ARROYO 910 - LIBRO 20 ANIVERSARIO DEL ATENTADO

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ayer

“Cuando miro a cada uno de los maravillosos chicos que dejó Eliora como verdadera herencia, la veo en ellos… brotan sus cualidades, sus formas de hablar, sus aptitudes de ayuda e, incluso, sus “maneras” de preciosa mujer que sabía, con exactitud, cuáles eran sus recursos y su belleza.”

Cada persona cuenta su singular modo de enfrentarse al duelo, a la ira, al pavor de una desgracia que nunca pensó que le ocurriría. Las adversidades son cosas que ocurren a los otros, ¡no a uno! Y, de todos modos, nos encontramos a nosotros mismos, la familia Carmon, en el ojo de la tormenta; en el candelero público sobre sus cinco hijos, destino de interés, participación, compasión, voluntad de colaborar… Y no se está preparado para ello. ¿Quién piensa que eso le ocurrirá? Y, ¿quién quiere prepararse para el día en que te avisen, a ti y a tus hijos pequeños, que mamá fue enterrada viva bajo las ruinas de la Embajada de Israel en Buenos Aires? Muchos, a nuestro alrededor, quisieron colaborar desde el primer momento. Los amigos, compañeros de trabajo, familia y miembros de la comunidad, amorosos y preocupados nos envolvieron; toda gente muy querida que hizo lo posible para hacernos sentir bien, que pudiéramos retornar, cuanto antes, a nosotros mismos, que enfrentásemos el dolor y la pérdida del modo más fácil. Valoramos mucho esos gestos y nunca los olvidaremos. Pero, de repente, llegamos a la intuitiva conclusión que, para volver a reconciliarnos, debíamos levantarnos de las sillas del duelo hacia la realidad del “día a día”; regresar a lo que definimos como “rutina” de vida, crecimiento perso-

nal y familiar, estudio y trabajo. Siento que logramos, a lo largo de los años, vivir una vida común y, también, alegre, capaz de articular en el interior de la rutina, de manera sana y cada uno a su modo, la nostalgia por Eli. Cuando miro a cada uno de los maravillosos chicos que dejó Eliora, como verdadera herencia, los mismos chicos a los que Eli se preocupaba por mencionar en cada conversación y ante cualquier interlocutor, la veo en ellos…Cada uno recibió de ella algo distinto y, a pesar que algunos carecen de recuerdos concretos (en especial Ayala, que sólo tenía 2 años cuando Eli murió), brotan sus cualidades, sus formas de hablar, sus aptitudes de ayuda e, incluso, sus “maneras” de preciosa mujer que sabía, con exactitud, cuáles eran sus recursos y su belleza. Cuando a ti y a tu familia les ocurre una desgracia de semejante dimensión, y lamentablemente ocurren desgracias de ese y otros tipos a mucha gente, existen algunos caminos para enfrentarlo. Me parece que mi familia eligió un modo particular de retorno; en cierto sentido rápido, a una rutina de vida que mira hacia el futuro; una rutina que busca lo mejor y lo más alegre de la vida y no se hunde en el dolor del pasado. Ello no logra – en cada uno de nosotros- calmar la fuerza de la pena ante la pérdida. Por el contrario: si Eli hubiera sabido que sus días serían cercenados en un cruel momento de terrorismo ciego y enloquecido, ese hubiese sido el camino que hubiera deseado señalar para nosotros.

Danny Carmon y Fanny Can al salir del edificio. Revista Gente, Atlántida-Televisa


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