Comentario de Santo de palo de Pedro Salinas

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Comentario literario de “Santo de palo� de Pedro Salinas


SANTO DE PALO ¿Quién escogió aquel árbol, de entre todos? ¿Qué mirada, en silencio, dijo: Ése? ¿Qué hacha le libró de la conforme servidumbre selvática, de la insensible pena de ser bosque? Ahora a sus pies arden las llamas, llamas menudas día y noche; por cada llama alguien quiere una cosa. de aquellos mismos campos donde estuvo, vienen sus hermanos menores, exquisitas criaturas, las flores; se le apiñan allí junto, en los búcaros. Un hálito que brota de sus cálices, un frescor que traducen de los cielos, le dicen delicadamente que abril ya llueve. “Nosotros, pecadores,

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sí, por nosotros reza, pecadores” Trascendida madera, si ahora le devolvieran a su suelo, allí entre sus hermanos arraigados, que empiezan a echar hoja, a él, sin raíces, y su tronco, de oro, todo y colores, de humanidad, su tronco disfrazado, sus familiares de antes, vegetales, con voces de extrañeza le hablarían. “¿Quién eres tú? ¿Dónde tus ramas, dónde las hojas que solías? ¿No sientes ya que el viento te hace música? ¿De dónde te sacaron la mirada y su tristeza? ¿Dónde están tus nidos? ¿Los pájaros, te quieren? ¿Vienen en ti a vivirse, todavía?” “Nosotros, pecadores, sí, por nosotros reza, pecadores.”

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Soy santo. Mis raíces son la vida y la muerte de un hombre de hace siglos. Soy su carne, sin carne. Ni mi cuerpo ni el suyo de pecado supieron; así, iguales. Mi cielo no es el vuestro, está más alto. Hombres, mujeres, vienen, se me hinojan, hablan bajo; yo entiendo y no los oigo. Alzan a mí miradas tan profundas que las siento con algo que no es mío, que no es vuestro, es de él. Separado nos han, hermanos vegetales, ya de tanto rezarme, ya de tanto quererme. Vuestro hermano aún soy en las entrañas sordas de la materia primitiva. De vosotros me siento cuando el calor de agosto, entre mis fibras me chasca la pintura. Pero alguien entre vetas y nudos,

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como los vuestros, que en ceniza acaban, me ha encendido arder que no termina, luz de inmortalidad: me ha puesto un alma. Susurros suplicantes allí a mis pies, el aire de los rezos, ese es mi viento. Y las almas, ahora, son mis pájaros. PEDRO SALINAS, Todo más claro

COMENTARIO LITERARIO El texto que nos ocupa desarrolla un tema de escasa tradición poética en la literatura española, un tema que podríamos resumir como la transformación de la materia, expuesto en un poema de corte dialogado, que presenta la siguiente estructura: 1.- Introducción (1-5).- El poeta pregunta por la tala de un árbol, en general. 2.- Del verso 6 al 17 hay un primer momento de acercamiento, con un elemento, las “llamas menudas” que, en principio, poco nos sugieren. 3.- Segundo momento de acercamiento (20-35); aparece la segunda pista, la “trascendida madera” que podría provocar extrañeza en sus hermanos los vegetales. Estos versos preludian un hipotético diálogo.

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4.- Diálogo que se produce en los versos 34 a 68 entre la madera, ya convertida en la persona del santo, y las criaturas de la naturaleza que ya no lo reconocen. Entre la 2ª y la 3ª y la 3ª y la 4ª partes se introducen, a modo de paréntesis, dos versos, los mismos en ambos casos, que sirven de ambientación acústica, que sitúan al lector en ese ambiente de recogimiento de las iglesias españolas de una época ya pasada. Son las palabras del Padrenuestro, repetidas una y otra vez en los rezos del rosario, cita a la que diariamente acudía la feligresía, especialmente la femenina. Estos versos se constituyen, de esta manera, en la señal de aviso del paso de un momento a otro en la transformación de la materia en otra cosa más trascendente. De los dicho hasta aquí no parece haber dudas de que por el contenido el poema se desarrolla en tres planos: el del poeta, el de los fieles y el de la madera trasformada y trascendida. Desde el punto de vista fonológico-métrico, y en general para todo el poema, el autor se ha situado en una corriente de libertad y versolibrismo que había sido retomada por el Modernismo desde el Romanticismo, y que tanto uso tendrá a lo largo del siglo XX. Sin embargo, y si nos detenemos un poco, notamos que hay un predominio casi absoluto de verso de once y de siete sílabas, y unos pocos de catorce y de trece. Aunque muy de lejos podría decirse que el poeta pretende seguir el esquema métrico de la silva. Entrando ya en el análisis de nuestro texto, empezaremos refiriéndonos a los cinco primeros versos que, como se ha dicho, constituyen la primera parte del poema. ¿ Quién escogió aquel árbol, de entre todos? ¿Qué mirada, en silencio, dijo: Ése? ¿Qué hacha le libró de la conforme

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servidumbre selvática, de la insensible pena de ser bosque? En ellos observamos una tensión emocional que eleva el tono normal de la elocución con tres interrogaciones retóricas introducidas por tres pronombres y adjetivos interrogativos; tensión que se refuerza en el frecuente recurso a la paradoja (‘en silencio dijo’ –2-, ‘¿cuál hacha le libró de la conforme / servidumbre...” –3,4-, ‘conforme servidumbre’ e ‘insensible pena’ –5-). No obstante, esta tensión se remansa rápidamente cuando observamos que los sustantivos tienen un marcado carácter abstracto, que nos introduce ya de entrada en un ambiente de reflexión, como puede verse con esas preguntas acuciantes que el poeta se hace a sí mismo. El tiempo verbal en el que nos situamos es el pasado más alejado. En los versos que siguen entre el sexto y el verso diecisiete, notamos ya un ligero cambio. Ahora a sus pies arden las llamas, llamas menudas día y noche; por cada llama alguien quiere una cosa. de aquellos mismos campos donde estuvo, vienen sus hermanos menores, exquisitas criaturas, las flores; se le apiñan allí junto, en los búcaros. Un hálito que brota de sus cálices,

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un frescor que traducen de los cielos, le dicen delicadamente que abril ya llueve. Ese cambio viene anunciado ya desde el principio con el ‘ahora’. El poeta deja de usar el pasado para centrarse en el presente de indicativo. Ha cambiado el tono de la exposición, por tanto. Se empieza por dar a conocer una pequeña pista por la que imaginarse de qué está tratando el poema. Son las ‘llamas’, cuya repetición por tres veces sugiere un número mayor de llamas. A continuación se dice que “por cada llama alguien quiere una cosa”. Avanzamos; ahora ya se está aludiendo a un sentido religioso, aunque todavía no muy explícito. Junto a estos elementos el poeta sitúa otros que, en el mismo sentido religioso, van unidos a los anteriores, las flores: “vienen / sus hermanos menores, exquisitas / criaturas, las flores [...]”. Están, además, colocadas en jarrones (‘búcaros’), y su aroma y su frescor anuncian ya la primavera: Un hálito que brota de sus cálices, un frescor que traducen de los cielos, le dicen delicadamente que abril ya llueve.

Es una poesía ésta que va entrando por los sentidos, sobre todo por el de la vista y el olfato. Y poesía de los sentidos era la que desarrollaron los autores de principios de siglo, especialmente los modernistas y los autores de la Generación del 27. Estos versos presentan un gran equilibrio en el uso de sustantivos y verbos, con un ligero predominio de la clase nominal sobre la verbal. La

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adjetivación es escasa. Importa sobre todo lo esencial. Cuando aparecen los adjetivos lo hacen con un claro valor especificativo, que al poeta le interesa resaltar: “llamas menudas”, “aquellos mismos campos”, “exquisitas criaturas”. El lenguaje se mueve en la atmósfera de lo objetivo. Por otro lado, la sintaxis sigue una estructura perfectamente normal y lógica. El hipérbaton está ausente, lo que nos transmite un ambiente de reposo y relajación, que puede reforzarse con el uso de paralelismos: Un hálito que brota de sus cálices, un frescor que traducen de los cielos, La exposición nos lleva ahora a los versos 20-35 que, como ya dijimos, pueden subdividirse en dos partes claramente diferenciadas. Por un lado, los versos 20-28; y por otro, del 29 al 35. Comencemos por los primeros: Trascendida madera, si ahora le devolvieran a su suelo, allí entre sus hermanos arraigados, que empiezan a echar hoja, a él, sin raíces, y su tronco, de oro, todo y colores, de humanidad, su tronco disfrazado, sus familiares de antes, vegetales, con voces de extrañeza le hablarían. El verso 20 es importante en el desarrollo del tema. La madera se ha trascendido, es decir, el árbol del que hablaba en los primeros cinco versos, ha

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sufrido una trasformación y se lo usa para algo distinto a su propia naturaleza, como luego va a explicar el poeta en los versos que siguen. En efecto el árbol ha sido transformado en la figura de un hombre, cuyo cuerpo aparece pintado de oro y colores: [...] y su tronco, de oro, todo y colores, de humanidad, su tronco disfrazado, Se presenta una trasformación que se pretende reforzar incluso con el recurso a la sintaxis desordenada, al hipérbaton. Además, el autor juega con el doble sentido de la palabra ‘tronco’ (tronco de árbol y tronco del cuerpo del hombre esculpido, un juego semántico muy del gusto de la lírica de cancionero del XV, de la que bebe la mística española y cuyas posibilidades aprovecharán los poetas barrocos adscritos al conceptismo. Y éstos, a su vez, influyen poderosamente en la poesía del 27, de Guillén, Aleixandre, Salinas, etc. El poeta no expone en estos versos tan solo la transformación del árbol, sino que además plantea la hipótesis de una imposible vuelta “a casa” de esta ya “trascendida madera” con el uso del pretérito imperfecto de subjuntivo (“si ahora le devolvieran a su suelo”). Pero, claro, ya no tiene raíces, frente a “sus hermanos arraigados”. Como es natural, esto provocaría la estupefacción de éstos y “con voces de extrañeza, le hablarían”. Algo llama la atención en este ramillete de versos: el autor ha tomado la tradición y la ha vuelto del revés. Sabido es que la poesía del 27, a la que ya hemos hecho mención más arriba, vuelve sus ojos a la poesía de los Siglos de Oro para tomar temas e inspiración; sabido es que nuestros poetas de los Siglos de Oro tratan el tema mitológico con bastante asiduidad. En los mitos observamos asombrosas transformaciones de hombres y de mujeres en árboles (Dafne en laurel, por ejemplo). Pues bien, el poeta lo que transforma aquí es un

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árbol en figura humana, algo que no se habrían atrevido a hacer aquellos poetas áureos. Esa extrañeza, esa estupefacción de la que hablamos antes se va a manifestar en los versos siguientes en continuas interrogaciones retóricas, ocho en total. Se vuelve a elevar el tono normal de la elocución, como había ocurrido al principio, en los cinco primeros versos: “¿Quién eres tú? ¿Dónde tus ramas, dónde las hojas que solías? ¿No sientes ya que el viento te hace música? ¿De dónde te sacaron la mirada y su tristeza? ¿Dónde están tus nidos? ¿Los pájaros, te quieren? ¿Vienen en ti a vivirse, todavía?” Recurriendo al tópico literario del “Ubi sunt?”, “sus familiares de antes, vegetales” manifiestan su sobrecogimiento y estupefacción. Todas la preguntas, excepto una, están relacionadas con su anterior estado como vegetal; le preguntan por sus ramas, por las hojas, por el viento que al moverlas producía un sonido especial, por los nidos y por los pájaros. Solo una de ellas habla de su estado actual: “¿De dónde te sacaron la mirada / y su tristeza?” con una clara hendíadis que hace resaltar aún más los dos términos en contacto. De esta manera, sobresale la tristeza y se contrapone a la alegría que desprenden los árboles frondosos. Y no debemos olvidar la primera pregunta que da paso a todas las demás: “¿quién eres tú?”. Desde un punto de vista estilístico poco tiene que comentarse de estos versos, a no ser el hecho de que provocan un desequilibrio, un nuevo

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desajuste, un momento de emoción y de subjetividad dentro de una exposición caracterizada por el predominio de lo objetivo, centrado en lo esencial; de ahí, el uso predominante del sustantivo y del verbo en todos estos versos, como ya había ocurrido en la segunda parte. Por último, llegamos a los versos que van desde el 38 al 64, en los que ya, por fin, encontramos la solución al enigma planteado. Es la clave interpretativa de todo el poema: Soy santo. Mis raíces son la vida y la muerte de un hombre de hace siglos. Soy su carne, sin carne. Ni mi cuerpo ni el suyo de pecado supieron; así, iguales. Mi cielo no es el vuestro, está más alto. Hombres, mujeres, vienen, se me hinojan, hablan bajo; yo entiendo y no los oigo. Alzan a mí miradas tan profundas que las siento con algo que no es mío, que no es vuestro, es de él. Separado nos han, hermanos vegetales, ya de tanto rezarme, ya de tanto quererme. Vuestro hermano aún soy en las entrañas

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sordas de la materia primitiva. De vosotros me siento cuando el calor de agosto, entre mis fibras me chasca la pintura. Pero alguien entre vetas y nudos, como los vuestros, que en ceniza acaban, me ha encendido arder que no termina, luz de inmortalidad: me ha puesto un alma. Susurros suplicantes allí a mis pies, el aire de los rezos, ese es mi viento. Y las almas, ahora, son mis pájaros. Ahora sabemos que la madera está trascendida porque el árbol se ha convertido en hombre y este hombre es un santo. Él va a responder aquí no solo a las preguntas que le hacían los vegetales, sino también a las que le hacíamos nosotros mismos, los lectores. Con ese “soy santo” observamos que se ha vuelto a producir otro cambio, se concreta y empiezan a cobrar sentido pleno todas aquellas ‘pistas’ que ha ido difuminando el poeta a lo largo de la composición. Nuevamente se centra en lo esencial; nada de entretenerse con adjetivaciones inútiles y que no interesan al desarrollo del tema.

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En el verso 24 se decía que la madera trascendida no tenía raíces. Ahora, en el 38, el propio santo de madera responde: “... Mis raíces son la vida y la muerte de un hombre de hace siglos.” Usa aquí el poeta la perífrasis ‘de un hombre de hace siglos’ en lugar del sentido recto, ‘Jesús’. Y, como ya ha hecho en ocasiones anteriores, en el 40 recurre a la paradoja: “soy su carne, sin carne”. Estos elementos, situados en un contexto de religiosidad nos lleva al uso que de ellos hacía la mística española allá por el siglo XVI-XVII. Ya ha quedado dicho con anterioridad. El escritor está expresando, valiéndose del propio santo, algo que, como el lenguaje místico, tiene difícil explicación. Por eso, nada se concreta; por eso, todo queda, como ya advertíamos, en una atmósfera de indeterminación: “Mi cielo no es el vuestro, está más alto” (v. 43) Del 44 al 48 notamos una acumulación de verbos y una casi absoluta ausencia de sustantivos, lo que da a estos versos un aire de celeridad, de dinamismo, que pretende reflejar ese movimiento de entrada y de salida de los fieles que acuden a una capilla cualquiera a rezarle al santo. Hombres, mujeres, vienen, se me hinojan, hablan bajo; yo entiendo y no los oigo. Alzan a mí miradas tan profundas que las siento con algo que no es mío, que no es vuestro, es de él. Nuevamente se dan en estos versos la paradoja y la perífrasis, el rodeo, para expresar una experiencia que no es común, que solo experimentan unos cuantos elegidos: “Yo entiendo y no los oigo” es el ejemplo de paradoja; “algo que no es mío,/ que no es vuestro, es de él”, es un circunloquio que trata de expresar la esencia divina. La insistencia en la repetición de estructuras sintácticas es también propia de este tipo de lenguaje que intenta referirse a algo que no tiene explicación lógica.

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Hay algo en estos versos que ya venía apareciendo a lo largo del poema, pero ahora cobra especial intensidad: el uso reiterado del pronombre en casi todas sus formas y funciones. Es el poder evocador del lenguaje lo que nos lleva a pensar en un poeta como Pedro Salinas, una de las cumbres de la poesía del 27. “Separado nos han” dice en el verso 49, con ese hipérbaton que reincide aún más en la idea expuesta en esas palabras. Esta expresión nos habla de una involuntariedad por parte del santo; parece querer decir: nos han distanciado, porque los hombres “ya de tanto rezarme, ya de tanto / quererme” nos han querido separar, pero yo sigo siendo uno de vosotros en el fondo: “Vuestro hermano aún soy en las entrañas / sordas de la materia primitiva”. Parémonos un poco en estos rezos de los fieles. Ya advertimos, cuando hicimos la estructuración del texto en cuatro partes, que eran precisamente estas oraciones de los fieles las que iban determinando los pasos sucesivos en la transformación de la materia: “Nosotros, pecadores, sí, por nosotros reza, pecadores” Estos versos eran como hitos o ejes que iban estructurando el desarrollo del tema. Pues bien, esta misma idea aparece ahora: “separado nos han [...] / ya de tanto rezarme, ya de tanto / quererme...” Notamos una vez más el sentido de unidad con que el poeta ha construido su composición; nada queda aislado. Todos los elementos quedan imbricados en la estructura del poema. El propio santo, a pesar de sentirse hermano de sus congéneres los vegetales, no puede renunciar a su nueva condición, y claro está, intenta establecer una relación entre su mundo originario y aquello en lo que se ha convertido. De esta manera todo queda en perfecta armonía. Así, “alguien” (Dios) le ha dado la vida (“me ha encendido / arder que no termina, luz de inmortalidad: / me ha puesto un alma”), con lo cual ya puede asemejarse a los

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vegetales que en primavera están floreciendo, dando vida a la naturaleza. Ahora su viento, por el que le preguntaban en el verso 31, es “el aire de los rezos”, “los susurros suplicantes”; y, por fin, los pájaros son las almas que vienen a pedir ayuda y consuelo. En resumen, en todo el poema aparecen dos fuerzas, un antes y un ahora, un pasado y un presente, que si en algún momento aparecen separados y hasta enfrentados (vv. 20-35), finalmente son presentados en armonía. El poeta ha ido, como hemos venido diciendo, de lo general a lo particular, haciéndonos pasar por los distintos momentos de la transformación, pero sin dejar nada claro del todo hasta el final, en donde se dan las claves para la interpretación de todo el poema, recogiendo los elementos que han ido diseminándose por todo el texto y dándoles el sentido pleno al final. En cierto modo, está siguiendo el autor la técnica de la “recolectio”, tan usada ya por Góngora en el barroco y del que tanto han tomado nuestros escritores del 27: ir desperdigando

ciertos

términos

por

la

composición,

para

terminar

recogiéndolos y dándoles un sentido. Concluyendo, estamos ante un tema nuevo, o mejor, ante un nuevo tratamiento poético de un tema muy utilizado en nuestros Siglos de Oro, pues lo que se nos presenta es una transformación del revés, no de humano en vegetal, sino de vegetal en humano. Así tenemos la impresión de estar frente a algo totalmente nuevo. El poema presenta un tono y un ritmo poético que nos induce a situarlo en el siglo XX, más concretamente en la poesía anterior a la guerra civil. La causa no hay que buscarla tanto en el uso de la libertad métrica, ya utilizada en el Romanticismo, sino en el tono poético que se transmite, con una serie de audacias que el Romanticismo no se habría permitido. Podríamos hablar, como ya hemos adelantado en algún momento del desarrollo de nuestra exposición, de una corriente neopopularista que se dio en la poesía española de los años 30, en la que cualquier elemento, por insignificante que fuera, era digno de ser asunto poético.

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