No hay escapatoria y otros cuentos maravillosos

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La mujer espíritu

Había una vez un joven que, al morir su bella esposa, se sentó junto a su tumba y lloró desconsolado. Sintió que no podía vivir sin ella y decidió seguirla al reino de los espíritus, al Mundo de los Muertos. Hizo muchos palos de oración y espolvoreó en la tierra polen de maíz sagrado. Cogió una suave pluma de águila y la tiñó con tierra roja y luego se sentó junto a la tumba y esperó. Al caer la noche, el espíritu de su esposa muerta salió de la tumba y se sentó a su lado. No parecía nada triste y le dijo que no llorara, pues solo estaba abandonando una vida para irse a otra. –No puedo dejarte ir –dijo el muchacho–.Te quiero tanto que he decidido seguirte al Mundo de los Muertos. Su mujer espíritu se horrorizó y trato de disuadirlo, pero lo vio tan resuelto que al final lo aceptó. –Si vas a seguirme, has de saber que mientras brille el sol seré invisible a tus ojos, así que ata esta pluma roja a mi cabello y síguela cuando no puedas verme. 7


El joven le ató la pluma al pelo y partieron de viaje. En efecto, en cuanto amaneció, su esposa empezó a desaparecer de su vista y el único rastro de ella era la pluma roja flotando en el aire delante de él dirigiéndose siempre hacia el oeste. Cuanto más avanzaban, más difícil le resultaba seguirla, pues parecía flotar tranquila y fácilmente incluso atravesando el terreno más escabroso mientras él la seguía con dificultad. Cuando ya estaba exhausto gritó: –¡Espera, querida esposa! No puedo seguirte más. Déjame descansar un rato. La pluma roja se detuvo y le esperó, pero en cuanto la alcanzó, salió flotando de nuevo y, aunque estaba muy agotado, tuvo que seguirla. Continuaron viajando muchos días. El muchacho seguía a la pluma de día y descansaba de noche. A veces su mujer espíritu se le aparecía y le daba ánimos y otras veces notaba su presencia de forma indefinible. Cada día el camino se hacía más difícil. Los días se hacían más largos y las noches de descanso más cortas, y el muchacho se fue agotando cada vez más. Un día el camino le llevó hasta una sima que parecía no tener fondo. La pluma de la mujer espíritu pasó flotando por encima de la nada y desapareció al otro lado, dejando al muchacho abandonado al borde del abismo. Desesperado empezó a bajar por la pared vertical de roca esperando llegar al fondo y poder escalar por el otro lado. Pronto se encontró 8


inmovilizado, aferrado con las uñas a una minúscula cornisa, incapaz de subir o bajar. Estaba resignado a una caída mortal cuando, de repente, apareció una ardilla. –¡Hombre imprudente! –le chilló–. Tú solo no puedes cruzar la sima. Espera un momento, te voy a ayudar. La ardilla se sacó del moflete una semilla, la humedeció con saliva y la metió en una grieta de la roca. Luego empezó a cantar y, de repente, brotó de la semilla una planta que rápidamente echó un vástago fuerte que cruzó hasta el otro lado del abismo. El muchacho se colgó de la planta y cruzó el foso sin fondo. Cuando llegó al otro lado encontró a la pluma esperándole, flotando de arriba abajo. Pero en cuanto la alcanzó, salió disparada a un ritmo tan vertiginoso que el joven sintió que le reventaban los pulmones tratando de seguirla. Por fin llegaron a la orilla de un lago y la pluma saltó al agua y desapareció. Entonces supo que el Reino de los Espíritus estaba en el fondo del lago, pero ¿cómo podía seguirla? Esperó en la orilla día tras día, pero su esposa no apareció hasta que al final, totalmente desesperado, se echó a llorar. Entonces oyó una voz que decía suavemente: –Hu-hu-hu. Sintió a su espalda un ligero batir de alas. Al mirar hacia arriba vio un enorme búho suspendido en el aire sobre él. –Muchacho, ¿por qué lloras?–preguntó el búho. 9


–Porque mi amada esposa está en el fondo del lago en el Mundo de los Muertos y no puedo seguirla hasta allí –contestó. –Ah, ¡pobre hombre! –dijo el búho–. Ya sé. Ven a mi casa en las montañas y te diré qué hacer. Si sigues mi consejo todo irá bien y te reunirás con tu amada. El búho lo guió hasta una cueva en las montañas. En la cueva había muchos hombres y mujeres búho que lo recibieron calurosamente y le invitaron a comer y descansar. El viejo búho que lo había llevado hasta allí se quitó su ropaje de búho y reveló que era un espíritu humano. Cogió del muro un paquetito y dijo: –Te daré esto, pero antes he de decirte lo que debes y no debes hacer. El muchacho estiró ansioso las manos hacia el paquetito, pero el hombre búho lo apartó rápidamente y dijo: –¡Hombre imprudente, joven impetuoso! Si no puedes aprender a esperar, incluso esta medicina no te servirá de nada. –Lo siento –dijo–, prometo ser paciente. –Muy bien –dijo el hombre búho–, escúchame bien. Esta es medicina del sueño. Cuando la tomes caerás en un sueño profundo y cuando despiertes te encontrarás en otro lugar. Camina hacia la Estrella de la Mañana y sigue ese sendero hasta que te encuentres con tres hormigueros. Encontrarás a tu esposa espíritu junto al del medio. Cuando el sol salga, 10


despertará y te sonreirá. Entonces se levantará y ya no será un espíritu, sino de carne y hueso, y podréis vivir juntos felices. Pero debes recordar ser paciente. No puedes abrazarla ni tocarla de forma alguna hasta que lleguéis a tu pueblo natal porque, si lo haces, la perderás para siempre. En cuanto pronunció estas palabras, el hombre búho sopló y espolvoreó la medicina sobre el rostro del muchacho que se quedó instantáneamente dormido. Luego, todos los espíritus búho se pusieron sus ropas de búho, levantaron al muchacho, lo llevaron volando hasta el principio del camino que llevaba al hormiguero del medio y lo depositaron bajo un árbol. Después fueron al lago y, con la ayuda de la medicina del sueño del viejo hombre búho y los palos de oración, nadaron hasta el fondo y entraron en el Mundo de los Muertos. Durmieron a los guardianes de ese mundo misterioso con el polvo del sueño y pusieron reverentemente los palos de oración en el altar del Inframundo. Enseguida encontraron a la esposa del muchacho y la llevaron a la superficie del lago. Una vez en el mundo exterior, la colocaron sobre sus alas y la llevaron al lugar donde yacía su esposo dormido. El primero en despertar fue el marido. Cuando abrió los ojos primero vio a la Estrella de la Mañana; luego, el hormiguero del medio y después a su bella esposa tendida junto a él. Cuando despertó, le sonrió y le dijo: –Tu amor por mí es grande, más grande de lo que ha sido nunca el amor, porque, si no fuera así, no estaríamos aquí. 11


Enseguida empezaron su viaje de regreso a casa y el muchacho no olvidó la advertencia del hombre búho de rehuir todo deseo hasta que estuviesen a salvo en el pueblo. Viajaron durante cuatro días, cada vez más cerca de su mundo, más cerca de la seguridad. Cuando estaban a punto de ver su pueblo, la esposa se detuvo y dijo: –Esposo mío, estoy tan agotada que no puedo seguir adelante. Tendámonos a descansar un rato y entremos al pueblo cuando estemos frescos. Su marido accedió y ella se acostó y se quedó dormida. Estaba tan hermosa allí tendida que le venció el deseo y, sin pensar, alargó la mano para acariciarla. En cuanto su mano la hubo tocado, ella despertó sobresaltada y gritó: –¿Qué has hecho? Me querías, pero no lo suficiente pues, de lo contrario, habrías esperado. Ahora tendré que morir de nuevo. Ella se desvaneció ante sus ojos y él cayó al suelo desesperado mientras que el viejo búho ululaba: –¡Qué lástima! ¡Qué lástima! ¡Qué lástima! Desde entonces, el joven recorrió la tierra como un fantasma, con los ojos fijos, la mente perdida, inconsolable. Si tan solo hubiese controlado su deseo un poco más, si tan solo no la hubiese tocado, si hubiese sido paciente unas pocas horas más, se habría vencido a la muerte, no solo para su 12


esposa, sino para toda la humanidad y no habría duelo por el fallecimiento de los seres queridos. Pero, por otra parte, si no existiera la muerte, el mundo estaría tan lleno de gente que no habría sitio para moverse y habría disputas por cada pulgada de espacio y cada migaja de comida. Así que lo que ocurrió quizá fuese para bien.

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