De Gutenberg a Corea

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DE GUTENBERG A COREA. UN PASEO POR EL ARTE DE IMPRIMIR EN ASIA Por Francisco de Paula Martínez Vela Escritor y Tipógrafo

Resumen: Este trabajo es una pequeña aportación al estudio que sobre la visión de la imprenta en Asia tenemos en Occidente y que tarde o temprano deberán acometer sociólogos y antropólogos. En él se hace un repaso a los sistemas de impresión orientales en contraposición al sistema occidental, que a la larga acabaría imponiéndose en ambas culturas. Abstract: This work is a small contribution to the study on the vision that we have printed in the West in Asia sooner or later must undertake sociologists and anthropologists. It provides an overview of the printing system as opposed to the East West, which eventually ended in imposing the two cultures.

Antecedentes A mi parecer la historia no es amiga de dar saltos al vacío, y al igual que una persona no se acuesta analfabeta y se despierta sabia, el descubrimiento de la imprenta de tipos metálicos independientes no pudo ser una casualidad, sino el fruto de una conjunción de conocimiento y aprendizaje. La genialidad de los descubridores de la imprenta en Oriente y Occidente, consistió en saber aprovechar extraordinariamente bien lo que existía ante ellos y dar el paso en la dirección adecuada. Por eso, si nos creyésemos todo lo que los libros cuentan, tres ciudades europeas se disputan desde le siglo XV el nombre del inventor de la imprenta: Harlem en Holanda y Estrasburgo y Maguncia en Alemania, en la primera se tiene por su inventor a un tal Lauren-Coster, en la segunda a Johannes Mentelin y en la tercera el muy famoso y casi por todos aceptado Johannes Gutenberg.


Eso, si nos creyéramos todo lo que leemos, porque si dudamos, el asunto comienza a complicarse, pues entonces lo blanco se transmuta en negro, lo que estaba arriba termina abajo y lo que para casi todos es “uno” se convertiría en multitud sumando los de aquí y los de allá.

No voy a entrar en esta ocasión a discutir si Gutenberg inventó o adaptó los tipos sueltos (o como gustan llamarlo algunos autores “movibles”) gracias a sus conocimientos metalúrgicos, a la observación detenida de lo que en Holanda se estaba realizando por esos años, o de una información que había llegado de los confines del mundo. En cualquier caso sería indiferente, pues el verdadero mérito de Gutenberg, fue lograr los mecanismos que facilitaran, de una manera rápida y sencilla, la obtención de las letras entonces usadas por los pergamineros, escribas, amanuenses o copistas pero fundidas en metal. Este es el verdadero mérito de nuestro inventor y por el que ha pasado a la historia, adaptar los punzones y las matrices usadas por los acuñadores de monedas, dar con la aleación de metales adecuada y crear letras resistentes y duraderas. Dejando para Schöffer el mérito de vislumbrar algunos cambios y mejoras en la “utilería” de los elementos que formaban una imprenta entonces y sobre todo con la tinta usada para la impresión con letras de metal. El término de “inventor de la imprenta” es demasiado pretencioso para cualquiera de los dos, pues muchos antes ya se usaban los moldes, tintas y prensas para imprimir y sin embargo a ellos le


debemos la unión de todos aquellos conceptos en uno solo en forma de libro. En mi opinión, la impresión tabularia comenzó a poner en práctica lo que era práctica habitual en los tallistas para reparar o enmendar errores, tallar las letras independientemente de modo que pudiera ser sustituida la errata sin tener que “tirar” una plancha casi terminada. Una planchas con las que se imprimían naipes y hojas sueltas desde antes de 13701.

Aquellas letras de madera talladas y cortadas independientemente permitieron a los impresores su reutilización varias veces en el proceso de estampación de un libro, algo que como ahora veremos para nada resultó ser original ni novedoso en la historia de la imprenta.

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En este año se dató la que está considerada la xilografía más antigua descubierta en Europa hasta ahora y que conocida con el nombre de “Bois Protat” representa a un centurión acompañado de dos soldados. La misma conserva el apellido de su primer propietario, Jules Protat, un impresor de la ciudad de Mâcon, que adquirió la xilografía después de su descubrimiento en Borgoña y que actualmente se conserva en las vitrinas de la Biblioteca Nacional de Francia.


Es decir, que desde su mismo comienzo, la llamada “escritura artificial” (lo de imprenta, tipografía o artes gráficas vino mucho después) comenzó a distorsionarse a favor de Europa de una manera intencionada y etnocentrista. Un proceso del que los intelectuales se sirvieron hasta bien entrado el siglo XIX, para construir la identidad occidental en contraposición a la oriental. Una invención muy útil Como casi todas las invenciones, esta de los tipos sueltos, tanto allí en Asia como años después aquí en Europa, no fue sino la ocurrencia e ingenio de una persona que adaptó un proceso que se venía haciendo desde muchos años atrás.

Cuando Bi Sheng (990-1051) ideo un proceso con el que obtuvo tipos sueltos hechos de arcilla cocida parecía que el paso a la composición con letras independientes y de quita y pon acabaría con la impresión tabularia, pero no fue así, sino todo lo contrario, la imperfección de las impresiones realizadas con estos tipos desaconsejó la impresión con estos tipos. Años después, lo que otro artesano ideó fue un sistema que lo único que hizo fue observar el trabajo de los cortadores de bloques de madera y hacer lo que pues era habitual en ellos, ya que raro era el que no tenía ideogramas o letras sueltas con los que reparar los errores producidos en una plancha casi terminada, ese fue el mérito


de Wang Zhen, quién hacía el 1313, dentro de un apéndice de su libro que sobre agricultura imprimió, dejó descrito el sistema de que utilizó para hacerlo con tipos independiente hechos de madera, en él dijo: “Ahora, sin embargo, hay un nuevo método de imprimir distinto del que usa letras hechas de porcelana, que es más exacto y más conveniente. El tamaño de la página es el de una madera, unas tiras de bambú se utilizan para marcar las líneas y todo el bloque se graba con caracteres. La madera es entonces cortada en cuadrados hasta que se obtiene cada tipo por separado. Estos tipos independientes son rematados con un cuchillo por los cuatro costados y se comparan con una prueba hasta que todos tienen la misma altura y tamaño. Entonces los tipos se colocan en columnas, y con las tiras de bambú que se han preparado se presionan entre ellos. Después los tipos son pegados en un molde formado por una madera del tamaño de la página, los espacios se rellenan con los trozos de madera que han sobrado, de modo que los tipos estén perfectamente firmes y no se muevan. Cuando todos los tipos están absolutamente pegados, se unta de tinta y la impresión comienza”.

Curiosa, cuanto menos, la técnica que basándose en impresión tabularia, fue mejorada por él para facilitar la tarea de impresión, afirmando haber pasado más de dos años cortando los 60.000 tipos de madera sueltos que fueron necesarios para hacer su libro y para el que además ideó una especie de “caja” que hiciera más fácil el trabajo de composición. En su libro nos dice: “La mesa rotatoria permite al componedor llegar a los caracteres estando sentado y una vez acaba la impresión puede devolver los mismos a su sitio sin dificultad”. Esto con respecto a los tipos independientes, pero la historia aun deparaba nuevas sorpresas en el lejano oriente.


La fundición de tipos en Corea A Choe Yun-Ui se le debe el mérito de haber ideado el sistema para obtener tipos fundidos en metal hacía 1234, pues como responsable de la Fundición Nacional coreana fabricó los primeros tipos de los que hay constancia. Él fue el iniciador de un sistema que con el paso del tiempo se fue perfeccionando y mejorando y gracias al cual se pudo imprimir el que se tiene por el libro más antiguo del mundo impreso usando tipos sueltos fundidos en metal.

Cuando en 1984 unas escavadoras se desbrozaban unos terrenos donde se pretendía construir una urbanización, la pala de una de ellas, levanto un gran bloque de piedra que formaba parte de lo que parecían los cimientos de unas antiguas ruinas. Desplazados al lugar los arqueólogos, vieron que lo que tenían ante sí eran los resto de un antiguo “templo” budista, cuya ubicación se llevaba años buscando, se habían topado con los que quedaba del “templo” de Heungdeok, el lugar donde en julio de 1377 se imprimió, por primera vez, en la historia de la humanidad, un libro del que se tiene la certeza fue realizado utilizando tipos sueltos fundidos en metal. Sin meterme muy a fondo en un tema, quisiera hacer una introducción de aquella época en la península coreana. Según afirma la doctora Minje Byeong en su libro Historia de la Imprenta Coreana, durante el reinado de un rey llamado Taejong, el norte de Corea experimentó un desarrollo tecnológico en la fundición de metales y en la edición de libros que la pusieron por delante de China, eso a pesar


de ser un territorio que estaba bajo la influencia política y militar de su vecino del norte. Una serie de problemas entre las distintas etnias que cíclicamente se repartían el poder en China propició una paz y prosperidad económica en Corea que rápidamente fue aprovechado por los gobernantes de los distintos reinos que coexistían en la península a principios del siglo XV, destacando de entre ellos Tejong, quién en 1403, y según se recoge en unos escritos históricos conocidos con el nombre de Anales del rey Taejong y que registraban los hechos acontecidos bajo su reinado, activó la producción de la “Fundición Nacional” para fabricar, en unos pocos meses, más de 100.000 tipos metálicos para la imprenta real.

Entonces existían en Corea tres métodos para la fundición de tipos metálicos: el de la cera perdida, el del molde de arena y el de la arcilla cocida. Solamente del método del molde de arena se ha conservado un documento que explica como era, supongo que porque este sistema fue utilizado durante todo el periodo Joseon, que fue desde 1392 a 1910. Seong Hyeon en una antología de sus escritos dejó la siguiente descripción de este método: “Al fundir tipos de metal, lo primero es tallarlos en relieve en madera, luego de coger fina arena de playa esta se prepara en un molde con dos partes, compactando y alisando la superficie para que la letra de madera pueda ser presionada hasta dejar un molde en una de las partes. Luego, las dos mitades se unen dejando un pequeño orificio para que el cobre fundido llegue al hueco, se vierte el metal y de esta manera se obtiene la letra”. De aquel laboriosos proceso y tras cortarlo y cepillarlos para quitar rebabas y escoria surgían unos tipos cuadrados, con una altura de entre 6 y 8 mm., una anchura de 1 cm. y de 1,5 cm. de largo.


Unos tipos utilizados para difundir el pensamiento budista tanto dentro de Corea como, gracias al comercio, en toda Asia. Para unos ojos habituados al abecedario latino resulta muy difícil apreciar las sutiles diferencias en los distintos tipos fundidos en Corea, pero no tanto como para no poder ver la evolución de los diseños de aquellas tipografías. Del tipo Kemija creado durante el reinado de Taejong, pasando por el tipo Choju Gapinja, fundido hacia 1434 durante el reinado de Sejong, o el tipo Kyungohja, que se hizo el mismo año que subió al trono Munjong en 1450 y que según cuenta la tradición popular coreana, dejó de usarse en 1455 por la antipatía general que despertó entre la población el calígrafo que lo creó, al apoyar un intento de golpe de estado. Aquellos cambios siempre estuvieron motivados por el cambio de rey, pues era habitual que cada monarca impusiera un tipo diferente, gracias a lo cual los investigadores son capaces de datar con mucha precisión los antiguos libros coreanos. Estos cambios siguieron produciéndose hasta aproximadamente el año 1890, momento en que el que llegaron los primeros tipos europeos a Corea, sustituyendo, no solo los tipos, sino todo el proceso técnico de impresión.


Como dato anecdótico señalaré, que mientras que de estos ideogramas se llegaban a fundir, para imprimir un libro, de 100.000 a 200.000 caracteres distintos, para estampar su Biblia, Gutenberg solo necesito fundir 290 tipos diferentes, incluyendo además de las consonantes y vocales del alfabeto latino, las variaciones y las ligaduras, etc... con lo que podemos apreciar la capacidad de los talleres de fundición coreanos y su mayor producción para la época. Paralelamente a la fundición de los tipos en metal, se desarrolló la técnica para su composición e impresión. La composición de un texto comenzaba ordenando en cajones los ideogramas en el mismo orden que luego iban a ser utilizados en cada página del libro, el siguiente proceso el “sangpan” consistía en colocar los tipos, de arriba a abajo y de derecha a izquierda, sobre una planchas en la que vertían, desde plomo derretido a resina, para que los tipos se pegaran gracias a unas muecas en forma de cono que tenían en la base, usándose como interlineado; primero unas varillas de bambú, para con el tiempo usar unos moldes con las líneas de separación soldadas a la base de la pletina. Una vez armada la página se entintaba usando unos cepillos impregnados de una tinta de base acuosa y tras colocar la hoja de papel, esta era presionada con una almohadilla de madera hasta conseguir que la tinta pasase al papel. Un sistema que, con pocas variaciones, se mantuvo inalterable hasta la llegada de la imprenta europea a comienzos del siglo XX. Un proceso, el de la edición de un libro que tenía un altísimo control, y aunque suene a broma hay un texto que lo deja claro. Según se recoge en el Gran Código de Gestión de la Nación, el castigo reservado a los trabajadores ante un único error detectado por los supervisores en un libro era el de recibir 30 latigazos, desde el encargado principal al último de los operarios; y si a lo largo del libro se habían deslizado más de cinco fallos, todos eran encarcelados. ¡Menudo control de calidad!.

El libro impreso 78 años antes de que una Biblia saliera de la imprenta de Gutenberg, fue el Baegunhwasang Chorok Buljo Jikji Simche Yojeol, popularmente conocido en Corea como Jikji, un libro recopilatorio con los mejores “sermones” del budismo Zen, que fue


impreso en Corea en 1377, durante el periodo Goryeo, con tipos fundidos en metal, y del que solo se conserva un ejemplar incompleto del segundo volumen en la Biblioteca Nacional de Francia en París y cuya traducción vendría a ser: “Enseñanzas sobre la identificación de espíritu del Buda para la práctica del Zen”. Siendo la única pretensión de este trabajo ofrecer una reflexión sobre la problemática de “Pensar la Imprenta en Asia”, solo he realizado un acercamiento al arte de fundir tipos en Corea como anticipo a la visión que desde Europa se tuvo durante años de aquella posibilidad tecnológica, además de intentar darle sentido, aunque solo sea por su paralelismo, al desarrollo de la imprenta en Asia como idea direccional de la historia. La imagen del otro La imagen distorsionada que ha llegado hasta nosotros del proceso artesanal de fundir tipos metálicos y del arte de imprimir con ellos fuera de Europa, se la debemos al etnocentrismo. Proceso del que, hasta bien entrado el siglo XIX, se sirvieron los intelectuales para la construcción de la identidad occidental en contraposición a la oriental y con el que todo el continente asiático pasó de este modo a ser el “otro”, y lo que es peor, la imagen que a partir de entonces nos formamos de aquellos lejanos países no fue sino el negativo de Europa, con lo que las antípodas se convertían en lo contrario. Oriente aparecía como el exotismo, la abundancia, el lujo, la sensualidad y sexualidad desenfrenada en antagonismo de una Europa gris, de hambrunas, pobreza secular y una presión religiosa en las conductas sociales asfixiante. En el siglo XV y XVI oriente era un lugar donde podía ocurrir lo que en Europa era inimaginable.


Lamentablemente muchos de aquellos moldes han llegado intactos hasta nuestros días y es algo de lo que no es fácil deshacerse. El etnocentrismo europeo favoreció que el “otro” acabara convirtiéndose en algo distinto y en muchas ocasiones inferior. O al menos eso era lo que muchos pensaban. Manuel Ortiz de la Vega en su obra Los héroes y las grandezas de la tierra nos dice: “Antes de penetrar en China los misioneros, estaba muy atrasada. Como los Chinos vivían incomunicados con los demás pueblos, no podían poseer tanta suma de conocimientos como la que había en las naciones de Europa” De modo que la consideración que en el siglo XIX tenía Europa de China y por extensión de los otros países asiáticos, estaba marcada por la vertiente etnológica del evolucionismo, que sostenía que todas las culturas debían pasar por diversas etapas para alcanzar el grado de conocimiento y civilización de la que disfrutaba la occidental que, por supuesto, se hallaba en la etapa superior, estando el resto en un estado más o menos atrasado dependiendo del contacto que tuvieran o hubiesen tenido con la europea. Este estado de atraso, como es lógico pensar, llegaba a todos los ámbitos de la cultura y por supuesto el arte de imprimir no escapaba de esta consideración. Más cuando se tenía por verdadero que la cultura en Asia era el residuo de un pasado grandioso, una curiosidad etnológica de la que la imprenta en China o Corea no podía huir. El hecho de que todas las actividades humanas de aquella época acababan contaminadas por el etnocentrismo occidental da buena prueba la imprenta coreana, a la que no solo se ignoró, sino que los pocos que en el siglo XIX se acercaron a sus resultados solo vislumbraron una curiosidad bibliográfica. La identidad errónea Tanto afectó aquel análisis a nuestra visión del “otro”, que todavía hoy seguimos manejando conceptos y categorías incorrectas, y va a tener que pasar mucho tiempo para que cambiemos términos que todos usamos con naturalidad. Así, cuando hablamos de monjes y monasterios refiriéndonos a la cultura budista, lo hacemos con términos occidentales, pues en esa religión no existen estructuras similares a la de la iglesia católica. O por ejemplo, cuando nos referimos a los estados “feudales” de China, Corea o Japón los hacemos con el concepto europeo de estadonación, pues en aquellas naciones hubo sociedades sin estados o sociedades en las que varias formaciones estatales compartían un mismo territorio. Querer universalizar el concepto occidental de estado, política, cultura o pensamiento es nuestra gran equivocación sobre la historia de Asia. Eso es lo que pasó con la imprenta y todo lo que rodeo el invento en Asia de esta técnica, que tras el redescubrimiento de la imprenta en Europa, se ignoró y se rescribió su historia para explicar


que solo los cambios sociales y tecnológicos, siempre bajo parámetros occidentales, justificaron su necesaria aparición en Europa y por tanto la imposibilidad de que otros pueblos “atrasados” lo hubieran podido llevar a cabo.. Pero además ocurrió que, muy pronto, cuando un puñado de imprentas comenzaron a editar centenares de libros con tipos metálicos, no fue necesario continuar con el repertorio de las otras formas de imprimir (xilografía, grabado, etc…) que hasta entonces convivían solapándose o superponiéndose con la “nueva” imprenta. Lo nuevo (aunque solo lo fuera era para ellos) fue puesto desde el principio en el imaginario etnocéntrico europeo como si fuera viejo, de modo que en apenas 50 años la imprenta en Europa pasó de invento a tradición occidental. Desde esta perspectiva los “otros” (refiriéndome al mundo asiático) y lo “otro” (refiriéndome a las técnicas de impresión con tipos metálicos en otros lugares del mundo) ya nunca tuvieron cabida en el imaginario occidental, salvo que fueran susceptibles de “domesticación”.

Deconstruyendo la historia El lingüista, filósofo, historiador y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales Tzvetan Todorov, afirma que el descubrimiento del “otro” activa tres reacciones en el actor principal, a saber: “Comprender-Tomar-Destruir” siendo en esencia esta, la reacción que el poder colonial tiene sobre la mayoría de los descubrimientos que realizaron los pueblos de oriente, con lo que para el imaginario occidental era imprescindible redescubrirlos aquí una vez sometidos al necesario proceso de destrucción. Asimismo, el historiador cubano Salvador Morales señala en su libro Eurocentrismo en la literatura histórica (1981), que la concepción europea de la historia siempre fue hegemónica y monopolizante con respecto a cualquier proceso inventivo. Dejando claro que la prueba más evidente de esta manifestación de


eurocentrismo en la historia, se aprecia en la exclusión étnica y racial de unos pueblos a los que sencillamente se descalificaban por no haber seguido la cronología europea en su evolución. Una concepción, la evolucionista, a la que podemos ver bien arraigada en Grecia, cuando Herodoto (considerado el padre de la historia escrita) en todos su textos lo único que pretendía era resaltar la hegemonía de la cultura griega sobre la egipcia. O en la romana, cuando Tito Livio escribió La historia de Roma como si fuera la historia de la humanidad. Pero donde esta visión llegó a su máxima exclusión fue en la Enciclopedia de Diderot y D´Alembert (1751-1772) en la que la historia se dividió entre modernidad y prehistoria, siendo la modernidad lo que sobrevino tras Grecia y Roma y dejando en la prehistoria a las demás civilizaciones (incluida la Egipcia) dando muestras de una visión eurocentrista del mundo. Hoy, cuando los debates pretenden revalorizar el lenguaje simbólico frente al alfabético, muchos historiadores occidentales siguen considerando el alfabeto como el punto de inflexión que separa la Historia de la Prehistoria, dando muestras una vez más de su visión evolucionista occidental.

“Taller de imprenta”. Impresión tipográfica de Emilio Sdun.

Cuenta el profesor argentino de la cátedra de Asia y África de la Universidad Nacional de Rosario, Luis César Bou, que cuando los lingüistas europeos encontraron en el Africa subsahariana una serie de lenguas con un desarrollo comparable a las europeas, en cuanto a


la posibilidad de expresar conceptos, categorías, etc.. llegaron a la conclusión de que aquellas lenguas no las podían haber creados aquellos atrasados y primitivos pueblos “negros”, y buscaron su origen en una cultura más o menos “blanca” como era la Egipcia. Aunque la explicación estuviera cogida con alfileres, lo que ninguno de aquellos estudiosos pudo explicar era el por qué adoptaron aquellos pueblos una lengua, que según ellos, no estaban capacitados para utilizar. Es decir, que si la teoría de la periodización de la historia se mantuvo durante los siglos XV y XVI, fue debido a intereses ideológicos (políticos y religiosos), una actitud que ha propiciado el que aun hoy sigan siendo los patrones occidentales los que prevalecen sobre los demás. Y para finalizar diré, lo que le dijo Voltaire a madame Du Deffand: “Así se escribe la historia, y vaya usted a fiarse de lo que dicen los sabios”. © Francisco de Paula Martínez Vela. 2009

Francisco de Paula Martínez Vela Es autor del libro “El imaginario Europeo de la Imprenta en Asia” www.editorialtleo.es


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