Esbozos para un gymnasium posible

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Esbozos para un Gymnasium posible Escribo estas líneas en 2004. Diez años me separan de mi paso por el colegio, y en todo ese tiempo ha pasado agua bajo el puente. No mucha, debo precisar, pero la suficiente como para darme una perspectiva diferente sobre el Gymnasium que la que tuve como adolescente en sus aulas. La presencia de mi hermano menor en el colegio ­ ahora a punto de egresar­ me dio la posibilidad de frecuentarlo en todo este tiempo. Y en esas visitas se conjugaba siempre algo de nostalgia, con todo lo afectivo que se deposita en las cosas que dejaron huellas en uno. Sin embargo, fue grande el choque que sufrí presenciando el Bautismo en la Semana del Colegio de este año. Varias cosas me llamaron la atención: no la clásica falta de puntualidad en estos asuntos, ni la alegre improvisación a la que todo curso que prepara el Bautismo se ve obligado a sobrellevar. Sí en cambio la ausencia casi completa del plantel docente en ese acto ritual que es la bienvenida de una nueva camada de gymnasistas. Sí la ausencia total de guiños sobre el colegio en la representación de los estudiantes. Sí el canturreo de estribillos totalmente vacíos del sentido que alguna vez portaron. Y mi nostalgia se convirtió en enojo, porque no me imaginaba un futuro de esa clase. Porque mis expectativas sobre cualquier actividad del colegio eran y son diferentes. Porque dije para mis adentros, ¿qué hicimos siendo los mayores en nuestros tiempos para transmitir una visión tan empobrecida de nuestra "G"?. Vacua visión que, por otro lado, es transmitida a su vez a los noveles gymnasistas. Por esas casualidades del destino (no tan casuales, por otro lado) comparto mi trabajo con dos egresados del colegio un año mayores que yo. Al comentarles mis impresiones sobre el asunto uno de ellos advirtió: “Desde que entré al colegio, escuché decir que estaba en crisis, pero ahora parece que va en serio”. Y la pregunta quedó flotando en el aire: El colegio ¿estuvo en crisis? ¿está en crisis? ¿de qué crisis se trata? Las tradiciones y su transmisión Hablar del Gymnasium es hablar de historia, y también de tradiciones. Las tradiciones ­sin duda­ sirven para sostener la identidad, así como decimos que el tango, el dulce de leche o compartir un mate son tradiciones argentinas, que nos remiten a un sentir común. En el colegio, ¿qué tipos de tradiciones hay? Las hay transmitidas oralmente, y otras en forma escrita. Cada generación donó a la siguiente ideas,


canciones, reuniones, salidas, encuentros, y un sinfín de actividades que identifican al colegio. Sin embargo, toda tradición oral sufre reacomodaciones, se adecua a cada época y toma sus particularidades, tal como las frases finales de ese juego infantil que llamábamos “Teléfono Descompuesto”. También encontramos la presencia de transmisión escrita: el Chasqui, máximo símbolo de comunicación gymnasista, y acervo de historia narrada por sus protagonistas. Existen otras fuentes: publicaciones varias que datan desde la fundación de la institución, sus planes de estudio originarios, hasta las primeras experiencias de campamentos. Y si la deformación del teléfono descompuesto era el precio a pagar por la transmisión oral de las tradiciones, el de la transmisión escrita es perder muchas veces de vista el contexto de producción de sus crónicas. Un ejemplo de esto son aquellos Chasquis clandestinos, que circulaban mimeografiados en los convulsionados años setenta, con consignas políticas que hoy nos sorprenden por su determinación y desenfado juvenil. Cerremos este tema diciendo que si la tradición es la transmisión de generación en generación, su medio de transporte son las costumbres, los mitos y los ritos. Mitos y costumbres El mito es un relato de algo fabuloso que se supone aconteció en un pasado remoto y casi siempre impreciso. Siempre se lo encuentra en las raíces de la historia de una comunidad. Este tiempo no es algo del pasado, sino del origen, que se revive a través de los ritos. Estos últimos transmiten y sostienen al mito. El mito encierra al menos dos aspectos: uno real y otro ficticio, entre los cuales se trasluce una verdad dicha a medias. Forman parte de la puesta en escena del mito las costumbres cristalizadas en el manejo del espacio y el tiempo, ritmos, celebraciones, que necesitan ser mantenidas sin explicación, creando un código propio e incuestionable. El incumplimiento de los ritos es causa de desequilibrios en el seno de la comunidad que los gestó. Concebir al Gymnasium en términos de comunidad educativa, nos da pie para pensar qué mitos circulan, y qué ritos y costumbres están cristalizados, al punto que la mera idea de cuestionar cualquiera de ellos nos inmoviliza. Si el mito encierra verdades, no es menos cierto que también es portador de miedos y prejuicios, su oscura contracara. Siendo estudiante de tercer año, en el taller literario nuestra profesora nos propuso la tarea de desempolvar viejos Chasquis de la biblioteca y hacer una


selección de artículos para su publicación en un “Chasqui de Oro”. La misión fue muy gratificante, y para algunos significó el primer contacto con un Chasqui anterior a la fecha de su ingreso. Un artículo era particularmente llamativo para mí. Se titulaba: “El colegio está en crisis”, y su autor lo acompañaba con el dibujo del Discóbolo cayéndose a pedazos. ¿De qué año era? Arriesguen: ¿1990? No. ¿1985 quizás? Tampoco. ¡Era del año 1967! El colegio no tenía ni veinte años y se hablaba de la pérdida del “espíritu gymnasista”, de la falta de respeto de los alumnos hacia el colegio, de las ausencias injustificadas durante la Semana de Festejos, en fin, quejas surtidas que pueden encontrar quizás en el Editorial de este mismo Chasqui. Entonces... ¿cuál es el pasado glorioso del que siempre se habla y al cual el colegio debería retornar? En la historia de la humanidad, el mito de la Edad de Oro describe una época paradisíaca de felicidad y abundancia, muy distinta a la que se vive en la actualidad. En nuestro caso podría enunciarse así: “Ya no hay docentes, alumnos, ni presupuesto escolar como los de antes.” Desde esa perspectiva quejumbrosa ¿qué cabe esperar en cuanto al futuro? Sólo más de lo mismo. Desde ese razonamiento entiendo que existan referentes de la “Edad de Oro”, aunque curiosamente estos nombres cambien con el paso del tiempo. Otros mitos recogidos en los pasillos: “Cuando había exámenes entraban mejores estudiantes”, “Antes había verdadero espíritu gymnasista; se hacían cosas por el colegio, todos iban a la Semana, se participaba de las Intertribus”, etc. Algunos ritos El rito ­simbólicamente un acto sagrado­ exige su ejecución para reescribir el mito permanentemente. En caso de omisión del rito, en la “conciencia” de la comunidad surge la sensación de inquietud. ¿Qué sería del Gymnasium sin la presencia de ese rito iniciático que es el Bautismo? Allí se recibe a los nuevos miembros de la comunidad, se los hace parte de la tradición, se los introduce a un universo simbólico común a partir de ese momento. El lazo generado es tan fuerte que aún décadas después, egresados del colegio se siguen presentando como tales. Incluso personajes trascendentes de nuestro medio como Miguel Angel Estrella, subrayan su inolvidable pasaje por esta institución. Y en el caso de que este artículo tomara el valor de “memoria colectiva”, me permito señalar que los dos bautismos que existen (el de la Semana y el del campamento), eran realizados por dos cursos diferentes. Al primero lo organizaba


6° año, y al segundo 5° año, mientras éste era el responsable de los campamentos. La duplicación de un grado hizo que en 1990 hubiera un 5° A y un 5° B que sortearon con una moneda el campamento de ese año. El perdedor lo emprendería al año siguiente. Así comenzó a organizar los campamentos 6° año. Hay otros ritos, que sirven de sostén de la identidad colectiva: las giras de estudio, las Semanas, los campamentos, los fogones, la Caminata, la Navidad Anticipada, las tutorías, el Juego del Zorro, el Chasqui, los artículos urticantes de Tabanito y también la Sátira, estos dos últimos verdaderas tribunas del pensamiento crítico de los estudiantes. Pero tomemos ahora algunos ritos, vaciados de sentido en su repetición irreflexiva. Las giras siempre implicaron un esfuerzo de los estudiantes. Se buscaba promover la asunción de responsabilidades, el aprendizaje de un trabajo organizativo grupal, etc. Ahora, con los servicios de transporte casi privatizados, ¿qué diferencia tienen nuestras giras con respecto a los viajes de egresados de cualquier escuela secundaria? ¿Su objetivo sigue siendo conocer el país en que vivimos, o son unas vacaciones que los padres pagan con esfuerzo? Para continuar, no quisiera ser injusto olvidándome de dos grandes símbolos del colegio: el Decálogo Gymnasista y el Discóbolo. Discutidos ideales perdidos... porque... ¿alguna vez se cumplieron en su totalidad? ¿y el hecho de que se cumplieran “a rajatabla”, sería algo deseable? ¿El ideal gymnasista es solo aplicable a “hombres perfectos”? Quisiera reflexionar sobre una oposición típica del ideal gymnasista. Pensemos primero en la elección del Zorro, el mejor compañero, el preferido, portador del ideal del curso que lo designa, su digno representante. Ahora pensemos en el abanderado del colegio, con sus calificaciones excelentes, sus estudios. La comisión que lo elige pide que sea una buena persona, y que sostenga los mandatos del Decálogo. Rara vez coinciden, aunque a veces sucede. Entonces... ¿será que hay un verdadero gymnasista? ¿Un mito más, de yapa? La autodisciplina. Un orgullo gymnasista siempre fue no contar entre su reglamentación con las odiosas “sanciones” típicas de las escuelas públicas. Ahora bien, ¿puede un adolescente ejercer realmente esta “autodisciplina”, puede liberarse realmente del modelo pedagógico autoritario que rigió tantos años nuestra educación? Horizonte deseable sin dudas, importante toma de principios que nos marca un camino posible. Pero no olvidemos que está más del lado de la aspiración, antes que del de la realidad. ¿Qué está pasando hoy por hoy?


Producto de la alta cohesión conseguida a fuerza de mitos, ritos y costumbres, debo tristemente desplegar el lado oscuro del colegio, mucho menos romántico y atractivo. Para empezar, tomemos un comportamiento sectario e intolerante, presente desde siempre entre los alumnos. Marcar el “adentro” y el “afuera” como instancias claramente diferenciadas, sirve para cohesionar a los estudiantes detrás de alguna consigna. “Frente a los demás, estamos todos unidos, aunque adentro nos despedacemos.” A los otros, los “ajenos”, los “extraños” les ponemos motes ofensivos: “limpiatuercas”, “verduleros”, “negros”, etc., sosteniendo nuestra propia identidad al caro precio de la exclusión del resto. Otras muestras de intolerancia también se proyectan hacia el interior. ¿Nunca se preguntaron por qué algunos compañeros se van del colegio, sobre todo entre primero y segundo preparatorio? Muchas veces la expulsión del diferente queda camuflada como materias a marzo o previas que hacen quedar de curso a alguien. Hasta el mote que se les da a aquel que se fue anticipadamente, nos dice mucho de la situación: “exiliados”. Lo obvio muchas veces no se ve, porque está demasiado cerca nuestro. Recuerdo dos peligros que siempre sintieron los estudiantes. El primero se refería a la co­educación, es decir que el colegio por decisión de alguna “maligna” autoridad se hiciera mixto. Este temor se expresaba así, en forma directa, pero también en frases como “tenemos demasiadas docentes mujeres y pocos profesores varones”, connotando la idea de que las mujeres arruinarían el colegio al no “entender” sus bases y motivaciones genuinas. ¿Vale la pena que intente examinar la validez de ese razonamiento? Y ya que hablamos de profesores, la dedicación de estos a tiempo completo o full­time fue una utopía de muchas generaciones. En la época en que participaba como delegado del curso en el Club Colegial, los estudiantes buscaban los concursos docentes regulares porque había muchos en condición interina. Creo haber escuchado que esta instancia fue alcanzada, aunque más no sea en parte. Esa idea estaba asociada a la de que en la Epoca de Oro del colegio (ya analizada previamente) los profesores estaban dedicados de tiempo completo a la docencia en esta institución, enseñando su propia materia y a la vez contagiando su deseo por aprender, investigar y reflexionar a los alumnos. ¿Será que en los docentes se espera hallar algo del esquivo y ubicuo “espíritu gymnasista”? Pero si ni los mismos alumnos creen poseerlo, ¿por qué lo tendría un profesor? Para intuir la respuesta, sería necesario pasar antes al siguiente riesgo percibido por los estudiantes.


El examen como sistema de ingreso al Gymnasium se sostuvo hasta 1987, precisamente el año de ingreso de mi promoción. Nunca olvidaré la experiencia de haber estudiado y luego rendido aquel concurso. Teniendo 10 u 11 años, no imagino otra situación más estresante . Sin embargo, una vez adentro, sentí que el esfuerzo había valido la pena. Nada podía entender entonces de la situación, cuando la Comisión Directiva del Club Colegial al año siguiente reclamó airadamente que no se ingresara por sorteo. Examinemos algunas razones que justificarían el sorteo. Primero, en el examen sobresale la idea del elitismo: no cualquiera entraría al colegio si fuera por examen. Solo los más inteligentes, los mejores, diríamos. Y yo agrego con lengua viperina: aquellos que tuvieron dinero para pagarse una educación primaria de cierto nivel, y una profesora particular que los preparase para el examen. Desde esta última perspectiva, el sorteo vendría a democratizar el acceso a un colegio universitario, en el mismo sentido en que las agrupaciones estudiantiles reclaman ingreso libre e irrestricto a las facultades. A la vista de los resultados académicos, de convivencia y otras situaciones que analizamos anteriormente, puedo decir que el ingreso por sorteo si contribuyó en la tan deseada equidad en el acceso, también participó en la pérdida de interés de los aspirantes a ingresar, a los cuales les daba lo mismo entrar que salir, aprobar o desaprobar, quedarse en el colegio o terminar en algún instituto privado. Considero que el examen promovía una posición deseante ante la incorporación al colegio. Aquel que hizo un esfuerzo, no se va tan fácil del lugar al que tanto le costó acceder. Sin embargo si pensamos en sostener las diferencias, estamos frente a una disyuntiva: ¿colegio elitista o abierto? ¿Cómo lograrlo sin perder de vista la excelencia académica? ¿No sucede algo parecido con las discusiones sobre el ingreso a la universidad? ¿Solo nosotros somos los interlocutores válidos o habría que escuchar también a otros actores / sectores? Siento decirlo, pero no tengo respuestas aún para esas cuestiones. Los desafíos actuales Para reconocer los nuevos desafíos a los que se enfrenta el Gymnasium, examinemos brevemente los perímetros del contexto actual. En el presente contexto educativo, muchos de los dispositivos que el colegio supo implementar como experiencias piloto están presentes en los planes de estudio de cualquier colegio medio de Tucumán. Ejemplos: la semana de festejos, el club colegial, los campamentos anuales, las tutorías, las materias optativas, etc. Por lo tanto hay una pérdida de la posición privilegiada de antaño


(el lugar de vanguardia académica) no siempre sentida como tal, pero muchas veces expresada a través de problemas institucionales. En el contexto actual vemos una caída del lugar de la clase media en la sociedad, en cuyas aspiraciones figuraba el cursado de sus hijos en un colegio universitario como paso previo para los altos estudios. Ahora el colegio aparece en la sociedad como una oferta educativa sin cuotas caras, con una buena educación y pocos paros. El contexto económico altamente recesivo en lo últimos cinco años parece estar encontrando un nuevo rumbo en la actualidad. No obstante, la década infame de los 90 fue productora de una precarizacion laboral sin precedentes que no dejó profesión ni empleo sin tocar. Esto incluye a los docentes secundarios, quienes, para sobrevivir, tuvieron que buscar dos o tres puestos laborales, resintiendo su dedicación a cada uno de ellos y, por supuesto, el sentimiento de pertenencia a institución cualquiera. Y ahora, queridos gymnasistas que me acompañaron en este viaje por el tiempo y los sueños, se va acercando el final del periplo. Si ya no somos más la llama piloto de la educación secundaria (y si es que alguna vez lo fuimos) ¿cuáles son los ideales que sustentan hoy a esta institución? Las instituciones cerradas toman la distancia como rasgo distintivo, profundizando la noción de pertenencia a ella, pero corren el riesgo de morir por encierro al desvincularse del resto de la sociedad. Las instituciones abiertas articulan la participación en la institución de representantes sociales diversos, adaptándose, renovándose e integrándose, pero corren el riesgo de desaparecer por disolución de sus metas institucionales. Si la Edad de Oro no existió, entonces el futuro del colegio no depende de un pasado glorioso al que hay que retornar, sino del potencial creativo de sus autoridades, docentes, padres, alumnos y egresados para gestar un nuevo horizonte y un lugar acorde para el Gymnasium. Y ese Gymnasium tiene que ser un poco menos ideal y un poco más posible.

Rodrigo Campos Alvo Promoción 87­94


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