El origen de las especies

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El 24 de Noviembre de 1859 se publica el “Origen de las especies”. La portada de la primera edición del “Origen…” dice: “On the Origin of Species by means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life” La traducción española de la obra es: “Del origen de las especies por medio de la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”. Dice Darwin de su obra: “No dudo de que es la obra esencial de mi vida”. La primera impresión, de 1.250 ejemplares, se vendió el mismo día en que salió al público; una segunda, hecha poco después, de 3.000 ejemplares, alcanzó igual acogida. En 1876 se habían vendido en Inglaterra 16.000 ejemplares, número considerable teniendo en cuenta lo abstruso del asunto. Se ha traducido a casi todos los lenguajes conocidos, sin olvidar el bohemio, el ruso y el japonés; en el idioma hebraico se ha hecho un resumen, asegurándose que el Antiguo Testamento ya acogía la teoría”.


En quince capítulos (más de 600 páginas) desarrolla Darwin su teoría, dividiéndola en cuatro partes. La primera parte la titula “La variación y sus leyes”. El primer y segundo capítulo los dedica al estudio de la variación en la domesticidad y en el estado natural. Realizó sus propios experimentos criando conejos y palomas: “En la idea de que siempre es mejor estudiar un solo grupo, me he dirigido, después de pensarlo mucho, a las palomas domésticas. He criado todas las razas que pude comprar u obtener de alguna otra manera, y también me han ayudado los envíos de pieles de diversas regiones del mundo”. Como la amplitud de variación en las palomas es enorme (más de cien), concluye Darwin: “La clave está en el poder del hombre para aumentar la selección: la naturaleza produce constantemente modificaciones y el hombre las dirige en determinadas direcciones que le son ventajosas. En este sentido se puede decir que él mismo ha creado las razas rentables”.


Los capítulos III, IV, y V, de la primera parte del “Origen…” están dedicados a la “Lucha por la existencia”, “La Selección natural” y las “Leyes de la variación”, respectivamente, constituyendo el núcleo fundamental de la obra. Dice Darwin: “Ya hemos visto que entre los seres orgánicos en estado natural ocurre cierta variabilidad individual. Podría preguntarse cómo es que las variedades de ese tipo que yo he llamado especies incipientes se convierten al cabo en especies verdaderas y definidas, que en la mayoría de los casos difieren una de otra más que difieren las variedades de una misma especie; y cómo se producen esos grupos de especies que constituyen lo que se denomina géneros separados y que se apartan más entre sí que las especies del mismo género. Todos estos resultados se derivan de la lucha por la vida. Debido a esta lucha por la existencia, toda variación, por ligera que sea y proceda de la causa que proceda, si resulta en el menor grado favorable a un individuo de cualquier especie en sus relaciones infinitamente complicadas con otras criaturas orgánicas y con sus condiciones físicas de vida, propenderá a la preservación de ese individuo, cuya descendencia lo heredará generalmente. De este modo tendrá también la descendencia mejores probabilidades de supervivencia, porque ha de saberse que, de los muchos miembros de todas las especies que nacen periódicamente, sólo sobreviva un corto número”. “Estudiándolo detenidamente, he denominado este principio, por el cual toda variación, no importa lo ligera que parezca, se conserva si es de utilidad a los individuos, el principio de la Selección Natural, para señalar así su relación con la facultad de selección que tiene el hombre. Hemos visto que el hombre puede por la selección producir resultados extraordinarios y adaptar a sus propias conveniencias seres orgánicas por medio de la acumulación de variaciones, ligeras, pero útiles, que la Naturaleza ha sometido a la acción de sus manos. Pero la Selección Natural, es una energía lista continuamente a actuar, y desde luego inconmensurablemente superior a los débiles esfuerzos del hombre”.


Al hablar de la “lucha por la existencia”, Darwin tiene muy presente las ideas de Thomas Malthus (Essay on the Principle of Population, 1798): “Necesariamente tiene que producirse la lucha por la existencia dada la proporción elevada a que propende el aumento de todas las criaturas orgánicas. Por esta razón, produciéndose más individuos de los que pueden sobrevivir, ha de ocurrir en cada caso una lucha por la vida, ya entre dos miembros de la misma especie, bien de éstos con los seres de distintas especies, o con las condiciones físicas de vida. No hay excepción a la regla de que todo ser orgánico procrea en proporción tan elevada que, si no se diera la destrucción de sus individuos, el globo terráqueo estaría cubierto por la descendencia de una sola pareja. Considérase al elefante como el generador más lento entre todos los animales conocidos: me he dedicado a calcular la proporción mínima probable de su desarrollo numérico actual, situándome en la base de que empieza a procrear cuando llega a los 30 años y no cesa hasta los 90 de su vida, dando en todos esos 60 años nada más que seis hijos, en tres parejas: pues a esta proporción, al fin de la quinta centuria habría quince millones de elefantes descendientes de la primera pareja”.


En los capítulos IV y V, “La Selección Natural” y “Las leyes de la variación”, escribe Darwin sobre la selección sexual, el cruzamiento de individuos, la divergencia de caracteres, la aclimatación, etc. Hoy sabemos que la variación sobre la que actúa la selección natural proviene de la recombinación genética y de la mutación, pero hay que tener en cuenta que los trabajos de Mendel, publicados en 1866, no fueron leídos por Darwin ni por el resto de la comunidad científica hasta que hacia 1900 fueron descubiertos por De Vries, Correns y Tschermak.

La segunda parte la dedica Darwin en sus capítulos VI, VII, y VIII, a las “Dificultades de la Teoría”, “El instinto” y el “Hibridismo”.

Dice: “Primero. Si las especies han descendido de otras especies por gradaciones manifestadas insensiblemente, ¿por qué no vemos aquí y allá, en todas partes, innumerables formas de transición? ¿Por qué no es todo confusión en la Naturaleza, en lugar de acusarse las especies tan bien definidas como las conocemos? Segundo. ¿Es posible que un animal dotado de la estructura y de las costumbres del murciélago, haya sido formado por la modificación de un animal de hábitos absolutamente diferentes? ¿Hemos de creer capaz a la selección natural de producir órganos de tan escasa importancia como la cola de la jirafa, que actúa de matamoscas, y de producir también, por otra parte, órganos de estructura tan maravillosa como el ojo, cuya inimitable perfección todavía no hemos llegado a comprender por completo? Tercero. ¿Pueden adquirirse y modificarse los instintos por medio de la selección natural? ¿Qué habremos de decir de instinto tan sorprendente como el que lleva a las abejas a construir celdas, el cual se ha anticipado positivamente a los descubrimientos de los sabios matemáticos? Cuarto. ¿Cómo puede explicarse el hecho de que cuando las especies se cruzan resulten estériles y produzcan descendencia estéril, en tanto que si son las variedades las que se cruzan no queda afectada en nada la fecundidad de los individuos?


La tercera parte del “Origen…” trata de la “Imperfección de los datos geológicos “(IX). Dice Darwin en relación al “lapso de tiempo”: “Independientemente de que no encontremos restos fósiles de eslabones infinitamente numerosos, puede objetarse que no ha transcurrido tiempo suficiente para una tan grande cantidad de cambio orgánico, al haberse efectuado todos los cambios lentamente. Quien pueda leer la gran obra de Lyell (Principles of Geology) y aun así no admita la enorme duración de los períodos de tiempos pasados, ya puede cerrar este libro”.


El capítulo X lo dedica a la “Sucesión geológica de los seres orgánicos”, tratando de la “lenta y sucesiva aparición de especies nuevas”, de las “afinidades de las especies extinguidas entre sí y en relación con las especies existentes”, etc. Hace al final un resumen de los capítulos IX y X: “He intentado demostrar que el registro geológico es extremadamente imperfecto; que sólo una pequeña proporción del globo se ha explorado geológicamente; que el número de ejemplares conservados es como nada comparado con el número de los que deben haber desaparecido; que debido a que la subsidencia es casi necesaria para la acumulación de depósitos ricos en fósiles y suficientemente gruesos para resistir a la futura degradación, deben haber transcurrido grandes intervalos de tiempo entre las formaciones sucesivas, y que probablemente ha habido más extinción durante los períodos de subsidencia y más variación durante los de elevación, cuando el registro se habrá conservado con menos perfección; que cada formación aislada no se ha depositado de manera continua, que la duración de cada formación es probablemente corta comparada con la duración media de las formas específicas; que la migración ha desempeñado una parte importante en la primera aparición de formas nuevas en una región determinada; que las variedades debieron al principio ser locales; y , finalmente, aunque cada especie debe haber pasado por numerosos estadios de transición, es probable que los períodos durante los cuales cada una de ellas sufrió modificación, aunque largos si se miden en años, han sido cortos en comparación con los períodos durante los cuales cada una de ellas permanecía inmutable. Estas razones explicarán en gran medida por qué, aunque encontramos muchos eslabones, no hallamos interminables variedades que conecten entre sí todas las formas extinguidas y actuales mediante los pasos graduales más suaves”.


Los capítulos XI y XII los dedica Darwin a la “Distribución geográfica” (recordemos que Darwin no conocía la “teoría de la tectónica de placas” ni las hipótesis de Wegener sobre la “deriva continental”). Dice en ellos: “Al considerar la distribución de los seres orgánicos sobre la faz del globo, el primer gran hecho que nos sorprende es que ni la semejanza ni la desemejanza de los que habitan en varias regiones puede explicarse completamente por las condiciones climáticas u otras condiciones físicas. Si comparamos Australia, Suráfrica y Suramérica occidental entre las latitudes 25º y 35º, encontraremos regiones extremadamente similares en todas sus condiciones, y sin embargo no sería posible señalar tras floras y faunas que fueran más completamente diferentes”. “Un segundo hecho relevante es que las barreras a la libre migración están relacionadas de un modo directo con las diferencias entre las producciones de varias regiones. Vemos esto en la gran diferencia en casi todas las producciones terrestres del Viejo y del Nuevo mundos, con excepción de sus regiones septentrionales, donde la tierra casi se une y donde, bajo un clima ligeramente distinto, puede haber habido libre migración para las formas templadas del Norte”. “Un tercer hecho importante es la afinidad de las producciones del mismo continente o mar. El naturalista, al viajar de Norte a Sur, nunca deja de verse sorprendido por la manera en que sucesivos grupos de seres específicamente distintos, aunque muy afines, se sustituyen unos a otros. Las llanuras cercanas al estrecho de Magallanes están habitadas por una especie de Rhea, y al Norte las llanuras de la Pampa por otra especie del mismo género [ñandú], y no por un avestruz o un emú como los que viven en África y Australia en la misma latitud. En estas mismas llanuras vemos la paca y la vizcacha, roedores que tienen casi las mismas costumbres que nuestras liebres y conejos pero de estructura típicamente americana. Ascendemos a los Andes y encontramos una especie alpina de vizcacha; si observamos las aguas no veremos el castor o la rata almizclada, sino el coipú y el capibara, roedores del tipo suramericano”.


Como ejemplo de especialización debida a la modificación del clima y al aislamiento geográfico, puede mostrarse el caso de los abetos circunmediterráneos. El Abies ancestral podría ser el antecesor de los actuales Abies alba Mill. ,que se extiende desde el Pirineo por Europa del Norte y Central; el Abies pinsapo Boiss., de la Serranía de Ronda; el abeto de las montañas del Rif en Marruecos Abies marocana Trabut; el de Argelia Abies numidica Carrière; el de Sicilia Abies nebrodensis (Lojac.) Mattei; el de Turquía Abies silícica (Aut. & Kotschy) Carrière; el del Cáucaso Abies nordmanniana (Steven) Spach, y el de las montañas de Grecia (el Parnaso) Abies cephalonica Loud.


La cuarta y última parte del “Origen de las especies” la dedica Darwin, en primer lugar (capítulo XIII) a las “Afinidades mutuas de las criaturas orgánicas. Morfología. Embriología. Órganos rudimentarios”. Cuando se refiere a los “caracteres analógicos o adaptables” dice: “Según la teoría que defiendo de que los caracteres tienen importancia verdadera para la clasificación solamente mientras revelen la descendencia, podemos comprender con toda claridad por qué razón carecen casi de valor para el sistemático las peculiaridades analógicas o adaptables, no obstante ser de la mayor importancia para el bien y la felicidad del individuo: porque los animales que pertenecen a dos líneas de descendencia totalmente distintas pueden adaptarse con facilidad a condiciones semejantes; pero tales semejanzas no revelan, antas bien, tienden a ocultarla, su relación de consanguinidad con sus propias líneas de linaje, de genealogía”.


El capítulo XIV lo titula Darwin “Contestando objeciones”. Dice: “Se han presentado a mi teoría del origen de las especies por la selección natural objeciones, algunas de las cuales he de pasar en silencio porque proceden de naturalistas o de autores que no se han tomado la molestia de comprender el asunto, mejor aún, que no les importa nada no comprenderlo para discutir mis opiniones; otras, dignas de que yo las aclare, con lo que también quedará más aclarado lo que hubiere parecido o resultado oscuro en las páginas precedentes”. En unas cincuenta páginas contesta toda una serie de objeciones hechas a aspectos parciales de su teoría, objeciones que hoy día son irrelevantes.

El capítulo XV y último lo titula “Recapitulación y Conclusión”. Podemos citar como colofón: “Aunque estoy plenamente convencido de la verdad de las opiniones dadas en resumen en este libro, no espero de ninguna manera convencer a experimentados naturalistas cuyos ánimos están repletos de una multitud de hechos, todos juzgados, durante muchos años, desde un punto de vista directamente opuesto al mío”. “Es recurso tan fácil ocultar nuestra ignorancia en expresiones como las de “plan de creación”, “unidad de tipo”, etc., y pensar que damos una explicación no haciendo otra cosa que volver a enunciar un hecho. A los naturalistas dotados de flexibilidad de inteligencia y que ya han empezado a dudar de la inmutabilidad de las especies, acaso les produzca impresión este libro mío; pero tengo puesta la confianza en el porvenir, en los naturalistas jóvenes y afanosos que han de mirar y estudiar con imparcialidad los dos lados de la cuestión. Quienquiera se deje llevar por la opinión de que las especies son mudables prestará gran servicio exponiendo conscientemente su convicción, porque sólo de esta manera podrá desaparecer el lastre de prejuicio que pesa abrumadoramente sobre este asunto”. “Todas las cosas vivientes tienen mucho en común: en su composición química, en su estructura celular, en sus leyes de crecimiento,….. en todos los seres orgánicos es necesaria la unión de la célula elemental del macho y de la hembra para la producción de un nuevo ser. Por eso, el individuo orgánico procede de un origen común”.



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