La encuesta, el sentido y los amuletos -Mariana Rodríguez Iglesias

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La encuesta, el sentido y los amuletos Texto que acompaña ¿Cuántos granos de arroz hay en tu mano? Obras de María Lightowler en Casa Florida, agosto de 2015

1. La encuesta Algunas personas tenemos esa bendita costumbre de hacerle la misma pregunta a diferentes personas. El hábito tiene algo de una voluntad sociológica y mucho de la absoluta curiosidad que la humanidad, en su diversidad pero también en sus coincidencias, nos produce. Últimamente, la encuesta que estoy haciendo apunta a descubrir ese primer recuerdo personal de estar en contacto con “algo” artístico. Y digo “algo” porque estoy convencida que el arte no sucede en las obras de los artistas únicamente, sino que lo podemos encontrar en la mirada que le proporcionamos a la vida. Entonces, “arte”, en este sentido, es ante todo una perspectiva y un sentido (o, como veremos más adelante, la falta de él).

El arte, se sabe, ordena el vacío a través de la sublimación que supone entrar en relación con el medio simbólico. En cualquiera de sus formas de aparecer (hoy más multiplicadas que nunca), el arte genera una salida feliz a la tendencia de nuestros pensamientos de la vida cotidiana, nos proporciona un “entreparéntesis” de la significancia que, a todas luces, sigue otra lógica. Se supone que está puesta entre paréntesis garantiza la suspensión de la angustia de estar vivos, pero al mismo tiempo, es la contraparte de una negociación con el sentido en el que dejamos de querer comprenderlo todo para entregarnos a un conocimiento previo, o al margen, del lenguaje.

2. El sentido perdido María Lightowler, la autora de las obras que Ud. está disfrutando en esta exposición en Casa Florida, también pasó por mi cuestionario. Su respuesta la pensó unos pocos segundos como si no tuviera que buscarla mucho pero, al mismo tiempo, con una sorpresa que evidenciaba ser la primera vez que se lo preguntaba. Compartió conmigo la imagen a caballo de una sonrisa: “un libro de Haikus que estaba en la casa de un amiguito al que volvía siempre que podía, pero del que no parecía entender nada aunque tampoco podía dejar de mirar, una y otra vez”.

Es curioso como las escenas se rearticulan en los recuerdos. Lo que de grandes decimos no comprender, de chicos simplemente podía atraernos. Sin la mediación del sentido como obligación, ese policía que de grandes nos pisará los talones y respirará en nuestra nuca. Porque cuando crecemos y aprendemos que a cada cosa se le debe dar una palabra un lugar, un concepto cerrado, el terreno de lo ambiguo o lo que está al margen del lenguaje queda relegado a un lugar opaco, aunque bien mirado maravilloso y exclusivo: el del arte. Buscamos el sentido, cuando está delante nuestro, y elegimos el placer de los intersticios cuando el significado se nos escapa voluntariamente.


Pero, ¿qué pasa cuando el sentido de lo que hacemos se pierde? ¿quedan más opciones que postergar el hacer? ¿cómo seguir adelante cuando la prepotencia de la acción se vuelva un infierno? ¿qué camino queda si la crisis carcome la actividad del artista, donde hay mucho de voluntad propia, de ideal como faro y la promesa de llegada como algo que puede posponerse? La exposición que Ud. está viendo hoy tiene todo que ver con el sentido. Es, de hecho, una historia con una estructura épica, de pérdida y recuperación del significado. Es este un tránsito que muchos artistas hicieron en su vida y que apunta a la pregunta central de “¿para qué seguir pintando?”.

3. Los amuletos Muchas veces las crisis más productivas -aunque sólo lo sepamos al final del proceso- son aquellas que nos hacen estallar en mil pedazos. La unidad que creíamos ser se rompe y cada uno de esos fragmentos nos devuelve algo propio, bien nuestro. A veces viajamos lejos para recuperarnos, pero terminamos circulando por lugares conocidos. A veces vamos contra la corriente. Otras veces esa recuperación se consigue con pasos pequeños y metas cercanas.

María estaba transitando una de esas crisis que la lleva a remar contra su propia corriente de pintora; viaja a París para terminar pasando horas frente a las obras que había visto tantas veces en libros; y en en esa comunión de tiempos y oficios vuelve a encontrar el placer del gesto pictórico, del empaste de la materia y el carácter de una pincela, o la textura de lo involuntario que se desliza más allá del marco. Esta experiencia contemplativa, profundamente íntima, va recomponiendo el tejido del deseo y pintar, vuelve a tener sentido. A partir de este reencuentro, nuestra artista y protagonista de esta historia, comienza una práctica personal que sostiene por más de tres años. En apariencia es algo menor, como de diario íntimo, pero absolutamente fundamental: pintar sobre hojas de libros de cuentos, desarrollar un tipo de comentario cromático que rompa la relación con el texto, garabatear fantasías que modifican de alguna manera el clima original de las hojas. Esta actividad se convierte en su espacio de descanso de las elucubraciones y especulaciones del mundo del arte. Al mismo tiempo, en tanto paréntesis, estas pinturas breves son amuletos. Objetos portátiles al que María les descubre un poder mágico ya que son capaces de darle un poder increíble, mientras los tenga cerca: el poder de seguir creyendo en el hacer artístico.


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