buen estado, seguramente fueron bonitos en su momento. Desde luego eran de buena calidad… Hasta me atrevería a añadir que comprados en la ciudad.” La anciana ha conseguido llegar hasta el lugar con no pocos esfuerzos. Intenta decir algo pero respira con dificultad. Por fin consigue recuperar el aliento, y en un supremo impulso, como si liberara una pesada carga, un oscuro secreto que ha llevado consigo casi setenta años, las palabras salen de su cavernosa garganta: “Esa era mi maestra”, jadea, “mi maestra”.