PIFANO_NUEVE

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ALBARÁN DE ENTREGA

Pífano fanzine Nº 9

Rf. Marzo2012/035264869_2012_55B6

CONTENIDOS

Descanse in Peace .................................................................JPMartínez Raspas ........................................................................... Enrique Galindo La melodía ...................................................................Julián Hernández Puta vida ................................................................................ Félix Royo Losers ................................................................................. Óscar Torres Portento Primero ......................................................................... Garven

Del morboso encuentro entre el crisantemo de la maniquí y el gran trípode del zahorí ........................................................... Rodolfo Franco La rosa y el mar .......................................................... Ángeles Carmona Pintura......................................................................... Carmen de Pedro En la punta oscura .................................................................FMMiranda Colibrí .................................................................... Ignacio Cid Hermoso Robbin y los cuatro niños persas................................................. Garven Bruja de discoteca ......................................................... Enrique Galindo Trastornator ..........................................................................FMMiranda Mis viejas incertidumbres............................................ Julián Hernández La travesía del tuerto II ................................................. Mikel Santiago En el mes de thermidor................................................................ Garven Losers ................................................................................. Óscar Torres Unos monos lían las lianas .......................................................... Garven OTROS LUGARES ........................................................................... OTROS LUGARES

fanzinepifano@gmail.com

¿Conforme? :


DESCANSE IN PEACE (Juampedro) Tras dejar este mundo es inevitable, para los que nos quedamos, hacerse preguntas sobre la vida y la muerte... El funeral de la tía Facunda congregó a la mayoría de los habitantes de Cambridge de la Jara, una aldea alejada de la mano de Dios fundada por Lord Henry de Bedfordshire, un alocado estudiante universitario al que todos llamaban cariñosamente "Loringlis"... En sus más de trescientos años de historia, el pequeño pueblo nunca había sobrepasado los doscientos residentes. Todos se conocían entre sí y todos sabían de todos... Apoyado en la garrota comenzó el recorrido que separaba su casa del cementerio. Raimundo era un anciano encorvado por el paso de los años y... por la acumulación de mala leche... recaudador de impuestos durante cuarenta años amén de viejo cascarrabias. ‐ ...ponte bien la chaqueta, chaval, que no vamos de verbena... ‐ La reciente pérdida de su dentadura postiza le hizo parecer más gangoso de lo habitual, cosa que inspiraba enormemente las burlas de su nieto, una versión infantil mejorada de sí mismo. Pero eso nunca lo reconocería... ‐ Abuelito... ¿es que has perdido tu dentadura...? ‐ Raimundo contuvo su mano mientras en su mente imaginaba unos garrotazos en las costillas de su nieto. Estaba seguro de que su desaparecida dentadura tenía las huellas impresas del vástago de su hija... perdida allá en la gran ciudad, al igual que sabía que las mil pesetas que le habían desaparecido de su cartera tenían un nuevo dueño de doce años... ‐ Espero que estés calladito en el funeral y muestres un poco de respeto por la Facunda... ‐ Cirilo miró a su abuelo con respeto y expresión seria, pero sólo era una tapadera... ‐ Abuelo, estaba pensando que, si la tía Facunda se ha muerto con ochenta y cinco años, a ti te tiene que quedar muy poco para jubilarte, no? ‐ Un rápido movimiento de muñeca hizo bufar la garrota y, cortando el aire a su paso, chocó contra la nariz del joven descarado. ... En el espacio profundo pululantes estrellas bailan al son de un vals, despuntando, desapareciendo, brillando como púlsares en la inmensidad de la... cabeza de Cirilo. ‐ Pero que hijoputa eres, con lo santa que es tu madre... todavía no entiendo por qué se casó con el zángano de tu padre... ‐ La hija más joven de Raimundo emigró a la ciudad en busca de una mejor vida, fuera de las miradas furtivas y de los cotilleos de las otras mozas del pueblo, y de sus madres, y de las amigas de sus madres... Convencido del mejor futuro de su hija, éste le regaló una pequeña fortuna para que pudiera cumplir sus sueños... pero se cruzó con un bohemio de la pampa que hizo que olvidara su prometedora carrera en la abogacía para sumirse en un estado de embriaguez de colores y de sustancias prohibidas por la ley... después de varios años tuvo un acto de lucidez y dejó a su hijo a cargo de su padre. Nieto y abuelo, blanco y negro intercambiables... ‐ ¡¡¡...joder, abuelo, si estás cabreado por los carteles, yo no tengo la culpa...!!! ‐ Y encima le recordó lo de los carteles... ‐ Tu no sabrás nada de esto, ¿verdad ?. ‐ Decenas de panfletos colgados aparecieron dos días atrás exigiendo al antiguo recaudador de impuestos la devolución del saqueo realizado al pueblo durante varias décadas... ‐ Sí, claro, para que luego me arrees con la vara... ni que yo fuera tonto... ‐ Naturalmente era una exageración que se hubiera aprovechado de sus conciudadanos para


enriquecerse sobremanera... puede que sólo hubiera recaudado un poco más de lo debido, pero qué buen recaudador que se precie de serlo no lo hacía... ‐ Más te vale, no quisiera tener que comprarme una garrota nueva por romperla en tu cabeza... ‐ Por desgracia, los carteles fueron la gota que colmó el vaso para su hermanastra Facunda, aunque para entonces ya estaba sumida en depresiones desde que alguien del pueblo extendió el rumor de que había mantenido durante muchos años una más que sospechosa relación con Raimundo. ¡¡ Incesto !! ¡¡ Incesto!!, gritaban las marujas del lugar... ‐ Abuelo, ¿por qué crees que hizo lo que hizo...? ‐ Era sabido que a la pobre Facunda la faltaban dos veranos... justo el tiempo que tardó en comprender de dónde provenían las joyas que cada mes lucía en los bancos de la iglesia. En un arrebato, provocado por la vergüenza que sentía, se lanzó corriendo hacia el corral de los herederos del "Loringlis", saltó la valla... sí, saltó la valla y, arrancándose las vestiduras, comenzó a gritar... "... A mí, las bestias... no merezco otra cosa, que me forniquen las bestias pues en bestia me he convertido... ". Pinocho observó curioso a la humana rugosa que se ponía a cuatro patas desnuda en su parcela. Era el semental de la manada y tenía que ejercer como tal. Con su vergajo en pie de guerra embistió por detrás a la Facunda arrojándola contra el abrevadero... desgraciadamente se desnucó. ‐ Tu tía‐abuela estaba muy enferma de la cabeza y se le cruzaron los cables, ¡¡¡ sobre todo por los disgustos que le dabas...!!!. ‐ Caminaron en silencio por la tierra hollada que bordeaba el cementerio a la par que sus sombras proyectadas en el muro del camposanto. Entonces, hizo la pregunta que Raimundo esperaba... ‐ Abuelo.. ‐ Hizo una pausa mirando al suelo. ‐ ¿... qué pasa después de que uno se muere...?. ‐ Buscó las palabras idóneas para que un chico de doce años las entendiera sin que le resultase traumático. ‐ Pues verás... después te meten en una caja de madera, normalmente boca arriba, más que nada por si no estás muerto del todo, que puedas respirar un rato más antes de que empiecen a comerte los gusanos... ‐ Cirilo le miraba con la boca abierta ‐ ... también puedes comértelos a ellos pero, están escondidos y, hasta que no te has muerto, no salen. Luego, cuando ya te han dejado en los huesos, si has sido un santo pues subes al cielo, pero si has sido un cabronazo.. como tú, pues te mandan de una patada al infierno... ‐ Raimundo le miró fijamente a los ojos ‐ ¡¡¡... y si has jodido a alguien en vida y te le encuentras, te estará dando garrotazos en las costillas hasta que te dejen entrar en el cielo por lástima... !!! ‐ Tomar el pelo al nieto era un ejercicio habitual en la rutina del abuelo... ‐ Abuelito, sólo tengo doce años, ¿sabes?, pero no soy gilipollas... ‐ Cirilo esperó paciente... ‐ Vale, vale... verás, cuando uno se muere se acaba todo, ya no hay nada... que yo sepa. Pero si hay algo después de la muerte sólo hubo un hombre que lo supo, pero el jodío se quedó poco tiempo para contarlo. ‐ ‐ Te refieres a Jesucristo, ¿no?. ‐ ‐ Ese, ese... pero yo no llegué a conocerle... je je je... ‐ Hacía mucho tiempo que no veía sonreír a su abuelo y desde muy adentro se sintió animado a imitarle... Stª Mary de la Jara fue edificada por el primogénito del "Loringlis" como capilla familiar y posteriormente ampliada a medida que en el cementerio aumentaban los residentes. A la entrada de la ermita se congregaban varios vecinos mientras el resto esperaba dentro del santuario. Abuelo y nieto se disponían a entrar, pero algo impidió al primero el acceso al templo... ‐ ¿Qué pasa, abuelo? ‐ Raimundo estaba mirando fijamente a un lado de la puerta del recinto. Uno de los innumerables carteles colgados por todo el pueblo pidiendo la devolución del viejo


recaudador presidía la entrada a la iglesia. ‐ Es que... mira que cabrones, ¿eh?, a saber cuánto se habrán gastado los hijoputas en los putos panfletos... ‐ Cirilo presumió rápidamente de su habilidad en el cálculo mental... ‐ Pues... ochenta carteles a doce pesetas... pues casi las mil pesetas que te cogí de... ‐ A Raimundo se le pusieron los ojos como platos mientras inconscientemente levantaba la garrota noventa grados en dirección a la cabeza de su nieto... ‐ ¡¡¡ Me cago en tu puta mad... ‐ Pese a sus casi ochenta años y la cojera galopante, era un anciano veloz. ‐ ¡¡¡ Hijo de la gran puta, te voy a romper la crisma en siete cachos... cabronazo !!! ‐ Cirilo echó a correr dentro de la parroquia mientras recibía garrotazo tras garrotazo... ‐ ¡¡¡ Ay, ay..., paaara... paraaa, ay, aay...!!! ‐ A trompicones por el pasillo, golpe tras golpe entre la bancada que se levantaba al paso de la cofradía del garrote. Al fondo, una comitiva de bienvenida presidida por el cuerpo presente de Facunda abrazada por un roble en forma de cajón... El espectáculo había comenzado. ‐ ¡¡¡ Te voy a crujir los huesos, mamarracho... !!! ‐ La bancada comenzó a gritar " Uuyyy " a cada golpe que fallaba el abuelo, voces de ánimo resonaban también para el pobre chaval que, ya sin espacio, comenzó a girar agazapado alrededor del anciano enfurecido... ‐ ¡¡¡ Eres un desgraciado, un mal nacido... no tienes dos dedos de frente, te has cargado a la Facunggg... !!! ‐ Paró en seco su alocada verborrea mientras se echaba la mano al pecho intentando arrancarse en vano una invisible estaca clavada en su corazón... Los ojos se le salían de las órbitas. Un paso atrás... otro, otro más y dejó caer su preciada garrota. El anciano con una mano en el pecho y la otra señalando a su diabólico nieto suspiró sus últimas palabras... ‐ ... Yá te encontraré... cabrooónnn... ‐ Todos los allí presentes contemplaron atónitos la escena hasta que, lentamente, Raimundo, cayó de espaldas encima de la difunta Facunda. Un " Ooohhhh " multitudinario sonó con eco en la capilla... Los dos ancianos abrazados en un último sueño, un sueño eterno en el que no hay prisas por encontrar a quién te jodió en vida cuando a éste le llegue la muerte... Pensamientos que se le quedarían grabados a Cirilo en colores morado y rojo sangre... Sobre la vida y la muerte las preguntas surgen inevitablemente cuando alguien deja este mundo... Por mi parte tendréis que esperar... FIN


RASPAS (Enrique Galindo)

Su vida circuló por carreteras de segunda categoría, o sea: ni fu ni fa. Pero llegó el día fatídico en el que el pensamiento vino a turbar su acomodo. Después de que el médico le mostrase las radiografías del tórax y le confirmase que se hallaba «fuerte como un toro», por lo que no había motivo de preocupación, en una revisión laboral rutinaria que confirmaba su alianza con la buena salud, fue asaltado a traición (¡quién sabe si con alevosía!). Nunca se adelantó al futuro buscando motivo de preocupación, por eso le extrañó que el médico emplease esa palabra: «preocuparse»; ocuparse de algo antes de que ocurra. Pero, y si… sí había motivo de preocupación; y si… se traspapelaron las radiografías, y si… no tuviera huesos sino raspas (la idea le vino del filetón de bonito que se jalara ese mediodía). El resto de su existencia se resolvió en meses. La intranquilidad no le permitió vivir. Cada instante era poco para palparse en busca de huesos elásticos y puntiagudos. El pensamiento intruso se volvió obsesivo y la obsesión se transformó en certeza. Nadie pudo dictaminar el motivo de su muerte: tristeza, deseos de morir,… simplemente dejó de comer, de andar, de existir. Treinta años después, cuando la mujer murió, abrieron la tumba para dejarles compartir el sueño eterno. Alguien, un enterrador, exclamó el primero al ver aquello: ¡Dios! ¿Qué enterraron aquí? ¿Un tiburón?


LA MELODÍA (Julián Hernández)

Suena serena una melodía pausada y melancólica, una melodía peculiar pero con acento rebelde y timbre grave, denso, como todos los otoños. Es la melodía del entendimiento la geometría de la razón de un corazón que se libró del odio poniendo una en cada esquina, en cada día una melodía que aunque tornado se apacigua como reflejo de luna en el mar de mar en el aire de aire en el sonido. Implacable a veces la vida se torna definitiva sin lugar al ensueño, al pensamiento y por ahí muero pero aherrojo las matemáticas cuando son exactas y pulcras en una mazmorra húmeda y lúgubre para abrir la ventana al teclado de la improvisación al color más temprano al meandro imposible de una nueva melodía.

Carmen de Pedro


PUTA VIDA (Félix Royo)

‐¡Hijo de la gran puta, cabrón! Cada día, a la misma hora: las 6:37 de la mañana, hora de despertador, Anacleto se yergue como si alguien tirase de una palanca; todos los días decía las mismas palabras. Durmiera de supino, boca abajo o de lado las decía, incluso a veces las mascullaba mordiendo la almohada. Nuestro personaje tiene una enfermedad que ‐¡No es una enfermedad embustero de mierda! Nuestro personaje tiene una afección cognitiva que le hace decir muchas palabrotas. Para más inri su vida no ha sido demasiado agraciada, y si el lector piensa que la suya tampoco, que lea y juzgue por sí mismo. Empecemos por el principio: En su nacimiento se produjo una negligencia médica y a causa de ello estuvo en coma los primeros dos meses de su vida. Los hechos se produjeron de la siguiente forma, según relata el informe médico: La madre sopla sopla sopla y el médico le dice que siga soplando que siga soplando mientras esconde la cabeza bajo el arco de las piernas, hasta ahí todo normal; el padre entra hecho una furia puesto que se ha enterado que su mujer, la de las piernas abiertas, y el médico, el que le dice que sople, le han estado engañando desde hace años. En ese momento sale el bebé y lo agarra el médico como la pesca del día pero el padre, que está más furioso aún si cabe, le da al doctor una patada en la parte que más duele, que duele mucho más si te la da un futbolista profesional, como era el caso. El bebé se escurre de entre sus manos y rebota contra el suelo como una pelota reglamentaria. Posteriormente, con los padres muy lejos, los dos, le ponen el nombre de Anacleto en honor a su tatarabuelo, que se fue a las américas y volvió como se había ido: pobre como las ratas. A nuestro personaje no le gusta su nombre; cada vez que lo oye no puede evitar decir lo mismo: ‐Puta. Esto le ha ocasionado muchos problemas y malentendidos, por supuesto, ya desde el colegio: «Vamos chicos, Carlitos, Susana, a clase, vamos, vamos chicos, Anacleto…» ‐Puta. No ha tenido una vida social demasiado buena; no tuvo amigos, o si los tuvo se encargó de ahuyentarlos. «¿Juegas a la pelota?» ‐No gilipollas «Pero Anacleto si yo sólo…» ‐Tu puta ma... Una vez tuvo una novia, un gran amor, un desvivir de rizos dorados, ojos azules y cascos sueltos. La relación se arruinó cuando se descubrió el juego a dos bandas; no es que él sospechase nada pero un buen día su boca dijo «¡Guarra!» y ella se marchó llorando y nunca más la volvió a ver. En el ejército triunfó enseguida, batió sin duda todos los records de días en el calabozo. Como siempre andaba metido en peleas y más de uno visitó el hospital, decidieron que era mejor no enseñarle a utilizar armas, por precaución. Tras varios trabajos que no prosperaron se convirtió en escritor pero antes de esto, recibió un golpe de suerte: la muerte de su madre; es decir, que la que recibió el golpe fue ella cuando el autobús la arrolló pero, entre la herencia y lo que soltaron a tocateja los de la compañía de autobuses, no ha tenido que volver a buscar un trabajo de verdad nunca más. Le gusta mucho Reverte y como cuando escribe no dice palabrotas, intenta escribir como él para que todo sea menos extraño. Ahora está terminando una novela acerca de los constitucionalistas gaditanos de 1812, una sátira que revolucionará el mercado a nombre de un editor que se la robará sin piedad, pero eso él aún no lo sabe.


Anacleto es una de esas personas que alargan el sufrimiento hasta límites insospechados; si hacemos un forward y miramos al futuro, cuando todos nosotros estemos bajo tierra, él todavía estará vivo, seco como una pasa, y le seguirán pasando cosas malas. Sin descendencia, con todos los órganos prestados, sorbiendo la comida de una pajita, olvidará de vez en cuando su nombre, pero un enfermero feo y gordo se le acercará y se encargará de recordárselo; entonces, con una boca desdentada dirá lo que ha dicho siempre: ‐Puta.


LOSERS (Óscar Torres)


PORTENTO PRIMERO

(de la serie “pródigos prodigios”) (Garven) Cuando Bruno Escatto despertó de la siesta, advirtió un inusual vacío en la entrepierna; un soplo céfiro de aire templado se le colaba por el hueco del calzoncillo. Buscó lo evidente, aún tranquilo, desentumeciéndose ya del letargo del mediodía, se hurgaba despacio y suave hundiendo los dedos en el pubis. Pero sólo sentía una planicie de piel y pelo áspero. Profundizó, ya nervioso, en el examen de su sexo que no aparecía en su mano exploradora. De un blinco corría hacia el baño para mirarse en el espejo del lavabo. Despojándose de los calzones con una brazada hábil, continuó escudriñando y viéndose, abriendo las piernas, en cuclillas, forzando las ingles con las manos. Con un hondo respirar y masticando una acuciante taquicardia, se rindió a lo indefinible: tanto su pene como su bolsa testicular habían desaparecido. No había rastro delatador; ni una pista carnosa, ni una hebra de piel, ni una sutura reciente. Sólo una moldeada pelvis lisa como la de un muñeco desnudo. Decidió vestirse; a pesar de su nauseabunda incredulidad y de la temblequera de sus brazos consiguió colocarse el pantalón y la camisa. Se sentó en una silla del salón para después visitar de nuevo el espejo del baño y ratificarse en el disgusto. Su esposa acudió a casa, una vez más, terminado el turno de mañana. Le encontró en el baño, frente al espejo, bajados los pantalones, apoyado en el lavabo y cabizbajo: «Mira Marta; no están» y soltó el aire contenido por la nariz con el gesto de lo irremediable impreso en la cara. Marta no daba crédito; después de moldear seis muecas de asombro en su rostro de porcelana, palpó con sus uñas nacaradas la pelambrera del pubis de Bruno, buscando lo que no había. Pidió a su esposo que abriera las piernas, y separando las nalgas de su marido le investigó con las manos, agachándose, dónde podrían estar los genitales de aquel. Marta se rindió pronto y muy asustados marcharon a Urgencias. «Increíble… realmente asombroso Sr. Escatto. No hay antecedentes. Parece que usted orinará también por el ano debido a una extraña mutación del intestino… pero del aparato reproductor: ni huella». Después de una larga aventura en el hospital, envuelto en escáneres, resonancias y radiografías, el Doctor informaba con rigor científico a la pareja y les solicitó permiso para exponer su caso en el próximo simposio de penes que se celebraría en Praga. Pasando el tiempo y tras numerosas visitas al sicólogo, Bruno vio como su caso quedaba archivado y sin resolución posible. Así que no tuvo más que acostumbrarse a su rutinaria y enigmática vida. Con el “paquete” de Bruno se fueron también sus “ganas”. Marta buscaba en vano la pasión perdida. En los ratos de cama frotaba la vulva con el mutilado bajovientre de su marido, consiguiendo ésta el orgasmo. Bruno mentía a su esposa cuando afirmaba que él también sentía un placentero cosquilleo. Jamás comentó nada a familiares y amigos; así lo acordaron. Sólo su mujer era confidente de su misterioso caso. Seguía con naturalidad, obscenas y socarronas conversaciones entre compañeros, así como interpretaba un falso gesto de dolor cuando recibía un pelotazo jugando al pádel. Los domingos escuchaban misa en la iglesia del barrio; él se abstraía mirando al gran Cristo crucificado del altar, pensaba que bajo aquel paño que le cubría desde la cintura, también estaría


su sagrado pene, atribulado y agonizante tras la cercanía de la muerte provocada por la tortura de la cruz. Muy de vez en cuando, Marta abordaba a su compañero con el escabroso tema de la concepción; proponiendo otros caminos posibles que pronto desmoralizaban a Bruno. ….. Cierta madrugada, próxima ya la amanecida, Bruno, despierto y pensativo en la cama, sintió un suave roce por sus pies desnudos; algo pequeño como un ratón le subía despacio por una de sus piernas. Asustado alzó con brío la sábana y el edredón esclareciendo sus dudas: era un pene blando y flácido que caminaba bípedo con sus dos huevos ásperos por la tibia de Bruno. Volvía a él, por fin, como el hijo pródigo arrepentido. Lo cogió celoso como el que roba un pajarillo de un nido descuidado. Con premura se ahuecó el calzón y colocó su esperanza; volvió a arroparse notando como “aquello” crecía en su mano como un brote de tierna lechuga en la tierra negra y húmeda del huerto. Un chasqueteo en la cerradura: ella volvía de su turno de noche. Él, emocionado, comenzó a llorar.


(Rodolfo Franco)

Del morboso encuentro entre el crisantemo de la maniquí y el gran trípode del zahorí Soneto con figura a modo de estrambote Las imágenes inmorales de la pornografía vivirán siempre como un reproche al culto humanista de la palabra redentora. Camille Paglia

Cuando yo te veo desde aquí eres un barbinegro cíclope de una tuerta estirpe etíope con su ojete de vil rubí. Cuatro labios con pedigrí me besan hasta el fatal síncope, crisis a la muerte limítrofe que me lleva al frenesí. Me gustaría morir así: devorado, en goce supremo, por el cíclope Polifemo. Y chulear que así fenecí: sofocado por tus extremos, ¡que me excomulguen por blasfemo!


LA ROSA Y EL MAR (continuación) (Ángeles Carmona)

CUADRO II ESCENA 1 Coro‐ ¡Encended fanales, que llega la rosa más abierta que nunca! Viene mojada, los pétalos revueltos, la salitre bordeando sus senos rojos. Luego se ha sentado y ha mirado al mar, y la capa de plata que llevaba en los hombros la ha entregado a los servidores para que hilen una vela de barco. Ana María‐ Di. ¿Y el mar? Rosa‐ ¿El mar? ¡Su corazón! Ana María ¿Y en dónde? Rosa‐ Aquí dentro, allá, por todo. Ana María‐ Su corazón en mis manos. Rosa‐ ¡No! Ana María‐ Tú me amabas. Rosa‐ Yo no sabía. Ana María‐ Yo te amaba. Rosa‐ Yo no sentía. Yo vivía en un cielo sin pájaros. Ahora es la tormenta. Me gira, me gira y me hace brillar. Ana María‐ ¿Es hermoso? Rosa‐ Como un botón de mayo. Ana María‐ Tú también eres bella, por eso te amo.


Rosa‐ Mis ojos para él, mi piel, la carne de mis labios. Ana María. ¿Y yo? Rosa‐ Cuando salga la luna nueva, un pez se posará en la tierra. Entonces amarás de nuevo. Ana María‐ Yo solo amo una vez. Rosa‐ Eso fue ayer. Mañana... Ana María‐ No te irás. Rosa‐ Ni uno solo de tus dedos me arañaría. Ana María‐ ¡Guardias, guardias! Detened a la rosa. Ella soñaba un amor lleno de espuma. Pero no. ¡Me has de amar a mí! (Se llevan a la rosa) ESCENA 2 Coro‐ ¿Qué conspira tu corazón, Ana María? Ana María‐ Yo no tengo corazón. Tengo dolor. Y odio. Coro‐ Las cosas suceden. Nadie tiene poder para evitarlas. Ana María‐ Un pájaro amarillo grita venganza. Coro‐ Amarga en tus manos si cometes un crimen. Ana María‐ Pero dulce en mi lengua cuando bese a la rosa. Coro‐ La rosa no te besará. Ya no te ama. Ana María‐ ¡Mentira! ¡Oh, si no existiera el mar! (Canta) Si la cigüeña abandona el nido, dime, amor, ¿dónde has ido? Coro‐ Al fondo del mar, amor.


Ana María‐ Si respiro y mi aliento se pierde en el vacío. ¿Dónde te has ido, amor? Coro‐ Amor, al fondo del río. Ana María‐ Vuela, vuela. Una paloma se queja en lo alto porque te has ido. Coro‐ Amor, al fondo del mar. Amor, al fondo del río. (Se oye ruido de tambores). ESCENA 3 Coro 1‐ Tengo frío. Tengo frío. Un frío horrible. Un frío terrible. Eterno como la noche de los icebergs. Coro 2‐ Tengo frío. Tengo frío. Algo espantoso va a suceder. La cuerda del arco se ha tensado. El cielo cruje. Coro 1‐ Porque aunque encendierais todas las hogueras Mi corazón permanecería impasible. Coro 2‐ Porque la flecha ama el viento Y la muerte la herida. (Continuará… próximo número “CUADRO III”)


PINTURA (Carmen de Pedro)


EN LA PUNTA OSCURA (FMMiranda) En la punta oscura, a través de los siglos, nunca nadie volvió de la visita sin cambiar; al menos, nadie dijo haber vuelto sin tener que cambiar algo o todo en su vida. El mañana se presentaba tan duro, que pensó que lo mejor sería adelantar los acontecimientos, dormiría mientras conducía; lo más práctico e inteligente desde que se inventó el cubo con asa. Lo primero de lo último que recordaba, era un soporífero pitido persistente en su cabeza. El cual era producido porque, con placidez, se había acurrucado sobre el volante para instantáneamente ser trasladado al mágico mundo de los sueños. Aquel silbido, era el anuncio de un túnel de maravillosos e irrepetibles momentos. Esto no me esta pasando… es un sueño. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ - ¡Brrrrrzz! …………¿quién eres? - Quié… ¿quién eres tú? - Yo te pregunté primero… ¿quién eres? - Soy Alberto… Alberto… ese es mi nombre. ¿Quién eres tú? - ¿De dónde vienes? - ¿Quién… eres? yo pregunte segundo. - Debes ser de por aquí… te conoces bien las reglas… - ¿Y bien? - Si no me conoces, es que no eres de por aquí, y si eso es cierto, no tengo por qué contestarte. ¿Seguro que eres de por aquí?... - Si digo que te conozco… me preguntarás cual es tu nombre para confirmar que soy de aquí, y si me obligas a hacerlo… mi turno de pregunta pasara de nuevo a ti. ¿Me equivoco? - Puestos a divagar… puede ser que sí me conozcas y no seas de aquí. Me arriesgaré y te concederé el turno de pregunta, solo si dices mi nombre. - Aun así, yo respondería a dos preguntas seguidas, mientras tú, seguirías sin darme contestación alguna. ¿Pensarías que eso es justo si así te sales con la tuya?


- No sé que te crees, pero no es tan importante; el orden de los factores, ya sabes… no altera el producto. - Entonces… ya que la conclusión será la misma, contesta a mi pregunta. - No lo haré, y lo mejor de todo… no sabrás por qué. - ¿Sigue sin parecerte justo? ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ La luz… aquella luz intensa penetraba en mis ojos aun conmocionados, el parpadeo amarillo y cegador de los fluorescentes del techo perforaban mi cerebro con renovada fe. Mi mente, abandonada por escasos minutos, se alegraba de volver a entender. Atado a la camilla, sentía en mi pecho el aire fresco de la noche, notaba los dedos de mis pies revoloteando como pececillos en un estanque, contentos por seguir vivos. Mi corazón, rebosa de ansias por besar, estoy deseando llegar a casa para poder abrazar hasta al gato (que no tengo) ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ ¡¡¡Chazzbel!!! En el infierno sonó un grito furiosamente desgarrador, contabilizaba con rabia y furia la falta de un alma en las entradas del día. Faltaba un alma, una de las muchas que curiosamente, no entraban estando en el turno. Quién si no… el inútil de su hijo, Chazzbel.


COLIBRÍ (Ignacio Cid Hermoso)

La puerta se abre y las escaleras escupen dos niños repletos de verdad, que salen al encuentro de un cielo demasiado dulce para estas alturas del año, recibiéndolos en su palacio con la indiferencia azul del fin del verano. Aún así, no puede evitar echarles una mirada de reojo, para comprobar que aquellos dos pimpines no vayan a robarle más que unos cuantos de esos rayos de sol que ya sólo le quedan por compromiso con los dueños de las piscinas. Qué diablos harán en esta azotea sin la supervisión de un adulto, se pregunta, pero en realidad le importan lo mismo que un pimiento… —Te tiras tú primero, que seguro que yo no sé volar tan bien como tú. —Una mierda. Nos tiramos los dos a la vez o si no nada. —Como quieras —grita el aire, mientras las nubes se atusan el pelo con la brisa engarzada que forman todas las palabras inútiles que se han pronunciado aquel día. Algodonadas, algodonadas, se agolpan en torno a la azotea para ver a dos niños volar. Dos niños vestidos con la urgencia del aburrimiento y sin gota de dinero en los bolsillos. —Bueno, pues lo echamos a los chinos. —No sé qué es eso. —Pues como los japoneses pero más delgados. Una multitud de hienas con traje de ejecutivo se apelotonan ahí abajo, como las nubes, pero sin peinar, pues no podemos comparar nuestra coquetería con el glamour celestial de un puñado de cumulonimbos. Unos gritan vítores, otros se empujan para ver mejor, hablan por el móvil, graban la escena y se alejan patinando. Pero eso no es todo, la acción no se reduce a esa pareja de niños sin futuro, sino que va más allá y salpica a un matrimonio que discute, ajeno al buen día que se ha quedado. Ella está ataviada con un camisón que transparenta sus senos, aún jóvenes y con sabor a caramelo. Dulce néctar de las horas vagas que les quedan por delante. Él apenas se acuerda de que es padre y viste sin pereza una camiseta a rayas azules. —¿Por qué no follamos? —dice el hombre a rayas. —Porque nos puede ver el niño —contesta la mujer de los pezones de caramelo. —Si no está. Se ha ido con su amigo. —¿Qué amigo? —Ese que es un poco bizco. Ese que es un poco bizco se acerca entonces al hijo que fue amamantado por unas tetas dulces y durmió acunado en el regazo almidonado de una camiseta a rayas, y le dice: —Con toda esa gente mirando me da vergüenza tirarme yo primero. —Pero si volarás como un colibrí, no seas tonto, les dejarás “alunizados”… —¡Sí, hombre!... Como un colibrí no… Si eso, volaré como Batman. —Batman no “vuelaba”, el que “vuelaba” era Supermán. —¡El que “vuelaba” era Supermán, niño! ¡El que “vuelaba” era Supermán! ¡El otro era tan sólo un multimillonario de mierda! —le gritaba la gente, indignada, desde abajo. —Chsssssssst —les hacían callar las nubes, ansiosas por ver sangre, desde arriba—. Queremos una empanada de carne y huesos preadolescentes estampada sobre el pavimento, gran evaporador de almas al servicio del intempestivo cielo —continuaban a coro y nerviosas. Cielo que, por otra parte, seguía sin mirar. —Anda, cariño, vamos a follar… —insistía el hombre a rayas, con los ojos erectos.


—Que no, coño, que si sube y nos pilla… ¡A ver qué le contamos! —Pero si es un niño, no se iba a enterar de nada… —Tiene mucha imaginación, ¡a saberse qué podría pensar! —Qué coño va a pensar, si los niños vienen de París… —dice para sí misma una nube que ha pegado su nariz contra la ventana del dormitorio, pero no lo dice porque está cachonda y todavía mantiene la esperanza de ver porno del duro. —Que tiene imaginación es verdad, porque antes me dijo que se iba a volar con su amigo… Una alarma, si no hierve en estridencias ni revienta en destellos rojos de agónico ulular, es inocua e invisible para alguien tan empalmado como ese hombre a rayas. Para la mujer con las tetitas de mazapán, que supera la treintena pero le gusta sentir que aún levanta penes, se convierte en un juego de lo más excitante y placenteramente íntimo. —Pues si no te tiras tú, no me voy a tirar yo... —Pues ¿por qué no te tiras tú si tanto hablas de que vuelas como los colibríes? —Pues porque a mí también me da vergüenza la gente que nos mira desde abajo. Y las nubes que os alientan desde arriba, niños; no os olvidéis de las nubes que aplauden vuestra iniciativa… —Y las nubes también. —¿Las nubes qué? —Que las nubes también nos miran y me da vergüenza —dice el hijo de padres lascivos, retorciéndose la manga de la camiseta sin rayas, con gesto de niño travieso. Pero no hay rayas para los niños que quieren volar. No hay rayas en este mundo que le quepan en la camiseta a un niño tan valiente como él, que aún no ha cambiado su edad por los cromos que le faltan para acabar su colección de minutos de vida en la Tierra. —Pues si no follamos ahora, no me apetece ir donde tu madre después. —¡Anda, qué bobo eres! —Entonces… ¿follamos o no? —No, no follamos. —¡Pues hala, a tomar por culo! Se acabó el polvo sin haber empezado, la nube lujuriosa de vapor de agua y sexo se retira dándole patadas a una lata. ¡Maldita sea la hora en que no me decanté por la sangre…! —piensa, indignada. Pero el mundo del espectáculo es vil y en todos lados cuecen habas. El sensacionalismo muere a los pocos segundos de cortarle el cordón umbilical. Es banal, impuro e innoble, no merece la atención de una raza como la nuestra, aunque a veces nos sirva de alimento y esté bien rico servido en obleas a media tarde. El cielo lo sabía, y por eso no se molestaba en mirar. —Pues qué rollo si no vas a volar tú... —Pues más rollo eres tú, que tampoco vuelas… —¡Volad niños, volad! —gritaban los chacales desde abajo—; ¡volad niños, volad! —cacareaban las nubes, con olor a tormenta de verano, desde arriba. Así mañana, cuando el suceso salga en los periódicos, podremos decir: ¡nosotros estuvimos allí para verlo! —Pues entonces me bajo a casa. —¡Pues hala, a tomar por culo! Pues eso. Ni sexo ni sangre. Ni polvo ni tragedia.


Las nubes se retiran refunfuñando, repartiendo tacos a diestro y siniestro. Empiezan a llover de puro mal humor. —¡Que les den! —dicen a gritos—, ¡que les den a todos…! Pues eso. A tomar todos por el culo.


Robbin 1 y los cuatro niños persas (Garven) Robbin; me arde en la mano, sólo, ceñido en un viejo traje de aguerrido hechicero. Desde su mustia satrapía ahora se lamenta.

Miradle… parece confiado ¡Traed su coche!, aún alumbran sus faros opalinos.

1

Nos referimos aquí, a Robbin, el de Batman.


BRUJA DE DISCOTECA (Enrique Galindo) «Soy bruja…», dijeron sus labios a continuación de sus ojos verdes. Yo la creí y decidí dejarme hechizar bajo el caleidoscopio de las luces de la discoteca. «Me gusta encantar a los hombres…». Yo resolví que estaba encantado de caer en sus redes. «Seducirlos…» Me dejaría cautivar. «Y llevarlos a mi gruta». Sólo ya quedaba en mí el anhelo, sufriente, de visitar su antro. «Allí los hago míos y dejan de existir para sí mismos». Sus palabras esperaba ver cumplidas. «Soy tu hombre», dije. Cumplió su promesa. Sus ojos primavera me hipnotizaron. Su cueva era húmeda y oliente. Dejé de ser yo. Obedecí a todo desde la primera orden, que fue la soñada de «quítate la ropa». El primer mordisco vino desprevenido. Le siguieron otros más. Soy su esclavo, un ayudante vegetal sin voz, ni mente. Un muerto en vida que mira como elabora sus pócimas y trae otros hombres para devorarlos.


TRASTORNATOR (FMMiranda) Hice un trato, el trato de mi vida... menudo chollo, mi alma a cambio de la vida eterna y su eterna soledad como la misma soledad. Sin tener a quien aguantar, sin dar explicaciones que solo existen en mi cabeza, bailando y dando vueltas sin necesidad. No sé si fue buena o mala la suerte que se me vino a presentar, solo sé que firmé antes de que me dejara firmar, apreté tanto la pluma que clavándose en mi mano, empezó a sangrar, dejé tan claro mi nombre sobre el charco ensangrentado que le pareció brutal… Tanta hierba y el conejo muerto de hambre. No me arrepiento, nunca antes estuve tan bien, era de nuevo mi propio dueño, podría seguir viviendo y eso, no tenia precio.


MIS VIEJAS INCERTIDUMBRES (Julián Hernández)

Exánime y cansada duerme la noche incierta en el río, incierto y cansado no duerno esta noche y escribo, escribo que aunque cansado estoy estoy empezando el camino camino que a cada nuevo rocío nuevos pastos le alfombran y otra vez los mismos los mismos pastos viejos y fríos que ya de nada se asombran a la sombra ya cansada del camino recorrido exhausta duerme la noche y yo cansado y escribo.

Carmen de Pedro


LA TRAVESÍA DEL TUERTO (II) (Mikel Santiago)

Órculo Sanchez pidió un whisky a pelo, y Sobrado se temió que, al igual que el tabaco, también terminaría pagándole el bebercio a aquel chiflado. Pero ole sus cojones, lo cierto es que había conseguido intrigarle. Se acomodó en su taburete y sorbió el cubata. El dulzor del ron mezclado con el ácido cítrico le provocó una sensación reconfortante, que cubrió con una manta de humo. Después observó al hombre. Parecía haberse sacado una espina con su primer párrafo, y ahora daba la sensación de estar calculando el siguiente. ‐ ¿Alguna vez ha oído hablar de un tal Serafín Varela? ¿Del periódico el Caso? ¿De la historia del caballo turco, de los milicianos? ‐ Perdón ¿De qué? ‐ Qué coño, si eso nunca fue una auténtica noticia. Además usted es demasiado joven, ¿cuántos tiene? ¿35, 40? Eso ocurrió en el 58 , y yo tenía 34 años. En aquellos días todas las portadas se las llevaban los asesinatos de Jarabo. Pero esto solo era la desaparición de un niño, y en aquellos días, si le digo la verdad, desaparecían niños todos los días. Como ese muchacho. Diego García. También entró en esa callejuela para no salir jamás. Y como a usted hoy, a mi me encalomaron el caso. Recuerdo el día en concreto, Julio del 58 Verano en Toledo. Podías freír un huevo en los adoquines del suelo. Y ¿se acuerda de esa cara desencajada del americano? A medio camino entre la furia y el asombro. Así me encontré yo a los padres del chico. Y a su hermana…. ‐ ¿Quiere decir que ha ocurrido otras veces? ‐ Muchas. Tantas que no se recuerdan. O no se quieren recordar. Mire, este es un asunto muy, muy viejo – y al decir eso, se sacó algo de la americana. Una bolsa de plástico en cuyo interior había un viejo periódico que desplegó sobre la barra . Era un ejemplar del Caso, con su gran logotipo en rojo. Databa del 25 de Julio de 1958 y la noticia de portada era, tal y como Sánchez había comentado, los recientes asesinatos de Jarabo Perez Morris en Madrid. El viejo policía no se detuvo aquí, y navegó con rapidez hasta la tercera página. Allí, a tres columnas, un gran titular rezaba: “La travesía del tuerto vuelve a tragarse un alma” Al pie de la grandilocuente frase, una fotografía en blanco y negro. Un lugar que Sobrado reconoció en el acto: la pequeña plazuela desde la que partía aquel callejón, donde él mismo se había pasado el día haciendo indagaciones. Tres personas orillaban la entrada a la siniestra curva. Uno de ellos era la versión joven (con más pelo y anchas patillas) de Órculo Sanchez, a su lado , una muchacha delgada, con la mirada negra y fija en la cámara. ‐ Era la hermana del chico. Elena. Ella era la que lo perdió de vista. Eso es todo lo que se puede decir. Volvían del río y ella se paró a hablar con algún muchacho. Su hermano corrió calle arriba, se metió en esa larga curva. Y nunca más se volvió a saber de él. Lo mismo que a la mujer americana. Lo mismo que a tantos… La chica tenía veinte años. Oí que enloqueció. Se le encaneció el cabello y pasó el resto de su vida encerrada en una habitación de un convento.


‐ Un momento, un momento – le interrumpió Sobrado – A ver si me aclaro. ¿Cuánta gente habrá desaparecido allí? ¿Cómo es que no consta en ningún informe? Hoy mismo hemos revisado todo y…. ‐ Lo entenderá. Créame. Sus informes son demasiado nuevos. Ordenadores. Y este caso del 58 nunca se terminó de archivar. De hecho me costó el puesto. Y bueno, a mí solo me costó eso. A Serafín Varela le costó la vida. Al fondo de la barra, el camarero miraba su ordenador sin prestar atención al policía y a aquel otro tipo que había ido a beber con él. Oyó que le llamaban. “Otra ronda. De lo mismo” Vaya, hubiese jurado que el poli despacharía a aquel viejo solitario en un santiamén. Debía tener una conversación interesante. ‐ Varela es ese tipo delgaducho, el tercero de la foto – continuó Sánchez después de darle un buen lingotazo a su segundo cubata ‐ Estaba allí antes de que yo llegase. Esos reporteros tenían todos contactos en la Guardia Civil. Se mataban por llegar a la escena del crimen cuando la sangre estuviera aún fresca. Y tenían dinero también. En aquellos días El Caso se vendía como alpargatas en verano. Varela era – según Sánchez‐ un chico “finito” , estudiante de historia, o filosofía, (no se acordaba) que se ganaba un pequeño sueldo escribiendo artículos. Ese día cuando Sánchez llegó para hacer su atestado, el muchacho se le echó encima como un moscardón, tratando de hablar con él. Sánchez, era fácil de imaginar, lo despachó de malas maneras, con algún tortazo de por medio, pero el chico no se rindió tan fácilmente, y esperó al momento oportuno para aparecerse en el mismo callejón, donde el comisario acababa de realizar algunas pesquisas, para decirle que no se iría hasta que le hiciera caso. Porque no era la primera vez que algo extraño sucedía en ese lugar. La siguiente historia se remontaba otros veinte años en el pasado, a septiembre de 1936 exactamente. En aquellos días, Toledo vivía la hecatombe de la guerra, concretamente el asedió al Alcazar por parte del bando republicano. En Septiembre, más o menos en las fechas en las que los republicanos se la jugaban al todo o nada, con los nacionales a menos de 6 kilómetros de la ciudad, el tío de Varela, que era oficial médico, fue llamado a atender una urgencia lejos del Alcazar. El hombre, que se había pasado dos días grapando piernas, brazos y estómagos, se lo tomó como un descanso, y pensó que seguramente se trataría de un parto, o alguna mano reventada por explosivo. Un soldado le guió calle abajo, hasta una pequeña plazuela en cuyo extremo se parapetaban otros cuatro soldados tras una defensa de sacos de arena. Uno de ellos estaba tendido en el suelo, rodeado de un gran charco de sangre. El médico se arremangó y, sin hacer preguntas se lanzó sobre el herido. Temiéndose lo que todo el mundo en esas fechas ‐ que los Nacionales habrían ganado los suburbios de la ciudad y abierto un nuevo y fatal frente – el médico se centró en su tarea. Retiró los tapones que sus compañeros le habían aplicado y descubrió una dantesca serie de heridas en el cuerpo del joven soldado. La que lo iba a matar (en pocos minutos) era una larga herida cruzada desde la base del cuello hasta el sobaco, que de mala suerte le había sesgado la yugular. Por ahí se le iba la vida, pero también le habían amputado el brazo a la altura del codo, tan limpiamente como un carnicero hace filetes. Varela levantó la vista hacía aquellos muchachos buscando una explicación. Aquellas no eran heridas que se vieran en una guerra, no al menos en “aquella” guerra donde todo era metralla y balazos. Uno de los compañeros del muchacho le señaló más allá de la trinchera, hacía la plaza, y el médico, tras ordenarle que


presionara aquel imparable río de sangre con una bufanda vieja, se subió en un tocón y se asomó por encima del parapeto. Lo que vio al otro lado difícilmente lo iba a olvidar durante el resto de su vida. Se convertiría en una historia que repetiría solo a los más cercanos, como su sobrino Serafín, porque no era una historia de contar a pacientes, ni siquiera a vecinos, a menos que uno quisiera que lo tomaran por loco. En el centro de la plazuela, a lomos de un precioso caballo negro, un hombre profería ininteligibles amenazas a su asombrado público. Era un idioma incomprensible, pero el sentido de la amenaza estaba claro. El hombre rasgaba el aire con su brillante espada de hoja ancha y ligeramente curvada, prometiendo una suerte rápida a cualquiera que se atreviera a acercarse. Dos cosas supo Varela al instante. La primera, que las heridas del soldado habían sido causadas por esa hoja. La segunda, que aquel hombre no era un nacional. Vestía con una túnica púrpura, recargada de abalorios dorados y ornatos indescriptibles. Su escudo, recubierto de piedras brillantes, pieles y otras decoraciones, terminaba en una puntiaguda cabeza plateada. En aquel paisaje pobre y muerto de la guerra, entre harapos, escombros y sacos de arena, aquel personaje era un visión mágica. Un rey de oriente. Con su barba perfectamente recortada, sus ojos circundados por largas pestañas y sus orejas tocadas por pendientes. Un rey moro, como los que desfilaban por Madrid el 5 de Enero antes de aquella maldita guerra. Sabiéndose rodeado, el moro hacía girar su caballo en círculos, retando a sus enemigos con aquella lengua gutural que Varela enseguida relacionó con el idioma de los marroquíes. Los soldados, que hasta entonces habían quedado paralizados y estupefactos, comenzaron a reaccionar. Alguien gritó “¡Abajo con ese!” , y antes de que nadie dijera otra cosa, el atronador sonido de una Mauser invadió la plaza. El disparo le acertó en un costado al moro, que reaccionó de una manera extraña, mirando a los lados en busca de aquel atacante invisible. Después otro disparo le derribó del caballo, y acabó tendido en medio de la plaza. Varela fue el único que se atrevió a acercarse, con cuidado ya que el Moro había echado mano a una daga que llevaba escondida en sus ropajes. El médico le mostró sus manos desnudas en la distancia y el herido, viéndose acabado, bajó su arma y permitió al hombre acercarse. En su último aliento, con los ojos ya perdidos en alguna bella parte de su memoria, recitó lo que pudo ser una oración. Hecho esto, murió en silencio. Pocas cosas sobrevivieron de aquel episodio. El caballo fue despezado, cocinado y devorado en cuestión de horas. Las joyas arrancadas , las finas telas rasgadas. El cadáver del hombre se incineró esa misma noche en la orilla del Tajo. La historia corrió como la pólvora, pero el escepticismo pudo con ella. Se terminó diciendo que el muerto debía pertenecer a la Guardia Mora y que habría entrado en la ciudad en un arrebato idiota. Esa historia , como todas las historias que explican lo inexplicable, terminó siendo la única versión de los hechos. Varela nunca la creyó.


Pero al día siguiente, los nacionales dieron un paso más hacia Toledo y gran parte de la milicia, sintiéndose atrapada entre dos frentes, decidió retirarse a Aranjuez, incluyendo al médico Varela, que a Dios gracias sobrevivió a esa y otras batallas y llegó vivo, solo faltándole un par de dedos, al final de la guerra. Como muchos otros, hizo por olvidar, pero jamás se permitió borrar aquel extraño episodio de su memoria. Además, había algo, un secreto, que había mantenido el recuerdo anclado durante los tres años que duró la guerra. Algo que solo cinco años más tarde tuvo el valor de ir a recuperar… A Órculo Sánchez comenzaba a fallarle el habla después de la tercera copa. La noche se alargaba y la historia parecía no tener fin. Pero Sobrado ya ni siquiera miraba su reloj. Había decidido que , fuera lo que fuera, quería llegar hasta el final con aquel viejo policía. Sanchez apuró los hielos y Sobrado pidió otra ronda. El camarero, contento de hacer negocio, les preparó el veneno y volvió a su Sudoku por internet. ‐ ¿Qué secreto? – preguntó Sobrado ‐ ¿Qué es lo que recuperó el viejo médico? ‐ Con calma inspector, con calma – respondió Sánchez – todavía tenemosss tiempo. Ni siquiera son las diezzz. ¿Un cigarrillo? Es usteddd un buen poli ¿verdad? Sobrado sacó un par de Fortunas e hizo los honores. “Tengo que pararle a este, o caerá borracho antes de terminar la historia”


EN EL MES DE THERMIDOR (Garven) Está escrito. Apresa la luna con el índice y el pulgar; y la arroja como si de un compacto moco se tratara. Ahora atrapa a la Tierra de su inocente movimiento de traslación y deshace su atmósfera envoltura manipulándola con los dedos. Limpiándose la mano pringada de vapores en su aurífero sayal. Se la lleva entera al interior de su enorme bocaza todopoderosa; los polos se le derriten en los labios y en su lengua receptora de sentidos se vierten todos los océanos. «uhmmmmm»; exhala de gusto porque las papilas se le han untado de salitre marino. Tiene al planeta aún entero, bailándolo; lo lame removiéndolo, pringándose de biomasa. Ahora viene la mordida; el aplastamiento. Pero el mundo es recalcitrante y duro. Entonces con un hábil movimiento de mandíbula se lo lleva hacia las portentosas muelas trituradoras y allí lo encaja y comprime cerrando los ojos. Crujen las cordilleras como el maíz tostado y el Everest se le atasca en los molares; estalla la litosfera y el núcleo vierte su licor incandescente, magma febril que le arde en la boca «uhmmmmmm»; torna los ojos tras el delirio en su paladar y el cosmos tiembla. La torre Eiffel se ha encallado entre dos incisivos y el Kremlin de Kazán partido en tres se arremolina cerca de las parótidas. (A ti te ha pillado inflando los neumáticos de tu Chevrolet y a Obama declarando la guerra a Irán) ahora somos un engrudo de saliva, barro y sangre que se moldea en un vórtice minado de fabulosos dientes. Cesa el masticado; abre la glotis y el abismo de su estómago. Con una mano coge una nebulosa estelar, a modo de servilleta, porque le resbalan por la barbilla las Islas Canarias, unos manglares lacios, un tiburón blanco que aún colea, y tu colección de cedés. Con la otra señala a Júpiter.



UNOS MONOS LÍAN LAS LIANAS (Garven)


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