Laberinto No. 486

Page 1

Laberinto

Víctor Toledo Poesía página 3 Braulio Peralta Instantes en San Petersburgo página 3 Rogelio Villarreal Hecho en México: música y superchería página 10 Carlos Jordán Entrevista con Duncan Bridgeman página 11

N.o 486

sábado 6 de octubre de 2012

Otra vez el Nobel

David Toscana Página 2 ESPECIAL

FIL 2012

Leer a Brasil Juan Pablo Villalobos Lourdes Hernández Fuentes Carola Saavedra Michel Laub Marçal Aquino Páginas 4 a 7

MILENIO


02 b sábado 6 de octubre de 2012

MILENIO

antesala DE CULTO

ESPECIAL

Otra vez el Nobel

Natalie C. Barney

La Rive Gauche

TOSCANADAS DONAUSTROOM.EU

El escritor albanés Ismail Kadaré

David Toscana dtoscana@gmail.com

P

or estas fechas se vuelven a renovar las apuestas sobre el Nobel de literatura. Mi preferido, Ismail Kadaré, no aparece por ningún lado. En cambio ahí está otra vez el eterno Bob Dylan con su numeroso apoyo de profesores universitarios sesentaiocheros, seguro en su mayoría de Berkeley. Según las casas de apuestas, el músico seudoliterato tiene momios de 10/1. A Kadaré no sólo lo admiro. Lo envidio profundamente. Más allá de una obra inteligente, sensible, extraña, provocadora y bella, tiene una novela que me hubiese gustado escribir: El general del ejército muerto. Para mí, leer esa novela fue como enamorarme de una mujer ajena e inalcanzable. Un amor triste, una obsesión. Para quien no la haya leído, resumo el tema: en los años sesenta, un general es comisionado para que vaya a Albania a recuperar los cadáveres de los soldados caídos en la Segunda Guerra Mundial. La aventura se convertirá en un grotesco símbolo de la inutilidad, tanto de su misión, como de la guerra. Quizá también de la vida. Mejor aún, quien no la haya leído debería dejar en este punto mi texto, el suplemento Laberinto y dirigirse a una librería. Pero hay que apurarse, pues en todo México no habrá más de veinte ejemplares de esta novela. Ya conocen a los lectores que mandan en las librerías: en vez de buena literatura, quieren leer novelas de chupasangres y detectives de pacotilla. El mismo Kadaré mostró este tipo de envidia por otra novela: Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric, solo que en vez de

Andrés de Luna b andres10deluna@gmail.com

verla como mujer ajena, se puso a cortejarla. Acabó escribiendo El puente de tres arcos, un texto valioso sobre la construcción de un puente y las historias y leyendas en torno a él, aunque sin la ambición de la obra maestra del escritor bosnio. Amigo lector, si no consigue El general, puede llevarse alguno de los excelentes premios de consolación de Kadaré. Por ejemplo, Abril quebrado. Un mundo donde la tradición es más poderosa que la conciencia; la historia de familias que tienen siglos matándose unos a otros, pues así lo ordena el Kanun. Quizás en alguna librería encuentre El nicho de la vergüenza. Ahí se enterará de los cuidados que se le dan a la cabeza de un decapitado para poder exhibirla en una plaza. O la Crónica de la ciudad de piedra, un terrible y bello relato sobre un pueblo albanés durante la Segunda Guerra Mundial. O alguna de las novelas donde nos narra los absurdos y las angustias de la vida en Albania durante los años del comunismo. Es difícil hallar un autor que nos haga reflexionar sobre las extravagancias de la historia, el poder y el individuo de modo tan atinado y profundo como lo hace Kadaré. Que nos haga comprender nuestra también extravagante situación a través de relatos que parecen lejanos en la geografía, el tiempo y la cultura. En Kadaré hay verdad. Esa verdad que sólo puede decirse con novelas. Si yo fuera académico sueco no dudaría en darle el Nobel. No para inflarle el ego y colgarle una medalla y entregarle su chequezote. Sino porque es importante darle aire a sus libros. Porque es necesario que un habitante de este mundo no se vaya al otro sin antes haberlo leído. L

P

arís era dos fiestas, entre otras muchas. Una era la que propiciaba Gertrude Stein, tan amiga de Picasso, Matisse y Hemingway, para mencionar sólo tres nombres. La otra era la del salón en la Rive Gauche, de la también estadunidense Natalie C. Barney (1884-1979). Por este espacio pasaron celebridades de la talla de Ezra Pound, T. S. Eliot, Sherwood Anderson, Ford Madox Ford, Paul Valéry... Stein y Barney compartían el desafío lésbico. Amazonas intelectuales, las escritoras anudaron los hilos del destino y se entregaron a sus deseos. Barney fue más abierta, más rebelde, se mostró sin tapujos ante una sociedad a veces confrontada con vergonzosas moralinas. Aun así, París era el territorio de tonos grises, según lo encontraba Henry Miller, que estaba en concordancia con el Eros que destilaba ese espacio de plenitud. Barney estaba seducida por los amoríos que se negaban a las rutinas de pareja. Por su lecho circulaban las amantes establecidas además de las que se agregaban de tanto en tanto. Una de esas damas fue la malograda poeta Renée Vivien. Menos confusa y de mayor lucidez fue la estancia con la bailarina Armen Ohanian o la larguísima relación con Romaine Brooks. Pionera en algunos terrenos, contrajo matrimonio, aunque careciera de legitimidad, con la bella Elisabeth de Gramont, duquesa de Clermont Tonerre. De resonancias proustianas, familiares cercanos a esa joven

EX LIBRIS

formaron parte del reducido círculo de personas ligadas al conciliábulo del autor de En busca del tiempo perdido. Una de las obras capitales de Barney fue De trazos a retratos (Icaria, Barcelona, 1988), libro en el que se lee: “Solo importa el amor y no el sexo al que se consagra este amor. El resto no es más que un problema de cría, de selección y de segregación de las especies”. La escritora queda confundida ante la realidad y la ficción que desatan sus “retratos literarios”, en los cuales, con anotaciones finas, deja al descubierto lo que supone es la personalidad del atisbado. Por ello, las expectativas ante una escritura rigurosa y amena estaban dadas en la apuesta hacia el futuro. En su obra se destacan Eparpillements (1910), Pensamientos de una amazona (1918), Aventuras del espíritu (1929) y Recuerdos indiscretos (1960). Todos los textos de Barney revelan sus obsesiones y su insistencia por lo femenino. Ella gustaba de la isla de Lesbos, en Grecia, uno de los sitios en que encontraba las coordenadas de su sexualidad. Era un reencuentro con Safo, la décima musa, que la inspiraba. Si Novo escandalizaba con sus peluquines de colores pastel, Barney tenía entre sus amantes a mujeres travestidas con bombín y bastón, parte de un espectáculo de entreguerras, cuando se cultivaba el gusto por la vida y los placeres de la índole que fueran. Barney es la figura mítica de un tiempo irrepetible y con mucho de goce. L La Esfinge y Sófocles bEKO

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

Xavier Velasco

La estupidez: he ahí al gran verdugo de la paciencia.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


sábado 6 de octubre de 2012 b 03

LABERINTO

antesala

Enredadera

Instantes en San Petersburgo

El asombro ante la geografía de una localidad veracruzana estalla en estos versos que son también un canto a la amistad y la memoria A SALTO DE LÍNEA

POESÍA

ESPECIAL

Víctor Toledo Para Miguel Capistrán

¿En dónde habitan las Hadas? Pasando las formas dragantes del Filodendro —con su tallo de boa— y el estático verde surtidor de Palma Sicca, mucho antes del Ficus Gigante que apresa la sombra de la sombra para encender con su brillo acerado una poza de luz, más allá de la sabia sangre del Sangregado del ob-seno color del Platanillo y de la exuberancia del Árbol Del Pan donde hincha de sueños su potencia el dios. En el sendero enmarañado de pequeñas linternas que va hasta el Cempaléhuatl: (treinta metros de altura y veinte de follaje dan una nube montaña donde pondré unas ventanas sobre la barranca). En donde la Pochota y el Guarumbo (guarda el rumbo de la rumba a la marimba y el sonoro perfume de la lluvia) la Escolopendra, la Ceiba y el biombo celeste del Ubero y ardiente Tetlatín y la Mafafa lanzan una gama mayor de notas verdes que una esmeralda bajo del mar. Donde llega la orilla del eco del río y las voces tenores de las piedras o sus gritos agudos con una playa de aroma intemporal. La Estrella de la Virgen la Palma de las Islas Mauricio, el Xochicuáhuetl la Vergonzosa, el Floripondio, el Toloache y hasta el Mango, el Cafetal y los Naranjos de ombligo (invitados arraigados) saben del vuelo de las Hadas: ellas cantan sin voces parpadeos luminosos un código Morse secreto para llamar a su elección unísona cometas diminutos, segundos eternos cometen voces internas, constelación danzante, concierto de luceros sobre un mar asordinado de cigarras y grillos. Donde canta el silencio en la luz de la oscuridad.

P

oeta, ensayista y traductor del ruso, Víctor Toledo (Córdoba, Veracruz, 1957) es autor de más de una veintena de libros, entre los que se encuentra el ensayo La poesía y las hadas. Catábasis poética del reino vegetal (Eón-BUAP, 2011). El poema que publicamos en esta página fue escrito hace varios años, después de una visita al rancho cordobés del crítico e investigador Miguel Capistrán (1939-2012), a quien está dedicado, y forma parte del volumen inédito Oro en canto son oro: Sor tija de hadas, de próxima aparición en IVEC-Conaculta.

Braulio Peralta braulioperalta@yahoo.com.mx

E

scena en un elevador: Una mujer, pasados los setenta, le dice a su amante: —Bésame. Inaudible pero se sobreentiende porque el hombre, alto y de unos ochenta años, voltea amorosamente y se inclina para estampar un ósculo, largo, intenso, deseoso, sobre su boca. Se abre la puerta del ascensor: tomándola de la mano, salen abrazados. Desaparecen… Sucede en San Petersburgo donde uno de sus aeropuertos es como un búnker en tiempos de guerra o set para película, de realismo socialista. Sin servicios, sin anuncios. No existe protocolo para arribar o partir. Se percibe lo cutre. De entrada, inquietud sin peligro. Unos afroamericanos —enamorados igualmente— no creen lo que ven. Los rusos se niegan al turismo internacional, con todo y divisas. Pero uno es terco. La ciudad, con su biblioteca de 35 millones de libros, con más de 300 puentes para atravesar el río Neva y sus canales o caminar las calles donde tomaban café Tolstoi y Dostoievsky o la catedral donde yacen los restos de Stanislao Poniatowski, el rey polaco enamorado de Catalina la Grande, la primera coleccionista de obras del arte holandés que alberga el Ermitage (tres millones de piezas, entre Tiziano, Da Vinci, Rembrandt, los impresionistas y lo que quieran). O esas escaleras donde Eisenstein filmó la caída de los zares. Aquí la burguesía parece inmortal… Cómo no revivir el amor en esta ciudad. Belleza sin hartazgo. El capricho de Pedro el Grande que convirtió a San Petersburgo en la Europa del noreste, parecido a Amsterdam, Roma, Venecia o

París pero con una personalidad arrolladoramente única. Nada más ver la elevación de los puentes a medianoche para el paso de los barcos nos deja boquiabiertos. El centro de reunión de los amantes, besándose… o los borrachos y excéntricos jóvenes dispuestos a bailar, devorar la noche-día, hasta el amanecer. Lo mío son los museos. El Ermitage —sin “H”, corrige Teresa del Conde, aunque insisto que aquí se escribe de igual forma (“un error, porque la palabra viene de eremita”, explica)—. Mirar nunca cansa ante la sugerencia mental y sensorial que el arte ofrece. Nada tiene que envidiarle al MoMA de Nueva York o al British Museum de Londres o al Prado de Madrid. Eso sí: la curaduría es mala y pésima la iluminación. El edificio —la belleza del barroco ruso que dejaron los príncipes— requiere mantenimiento. Putin debería pensar en el valor de la cultura. Tchaikovsky escribió la soberbia pieza musical 1812 y aquí se erige el Palacio de Kazam dedicado a la gesta heroica de los rusos en tiempos de guerra por la patria. Pero su mejor conquista fue esta urbe, capricho de Pedro el Grande —fundada en 1703—, para que Europa volteara a ver la proeza de espacios, parques, calles, monumentos… Cuando de maravillas se trata es mejor callarse y caminar por la Avenida Nevsky. Mención aparte son las iglesias rusas, esas cebollas doradas que penden en el cielo. Las noches blancas (la aurora boreal) consumen, abrazan, desintegran. Cuando vengan a Rusia, comprenderán mi amor por San Petersburgo. L

MILENIO bLABERINTO b http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter: SCLaberinto


04 b sábado 6 de octubre de 2012

MILENIO

de portada

Leer a Brasil

Las letras brasileñas serán las invitadas especiales de la próxima edición de la FIL de Guadalajara. A excepción de unos cuantos nombres —Nélida Piñón, Clarice Lispector, Rubem Fonseca—, sabemos muy poco del estado en que se encuentran. Para satisfacer la curiosidad de nuestros lectores, presentamos dos vistas panorámicas y a tres de sus nuevos representantes, una parcela apenas de ese continente que estamos obligados a explorar Juan Pablo Villalobos

S

e repite con frecuencia que Brasil es un país continente, un territorio tremendamente heterogéneo desde el punto de vista social, cultural, económico e incluso racial, y que tiene sus propias y complejas dinámicas. Brasil es, en efecto, un mundo aparte de nuestra América Latina. Para los lectores de lengua española — exceptuando a los argentinos—, Brasil se presenta a menudo como una incógnita indescifrable. Machado de Assis, Jorge Amado, Clarice Lispector o Rubem Fonseca son los buques insignia de su narrativa, pero poco se sabe fuera de sus fronteras de autores fundamentales como Lima Barreto, Nelson Rodrigues, Hilda Hilst o Dalton Trevisan. En México, nuestro

conocimiento de la literatura brasileña está lleno de huecos imperdonables, por culpa, entre otras cosas, de la relación distante que históricamente hemos guardado con Brasil y de algunos malentendidos editoriales. En el medio editorial, es un lugar común decir que la literatura brasileña no vende. Se habla de que es una literatura autorreferencial y se exponen algunos sonados fracasos de hace casi tres décadas. Las editoriales argentinas han sido las responsables de asegurar la presencia de autores brasileños en las librerías del mundo de habla hispana. Para los escritores brasileños “salir afuera” es un camino cuesta arriba. Pienso en Outra vida de Rodrigo Lacerda, publicada por Alfaguara en Brasil. Se trata de una magnífica novela que

Del blog al papel Lourdes Hernández Fuentes

M

e sorprende y no me sorprende este Brasil. Algo debe significar que todos los menores de 40 años (y algunos ya mayores) lleven un blog como antes llevábamos un diario. En una corrida que parece maratón pasan de creadores a recreadores, animadores de las letras y sus comidillas a conferencistas y antologistas, promotores o simplemente descubridores del otro, de la otra. Editoriales y publicaciones viven un gran momento en Brasil e Internet consigue que hasta el más olvidado de los escritores tenga mucho más que quince minutos de atención y lectura. Nelson de Oliveira, ganador el año pasado del premio Casa de las Américas con Poeira: demônios e maldições, edita, promueve, escribe decálogos, crea heterónomos, sacude al mundillo literario. Con un trabajo incansable y casi siempre al

recibió, entre otros, el premio a mejor libro del 2010 de la Academia Brasileña de Letras. Dos años más tarde, el libro está a punto de ser publicado en español por una editorial uruguaya y tendrá, espero equivocarme, una distribución restringida. Quiero decir que la excelente novela de Lacerda correría una suerte muy diferente si estuviera firmada por un autor francés, inglés o italiano, incluso argentino o mexicano. O portugués (piénsese en el fenómeno editorial de Valter Hugo Mãe). Felizmente, algunas señales parecen indicar que vendrán mejores tiempos para las letras brasileñas en nuestras tierras. Este año, la nueva editorial mexicana Elephas publicó el primer tomo de Infierno provisorio de Luiz Ruffato y anuncia para noviembre la segunda

borde de la marginalidad, Marcelino Freyre atiza los encuentros callejeros donde beber cerveza y respirar literatura están al mismo nivel. Edita, traduce, consigue organizar los off off, sea de la Feria de Parati o de cualquier otro encuentro literario que llame a “Los que son”. Luiz Ruffato no sólo cuida arduamente de su propia y sólida narrativa sino que lee y recibe a todo escritor que busca una opinión, un consejo, una sugerencia: su última antología reunió a 25 mujeres escritoras brasileñas. Eso es otra cosa que sorprende, nunca aparecieron tantas mujeres publicando al mismo tiempo en Brasil. Por ejemplo, Tércia Montenegro: ya surgió con voz propia (y detalle importante, no pertenece al eje cultural Río-Sao Paulo, viene del norte del noroeste, cearense). Tiene un blog, por supuesto: http://literatercia.blogspot.com.br/ Ana Paula Maia también tiene un blog bien radical: http://www.killing-travis.blogspot.com.br/ Actualiza al personaje del suburbio carioca, sumándole esa intrigante maldad de los tiempos actuales. En sus propias palabras: “La mejor parte de escribir son las posibilidades que la literatura

ESPECIAL

entrega y la novela O filho eterno de Cristovão Tezza. Diário da queda de Michel Laub, uno de los libros más notables del año pasado, será publicado en 2013 por Mondadori. La Biblioteca Nacional ha lanzado un ambicioso programa para fomentar la traducción de la literatura brasileña que con seguridad rendirá frutos. Es también de esperarse un efecto positivo del número de la revista Granta sobre Los mejores escritores jóvenes brasileños, recientemente publicado en portugués y que saldrá en inglés en noviembre y en español en 2013. Brasil será el país homenajeado de la Feria del Libro de Frankfurt en 2013 y este año la Feria del Libro de Guadalajara ha invitado a un contingente de veinte escritores, entre los que se cuentan los consagrados Milton Hatoum, Bernardo Carvalho y Marçal Aquino. Como en toda literatura que goce de buena salud, es difícil establecer un patrón para entender la escena literaria brasileña, a no ser, justamente, la diversidad. Hoy en día conviven el realismo sucio de las favelas, los herederos de la rica tradición literaria de Minas Gerais, la narrativa cosmopolita del eje Río de Janeiro-São Paulo, la pujante ola de escritores de Porto Alegre y la curiosa irrupción de los hijos de la inmigración más reciente —chilenos, uruguayos, argentinos o portugueses nacidos o llegados a Brasil en los años setenta. Valga como muestra, y como voto de buena fortuna, esta selección de tres autores, muy distintos entre ellos, que estarán presentes en la FIL de Guadalajara. L

ofrece de ir más allá”. El trabajo sucio de los otros es descrito en su blog como el primer folletín pulp del Internet brasileño. Ya se publicó como libro y narra la historia de los hombres que recogen la basura, quiebran el asfalto y destapan caños. Vale la pena dar un click en el sitio http://xicosa. folha.blog.uol.com.br/ que lleva a la columna Modos de macho, modinhas de fêmea & outros chabadabadás. Pero si incluyo a Xico debo incluir también a Reinaldo Moraes y su Pornopopeia, mezcla de pornografía con prosopopeya. La cachondería en gotas diarias siempre cae bien. Mientras Moraes se empeña en hacer el retrato de toda una generación repleta de cachondería y valemadrismo, Xico Sa incorpora cualquier tema, desde los esmaltes de colores hasta el efecto que una derrota del Corintians causa en la vida de una pareja un lunes por la mañana. “Adoro mezclar alta cultura con ese mundo de peluches rosas. Me seduce el revoltijo de frases de parachoque de camión con filosofía alemana”. Bohemia, literatura y periodismo, tres viejos ingredientes que todavía dan asunto. L


sábado 6 de octubre de 2012 b05

LABERINTO

de portada ESPECIAL

Convivencia Carola Saavedra

N

o deberías estar sentada tanto tiempo. Excepto la lámpara de escritorio y la pantalla de la computadora, casi no hay luz; solo la suficiente para vislumbrar a una mujer sentada a la mesa, los dedos corriendo ágiles por el teclado. Sobre la mesa, una copa de vino tinto, algunas pilas de libros y cuadernos. —Luego te quejas del dolor de espalda. Ella bebe un trago de la copa y comienza a leer en voz alta el párrafo que acaba de escribir. Alguien se acerca por detrás, al principio escondido aún en la penumbra del cuarto. Poco después es posible distinguir a un hombre joven, ataviado con elegancia, con el cabello peinado con un descuido intencional. Se acerca, posa las manos sobre sus hombros, los masajea. Ella sigue leyendo, como si ignorara su presencia. Él insiste: —No has ido al gimnasio; no creas que no me doy cuenta de esas cosas. Sin quitar los ojos de la pantalla de la computadora, ella reacciona con impaciencia: —Deja de meterte en mi vida. ¿Quién te crees que eres ahora, mi entrenador personal? ¿Mi maestra de ballet? Él sigue pasando las manos por sus hombros, deslizándolas por su espalda y por sus brazos, que aprieta con fuerza. —Ya sabes que después de los treinta el cuerpo no es el mismo, ya no tiene los mismos músculos, la misma elasticidad; no puede dejarse a la buena de Dios. Por no hablar de tu columna —desliza los dedos por su columna—. Mira, si sigues así te vas a jorobar. Ella hace un movimiento brusco para librarse del masaje. —Déjame trabajar en paz, por favor. Él se aleja, aparentemente ofendido. Casi no es posible distinguirlo en la penumbra, su voz apenas si se escucha: —Ay, Dios, ¡qué humor! Yo sólo quería ayudar. Silencio. Ella sigue escribiendo. Se escuchan los pasos del hombre cuando atraviesa el cuarto; luego enciende una pequeña lámpara. Sentado en un sillón, cruza las piernas, saca un puro del bolsillo del saco, lo admira algunos instantes y en seguida emprende una especie de ritual, hasta que finalmente lo enciende. Luego de las primeras bocanadas, hace una pausa y dice: —¿Sabes qué?, me preocupas. Ella finge no escuchar. Él insiste.

—No me crees, ¿verdad? Pero en serio me preocupas. —No tienes por qué. Preocúpate por ti mismo. Él parece muy cómodo en ese sitio, como si lo conociera desde siempre. Suelta otra bocanada. Al sentir el olor del humo, la mujer se vuelve por primera vez y, lanzándole una mirada de reprobación, dice: —¿Desde cuándo fumas puro? No recuerdo haber escrito eso. Él sonríe irónico. Guarda silencio unos instantes, como si quisiera provocar algún tipo de suspenso, y dice: —Tienes razón, realmente no lo has escrito. Y después de otra pausa, añade: —Todavía. —Entonces —la voz de la mujer suena impaciente. —Entonces nada. Me pareció que combinaría conmigo. ¿No crees que va con mi estilo? —No, no creo —dice ella apartando el teclado y sentándose sobre la mesa, con los pies apoyados en la silla. Bebe otro trago de vino. Él prosigue: —Si te fijas bien en mis actitudes desde el principio, en mi apariencia, en mi personalidad, en mi espíritu, no en el sentido del alma, porque el alma no nos interesa, sino en el sentido del Geist, el Geist que los alemanes tan bien supieron separar de Seele, el alma... En fin, si consideras todas esas cuestiones, vas a llegar a la conclusión de que es obvio que fumo puros. —¿Obvio? —ella suelta una carcajada—. Era lo único que me faltaba, que vinieras a darme consejos sobre lo que debo escribir o no, sobre cómo debo construir a mis personajes. ¡Y encima me sales con esas explicaciones en alemán! No creas que me impresionas. Él, sin perder la calma, cargando su tono de arrogancia mientras observa el humo que se difumina en el ambiente, dice: —¿Cómo crees? ¡Lejos de mí querer impresionarte! —la mira con rabia un momento, pero luego vuelve a asumir su expresión anterior, sus modales

desinteresados—. No te estoy obligando a nada, sólo te hago una sugerencia. Además, ¿cuál es el problema? No seas tan autoritaria, no va bien contigo. — ¿Autoritaria? —Sí, querida, eso es lo que estás siendo. Autoritaria e intransigente. Hasta moralista. A fin de cuentas, ¿qué tiene de malo si me fumo un puro? — ¿Moralista? No puedo creer que me estés diciendo eso. —Además, todos sabemos que a partir de cierto punto de la trama los personajes adquieren vida propia. Todos los autores dicen eso cuando los entrevistan. —Yo no soy todos los autores, y yo nunca dije eso en ninguna entrevista. Él toma el periódico de la mesita que está al lado del sillón, lo abre, mira con desdén algún artículo y dice: —Sí, realmente tus entrevistas nunca han sido muy interesantes. —Mira, no me está gustando nada el rumbo de esta plática. ¿Sabes qué?, no me voy a poner a discutir ahora, tengo otras cosas que hacer. Si quieres fumar, fuma. Haz lo que te dé la gana. Ella vuelve a sentarse en la mesa, intenta concentrarse de nuevo en la pantalla de la computadora. Él sonríe victorioso. Los dos guardan silencio. El hombre toma el periódico, recorre con los ojos algunas páginas, lo cierra y vuelve a ponerlo sobre la mesita. Ella intenta releer el mismo párrafo, él escucha atentamente con un gesto de reprobación. Cuando la mujer termina la lectura, él le pregunta: — ¿No crees que cada vez me parezco más a ese exnovio tuyo? Ella, sin quitar los ojos de la computadora, contesta: —¿Exnovio? ¡Claro que no! ¿De dónde sacas esas cosas? Además, yo jamás tendría un novio como tú. — ¿Ah, no? —No. Ella sigue concentrada, tomando notas en un cuaderno. — ¿Entonces a quién me parezco? —insiste él. —A nadie. ¿Por qué tendrías que parecerte a alguien? —Porque todos los personajes se parecen a alguien que pasó por la vida del autor. Todo es autobiográfico. Es imposible evitarlo. Ella deja de escribir y voltea a verlo: —A ver, dime, ¿qué libros has estado leyendo? —Eso no lo leí en ningún libro: todo mundo lo sabe. — ¿Todo mundo lo sabe? ¿Y quién es todo mundo? Él no responde, se limita a reír con sarcasmo y sigue fumando. —Mira, tú eres una invención mía, antes no existías: yo te inventé de la nada, ¿entiendes?, de la nada. —No te hagas la tonta. ¿Sabes qué es lo que me molesta de ti? —¿Hay algo en mí que te molesta? ¿En serio? Jamás me lo habría imaginado. —Es esta arrogancia tuya, esta soberbia. ¿Quién te crees que eres? Él le acaricia el brazo y dice con voz suave y tranquila: —Pero, querida, no hay nada en mí que no haya salido de ti. A fin de cuentas, como acabas de aclarar con tanta propiedad, me inventaste de la nada, soy una creación tuya, tuya y nada más que tuya, ¿no? Entonces, ¿de dónde salieron esta soberbia y esta arrogancia? —el intenta acariciarle la cara, pero ella se aparta. En silencio, la mujer vuelve a sentarse en la mesa, acomoda el teclado, reanuda la escritura. Hace una breve pausa, bebe un trago de vino. Él sigue sentado en la poltrona, aleja un poco la lámpara. En la penumbra solo alcanza a verse el humo del puro y, de repente, se escucha una voz: —No voy a volver a interrumpirte, querida, te lo prometo. Y tampoco quiero meterme en lo que haces o dejas de hacer. Ella no responde. La voz sigue: —Pero ¿no te parece que estás bebiendo demasiado? L Traducción de Paula Abramo Carola Saavedra (Santiago de Chile, 1973) vive en Brasil desde 1976. Su novela Flores azuis fue elegida como el mejor libro de 2008 por la Asociación Paulista de Críticos de Arte.


LABERINTO

ESPECIAL

Cosas que sé sobre mi abuelo Michel Laub

A

1 mi abuelo no le gusta hablar del pasado. Lo que no es de extrañar, al menos en lo que nos atañe: el hecho de ser judío, de haber llegado a Brasil a bordo de uno de esos barcos abarrotados, de ser una de esas personas para las cuales la historia parece haber acabado a los veinte años, o a los treinta, los cuarenta, lo mismo da, a las que solo queda una clase de recuerdo, que vuelve una y otra vez y puede ser una cárcel aún peor que aquella en la que estuvo. 2 En los cuadernos de mi abuelo no hay una sola mención a ese viaje. No sé dónde se embarcó, si consiguió algún tipo de documentación antes de salir, si tenía dinero o alguna pista sobre lo que encontraría en Brasil. No sé cuántos días duró la travesía, si hizo viento o no, si hubo alguna tormenta de madrugada o si lo mismo le daba que el barco se fuera a pique y su vida terminara de un modo tan irónico, en un oscuro torbellino de hielo y sin la oportunidad de figurar en ningún recuerdo, más allá de una estadística, un dato que resumiera su biografía, engullendo toda referencia al lugar donde se había criado, la escuela donde había estudiado y todos los detalles que habían sucedido entre su nacimiento y la edad a la que le tatuaron un número en el brazo. 3 A mí tampoco me gustaría hablar de ese tema. Si hay algo que el mundo no necesita escuchar son mis reflexiones al respecto. El cine ya se encargó de eso. Los libros ya se encargaron de eso. Los testigos ya lo narraron con pelos y señales, y hay sesenta años de reportajes, ensayos y análisis, generaciones de historiadores y filósofos y artistas que dedicaron sus vidas a añadir notas a pie de página a todo ese material, en un esfuerzo

por reafirmar una vez más la opinión que el mundo tiene sobre el asunto, la reacción de cualquier persona ante la mención de la palabra Auschwitz, así que ni se me pasaría por la cabeza repetir esas ideas si no resultaran, en algún momento, esenciales para que pueda hablar también de mi abuelo, y por consiguiente de mi padre, y por consiguiente de mí. 4 Durante los meses que precedieron a mi decimotercer cumpleaños, estudié para hacer el Bar Mitzvah. Dos veces por semana iba a casa de un rabino. Éramos seis o siete alumnos, y cada uno se llevaba a casa una cinta de casete con pasajes de la Torá grabados y cantados por él. Teníamos que aprendérnoslos de memoria para la siguiente clase, y aún hoy puedo entonar aquel mantra de quince o veinte minutos sin conocer el significado de una sola palabra. 5 El rabino vivía del sueldo de la sinagoga y de las aportaciones de las familias. Su mujer había muerto y no tenía hijos. Durante las clases, tomaba té con edulcorante. Poco después de empezar, cogía a uno de los alumnos, por lo general el que no había estudiado, se sentaba a su lado y le hablaba con el rostro casi pegado al suyo, y le hacía cantar una y otra vez cada verso, cada sílaba hasta que el alumno se equivocaba por segunda o tercera vez, y entonces el rabino daba un puñetazo en la mesa, gritaba y amenazaba con no celebrar el Bar Mitzvah de ninguno de nosotros.

6 El rabino tenía uñas largas y olía a vinagre. Era el único que impartía aquellas enseñanzas en la ciudad, y era habitual que, al concluir la clase, esperáramos en la cocina mientras él mantenía una charla con nuestros padres en la que les decía que no poníamos suficiente interés, que éramos indisciplinados, ignorantes y agresivos, y al final del discurso les pedía un poco más de dinero. Por entonces también era habitual que uno de los alumnos —a sabiendas de que el rabino era diabético y ya había estado en el hospital por ese motivo, que habían surgido complicaciones y habían estado a punto de amputarle una de las piernas— se ofreciera para servirle otra taza de té y, en lugar de edulcorante, le echara azúcar. 7 Casi todos mis compañeros de clase hicieron el Bar Mitzvah. La ceremonia tenía lugar los sábados por la mañana. El niño que cumplía años lucía un talid y lo invitaban a rezar con los adultos. Luego había un almuerzo o cena, por lo general en un hotel de lujo, y una de las cosas que más les gustaba a mis compañeros era untar con betún los pomos de las puertas. Otra era hacer pipí en las toallas apiladas en los cuartos de baño. Otra, aunque sólo ocurriera una vez, en el momento de cantar cumpleaños feliz, y aquel año consistía en lanzar al homenajeado al aire trece veces, tantas como el grupo lo sujetaba al caer, como si fuera una red de seguridad de los bomberos. Ese día, la red se abrió en la decimotercera caída y el homenajeado se precipitó de espaldas al suelo.


sábado 6 de octubre de 2012 b07

de portada ESPECIAL

8 La fiesta en la que eso sucedió no tuvo lugar en un hotel de lujo, sino en un salón de fiestas, en un edificio sin ascensor ni portero, porque el homenajeado era becario e hijo de un cobrador de autobús al que alguien había visto vendiendo algodón dulce en el parque. No recibía clases de refuerzo de ninguna asignatura, jamás había ido a ninguna fiesta, no había participado en ninguna refriega en la biblioteca ni estaba entre los alumnos que pusieron un trozo de carne cruda en el bolso de una profesora, ni mucho menos encontró gracioso que alguien dejara una bomba detrás del váter, una bolsa de pólvora sujeta a un cigarrillo que se consumió hasta provocar la explosión. Al caer, mi compañero se lesionó una vértebra, tuvo que guardar cama durante dos meses, usar un chaleco ortopédico durante unos cuantos meses más y hacer fisioterapia durante todo ese tiempo, después de que se lo llevaran al hospital y la fiesta se suspendiera en medio de una atmósfera de perplejidad general, por lo menos entre los adultos presentes, y uno de los que debieron haber sujetado a ese compañero era yo. 9 En una escuela judía, por lo menos en una como la nuestra, en la que algunos alumnos iban a clase con chofer, otros se pasaban años siendo objeto de burlas. A uno le escupían sobre la merienda todos los días, otro se pasaba la hora del recreo encerrado en la sala de máquinas, y el compañero que resultó herido el día de su cumpleaños ya había pasado por eso los años anteriores, cuando lo habían enterrado repetidamente en la arena. Una escuela judía es más o menos como cualquier otra; la diferencia es que te pasas la infancia oyendo hablar de antisemitismo. Había profesores que se dedicaban exclusivamente a eso, a explicar las atrocidades cometidas por los nazis, que remitían a las atrocidades cometidas por los polacos, que a su vez eran reminiscencias de las atrocidades cometidas por los rusos, y en ese recuento podrían incluirse árabes, musulmanes, cristianos y lo que hiciera falta, una espiral de odio basada en la envidia ante la inteligencia, la fuerza de voluntad, la cultura y la riqueza que los judíos poseían pese a todos los obstáculos. 10 A los trece años yo vivía en una casa con piscina, y en las vacaciones de verano me fui a Disneylandia, me monté en la montaña rusa espacial, vi a los piratas del Caribe, asistí al desfile y a los fuegos, y a continuación visité Epcot Center, vi los delfines de Sea World, los cocodrilos de Cypress Gardens, los rápidos de Busch Gardens y los espejos vampíricos de la Mystery Fun House. 11 A los trece años yo tenía: una videoconsola, un reproductor de videos, una estantería llena de libros y discos, una guitarra, un par de patines, un uniforme de la NASA, una señal de “prohibido estacionarse” encontrada en la calle, una raqueta de tenis que jamás usé, una tienda de campaña, un patín del diablo, un flotador, un cubo de Rubik, un puño americano, una pequeña navaja. 12 A los trece años yo no había tenido novia. Nunca me había puesto enfermo de verdad. Nunca había visto a nadie morir ni sufrir un accidente grave. La noche en que mi compañero cayó de espaldas soñé con su padre, con sus tíos y abuelos que estaban en la fiesta, con el padrino que quizás ayudó a costear la celebración, y eso que en la fiesta no había más que un pastel de chocolate, palomitas, coxinhas y platos de papel. 13 Soñé muchas veces con el momento de la caída, un silencio que duró un segundo, tal vez dos, un salón con sesenta personas y nadie dijo ni mu. Era como si todos esperaran un grito de mi compañero, un gemido al menos, pero él se quedó tendido en el suelo con los ojos cerrados hasta que alguien dijo que nos apartáramos todos, que quizá se hubiese hecho daño, una escena que habría de acompañarme hasta que volvió a la escuela y pasó a arrastrarse por los pasillos con el chaleco ortopédico bajo el uniforme, hiciera frío o calor, sol o lluvia. 14 Si entonces me hubiesen preguntado qué me había afectado más, si ver a mi compañero en aquel estado o el hecho de que mi abuelo hubiese pasado por Auschwitz —y cuando digo afectar me refiero a sentir intensamente, como algo palpable y presente, un recuerdo que surge sin necesidad de ser evocado—, habría contestado sin dudar. L Traducción de Rita Da Costa García Michel Laub (Porto Alegre, 1973) es autor de cinco novelas con excelente recepción crítica. Diário da queda ha sido nominado a los premios más prestigiosos y será publicado en español en enero de 2013 por la editorial Mondadori.

Sucesión Marçal Aquino

E

staba de la chingada. Había salido por el indulto de fin de año, en la víspera de Navidad. Tenía lo que llevaba puesto más una bolsa con tres camisas, dos pantalones, una camiseta, calzones y una Biblia resumida, regalo de los evangélicos. Hacía seis años que no veía la calle. La ciudad había cambiado, carros diferentes, gente con ropa y peinados raros. Hasta los aromas me parecieron extraños. No tenía mucho dinero y necesitaba arreglármelas bien rápido, si no quería valer madre más rápido todavía. Reintegración en la sociedad. Sí, pues. Durante los primeros años, algunos amigos aún aparecían para saber si necesitaba algo: cigarros, ropa, un recado para enviar afuera. Después, las visitas fueron disminuyendo, disminuyendo, hasta parar. En esos momentos es cuando ves si tienes amigos de verdad. Yo no tenía. Agarré un autobús y me quedé mirando el tránsito por la ventana, para no tener que encarar a nadie. Tuve la impresión de que los otros pasajeros me observaban. Debía tener moho en la cara. La gente iba apresurada por las banquetas, cargando paquetes y cajas. Me había prometido una mujer para cuando saliera, tipo primera cosa a hacer, pero ya podía darme cuenta de que eso no iba a suceder. Cuando pasamos por la avenida Juscelino, noté que se habían chingado la favela, cosa que leí en el periódico en la época, aunque ni me acordaba. En el lugar pusieron túneles y una calle bonita, larga, llena de carros. Capaz que hasta me perdía si estuviera andando a pie. Me bajé en la parada final y subí la cuesta, mirando el amontonado de casas de madera, que parecía haber crecido. Un perro flaco me miró, desconfiado, pero luego se desinteresó. Cerca del montón de basura, tres escuincles descalzos y sin camisa le tiraban piedras a los buitres. Algunas cosas no habían cambiado. Una mulata bonita estaba sentada en la puerta de una barraca, mirando la TV encendida en la sala, y me saludó cuando pasé. Costumbre, me imaginé. No tenía la menor idea de quién era.

Entré a la cantina de Valtencir, puse la bolsa sobre una mesa y después me senté. Tres chavos jugaban billar y bebían cerveza. Vestían ropas largas y coloridas, uno de ellos llevaba lentes oscuros y los otros dos usaban aretes. Cabellos cortísimos. Me dieron una rápida checada y devolvieron la atención al juego, hablando rápido, frases a la mitad. Parecían esos gringos negros que salen en la televisión. No conocía a ninguno de los tres. Valtencir salió de atrás de la barra y vino hasta la mesa para ver qué quería. Había envejecido un poco: el cabello se le había encanecido por completo y andaba medio encorvado. Iba pasando el trapo en la mesa, pero de repente paró y me encaró. ¡No mames! Mira nada más quién anda aquí. ¿Cuánto tiempo, eh, güey? Me levanté para recibir su abrazo caluroso. Después, se quedó mirándome a la cara, como si no creyera en lo que veía. Seis años, dije. Caramba, ¿tanto? ¿Cuándo saliste? Hoy. Me tocó el indulto. Tenemos que celebrar, dijo. Y, antes de que yo pudiera decir algo, volvió atrás de la barra y trajo cerveza y cachaça a la mesa. Brindamos. Valtencir sonrió y comentó que yo estaba diferente, más gordo. ¿Qué querías?, dije. Nomás comiendo y durmiendo. ¿Y qué vas a hacer ahora? Todavía no sé. Pensé en buscar a Nildão, a ver si tiene algo para mí... En ese momento, la partida terminó y uno de los chavos gritó y ensayó unos pasos de baile con el taco en la mano, provocando a los otros dos. Valtencir miró la escena y después se puso serio. Nildão... Sólo vas a conseguir hablar con él en un centro espiritista. Mataron a Nildão hará unos dos años... Yo no sabía nada. Ese era uno de los problemas de perder el contacto con los conocidos. El Alemãozinho, Valtencir dijo. ¿Lo llegaste a conocer? Él siempre codició ese asunto. Entonces comenzó una guerra. Nildão hasta intentó resistir, pero aquí hay mucha gente a la que no le gustaba. Diógenes fue uno de los que se cambió de lado...


08 b sábado 6 de octubre de 2012

MILENIO

en librerías ESPECIAL

Diógenes y yo habíamos hecho unas cuantas movidas juntos en el pasado. Era un tipo al que yo respetaba. Valtencir bebió un trago de cachaça, puso cara de tristeza. Hasta dicen que fue él quien mató a Nildão. Yo no lo sé de verdad. Lo que sé es que el Alemãozinho vino con su gente y se hizo cargo de todo. Es él quien manda aquí hoy en día. Y Diógenes está con él. Por lo menos no se metieron contigo, dije. Ya sabes cómo soy. Me quedé a lo mío, esperando para ver lo que iba a pasar. Un día, el Alemãozinho vino aquí al bar con Diógenes, se sentaron en esta mesa, te lo juro, y se quedaron bebiendo y vigilándome. Hasta que el Alemãozinho vino a la barra y me preguntó si yo sabía quién era. Desde donde estaba, yo podía acompañar los movimientos de los tres chavos, que habían comenzado a jugar de nuevo. De vez en cuando, uno de los que usaba aretes me miraba. Le dije que ya había oído hablar de él, ya sabes, que mucho gusto y esas cosas. El Alemãozinho me dijo entonces que si yo necesitaba cualquier cosa nomás tenía que hablar con Diógenes. Me garantizó que nadie se iba a meter conmigo. Y, a la hora de salir, incluso me preguntó cuánto era la cuenta. Imagínate. Yo le dije que la casa invitaba, pero él insistió en pagar y hasta dio propina. Vacié la botella de cerveza en mi vaso y en el de Valtencir. Podría hablar con Diógenes, a ver si consigo algo... Valtencir bebió, chasqueó los labios. Me miró de abajo para arriba. La verdad no creo que sea buena idea. ¿No sabes de Dirce? ¿Qué pasa con Dirce? Diógenes. Anda con Dirce. Disculpa, pensé que sabías... Dirce era la mujer con la que yo había vivido unos años. Cuando me encarcelaron, ella me visitó por un tiempo. Después, comenzó a fallar. Hasta que un día apareció con la noticia de que había conocido a una persona. En aquel momento entendí y le di mi bendición, a pesar de que me gustaba. Yo no sabía cuánto tiempo iba a quedarme fuera de circulación y, al fi nal, ella necesitaba arreglar su vida. Yo no sabía que era Diógenes. Pues es él. Le da vida de madame a Dirce. Están viviendo allá en la Vila das Mercês. Ella nunca volvió a aparecer por aquí. Sentí que la cabeza me daba vueltas por culpa de la bebida. Necesitaba comer con urgencia. ¿Pero tú ya no tenías nada con ella, no? Sí, estábamos separados, dije. Fue lo que me dijo su madre una vez, cuando Dirce comenzó a salir con Diógenes. En la época en la que yo vivía con Dirce, Diógenes frecuentaba mucho mi casa. Decía que nunca había visto una pareja tan feliz como Dirce y yo. Hasta decía que le daba envidia. No sé si está bien que te quedes por aquí... Valtencir miró a los lados, como si Diógenes fuera a surgir en cualquier momento. No te lo tomes a mal, me caes bien. Te lo digo por tu bien. Terminé de beber la cachaça. Sentí que el estómago se me revolvía. Pues sí, comenté, de veras está todo muy cambiado. Valtencir apuntó discretamente a los chavos que jugaban billar. Uno de ellos me miraba en ese momento. Gente del Alemãozinho. Todos chavitos. Se entrometen por cualquier tontería. Resolví encarar al chavo que me examinaba. Él mantuvo la mirada. Ahora son ellos los que mandan aquí, dijo Valtencir. Y se puso a pasar el trapo por la cubierta de formica de la mesa. Me levanté y recogí mi bolsa. ¿Quieres decir que Nildão está muerto? Muerto, enterrado y olvidado. Valtencir también se levantó. Yo continuaba encarando al chavo. Él mantenía un principio de sonrisa en los labios. Valtencir puso la mano en mi brazo. Dime una cosa: ¿necesitas dinero? Puedo conseguirte un poco... Agradecí, diciendo que no necesitaba nada, aunque estuviera necesitando un montón de cosas. Pero no aceptaría dinero de Valtencir enfrente de aquellos chavos; iba a parecer que estaba recibiendo limosna. Y también me pareció que no estaba bien recibir dinero justo del padre de Diógenes. Fue bueno verte, mi viejo, dije. Cuídate. Ya estaba fuera de la cantina cuando Valtencir gritó: Se me olvidaba: ¡Feliz Navidad, cabrón! Para ti también, dije. ¿Qué más podía decir? L Traducción de Juan Pablo Villalobos Marçal Aquino (Amparo, interior de São Paulo, 1958) es autor de cuentos y novelas. Varios de sus libros han sido llevados al cine, como el exitoso Eu receberia as piores notícias dos seus lindos lábios. “Partilha” fue publicado originalmente en el volumen O amor e outros objetos pontiagudos (Geração editorial, 1999).

Resucitar una ciudad RESEÑA Jorge Alberto Gudiño Hernández

C

ada tanto la literatura nos regala personajes intangibles, de esos que no pueden ser medidos desde la balanza de lo humano. De hecho, la raíz que los equipara con las personas resulta por demás inexacta. Si se tratara de animales, deidades o seres extraterrestres, la solución sería sencilla. A fi n de cuentas, están antropomorfi zados. Si no son idénticos en sus anatomías, su comportamiento puede ser descrito como el de cualquier persona en potencia. No es el caso de las ciudades. Casi siempre son escritas para habitarlas. Sus calles y edificios son el lugar en el que suceden los acontecimientos de la trama. Es difícil pensarlas como seres actuantes, autónomos, con una voluntad y, sobre todo, en hacer cotidiano. Convertirlas en personaje es un reto mayúsculo. De entrada, implica otorgarles una personalidad única, configurada a partir de acciones concretas. Pero imaginar a una ciudad llevando a cabo movimientos simples, fraguando un plan o luchando a muerte por el amor es algo que está lejos de nuestra capacidad de abstracción. ¿Cómo hacer, entonces, para construirla si las acciones son justo lo que hace falta? La respuesta estriba en que esa ciudad tiene una historia y, al tenerla, se ha convertido en un ser vivo. Y a todo ser vivo se le puede tratar como personaje. Un personaje que tiene una historia que merece ser contada. Varsovia, tras la II Guerra Mundial, era una ciudad devastada; habitada por fantasmas. No sólo por los miles, o cientos de miles, de personas que ahí murieron; también por los de las miles, o cientos de miles, de personas que de ahí se llevaron camino a campos de concentración e historias demasiado tristes; y por los de aquellos que fueron responsables de tantos horrores e, incapaces de olvidar, estuvieron condenados a deambular por esas calles. Además de todos esos fantasmas, en Varsovia habitan otros más: los de los supervivientes. Aquellos que supieron resistir al invasor, a las bombas, a los guetos y a todo el dolor. Y son ellos quienes contarán la historia de la ciudad. A través de sus escombros descubrimos a cuatro personajes librados de la muerte por una ocurrencia venturosa justo cuando estaban por convertirse en un insignificante daño colateral, considerando el tamaño de la muerte en ese

David Toscana La ciudad que el diablo se llevó Alfaguara México, 2012 260 pp.

entonces. Sobrevivieron y, por ello, no les queda otra alternativa salvo reunirse cada tanto a celebrar el triunfo de la vida. Ludwik es un sepulturero que insiste en la dignidad de los muertos; Kazimierz, un conserje con aspiraciones de astrónomo; Eugeniusz, un cura que sabe burlar los pecados a fuerza de su grandeza espiritual; Feliks, el responsable de que todos estén vivos. Además, son acompañados por un novelista que perdió el manuscrito de su novela y un barbero con pata de palo. Aunque su imagen pueda evocar una caricatura, lo cierto es que cada uno de estos personajes está revestido de sentimientos enormes, ya sean sublimes o execrables. Porque la guerra los ha alcanzado de tal modo que sus valores se han trastocado por completo. No es la primera vez que David Toscana utiliza, aunque sea de modo tangencial, el contexto de la II Guerra Mundial. De nueva cuenta lo hace con maestría. Sin caer en el lugar común de las batallas o las tragedias. Prefiere, en cambio, ponerse en el lugar de los millones que nada tuvieron que ver con lo que sucedía en el frente y cuyo papel de víctimas se hace nada cuando se compara con el horror del Holocausto. Esos son los personajes que le gustan. Complejos, cargados de una historia olvidada y que buscan dar un sentido a sus existencias. Las mismas que están enterradas en un montón de escombros, en una ciudad que parece incapaz de recuperarse. Son seis personajes tan humanos que son capaces de convertir a Varsovia en un personaje real. Entonces ella mira por encima del hombro, hacia un pasado que cualquiera querría olvidar. Desde su carácter simbólico expresa todo el dolor que se sintetiza en una lágrima cualquiera. La del esperanzado que sigue albergando una idea del futuro. David Toscana consigue que la ciudad palpite, en medio de estertores, para cada uno de los que se acercan a leerla. L


sábado 6 de octubre de 2012 b09

LABERINTO

en librerías

Joseph Anton

La noche de Tlatelolco

Salman Rushdie Mondadori México, 2012 684 pp.

E

l 14 de febrero de 1989, “un martes soleado en Londres”, una periodista de la BBC llamó a Salman Rushdie a su casa para preguntarle: “¿Qué siente uno al saber que el ayatolá Jomeini lo ha condenado a muerte”. Hasta ese momento ignoraba que era víctima del edicto que “un viejo cruel y moribundo” había lanzado en su contra por la publicación de Los versos satánicos, al que consideraba un libro blasfemo para el Islam, el Profeta y el Corán. Atónito, sólo alcanzó a responder: “No se siente uno bien”. Este es el comienzo de las memorias de Joseph Anton, el seudónimo que —a petición de la policía y con base en los nombres de sus escritores favoritos, Conrad y Chéjov— se inventó Rushdie como una de tantas medidas para protegerse de probables victimarios. El libro habla de lo absurdo de los fanatismos pero también del valor de la amistad, la solidaridad y la lucha por la libertad de expresión.

Plegarias nocturnas

Elena Poniatowska Era México, 2012 350 pp.

C

uarenta y cuatro años después de la masacre del 2 de octubre de 1968, aparece esta edición especial de La noche de Tlatelolco, con un extenso prólogo de Elena Poniatowska y un amplio despliegue fotográfico sobre el movimiento estudiantil más relevante del siglo XX. En el prólogo, la autora recuerda cómo y cuándo comenzó a escribir el libro: al día siguiente y en el escenario de la tragedia donde “Nadie barría los escombros, nadie se movía, la desgracia era finalmente una foto fija”. Muestra también su simpatía por López Obrador y el movimiento Yosoy132, cuyos integrantes —dice—, a través de las redes sociales “tienen más poder de convocatoria que los muchachos del 68”. El libro, publicado en 1971, es una crónica ejemplar en la que la periodista renuncia al protagonismo para crear un coro dramático, un conmovedor testimonio de testigos y víctimas de la represión en el 68 mexicano.

La máquina del olvido

Santiago Gamboa Mondadori México, 2012 286 pp.

P

legarias nocturnas retoma uno de los temas más antiguos de la literatura: dos personas que se aman y no pueden estar juntas; pero esta vez se trata de dos hermanos a quienes los kilómetros y los obstáculos han separado durante varios años. Cuando Manuel Manrique va en busca de su hermana a Tokio, se ve envuelto en un lío policial que lo hace acabar con sus huesos en una cárcel de Tailandia, con peligro de ser condenado a muerte. El caso le llega al cónsul colombiano en India quien parte de inmediato para tratar de ayudar a su connacional. Poco a poco, el cónsul irá envolviéndose en la historia de los hermanos Manrique, una historia que va desde Irán y Tailandia hasta la Colombia de Álvaro Uribe y los paramilitares. Gamboa teje la trama de una novela política, pero la convierte en la historia de dos hermanos que tratan de huir del pasado y de un país al que siempre odiaron.

El imperio eres tú

Rafael Rojas Taurus México, 2012 260 pp.

E

n Cuba existen, como en cualquier país partido por la mitad, una historia crítica y una historia oficial. Ambas miradas no se piensan como complementarias sino en estado permanente de tensión. La polémica, se entiende, resulta inconcebible. Pero de qué hablamos cuando hablamos de una o de otra. Esta es justamente la piedra angular sobre la cual descansan los ocho ensayos que dan cuerpo a este libro. Rojas es un activo detractor del evangelio marxista según san Fidel Castro y promotor de una idea plural de Cuba y su historia. Durante cincuenta años, el régimen socialista ha emprendido la homogenización de las tradiciones ideológicas y borrado el origen heterodoxo y vanguardista del orden revolucionario. A esto se refiere Rojas cuando apela a la máquina del olvido como figura retórica: hablamos de molienda, y no precisamente de la caña de azúcar, sino de la memoria colectiva.

Luvina Numero 68. Otoño 2012 Universidad de Guadalajara 152 pp.

Javier Moro Planeta México, 2012 553 pp.

N

acido en 1798, Pedro de Braganza y Borbón, hijo del rey Juan VI, jugó un papel decisivo en la independencia de Brasil. Ya que las tropas napoleónicas llamaban a la puerta, la corte portuguesa abandonó Lisboa y se instaló en un palacete de Río de Janeiro para inaugurar la primera monarquía tropical en tierras americanas. De modo que Pedro se sentía más brasileño que portugués. Su figura atraviesa de principio a fin esta novela —ganadora del Premio Planeta 2011—, de ostentosa raigambre histórica. Moro exhibe pasión por el detalle y no menos debilidad por la crónica palaciega. Es posible encontrar en su estilo algunos ecos del Alejo Carpentier de El siglo de las luces y del aliento neobarroco que floreció en Cuba. El imperio eres tú obliga a una pregunta sobre los vaivenes de la oferta editorial: cómo explicar el auge de la novela histórica en lengua española. No hay casualidades.

E

n su reciente entrega, la revista tapatía recuerda al poeta, novelista y guionista italiano (colaborador de Fellini, entre otros) Tonino Guerra, fallecido este año. Stefano Strazzabosco, quien tradujo su libro La miel, presenta una selección de su poesía. Va este ejemplo lleno de sabor popular: “Si me garantizan que pondrán/ mi nombre en mayúsculas en la portada del periódico/ vaya si no me chingo hasta a mi madre”. Otro homenaje que se rinde es a Carlos Fuentes, de quien escriben José Miguel Oviedo, Julio Ortega, Jorge F. Hernández, Dulce María Zuñiga e Ignacio Padilla. Anota Oviedo: “Fuentes, en realidad, fue algo más que un escritor: fue un testigo y un vocero de nuestra cultura y nuestra vida política”. Dos textos hacen eco explícito de la aspiración a la felicidad que quiere la revista para todos: “La hora feliz”, de Vicente Quitarte, y “Felices los felices”, de Ángel Ortuño.

Arrojar palabrotas a los cerdos RESEÑA Hernán Bravo Varela

A

l hablar de su inquietante volumen de prosas breves titulado El estereoscopio de los solitarios (1972), el argentino Juan Rodolfo Wilcock aseguró que se trataba de “una novela con setenta personajes principales que nunca llegan a conocerse”. Esta misma definición —personajes más, personajes menos— podría extenderse a ¡Carajo!, la obra más reciente de Antonio Calera-Grobet (1972). Activo promotor cultural, Calera-Grobet es también novelista, ensayista, cronista, crítico literario y gastronómico; todos ellos oficios de tiempo incompleto cuyas herramientas ha incorporado con maestría a ¡Carajo! Del crítico, la reflexión en torno a la realidad y la fantasía escritas. Del narrador, la creación de otros mundos algo más verosímiles que el nuestro. Del ensayista, la fabulación del yo a través de pequeños temas disfrazados de grandes obsesiones. Del promotor cultural, el ingenio que salva a las especies y empresas culturales de su extinción financiera. Del cronista, en paráfrasis de Carlos Monsiváis, “la reconstrucción literaria de sucesos o figuras” y “el empeño formal [que] domina sobre la urgencia informativa”. Sin embargo, antes que un libro de crónicas, ¡Carajo! es un álbum de sociología fantástica. El afán de recoger e intervenir notas periodísticas por parte de Calera-Grobet no es hemerográfico, sino ficcional. Historias que ponen en jaque nociones como la objetividad y pluralidad informativas. (¿Quién, en sus cinco sentidos, podría leer ¡Carajo! como una selección de las notas más morbosas publicadas en diarios nacionales y extranjeros?) Una lectura de primera y definitiva intención apuntaría más a un bestiario medieval que a un “libro rojo”. Escritores en su relampagueante carrera a la posteridad, luchadores profesionales que fungen de proxenetas y asesinos amateurs, artistas visuales cuya mejor obra consiste en la curaduría de un escándalo a bordo de una aeronave, médicos sin fronteras que redactan un nuevo Apocalipsis según la filantropía, mujeres que llevan de contrabando “un escarabajo

Antonio Calera-Grobet ¡Carajo! Aldus México, 2012 212 pp. vivo con incrustaciones de piedras preciosas” (como Des Esseintes, el protagonista de Contra natura de Huysmans, que paseaba en la alfombra de su casa a una tortuga cuyo caparazón había mandado tachonar de piedras preciosas)… Todo un catálogo de personas y “hechos inquietantes”, para decirlo con un título del propio Wilcock, que construye una novela involuntaria cuyos personajes quizá no se conocen, pero que cojean del mismo pie: la efímera altisonancia de sus hechos, el protagonismo hechizo de sus miserias, lo ridículamente pintoresco de sus esplendores. En un “epílogo innecesario”, Guillermo Fadanelli perfila con agudeza a Calera-Grobet: “un espíritu pantagruélico que pasa por encima de todas las formas (principio necesario de todo arte mayor), y un talento para despertar de inmediato la simpatía literaria entre los buenos lectores”. ¡Carajo! no es, como se ha insistido, novísimo periodismo mexicano ni crónica latinoamericana actual, que hoy pretende usurpar en voluminosas recopilaciones el sitio que tuvo en los periódicos y revistas hace no mucho tiempo, sin alardear de su pericia literaria. Ofrece, ante todo, una prosa voraz, combustible, convulsa, que hace que la realidad nos parezca un cuento digno de contarse por enésima vez y no un remedo de sí misma. En eso radica el carácter literalmente pantagruélico a que alude Fadanelli: en reducir la escala de nuestra inteligencia y agigantar nuestra animalidad. Pero Calera-Grobet no busca insultar a sus lectores, sino definirlos con la risa, el absurdo y la especulación. Y eso hace de ¡Carajo! un arte mayor en medio de tan franca y solemne pequeñez L


10 b sábado 6 de octubre de 2012

MILENIO

varia

difundir lo nuestro están controlados”. Es paradójico que lo diga en una película producida por Lynn Fainchtein —quien se ha encargado de musicalizar unas cincuenta películas—, dirigida por el músico y documentalista inglés Duncan Bridgeman —autor del proyecto multimedia 1 giant leap en 2002— y financiada por Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez, directivos de Televisa, una empresa vilipendiada ad nauseam por los movimientos lopezobradorista y YoSoy132 por considerarla tan poderosa como para imponer a un presidente. Entre loas a las cosmogonías de los pueblos originarios de Mesoamérica y pesadumbre porque “los gringos” nos llenan de basura destaca la sensatez de Xóchitl Gálvez, la única en ofrecer una visión dinámica del indígena, capaz de mutar y escapar a los estereotipos. Fuera de eso el filme es un desfile de personajes y músicos desiguales que no se distinguen por su lucidez o por la calidad de

sus letras; estos últimos —perfectamente cableados, microfoneados y grabados con la mejor tecnología extranjera, muy probablemente estadunidense— componen su música a partir de la fusión del pop-rock anglosajón con géneros mexicanos, ensalzan el pasado indígena y practican tan efusivamente el hip hop que parecerían oriundos del Bronx. Incluso un grupo de innegable simpatía, El Venado Azul, de origen huichol, entona una melodía, “Cusinela”, que pondría de mal humor a muchas feministas: “Ay, cosita, Cusinela, te mueves rico en el petate... Cocinas sabroso ... Vente cusita, ven Cusinela, biscochita apretadita como la prensa para tortear, amasa amasa...”. El conjunto musical auténticamente indio de la película es el que menos se preocupa por difundir o ensalzar su “cosmogonía”, pues de eso se encargan cantantes como Roco y Moyenei, con una fraseología que exalta “la unidad y el movimiento”. (El ex cantante de Maldita Vecindad nos informa en Facebook que su religión es “el amor, el sufí y la toltequidad”.) Hecho en México confunde lo mexicano con algunos paisanos populares y mezcla promiscuamente la música con la superchería. En vez de recurrir a la rica compilación de chistes, albures y bromas de Armando Jiménez en su Picardía mexicana (143 ediciones, más de cuatro millones de ejemplares vendidos) se invita a dos cómicos televisivos de humor cebo, Brozo y Ponchito. El franco amasiato con la industria discográfica lo pone en evidencia un videoclip del charro metrosexual Alejandro Fernández —además de otros “artistas” con ventas millonarias—. Como muestra del talento juvenil se echa mano de esa mala broma llamada Amandititita al lado de Don Cheto, un ranchero al que le faltan años luz para alcanzar el ingenio del Piporro. Las voces aniñadas de Natalia Lafourcade y Carla Morrison al lado de la no menos sensible y conservadora Julieta Venegas. La rebeldía pasteurizada de Molotov y el puertorriqueño Residente reforzada por imágenes de archivo de los olvidados y jodidos neozapatistas. El mito de la Virgen de Guadalupe exaltado hasta el paroxismo por la teatralmente mexicana Lila Downs con fondo grupero ilustrado por el fanatismo colonial de peregrinos autoflagelados. La charlatanería convertida en filosofía maya por el ex estratega de comunicación de Vicente Fox, Santiago Pando —quien afirma: “Oigo todo el tiempo voces. Son entes, son seres de luz”, y que “los mayas galácticos se quieren comunicar conmigo” (El Universal, 25-III-2004)— y en más palabrería hueca a cargo de Antonio Velasco Piña, quien asegura que hay un vínculo sagrado entre México y el Tíbet y cree en la existencia de “guerreros espirituales”. Es una película musical, principalmente, y no tiene por qué mencionarse ahí los logros de la academia, la investigación, la ciencia, la tecnología y el deporte nacional. A cambio de eso se nos obsequia con las declaraciones telenoveleras sobre el amor, la vida y la muerte de Chavela Vargas, Diego Luna y Elena Poniatowska; los berridos de una Gloria Trevi falsamente feminista y una colección de piezas musicales muy dispares, entre las que sobresalen las interpretadas por La Maya Internacional, el Cuarteto Latinoamericano y Mono Blanco, pero no muchas más. La escena experimental y electrónica simplemente no existe. Para ser el retrato de un país Hecho en México es apenas un fragmento armado con clichés y lugares comunes enmarcados en una selección musical que pretende abarcar todos los géneros. La vuelta al México mítico, donde reina el amor, la paz y la sabiduría. Más parece el vehículo para colocar en las listas de popularidad a estos grupos y cantantes, lanzar un guiño a cierta izquierda radical y congraciarse con jóvenes que detestan a Televisa pero rinden culto a muchos de los artistas que aparecen aquí. ¿Hay algo malo en tratar de destacar el lado positivo de México en una era de violencia y conflictos políticos y sociales cada vez más absurdos? No, por supuesto, y hay muchos aspectos en este país de los cuales podemos estar satisfechos. El problema es otro: ¿cómo puede mirarse seriamente el futuro montado en estereotipos y supercherías mientras bailoteamos al ritmo del pop más convencional? L

de Messiaen. Cualquier estado anímico propio de la animadversión desaparece si se lo compara con la tristeza que transmite esta música —escrita bajo el manto terrible de un campo de concentración. 4. Contra el fracaso de un proyecto luminoso. Escúchese el cuarteto La alondra de Joseph Haydn. Es tal su alegría estremecedora, que de inmediato el júbilo permea la expresión facial más desasosegada. Puede oírse en la soledad doméstica, o en medio del tráfico. El efecto es el mismo: levantamiento espiritual instantáneo. 5. Contra la soledad. Cuando finalmente la soledad se torna insoportable, se impone el Adagio del cuarteto de arcos de Barber. Va tan lejos la introspección de este movimiento —David Lynch y Coppola lo testimonian en sendas películas— que el escucha se percata de que hay quien ha estado más solitario y desvalido que él. Cuando el sufrimiento de un hombre se convierte en un problema universal, el arte cobra su dimensión verdadera. 6. Contra el estancamiento personal. Escúchense los Intermezzi de Brahms. Son el padre que escucha, y consuela. 7. Contra las reumas del alma. Si el dolor es

intolerante, úntese el Concierto para piano número 20 de Mozart. Es tal la belleza de esta obra, su torrente melódico, su enjundia, su vastedad de temas y de sonoridades musicales, su hondura, que no hay mejor ni más expedito remedio. Si el dolor es agudo pero soportable, tómese entonces una cucharada del cuarteto de Schubert La muerte y la doncella, acaso una de las obras de la música de cámara más conmovedoras jamás escritas. Garantizado un pronto alivio. 8. Contra la depresión para la que no hay vuelta en U. Se sugiere el Octeto de Mendelssohn. Es música balsámica por su contundencia, su rotundez, su apego a la vida. Hay que considerar que fue compuesta por un niño prodigio que aún no cumplía los 15 años de edad. Desde sus primeros compases, ya es absolutamente música indomeñable. Toda ella es savia que recorre las capilaridades de un roble. Que lo sostiene y lo hace crecer. Como un aliento que proviniese de fuerzas innombrables. No hay quien escuche esta música y permanezca impávido. Ésa es justamente una de las maravillas de la música. Que imprime confianza y ganas de vivir. El cerebro se inocula de ese nutriente espiritual y la bilis negra se pulveriza. 9. Contra el hartazgo. Intoxíquese de Schumann. Vuélvase adicto a Schumann. Su Concierto para violonchelo o el Scherzo de su Segunda sinfonía. La música de Schumann se especializa en levantar corazones. En sacudir un estado anímico endeble y tornarlo vigoroso. Schumann sabía de melancolía. Era experto en el tema. Por eso su música es tan exacerbada. Porque proviene de su corazón destrozado. L

Hecho en México: música y superchería La película dirigida por el inglés Duncan Bridgeman ha suscitado diversas lecturas y reacciones, algunas tan severas como la que aquí presentamos CRÍTICA ESPECIAL

Lila Downs en el documental

Rogelio Villarreal

N

o importa si México es un país en el que conviven culturas y pueblos diversos, de distintas raigambres prehispánicas y europeas —gran parte de estos ya tan amalgamados que es difícil saber dónde acaba lo indio y comienza lo español—, a final de cuentas todos son guadalupanos, místicos y hasta albureros. Tampoco importa que Juan Villoro y Héctor Aguilar Camín hablen de un país complejo, en guerra y con graves problemas, el resto de los alegres protagonistas de Hecho en México se encargarán de afirmar que a pesar de todo eso el nuestro es un pueblo muy talentoso y definitivamente entregado a la música, la fiesta y el albur. En este documental los actores, músicos y charlatanes lanzan frases como “Los ricos son blancos y los pobres son morenos”. Daniel Giménez Cacho —autor de esa sentencia— también afirma que “los canales para

EL PAPEL DE LAS NOTAS

Medicamentos musicales Eusebio Ruvalcaba

C

ontra el mal de amores. Escúchese el primer movimiento de la Sinfonía heroica de Beethoven, y déjese llevar por su enjundia. Como segunda opción, el tercer movimiento de la Séptima sinfonía, también de Beethoven. Es menester separar al elemento amoroso de la audición, para no caer en provocaciones. 2. Contra la depresión por la muerte del padre. Se sugiere la Suite bergamasque de Claude-Achiles Debussy. O bien concéntrese en el Children’s corner, y deje que su dolor se transforme en alegría. La maquinaria de la vida prosigue. 3. Contra la cólera producida por el despido de un trabajo. Óigase El cuarteto del fin de los tiempos


sábado 6 de octubre de 2012 b 11

LABERINTO

cine CORTESÍA PRODUCCIÓN

Duncan Bridgeman

“Todo es mestizaje” ¿Cómo sintetizar la cultura y la identidad mexicanas? La respuesta está en la música, que atraviesa culturas y fronteras sociales ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

D

uncan Bridgeman, artífice de proyectos como 1 giant leap, se propuso reflexionar sobre varios de los pilares que sostienen la identidad nacional. Con testimonios de Juan Villoro, Antonio Velasco Piña y Daniel Giménez Cacho, entre otros, y contribuciones musicales de artistas tan diversos como Los Tucanes de Tijuana, Chavela Vargas y Natalia Lafourcade, filmó Hecho en México, que ya está en cartelera. ¿Por qué Hecho en México? Es una pregunta complicada. Ni siquiera lo medité. Bernardo Gómez me propuso hacer algo hermoso. La idea consistía en componer una pieza de arte basada en cosas positivas. Quería reflejar la riqueza y la fuerza que casi nadie atiende. En el documental aborda conceptos como frontera o identidad. ¿Cuál fue el criterio para elegir los temas? Esta es mi tercera película y cada una de ellas trata sobre la condición humana. Me interesa trabajar con la música y la manera en que aborda los problemas cotidianos. Cuando llegué a México empecé a hablar de ello con la gente y poco a poco fui descubriendo los temas relevantes. Al principio, todos me decían: “Hay muchos Méxicos, es imposible hacer una película que incorpore todo”. Últimamente, la sociedad y el país han sido muy castigados. Por lo mismo, decidí que la primera cosa de la que quería hablar era de la familia y de cómo va más allá de la sangre. Quería recordar que hay gente buena. Toda la película es una improvisación: llegué y, mientras exploraba, encontré más y más elementos, que tomaron su lugar por sí mismos. ¿Cómo discurrió el proceso de crear una narrativa visual mediante la música? Trabajé en la composición y a partir de ahí surgió lo demás. Edito a partir de sonidos, sean canciones, testimonios o actuaciones, sin imagen. Cuando considero que he encontrado algo realmente poderoso, que suena increíble en los altavoces, se lo doy a mis editores visuales y la película comienza a perfilarse. Es un momento

El director inglés en el rodaje de Hecho en México

muy fuerte porque tienes un elemento sonoro que incrementa su poder cuando le añades la imagen. ¿Por qué la música es tan importante? Cuando tenía seis años empecé a tocar el piano y la batería y siempre hacía ruido. ¿Por qué es importante la música? No tengo idea. Creo que ese es mi destino. ¿El tono positivo no vuelve artificial o superfluo al filme? México está en un mal momento. Todos lo miran mal. Así que mi idea fue evitar hablar de cosas negativas; además, no estoy calificado para ello. Hay un pequeño momento en la película en la que se explica en dónde está México y qué está sucediendo pero nada más. No estoy interesado en política, estoy interesado en la gente y el arte así que en eso me enfoqué. Aunque tampoco evita el cliché. Ahí están temas como la muerte o la Virgen de Guadalupe… Los clichés suelen ser ciertos y no hay duda de que la Virgen de Guadalupe es el símbolo más importante de México. Va más allá de la religión, de la Iglesia. Todos son creyentes, así que sin ese cliché, sin ese recordatorio constante, México no es México. Lo que trato de hacer, especialmente

con la Virgen, es verla de una manera atípica. Una de las cosas que más me impactaron a la hora de hacer esta película fue descubrir que en México el pasado sigue vivo en el presente. En Europa, Estados Unidos y en muchos otros lugares del mundo, el pasado ha sido destruido. Cuando escucho música norteña o a Molotov, percibo influencias indígenas. Todo es mestizaje. No voy a negar que lidié con el cliché pero intenté abordarlo de una manera fresca. ¿Pero concluir con la Virgen? Debo confesarle que me hizo pensar: “Todo el discurso para caer en lo de siempre”. No fue una decisión fácil. Quiero decir: estaba nervioso por la connotación católica, que sin duda tiene cosas bellas, pero también puntos vulnerables. Me inquietaba estar en una iglesia con Lila Downs y Lupe Esparza. Platicamos mucho del pasado y del presente, sobre la devoción, y eso me convenció de que era el mejor lugar para incluirla. ¿La fusión musical es una metáfora de la mezcla cultural en México? Solo traté de demostrar que aquí hay una sola familia. Todos somos una gran familia y la música es un camino que atraviesa culturas y fronteras sociales, que habla por todos de la misma manera. Te habla sin importar si eres rico, pobre, blanco o negro. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Retratos del presente Fernando Zamora @fernandovzamora

H

oy que la colombianización de México es inminente resulta seductora una obra de arte que aún vive en cartelera. Pequeñas voces, de Jairo Eduardo Carrillo y Óscar Andrade, es un documental animado en el que por motivos estéticos, éticos y didácticos la voz de niños reales se disfraza detrás de una animación minimalista que, lejos de disminuir, aumenta el dramatismo de lo contado. Pequeñas voces retrata nuestro presente: grupos armados van y vienen. Nosotros vivimos con tres niños y una niña las consecuencias de la guerra. La vivimos junto al grupo más frágil en toda clase de conflictos. Escuchamos, pues, las voces de quienes no tienen voz en el discurso político de los que todo lo justifican en aras de una gesta macroeconómica. Carrillo y Andrade han dado voz a quien no tiene voz: niños cuya felicidad es un mercado de domingo, ordeñar vacas, jugar al fut. La felicidad es un sentimiento muy fuerte; también de esto habla Pequeñas voces. Para un niño que ha vivido la guerra, la felicidad no es una cosa tan frágil. Si el cine fuese como el arte de la cocina, la animación ocuparía el lugar de la alta repostería. La madurez de una cinematografía nacional se consolida cuando emerge una animación contundente; una a la altura de ese arte en el que hay maestros como Disney y Natwick; personajes como Mickey Mouse y Betty Boop. Uno con obras que demuestran en pantalla las posibilidades estéticas de un arte emparentado con el cómic.

Como el cómic, el cine de animación pareciera apelar especialmente al público infantil. Y es justo en su aparente inocencia que es capaz de lanzar contundentes discursos políticos. No lo olvidemos: el arte es, como todo lo humano, una forma de la política. Política entendida como este discursopara-la-polis. En este y otros sentidos Pequeñas voces confirma su vocación política. Divierte y educa pero, además, muestra: demuestra lo que la guerra es, lo que los niños desplazados sufren, lo que es verse desgarrado entre intereses de un gobierno avaro, un imperio al norte que sólo cuida sus intereses militares en el patio trasero, una guerrilla fanática y unos narcotraficantes asesinos. Pequeñas voces utiliza las técnicas de Give up yer aul sins, serie irlandesa nominada al Oscar en que la animación se construye a partir de entrevistas a niños. Tiene, sin embargo, la contundencia documental de Waltz con Bashir, obra que denuncia las atrocidades de la masacre de Sabra y Chatila y la importancia histórica de Hadasi no Gen, del maestro japonés Keji Nakazawa. En ella vivimos las consecuencias de la bomba de Hiroshima siguiendo la historia con los ojos de dos niños. Hay también algo de Charles M. Schulz, creador de Charlie Brown. En Pequeñas voces, el mundo es exclusivamente infantil. Los adultos balbucean un lenguaje ininteligible. Tal vez porque todo lo adulto resulta ininteligible. La cinematografía colombiana está apuntalada. Y ojalá que en eso y no sólo en todo lo otro, la cinematografía mexicana se consolide también muy pronto. L

Pequeñas voces. Dirección Jairo Eduardo Carrillo y Óscar Andrade. Guión Eduardo Carrillo. Documental animado sobre las voces de niños desplazados por la guerra de Colombia. Colombia, 2010


12 b sábado 6 de octubre de 2012

MILENIO

varia ESPECIAL

Poesía mexicana 2012 ARCHIVO HACHE Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

E

sta semana quiero escribir sobre la poesía mexicana hoy. Escribir desde el desprendimiento, desde la revisión de una epidermis perdida. Paradoja: en la poesía mexicana hoy no hay gran ensayo. Paz —cuyo legado es problemático—, empero, fue un poeta moderno: un poeta con prosa de ideas. A las generaciones siguientes el ensayo se les cayó de las manos. La idea perdió gravedad, vértigo, necesidad. Devino souvenir y tour. El ser del poeta se relajó. Coloquio, falta de visión y neoclásica estafeta amiga de nichos en la República de las Letras dañaron la tensión que Paz supo construir entre su lengua y los Contemporáneos, en cuyo arco se fabricó la estrecha “tradición”. Para colmo esa República no supo respetar los márgenes —los años setenta— que le hubieran dado oxígeno. No hay poema largo. El poema largo exige visión. El poeta mexicano actual está anímicamente incapacitado para el aliento largo, para el viaje consumado, en que cada estación depara un propósito y una acreción. Los mejores poetas mexicanos han compuesto con la mente. Han sido pensadores. Desde Sor Juana hasta Gorostiza. A la poesía mexicana hoy le falta mente. Oído-idea. Otra falta: su despolitización. Los poetas post-paceanos ya no tuvieron la sensibilidad —la enervación requerida— para la pasión política. No hay sed de justicia que desee nueva música para hacer temblar los muros de la mierda política.

Como Bolaño ironizó, el poeta mexicano es microbio inofensivo, deseoso de ser amado por sus congéneres. Contravenir no es lo suyo. El PRI domesticó su espíritu. En los últimos días, además, escarba en donde sólo hallará otro amo. Hay un giro hacia el posmodernismo, un intento de acercarse a la poesía norteamericana post-todo. Al conceptualismo, por ejemplo. Pero ese turismo de lo norteamericano posmoderno es acrítico. Hay collage, apropiación, documentación, etcétera, y hay también cierta literatura del trauma (sudamericanista). Ahí no hallarán sino versiones tercermundeanas de poesía entreguista. Segundas vueltas. Deseo colonizado, resurgido en la reciente literatura mexicana en general, debido a Internet y el mercado español, al que desean llegar exhibiendo signos de una dócil transnacionalidad. Hay una crisis en la poesía aún más grave que en la narrativa. Una falta de reflexión. La poesía no es literatura. Pero ya no lo saben muchos. Poesía es disidencia drástica, descontento cofrade de poder de palabra densa. Exactitud parlante, y desequilibrio pulpo, alarma que es otra gramática. El error nucleico del poeta mexicano actual es que quiere ser un buen escritor con tal de no trastornar su ciudadanía acomodaticia. Recibe beneficios, ¿para qué poesía? La poesía es esporádica. Radica en la espora. Hoy la espora no ha prendido vara alguna. Pero la poesía volverá. La pedirán las ciudades. Las literaturas mueren. La poesía tiene otras tierras. L

ESPECIAL

Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Madrid, imprenta del Reyno, 1632

Libros antiguos de la Ciudadela GUÍA VISUAL Magali Tercero http://magalitercero.arteven.com

C

omo aún está en proceso de remodelación el espacio destinado al Fondo Reservado de la llamada Ciudad de los Libros —por inaugurarse en la Biblioteca Vasconcelos de la Ciudadela—, los valiosos libros permanecen en cajas. Sin embargo, Gerónimo Cruz, hombre de unos 60 años, trabaja de manera incansable. Es uno de los restauradores con más experiencia en este mundo de libros antiguos. Algunos volúmenes no tienen tapas, como el ejemplar de 1844 de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, editado por Pedro Robredo. Cruz trabaja aquí desde hace 23 años. Cuando ingresó para remozar libros atacados por las polillas el taller de restauración estaba recién creado. Es tan interesante su plática sobre la recuperación de libros deteriorados que salto de una pregunta a otra. Yo no sabía que antes de lavar un volumen se realizan pruebas de solubilidad en tinta. Tampoco que se usan tres tinas para completar un lavado. Si el papel no aguanta el agua, el libro puede lavarse en seco: “Eso se hace por aspersión, con papel secante abajo para que absorba el agua. A veces sólo se hace una limpieza superficial con una brocha de goma de migajón. Luego se envuelve con una franela”, explica el experto. Curvatura de un libro Hay diferentes tipos de deterioro, como rasgaduras o mordeduras en la propia hoja. Si el libro viene en cuadernillos, éstos se restauran. Se realiza el cosido de encuadernación sin afectar su originalidad. A veces los libros deben ser refi nados para poder leerlos. Se les da forma con una “media caña” o curvatura y se les abre un “cajo” de 90 grados. Las guardas se cortan a medida y se cubren con piel o tela. Cruz apenas restauró un libro de Sor Juana del siglo XVII. Pertenece a la colección de José Luis Martínez y llegó con el papel ya deshaciéndose y sin pasta posterior. Cruz manipula con expresión concentrada una edición pequeñita de la Historia verdadera…,

impresa en 1837 en París. El papel, de trapo, fue hecho a mano. Sólo le falta una pasta, las llamadas cabezadas, para evitar el paso del polvo. Cruz se enamoró del oficio en la Escuela de Artes Gráficas de Bucareli. Como ya trabajaba, hacía sus tareas de madrugada. De 60 alumnos sólo cuatro se graduaron. Ya en tercer año entró al taller de encuadernación del Archivo General de la Nación. Ahí reparó cientos de manuscritos y códices aptos sólo para paleógrafos. Brujería colonial En los libros de la Santa Inquisición del AGN solía haber muñecos de brujería que le dejaban una sensación extraña. Los describe como unas muñequitas parecidas a las que hacen las “marías” pero chiquitas. “Ahí mismo escribían lo que les había hecho la persona a la que echaban la maldición”. Trabajó también con libros del ramo de tierras. Dice que muchos campesinos van a buscarlos al AGN para poder reclamar su terreno al cacique del pueblo. Podría pasar días contándoles lo que me dijo este restaurador. Gracias a su noble oficio puede conservarse la cultura. Ojalá que en la nueva Ciudad de los Libros —será inaugurada en noviembre próximo— el público habitual de la Biblioteca México, como se le conocía cuando comencé a trabajar como periodista, tenga acceso a las recientemente adquiridas bibliotecas de José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés y demás eruditos que forman parte de este proyecto cultural que cierra el sexenio calderonista.L


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.