La luz lechosa de la mañana
luchaba por abrirse paso a través del oscuro cubículo. Sentía frío, un frío húmedo que le traspasaba los huesos y se quedaba allí, dentro, muy dentro de su cuerpo, hasta congelar también su mente y su corazón. Hacía varios días que ya no pensaba nada coherente. Sus pensamientos eran un vaivén de ideas inconexas, de imágenes, de rostros sin nombre… Había perdido la noción del tiempo, y los días se hicieron semanas, y las semanas meses, y los meses años, años, años…