Entre manchas y marchas

Page 1

Entre marchas y manchas Emergencia de las juventudes en el Perú

José Luis Cabrera1

H

istóricamente en el Perú, las relaciones entre el Estado y nuestras juventudes han sido casi siempre tensas y conflictivas. Las actitudes que asumieron las diferentes instituciones públicas frente a los jóvenes fueron

alimentadas por posiciones intransigentes que revelaron una serie de prejuicios y estereotipos sociales que perduran hasta hoy. Dichas actitudes se han sustentado en concepciones que transitan desde los enfoques punitivos y de control social apoyados en la idea de que los jóvenes deben ser reprimidos y/o controlados-; orientaciones paternalistas de corte asistencial -que presentan a los jóvenes como víctimas

a

las

que

debemos

asistir-

y,

perspectivas

clientelares

-que

instrumentalizan la participación juvenil-. Estos enfoques condujeron al Estado a establecer políticas infructuosas y fragmentarias que han configurado una débil y confusa institucionalidad en materia de juventud. (Montoya, 2001).

En efecto, a lo largo de la historia reciente del país no ha existido una política institucional sostenida y programática que se exprese en planes, programas y proyectos de juventud coherentemente articulados en diferentes escenarios (nacional, regional, local), sectores (salud, educación, justicia, etc) y actores (Estado, empresa, sociedad civil). En su lugar, hemos tenido solo programas sectoriales, esfuerzos institucionales aislados, proyectos ocasionales que no significaron mayores oportunidades para nuestros jóvenes2. 1

Psicólogo social por la Universidad de San Marcos, con estudios de maestría en Sociología por la misma universidad. Diplomado en Investigación de Juventudes por la Universidad Nacional Autónoma de México. Socio fundador del Instituto Psicología y Desarrollo – IPSIDE y de AMANCAES Consultores. Docente de la Universidad Científica del Sur, la Universidad Ricardo Palma y asesor en juventudes de la Asociación Atocongo, Lima. joscabrera3@gmail.com 2 Uno de los programas estatales más publicitados de la primera década del siglo ha sido el PROJOVEN. Se trata de un programa sectorial del Ministerio de Trabajo. Desde algunos gobiernos locales, se ensayaron diferentes modelos de gestión, como las mesas de juventud, los comités técnicos de juventud o los programas municipales de juventud. La Municipalidad de Lima montó, a inicios de década, el PROMEj que


A principios de esta década, sin embargo, se presentó una inusual oportunidad para consolidar una política de juventud que se sostuviera, por un lado, en una sólida institucionalidad liderada por el Estado y, por otro, en un movimiento juvenil articulado con representación a nivel nacional. Por aquella época se impulsó desde el ámbito estatal, una fuerte corriente institucional, que tuvo su mejor momento en la conformación de un ente rector de políticas de juventud a nivel nacional, adscrito a la Presidencia del Consejo de Ministros: el CONAJU3. Durante su vigencia (los tres últimos años del gobierno de Alejandro Toledo y los primeros de Alan García) se aprobaron diferentes documentos técnicos y normativos (Ley Nacional de Juventud, Política Nacional de Juventudes, Plan Nacional de Juventud) y se instauró un sistema de gestión que operaba con un ente coordinador de políticas y programas -la Comisión Nacional de Juventud (CNJ), que funcionaba en Lima- y un ente de representación, el CONAJU, integrado (supuestamente) por representantes de las juventudes organizadas de todo el país4. Sin embargo, dicho sistema empezó a debilitarse antes de su consolidación, hasta ser totalmente desmontado por el gobierno de García, “devolviéndole” a la política de juventud del país su estatus marginal a nivel de políticas de Estado5.

El paquete de iniciativas institucionales promovidas durante el gobierno de Toledo, configuraron un momento auspicioso, sin duda, en cuestión de políticas de juventud: por primera vez teníamos un ente rector con rango ministerial en la materia. Anteriormente, no habíamos conocido nada parecido6, pues los diferentes programas que se impulsaron desde diversos sectores del Estado no tuvieron horizontes temporales definidos; carecían de articulación política y administrativa; se esfumaban con el retiro de los políticos de turno; y, tenían una escasa capacidad

3 4

5

6

propuso un sistema que articulaba las experiencias de diferentes sectores. De otra parte diferentes ONG´s han impulsado iniciativas auspiciadas por agencias de cooperación internacional (Red Interquorum, CEAPAZ, Grupo GEA, REDDES JOVENES, ENCUENTROS, etc.). Todas estas experiencias han ensayado, por cuenta propia, modelos y metodologías que no han cuajado en una política integral que se plantee desde una perspectiva nacional y/o local. Creado por Ley 27802 de julio del 2002 El proceso de convocatoria para integrar el CONAJU entre los jóvenes no fue claro ni convincente, pues muchos pusieron en cuestión su real condición de representatividad. El CONAJU dejó la Presidencia del Consejo de Ministros – PCM y es hoy una oficina del Ministerio de Educación llamada SENAJU. Los especialistas de probada trayectoria que concibieron e implementaron el sistema, no volvieron a ser convocados, poniéndose en su lugar a técnicos vinculados al partido de gobierno, técnicamente menos calificados que sus antecesores en materia de juventud. Hacia fines de los noventa, apareció un documento “Lineamientos de Política de Juventud”, que fue elaborado por el entonces Ministerio de la Mujer - PROMUDEH


de convocatoria juvenil. Por esta razón, terminaban beneficiando a privilegiados actores, alimentando así, la cultura clientelar de la política peruana.

Pero aquella oleada institucional de principios de década no fue una ocurrencia presidencial o una mera visión partidista7: fue producto, en gran medida, de otro fenómeno: la emergencia del actor juvenil en el escenario social peruano de fines de siglo. Esta emergencia tuvo dos expresiones, por un lado las pandillas y por otro, las marchas universitarias. Ambas expresiones, desde diferentes perspectivas, constituyeron intentos de alteración del “orden” establecido8.

Esta irrupción de jóvenes en la escena pública finisecular constituye un fenómeno complejo que hemos llamado emergencia de las juventudes, pues no solo supuso la aparición de los jóvenes enfrentándose en las calles (para el caso de las pandillas y las barras bravas) o marchando en ellas (para el caso de los jóvenes universitarios que protestaron contra la dictadura fujimorista), sino que visibilizó el fenómeno juvenil y sus expresiones en el imaginario colectivo. Esto hizo que durante aquella época, se discuta con más vehemencia sobre la necesidad de una política de Estado que brinde una respuesta integral a los problemas y oportunidades presentados. Consideramos, por tanto, que el auge institucional impulsado en dicha época no fue solo, ni principalmente, una concesión gubernamental; podríamos decir que los propios jóvenes –probablemente sin buscarlo- “se lo ganaron”.

Esta emergencia de la juventud en el Perú surge en medio de complejos procesos sociales, culturales, económicos y políticos. Para describir estos fenómenos ampliaremos nuestro análisis al contexto en que surgió.

7

8

En los comicios electorales del año 2001, la mayoría de partidos políticos anunciaron en campaña diversos modelos de gestión de políticas de juventud. De hecho, la situación de los jóvenes, fue uno de los ejes importantes del debate electoral. Las pandillas surgieron en realidad un tiempo antes, pero se hicieron visibles hacia fines de los noventa e inicios de los dos mil. Los jóvenes que fueron parte del fenómeno alteraban el orden ciudadano con un desborde inusitado de violencia callejera. Las marchas juveniles que se suscitaron en la misma época también buscaban alterar el “orden” de un gobierno autoritario.


Los mundos juveniles

En diversos países de Latinoamérica, los sujetos juveniles son actores de complejos procesos y fenómenos, que los enfrentan a la sociedad y sus instituciones (Cisneros, 2006). Muchos de ellos forman parte de bandas, pandillas, maras, colectivos juveniles, y su socialización se vincula al consumo de alcohol, drogas y la expresión irrefrenable de su sexualidad. Además, en el terreno de las políticas públicas, constituyen un sector demográfico que ejerce presión sobre el sistema con sus demandas laborales, de formación, de acceso a la información, de servicios de salud y de participación ciudadana.

Para comprender estas relaciones conflictivas, debemos comprender las propias realidades juveniles. Actualmente la juventud no es solo concebida como una etapa biológica de la vida que se manifieste en un intervalo etario más o menos definido9. Tampoco como un fenómeno psicológico al que le corresponde un periodo de adolescencia con tareas de desarrollo10 establecidas. Tampoco como un mero momento histórico marcado por una generación que impone pautas de relación y consumo definidas. El concepto de “juventud” supera las concepciones anteriormente señaladas. Para comprenderlo, tendríamos que tomar en cuenta tanto las presencias individuales (la existencia personal de cada joven) como las realidades histórico sociales (el pasado y el presente de su sociedad)11. Dicho de otro modo, no podríamos comprender a los jóvenes aislándolos del contexto donde transitan ni dejando de lado sus intensas biografías. Sería más certero, entonces, hablar de jóvenes, en particular, que de juventud, en general, sobre todo cuando aquellos poseen una condición social específica y a la vez son agentes del proceso de reproducción y transformación social (Valenzuela, 1997).

9

De hecho, los márgenes etarios no son los mismos incluso, entre los países de la región. En el Perú, por ejemplo, la Ley del CONAJU – 2003 considera jóvenes a aquellos sujetos que se encuentran entre los 15 y los 29 años de edad. 10 Las tareas del desarrollo son un constructo desarrollado ampliamente por Erikson y se refieren a “…tareas que surgen en cierto periodo de la vida del individuo, cuyo cumplimiento exitoso le lleva a la felicidad y al éxito en tareas posteriores, y cuyo fracaso produce infelicidad del individuo, la desaprobación de la sociedad y la consecuente dificultad para cumplir tareas posteriores…” Erikson, E. El ciclo vital completado. Paidós, Buenos Aires 1985. 11 Participación y Desarrollo Social en la Adolescencia. Dina Krauskopf. Fondo de Población de Naciones Unidas. San José de Costa Rica, 1998.


Desde esta perspectiva, la vivencia de la juventud no es similar en todos los sectores sociales. Su valoración, en sí misma, difiere considerablemente entre los jóvenes de las clases altas, las medias y las clases populares. Lo mismo podríamos decir para los jóvenes urbanos y rurales, como para las mujeres y los hombres.

Para muchos estudiosos, la juventud es un concepto relacional, un constructo que adquiere sentido dentro de un contexto social, histórico, económico, político y cultural definido, y en contraste con otras condiciones de género, étnicas, de posición social (Valenzuela, 1997). Debemos concebir la juventud también como una representación en la que confluyen las percepciones de diversos actores sociales e institucionales, entre ellas, las de los propios jóvenes.

De otra parte, la condición juvenil es transitoria. El tiempo de los jóvenes es una valoración, pero tiene un límite, aunque muchos declaren sentirse jóvenes, aunque pasen los años12. Finalmente, la condición juvenil se cancela en la vida de los propios sujetos. Esto complica la capacidad de los movimientos juveniles, pues muchas veces las organizaciones de jóvenes suelen bregar por demandas juveniles (Sandro Venturo le ha llamado a este fenómeno “juvenilismo”) en las que sus miembros no perseverarán, pues mañana ya no serán jóvenes. No sucede lo mismo para otros movimientos, como el feminista, pues la condición de mujer, acompañará toda la vida a sus integrantes. (Rodríguez, 2002).

La enorme diversidad de los jóvenes, por otro lado, es hoy un fenómeno visible. Los científicos sociales peruanos hace tiempo utilizan el término juventudes para dar cuenta de esta heterogeneidad. Los jóvenes de hoy no se parecen a los de ayer y aún, entre los individuos actuales, las diferencias son notables. En nuestro país, por ejemplo, cualquier programa de investigación o desarrollo debe considerar las polaridades existentes: jóvenes urbanos versus jóvenes rurales; empleados versus desempleados; hombres versus mujeres.

Otra aproximación al fenómeno de la juventud es la de sus relaciones en sus colectivos y organizaciones; ellos ayudan a nuestros jóvenes a transitar entre las 12

Haciendo referencia a un clásico comercial peruano de la marca Polystel de la Fábrica Universal Textil muy recordado entre la teleaudiencia nacional, cuyo slogan era: se mantiene joven, aunque pasen los años.


tensiones que confrontan sus aspiraciones individuales con las expectativas colectivas, por medio de la integración de sus proyectos de vida con las metas sociales (Reguillo, 2000). Estas colectividades son influenciadas por variadas tendencias multiculturales debido al creciente acceso al internet, lo cual afecta la antigua homogeneidad de las culturas juveniles (Krauskopf, 1998).

En efecto, actualmente las interacciones de nuestros jóvenes están profundamente marcadas por las tecnologías de la información (florecidas y propaladas en los últimos 20 años). Hoy las distancias son más cortas; las pautas culturales rompieron sus fronteras y nuestros jóvenes crecen en un ambiente heterogéneo, expuestos a una información que parece inacabable, y socializando en redes virtuales cuya información (transmitida en tiempo real) deben procesar para construir su posición frente al mundo y frente, incluso, a ellos mismos. Los fenómenos del Youtube, el Facebook o el Twiter, son solo algunos ejemplos de las posibilidades de articulación social que brinda internet.

Gracias a la televisión por cable y al internet, según Sergio Balardini, los mecanismos que conforman la identidad de los jóvenes despliegan hoy nuevos universos simbólicos y se sitúan en una dimensión de consumo global, dejando de lado su clásico dominio local. De esta manera, los jóvenes pueden tener mayor afinidad con chico(a)s de otras latitudes que con los de su propio vecindario. Esto posibilita una nueva formulación del “nosotros”, y, en consecuencia, del campo significante de los “otros” (Balardini, 2000).

Nuestros jóvenes no solo son influidos en sus prácticas de consumo cultural. Ha habido un profundo cambio en sus pautas de interrelación. Ellos han crecido influidos por la cultura del mercado y muchas veces no necesitan guardar para mañana. Los aparatos, que a sus abuelos les duraba toda la vida y a veces eran heredados por los nietos, han modificado su ciclo de vida. Un equipo personal de reproducción de música o de telefonía portátil no les dura más de dos años. Así mismo, sus equipos informáticos evolucionan velozmente hasta quedar en la obsolescencia, artefactos que costó mucho esfuerzo conseguir y hoy se desechan a cúmulos en los botaderos del mundo. Esta configuración del tiempo de vida de los


productos del mercado de consumo, genera –en las diversas generaciones- distintas percepciones del tiempo.

Transcursos de vida

Para muchos investigadores sociales, como ya dijimos, la “juventud” es un concepto vacío, en tanto constituye una construcción social que toma forma en contextos específicos. En ese sentido, su concepción entre nosotros, ha recibido el impacto de una serie de transformaciones que se han dado en el curso de nuestra historia. Aunque no lo parezca, en realidad la idea de la juventud como etapa de vida, es reciente (Venturo, 2001). Esto no quiere decir que antes no haya habido jóvenes, siempre los hubo; pero una serie de factores hacían invisible su condición, entre ellos la concepción de los transcurso de vida, veámoslo.

En las modernas sociedades industriales se estableció, hace algunas décadas, la idea de un ciclo tripartito por donde transcurría (y a la vez, se organizaba) la vida de los sujetos (Odonne, 2008). Las tres etapas establecidas (niñez, adultez, vejez) giraban en torno a la capacidad productiva personal y estaban, por lo tanto, muy ligadas al fenómeno del empleo. La vida de las personas discurría en el sentido que marcaba su relación con el trabajo y el salario. De esta manera, la primera etapa, niñez, estaba orientada a la formación y la preparación para el mundo laboral. La segunda, la adultez, se centraba en el trabajo productivo; y la postrera etapa de la vida, la vejez, era orientada hacia el retiro y la jubilación.

Hay una relación biunívoca entre los elementos del curso vital niñez-adultez-vejez y los elementos del ciclo productivo preparación – trabajo - retiro. Es evidente que el ciclo de vida de la sociedad industrial quedaba estructurado linealmente por esta suerte de correspondencia. Cada uno de aquellos momentos se relacionaba directamente con un conjunto de normativas e instituciones que regulaban la vida de las personas, acorde a su particular inserción en cada “etapa de la vida”. La protección de la infancia, los derechos sociales del trabajador, las pensiones de jubilación (mecanismos de protección social dirigidos a niños, adultos y ancianos, respectivamente) son ejemplos de la forma en que el sistema social cobraba sentido


y establecía sus metas en torno de este ciclo tripartito y, a su vez, de la manera en que la estructura social estandarizaba los cursos vitales en el marco de los procesos de institucionalización de la vida de las personas.

Los cambios estructurales y simbólicos que resquebrajaron la sociedad industrial y sus modelos de producción fordista13, afectaron también esta clasificación del transcurso de la vida. Diversos estudiosos14 aportan a la comprensión del resquebrajamiento de las interrelaciones entre el mundo micro-social de las biografías individuales y el universo macro social de las instituciones.

Ahora bien, una reflexión adicional se detiene en la relación dominio-autonomía sobre el tiempo. Los individuos de la sociedad fordista permanecían sujetos a la institucionalidad del tiempo. El sistema y estructura sociales moldeaban las existencias particulares y las introducían a la dinámica establecida por el ciclo tripartito. Hoy, en cambio, los individuos tienen mayores rangos de autonomía sobre el tiempo, en la medida en que se ha des-institucionalizado el trascurso de la vida.

Esta desinstitucionalización es producto de los cambios societales descritos. Las nuevas condiciones de empleo en la sociedad post industrial, así como la inestabilidad e incertidumbre existente en el ámbito laboral, han traído consigo un descentramiento de la vida frente al trabajo. Hoy las existencias no caben en la estratificación tripartita. Los individuos pueden iniciarse en la vida laboral sin pasar por procesos previos de formación. Es el caso de muchos niños de los países en vías de desarrollo. Así también, los procesos de formación se han extendido más allá de los rangos etarios convencionales. Hoy es posible ver a personas que pasan los cuarenta años cursando estudios universitarios, o inscritos en cursos o programas de postgrado después de los cincuenta.

La etapa del trabajo, centro de referencia del curso de la vida en la sociedad industrial, ya no es la gran organizadora de la vida social. Hoy, el tiempo libre (con 13

Llamada así por el sistema de producción en serie que caracterizó a la emergente industria automovilística del siglo XX en Estados Unidos. 14 Entre ellos Manuel Castells. Castells, Manuel. La Era de la Información. Artículo publicado en la revista: Economía, Sociedad y Cultura. Madrid: Alianza Editorial, 1998.


trabajo o sin él) ha invadido la construcción de las biografías individuales. Los individuos no se definen tanto por sus empleos sino por lo que hacen en su tiempo libre. Los circuitos culturales giran en torno del mundo del ocio. Aparece, desde una configuración distinta, nuestra juventud.

La cuestión etaria en el Perú

Desde el ámbito público nacional, se consideran jóvenes a las personas que se encuentran entre los 15 y 29 años de edad, según la Ley Nacional de Juventud. Las principales instituciones del Estado han adoptado este criterio. La presentación de esta definición etaria de la juventud es reciente y se la debemos al esfuerzo institucional del CONAJU que ya hemos comentado. Antes de la primera década del presente siglo no había consensos en cuanto a la definición de la juventud, y las políticas públicas se encontraban fragmentadas sectorialmente15.

El establecimiento del rango etario como medida inicial para plantear una política pública de juventud, fue estratégico, y vino a simplificar la posición institucional del Estado frente a los jóvenes. Ahora bien, las definiciones hechas sobre la base de rangos de edad nos ayudan a obtener abordajes estadísticos y descriptivos16, pero muchas veces simplifican la concepción de juventud y no nos permiten una mirada más amplia de su complejidad socio cultural.

Los parámetros impuestos en el país son diferentes a otros estándares internacionales17. Por ejemplo, para Naciones Unidas, la juventud abarca a la población comprendida entre los 15 y los 24 años. La Organización Mundial de la Salud, por otro lado, establece este margen entre los 10 y los 24 años. El hecho es que, en un escenario como el nuestro, con un deficiente sistema educativo y un 15

Como ya hemos dicho, en los ministerios y en las municipalidades existían oficinas de juventud, pero no coordinaban ni articulaban sus actividades, ni mucho menos sus criterios y concepciones sobre los jóvenes del país. 16 Según la CEPAL, la edad es el criterio más simple, intuitivo y adecuado para identificar a la población joven. 17 Durante Julio del 2002, con motivo de implementar el sistema CONAJU en el Perú, se dieron, en diferentes localidades, las consultas públicas “Oirán tu Voz”, donde jóvenes y especialistas debatieron intensamente sobre los límites de edad que se considerarían en el rango etario de la juventud.


sistema laboral todavía precario (a pesar del crecimiento económico del país), a nuestros jóvenes les resulta difícil independizarse, insertarse en el mercado, conquistar su autonomía y construir una ciudadanía plena. Esto explica la permisividad de nuestros límites etarios, que amplían la etapa de la juventud hacia casi los 30 años.

La emergencia de los jóvenes: antes y después

Para entender la emergencia de la juventud de fines de siglo, tenemos que explorar las grandes transformaciones que ha atravesado el país en los últimos años. El Perú ha abandonado, durante los últimos setenta años, su condición rural para transformarse en un país eminentemente urbano18. Hoy día la vida de la mayoría de peruanos discurre en las ciudades. Junto a ello tienden a hacerse más visibles los fenómenos urbanos, quedando al margen las realidades rurales19.

Los flujos migratorios que alimentan las ciudades20 no han podido detenerse. Este fenómeno ha generado a su vez, otra transformación: la demográfica. Las estadísticas nos revelan que tres de cada diez peruanos tienen entre 15 y 29 años21. Mejor dicho, el Perú es un país de jóvenes, y hoy las grandes ciudades albergan a una contundente población de ellos. Muchos migraron desde sus territorios de origen y

18

Un conjunto de fenómenos que han sido analizados por diferentes estudiosos peruanos y que están relacionados a la decadencia de la sierra, la industrialización de las ciudades, el crecimiento de la costa. Las ciudades de la costa se convierten en focos de desarrollo industrial que atraen miles de migrantes, generándose una hiperpoblación que demanda para su sustento, una serie de recursos que las zonas rurales próximas a las ciudades ya no les proveen. La sierra finalmente se empobrece y los jóvenes que allí habitan no tiene otra alternativa que mudarse a las ciudades para enrolarse en la maquinaria productiva urbana. Manrique, Nelson: Historia de la República, Lima: Fondo Editorial de COFIDE, 1995. 19 Junto a esto se observa la tendencia de los estudiosos peruanos de urbanizar el fenómeno de la juventud. Desde esta perspectiva aparecen, por un lado, las nuevas expresiones culturales como los emos, con su halo de depresión, suicidio y muerte con que se le ha presentado en los medios de comunicación y, por otro lado, las pandillas, consideradas hace mucho el primer problema de seguridad de las poblaciones urbanas. 20 Lima es un ejemplo paradigmático de este fenómeno, al convertirse en poco tiempo, en una de las grandes megalópolis del continente con más de 9 millones de habitantes. Los datos revelan que la tercera parte de peruanos vive en Lima lo cual refleja otro fenómeno perverso: el centralismo social, político y cultural del país. 21 Este intervalo representa demográficamente el 29% de la población nacional. INEI, 2005.


se asentaron en las ciudades en busca de oportunidades -que el histórico centralismo nacional les ha negado- y la promesa de una vida mejor22.

Es bueno anotar que la migración no ha sido una decisión unilateral de estos jóvenes, puesto que estructuralmente las instituciones del país han promovido la exclusión en sus territorios de origen. Por ejemplo, la mayoría de instituciones educativas de nivel superior en el Perú se encuentra en Lima; así como también las políticas de juventud más publicitadas en los últimos años han enfatizado sus acciones sobre la población urbana. En cambio, no ha habido claridad respecto de las políticas para mejorar la calidad de vida y crear oportunidades entre la juventud rural. Esta diferencia también se observa en el enfoque utilizado por estas políticas que se vuelven populistas en las ciudades y asistencialistas en el campo. Esta urbanización de las políticas se da porque no es fácil, por un lado, ubicar y caracterizar al sujeto joven rural, debido a que en las zonas rurales no hay una transición clara de la niñez a la adultez. Desde pequeños, ellos asumen el trabajo del campo, sin mayores moratorias. Por otro lado, en las ciudades se generan espacios de incertidumbre, moratorias no definidas que dan lugar a la marginalidad. Emerge aquí una imagen letal de la juventud: aquella que no tiene oportunidades y convive con la angustia; la que delinque y protagoniza violencia urbana. Como ya hemos dicho, hacia finales de la década de los noventa, se terminó de consolidar un estereotipo sobre el joven urbano marginal: una imagen que bordea el estigma y lo condena con adjetivos como vago, delincuente, miserable.

Entre manchas

Si bien es cierto que, ya desde inicios del siglo23 las juventudes universitarias peruanas habían protagonizado una serie de manifestaciones públicas, es en la década de los ochenta que los jóvenes irrumpen como fenómeno social y urbano 22

Esto genera presión sobre los recursos y sobre las posibilidades de sostenibilidad de las ciudades. Presiones sobre el recurso agua, presión sobre el recurso suelo. Pero también presiones sociales, porque se crean nuevos asentamientos humanos que traen a su vez una serie de problemáticas de convivencia que vienen acompañadas de una fuerte ola de desempleo y también de delincuencia. 23 La visibilización de los jóvenes no fue un fenómeno evidente y ha transitado en una serie de relaciones tensas con diferentes actores sociales, especialmente con el Estado. Luis Montoya ha descrito y caracterizado la presencia juvenil a lo largo del siglo, también Luis Fernán Cisneros.


(Montoya, 1999). Anteriormente su participación se había hecho notoria en torno a fenómenos más amplios y no necesariamente de carácter juvenil24. Al finalizar la década de los ochenta, se configura un nuevo actor cuando aparecen en escena las primeras colectividades juveniles urbanas25: las pandillas y las barras bravas26. Esta atención hacia la juventud es parcial, pues otro fenómeno capta el interés de los medios y la ciudadanía: la violencia desatada por los movimientos subversivos y las fuerzas represivas del Estado entre 1981 y 1993. Es a partir de la caída de los principales de estos movimientos (1993), que surge en la escena pública –de la mano nuestros medios de comunicación (especialmente la prensa escrita y la TV)- la presencia de estos jóvenes urbano marginales enfrentándose en un sin sentido de violencia desbordada y escalante. Una violencia27 incomprensible que carecía de toda ideología (Tong, 1998). Rápidamente, la ciudadanía les confiere el adjetivo de pandilleros y la llamada violencia juvenil se convierte en uno de los principales problemas que, según la población, afecta las posibilidades nacionales de convivencia social.

Las pandillas en el Perú son un fenómeno característico de las urbes y son constituidas por agrupaciones de jóvenes en disputa por la hegemonía de determinados territorios. Despliegan un sistema de identidades en torno del grupo de pares y de la localidad de donde provienen. A estos elementos también se suma el equipo de fútbol al que se declaran seguidores o afiliados28. Están asociadas a un

24

Según Sergio Balardini, fenómenos como la modernización de las sociedades, la urbanización galopante de las ciudades, la universalización de los sistemas educativos y la cobertura de empleos productivos, facilitaron procesos participativos en que los jóvenes fueron protagonistas durante las décadas de los sesenta y los setenta. La Participación Social y Política de los Jóvenes en el Horizonte del Nuevo Siglo. Buenos Aires, 2000. CLACSO 25 Normalmente en el Perú se le llama mancha a cualquier colectividad juvenil. Un grupo de esquina es una mancha, pero también el grupo de universitarios que sale a divertirse el fin de semana. En general, se le dice mancha a cualquier congregación de personas, especialmente de jóvenes. 26 Anteriormente habían emergido algunas expresiones juveniles vinculadas a la violencia, pero su presencia, relativamente marginal, no les dio la notoriedad que sí ganaron las pandillas. Me refiero a los jóvenes vinculados a la movida “chicha” que utilizaron los “chichódromos” como escenarios de violencia y también a los jóvenes vinculados a la movida del rock subterráneo que protagonizaron expresiones violentas en determinados recintos del circuito cultural punk limeño. Tong, Federico y Martínez, Maruja. Nacidos para ser Salvajes. Lima: SUR-CEAPAZ, 1998. 27 A diferencia de los actores responsables de la violencia política de la década pasada, cuya propuesta ideológica se sustentaba en la triada: marxismo-leninismo-maoísmo. 28 Todas las pandillas tienen una denominación: Los Vatos Locos, Los Crueles, Los Holligans, Los Caciques, Los Ilegales, Los Sicarios, La Tropa, Barrio Fino, etc.


territorio definido, un lugar de donde provienen y donde operan: el barrio, que funciona como un sistema de cohesión social29 (Santos, 2002).

Hacia fines de los ochenta, junto al fenómeno de las pandillas, aparece el de las barras bravas. Los jóvenes hinchas de algunos clubes de fútbol se apropian de las tribunas de los estadios de fútbol (Trinchera Norte del Club Universitario de Deportes, Comando Sur del Club Alianza Lima) y manifiestan sus rivalidades hostilmente. Los recintos deportivos se convierten, de esta manera, en su escenario habitual de enfrentamientos. Con la importación de nuevos modelos (Inglaterra y Argentina) y la llegada de otras barras (Juventud Rosada del Sport Boys y el Extremo Celeste de Sporting Cristal), el panorama se complica y traslada a los barrios, transformando el ambiente urbano en un entramado de identidades y discrepancias que usa los espacios públicos como medios de expresión y exacerbación. A todo este panorama se suman las manchas escolares, conformadas por adolescentes de entre 13 y 17 años, que se disputan la hegemonía de diversos territorios. Estos enfrentamientos públicos desbordan grandes dosis de violencia y tienen como saldo un conjunto de heridos, daños a la propiedad y algunas defunciones, con lo que se genera un clima de pánico y estupor, que es exacerbado por los medios.

Atrapados en el tiempo

Así como en el caso peruano, las condiciones históricas y estructurales que condicionan la aparición de las colectividades juveniles en el escenario regional, son similares. Desde las que determinan la presencia de las maras en Centroamérica, a las que facilitan la vida del parcero de Colombia.

Para Carlos Mario Restrepo, las pandillas son un desafío a los actuales proyectos de ordenamiento y urbanización, ya que significan la renuncia de los jóvenes a los

29

Es notorio el sentido de pertenencia al barrio que aparece en el discurso de las pandillas y se expresa en sus propias denominaciones: Justicia Cercado, La Banda de San Juan, La Tropa de Canto Grande, Locura de la Victoria.


proyectos ciudadanos institucionales. De esta manera, la existencia del pandillero30, típico poblador del siglo XXI, es posible no por ser un excluido del sistema, sino por ser un producto del mismo.

Muchos autores utilizan la variable del tiempo para analizar el fenómeno juvenil31. El tiempo cobra un sentido diferente al nuestro en la vida de los pandilleros. El tiempo institucional, formal, el tiempo de la modernidad que proponía una estructuración de la vida y de los transcursos biográficos a partir de los ciclos productivos, aparece descolocado en la vida de los pandilleros, pues éstos no se adaptan a sus márgenes. El tiempo paralelo de los jóvenes que integran las pandillas está “exonerado de fechas y horarios” (Restrepo, 2007). Quizás por ese motivo, una de sus frases predilectas es “hacer hora” o “matar el tiempo”. Y es que las variables que definen el mundo pandillero son distintas a las de otros actores sociales del siglo XXI. Las metas y aspiraciones sociales, que ordenan y dan sentido a nuestras vidas, no son compartidas necesariamente por ellos. Su vivencia, entonces, no tiene imperativos pues viven del goce que les proporciona el día a día: “llevar la vida en la piel”.

De otra parte, el debilitamiento de los agentes clásicos de socialización (la familia, el sistema educativo y el laboral), ha hecho posible el traslado de esta función al entorno de los pares: la mancha de la esquina. De esta manera, la esquina del barrio se convierte en un escenario imprescindible en el aprendizaje social de nuestros jóvenes.

La transgresión, por otro lado, les otorga la posibilidad de dominar ese espacio público con las reglas del poder. El miedo que provocan en los otros, es producto de tal poder. Así se construye una autoestima equivocada, pues confunden con respeto, el temor que infunden en sus barrios.

30

Se han ensayado diferentes denominaciones alternativas a la palabra pandillero. De esta manera Martín Santos los llamó esquineros trajinantes en sus textos de inicios de década. Santos Anaya, Martín. La Vergüenza de los Pandilleros: Masculinidad, Emociones, Conflictos en Esquineros del Cercado. Lima: CEAPAZ, 2002. 31 La Parábola del Tiempo de Carlos Feixa, constituye un modelo fundamental. Carles Feixa. De Jóvenes, Bandas y Tribus. Antropología de la Juventud. Ariel. Barcelona, 1998.


Por último, como ya hemos anotado, la violencia que cruza sus vidas es de una expresión desideologizada, carente de discursos. Para algunos (Tong, 1998) la violencia es usada por ellos de forma instrumental: para conseguir bienes de consumo, para demarcar sus territorios, para afirmar masculinidades. Lo cierto es que estos jóvenes expresan sus solidaridades conformando comunidades. La tribuna del estadio y la esquina del barrio se convierten así en espacios para la convergencia de comunidades emocionales de pares (Castro, 1999).

Hijos del sistema

La utopía moderna de otorgarle a cada ciudadano una posición, un espacio dentro del proyecto colectivo, ha quedado trunca. El proyecto cultural de la gran ciudad perdió la batalla de la inclusión de estos jóvenes: los dejó fuera. Es por eso que muchos de ellos encuentran en sus grupos de referencia (para nuestro caso, las pandillas) un sentido de filiación y pertenencia que no encuentran en otros espacios. Allí se congregan los sujetos sin proyectos ideológicos ni políticos, pero con una carga vital que busca la gratificación y la experiencia cotidiana sensible (Nateras, 2004).

El joven pandillero es un producto de la sociedad de mercado de la misma forma en que lo es el joven yuppie, pues reproduce, sin saberlo, las dinámicas socio-culturales impuestas desde el mercado, cuyas exigencias: productividad, competitividad, consumo, hoy se extienden a las diversas dimensiones del mundo de la vida, convirtiendo el “paradigma eficienticista” en el valor hegemónico y dominante de la sociedad actual (Balardini, 2000).

El consumismo que promueve la “era del

mercado” estimula la cultura del narcisismo, del inmediatismo y de la satisfacción momentánea (idem). Los pandilleros son herederos legítimos de la era del consumo (Restrepo, 2007).

Hemos abandonado aquí una tradición clásica que explica la violencia juvenil desde la exclusión y la marginalidad. Nosotros compartimos la idea de que esta violencia es


heredera del propio sistema en que vivimos. Como bien dice Carlos Mario Restrepo, los jóvenes pandilleros no son otros, son un extremo de nosotros.

Indiferentes e ingenuos

En la década de los noventa, se suma a la imagen del joven violento e irracional, la del joven indiferente y desenchufado (Macassi, 2001; Tong, 2002). Esta imagen es producto de un conjunto de fenómenos que nos hará remontarnos unas décadas.

Durante la década de los setenta, un porcentaje de jóvenes, inspirados en los principios que enarbolaron los triunfantes movimientos guerrilleros regionales, terminaron vinculándose a los movimientos de izquierda con los que protagonizaron una serie de manifestaciones callejeras (huelgas, movilizaciones), logrando una significativa presencia en el escenario político peruano32. Por esos años, con una prédica central que oponía los “intereses populares” a los intereses de la oligarquía, se instaló en el Perú el autodenominado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, régimen militar socialista conducido sucesivamente por los generales Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez. Las reformas socialistas impulsadas desde el gobierno militar generaron inicialmente masivas adhesiones populares, pero sus fracasos trajeron consigo el desencanto. Los movimientos de izquierda de ese entonces atravesaron agudas crisis, y sus procesos de gestión y organización se debilitaron.

La siguiente generación de jóvenes de los ochenta creció en medio de los fracasos económicos del proyecto democrático de esa década, y socializa en un escenario generalizado de violencia interna, que tuvo como protagonistas al PCP- Sendero Luminoso, el MRTA y el Gobierno, representado por sus fuerzas armadas y policiales. Todo esto generó una sensación de desencanto de diversos sectores de la población, en particular el juvenil, por lo que esa década se caracterizó por el desinterés de los jóvenes hacia la vida pública.

32

Luis Fernán Cisneros y Mariana Llona han analizado estos procesos y presentan un significativo balance en Por una Zona Franca para los Jóvenes, DESCO. Lima 1998.


Hacia fines de los ochenta e inicios de los noventa, la juventud peruana vivió quizás su etapa más apática. Ya en esta época, la población desconfiaba abiertamente de sus instituciones y de las tradicionales formas de organización política y social. Los partidos políticos caen en un abismo de deslegitimación popular; los sindicatos y las organizaciones sociales populares, en general, son vinculadas a los movimientos terroristas y son objeto de la suspicacia y el rechazo generalizado de la población33.

Esta situación es aprovechada por Fujimori, cuyo discurso electoral populista lo convirtió en el supuesto portavoz y abanderado del cambio. Gozando de gran aceptación popular, especialmente de los jóvenes, Fujimori emprendió una serie de acciones arbitrarias como la disolución del Congreso de la República y la intervención de las universidades, desde una democracia que operaba como dictadura enmascarada. Los primeros años de su segundo gobierno (1995 -1997), estuvieron signados por la corrupción y los excesos del régimen. Pareciera como si los jóvenes, en esta época, se desentendieron totalmente de la vida pública nacional (a escala mundial se denominó a ésta, la “generación X”). Esta indiferencia fue animada también por sus progenitores, ya que muchos jóvenes universitarios fueron enviados a las aulas bajo la consigna paterna de “no meterse en problemas”. Esta consigna, que se sustentaba en la fama de las universidades públicas como canteras de formación del fanatismo comunista, expresaba una intención deliberada de las generaciones adultas de evitar que sus hijos establezcan algún tipo de compromiso con la vida política del Perú.

Este descalabro de los movimientos sociales tras la década de la anti-política (Grompone, 2005; Lynch, 2000), aleja a los jóvenes de las posibilidades de participación, pues deslegitima los movimientos sociales e impone, por sobre el desarrollo colectivo, una cultura tecnocrática liberal donde el valor fundamental es el pragmatismo y el desarrollo individual. Esto contribuye a consolidar la imagen del joven indiferente, el joven que ha abandonado todo proyecto ciudadano y se ha convertido en un mero consumidor en pleno siglo XXI. Su presencia como agente

33

Nicolás Lynch ha estudiado, desde las canteras de la sociología, este fenómeno y lo ha denominado la Antipolítica en el Perú, considerando a Fujimori un outsider que quebró los sistemas de representación y organización en el Perú. Se puede revisar de este autor: Política y Antipolítica en el Perú. DESCO. Lima, 2000 y también ¿Qué es ser de Izquierda?. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 2005.


consumidor de la industria de la música, la diversión, el sexo, son expresiones contundentes de esta transmutación.

Ahora bien. Por aquel tiempo se denuncia también la instrumentalización de la participación juvenil por parte de algunos aparatos políticos. Se populariza la idea de que algunos sectores juveniles son potencialmente manipulables, y esto trae a la escena otra idea perversa: la del joven ingenuo. Pareciera, sin embargo, que es ésta, una inveterada imagen que ha estado siempre presente en el imaginario colectivo: al joven se le puede orientar hacia cualquier ideología, pues no tiene la capacidad de expresarse con autonomía. Durante las épocas de la violencia, por ejemplo, cundía la idea de que los elementos subversivos les “lavaban la cabeza” a nuestros jóvenes.

Coinciden entonces, hacia fines de los 90 - en pleno fin de siglo -, una serie de percepciones sobre el sujeto juvenil en la escena pública peruana. Por un lado, la imagen del joven rebelde que se opone a las instituciones clásicas; por otro, la del joven desinteresado y alpinchista que transgrede el orden establecido; pero también la del joven ingenuo a quien podemos manipular e instrumentalizar de acuerdo a intereses específicos. Estas imágenes, que inundan el imaginario colectivo de ese entonces, son además difundidas y publicitadas ampliamente por los medios (Cruzado, 1998) y replicadas a su vez por las propias instituciones del Estado, lo cual se evidencia en los diferentes modelos de abordaje vigentes en ese entonces.

Un fenómeno inadvertido, sin embargo, termina arrasando estas imágenes: las marchas juveniles de recuperación de la democracia (1997 – 2000). Estas movilizaciones colectivas son inauguradas, organizadas y lideradas por los propios jóvenes (es célebre la marcha de junio de 1997). Diversos sectores ciudadanos se suman a estas movilizaciones que inundaron las calles de Lima y crearon un clima social propicio para el retorno a la democracia. Desde nuestro punto de vista, es el propio desencanto que había producido el fenómeno Fujimori, el que llevó después a aquella juventud, en apariencia apática, a salir a las calles y consolidar así una nueva imagen del movimiento juvenil coincidente con el nuevo siglo: la del joven comprometido, activo partícipe en la lucha contra la dictadura. Revisemos con detenimiento cómo se dieron las cosas.


Entre Marchas

Luego de su primer gobierno (1990-1995), Fujimori tienta un segundo periodo gubernamental, que finalmente consigue gracias a un masivo apoyo electoral. Si en su primer periodo pudo consignar algunos triunfos políticos, como el control de la hiperinflación (que había trastornado durante el quinquenio previo la economía de los peruanos) y la derrota de los movimientos terroristas que asolaron el país durante más de una década, su segundo régimen, a decir de muchos analistas, se empeñó en consolidar un aparato político cuyo principal objetivo era entronizarse en el poder. Con un Congreso conformado por una absoluta mayoría oficialista34 y un Poder Ejecutivo totalmente subordinado, Fujimori emprende acciones cada vez más audaces, que pronto dejaron entrever toda su vocación autoritaria35. Así, bajo el postulado de que los partidos políticos y los movimientos sociales eran un estorbo para la efectividad de las medidas reformistas, el régimen inicia una campaña de deslegitimación de los diferentes sectores de la oposición a través de los principales medios de comunicación, que había literalmente “tomado” luego de sobornar a sus promotores y convertirlos en sus cortesanos. Luego consigue (a través de la Ley de Interpretación Auténtica) arreglar las cosas para postularse a un tercer mandato. Es en esta época que se hace evidente el rol de su oscuro asesor Vladimiro Montesinos (hoy prisionero junto a Fujimori) detrás de todas las acciones de corrupción que se promovían desde el gobierno. Uno de los últimos proyectos en los que se embarcó el régimen fue el control del poder judicial. Bajo este formato, Fujimori tuvo, literalmente en sus manos, los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, avasallando el clásico esquema de separación de poderes, fundamental para el sostenimiento de cualquier proyecto democrático.

Mientras tanto, las voces de oposición que se alzaban desde el Congreso permanecían desarticuladas y eran aplastadas por la abrumadora mayoría oficialista. Los medios de comunicación adeptos al régimen (era escandaloso el caso

34

Un dato interesante es que la mayoría de proyectos presentados por el ejecutivo en ese periodo provino del ejecutivo. Para ampliar este análisis podemos recurrir a: El Nacimiento de los Otorongos, de Carlos Iván Degregori y Julio Meléndez. 35 Cabe indicar que ya antes, en 1992, Fujimori había ordenado la disolución del congreso con el pretexto de que éste, era un estorbo para las reformas democráticas que su gobierno pretendía realizar. Su decisión gozó de una amplia aceptación popular.


de los canales de señal abierta) ejercieron su hegemonía con un impresionante rating popular. Con todo a su favor, el gobierno arremete nuevamente: destituye a los miembros del Tribunal Constitucional.

Cuando todo hacía suponer que nada frenaría la ola Fujimori (conocida entonces como el tsunami) y que éste se instalaría definitivamente en el poder, aparece de pronto y espontáneamente, durante el mes de junio de 1997, una innumerable cantidad de jóvenes universitarios que, caminando desde la Plaza Francia, atraviesa las calles del Centro de Lima para arribar al Congreso de la República, cuya barroca estructura simbolizaba la democracia que habíamos perdido, sin que muchos lo hubieren advertido. Se inicia de esta manera, una etapa de protesta ciudadana que ya no pararía hasta la “fuga” del entonces presidente (acaecida en noviembre del año 2000).

Un poco antes, en abril del año 2000, se convocan procesos electorales en los que postula Fujimori, que tiene cada vez más una creciente presión internacional, y dentro del país a sectores de oposición que, inspirados en el inicial movimiento juvenil, comienzan a articularse y expresar en las calles su rechazo al régimen. Todo esto, sin embargo, no es suficiente para evitar que, en un proceso amañado y fraudulento, Fujimori se haga de la victoria y juramente ante el nuevo Congreso como Presidente de la República para un tercer mandato gubernamental, mientras en las calles de Lima, más de doscientas mil personas protestaban durante la llamada Marcha de los Cuatro Suyos.

Reinstalados en el poder, Fujimori y Montesinos participan de nuevos escándalos. El último de ellos fue aquel que protagonizaron Montesinos y el congresista Alberto Kouri. En un vídeo propalado por los medios de comunicación independientes, aparece el segundo de ellos aceptando su traslado al oficialismo por unos cuantos miles de dólares entregados por la propia mano del principal asesor presidencial. La ciudanía contemplaba por primera vez estupefacta cómo operaba la maquinaria política a través del SIN (Servicio de Inteligencia Nacional que dirigía Montesinos). Ante tamaño escándalo, Fujimori convocó inmediatamente, a través de un mensaje televisado en vivo a toda la Nación, a un nuevo proceso electoral. Algunos meses


más tarde, en medio de una gira presidencial por el continente asiático, renunciaría al cargo, enviando un fax desde el Japón. Se cerró así un capítulo nefasto de nuestra historia republicana. El entonces presidente del Congreso, Valentín Paniagua, asume el gobierno de transición y convoca a elecciones generales, a realizarse en el año 2001.

Ahora, si bien muchos ponen en tela de juicio que haya sido el movimiento ciudadano el que descalabró al régimen hasta hacerlo caer, es verdad que la movilización de los jóvenes hizo emerger una nueva imagen de la juventud: el joven luchador, corajudo, principista.

La postura electoral de la mayoría de partidos políticos y movimientos que participaron en el proceso electoral del año 2011, consideraba, como nunca, una serie de propuestas para abordar la realidad de las juventudes del país. Y es que los jóvenes aparecían como los grandes protagonistas de la reciente historia nacional y esto no podía ser ajeno a los partidos, más aún cuando el 40% de la masa electoral del país estaba constituida por ellos. Un dato que en anteriores procesos electorales ni siquiera se había discutido. Aparecen también en escena un conjunto de especialistas que discuten sobre la situación de los jóvenes en el país y ponen en el debate el esquema de políticas de juventud más apropiado para el caso peruano.

El movimiento juvenil frustrado

Alejandro Toledo, postulante al sillón presidencial del año 2000, fue quien lideró personalmente la protesta ciudadana y convocó a la mencionada Marcha de los 4 Suyos. Desgastadas y hechas polvo (a través de los medios de comunicación) las figuras políticas que podrían liderar la oposición al gobierno fujimorista, la imagen de Toledo, emergida pocos días antes de las elecciones, pudo mantenerse a salvo hasta convertirse en un serio competidor de Fujimori.

Desde el principio, Toledo había reconocido la importancia del movimiento juvenil para la recuperación de la democracia y, cuando es elegido legítimamente en el año


2001, considera en su programa de gobierno una significativa presencia de programas dirigidos a jóvenes. Fiel a sus promesas, inauguró el CONAJU convocando a un conjunto de especialistas provenientes de diferentes sectores de la sociedad civil.

Las políticas que se implantan desde el nuevo gobierno tienen un sesgo: si bien son una reacción al emergente movimiento juvenil, no son pensados por éste; son concebidas y propuestas por la élite de especialistas mencionados. Estos expertos habían laborado para diferentes programas de desarrollo, financiados por organismos de cooperación internacional (BID, OMS-OPS, GTZ) que, ante la irrupción en la escena pública de la problemática de la juventud de fin de siglo, habían apostado por temas alternativos de desarrollo, permitiendo un desarrollo técnico y profesional especializado en la materia, al margen del Estado. De otra parte, la ausencia y aclamada necesidad de una política pública en juventudes había permitido desarrollar una fiebre de ideas; el debate en ese entonces se tornó muy rico y había consagrado la figura de algunos especialistas preparados, conceptual e instrumentalmente, en la temática.

La política de juventud de inicios de siglo es producto, entonces, más de la experiencia y trabajo de estos especialistas que del propio movimiento juvenil organizado. La situación no deja de parecernos irónica, puesto que, lo que se celebró como conquista juvenil (la instauración del CONAJU), no constituía un proceso totalmente legítimo, en tanto fue gestado con escasa participación de los propios jóvenes.

Y es que las publicitadas movilizaciones juveniles estuvieron regidas en gran medida por la espontaneidad y el voluntarismo. Sus bases fueron improvisadas, carecieron de sólidas estructuras organizativas y de un proyecto común a largo plazo, elementos que sin duda le hubieran otorgado alguna sostenibilidad. El discurso que construyeron se sustentaba en una negación a la dictadura, un rechazo a la corrupción y una afirmación de la democracia y los derechos humanos, mensajes que tuvieron una fácil y rápida aceptación ciudadana. Su propuesta ideológica, sin embargo, se sostenía apenas en una serie de consignas acompañadas de


intervenciones urbanas que tuvieron en las manos blancas y los lavados de bandera, expresiones originales artísticamente, pero que no contribuyeron a crear un ideario, un programa o, mejor aun, una ideología (Acevedo, 2002).

Es así que las organizaciones protagonistas de este fenómeno se disolvieron ante el nuevo escenario, que demandaba la edificación del sistema desde abajo. Las expresiones juveniles, entonces, se diluyeron hasta quedar totalmente debilitadas, dejando al auspicioso movimiento juvenil al margen de otros procesos necesarios para la consolidación de la democracia en el Perú.

Esta debilidad del movimiento juvenil es un fenómeno regional al que los decisores políticos no han dado la relevancia debida, y esto se expresa en la inexistente estabilidad institucional en materia de juventud en diferentes latitudes. A esto se suma una condición intrínseca de la juventud que ya hemos mencionado, su transitoriedad, que hace que los jóvenes dejen de serlo en algún momento (a veces muy pronto). Esto explica la fragilidad de los movimientos juveniles que no se nutren lo suficiente de la experiencia y tienen que ser regenerados constantemente (Rodríguez, 2005).

Quizás es esta la razón por la que fue fácil para el gobierno aprista (20006 – 2011), que sucedió al de Alejandro Toledo, desmontar las instituciones que sustentaban las políticas mencionadas (la desarticulación del CONAJU es un ejemplo). Los jóvenes que habían participado en la recuperación de la democracia ya no eran jóvenes, y se encontraban a esas alturas insertos en otros procesos personales y sociales. Así, no hubo un movimiento juvenil consistente que pusiera resistencia a la descomposición realizada, que apenas si tuvo un par de menciones a través de internet. Como si la memoria de los jóvenes no se transmitiera generacionalmente.


Nuevos tiempos y colectividades36

En la actualidad (inicio de la segunda década del siglo), no podemos decir que existe un movimiento juvenil, aunque sí colectividades de jóvenes distribuidas en todo el país. Y decimos colectividades antes que organizaciones, pues en realidad son pocos los jóvenes organizados37 que deliberadamente estructuran un grupo con objetivos, metas y planes de acción conjunto.

A pesar de ello, nuestros jóvenes tienen diversos referentes de asociacionismo. Así tenemos las manchas de esquina a las que ya nos hemos referido, donde confluyen jóvenes del barrio, comparten tiempo libre y estructuran interrelaciones a partir de algunas actividades cotidianas: conversar (hacer hora), escuchar música, caminar (pasear), jugar fulbito, etc.

Tanto para los jóvenes que estudian y trabajan, como para los que se encuentran al margen de estas ocupaciones, la calle es un referente obligado de socialización, más aún en los territorios urbano-marginales enclavados en las ciudades más pobladas del país. La calle puede ser cualquier espacio público: la esquina del barrio, el parque, la loza deportiva, una plaza pública, un boulevard, una glorieta, etc. Sobre estos espacios se gestan aglomeraciones juveniles que no configuran en sí mismas grupos (en el sentido organizacional del término), pero determinan colectividades generacionales diferenciadas en cuanto a sus intereses, necesidades, pautas de interacción y signos culturales (consumo, moda, música, look, etc). Allí encontramos a los breakers, skaters, grafiteros y también a los pandilleros y barristas, además de un extenso mosaico de estereotipos juveniles urbanos.

Por otro lado, los jóvenes que participan de los espacios institucionales (escuelas, iglesias, institutos, academias, universidades, programas juveniles) comparten diversos momentos de encuentro que no son regulados institucionalmente: los

36

El siguiente análisis se centra sobretodo en la situación de los jóvenes en Lima, zona de estudio y trabajo del autor. Aunque no han sido sistematizadas, el autor ha utilizado sus indagaciones en diferentes experiencias de trabajo realizadas en la ciudad de Lima. 37 Según algunos estudios regionales, sólo están organizados en América Latina entre el 5 y el 20% del total de jóvenes, dependiendo del país y del momento histórico en que fueron realizados los estudios y registros. En Algunas Experiencias de Políticas de Juventud en América Latina. CONAJU. Lima, 2005.


recreos, los breaks, la salida, el almuerzo, el fin de semana. A partir de estos encuentros, en apariencia frugales, surgen una serie de iniciativas de acción social: la organización de campeonatos deportivos, la organización de fiestas, rifas, polladas, etc. Esto afianza una organización que, siendo coyuntural, tiene un gran potencial por desarrollarse.

Las colectividades, movimientos y organizaciones de jóvenes en el país son variados y variables. Van desde la mancha de patas, las pandillas, las barras, el grupo parroquial, hasta las asociaciones civiles formadas por jóvenes profesionales. Existen complejas hibridaciones, pero debemos diferenciar la estructura organizacional de la “mancha de patas” de la de asociaciones civiles formadas a partir de organismos juveniles que maduraron y se institucionalizaron formalmente.

En medio de estos dos extremos, se despliegan muchas formas de asociación, algunas de las cuales consideraremos organizaciones juveniles en tanto tienen objetivos comunes, metas más o menos claras y participan explícitamente de la vida social de su comunidad38.

Nuestra concepción de organización juvenil39 pretende ser flexible pues la realidad de nuestro país (especialmente la de Lima Metropolitana) nos muestra que existen agrupaciones con diferentes grados de estructuración, organización y formalización.

Según algunos estudios latinoamericanos de juventud40 las organizaciones o movimientos juveniles se pueden clasificar en cuatro grandes conjuntos: a) los movimientos más politizados, tales como organizaciones estudiantiles y las juventudes de los partidos políticos; b) los que funcionan en el marco de estructuras complejas e internacionales con predominio de lógicas adultas; c) los que se 38

No hemos anotado como una de las características el hecho de compartir una ideología. A diferencia de los movimientos juveniles históricos del Perú, los actuales carecen de una ideología o por lo menos no ha sido ésta un referente expreso para la asociación juvenil. 39 Nosotros consideramos Organización Juvenil a aquella agrupación de pares que se congrega en torno de propósitos determinados, establece roles y funciones individuales para mantener la unión y estructura grupal y busca cumplir con metas propuestas por el grupo. Además, claro está, como el resto de colectividades, expresan intereses y expectativas similares y participan de la vida social de su comunidad. 40 Estudios al respecto han sido realizados por Sandro Macassi Lavander (Perú), Ernesto Rodríguez (Uruguay), Sergio Balardini (Argentina), Dina Krauskopf


relacionan con iniciativas programáticas en espacios locales impulsadas -entre otros- por Comisiones Municipales de Juventud y d) grupos más informales incluyendo aquellos que operan en torno a expresiones culturales.

Atendiendo a esta clasificación, podemos afirmar que la mayoría de organizaciones juveniles peruanas se encuentra en las dos últimas formas organizacionales, sobre todo en la última categoría. La mayoría de éstas realiza actividades vinculadas al arte y la cultura: representaciones teatrales, presentaciones de danza, organización de conciertos, participación en concursos artísticos, pintado de murales y grafitis, movidas y tocadas (Hip Hop).

Otras actividades realizadas son las relacionadas a la educación, capacitaciones a otros jóvenes, difusión e información en escuelas, realización de cursos y talleres en las ramas de su especialidad. Otro considerable porcentaje de organizaciones está más relacionado al campo del desarrollo social donde destacan las actividades de utilización del tiempo libre, talleres preventivos, organización de campañas para combatir problemáticas específicas. Un pequeño porcentaje de organizaciones realiza actividades vinculadas a la promoción de la participación ciudadana: participan en los presupuestos participativos, en mesas de concertación, en movimientos más amplios de reivindicación de derechos.

Muchas de estas organizaciones no están inscritas en ningún registro de organizaciones sociales (RUOJ o RUOS), no poseen estatutos ni líderes elegidos formalmente y sus miembros cambian y mudan a lo largo del tiempo. La cantidad de miembros activos que tienen es muy variable. La mayoría no sobrepasa los 25 miembros activos, por lo que las consideraremos organizaciones pequeñas. Otra observación que podemos realizar es que estas organizaciones son prioritariamente masculinas, no solo por el escaso número de mujeres entre sus miembros, sino por la posición formal de la mujer dentro de ellas. En cuanto a la edad, la mayoría de sus miembros tiene veinte años como edad promedio, siendo significativa la presencia de jóvenes menores de edad.


Ahora bien, sobre los motivos que llevan a los jóvenes a organizarse hemos constatado diversas modalidades, siendo las más comunes aquellas que se forman a partir de convocatorias institucionales, los que nacen a partir de su participación en espacios de concertación local, los que surgen de algún evento o encuentro generacional y deciden trasladar la experiencia a sus espacios locales y los que lo hacen a partir de su concurrencia a un espacio de socialización común.

Nos llama especialmente la atención aquellos que surgen de encuentros generacionales a partir del interés común en temáticas específicas (música, danza, grafiti u otra expresión artística) que coinciden en algún evento o encuentro zonal o distrital. Los jóvenes asistentes a estos eventos quedan motivados y buscan luego replicar la experiencia en sus espacios locales, identificando en sus barrios a otros jóvenes con similares intereses y afinidades. Es el caso de los grafiteros y de los grupos de arte urbano. Hay un potencial integrador en estos movimientos, similar al de las barras de fútbol, que se despliegan en todo el territorio urbano y luego se congregan masivamente en puntos determinados de intersección distrital. Estas “movidas” no sólo son territoriales, sino también temáticas, por ello trascienden las fronteras distritales. Los jóvenes que las integran comparten una práctica aparentemente marginal (están muy cerca de lo que los antropólogos llaman subculturas) y esta condición les otorga una sólida identidad común.

También hemos identificado grupos formados a partir de su participación en espacios de socialización común: la parroquia, la cancha deportiva, la playa, etc. Allí se generan espacios abiertos para compartir necesidades e intereses de donde surgen, muchas veces la posibilidad de agruparse. Aquí muchos jóvenes dejan en claro la conjunción de sus necesidades colectivas y capacidades individuales para hacerle frente a problemáticas específicas como el pandillaje.

En el discurso de formación de la mayoría de grupos que hemos estudiado, prevalece la idea organizarse para hacerle frente a una problemática local. Sea la presencia de violencia callejera, de alcoholismo o de drogadicción, ellos buscan generar una alternativa frente a estos malestares locales. El enfoque usado para abordar estos problemas, en la mayoría de casos, es el del Buen Uso del Tiempo Libre.


Muchos de estos grupos han elaborado planes de acción a partir de un diagnóstico en los temas que abordan, aunque es obvio que no todos manejan los instrumentos pertinentes para llevar a cabo procesos de diagnóstico e intervención.

Otro importante número de organizaciones juveniles se agrupan para afirmar algunos derechos que ellos juzgan vulnerados: Salud Sexual y Reproductiva y Derechos a la Vida y al Buen Trato, por ejemplo. Un discurso recurrente entre algunos jóvenes, especialmente los vinculados a las nuevas culturas urbanas, es el de la lucha contra la exclusión y/o la marginación. Ellos se reconocen como un sector excluido y manifiestan “luchar” para demostrar lo contrario.

El último reto

Las organizaciones que hemos descrito son en su mayoría, precarias. Su permanencia, muchas veces, depende de un apoyo institucional que es variable. Cuando es municipal, suele seguir los vaivenes de una política clientelar y, con los cambios de gestión, suelen diluirse los espacios de concertación que parecía congregarlos. Cuando surgen de iniciativas institucionales de ONGs, suelen durar lo que dura un proyecto: tienen un horizonte temporal muy breve. Y como es de esperarse, sin financiamiento, se disuelven.

Las que surgen de experiencias más autónomas, no tienen la capacidad de convertirse en actores válidos en sus espacios locales. Sea por una cultura adultocéntrica que les cierra espacios vecinales, sea por sus escasas capacidades de afrontar liderazgos inter-organizacionales. Muchas de ellas terminan ahogándose y resignándose a su propio espacio de expresión juvenil.

Consideramos que este panorama no variará, mientras no existan condiciones institucionales locales para promover la participación juvenil. Pero somos conscientes que también depende de los propios jóvenes. Mientras no se construyan redes de segundo piso que vinculen intereses comunes y los proyecten a espacios de influencia que traspasen el interés meramente juvenil, consideramos que el


movimiento joven permanecerá atomizado, fragmentado en grupos pequeños, sin posibilidades de incidir en las agendas locales, menos aún en las nacionales; delegando, sin quererlo, a los especialistas (que sí manejan estrategias de incidencia) la función de forjar una agenda juvenil acorde a las necesidades de ellos, pero nunca en base a las oportunidades que surgen de la propuesta juvenil.

Consideramos que crear condiciones sociales para el empoderamiento del actor joven es una responsabilidad compartida, pero a su vez un designio que recae en los propios jóvenes. Los muchachos y muchachas que lideran actividades en el espacio micro-social del barrio tienen un potencial que no ha sido todavía descubierto. Cuando lo hagan ellos mismos, se forjarán el posicionamiento requerido para consolidar una participación activa de las juventudes peruanas en los procesos que atañen nuestro desarrollo como país viable, justo y solidario.

José Luis Cabrera, Noviembre de 2010.


Bibliografía

1. Acevedo. Los jóvenes ¿ya fueron? Flecha en el Azul. Nro 19 – octubre de 2002. Lima 2. Balardini, Sergio. La participación social y política de los jóvenes en el horizonte del nuevo siglo. Buenos Aires: CLACSO, 2000 3. Cabrera, José Luis. Juventud y Desarrollo Sustentable en el Perú. Grupo GEA. Lima, 2006 4. Carles Feixa. De Jóvenes, Bandas y Tribus. Antropología de la Juventud. Ariel. Barcelona, 1998. 5. Carles Feixa, El reloj de arena, Culturas juveniles en México, México, sepcausa joven-ciej, 1998 6. Castells, Manuel. La Era de la Información. Artículo publicado en la revista: Economía, Sociedad y Cultura. Madrid: Alianza Editorial, 1998. 7. Cisneros, Luis Fernán y Llona, Mariana. Por una Zona Franca para los Jóvenes. Lima: DESCO, 1998. 8. Cisneros, Luis Fernán. Invertir en los Jóvenes es Asegurar Nuestro Futuro. En Juventud y Desarrollo Sustentable en el Perú. Grupo GEA 2006. Lima, Perú. 9. CONAJU Y GTZ. Juventud Peruana en Cifras. Lima, 2002. 10. CONAJU. Lineamiento de Política de Juventud del Consejo Nacional de la Juventud. Lima: Marzo, 2004. 11. CONAJU. Una Apuesta para Transformar el Futuro. Documento de trabajo. Lima, 2004. 12. Cruzado, Julio César. Violencia Juvenil y prensa escrita: aproximaciones. 1998. Lima. CEAPAZ: Instituto de desarrollo juvenil 13. Degregori, Carlos Iván y Meléndez, Julio. El Nacimiento de los Otorongos El congreso de la república durante los años 1990 - 2000. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 2007. 14. Encinas, Lorenzo. Bandas Juveniles. México: Trillas, 1994. 15. Erikson E. El ciclo vital completado. Buenos Aires Paidós, 1985 (Barcelona Paidós, 2000) 16. Francisco Acevedo. Los Jóvenes ¿Ya fueron? En Flecha en el Azul, octubre de 2002. Nro 19.


17. Gastron L., Oddone, M.J. (2008). Reflexiones en torno a tiempo y el paradigma del curso de la vida. En Revista Perspectivas en Psicología, Revista de Psicología y Ciencias Afines. Vol.5 Nro.2. 2008. 18. Krauskopf, Dina. Dimensiones críticas en la participación social de las juventudes. En publicación: Participación y Desarrollo Social en la Adolescencia. San José: Fondo de Población de Naciones Unidas 1998. 19. Lynch, Nicolás. Política y Antipolítica en el Perú. Lima: DESCO, 2000. 20. Manrique, Nelson: Historia de la República, Lima: Fondo Editorial de COFIDE, 1995. 21. Macassi, Sandro. Culturas Juveniles, Medios y Ciudadanía. Lima: CALANDRIA, 2001. 22. Margulis, Mario y Urrustin, Marcelo. ”La construcción Social de la noción de juventud” en jóvenes territorios culturales y nuevas sensibilidades. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 1998. 23. Montoya, Luis. De las marchas de las juventudes políticas al camino de las Políticas de Juventud en el Perú. Artículo publicado en la revista: Ultima Década. Viña del Mar: CIDPA, 2001. 24. Nateras, Alfredo. Trayectos y desplazamientos de la condición juvenil contemporánea. México 2004. UNAM 25. Nauharth, Marcos. “Construcciones y representaciones. El péndulo social de la construcción social de la juventud”, jóvenes, Revista de Estudios sobre Juventud, núm. 3, enero-marzo 1997 26. Panfichi, Aldo. Fútbol: identidad, violencia y racionalidad. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994. 27. Panfichi, Aldo y Valcárcel, Marcel. Juventud: Sociedad y Cultura. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1999. 28. Perea, Carlos Mario. Con el Diablo Adentro: Pandillas, Tiempo Paralelo y Poder. México: Siglo XXI, 2007. 29. Peréz Islas, José Antonio. Teorías sobre la juventud. Las miradas de los clásicos, UNAM, México, 2008 30. Reguillo Rossana. Emergencia de las culturas juveniles. Estrategias del desencanto. 2000. Editorial Norma Buenos aires


31. Rodríguez, Ernesto. Actores estratégicos del Desarrollo: Políticas de Juventud para el siglo XXI. México: CIEJUV-IMJ-SEP, 2002. 32. Santos Anaya, Martín. La Vergüenza de los Pandilleros: Masculinidad, Emociones, Conflictos en Esquineros del Cercado. Lima: CEAPAZ, 2002. 33. Tong, Federico. Modelos para Armar el Sistema Metropolitano de Juventud. Lima: Comité Metropolitano de Políticas de Juventud, 2002. 34. Tong, Federico y Martínez, Maruja. Nacidos para ser Salvajes. Lima: SURCEAPAZ, 1998. 35. Valenzuela, José Manuel “Identidades transitorias. Un mosaico para armar”, en Jóvenes, Revista de Estudios sobre Juventud. núm. 3, enero-marzo 1997, pp. 12-35. 36. Venturo, Sandro. Contrajuventud. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2001. 37. Venturo, Sandro. Movidas en vez de movimientos. Artículo publicado en la revista: Flecha en el Azul. Nº 1. Lima: CEAPAZ, 1996.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.