La Gualdra No. 31, lunes 2 de enero de 2012

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SUPLEMENTO CULTURAL

No. 31 - 2 DE ENERO DE 2012 - AÑO 1

DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Pieter Aertsen (Ámsterdam, 1508-1575), Adoration of the Magi, 1560. Óleo / tela. 168 × 179 cm. Rijksmuseum, Ámsterdam.


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I.

El 2012 acaba de iniciar y con él nosotros también comenzamos con nuevos bríos y mucho entusiasmo para brindar a ustedes, estimados lectores, un espacio gozoso de lectura y placer visual; y a ustedes, queridos escritores, fotógrafos, artistas visuales, académicos, teatreros, gestores culturales, historiadores, etc., un espacio libre en el que puedan ustedes compartir con nosotros su trabajo, sus inquietudes, sus propuestas. Seguramente usted ha recibido durante los recientes días un sinnúmero de parabienes y buenos deseos para este año que inicia; no está de más, sin embargo, que desde aquí manifestemos nuestra esperanza para que el 2012 sea un año de paz, de reencuentro, de reconciliación, de buenas voluntades y de férreas decisiones para que todos los proyectos de calidad emprendidos sean exitosos, sobre todo los que tienen que ver con cuestiones artísticas y culturales -que no es lo mismo, pero es igual-. El año pasado fuimos testigos del nacimiento de muchos proyectos emprendedores de carácter independiente, enfocados a la creación, exhibición, promoción y aprendizaje de diferentes técnicas en artes visuales. Proyectos que iniciaron en el 2011 y a los que deseamos una larga vida. Es muy interesante observar cómo los artistas han decidido no quedarse sentados esperando a que les llamen, los bequen o los promocionen y han tomado la decisión de buscar los medios necesarios para capacitarse, para abrir nuevos espacios de promoción de su trabajo creativo. Sin embargo, es necesario que así como los creadores se han estado organizando de manera significativa para encontrar el camino independiente, se organicen también para que sus proyectos sean autofinanciables y para que en de-

terminado momento éstos puedan ser apoyados por las instituciones gubernamentales municipales, estatales y federales. Los recursos públicos ahí están, cada año se autoriza un presupuesto destinado a cultura. ¿Sabe usted, amigo lector, si ya se autorizó ese presupuesto y a cuánto asciende? Le invito a que estemos muy atentos en este sentido.

II.

Para iniciar bien el año y a propósito de los Santos Reyes, incluimos en páginas centrales un cuento de otro talentoso zacatecano. Severino Salazar nació el 12 de junio de 1947 en Tepetongo, Zacatecas, de donde salió para estudiar Letras Inglesas en la UNAM y en Swansea University. Fue catedrático de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. En 1984 el Instituto Nacional de Bellas Artes le otorgó el premio “Juan Rulfo” para primera novela por Donde deben estar las catedrales, obra breve e intensa que fue reseñada con entusiasmo por un gran sector de críticos literarios. Parte de su trabajo narrativo ha sido traducido al inglés, francés e italiano. En la Universidad Autónoma Metropolitana publicó en la Serie Laberinto: Llorar frente al espejo (1989), La arquera loca (1992); noveletas que luego se publicaron con el título Tres noveletas de amor imposible (en 1998 agregó La provincia de los santos). Severino Salazar había llegado a la UAM en 1983 con una novela bajo el brazo: Donde deben estar las catedrales (1984), luego dio a luz Las aguas derramadas (1986), El mundo es un lugar extraño (1989) y Desiertos Intactos (1990). La UNAM publicó Los Cuentos de Tepetongo y Random-House Mondadori puso en circulación ¡Pájaro, vuelve a tu jaula! (2002) y El imperio de las flores (2004). Ficticia publicó también Mecanismos de luz y

otras iluminaciones (2003). Autor de una Antología de letras zacatecanas: Zacatecas, cielo cruel, tierra colorada: poesía, narrativa, ensayo, teatro (188-1992). La muerte, siempre prematura, lo arrebató de esta vida el 7 de agosto de 2005; pero su obra no muere, por el contrario: sigue más viva que nunca. Ahora que inicia el año, los seguimos invitando a que cola-

Profanaciones Dos versiones del infierno y el diablo humano (I) por Gabriel Luévano

Los Santos Reyes por Severino Salazar

Brevísimo diccionario Inés y la (enorme) alegría por Mauricio Flores

El plagio permitido por Eduardo Campech Miranda El diario de Mateo por Mateo Estrada

boren con La Gualdra y a que nos mande sus sugerencias, comentarios y recomendaciones a nuestro correo electrónico. Que disfruten su lectura. Y que Dios reparta suerte y salud para todos. Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

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Paralelismos y continuidad atemporal en la escultura Del cuerpo y la belleza clásica al hiperrealismo de alto impacto por Armando Haro

Carmen Lira Saade / Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas / Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

Jánea Estrada Lazarín / Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Sandra Andrade Trinidad / Diseño

La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

8 Juan Carlos Villegas / Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com


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Profanaciones Dos versiones del infierno y el diablo humano (I) Por Gabriel Luévano Gurrola A la parte de mí que me da miedo La llamaré Demonio. ¿O es el doble de Dios, su inmensa sombra? José Emilio Pacheco

Nadie piense, nadie sostenga, la calidad perene de las cosas. Lo sagrado representa un simulacro de la misma herida que venimos arrastrando hasta la boca de los abismos. En este mundo, todo se vuelve profanación, de los conceptos y por consiguiente, de las cosas. Lo sacro, muere junto a la solemnidad, como un horizonte de sangre, torvo, infinito, del que dejo aquí, algunas gotas. Atendiendo a la geografía mental compartida por cada uno de nosotros, hijos de una cultura cimentada en espejos deformados que preconizan el temor en nombre de la moral, se nos presenta el infierno, paisaje familiar del morbo: Tierra cobriza, exhumada de una idea putrefacta del creador, rasgada en sus comisuras por fuegos mordelones, estribación de los gritos, labrantío feraz del arrepentimiento, pozo de sangre y mierda. Ahí están todos los rebeldes, los comunistas que se comen a los niños, los inicuos homosexuales, los que dicen que no por placer, los que desvían el brazo del destino, los dictadores de la imaginación. Es cubierto de punta a cabo por un céfiro de azufre y es la morada del fracaso indiscutible del cielo. En su trono de inmolada gloria, el ángel que negó ser parte de la eufonía celeste, maquina los desastres del mundo. Tiene además, este infierno, un capitolio llamado pandemónium, construido por el soberbio Mammón, con el oro que soñó ver en el suelo del paraíso. Es la sede donde los demonios gorjean su desgracia y se fragua la caída del género humano. Imagen universal de un reino desdichado, fin último de los incautos. San Vicente de Plenitud por su parte, es, como lo llaman sus medio vivos habitantes, el lugar donde se pierde la gloria. A media hora del municipio de Fresnillo, conforma durante todo el año, un espejismo de silencio que sobrevive por el recuerdo de su pretérita abundancia. No siempre fue así, me queda claro. Llegó a convertirse en uno de los centros agrícolas más prósperos de la región y su áurea reputación se volcaba, de golpe, un día del año. El doce de diciembre,

desde el despunte del alba, San Vicente se volvía otra Comala en duelo. La virgen reafirmaba su carácter de reina inmaculada del universo y yo podía dar vuelo a mis correderas solitarias entre la tierra y los danzantes. No traigo esto al caso, como simple monumento a la cursilería de la memoria, sino como un responso a la firmeza conceptual de la palabra infierno. Fue en ese lugar, y no en algún trauma inventado, en que descubrí la noción primigenia del miedo. El fárrago de la fiesta había terminado y el niño Gabriel todavía tenía hambre, “válgame Dios, qué estaremos pagando”. “Y todavía le da por meterse en vericuetos, lo va a morder una víbora”. “Vente muchacho. Ah pero que no me hagas caso”. Fue Dorotea Luna, mi bisabuela, quien no pudo dar mejor argumento a mi implacable condición de errátil. “No te vayas para allá, porque allá hay alguien”. “Qué abuelita”. Me miró con sus ojos de viento contenido e invitándome a que lo descubriera me lo develó apuntando a los matorrales. “Mira, ahí está. Es el diablo, nos está viendo”. No volví a alejarme de la casa. Algo andaba mal. Las cosas ya no estaban en su sitio. ¿Por qué se le ocurre a esa cosa salirse de donde debe estar? ¿Por qué viene a turbar el desarrollo ficticio de mi alegría? Siempre mantuve en la memoria la imagen que forjé del diablo. Un ser insoportablemente ofensivo, oculto entre los matorrales, esperando el momento preciso para devorarme. Un espíritu tan fuerte como para inficionar en el proceder de la raza humana, maldito mil veces, ladrón de niños, violador de la buena conciencia, figura híbrida entre las chivas y los borrachos.

William-Adolphe Bouguereau , Dante y Virgil en el Infierno

No obstante los libros. Otra vez los libros, nos dirimen, derrumbando certezas que creíamos indestructibles. El paraíso perdido, poema de tema bíblico y tratamiento casi épico, escrito por el inglés John Milton, publicado por primera vez en 1667 conforma una serie de visiones que recrean la primera rebelión celeste y la caída del hombre en pecado que ya conocemos ampliamente. El protagonista, ni más ni menos que Lucifer, se torna una imagen que rompe inevitablemente con el arquetipo moral transmitido por la línea popular del cristianismo. La trama es conocida no sólo por los que lo abanderan: Lucifer, uno de los ángeles del dador de la vida, organiza la primera asonada de la historia y, vencido por la omnipotencia de Dios, es proscrito junto a su séquito guerrero al infierno. Embebi-

do de odio, pretende inducir al pecado a la raza predilecta de la creación y logra su destierro. Regularmente, enceguecidos por los asideros morales de la anécdota bíblica, pasamos por alto obviedades que estaríamos obligados, como réprobos de nuestra propia conciencia, a preconizar en primera instancia: Dependiendo de la magnitud de la tiranía, término que resulta irrefutable, así volarán las ansias de libertad de los subyugados. “Vale más reinar en el infierno que servir en el cielo”, exclama Lucifer en algún momento de la obra. Renuncia (recordemos que en belleza sobrepasa a los demás ángeles) a la dependencia que lo obliga a loar a un déspota y al negar su excelsitud reta la noción del orden. Con su caída, dota de libertad su existencia.


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Los Santos Reyes Por Severino Salazar Mi tío me trajo de regalo un lugar sagrado, un espacio portátil en el que sólo cabía una persona. Me dijo que desde él se podía hablar con Dios. A cada quien de la familia le trajo algo diferente de los lugares donde anduvo. Estaban a punto de terminar las posadas cuando mi tío llegó de su largo viaje -que había durado más de tres años- a tiempo para pasar las fiestas de Navidad y Reyes. Casi toda la gente del pueblo vino a saludarlo, chicos y grandes. Pero no juntos, primero unos y luego otros. La casa se llenó de alegría, de abrazos, palabras de bienvenida y risas a lo largo de esos días. Se pasó dos semanas enteras en la casa, que es la de los abuelos, contándonos lo de su estancia en Roma y después de sus viajes por Tierra Santa y sus alrededores. Habían venido mis otros tíos con sus esposas y mis primos y primas. Era un mundo de gente adentro de la casa. Decían que íbamos a pasar la Navidad y el Año Nuevo todos juntos, por primera vez en muchos años. Había como una feria en la casa, una fiesta que duraba y duraba y que no se le veía el fin ni nos cansaba. Todos los cuartos estaban llenos, ocupadas las camas. Todos dormían en hilera en el suelo de la troje -los que vinieron de Los Ángeles- en costales de dormir. La abuela consiguió dos mujeres para la cocina, que apenas se daban abasto para los desayunos y las comidas, cocinando y lavando platos. Él estaba más flaco y más alto, huesudo y descolorido, como que no terminaba de crecer. Su vestimenta era toda negra, con su cuello blanco. Me acuerdo que esos días se nos iban como suspiro, que después de desayunar o de comer, nadie se paraba y se iba, pues nos quedamos las horas sentados alrededor de la mesa escuchándolo, bien atentos y con la boca abierta como si no tuviéramos nada más qué hacer, sólo escuchar las maravillas que nos hacía ver tan solo con sus palabras. Nos enseñaba muchas partes del mundo que no conocíamos, que habían permanecido ocultas hasta esos momentos, mientras los grandes

tomaban café y fumaban; y nosotros saboreábamos ponches, refrescos y nieves. Hablaba diferente, como que los lugares donde había estado le habían cambiado la voz; y no nada más la voz, si no todo él por dentro. Uno de mis primos le preguntó si no había sacado fotos. Él lo miró por un momento como si no hubiera entendido o como si le estuviera haciendo la pregunta más tonta del mundo. Él no se reía a carcajadas como los demás, sino que sonreía y miraba a las cosas y a las gentes serenamente, como si no le corriera ninguna prisa. O como si estuviera todavía muy cansado por el largo viaje, y no terminaran de pasar los lugares y sus habitantes por su mente. Dejaba sus largas manos sobre el mantel, casi olvidadas, una sobre la otra; de vez en cuando levantaba una y se rascaba el mentón o se tocaba la punta de la nariz. Mi abuela no se llenaba de verlo, y suspiraba; se le hacía imposible que fuera verdad que su hijo amado, el escogido, ya estuviera de regreso y entre nosotros. Y quería abrazarlo, pero se aguantaba, porque nos decía que ya era un hombre consagrado y había que ser respetuosos con él. Que él ya era un representante de Dios sobre la tierra. Que era un espacio consagrado a Dios. Mi papá y sus hermanos reconocían que él había sido el estudioso, el dedicado, el disciplinado, el inteligente de la familia. Se había ido a Roma para terminar sus estudios sobre la Divinidad. Luego se fue en un barco, que allá nombran fallucas, por todo el río Nilo, hasta otros países donde nacía ese río. Luego subió por todo el Mar Rojo hasta Tierra Santa, la que había recorrido palmo a palmo. Mi madre decía que mi tío había ido a aprender cosas sobre Dios y el mundo que nosotros nunca llegaríamos a comprender. Mi tío nos trajo regalos a todos, como creo que ya lo dije, el mío lo había comprado en Antioquía, o en lo que ahora es Antioquía. Me dijo: cada uno de los musulmanes, y

Gentile da Fabriano, Adoración de los Reyes Magos

son millones de ellos, tiene un tapete como éste. Es auténtico. Como puedes ver, está hecho a mano. Los tejen y los cosen hombres piadosos en algunas mezquitas. Y cada uno de los hombres de esas lejanas tierras posee el suyo y lo lleva enrollado bajo el brazo a dondequiera que va. A la hora de rezar lo extiende en el suelo y se hinca sobre él y luego se postra; y desde ahí le habla a Dios. Este tapete es un espacio sagrado, donde nada más cabe un hombre para estar solo con Dios. Ellos no representan a Dios, como nosotros lo hacemos, me decía, estos símbolos

son el infinito, el elemento y la casa de Dios. Y me describió uno a uno todos los dibujos y gariboles de colores bordados y cocidos en el tapete. ¿No le hace que ellos le recen a Alá?, le pregunté. Dios es el mismo en cualquier lugar, me dijo, solamente cambia su nombre. Mi madre quiso que lo pusiera sobre la colcha de mi cama, para que me hincara a persignarme y a rezarle a mi ángel de la guarda todas las noches antes de dormirme y en la mañana al despertar. Luego mi tío me enseñó cómo postrarme. Me dijo, los


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musulmanes creen que para hablarle a Dios, uno debe tocar el piso con siete apoyos de su cuerpo, con las palmas, las rodillas, la punta de los pies y la frente. Esta actitud ante la Divinidad nos llega de la noche de los tiempos. Así, me dijo, y se postró como un musulmán sobre el tapete, apuntando con el cuerpo hacia La Meca. La noche del veinticinco hicimos una lumbrada en el corral, que alimentábamos con leña de mezquite y de pirul. Chicos y grandes jugamos y platicamos alrededor de ella. Ya casi amanecía cuando nos fuimos a dor-

mir. Había una luna enorme flotando sobre los techos del pueblo. Alguno de mis primos, no me acuerdo quién, dijo, miren al cielo, de un momento a otro Santaclós aparecerá volando sobre la casa. Mi tío entonces soltó una carcajada, la primera que le escuchaba, y nos dijo: Santaclós es un invento de la coca-cola, niños. Pero mírenlo bien; un viejo con esa panzota tiene el hígado crecido y las tripas hinchadas, por lo tanto es ruidoso y flatulento. No come, traga y bebe como un cerdo. Si tiene la nariz roja, llena de venas

a punto de reventar, es porque es un borrachín empedernido, que por algo siempre andará muerto de risa; ¡Jo, jo, jo! ¿Dígame qué mensaje es ése? ¡Jo, jo, jo! Tiene la presión alta, el pobre vejete, Los dientes se le pudrieron de tanto tomar coca. Y, por como camina, ha de estar gotoso. Esa cosa no puede andar por el cielo haciéndoles regalos a los niños. No hay nada espiritual en él como para que se levante la tierra y desafíe la gravedad. Es más bien digno de lástima. Y tan grotesco como las botellas que anuncia. Todos nos moríamos de risa por su descripción tan fea de Santa. Pero mis primos, esa misma noche o más bien dicho esa madrugada, en la troje, mientras nos desvestíamos para meternos en nuestras bolsas de dormir, me dijeron que me iban a contar un secreto, con la condición de que no se la fuera a decir a nadie: pero que tampoco los Santos Reyes existían. Que los que ponían los regalos en los zapatos eran nuestros mismos padres. Saber esa noticia, que curiosamente ni por un momento dudé de su veracidad, me llenó de una tristeza instantánea, que fue como si me hubieran echado un costal de maíz sobre los hombros. Me sentía pesado, como oprimido contra la tierra. Al siguiente día me las arreglé para quedarme solo con mi tío por algunos momentos, y le dije lo que mis primos me habían dicho en la troje, que qué opinaba él. Mi tío se puso rojo y tan enojado, que si he sabido no le hago semejante pregunta; luego me contestó: malvados, dijo como para sí mismo, contaminaron y secaron la fuente de la ilusión y la esperanza. El pecado más grande que se puede cometer contra la fe. No les hagas caso, me dijo. Como ellos no tienen nada, quieren que los demás estén igual. Voy a hablar con ellos, dijo por último. Pero tal vez se le olvidó o prefirió que así quedara el asunto. Me dijo: cuida tu cuerpo y mantenlo siempre limpio porque es un espacio sagrado. Es tu responsabilidad que no lo ensucien ideas extrañas, para que sea ligero y espiritual. Y flote sobre la mugre del mundo, y ésta no lo toque. De todos modos, los primeritos días de enero se empezó a vaciar la casa. Recogieron sus cosas y se comenzaron a ir mis tíos, mis tías y mis primos. Una mañana también mi tío hizo su maleta, se puso su gorra negra, se subió al camión que pasa más temprano por el pueblo y se fue a su seminario. La casa y todo el pueblo ahora se sentían vacíos, más vacíos que antes que llegaran a visitarnos. Pues las fiestas, una vez que pasan, como que nos dejan un agujero, que tarda su

tiempo en llenarse. En un día más sería la Noche de Reyes. Pero ahora me daba vergüenza hacer mi carta y ponerla en mi zapato; me sentía estúpido, como si el mundo estuviera hueco, me quedara grande y yo fuera muy pesado: de plomo. Como si todo fuera tan burdo. Al mismo tiempo me sentía robado, saqueado. O engañado; no sabía ni qué. Esa Noche de Reyes fue la más apacible de mi vida. Me empecé a sentir como en el aire desde que empezó a oscurecer. Desapareció la carga que había sobre mis hombros. No quería nada. No necesitaba nada. Ni un juguete; jugar no tenía ya ningún sentido. Ya de grande, pienso que aquella noche en la troje sufrí la primera gran pérdida. Y mis primos me habían ayudado para que así fuera. Sin embargo, aún tenía el regalo que mi tío me había hecho. La Noche de Reyes me hinqué sobre el tapete musulmán, junté mis manos, cerré mis ojos y le pedí a Dios que aunque los Santos Reyes no existieran, nos cuidara, que siempre estuviéramos todos juntos y que no llegaran guerras o desastres al pueblo. Me asustó un poco. Me senté sobre los talones y puse mis manos sobre mis piernas. Sin ruido, la ventana se abrió desde afuera y por ahí salí volando muy despacio, como una hoja en el viento, sentado sobre el tapete de colores. La noche era azul y estaba lleno de estrellas el firmamento. En un ratito crucé todo el pueblo. Con mis pensamientos le daba dirección a mi viaje. Abajo estaban los árboles, las torres y las cúpulas, los techos de las casas; más abajo, los patios y los corrales donde animales dormían. Nada se movía en el pueblo. Nada se oía tampoco, si acaso un burro que rebuznaba en la distancia o un gallo que cantaba entre las ramas de algún mezquite. Cuando de pronto vi que por el cielo del oriente venían cabalgando, sin prisa, los tres Reyes Magos, con sus costales repletos de juguetes. El oro de sus coronas y las sedas y bordados de sus vestidos brillaban con la luz de las estrellas. Pero lo más asombroso es que cuando pasaron por mi casa los vi que metían sus manos a los costales, sacaban muchos tapetes como el mío y los dejaban para que yo seguramente los repartiera entre los niños del pueblo. Cuando terminaron, se fueron para el norte, rumbo a Jerez. Al despertar -había pasado toda la noche sobre mi tapete- tenía la certeza de que algo muy grande todavía me quedaba. Y que eso iba a ser muy difícil perderlo o que me lo robaran. De vez en cuando, a solas, me postro sobre mi tapete y permanezco ahí pensando e imaginando cosas por mucho tiempo, apoyándome y tocándolo con tan solo siete partes de mi cuerpo.


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Brevísimo diccionario Inés y la (enorme) alegría1 Por Mauricio Flores *

Así como su apellido, la madrileña Almudena Grandes (1960) suele escribir grandes novelas: prodigiosas, deslumbrantes. La más reciente, Inés y la alegría, ha sido merecedora, en apenas un año, de los premios de la Crítica de Madrid, Iberoamericano “Elena Poniatowska” y “Sor Juana Inés de la Cruz”. Más los que se acumulen…, auguran sus lectores —y quienes la siguen desde hace veintiún años, cuando publicó Las edades de Lulú. La idea puede resultar descabellada: seis novelas que hablen de la batalla “interminable” que fue la guerra civil española, y que según la autora es fundamento de una España “aburrida y democrática”. La España desde donde Almudena Grandes lanzó ya el primero de “los episodios”, salvadas las diferencias con los que Galdós narró otras guerras. Definida por su creadora, Inés y la alegría es “una obra de ficción inserta en un acontecimiento histórico real” que cuenta un primer pasaje, la frustrada invasión de un colectivo militarizado de comunistas al recién instaurado régimen franquista, capítulo escasamente conocido por la propia historia. ¿Cómo abordar una novela que entreteje la historia inmortal —historia con mayúscula inicial— y que al cruzarse con el amor de los cuerpos mortales confecciona cosas muy raras? Tal vez enumerando, glosando, invitando al lector a comprometerse en ella… En la inmensa alegría de una Inés y que resultará la nuestra.

Alegría: la consigna. Amor: algo más que joder y joder; inexplicable borrachera de sentimientos opuestos, casi contradictorios. Amor (verdadero): el que sólo puede darse entre iguales, porque es un proyecto común, es compañerismo, generosidad, una unión completa que afecta a todo, al cuerpo, a la mente, a los sentimientos, a la vida entera, no un caprichito. Azar: imperfección congénita de los seres humanos, la traicionera confianza en su buena estrella que acompaña a quienes se arriesgan una y otra vez sin pagar jamás por su osadía. Batalla más importante de nuestra vida: la que ganamos solos. Callar: mejor que arrepentirse después. Cara de la derrota: mezcla de rabia, desolación, furia y tristeza. Clandestinidad: dominio del gris; donde las lunas de miel son sagradas. Comprender la realidad: primera obligación de un comunista, según Lenin. Comunistas españoles: fabulosa estirpe de creadores, ilustradores y consumidores de fantasías, que lograrían alimentarse y dormir, trabajar y ser felices durante treinta años, a fuerza de encaramarse sobre una nube sonrosada, aislada de la dura realidad del suelo, donde ni las verdades eran verdad ni las mentiras lo eran del todo. Derrota (mecanismo de la): maquinaria de aquel agujero minúsculo que sabía agrandarse hasta el infinito para devorar cualquier sueño, por inmenso que sea, en una infinita fracción de segundo. Despecho: con ser siempre torpe, con frecuencia miserable, a menudo hasta contraproducente, es al mismo tiempo un síntoma desgarrador, universal, de la naturaleza humana. Dicha más grande en la vida: enamorarse, y enamorarse bien. Ejército de la República: amalgama informe de batallones de voluntarios sin preparación, sin disciplina, sin oficiales. España: futuro de la Humanidad; vanguardia de la libertad del mundo; país anormal, que circula a su aire, a trompicones, en dirección contraria a la del resto de las naciones del continente. Franco Bahamonde, Pilar: hermana del Generalísimo; una bocazas poco común.

Guerra: la feroz, cruel, caprichosa, despiadada…, también injusta; donde se mata y se muere; precio de la libertad, de la justicia, del futuro. Hacer el ridículo: siempre mejor que meter la pata. Herida: las que inflige el enemigo se pueden soportar con la cabeza alta, sin dudar, sin descreer de lo que se sabe, de lo que se siente; las que abre un amante no se cierran jamás. Humillación: el sentimiento más poderoso. Ibárruri, Dolores, “La Pasionaria”: probablemente la única personalidad española que Franco considera a la altura de sí mismo; el Partido; grande como ninguna, inmortal como muy pocas, podría haber sido al mismo tiempo una pobre mujer, que tal vez lo fue más que nunca cuando aquella historia llegó a su oscuro final. Inés: un país cuyos límites coincidían exactamente con el que yo añoraba, la España que había poseído, a la que había pertenecido una vez y ya no sabía dónde encontrar fuera de mi memoria, según Galán, personaje (junto a la primera, central). Mil novecientos hombres: menos que la mitad de cuatro mil, pero siguen siendo mil novecientos pares de brazos, mil novecientos fusiles, mil novecientas balas por segundo durante todos los segundos que caben en muchas horas. Mujer: una casa…, para vivir en ella. Mujeres jóvenes: las que no desafían a su propio infortunio vistiéndose de negro todas las mañanas. Orgullo: lo único que teníamos, nos había sostenido, nos había alimentado, nos había armado, y nos había empujado hasta una gran victoria que nos importaba exactamente una mierda. Partido (Comunista de España): ministerio de oficinistas vestidos de gris; nuestra casa, la de todos nosotros. Putas: suelen ser buenas chicas con mala suerte. Silencio: sitio donde perece la minoría de unos cuantos miles de hombres que arriesgaron su vida por la libertad y la democracia de su país. Tensión: el estado ideal de un soldado. Terror: un recurso sumamente eficaz. Vencer: lo contrario de convencer. Venganza: (la) que nunca da, que siempre quita. Victorias militares: (las) que trastornan a las mujeres.

1Almudena Grandes, Inés y la alegría, Tusquets, España, 2011, 729 pp.

* Periodista y promotor cultural.mauflos@gmail.com


2 DE ENERO DE 2012

El plagio permitido Por Eduardo Campech Miranda*

Banksy

Hace dos semanas, en la Carta abierta a Silvia Garza Benavides, hubo un punto que no desarrollé y quiero abordar en esta ocasión. He comentado que dentro del mosaico de palabras vertidas por el jurado en el certamen de lectura, efectuado en CONALEP Nuevo León, las de Roldán Salazar Mendiguchía sobresalen por su poética y calidad literaria. Con la finalidad de ilustrar lo anterior, comparto algunos fragmentos del texto en cuestión: Un libro es un libro cuando está siendo leído, cuando su contenido sacude las entrañas y seduce los sentidos del lector: los ojos que lo escudriñan son el soplo divino. El libro ha nacido para que lo lean, es la razón por la que ha sido escrito; ése y no otro es su destino. Guardado, apretujado en un estante y recubierto de olvido el libro deja de ser libro en tanto yace despojado, inerme, en espera de la mirada ávida, urgida y sensible que libere lo escrito y le dé vida a cada palabra de su contenido. En Francia hay un verso que pregona la suerte de los hombres y los libros: He aquí la suerte de los hombres, muchos los llamados y pocos los elegidos, he aquí la suerte de los libros, muchos los deletreados y pocos los leído.1 La poesía es de carne y versos, de humana naturaleza, suspira al contemplar la algarabía de la niña que entreabre la ventana de la vida; la conmueve el tren que recorre las estaciones del alma, el estruendo de mar con sabor a sal y eternidad, el ímpetu de la ola que salpica la existencia, los surcos que escarba con brío el río de las gotas renovadas; la estremece el dolor del desamor, el rencor del fratricida; se agobia al escuchar el ruido ensordecedor del dinero. La poesía es voz que con indignación encara el abuso de unos cuantos sobre tantos, son manos que a tirones desgarran el camuflaje de la infamia, son ojos perturbados por el aire denso y la palidez del cielo. La piel de la poesía transpira melancolía, tirita en las noches de invierno y se embriaga de sol veraniego; la poesía es nuestro ser, nuestro sentir, nuestro existir; es músculo y calcio de nuestros huesos…

Después de paladear el discurso completo reparé en el nombre del autor. Sin lugar a dudas es hermano del ex gobernador chiapaneco Pablo Salazar Mendiguchía. Indagando un poco más en torno a Roldán, descubrí que es docente en CONALEP Chiapas. El caso de Peña Nieto en la FIL de Guadalajara, las clases de literatura de Ernesto Cordero, Mario Delgado y José Ángel Córdova, estaban en su apogeo y me llevaron a cuestionar la autenticidad de las palabras, no sólo del maestro Roldán (que dicho sea de paso, no tengo elementos para afirmar categóricamente que el discurso no sea de él), sino de las de todos los políticos que presentan publicaciones gubernamentales, las cuales se enfocan a otros ámbitos menos al de la política. Si como se ha ido mostrando que un grueso de nuestra clase política está alejada de la lectura en general, y la literatura en particular, ¿con qué calidad moral permiten que aparezca su nombre como autoría de unas líneas que difícilmente comprenden e imposiblemente redactaron? Con la del poder que permite un plagio constante durante cada sexenio. 1 SALAZAR Mendiguchía, Roldán: “Sabines: el poeta de carne y versos”, en Silvia Garza Benavides, La promoción de la lectura, México, UANL, 2011, p. 64. * ecampech@yahoo.com.mx

Por Mateo Estrada Gaviria Lunes 12. Presenté seminario. Tenía la ilusión de pasar el filtro con tranquilidad. Las observaciones fueron densas. El “ensayito” queda en anotaciones para una biografía de fray Antonio de Sandoval. Uno de los lectores dijo: “Hay exceso de carne, muchos sujetos y poca explicación”. Otro comentó: “Es notorio que te interesan más las referencias de los individuos, que el proceso donde intervinieron”. El colmo estuvo cuando Marco opinó sobre el trabajo del próximo semestre. Como revisaré “El manuscrito Teúl”, el profesor recomendó no confundir los sistemas lingüísticos con los procesos, pues la acción ocurre cuando se hace la interpretación de un texto. Ordenó que exhiba las restricciones, para que se entienda: la tesis y lo de Sandoval es lo verosímil; el resto ronda en la creación. Con su clásico y petulante movimiento de manos agregó: “Éste es, quizá, un simple juego”. Comí reliquia. Pedí en la carnicería del barrio. Lo hice como cualquier prole [palabra de moda que ha sustituido la de naco. En ambos casos son términos racistas para designar a personas de estratos sociales y económicos bajos y muy bajos]. Al rato iré a la presentación del libro Interceder, proteger y consolar. El culto guadalupano en Zacatecas [Mariana Terán Fuentes, Conacyt, UAZ, 2011]. El evento será en el patio de rectoría. Quizá luego vaya con Marco y César a beber… Jueves 15. Encontré a Raymundo en el bus (camión 24, ruta 4). Estaba en la última fila de asientos. Pese a la hora (4 pm) traía gafas de sol veraniego. Caminamos cerca de la casa. Le hice creer que iba de visita al depa. Intento planear, pero advertí que todo era pasado. Le di mal el número del cel… Miércoles 21. Leo, escribo, miro televisión, como galletas, camino. He dejado de ir a Saint Germain, el bullicio callejero irrumpe demasiado en el lugar. Con satisfacción escribo: vivo un ascenso en la relación con JC. Su mujer e hijo salieron de la ciudad. FO se fue, desde el sábado, a Guerrero. Estas ausencias permiten que él esté, que estemos, en la casa sin sobresaltos. Estoy contento que la relación no siga ya la ruta del alcohol, las fiestas y se detenga en la culpa… Domingo 25. Subí con Rodolfo al cerro de Las Antenas. El acto fue premeditado. Hace días le sugerí mirara la peli Quemar las naves [F. Franco, 2008] La vio y propuso ir, para fotos en “plan de aventura”. Bebimos algo de jotabe. Al volver, preguntó “crees que soy joto”. Como la palabra me pareció fuerte, di rodeos (cuasimetrosexual, dependencia en ciertos actos). Su silencio fue tan elocuente, que me hace sentir excedido…


LA GUALDRA NO. 31

Paralelismos y continuidad atemporal en la escultura

Del cuerpo y la belleza clásica al hiperrealismo de alto impacto Por Armando Haro

Sirva este texto como invitación a dos exposiciones de vital importancia que cerrarán ya sus puertas a fines de enero y principios de febrero del próximo año: Cuerpo y belleza en la Grecia antigua en el Museo de Antropología e Hiperrealismo de alto impacto del australiano Ron Mueck que está en el Museo de San Idelfonso. Sirva pues de texto para llevar a cabo un hiper-texto que relaciona de una misma actividad dos realidades espacio-temporales diferentes, pero con el cual se pretende patentizar el carácter perenne que la escultura tiene como oficio. Si bien se puede llegar a pensar que se trata aquí de dos expresiones de un mismo arte que tienen objetivos y métodos distintos, ello no es exactamente así. Si bien las ideas de belleza, verdad y bondad dirigen y motivan la realización armónica de las formas escultóricas desde la Grecia clásica hasta el Imperio Romano —una como modelo eterno para el otro—, la intensa búsqueda de dichas ideas en Occidente no ha dejado intactas las obras de arte contemporáneo. Ello resulta evidente en la obra hiperrealista de Ron Mueck, pues aún cuando su persecución ha sido el retrato de la vida en cuanto a tal, con sus imperfecciones y desvaríos, subsiste en su propia aspiración hiperreal una clase de ideal metafísico transformado. Porque si bien ya no existe unidad sí expresa soledad y ajenidad, abandono del individuo en una expansión del espacio metafísico que abre metáforas para reflexionar la condición del hombre en el horizonte del nihilismo. Igualmente, si ahí no hay belleza es porque ésta está oculta detrás de un trabajo infinitamente diligente y minucioso que busca retratar en su cruento naturalismo ese abandono individualista al que se ha sido expuesto el hombre después de la Segunda Guerra. Por lo que tampoco podemos es-

perar de ello nada de bondad, pues a diferencia del arte griego clásico las figuras hiper-físicas de Mueck lo que nos muestran es a dicho hombre expuesto en la multidimensionalidad de un espacio abierto, expresando una franca neutralidad frente a todo juicio moral y/o de gusto con una corporeidad cotidiana e indiferente. Igualmente, en un ejercicio de acercamiento en la lejanía de las dos expresiones del arte escultórico, podemos apreciar en la exposición Cuerpo y belleza que efectivamente hay cuerpos y belleza pero que, a veces idealizados hasta la sublimidad, presentan una belleza tan anodina que lo que produce en realidad son deformaciones manieristas. Torsos imposibles de existir en la realidad, posturas imposibles de imaginar en la gravedad diaria, impasibilidad exasperante que en la liberación de las formas ha llegado al desequilibrio y la ebriedad. Y al percibir —con profunda admiración por la técnica de los griegos y por su profesión de amor a los materiales— que estas figuras son más ficticias que la unitaria realidad que profesan, nos damos cuenta del giro que el arte griego ha operado en la persecución por la mímesis y la apariencia del arte occidental. De esta manera la metafísica de lo uno, bueno y bello del arte griego clásico muestra que para alcanzar estos ideales se tuvo que llegar a traicionar la unidad de la belleza de un Apolo o una Afrodita con una ambigüedad transexual y dionisiaca. Y de que si existe algo de bondad en los competidores victoriosos de la palestra, también hay malevolencia en la actitud de ciertos sátiros frente a las ninfas o del entrenador con el entrenado. De que hay, en este mundo de metafísica unidad occidental, un paralelismo oblicuo con sus contrarios: multiplicidad, fealdad y malevolencia.

Este equilibramiento, sin embargo, no sirve de nada si no se encuentra la diferencia en la repetición, sino se da un quiebre, un cambio de dirección en las fuentes del espíritu humano y de su actividad poético-creadora. Porque al ver que en Mueck sobreviven cánones tan antiguos del hombre occidental y que las aspiraciones por un naturalismo cruento son compartidas, entonces se puede emprender por identificar sus diferencias meramente formales: forma y contenido. Una similitud sorprendente en su diferencia es precisamente el juego de escalas que tanto la escultura de Mueck como la del arte clásico realizó con el fin de enfatizar un ámbito, de redimensionar el espacio mismo que ocupa la obra. Este redimensionamiento es un recurso clásico que aprovechó muy bien el renacimiento. La obra se abre en la expansión-implosión del espacio mismo. De esta manera una figurilla en bronce del gran Zeus de Fidias en Olimpia implosiona el espacio que su copia a gran escala abre dentro del espacio cerrado del templo. De igual manera, la mujer reposando de Mueck expande el espacio caustral de San Idelfonso mientras que el hombrecillo de la barca implosiona el mar ausente y metafísico de la nada en la que flota, y la barca que no abarca, indomable artefacto de flotabilidad que no otorga ninguna autonomía. Otra similitud son las técnicas usadas, ya que los procesos de modelado y vaciado se han conservado casi intactos desde estas fechas clásicas y aún antes en algunas civilizaciones antiguas. Instaurado en la época de los materiales y las herramientas técnicas, de las computadoras y los modelados en 3D, aún Mueck tiene que realizar un modelo en arcilla para obtener el molde del cual sacará un ‘vaciado’ de varias capas de sílice y fibra de vidrio.

Igualmente los vaciados en bronce de los griegos requerían de un modelo previo de cera del cual se obtenía el bronce, tratando con distintos acabados de transparencia y color, de brillo y opacidad los cuerpos broncíneos, las masas marmóreas, los frescos policromos, los mosaicos; acabado que en casi ninguna pieza de arqueología ha subsistido. Mueck también hace escultopintura, y el éxito de su hiper-física radica en el hecho de que el detalle se da, como en cualquier obra pictórica y matérica, mediante texturas y color. Pero a pesar de todas estas convergentes divergencias, qué le pasaría a un Fidias frente a una obra de Mueck, seguramente como a nosotros le produciría una impresión de alto impacto, pues difícil es a veces diferenciar la apariencia de la apariencia misma expresando un contexto real. Para saber que opinaría Mueck de la obra de arte clásico sólo hay que preguntárselo a él. Sin embargo, aún su propia opinión sería parte de las habladurías, porque lo que en todo caso se enfrentan son espacio-temporalidades de una misma tradición y tanto la obra de Mueck como la del arte clásico se balancea entre ser pura apariencia: ilusión; o ser apariencia de la apariencia: verdad. Si el arte ha sido hasta Hegel el arte clásico, como ideal de la correspondencia concepto-objeto, con el realismo-realista, hiperrealista, que hunde sus orígenes en el arte romano, y más propia y posteriormente en el romanticismo europeo, ahora dicha correspondencia no sólo se elimina como diferencia sino como convergencia equitativa concepto-objeto, no hay nada más ahí, dicen las fichas técnicas de la exposición de Mueck, que: feto, mujer con varas, hombre en barca, separación, ave, mujer descansando, juventud, deriva.


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