Dejamos de ver el mar y la cámara se empeña en registrar la estela del Enola Gay, las ondas que éste provoca en la atmósfera: no vemos el avión, sino su incisión en el aire. 5


Los tambores progresan al tiempo que nos mudamos al punto de vista del tercer y último B29 (en el 45 todavía sin nombre y posteriormente llamado Mal Necesario), cuya función principal fue la del registro fotográfico del terrible hecho. Vemos a las otras dos aeronaves a la distancia, en un fuera de foco fantasmal. Regresamos al punto de vista del Enola Gay. Se acerca el segundo cero y los tambores incrementan su intensidad; saltan de seis golpes por compás a nueve, indicando el comienzo de la batalla. Ya no vemos el mar, sino la tierra. La ciudad que se devela como nunca nadie más la verá en la historia. Nos detenemos justo sobre el delta del Ota. Los taikos también se detienen en seco; los sucede un viento ligero, las ramas de los árboles, el trinar de algunos pájaros, el fluir del río. Sobre el fotograma estático del vuelo del Enola Gay, comenzamos a escuchar la voz de un niño pequeño; sus palabras son indescifrables, pero sabemos que juega por la risa intercalada entre ellas. Entran detalles de Little boy con cortes rápidos: sus aletas de cola, los alambres de interconexión, las antenas Archie en su robusta testa; cerramos con un acercamiento sobre su nariz metálica hasta fundir en negros. Ahí, escuchamos la aguda caída de este pequeño de 4.5 toneladas; piiiiiiiiiiiiiiiii iiiiiiiiIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIuuuuuuuuuuuuUUUUUUUUUUUUUUUU-----------llega a los 600 metros sobre la tierra, pasan de las 8:15 am; vemos el segundero del capitán Tibbets. El silencio inmediatamente anterior a la detonación es eterno: vemos rostros congelados de quienes están a la puerta de la muerte; niños de camino a la escuela, sus madres que los acompañan; padres andando hacia el trabajo o ya desempeñando su labor (obreros, ejecutivos, oficiantes); hombres y mujeres solitarios, persiguiendo la sombra del pasado; viejos en el parque, esperando; vemos el gesto final antes de que esa luz borre todo rastro de identidad. La película se desdobla sobre estos rostros, un campanazo con cada rostro, hasta regresar al silencio que reemplaza el último retrato. 6

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Negros. La risa de Harry Truman. La explosión no cabe en imagen ni en sonido. En este caso, una luz perfecta y aterradoramente blanca crece desde el centro de la pantalla hasta abarcarla en su totalidad; la acompaña un ruido rosa que crece en intensidad conforme el blanco cubre la superficie de proyección. Al llegar al final, después de por lo menos un minuto de esa saturación, un fade a negros nos introduce en el sonido de agonía de todos aquellos sobrevivientes. Los achaques resuenan en amplios galerones. No hace falta imagen para transmitir el dolor que transmiten los quejidos. Tras un periodo incierto, regresamos a la luz con el mismo fotograma aéreo de Hiroshima después de la bomba; en lugar de una ciudad, parece un desierto; después de unos segundos, una disolvencia al mismo ángulo hoy en día, la ciudad totalmente reconstruida. Entra ambiente sonoro de la ciudad.

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Corte a nuestro viejo soñador, quien se mira a la lejanía desde el tercer y todopoderoso ojo de la cámara. Un acercamiento paulatino, regresan los taikos, ratatántantántantán; comenzamos con un gran plano abierto de su imaginar bajo el cerezo; los turistas se revuelven a su alrededor mientras él conserva su mirada perdida en la flama, ardiendo en primer plano; atravesamos el fuego y seguimos sobre el agua de la fuente, a través de la explanada hasta terminar en un acercamiento de sus ojos grises; las comisuras se arrugan, anunciando una sonrisa. Bajamos lentamente a sus manos, deformes de nacimiento, y vemos cómo las entrelaza con suavidad. Corte a blancos, muere el taiko, un campanazo de la paz …. y …

Foto: Pablo MZ. Hiroshima, 2013.

FIN.

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Autorretrato Pilar Morales … Deconstructing Harry. Para ser más precisos, la escena en la que el personaje, sentado frente a su terapeuta, revela ansiosamente sus secretos. La cámara, fija. Colocada por encima del hombro del terapeuta, como agazapada, pero atenta. Para que justo cuando éste le diga a la mujer: “Entonces la escritura salvó su vida”, en un travelling de avance, estalle en interés y capte toda la agitación del personaje. Este acercamiento deberá reproducir el modo de actuar de una persona que abre los ojos en señal de estupefacción y que, debido a lo mórbido de la situación, ansíe no perder detalle de lo que está escuchando. Debe haber manoteo del personaje y cambios de posición en la silla. (El montaje, molesto. Tan sin pulimento que represente el pestañeo de unos ojos tan abiertos que no quieren cansarse de mirar aunque, lo saben, deberán hacer un gran esfuerzo para mantenerse sincronizados con los oídos. La secuencia de imágenes deberá ser tan rápida y fragmentada como la forma de hablar de la mujer.) Irremediablemente debe sobrevenir un nuevo plano que coloque al terapeuta como centro de la escena. En este momento, la cámara debe perder todo interés en la mujer. (O dejar la cámara en el mismo lugar y luego, cuando la mujer haga La Confesión, meter un travelling de retroceso, lento, lentísimo, para mostrar cómo la cámara se asusta, como si estuviera frente a un monstruo.) Justo cuando estoy escribiendo esto, Pedro, que ha estado a mis espaldas leyendo sin que me dé cuenta, dice: “¡Qué va! Si eso es para una biopic, revisa la escena en la que, en Julie& Julia, la muchacha está tirada y pataleando en el piso de la cocina porque no es capaz de rellenar un pollo.”

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Calistenia

JS Martín

-!Vuelva Calistenia! !Vuelva aqui! Algunos saludan fascinados, otros abren paso al acercarme y al dispersarme murmuran cuando doy la espalda. -¿Para donde ira? Me lleva la misma noche sin dirección alguna a la misma parte. Rodea de rosetones de plasma la línea dispar de parapetos por donde los orificios interiores del lenguaje común se atasca. Cae en las aristas de la timidez que soy a pedazos de personas que aparento ser en una edad que no tengo. Varios difuntos hacen fila y algunas tímidas cochinillas de Indias sin mofa, sin noche, se olvidan de los malos tragos, de los antídotos o de cualquier posada insuficiente. Delante mío sin querer sobrepasarme, se descamina un acampado de luces rojas intermitentes y desde adelante sin mirar para atrás o dar la vuelta me miran, reconociendo este ser analgésico que proyecta las alas perforadas del derrotero de las nuevas generaciones perdidas. Sin tiempo para lustrar mis ojos y redoblar la fractura del espacio, sin mas cuerda para afinar mis oídos, sin mas remedio dirijo lo que queda de mi, las manos frías y las orejas calientes, tranquila, hacia un recoveco claro en algún rincón solo para mí. ¿Dónde fueron a parar los trompicones de la fuga, el murmullo y la presunción del quebranto, el remordimiento maravilla? Los cuernos púrpura del firmamento enhebran nubes de rojo pestífero, las paredes y las fachadas blancas se tornan rosa como algodones de azúcar. Mi prieta festividad surca esta ciudad desolada. El aire con su ejército de cristales de nieve y gotas minúsculas de agua confirma que la lluvia se estrena esta noche en las fotos que toman desde cualquier azotea del cielo. Los faros y los proyectores enarbolan sus tentáculos de diamante y lentes de aumento. De vapor ocre las manchas de los vidrios se reflejan en los charcos negros; la variedad del azul blancuzco sobrevive a al desborde de riachuelos moribundos. Voraces mis 12

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pensamientos se desmoronan en gotas de rocío, se salpican de sangre en el gozne de las arterias que colapsan, se hierven en el caldo de cultivo que momifica el tuétano de mis huesos, emergen repentinos en la piel sin pulso como gusanos de guayaba. El relleno nacarado que astilla el eje de mi cuerpo es un pelotear estéril de vasos capilares quebrados. Falsa kinestesia de un esquema corporal sin equilibrio ni armonía motriz. Si camino como un primate del pleistoceno, si avanzo como una fragancia coja o un pececillo de escarcha que aletea terco en la ausencia de agua, no es culpa mía. Funcionarios públicos, contratistas, asesores sociales, abogados matrimoniales, concubinas de todo tipo, de despacho en despacho, surcan las calles y pasan a prisa las puertas que no tienen tiempo de cerrarse, los deslenlenguados cafés y las posturas enajenadas del sueño se acartonan en los gestos repetidos de todos los días a la misma hora en la misma parte y no me dejan articular bocado o arañar un paseo en blanco. Las sonrisas injuriosas del callar, la apariencia de no ver el tacto y cuando es inevitable el saludo, devolver cortesías, los visos de palmadas y abrazos simples. El rigor del oxígeno corporativo. Ánimas de gasolina que pululan en parques estrambóticos, acuchilladas sombras de fuego de aquel o aquella que se instala fuera de sí y le da nombre y vida al baile entre llamas del soplido cotidiano, ese pregón de intercalados infortunios, desgracias y calamidades, esa zalamería de chistes agridulces, refranes y ademanes de desprecio en unas manos buscando una boca, en unas quijadas buscando una caricia, en una entrepierna anhelante. Soplidos que calientan las quimeras que eyaculan una muerte vulgar bajo las enramadas de melcocha con sus mariposas de naftalina y la dedicatoria vaporosa del coco cuando en la madrugada se aferra a los ganglios de los niños de los orfelinatos. Largos lengüetazos, retorcijones de vientre, trocan el calcetín del ombligo en un temblor de pómulos diluidos en la pira de la templanza cárnica. Mi deseo no se esfuma si mezcla lo no deseado, el cobijo y la voracidad justas para animalar el calor centrífugo de mi vida es ese empeño reiterativo de inocencia. Las semillas del agua fría, el abono monstruoso del paso de los años, el exiguo clamor de una piel para el ardor, de un espacio para el desnivel trastocado y el vago verdear en cenizas de oro, en despojos heredados dejados a secar en las terrazas y la ciudad de pizarras repujadas, astillas y ranuras escupen en ayunas 13


mis ojos, circunvalan varias pruebas de supervivencia para soltarle los cordones a mis pies, para desanudar las espinas que la mitómana vigilia trata de fusionar en un solo aparejo óseo. La noche se alinea con la luna sacudiendo su caspa representada por muñones, moños y grumos de la prolongación de la fiebre ancestral en un universo de pepas negras escurriendo del coladero que son mis ojos. Contagiosa e hipnótica, permanente e interrupta la noche disloca el sabor consumado ¿Cómo negar a los rastreadores de carne tibia la copula feroz, el suministro radial, lo previsible de la apertura de mi sumiso desenfreno? No dejaré de delinquir por el amor a la reanimación de las almas, permitiré disfrazar a mis monstruos con el líquido necrótico de la respiración y no me inmiscuiré con los ayunos de otros ni con sus comarcas volcánicas, sólo mis espectros hematómicos marcados con saliva arrastrarán su cola como una misiva que enfunda centímetros de más a mi introspección desmenuzada, a mi adobo hipertenso. De aire vigilante, raquíticas y cojas, las palomas tímidas del anochecer acercan el pico al suelo, picoteando el vacío. -Puede que mañana no quede ninguna y tengamos que recurrir a la importación clandestina. -Hay que hacerse a la idea o salir corriendo. Granizadas y turbulencias, remojos y vientos de cloro, derrumbes amoniacos de la cúpula celeste son los corsarios de la confabulación de la naturaleza y poseen un aire de seriedad repetitiva que me hago de la risa. -Los sobrevivientes quedaran calcinados en lo verídico. Continuará...

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Rubén Morales http://www.facebook.com/NadaEsAlgo portada, páginas 10 y 11 Emilio Reyes http://goatbox.tumblr.com/ páginas 3 y 4 Blanca González http://vimeo.com/user16746698 http://mesadegrafica.blogspot.mx/p/blanca.html páginas 15, 16 y 17

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PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN EROTICAETOBSCENA Y EXHIBICIÓN/VENTA DE SERIGRAFÍAS 25 DE MAYO / 18:00 - 22:00 HRS. ATEA / TOPACIO 25 / COLONIA MERCED


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