Laberinto No. 475

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Laberinto

David Toscana Primeras palabras página 2 Abbas Beydoun Poesía página 3 Julio Ortega Las campanas doblan por ti página 8 Anitzel Díaz Consumados titiriteros página 8

N.o 475

sábado 21 de julio de 2012

Migración y literatura

Sylvia Aguilar Zéleny • Álex Ramírez-Arballo • José Manuel Prieto Página 4 RJMUNA

MILENIO

Entre la espada del narco y la pared de la migra Guillermo Gómez-Peña Página 6


02 b sábado 21 de julio de 2012

MILENIO

antesala DE CULTO

CNL/INBA

Primeras palabras

José Rafael Calva

Cuero negro

TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

H

ace años leí en algún lugar que se hizo una encuesta entre escritores y académicos sobre el mejor inicio de novela. Eligieron el de Ana Karenina. Tengo a la mano dos traducciones: “Todas las familias dichosas se parecen entre sí, del mismo modo que todas las desgraciadas tienen rasgos peculiares comunes” y “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Mmm… suena mejor en la versión que tengo en inglés. No sé ruso, así que desconozco cómo hubiera traducido yo la frase, pero creo que habría evitado la exactitud de “entre sí” o “unas a otras”, pues el texto se debilita y a cambio no tenemos sino una obviedad. También habría recortado la parte de la desgracia o infelicidad. Dicho arranque de novela funciona independientemente del resto del texto. En una reunión, entre copa y copa, puedo soltar de pronto la frase con gente que no conozca la novela y esto daría pie a una conversación sobre familias, penas y alegrías. Me atrevo a decir que, aunque los lectores ya no podamos vivir sin ella, la frase tiene tal vida individual que se siente como una intromisión dentro de la novela. Una idea de Tolstoi que mejor funcionaría como epígrafe, y que, sin embargo, decidió incluir por capricho, osadía, regodeo o defecto. La segunda frase: “Todo era confusión en casa de los Oblonski”, ya suena a parte de la narrativa. No pasaría lo mismo si en esa reunión me diera por pronunciar el inicio de novela que quedó en segundo lugar. “Llámenme Ismael”. En vez de discusión, habría silencio, extrañeza. Si tuviésemos un tic, algo así como un síndrome de Tourette que nos impulsase a soltar de pronto inicios de novela, en la mayoría de los casos apenas daríamos a entender que vamos a contar una historia. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía

Sergio Loo b sergioloo@yahoo.com.mx

Tolstoi, 1908

había de recordar…” o “Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. En ocasiones, parecería que queremos presumir algún conocimiento geográfico: “El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes del estado llaman allá” o “A lo largo de la mayor parte de su curso, el Drina discurre a través de estrechas gargantas, entre montañas abruptas, o atraviesa profundos cañones entre ribazos verticales”. Otros impulsos parecidos nos podrían meter en líos judiciales: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne” o bien: “Nada como matar a un hombre”. Los inicios pueden ser seductores, algunos mejores que otros; fuertes o débiles o reveladores o meramente utilitarios. Para el escritor representan el impulso, la inercia que ha de llevar toda la novela. La suerte queda echada cuando el autor se decide entre “Vine a Comala” o “Fue a Comala”. Para el lector, la primera frase es lo que es; para el escritor marca todo lo que no llegó a ser. Quién sabe qué hubiese sido de Ana Karenina sin ese arranque intruso. Aunque viéndolo bien, no parece que Tolstoi le haya puesto esa frase a la novela; más bien le puso una novela a la frase. L

E

stabas listo para vivir nuevas formas de dolor y violencia más refinadas”. Esta frase no es del marqués de Sade sino de José Rafael Calva (Ciudad de México, 1953-Nueva York, 1997), uno de los narradores que en los años ochenta irrumpió en la narrativa mexicana con historias que abordaban abiertamente el tema homosexual. Luis Zapata abrió brecha con El vampiro de la colonia Roma (1979). José Ramón Enríquez, Luis González de Alba y José Joaquín Blanco serían los autores más conocidos: formaron un nuevo imaginario de lo que era ejercer una sexualidad minoritaria en México. Dentro de este panorama, José Rafael Calva aportó tres libros: Variaciones y fuga sobre la clase media (Universidad Veracruzana, 1980), Utopía gay (Oasis, 1983) y El jinete azul (Katún, 1985). Salvo la permanente crítica a la sociedad, no comparten grandes características de estilo; podrían tratarse de obras escritas por diferentes autores. El primero agrupa algunos relatos que, como indica su título, cuestionan a la clase media con cierto humor. Influido por la técnica narrativa de Luis Zapata, sin puntuación alguna y con un desenfado feroz, Utopía gay es la historia

de Adrián y Carlos, una pareja de clase media que, contrariamente a las vicisitudes sociales, predecibles, debe enfrentar un feliz suceso: Carlos está embarazado. Carlos narra lo que implica estar encinta, al mismo tiempo que desarma discursos morales, religiosos, de liberación homosexual. Muy dicharachero y casi sin darse cuenta, arrasa con todo y aboga por un humanismo un poco absurdo, un poco torpe, más cercano a los errores que cometemos a diario que a teorías kantianas que no, no nos salen. Caso raro entre los raros, El jinete azul aborda la variante del sadismo y un poco la preferencia leather (vestimenta de cuero negro, cadenas, azotes, amos y esclavos): “Mira que el horror puede ser terrible y placentero”. En esta novela corta, llena de reflexiones acerca del dolor, la explotación humana, el placer y la sociedad capitalista, la tortura es un acto tan sofisticado y prestigioso como la ópera. De hecho, si fuese una ópera, podría decirse que tiene arias muy intensas. Calva publicó artículos sobre música contemporánea en Sábado, suplemento del diario unomásuno, y algunos cuentos en revistas nacionales. L

EX LIBRIS

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

Goethe bEKO

Xavier Velasco

La neurosis está siempre abierta al monólogo.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


sábado 21 de julio de 2012 b 03

LABERINTO

antesala

Un minuto de retraso sobre lo real

De gatos encerrados

Europa es el escenario de estos poemas, en los que la realidad se mira a través del cristal de la ironía POESÍA

ESCOLIOS Armando González Torres

Abbas Beydoun

Ven a mi cama

D

esde el ordenador me llega: “Ven a mi cama”. Dejo la pantalla encendida y pienso en las hojas de otoño que revolotean sin que el mensaje se acabe y sin que la lluvia acabe de traerlo. La frase sin fin del otoño caerá entera en una sola noche y será más de lo que podamos comprender. Es la áspera libertad, que hace que el hombre no tenga que mirar su escupitajo o los restos de su dicha. La áspera libertad, se oirá en el instante en que el viento llame. El día será barrido junto con las mondas de numerosos periódicos y los bosques que se amontonan en las aceras, y en tu plato la comida petrificada habla de muchas noches sin placer, de la invitación que mató a Ofelia: “Ven a mi cama”.

El abrigo de Gógol

V

ago con el abrigo de Gógol y no me canso de leer los puentes. Oigo el gélido fantasma de Europa correr a zancadas por el hielo. Es la áspera libertad y su frío de rigor. Así miras sintiéndote responsable los árboles fustigados ayer, en los zapatos los pies cada vez más pesados. Así piensas sintiéndote responsable en la basura que es marca del otoño. En el fango que es la historia de las nubes. No temas al fantasma que reclama tu abrigo. Suele estar congelado. Y tú deberías pensar que la muerte es un general alemán que ahora deposita su ojo azul en la mesa y se marcha cojeando. Es la áspera libertad.

A

utor de El tiempo a grandes tragos (1982) y del clásico Poema de Tiro (1985), Abbas Beydoun (Líbano, 1945) reúne en Un minuto de retraso sobre lo real tres de sus libros más recientes: Una temporada en Berlín (2005), Puertas de Beirut (2007) y La muerte nos toma las medidas (2008). Con autorización de la editorial Vaso Roto publicamos dos poemas de esta antología de quien es considerado “un maestro de la escenografía abstracta” y uno de los grandes poetas árabes de la actualidad.

agonzale79@yahoo.com.mx

¿

Cómo se defienden los clásicos de sus interpretaciones? Era un adolescente cuando asistí a una mesa redonda sobre el Quijote en mi preparatoria. Ahí un profesor se refi rió a la novela como un “manual de liberación” y el “mejor libro de ciencia política jamás escrito”. Cuando otros participantes mencionaron el humor como un rasgo cervantino, los rebatió severamente y reveló los gatos encerrados de la obra. Para este profesor el Quijote no tenía, ni remotamente, el fi n insustancial de la recreación, sino el de la Revolución, pues Cervantes, aunque no lo supiera, aspiraba a hacer conciencia, a subvertir el sistema de su época y a promover la rebeldía popular burlando a la censura, mediante un conjunto de claves secretas disfrazadas de literatura. La tarea del lector consciente no era divertirse, sino descifrar las claves y llevar a la práctica política el ideario del Quijote. Tras esta rotunda interpretación, hubo aplausos frenéticos, vivas al movimiento estudiantil y consignas conmemorando al Che Guevara. Yo salí inflamado de fervor, aunque avergonzado de mi falta de perspicacia literaria porque algunos episodios del Quijote (la verdad no muchos) me habían parecido graciosos y, sobre todo, porque no se me había ocurrido que el corolario de leer la novela era tomar las armas. En su libro Gato encerrado. Montaigne y la alegoría Antoine Compagnon aborda, entre otros temas de erudición festiva, la recepción de Montaigne y la dialéctica entre lectura fi lológica y alegórica. Desde su apreciación inicial como un escritor disperso y conservador hasta su consagración contemporánea como precursor progresista de la etnología o posmodernista,

Compagnon rastrea una mezcla de intuiciones luminosas y manipulaciones groseras que han formado la figura de Montaigne. Se trata del dilema habitual: frente a la fi lología, que busca la exactitud del dato y el contexto para fundar la interpretación, se erige la alegoría que, buscando símbolos ocultos en lo que se dice, va mucho más allá de la interpretación literal, histórica, conceptual y hasta lógica. Para Compagnon la fi lología genera “trabajos a menudo aburridos pero con una vida duradera; y la alegoría, por su parte, pequeños monstruos, a menudo encantadores, pero que ceden pronto el lugar a los siguientes”. No siempre los monstruos encantadores tienen una existencia efímera y, en muchos casos, fenómenos como la imaginación desbordada, el esnobismo teórico y, sobre todo, el oportunismo político se han apoderado de las obras literarias, casi sumiendo en la oscuridad su origen y naturaleza y atribuyéndoles intenciones y significaciones insospechadas. Por supuesto, para la apreciación literaria puede ser tan empobrecedora la fijación fi lológica inamovible, como la interpretación delirante o utilitaria y, como sugiere Compagnon, la lectura más fecunda requiere un equilibrio entre precisión y desmesura, entre frialdad analítica y exaltación, entre literalidad y profecía. L

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MILENIO

migraciones

Entre la pertenencia

y el desarraigo ¿Qué significa ser un escritor latinoamericano que ha tomado la decisión de exiliarse voluntariamente en Estados Unidos? ¿Tiene posibilidad alguna de volver a su patria o ésta misma no es otra que el idioma español? ENSAYO ESPECIAL

En la lexana tierra texana Sylvia Aguilar Zéleny sylvissima@gmail.com

Y

o no vine a buscar a nadie. Mi razón de venir acá en nada tenía que ver con verbos como huir, abandonar, exiliarse. Mi razón de venir acá en mucho tenía qué ver con verbos como crecer, escribir, leer. Ahora ya no lo sé. Cuando dejé la Sonora Tierra para vivir en la Texana Tierra les prometí a mis padres que volvería. Creo que, a lo Juan Preciado, apreté sus manos en señal de que lo haría. A ellos no les gustaba del todo la idea, yo estaba en plan de prometerlo todo. “Tienes que volver, traer lo que aprendas allá”, me dijeron. Aseguré que así lo haría, volvería a una vida de dar clases, escribir —ahora sí—, dar talleres, compartir lo aprendido. Pero me he ido dando cuenta de que es muy probable que rompa esa promesa. A Juan Preciado le costó zafarse de las manos muertas de su madre. A mí me pasa igual, me cuesta zafarme de las manos muertas de una promesa. Vine acá a estudiar un posgrado, vine acá a escribir, vine acá a leer. Vine acá porque mi vida allá no me hubiera permitido costear este lujo. Sí, leer, estudiar, escribir en México son un lujo. Allá mi horario y mi carga de trabajo me escupían en mi casa a las seis-siete de la tarde después de dar cinco y seis clases, corregir ensayos, revisar exámenes, atender alumnos o padres de familia. ¿Dónde aprender, cómo escribir, a qué horas leer? Mi proyecto personal se postergaba y se postergaba. Este país, esta ciudad, esta universidad me ofrecían lo más cercano a una residencia de

tres años. Vine acá a buscar lo que no tenía allá. Aquí, también como Juan Preciado, “comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones”. Doy una clase, tomo tres y el resto del día se me va en lo que más me gusta: leer, escribir, vivir con cierta tranquilidad. He ido, yo también, “formando un mundo alrededor de la esperanza”, la esperanza de mantener un nivel de vida más o menos igual. Clases más, clases menos. Con un ingreso que jamás me hará rica pero que paga lo básico para que yo tenga el tiempo libre necesario para trabajar en lo mío. Tristemente, tengo muy claro que no podría tener esta vida allá. Más aún, yo no podría vivir con la seguridad con que —por el momento— vivo acá. Estoy en la segunda ciudad más segura de Estados Unidos. Mi hijo en México no podría ir y venir a la escuela caminando, salir a pasear solo o con sus amigos. Yo no podría manejar de noche con la tranquilidad con que lo hago ahora. El peligro está en todos lados, sí, pero últimamente pareciera que sólo ocurre en México. ¿He dicho ya que, paradójicamente, el lugar donde vivo hace frontera con la ciudad más peligrosa de México? Me da hasta vergüenza ver que mi país se viene abajo y enterarme de lejos, me siento de puntillas frente a la barda viendo cómo el vecino cae vencido y yo sin recibir un sólo golpe. Trato de no vivir en una isla, leo este o aquel periódico, navego en este

o aquel portal, veo este o aquel noticiero. Peor: sé cómo está el clima del otro lado cuando sobrevuelan helicópteros. Cuando se escuchan tiros. Cuando veo las primeras planas de periódicos en inglés o en español en la tienda de la esquina. Tengo el descaro de enterarme de todo desde la comodidad de mi hogar. Pero esto, todo esto, todo lo que leo, veo, escucho, es precisamente lo que me ha llevado a pensar en que quisiera no tener que volver. ¿Volver a qué? Tengo suerte, vivo en una rebanada de tierra que dista mucho de ser la total Gringolandia. Aquí hay tortillerías, se habla español, se come harto picante, se escucha a Vicente, a José Alfredo. Se dice mijo, mija. Se repite “Con el favor de Dios”. Hay quienes me siguen viendo como una mexicana más que ha venido a buscar refugio acá, que ha venido a quitarles algo que es de ellos y no mío. Hay quienes me miran por encima del hombro. Pero hay, también, quienes me preguntan cómo van las cosas en mi país, cómo van las elecciones, hay incluso quienes me reiteran que yo ya no puedo/ debo volver allá. Vivo en la lexana tierra texana. Vivo en una ciudad escindida por su población. Vivo en una ciudad escindida. Sylvia Aguilar Zéleny (Hermosillo, Sonora, 1973). Escritora, autora del libro de cuentos Gente menuda y la novela Una no habla de esto. Estudia en la Universidad de Texas, en El Paso.


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LABERINTO

migraciones ESPECIAL

Notas del peregrino Álex Ramírez-Arballo

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a decisión de irme de México no fue tanto un acto de la voluntad como un mero accidente. Sucede que un día, un jueves para ser más preciso, al salir del trabajo decidí pasar por casa de un amigo con el pretexto de saludar, aunque en realidad lo que buscaba era un poco de buena conversación y, de ser posible, alguna cerveza. “Pásale”, me dijo, y luego me indicó dónde sentarme. Lo encontré en medio de la siempre tediosa labor de llenar formas; se trataba de las solicitudes a un programa de posgrado en la Universidad de Arizona, me explicó brevemente. Luego dijo: “Deberías tú también mandar algo” y enseguida me extendió unas formas adicionales que había impreso “por error”. La suerte estaba echada y, como se verá, lo demás habría de ser historia. Mi experiencia en Estados Unidos debe dividirse en dos: el Suroeste y la Costa Este. Como soy sonorense, brincar “la raya” y caer en Arizona no representó choque cultural alguno, pues el sur de Arizona y el norte de Sonora conforman un espacio regional con muchas más similitudes que diferencias. Esos primeros seis años no me hicieron extrañar mi vida en México, por el contrario, creo que al entrar en contacto con la realidad política y cultural de los méxico-americanos, mi experiencia de lo mexicano —entendida como algo que supera la simplicidad de lo geográfico— se ensanchó y me aportó visiones de mi país que iban mucho más allá de las preceptivas del nacionalismo. El Suroeste de Estados Unidos es una zona de un potente dinamismo cultural en donde el mestizaje alcanza una riqueza que me resultaba absolutamente desconocida. En el año 2008 di el segundo salto. Partí, con todo lo que tengo y amo, hacia la Costa Este, al estado de Pensilvania, donde había conseguido un empleo como profesor en la Penn State University. Fue entrar a otro mundo: el Suroeste no te permite el lujo de la nostalgia; allá, en cambio, entre aquellos bosques interminables, la realidad se vuelve otra. Es territorio yanqui, y fuera de las grandes concentraciones urbanas el mundo es un escenario rural en el que impera el conservadurismo y la univocidad cultural. Hice entonces del campus universitario mi sucursal del mundo, mi refugio. En el corazón de Pensilvania aprendí, por ejemplo, que soy minoría en la minoría, que ser mexicano no es la regla y que la etiqueta que con mayor frecuencia me clasifican es la de “latino”, lo que no deja de ser un misterio y una simplificación. Gracias a que me desempeño en una universidad enorme, mi exilio académico conoció la diáspora de la violencia, el hambre o la dictadura, la de cubanos, puertorriqueños o centroamericanos, entre otros; ahora puedo decir que mi experiencia latinoamericana es más rica y que no existe parte de mí que no haya sido tocada por el contacto con las manifestaciones artísticas y culturales de personas venidas de otros países de Latinoamérica y también de España. Estoy convencido de que el famoso melting pot que se suele predicar en Estados Unidos tiene mucho más sentido en la comunidad “latina” que entre la población general. La fuerza de nuestra cultura hispánica es de un vigor y una voracidad vitalista que sorprende siempre. Hay un elemento que no puedo pasar por alto si es que pienso en el exilio de hoy: la tecnología. La conexión a la realidad virtual nos vuelve ciudadanos del “planeta virtual”, donde podemos establecer relaciones de colaboración y participación; yo mismo he podido explotar estos maravillosos recursos. A través de sistemas de teleconferencia he podido dictar seminarios y talleres, contando con la participación de personas de distintos países. Esta capacidad de contacto y trabajo de equipo reduce grandemente el aislamiento y la marginación de los exiliados. Ahí donde existe la capacidad de comunicación, el ser humano encuentra una vía para formar comunidad. Sigo en Pensilvania y esta lejanía —geográfica y cultural— me ha brindado la distancia crítica necesaria para ver a México desde lejos y para comprender, creo yo con mayor precisión, sus luces y sus sombras. Mi escritura se ha nutrido de ello y he transitado de un lirismo telúrico hacia la crónica y el ensayo, que siento son los géneros que mejor me avienen como exiliado. Ignoro ahora si vaya a volver a México algún día; sucede que el tiempo hace que crezcan raíces y vínculos profesionales que se vuelven muy difíciles de romper. No apuesto por el porvenir, porque he aprendido, gracias a esta vida itinerante, que no tengo más patrimonio que el tiempo presente ni más esperanza que la de seguir haciendo día tras día lo que amo, que es mi carrera de académico y escritor. Tiempo al tiempo. Álex Ramírez-Arballo (Guaymas, Sonora, 1976). Escritor, autor, entre otros libros, de Las comuniones insólitas, El vértigo de la canción dormida y Oros siempre lejanos.

Mi vida como escritor en Nueva York José Manuel Prieto

E

star alejado de mi cultura ha sido mi condición desde que comencé a escribir, no tiene mayor significancia para mí, por el contrario, lo veo como un reto estimulante. Aquí en Nueva York la New York Public Library es el centro de mi existencia literaria, el lugar a donde más pertenezco. El año pasado festejaron los cien años de la biblioteca y escribí un ensayo para un volumen que Penguin publicó con textos de cien escritores, sobre el uso que le dan a la biblioteca, las horas que pasan en ella. ¿Sobre quién quieres escribir? Sobre Cervantes, dije. Y ahí aparezco fotografiado con un ejemplar de la primera edición del Quijote. Podría —les dije— escribir también algo sobre Borges. Y al instante me vi hojeando el manuscrito de La lotería de Babilonia, una libretita de escolar cuadriculada, garrapateada por Borges con letra minúscula. Así de sorprendente es este lugar, mi sitio preferido de trabajo aquí. Claro, lo más difícil para un escritor en el exilio es la ausencia de contexto, la necesidad de recontextualizarte. Está el ensayo de Joseph Brodsky, Esa condición que llamamos exilio, donde habla en extenso de ello. En 2005 tuve la idea de crear una organización que nos agrupara, nos contextualizara, en una palabra. Hablé de ello con el escritor mexicano Naief Yeyah en el legendario Cedar Tavern, de Village, famoso en su época por ser lugar de reunión de los beatniks. A Carmen Boullosa, que había llegado el año anterior, le pareció excelente idea y luego dimos por bautizar a nuestro grupo Café Nueva York. En ese punto se sumaron el novelista español Eduardo Lago y la académica y también escritora Silvia Molloy. Café Nueva York tuvo corta vida por razones que no tiene caso mencionar aquí pero justamente fue un intento de organizarnos en una ciudad ajena, en un entorno en cierto modo hostil, antes que nada por la lengua o más bien por esa única razón. Por todo lo demás, Nueva York es una ciudad muy amable y extremadamente literaria. Sólo que, cosa lógica, su mundo literario funciona en inglés. Hay ciertamente escritores de España y Latinoamérica que viven aquí (Antonio Muñoz Molina, Diamella Eltit que pasa un semestre cada año, la novelista y poeta argentina María Negroni, entre otros), pero no hay un espacio o campo de juego propiamente en español. En lo que va del año he presentado tres libros en McNally and Robinson, la librería en la que un joven uruguayo, Javier Molea, lleva un programa literario en español. Lo interesante es que funciona muy bien y por ahí pasa prácticamente todo el mundo, pero no deja de tener una proyección limitada, de ser una honrosa excepción. Están también instituciones más importantes como el Instituto Cervantes o el América’s Society, pero sin duda el espacio literario en español más relevante en USA yo diría que son las universidades que cuentan con el público cautivo del alumnado, de los especialistas en literatura de Hispanoamérica. Suelen pagarte más o menos generosamente por las charlas y también, algo que constituye una novedad en español, aunque tradición añeja en las universidades de aquí, han comenzado programas de “escritura creativa” en español. La Universidad de Nueva York tiene el programa que lanzó Silvya Molloy y que ha sido todo un éxito. Impartí unos seminarios con ellos, y uno encuentra allí el grupo más activo y entusiasta de aprendices de escritores. Ahora bien, tras los años que llevo aquí mi inserción al inglés ha crecido exponencialmente, los libros que leo,

los volúmenes que día a día engrosan mi biblioteca, los escritores que frecuento. Sin que haya considerado jamás pasar al inglés. Algo que algunos amigos de aquí esperan con toda sinceridad o quizá deba decir con toda ingenuidad. No les pasa por la cabeza que uno sencillamente no quiera hacerlo (o bien, claro, simplemente no pueda.) Yo insisto en escribir en español y gracias a dios tengo una excelente traductora, Esther Allen, que pone mis libros impecablemente en inglés. La “escena literaria” neoyorquina es “vibrante”, como dicen aquí. Abres el Time out y hay cinco lecturas a la misma hora. Tengo amigos entre los creadores locales, sigo sus libros. Para no ir más lejos, y es algo que digo con orgullo, entre los escritores con los que pasé un año en la New York Public Library, en el Cullman Center, hay ya dos premios Pulitzer, T. J. Stiles, por su biografía sobre Cornelius Vanderbilt, y luego Jennifer Egan, por su novela A visit from the goon squad. Con Jennifer hice muy buenas migas cuando compartimos en el centro. Están luego las grandes ocasiones, el Festival Internacional del PEN, donde viene todo el mundo, y ves salir de un elevador a Claudio Magris, muy atildado y maravillosamente amable. Hablas luego con Umberto Eco, le dices que leíste El nombre de la rosa pero te callas lo malo que te pareció su siguiente libro. Tienes ocasión de asombrarte de lo malgenioso que parece ser Martin Amis, que critica a algo o alguien mordazmente, y esa misma noche, junto a la champagne gratis, descubres la cabellera blanca de Margaret Atwood, que se siente obligada a decirte algo entusiasta sobre Cuba. Por último, en una ocasión intercambié teléfonos y correo (y nunca la llamé ni le escribí) con Zadie Smith, más entusiasmado por su belleza que por sus libros, que todavía no leo. Y así en largo etcétera. You name it, como dicen en inglés. No sé, francamente, si es bueno o malo o, más bien, irrelevante. Simplemente lo menciono, es parte de la vida como escritor aquí. Mi exilio (¿de México? ¿De Rusia? ¿De Cuba?) ha sido voluntario y la condición en la que he escrito mi literatura. Lo que más me estimula de vivir en un país extranjero es la posibilidad (o tal vez la necesidad) de incorporarlo a mi literatura. Una operación a la que mi existencia itinerante me ha obligado reiteradamente y que, al contrario de lo que pueda parecer, no es tan común, no es todo el mundo quien lo hace. Siempre pienso en Nabokov, que supo hacerlo tan magistralmente. En lo que respecta a mí he corrido con suerte: cuando salió Livadia en ruso, por ejemplo, tuve muy buenas reseñas allá, lo que fue un alivio porque, en esencia, era su territorio literario, por decirlo así. Ahora acabo de terminar una novela que pasa en Nueva York aunque tiene mucho de mi vida en México también. Veremos qué pasa. Lo cierto es que estoy pensando regresar a Cuba, literariamente hablando: tengo la idea de una novela que pasa allí. Aunque tengo cuentos y dos novelas “cubanas” que nunca publiqué. En Cuba, por lo demás, tan sólo me han publicado un pequeño libro de cuentos. Los tres países que menciono más arriba: Rusia, México y Estados Unidos, ahora son más mis patrias literarias, México en primer lugar. L José Manuel Prieto (La Habana, 1962). Escritor, entre su libros se encuentran Livadia, El tartamudo y la rusa y Treinta días en Moscú.


LABERINTO

TERESA CORREA

Performance, In the Hall of Genocide, 2007

EUGENIO CASTRO

Gómez-Peña y la artista iraní Carmel Kooros en Natural Born Matones, 1997

Entre la espada del narco

y la pared de la migra Autodenominado Sísifo ranchero, líder del colectivo La Pocha Nostra y autor de libros como El Mexterminator. Antropología inversa de un performancero postmexicano y Bitácora del cruce, el artista, residente en Estados Unidos desde 1978, escribe sobre la imposibilidad de regresar a México Guillermo Gómez-Peña

A

los cientos de miles de artistas y escritores latinoamericanos posnacionales que vivimos en Estados Unidos o Europa nos obsesiona la im/posibilidad del regreso. En 2012, sentimos más que nunca la orfandad de dos Estadosnación: el país de origen que nos olvidó por completo y el país anfitrión que nos ve como amenaza a su seguridad nacional y a su precario mercado laboral. Nos alucinan como una suerte de Godzila con sombrero de mariachi. Con la lengua partida y la identidad fragmentada, soñamos en regresar a un país que ya no existe, que ya es otro, o mejor dicho que ya es muchos países, algunos seductoramente míticos, otros peligrosísimamente reales. Los mentados latinos (latinoamericanos posnacionales) constituimos una población flotante bastante ecléctica, un palimpsesto demográfico que incluye varios siglos: primero están los descendientes de los nacidos antes del tratado de Guadalupe-Hidalgo (cuando los estados del sur de Estados Unidos aún le pertenecían a México) y los descendientes de varias olas migratorias del siglo XX (mejor me salto estas explicaciones pues no soy ni historiador ni sociólogo). Luego estamos los recién llegados en las últimas cuatro décadas, desde el 1964 Immigration Act, con nuestras variantes étnicas, culturales, de clase e ideológicas. Unos seguimos con nostalgia las huellas de nuestros antepasados migrantes, otros simplemente respondieron a la invitación del amor y el deseo erótico (causas no reconocidas de la migración); otros más, poco a poco, se fueron dejando abducir por las quimeras del american dream… Así, los autonombrados “chicanos” (mexicoamericanos politizados) en diálogo con exiliados culturales, políticos, laborales e incluso de género, que llegaron de toda Latinoamérica, logramos construirnos una gran nación flotante:

Latino USA, que cuenta con casi 50 millones de ciudadanos fantasmas. Somos el sueño bolivariano —gone wron—. Vivimos distintos matices y grados de aculturamiento, des/ arraigo y mojadez. Forzados a una convivencia extraña e inevitable, compartimos instituciones culturales, educativas y cívicas; vivimos en los mismos vecindarios; frecuentamos los mismos centros culturales y hasta nos reconocemos en la parranda y en los antros de mala muerte donde bailamos un sampleo desquiciado de salsa, cumbia, merengue, norteña y rock and roll. El internet, los medios de comunicación, la literatura y el telefonazo ocasional nos mantienen ligeramente conectados (o más bien, nos crean una ilusión de conexión) tanto con la madre pútrida como con la gran experiencia épica de los latinos en Gringolandia. Somos “la otra Latinoamérica”, el mentado “tercer mundo” incrustado en el “primero”. Somos mecánicos, paleteros, sirvientas, albañiles, cocineros, poetas, artistas, abogados, científicos, activistas, criminales e indigentes. En lo personal tengo parientes en todos estos departamentos, desde la pisca hasta la academia, pasando por la cárcel: Typical mexicans. 2. Debido a la proximidad geográfica, los mexicanos posnacionales que vivimos en Estados Unidos tenemos logísticamente más posibilidades de regresar pero, en realidad, let’s face it, nunca regresamos del todo, y cada año nos resulta más

difícil el regresar para siempre. Para nosotros, “el regreso” siempre será el año entrante que se pospone eternamente, “cuando mejoren las cosas”. ¡Dream on, carnales! Al hablar del regreso, me refiero a una experiencia espiritual y subjetiva: sentimos (¿alucinamos?) que ya no hay lugar para nosotros en el país de origen. Desconocemos su cadencia existencial, sus nuevos usos y costumbres, sus intrincados protocolos burocráticos, los nuevos albures y decires. La frontera que tanto hemos cruzado back and forth parece estrecharse cada día más. Estamos entre la espada del narco y la pared de la migra. De este lado enfrentamos las nuevas leyes racistas de Homeland Security e ICE (Immigration and Costumes Enforcement) que consideran a México como una nación altamente preocupante, a la frontera como la posible entrada de terroristas internacionales y a nuestros paisanos como agentes de caos, violencia y enfermedad. Los artistas nos hemos convertido en los cronistas de la demonización. “Del otro lado”, en nuestras ciudades de origen, opera a sus anchas el crimen organizado, que poco a poco nos ha ido robando el país y ha ido reemplazando nuestro sentimiento de pertenencia poética por el del temor real; un temor que no sólo corrobora la noticia diaria, sino la experiencia personal. Todos conocemos a alguien, hombre o mujer, a veces hasta pariente o amigo cercano,


sábado 21 de julio de 2012 b07

de portada CORTESÍA GÓMEZ-PEÑA

que ha sido víctima de la violencia: secuestrado, torturado, desaparecido e, incluso, asesinado. Mejor ni llorar. No nos alcanzarían las lágrimas, ni el dinero para asistir a todos los entierros. Regresar, para muchos paisanos, en especial para los oriundos de los territorios “desgobernados” por el narco (Chihuahua, Sinaloa, Baja California, Tamaulipas, Nuevo León, Jalisco, Veracruz, Michoacán…), implica de plano jugársela. La posibilidad real de ingresar a la lista macabra de los ahora 70 mil muertos de la mentada “guerra contra el narco” que más bien es la guerra de todos contra todos. A pesar de los esfuerzos del presidente Calderón por convencer a sus colegas en otros países de no aceptarnos como asilados políticos, somos cientos de miles los prófugos de la violencia mexicana esparcidos por el mundo. Como artista trashumante que anda de gira permanente, he encontrado mexicanos que huyen de la violencia en lugares tan lejanos como La Gran Canaria, Finlandia, Bélgica, Alaska y Japón, por no mencionar los obvios. Somos la gran diáspora internacional del nuevo siglo. En 2012, la migración a Estados Unidos ha llegado a su punto más bajo en cinco décadas. ¿Por qué? Ambos países, a pesar de su vecindad, miran hacia puntos muy distintos: Estados Unidos está obsesionado con su guerra contra el terror y su crisis financiera interna (de la cual culpan en buena medida al emigrante). México mira también hacia adentro, aterrado ante el espectáculo generalizado y cotidiano de la violencia extrema. Mientras tanto, en la frontera imperan la violencia gore y la indiferencia, el temor y la desconfianza mutuas. Bueno, y también los sonidos de la banda norteña, el rock chicano y la música electrónica. Los artistas y escritores fronterizos hacemos la crónica del desencuentro y la literatura de la violencia. ¿Qué otra?

¿Si decidiera regresar para siempre, a los 56 años, encontraré un lugar propio en un México que ya desconozco? 3. En los últimos dos años he tenido que regresar al DFectuoso con cierta regularidad por razones personales: mi madre de 90 años, mi cordón umbilical con el México profundo y con el viejo barrio de Santa María la Ribera, se me está yendo poco a poco, y con su partida progresiva e inevitable se evapora el país que me vio crecer. Mis espacios sentimentales se siguen vaciando de contenido y forma. Lo único que me queda es recuperarlos a través de mi arte. Se trata de un arte cada vez más extraño y oscuro. Incluso, me sorprende mi falta de humor en este texto, tan poco característico de yours truly. Cuando regreso, lo hago a un país que cada vez entiendo menos. Los nombres de los nuevos políticos, celebridades, atletas, capos y artistas contemporáneos me resultan desconocidos. Los gritos histéricos y la conducta imbécil de la televisión mañanera me resultan intolerables. Por las calles de mis exrumbos en el DF deambulo entre la familiaridad y la extrañeza, entre el pasado y la ciencia ficción, and so does my language… Mi lengua, muy apochada y des-chilanguizada, lucha por articular mi condición de ciudadano a medios chiles, y el proceso de articulación le provoca cierta desconfianza lingüística (y hasta cierta ternura) a la intelectualidad chilanga. Bitácora del cruce, mi último libro publicado en México por el Fondo de Cultura Económica, se ha vendido mejor en el extranjero que en mi país de origen. ¿Why? Comienza en español, se desarrolla en espanglish y termina en inglés y robo-esperanto. Mis amigos, conscientes de mi fragilidad identitaria, hacen todo lo posible por hacerme sentir en casa, pero nunca es suficiente. Mi función con ellos es la de ser informante de realidades políticas y culturales ajenas. Procuro hacerlo con humor chicano (muy distinto al chilango, que cada vez entiendo menos) y siempre buscando puentes de conexión insólita. Nos conectamos cuando estoy allá, pero luego los puentes se vuelven a caer con

Ni Frida ni Diego, 2004

la distancia geográfica y hay que reconstruirlos en la siguiente vuelta. Cuando regreso como artista de performance se multiplican mis dilemas: ¿cómo posicionarme ante el público: como mexicano posnacional en proceso de chicanización, en spanglish y con la carga estética que me dio el movimiento chicano, o como un “artista internacional” que goza de la atención privilegiada del mundo del arte?; ¿asumo un discurso fronterizo a riesgo de ser tratado como “minoría” exótica o mejor me camuflajeo como global? Se trata de una decisión estratégica que me permite el acceso a ciertos mundos y que me niega otros. Lo tengo muy presente... cuando estoy ausente, aunque suene a letra de Juan Gabriel. Me he buscado otras puertas laterales de regreso: por razones políticas me ha interesado regresar más como artista a los otros Méxicos que son emisores de migración (Oaxaca, Puebla, Guanajuato, Nuevo León, etcétera) donde mis ideas encuentran más resonancia, y así participar del gran proyecto de descentralización cultural del país. De hecho, mi tropa se ha construido un espacio conceptual en la fronteriza ciudad de Oaxaca-lifornia a través de una escuela de verano a la que acuden desde 2004 artistas de performance, actores y bailarines de todo el mundo a colaborar con oaxaqueños, nativos y postizos. Desde Oaxaca he podido mirar al país con binoculares, y desde ahí he descubierto otro país. 4. Mi dilema actual es el siguiente: ¿To return or to stay? ¿Si decidiera regresar para siempre, a los 56 años, encontraré un lugar propio en un México que ya desconozco? ¿Habrá lugar para mí y para mi tropa de artistas transterrados? ¿Sabré navegar las complejidades burocráticas de las

nuevas instituciones y mafias culturales? ¿Tendrán acaso interés por mí como un mexicano nacional más que compite por oxígeno y atención? ¿Perderé mi posición estratégica como cronista del otro México o podré continuar siendo cronista del otro México desde el interior? ¿Me pondré al servicio de Sicilia, los Emos, los travestis o los artistas de performance de 5a generación? Tanto mi deseo como mis dudas son compartidas por cientos, miles de artistas postnacionales de este y otros países latinoamericanos flotantes. Busco respuestas y curadores atrevidos. Apuesto fuerte. Voy a construirme un taller de performance en el DF. Con mis escasos ahorros espero desenterrar a los pocos dioses aztecas que aún quedan en el patio trasero de la casona de mi madre y reencontrar la flor azul, aunque ya no huela, tirada en alguna calle del Centro Histérico. Espero compartir esta nueva embajada informal con mucha raza: abrir territorios conceptuales de tertulia binacional con el cuerpo y la palabra, y colaborar con todos aquellos que, aunque lo deseen, no pueden partir. Intentaré armar banda con los desarraigados a priori y los desplazados del interior, con los avecindados (como nos dicen en nuestra casa conceptual allá en Oaxaca), los mentados canochis o chicanos invertidos, los outsiders de un inside cada vez más estrecho y sofocante, la nueva flota chica-langa, pues. Deséenme suerte en esta nueva aventura cultural. Como artista del performance y el lenguaje, este texto es un primer intento por trazar un posible camino de regreso. Parto pues, en mi lowrider conceptual, rumbo al sur imaginario al ritmo de Kinky, Wakal y DJ Lengua. Me pregunto si el México al que quiero regresar, existe. L


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MILENIO

en librerías

El silencio de Gabo En el pasado número de Laberinto preguntamos a varios escritores sobre la posibilidad de que García Márquez no volviera a escribir. Cuando habíamos cerrado la edición llegaron los textos que ahora presentamos HOMENAJE

Consumados titiriteros FOTOGRAFÍA

ESPECIAL

RICHARD PRINCE Y CINDY SHERMAN

Anitzel Díaz

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Las campanas doblan por ti Julio Ortega La muerte de cualquier hombre me disminuye porque soy parte de la humanidad; por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti. John Donne

P

or razones que requerirían un estudio clínico de la psiquis colectiva, la curiosidad actual por las enfermedades, decadencia o muerte de las figuras públicas ha pasado de morbosa a neurótica. Ya hace tiempo que algunos comentaristas se han dedicado a propagar infundios sobre nuestros mayores escritores. A ello ha contribuido el Internet, demostrando el poco gusto de su mucho uso. La supuesta carta de despedida de García Márquez ha tenido varias vidas, y hace un mes reapareció, ahora en Power Point. Julio Cortázar fue declarado muerto de sida por gente liviana que ignoraba el cuadro médico. La supuesta decadencia de Carlos Fuentes pretendió borrar toda su obra última, brutalmente ignorando que La voluntad y la fortuna, por ejemplo, es una obra maestra, de temperatura dostoyevsquiana y ambición filosófica. Ahora se afanan en especular sobre la salud de Gabo, si está perdiendo la memoria y no podrá escribir. Al parecer, el hermano menor, el cándido Jaime, ha confirmado los temores: Gabo lo había llamado periódicamente para poner a prueba su memoria. O sea, es el testigo de su propia sospecha. No sabremos, mientras Mercedes no nos lo diga, cuál es el estado de salud de Gabo. Y no tenemos por qué saberlo antes, no es pertinente ni inteligente anticiparle la decadencia y el silencio a un escritor cuyo talento nos ha hecho felices. Nos revelamos demasiado pequeños con esa curiosidad

malsana, casi indignos de haber compartido con él y en sus libros una versión de los hechos que pasa por la celebración de lo vivo, lo cual nos incluye. Dejemos que dure más, todo lo posible y más allá de lo posible, para que no se apague la luz que nos dedicó como si lo mereciéramos. En verdad, los clásicos no son antiguos ni modernos, son de todos los tiempos porque viven a través de la lectura, en nuestra propia voz, cuando los actualizamos leyéndolos. Cada formación de la lectura se debe a la generación de lectores que perpetúa los grandes textos que nos abren horizonte, haciéndonos espacio para habitar creativamente. Por eso les digo a quienes me preguntan qué queda del realismo mágico: del realismo mágico nos queda el realismo mágico. Y a quienes me preguntan qué nos queda del “boom”, respondo: nos quedas tú.

Como un viaje en ácido Álvaro Enrigue

A

unque me parece que El coronel no tiene quien le escriba y Crónica de una muerte anunciada son novelas perfectas, la lectura de García Márquez que más he disfrutado en mi vida fue la de El amor en los tiempos del cólera. La leí en el momento justo: en ese tramo final de la adolescencia —estaba recién publicada— en que la literatura tiene todavía la calidad de un viaje en ácido. Hay algo que hace que los libros gordos sean mejores, aunque no tengan la distinción acerada de las novelas breves. Producen un vaivén que prefiero: se imponen por el agotamiento compartido entre el autor y el lector. En lo personal el hecho de que [García Márquez] no vuelva a escribir no es tan grave. Que yo sepa, Cervantes no ha publicado un libro en siglos y sigue siendo igual de bueno. L

ichard Prince no pudo soportar el éxito de Cindy Sherman y por eso terminó la relación entre ambos. Treinta años después los dos están haciendo historia. En 2011 Richard Prince (fotógrafo, pintor, escultor, dibujante y escritor) tuvo una retrospectiva en el Guggenheim de Nueva York. Este año es el turno de Cindy Sherman (fotógrafa y directora de cine) en el MoMA. Lo que hace interesantes estas retrospectivas es la luz que arrojan en fenómenos como lo femenino y el mercado del arte. En 1980 los artistas realizaron una obra que se tituló Richard Prince and Cindy Sherman, un doble autorretrato en el cual ambos se convierten en una copia andrógina de sí mismos. Sherman y Prince se esconden detrás del maquillaje y la parafernalia Sin título, 1980 enfrentando al espectador con la singularidad del personaje fotografiado. La imagen del espejo que devuelve un ser indefinido. Complementándose a la perfección, los fotógrafos insinúan el trabajo del otro abordando los disfraces de Sherman y los gestos de Prince, aislando las figuras y reflejándolas. La fotografía, de la que hay diez originales firmados, se vendió en una última subasta por 242 mil libras. En mayo de 2011 la casa Christie’s vendió una imagen de Sherman por 3 millones 890 mil 500 dólares. La fotografía más cara de la historia hasta ese día. Richard Prince logró 2 millones 840 mil por la imagen de uno de sus vaqueros emblemáticos. The New York Times escribió que Cindy Sherman sacó a la fotografía del gueto en el que estaba y la elevó a la consideración más alta entre las artes, consideración certificada por los millones de dólares que los coleccionistas privados y los museos pagan por sus fotos. Lo femenino es obvio en la obra de Sherman. Sus personajes transgreden los estereotipos, el miedo, la vejez y los múltiples roles que se ha impuesto la mujer contemporánea. Utiliza maquillaje, ropa, pelucas y demás utilería para cambiar de máscara. Su modelo favorita es ella misma —un rostro repetido al infinito—: “A los modelos no sé qué pedirles; es difícil porque no sé qué quiero hasta que lo veo”. En el arte contemporáneo triunfa lo que transgrede, lo que confronta, critica e ironiza. En la exposición de Sherman en el MoMA llama la atención el cúmulo de descripciones en los textos que acompañan la obra: estereotipo, explora, desafía, turbador, experimenta, investiga, provocador, complejidad, convención, ruptura. Como dijo Tom Wolfe: “La palabra pintada: en el arte importa cada vez menos la obra en sí y más lo que los entendidos dicen sobre ella”. También a Richard Prince le gusta provocar con estereotipos. En su proceso creativo se apropia de narrativas existentes. Toma fotografías de imágenes publicitarias, un proceso que se denomina “retrofotografía”. Trastoca las jerarquías del original y la copia, de la realidad y la teatralidad. Su fotografía parece familiar e incómoda, incluso banal, debido justamente a la apropiación de las imágenes que nos presentan los estereotipos publicitarios; la falsa apariencia que la cultura de masas hereda a la realidad. De esta manera reinterpreta cualquier anuncio que nos venga a la mente: vaqueros al atardecer, multitud de mujeres en poses sensuales. Lo que sea que venda. Como dijo Alfred Stieglitz: “Cuando conozcan tu nombre comprarán tus cuadros”. Al final el arte sigue imitando a la vida y estos dos titiriteros de enfermeras, payasos, vaqueros y mujeres fatales tienen un show aparte dentro de las tendencias del mercado del arte. L


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LABERINTO

en librerías La invención de la soledad

Tombuctú

Comedia infantil

Paul Auster Booket México, 2012 244 pp.

L

a invención de la soledad reúne dos textos independientes aunque complementarios: “Retrato de un hombre invisible” y “Libro de la memoria”; en ambos prevalecen el tono autobiográfico y las reflexiones sobre el azar y el sentido de la vida. En el primero, Auster descubre hechos que determinaron el carácter de su padre, un hombre solitario, egoísta, hermético, y sin embargo con insospechados momentos de generosidad. En el segundo, refiere las casualidades que han rodeado y aun encaminado su existencia. Recuerda hechos, lecturas, viajes, canciones, pero sobre todo la relación con su hijo de tres años, tan cercana, tan distinta a la que él sostuvo con su padre. En su habitación, pequeña e incómoda, escribe y entre todas las cosas, del pasado y el presente, va trazando las líneas que lo llevan a la certeza de que “la obra de la memoria sólo puede comenzar en la penumbra de la soledad”.

El atentado

Henning Mankell Tusquets México, 2012 266 pp.

Paul Auster Booket México, 2012 222 pp.

C

on el estilo al que nos tiene acostumbrados desde sus primeros textos narrativos —una escritura ágil y directa—, Paul Auster publicó en 1999 Tombuctú, una novela contada desde Mister Bones, un perro callejero, y Willy G. Christmas —poeta—, un hombre que pasa el tiempo sorteando los desafíos que conlleva ser un vagabundo; una especie de Sancho Panza y Don Quijote. Todo cambia cuando Willy siente que el tiempo le está cobrando la velocidad con la que ha vivido: los descuidos, esa tos que seis meses atrás no ha cesado, pero, ante todo, la pobreza. Willy sabe que necesita prepararse para morir; por ello viaja a Baltimore a visitar a su antigua maestra. Willy irá a Tombuctú, al oasis de espíritus, al lugar donde iremos al morir. ¿Qué es? ¿Cómo se habita? Bones no se quedará con la duda. Resiste todo lo que la vida le depara, “sobre todo, la especie humana”, con tal de reunirse con su amigo Willy en ese lugar de las almas, y continuar con sus sueños.

Corazón indígena Harry Mulisch Tusquets México, 2012 251 pp.

L

a vida del joven Anton sufre un vuelco una vez que el “asqueroso miembro del partido nazi”, Fake Ploeg, jefe de la policía de Haarlem, al suroeste de Holanda, cae abatido una noche de enero de 1945. La guerra está llegando a su fin, la Resistencia va ganando la partida. Treinta y siete años pasarán antes de que Anton conozca el significado verdadero de este hecho. Mientras tanto, ha intentado llevar una vida convencional —estudios universitarios, matrimonio, fortuna, familia—, al margen del dolor y la memoria. Con los años de la posguerra como telón de fondo, Mulisch ejecuta un retrato político y social de una Holanda que se debate entre la derecha y la socialdemocracia. Una preocupación de índole moral queda de manifiesto en cuanto Anton abandona su cómoda indiferencia: “¿Era todo el mundo culpable e inocente al mismo tiempo? ¿Era el culpable inocente y el inocente culpable?”.

U

n santo niño de la calle, abandonado a su suerte en alguna ciudad portuaria de África, protagoniza esta novela de una belleza violenta y espasmódica. Sabemos de su increíble existencia, semejante a la de uno de esos dioses populares que terminan olvidados por disciplina o terquedad, gracias a la fuerza oral de José Antonio Maria Vaz, anunciante del fin próximo del mundo y panadero. Comedia infantil no parece escrita por Mankell, no al menos por ese icono del thriller policiaco. Acoge el soplo de los espíritus del cielo y de la tierra, la sabiduría burlona y peligrosa de los orishas —las almas vagabundas de los niños muertos—, la presencia helada de las voces de los antepasados. Es, con mucho, una de las grandes novelas sobre la obligación de seguir contando historias, de no dejar que se enfríe el arte de narrar. No hay duda: la literatura está por volver a nacer… ahora en África.

Conversaciones

Luis H. Álvarez FCE México, 2012 319 pp.

C

E.M. Cioran Tusquets México, 2010 947 pp.

omo fundador de la Comisión de Concordia y Pacificación, coordinador para el Diálogo y la Negociación en Chiapas, y director de la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Luis H. Álvarez acumuló una múltiple experiencia a la que cede la palabra en este libro que mucho tiene de registro personal, de memoria viva: se pone en marcha, obligadamente, con la irrupción pública del EZLN el 1 de enero de 1994 y cierra con el encarcelamiento del ex gobernador Pablo Salazar Mendiguchía. Dice Luis H. Álvarez que en su larga andadura política ha “visto en las comunidades indígenas de nuestro país los rostros de hombres, mujeres, jóvenes y niños que no se rinden en su orfandad ni se abandonan en su soledad”. Su libro es, de este modo, un llamado a diseñar estrategias públicas que atiendan los derechos y libertades, la cultura y la diversidad de los pueblos originarios de México.

E

ste libro surge como un homenaje póstumo y recoge conversaciones del pensador rumano, muerto en 1995, con Fernando Savater, Esther Seligson, Léo Gillet y Gerd Bergfleth, entre otros interlocutores. Todas las ideas de Cioran aparecen y se despliegan en estos textos: el tedio, el vacío, el suicidio, el pesimismo, la amargura, etc. Menciona a sus escritores favoritos: Pascal, Baudelaire, y especialmente a Dostoievski, al que considera el mayor autor de todos los tiempos. Recuerda su infancia idílica en Rasinari, Rumania, donde nació en 1911, y habla de la decisión de abandonar su país y su lengua: “la lengua es una patria —le dice a Seligson— y yo me he desnacionalizado”. Como en todo libro de entrevistas, algunas preguntas se repiten una y otra vez, pero esto le permite a Cioran extenderse sobre algunos temas y al lector comprender mejor a uno de los pensadores esenciales del siglo XX.

LOS PAISAJES INVISIBLES

La ilusión de los naufragios Iván Ríos Gascón www.ivanriosgascon.wordpress.com

L

os náufragos y sus épicos relatos son una redituable mercancía, ya que en un mundo vacío de hazañas y aventuras, la historia de uno o varios hombres remando a la deriva o irremediablemente encarcelados en un trozo de tierra inhóspito y agreste, es tema fundacional de la ficción de la desgracia. Sin embargo, no todos los náufragos se benefician de sus accidentes, ya que, por ejemplo, el personaje que inspiró a Robinson Crusoe no cobró un solo centavo del libro que, en contraposición, le hizo justicia a Daniel Defoe, un escritor vilipendiado y pobre que adquirió fama y prestigio hasta 1719, tras publicar su novela sobre las vicisitudes de un hombre atrapado en una isla del Caribe. Dicen que Robinson Crusoe nació a partir de las crónicas de Alexander Selcraig, un marinero cuyo nombre náutico era Selkirk, que fue rescatado de la isla Más a Tierra, perteneciente al archipiélago Juan Fernández, situado a seiscientos kilómetros de

Santiago de Chile. El 31 de enero de 1709, el navío inglés Duke atracó en la playa de Más a Tierra, y la tripulación se topó con un tipo vestido con pieles de cabra, que gesticulaba y pedía auxilio como un alucinado. Lo interesante del asunto radica en dos cuestiones: en primer lugar, la isla Más a Tierra ya había sido habitada por un indio mosquito que vivió ahí entre 1680 y 1683, cuando fue olvidado por un buque que paró en la isla para proveerse de agua dulce. Entonces, Selkirk no fue el primer humano en colonizar aquel islote. Y en segundo, porque Selkirk no naufragó sino que fue echado del barco Cinq ports, debido a las disputas que mantenía con el teniente Thomas Stradling. Por tanto, su exilio no se debió a una tormenta ni a un agujero en el casco de la nave, fue un martirio voluntario: Stradling lo amenazó con encarcelarlo por insurrección, y Selkirk prefi rió instalarse en la isla con un baúl de provisiones, pensando que, en poco tiempo, pasaría otro barco inglés para llevarlo de regreso. Mas no fue así. Las únicas embarcaciones que

se acercaron a Más a Tierra eran carabelas españolas y, como en aquella época España e Inglaterra se combatían, Selkirk debió esconderse en aquel terreno que conocía como la palma de su mano, para no caer prisionero de la patria contrincante. Así, su estancia se prolongó por cuatro años y cuatro meses, hasta que el Duke lo recogió hecho un guiñapo. Las andanzas de Selkirk cimbraron Inglaterra. La gente quería leer y oír todo de aquel hombre que sobrevivió a la inclemencia durante un periodo demencial. Los diarios escribieron sobre él. La gente lo buscaba afanosamente, se convirtió en el invitado honorífico de los hostales y tabernas. Su historia, mejor dicho, la historia que él contaba, corrió de boca en boca. Si bien Defoe modificó varios aspectos de la epopeya de Selkirk para Robinson Crusoe, empezando por el sitio del desastre (Más a Tierra estaba en el Pacífico y el cayo donde transcurre la novela en el Atlántico) y culminando con la intempestiva aparición de Viernes, el salvaje que adopta el papel del único eslabón del náufrago con los de su especie (si el indio mosquito llegó primero a Más a Tierra, entonces el primitivo se adelantó al civilizado), el libro fue un éxito rotundo que germinó una saga literaria sobre la catástrofe marítima cuya cúspide es Viernes o los limbos del Pacífico, de Michel Tournier, esa obra maestra que explora los detalles que Defoe dejó de lado: la crisis del lenguaje, la obsesión por conservar la lucidez, la intrincada adaptabilidad al medio ambiente e inclusive la carnalidad de un marinero convertido en un Adán cuya metafórica condena es habitar el Paraíso sin la dulce compañía de Eva. El náufrago y su hagiógrafo, la aventura y su apoteosis siempre caminan juntos, porque ambos alimentan la necesidad que el mundo tiene de héroes mitológicos. L


10 b sábado 21 de julio de 2012

MILENIO

teatro

Los miedos que nos poseen Sirviéndose de tres personajes shakesperianos, la nueva pieza de Edgar Chías pone en juego los mecanismos de la sumisión y la carnalidad al servicio del poder CRÍTICA

ALEJANDRO VARGAS

Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

D

esdémona, Otelo y Yago conservan pocas sílabas de su nombre y habitan un espacio de penumbra. En Oscuro. Intervención libre sobre Otelo se concentran la desconfianza y la rabia por atesorar el poder, un amor sin sustancia y un lugar que nadie cede. Sobre un corredor con piedras, rampas, ventanas ocultas y puertas salientes cual trampolín al vacío, un triángulo humano se debate por vencer a quien le opone resistencia, aunque éste sea también buena parte de su complemento. Edgar Chías ubica a los tres personajes shakesperianos en una frontera de violencia desde la cual se percibe lo que ocurre tras los muros de un lugar al que sus habitantes se refieren como “la patética y productiva industria de la muerte”. Sin calles venecianas, jardines, castillo o sala de consejo en Chipre, el multiespacio creado por Philippe Amand contiene un edificio con muro en declive que se inclina hacia el público y lo cerca junto a los personajes; un lugar en el que no se ve sitio para el descanso, donde las aberturas rectangulares o cuadradas intervienen los distintos planos de modo que los personajes están a distintas alturas. De pronto, se abren paso paisajes mínimos como un bonsái bajo la lluvia o un desierto en miniatura, como contrapeso de la esperanza. Pasillos estrechos de grava roja o de madera negra, escalones de alto peralte, como si se tratara de una cancha de pelota prehispánica sin aro traída a la modernidad. Este inhóspito y extraño lugar, no exento de belleza, cruzado por veloces pasiones en conflicto, es también parte medular del montaje dirigido por Marco Vieyra. Edgar Chías trae al presente una tragedia en la que no se echan de menos los personajes que contribuyen a enredar la trama original. Dos hombres y una mujer bastan para condensar el odio y la sospecha generalizada, sobre un

La pieza se presenta en el teatro El Galeón del Centro Cultural del Bosque

territorio que puede estar en todos los países, donde las sombras acechan detrás de una luz roja y azul que define siluetas en reto. Platos que se estrellan al ser lanzados como proyectiles, una canción que refiere una falsa felicidad a cambio de otra, personajes que a ratos lucen como cantantes ante un micrófono, jinetes

momentáneos sobre un hermoso corcel blanco de amenazadora presencia confluyen en Oscuro... Desdémona responde al nombre de Des y se conduce altiva, entre la seducción y el sarcasmo. Luciana Silveyra es una Desdémona rubia, una guapa amazona que se despoja con firmeza de la añeja costra femenina del ser-objeto, que se enfrenta al peligro desde el vértice de un juego triple en el que se torna provocativa con Jako (Iago) y con Otter (Otelo), a quienes seduce y rechaza, provoca y separa, como una suerte de amante y réferi de un equipo de tres contendientes con distintas jerarquías y apegos sexuales en un mismo terreno. Vestidos con prendas diseñadas por Adriana Olivera que aluden a cierta jerarquía militar, en combinación con elementos de atuendo para montar, los personajes compiten por una mejor posición ante el opuesto, sin poder desligarse interna ni externamente, vinculados tanto por detalles en el vestuario como por su ambición y por el espacio que los contiene, en un todo coherente y desolador. El caballo y su jinete y guía, Claudia Florescano, se integran de manera natural a un universo límite. Con un Jako pleno de dobleces en su desparpajo, interpretado a fondo por Plutarco Haza, y un Otter firme hasta en sus cambios extremos, a cargo de Ricardo Esquerra, los actores establecen el contrapunto necesario para detonar el fatídico suceso que los arrastra a la destrucción. Oscuro… es un pase de entrada a los miedos que nos poseen, a la inseguridad que genera la traición, a observar el mundo desde la óptica de una Desdémona actual que rompe el silencio, responde, grita y entra al juego masculino con una seducción abierta que no acude al engaño de la autosumisión para conseguir sus objetivos. La puesta en escena es también un juego de destreza. Cada elemento escenográfico cumple su rol de objeto para ser usado, y cada sonido diseñado por Juan Pablo Villa remite a ese lugar de muertos en el que música, grava, vidrios rotos, canciones, palabras, ecos y estridencias no admiten el sosiego. Los que viven ahí comparten algo de no existencia, los pretextos y las culpas reptan como bichos invisibles pero imparables… Hasta él llega un rejoneador, Enrique Fraga, y un hombre más interpretado por Víctor Ortiz, quien con el conjunto que completan Jaciel Neri en el entrenamiento físico y Adriana Bandín en la producción ejecutiva, hacen de Oscuro. Intervención libre sobre Otelo una buena, sorpresiva e inquietante experiencia. L

LA PUERTA ESTRECHA

Todo sobre Usigli Alicia Quiñones aquinonescontacto@gmail.com

N

o hemos conocido enteramente al Rodolfo Usigli intelectual. Menos aún al escritor de la primera adolescencia, cuando trazó su camino literario: un futuro que cruzaba las líneas de lo romántico, lo político, lo esperanzador y lo irónico. No conocemos del todo al coleccionista, al amante de los títeres, al joven obsesivo que se llenó de recortes de periódicos y revistas, al primer poeta, al cuentista que haría de sus relatos una crónica de su vida en la Ciudad de México en la década de 1920. Entre tantas cosas, sabemos que Usigli fue el provocador que una tarde en el Palacio de Bellas Artes —después de que el presidente Miguel Alemán llamara a El gesticulador una obra ofensiva para la Revolución mexicana— le gritó a Salvador Novo que era un censor al no permitir que se presentara más en ese recinto; para el dramaturgo, el teatro fue un motivo para humanizar a los héroes y criticar los movimientos sociales y políticos de su tiempo. Falta tanto por descubrir de él, que su archivo, guardado desde los años noventa en la Miami University de Oxford, en Ohio, aún conserva 250 mil ítems archivados y sin estudiar en más de 70 cajas debidamente clasificadas y preservadas. Esta noticia, fundamental para la historia de la literatura mexicana, la comparte el libro Rodolfo Usigli. Itinerario del intelectual y artista dramático, coordinado por el investigador Ramón Layera, quien lo define, en un principio, así: Fue un “escritor conflictivo que tiene que pasar varios años en el ‘exilio diplomático’, el

Ramón Layera, editor Rodolfo Usigli. Itinerario intelectual y artista dramático CITRU México, 2012 209 pp.

intelectual afrancesado o anglizado en sus preferencias literarias y su manera de vestir, el funcionario y animador cultural irritable, enemistado con medio mundo”. Esta edición, que forma parte de la celebración del treinta aniversario del Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli, delinea no sólo el carácter del autor a través de testimonios de Emilio Carballido, Vicente Leñero o Héctor Mendoza, también nos habla de su etapa menos difundida, a la que corresponden, en parte, los textos inéditos del archivo: cartas, prosa, notas y sobre todo poemas de juventud, algunos reproducidos en este libro. En ellos, sobre todo en su narrativa, Usigli es el eje de una historia que comienza en la inspiración de la palabra y culmina en la idea política de un país olvidado: México.

Para este dandy chapado a la inglesa, ¿qué intereses le provocaban las corrientes artísticas europeas? En agosto de 1938, en la visita que André Bretón hizo a México para un acto sobre el surrealismo, al escritor de Conversación desesperada le abrió un camino creativo por descubrir: técnicas de expresión y nuevas miradas al trabajo literario de López Velarde y T. S. Eliot. Años después, Usigli no estuvo completamente convencido del movimiento de Bretón, pero tal fue su descubrimiento que decidió realizar algunos juegos poéticos que le permitirían experimentar una novedosa forma de composición poética, como se muestra en el libro. Por otra parte, su correspondencia y relaciones con intelectuales como José Clemente Orozco, Lázaro Cárdenas, Salvador Elizondo, Jaime Torres Bodet, Octavio Paz, George Bernard Shaw nos da otro perfil de este hombre que miraba el teatro como la casa de su literatura, pero donde habitaron el resto de los géneros. Este libro nos enseña a mirar a un hombre desde sus distintas facetas; nos propone mirar a un escritor desde sus primeros pasos literarios hasta el hombre que iluminó una zona fundamental de la literatura del siglo XX en México. El trabajo que realizó el CITRU es, verdaderamente, una joya. Como escribió Octavio Paz en una carta en este libro reproducida: “No hay que perdonarle a Usigli sus desplantes: hay que agradecérselos. La crítica mexicana, no Usigli, es la que está en deuda con su obra y con su figura. Ella es la que debe pedir perdón, no él”. La puerta estrecha se ha cerrado... L


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LABERINTO

cine Gustavo Mota

“Seguimos considerando la sinceridad como una grosería” El último viaje perfila un retrato del escritor argentino Roberto Fogwill, todavía por descubrir en México CORTESÍA PRODUCCIÓN

Habla de una sensación de arrepentimiento por no acudir a un encuentro posterior. ¿Tuvo la oportunidad de verlo pero no quiso? Después de estar en Montevideo viajé a Buenos Aires de vacaciones y llevaba su teléfono. Pero en un esquema vacacional y rodeado de amigos no se me ocurrió hablarle. Cuando volví a Madrid estaba escribiendo sobre la entrevista y justo en ese momento me entró el correo de un amigo en el que me informaba de la muerte de Fogwill. Ahí cobré conciencia del arrepentimiento. Tengo entendido que no había leído a Fogwill antes de entrevistarlo. Es cierto y no tengo pudor en decirlo. La entrevista me derrumbó muchos de los oficios de veinte años de ejercicio periodístico. Por mucha preparación que tengas, ante una persona como Fogwill terminas aplastado. Por otro lado, eso le habrá permitido acercarse sin ningún tipo de prejuicio. La falta de preparación me llevó a la revelación de un instrumento posible desde la verdad. Es decir, de haber estado absolutamente preparado habría resultado una entrevista pregunta-respuesta sobre situaciones muy puntuales. Pero mi ignorancia me permitió descubrir elementos del carácter humano que Fogwill no mostraba. Y en este caso pude reconocer a una persona mayor y enferma. Mi encuentro con él representó la posibilidad de acompañar a alguien que se estaba yendo, lo que me borró como periodista y creó una relación filial. No haberlo leído me permitió también incorporar el error como posibilidad y no como negación; y la naturalidad como una fórmula para la verdad. Comportarme como intelectual me habría destruido, pero él tuvo piedad de mí una vez que le hablé desde mi ignorancia. Finalmente, lo que vemos en pantalla es la narración audiovisual del encuentro entre dos personas que se conocieron durante unas cuantas horas.

El periodista y cineasta mexicano

ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

E

l escritor Roberto Fogwill, autor de Help a él y En otro orden de cosas, concedió su última entrevista al periodista mexicano Gustavo Mota. Fue una plática personal en la cual la literatura quedó en segundo plano. A los pocos días, Fogwill murió. El reportero se transformó entonces en cineasta y decidió rendir homenaje a uno de los autores más sui generis de las letras en castellano de los últimos años. Así nació El último viaje, ¿Por qué hacer una película sobre Roberto Fogwill? Era necesario para que no cayera en el olvido. Es un documento inédito, sorpresivo, delirante y periodísticamente potente. Dada la carga del último

testimonio, era inevitable extender ese material a un documental que sumara más entrevistas para una configuración más completa del autor y del individuo. Fogwill me pidió que lo visitara en Buenos Aires y no lo hice: eso me quedó como una especie de carga que temblaba como arrepentimiento. Cuando ya no queda nada, la única oportunidad para dialogar con la imposibilidad es narrar. ¿Cuando hizo la entrevista no pensaba hacer el documental? Mi idea era hacer una nota en el marco del Festival Eñe América que se desarrollaba en Montevideo. Sin embargo, cuando terminó la entrevista volví a Madrid y entendí que el material daba para otro tipo de trabajo. Quince días después murió Fogwill y se me ocurrió hacer un documental más completo.

¿Qué predomina más en el aura casi mítica de Fogwill: el valor de su obra o su personalidad? No soy crítico literario ni escritor, de modo que mantengo una distancia. Aun así puedo decir que en Argentina su obra está muy bien valorada. En España, Fogwill es poco conocido y en México es un completo desconocido. Sin embargo, el personaje que creó le permitió llegar a lugares donde no tiene un lugar: mucha gente se acercó a sus libros a partir del personaje. Lo que sucede es que su personalidad era tan arrolladora que te obligaba a acercarte a su obra. Creo que no se entiende a Fogwill sin el personaje y viceversa. ¿Por qué en México no se lee a Fogwill? Me parece que es difícil entenderlo porque seguimos considerando la sinceridad como una grosería o mala educación. La mentira, en cambio, es una forma de cortesía. Resulta curioso cómo la edición de la película es coherente con la caótica personalidad del escritor. El mayor hallazgo está en el montaje. Haber encontrado la fórmula para ordenar el caos de Fogwill es resultado del editor Moisés Cabrera. El eje siguió un concepto del propio escritor argentino: “narrar con gracia requiere burlarse del orden temporal”. Eso fue justo lo que conseguimos. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Un viejo Nabokov Fernando Zamora @fernandovzamora

C

uando a Woody Allen Nueva York le quedó pequeña, le dio por filmar en todas esas ciudades en que la sensualidad se sienta en las bancas y mira pasar a los turistas. Londres en Match point; Venecia en Everyone says I love you Vicky; Cristina Barcelona, Media noche en París y hoy To Rome with love. En todas ellas hay una huella, un periodo en que el autor avanza su propia historia creativa dispuesto a morir —llegado el momento— al grito de “Corre cámara y ¡acción!” El único retiro en el que Woody Allen parece estar pensando es el retiro a una ciudad con buenos restaurantes, impactantes locaciones y una tradición fílmica inobjetable. Llegó el tiempo de Roma; de poner en escena una farsa en que el cantadito romanaccio brilla hasta en el acento de la prostituta que interpreta Penélope Cruz. Y si hoy Jesse Eisenberg es el alter ego joven de Allen, Ellen Page es la enamorada menor de edad; el director no anda por las ramas y sabe lo que es la belleza. No creo con toda sinceridad que en ninguna de las películas que ha filmado hasta ahora, Page haya logrado la sensualidad discretamente vulgar de este personaje en el que el viejo Allen se vuelca para mostrar la belleza frívola

de quien, nacida en California, tiene todo para enamorar (en todos los tiempos) a un arquitecto de Nueva York. Digo “en todos los tiempos” porque la forma en que se desarrolla la historia de amor abre algunas interpretaciones con respecto al tiempo diegético en el que tiene lugar la principal historia de amor: ¿el arquitecto que pasea por el Trastevere se ha encontrado a sí mismo? Como sea, Page ocupa en To Rome with love el opulento lugar del deseo prohibido; el tabú del viejo encantado con la frescura de una niña cuya belleza radica en esto: paideia y sensualidad. En To Rome with love, Page ocupa el lugar del deseo que ocupó Mariel Hemingway en Manhattan, Evan Rachel Wood en Whatever works. Y la admiración que produce Woody Allen en la pequeña burguesía no parece mellada por su abierto deseo hacia las mujeres inteligentes, sensuales y muy jóvenes. Impresionados por lo llamativo de sus nuevas locaciones, por lo absurdo de una trama que recuerda a veces un capítulo de Top cat, los críticos del mundo no se atreven a decir que, como Virgilio, Woody Allen sigue enamorado de la juventud en su sentido más griego: la pedagogía. No es que Woody Allen sea incapaz de elogiar la belleza femenina en su madurez intelectual y física pero es notorio que en cada película nueva aparece una intrigante niña que parece salida de la novela de Nabokov. Ahí donde Roman Polansky tuvo que refrenarse para evitar dar leña a los cazadores de brujas, Allen sigue atizando el fuego con el desparpajo de un cómico que todo lo dice entre

To Rome with love (De Roma con amor). Dirección Woody Allen. Guión Woody Allen. Fotografía Darius Khondji. Con Jesse Eisenberg, Woody Allen y Ellen Page. Estados Unidos, 2012 broma y broma. Page tiene la gracia de una modelo de Balthus. Y aunque la película tiene sus momentos, lo más importante es, creo, confirmar los temas más inquietantes en la filmografía de Allen; muy particularmente la pequeña descocada que con sensualidad de colegiala puede poner de cabeza cualquier matrimonio en cualquier ciudad del mundo. L


12 b sábado 21 de julio de 2012

MILENIO

varia NANCY SPERO

ESPECIAL

El director de Letras Libres

Sheela Na Gig at Home, 1996

Lo que Krauze no puede aceptar

El peor argumento posible

ARCHIVO HACHE

CASTA DIVA

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

Q

uizás Enrique Krauze es el intelectual mexicano que más notoriamente ha defendido aquí y en el extranjero la índole “democrática” de la pasada elección. En su artículo “La degradación de la palabra” (Reforma) responde al señalamiento de que sus ideas se deben a su vínculo con Televisa y el régimen. Dice Krauze: “Según esto, nadie piensa de manera autónoma sino siempre en función de intereses materiales. Pero si todo pensamiento está determinado por una adscripción social o económica, no existe el azar, la libertad, la verdad objetiva, las leyes científicas. Se trata de un pensamiento contradictorio porque la perentoria frase de Lenin implica la afirmación de una verdad no relativa. ¿Desde dónde emiten esa Verdad sus detentadores? Desde una supuesta ‘representación’ del pueblo oprimido”. Su alegato es inconvincente no sólo por la ceguera o complicidad de Krauze con una elección visiblemente fraudulenta, sino por su carácter múltiplemente falaz. De entrada, la idea no es de Lenin sino de Marx. Pero discutirla vía Lenin le sirve para connotarla dogma. Luego da un salto lógico y dice que si todo pensamiento es socio-económico, entonces no existe azar, libertad o ciencia. ¿Se puede mejor falacia? Además tergiversa alegando que criticarlo implica que el crítico dice tener la Verdad libre. Al contrario: lo que el

marxismo crítico pide es que todo intelectual reconozca que sus ideas derivan de su posición social, económica, política. Krauze se defiende de una crítica o que no ha leído, o que no ha leído bien o que descarta por no convenir a su postura de derecha que, por cierto, Krauze no acepta. Dice el sociólogo Pierre Bourdieu sobre el tipo de intelectual que en México encarna Krauze: “En contra de la ilusión del ‘intelectual sin vínculos ni raíces’, que es en cierta forma la ideología profesional de los intelectuales, yo señalo que, como detentores del capital cultural, los intelectuales son una fracción (dominada) de la clase dominante y que muchas de sus tomas de posición en la política, por ejemplo, provienen de la ambigüedad de su posición de dominados entre los dominantes”. Esto lo dijo en su célebre entrevista “¿Cómo liberar a los intelectuales libres?”. Al negar el carácter social, ideológico, de sus opiniones y posturas, Krauze recurre al sofisma señalado como típico del intelectual de derecha ¿consciente?, ¿inconsciente?: mientras en todos los demás humanos las ideas son relativas a la circunstancia social de quien las construye, en Krauze la verdad se cree ajena al mundo material. El intelectual-sin-adjetivos no puede reconocer que hablar nunca es neutral. A Krauze le serviría aceptar que lo que dice y omite decir se debe a su puesto político. Todos lo tenemos. Desde ahí somos, pensamos, coexistimos. L

Avelina Lésper

E

n la revista Letras Libres del mes de julio “tres jóvenes intelectuales” hacen un análisis del libro de Mario Vargas Llosa La civilización del espectáculo, entre ellos “una especialista en arte contemporáneo”. Se me cita en el artículo varias veces y mal, como es costumbre en esa revista. Los escasos argumentos de la “especialista” se centran en los lugares comunes de la defensa que hacen del arte contemporáneo o VIP (video, instalación, performance). Si no existe novedad en las obras mucho menos en sus argumentos: que esto ya sucedió en el pasado con los impresionistas y la Academia. Que se les acusa de organizar un complot para sacar al verdadero arte de los museos. Que estas obras son más difíciles que el arte que sí se reconoce como tal. Analicemos. El arte contemporáneo es la Academia. La rebeldía está en decir lo que es evidente a la vista; negar que eso sea arte ocurre desde la marginalidad. Las instituciones, los museos, las escuelas de arte, la crítica, todo está dirigido a oficializar, legitimar y divulgar esas formas sin inteligencia como arte. Hoy no hay discusión, la Academia aplaude furiosamente estas obras, las respalda con retórica, las colma de referencias filosóficas y, además, de todas sus limitaciones hace ejemplos a seguir; cada torpeza intelectual es un canon, cada ocurrencia una ley. Lo más aceptado, alineado y mediatizado, el nuevo arte de las clases dominantes y sus instituciones, es el arte VIP. Por eso es incomprensible el estado de pánico en el que caen cuando son cuestionados. Los que están fuera de la Academia son los pintores, escultores y grabadores; ellos están excluidos de los “salones”. La misma pintura que exiliaron hace cien años de los salones sigue hoy exiliada. Entonces fue por diferencias estéticas y hoy es por una imposición ideológica. Están fuera de la Academia las formas artísticas que son de evidente inteligencia y talento. La Academia no trabaja siguiendo un complot, no lo necesita. No existe un sólo obstáculo, una sola voluntad que cambiar o violentar para imponer sus objetos infra inteligentes en los museos: lo tiene todo a su favor.

Esta situación no se gesta de espaldas al público: se hace de frente, con gran despliegue de medios. Los planes escolares, las convocatorias para ofrecer apoyos, el cambio en los objetivos de los museos, están abocados a no permitir que se exponga lo que no se someta a la manipulación. Este arte no es inaccesible, ni difícil; al contrario, es de una simpleza apabullante. Es una repetición sistemática y obsesiva de la realidad, carente de invención, interpretación y visión crítica. Desde la publicidad, los objetos cotidianos —aun los excrementos—, todo lo que esté al alcance de la mano se coloca en el pedestal del museo. Es la cosa más elemental de ver y de crear. Carece de cualquier tipo de riesgo, fácil de reconocer en la sala porque se protege con una infraestructura poderosísima, que parte desde la curaduría hasta la construcción retórica. Si eso fuera poco, en un siglo de creación se han reciclado descaradamente las mismas ideas y los artistas alcanzan la fama con la replicación de una sola obra. Y para que no quede duda, las instituciones trabajan sin descanso en la “formación de públicos”. El proselitismo ideológico de este “arte libre” es una obsesión académica e institucional. Hay la obligación de ver eso como arte; no ofrece disyuntiva alguna. Este es el arte de las contradicciones: cuestiona al mundo pero no le gusta ser cuestionado; motiva el diálogo pero únicamente con los que le ofrecen halagos; enaltece la zafiedad y la vulgaridad, pero quiere que le hablen con delicadeza; explota las formas más digeridas y prefabricadas pero se promociona como innovador; se jacta de ser crítico pero rechaza que lo vean críticamente; exige la reflexión del espectador, pero si éste duda de la obra es acusado de ignorante; se hace llamar libre y depende de un curador, de un museo y de una estructura burocrática para existir como arte. Tal vez si nuestra sociedad se barbariza aún más, si la inteligencia sigue en franco desprestigio y si la facilidad y la mediocridad dirigen el lenguaje artístico, entonces en eso sí tendría razón la “especialista”: éste sería el mejor arte posible. L


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