Nota del olmo

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01-08-2014 |

Crianza - Madres y Padres

Buscando a la propia tribu La filósofa Carolina del Olmo -madrileña, madre y autora de numerosos estudios de sociología– ha salido al ruedo con un libro polémico, plagado de cuestionamientos que giran alrededor de una gran pregunta central: ¿Es posible criar niños en el sistema social actual? Para mirar con lupa el mundo en que vivimos (y tratar de cambiarlo).

por Gabriela Baby A partir de su experiencia personal de maternidad, y sumida en el esfuerzo de trabajar y cuidar de su hijo recién nacido, la analista social Carolina del Olmo se propuso estudiar la situación de la crianza en la sociedad contemporánea. Trabajo etnográfico y analítico de gran profundidad que llevó a la investigadora a hacerse muchas preguntas: desde las que comparan las diversas tendencias en crianza -libros y consejos de médicos, psicólogos y otros especialistas- hasta las que cuestionan el sistema de licencias de maternidad y la escasa respuesta de las condiciones de trabajo actuales a la hora de cuidar a los hijos. Entonces, surgieron otras preguntas: ¿Por qué cuidar al hijo recién nacido resulta tan esforzado y angustiante para las madres? ¿Dónde está el goce de la crianza? ¿Por qué están tan solas? En su libro ¿Dónde está mi tribu? (Capital Intelectual) confronta las condiciones históricas de crianza -el pueblo, barrio o caserío en donde todos los vecinos cuidaban a todos los chicos- con las condiciones de aislamiento y soledad de las madres de hoy. Madres que crían sin red, que generaron en la autora una reflexión más amplia: ¿No hay espacio social para cuidar al otro? ¿Dónde ponemos como sociedad la ética del cuidado? Más allá del feminismo y de las prescripciones sobre crianza, a través de una exhaustiva


exploración social, pero sin dejar de lado la experiencia personal, el humor y cierto tono polémico, por momentos irónico, Del Olmo elabora diversas hipótesis partiendo de una sospecha central: el actual sistema capitalista no es compatible con la crianza de niños. En diálogo con Revista Planetario, la autora explica algunos puntos centrales de su investigación. En su análisis de los libros sobre crianza observa que los mismos, o están demasiado centrados en los niños, o demasiado centrados en los adultos, sin tener en cuenta el contexto. ¿Qué herramientas, sin embargo, podríamos tomar de estos libros? ¿Hay allí saberes rescatables o la crianza se reduce a centrarnos en nuestra intuición y lo que aprendimos (o recordamos) de nuestra propia madre? En alguna parte leí: “El experto funciona como el vínculo ausente, el padre moderno de los padres modernos”. Una vez que los procesos de modernización y mercantilización nos han privado de los cauces tradicionales de transmisión de saberes relacionados con la crianza y los cuidados, los expertos y su literatura es casi lo único que nos queda. Así que sí, tienen su utilidad y prácticamente siempre incorporan saberes válidos. Lo ideal sería que se les leyera críticamente pero, ¿de dónde sacamos los criterios para diferenciar y criticar cuando, como pasa tantas veces, nuestro bebé es el primer bebé que vemos de cerca en nuestras vidas y nos enfrentamos terriblemente solos a su cuidado?¿Qué podríamos oponer al batallón de expertos que nos abruman con sus consejos contradictorios? Más que la intuición, de la que me fío muy poco, o lo aprendido de nuestras madres (que en mi caso es muy valioso, pero en otros casos no tiene porqué ser así), apostaría por crear redes, juntarnos entre madres y padres, hablar, intercambiar experiencias, ayudarnos mutuamente e intentar recrear ese contexto denso en el que los saberes circulaban horizontalmente, y no de arriba hacia abajo. Usted sostiene que los expertos (médicos o psicólogos) encuadran su trabajo, y sus consejos, en un modo de crianza acorde al sistema actual de producción y consumo. ¿Por qué desde las ciencias no se cuestionan las actuales condiciones de cuidado de los niños? Bueno, por un lado está el hecho de que existen muchas personas conformistas. Buena parte de los pediatras, psicólogos, etc., son personas convencidas de que vivimos si no en el mejor de los mundos posibles, en uno perfectible al que solo faltan unos pequeños ajustes. Luego está la creciente tendencia hacia la individualización de todos los problemas. De esta incapacidad para socializar o poner en común las experiencias individuales participa la literatura de crianza, e incluso la profundiza: son muchos los libros que te instan a desoír consejos familiares y buscar “tu forma –individual- de criar”. Es normal, pues, que los consejos de crianza sólo nos aporten (seudo) soluciones individuales: adáptate o adapta a tu hijo. No hay hueco, ni siquiera conceptual, para otra cosa. Al final, si lo que quieres es entender qué es lo que hace tan dura la experiencia de muchas madres, padres y niños te encuentras con que lo mejor es dejar de hablar de crianza y desviar la mirada hacia todo lo que la rodea: jornadas laborales, niveles salariales, servicios públicos, pautas de consumo… ¡hasta los trazados urbanísticos y los medios de transporte urbanos juegan un papel importante! Y un experto no abandona tan fácilmente su campo… Por lo demás, la atención al contexto estropea las fantasías


individuales de control –“todo está en mis manos: si me esfuerzo puedo criar a un hijo feliz”– a las que tendemos a ser adictos en esta sociedad en la que se nos ha hurtado la capacidad de decisión sobre las cosas que de verdad nos importan. En su libro aparece la idea del cuidado como deber moral de la humanidad. ¿Tenemos el deber moral de cuidar a los otros? El tema de la moral es complicado de abordar. Pero a mí me parece fundamental recuperarlo. Lo mismo pasa con el tema de la obligación y el compromiso: no se puede hablar de derechos sin hablar de deberes. Tendemos a definirnos como conjuntos de preferencias, deseos, gustos y a dar prioridad a la libertad entendida como ausencia de ataduras y abundancia de opciones. En este escenario, puede ser duro aceptar la idea de nuestra propia vulnerabilidad y la de los demás, de nuestras mutuas dependencias. Son debilidades que a todos nos constituyen y, paradójicamente, tienen la capacidad de hacernos fuertes, ya que nos hacen depender de unas redes colectivas de reciprocidad que son las que sostienen nuestras vidas y las que pueden ofrecer soluciones cuando los reveses de la vida nos golpean. Si estamos aquí hoy conversando es porque alguien nos ha cuidado, nos ha sostenido, alimentado, abrazado, enseñado… En ese sentido, los “adultos independientes” somos deudores de cuidados y tenemos la obligación moral de cuidar. ¿Esto significa que debamos cuidar de esta o aquella persona en particular (tal vez un padre odioso, una madre que nos amargó la vida)? No, por supuesto que no. Como tampoco tenemos por qué ser madres o padres biológicos para aprender a cuidar. Pero sí pienso que habría que impedir socialmente la posibilidad de pasar por este mundo sin cuidar, sin rozar siquiera el inmenso aprendizaje que puede propiciar la práctica del cuidado. Usted destaca en su libro la culpabilidad que recae sobre las madres si no hacen las cosas bien, ya sea dar el pecho o acompañar a los hijos en general, cuando la sociedad del trabajo –y sus ocho horas obligatorias- atenta completamente contra estas prácticas ¿Cómo comenzar a pensar y practicar algunas otras estrategias que nos permitan a las mujeres estar más a gusto con la maternidad? Muchas veces la respuesta a este tipo de cuestiones en torno a la culpa y la ansiedad materna pasa por una rebaja de las expectativas: acéptate tal como eres, no intentes llegar a todo, ni como supermadre, ni como trabajadora, ni como mujer atractiva… En cierto modo, son consejos sensatos, dados los niveles de presión ideológica a los que estamos sometidas. Pero estas respuestas también tienden a encubrir el hecho de que realmente hay una base objetiva de dificultad para hacer las cosas como de verdad nos gustaría hacerlas (no como nos han vendido que hay que hacerlas), o sea, que existe una divergencia real entre nuestras verdaderas aspiraciones y nuestra realidad, más allá de los mensajes y presiones que recibimos. Y esta divergencia tiene que ver con una situación social que nos pone las cosas muy difíciles. Por ejemplo, con una jornada laboral extensa no puedo cuidar a mi hijo como me gustaría. Es la propia realidad la que nos impide estar a la altura. Creo que todas las personas hemos experimentado esto en mayor o menor grado: en vacaciones me parezco bastante más a mi tipo ideal de madre que cuando estoy trabajando (¡o sin trabajo, con la preocupación de no saber qué va a ser de mí mañana!) Bien acompañada tengo más paciencia y más recursos para evitar enfrentamientos con mis hijos que sola todo el día en mi apartamento… Es decir, es cierto que existen unos discursos neomaternalistas que muestran un tremendo alejamiento de la realidad y que tienden a culpabilizar a sus receptores, con mensajes


del tipo “lo que nuestros niños de verdad quieren es que pasemos más tiempo con ellos” dirigidos a una población que en su inmensa mayoría no está en posición de elegir recortar su jornada laboral. Pero también existe una realidad intolerable a la que no podemos plegarnos sin más, rebajando nuestras expectativas para evitar sentir culpa. Es interesante la analogía que hace con Alcohólicos Anónimos para contar el nacimiento de la Liga de la Leche ¿La idea de tribu tiene que ver con este sistema de compartir experiencias, tiempo, ideas, disponibilidad? ¿Cuál es o sería la tribu posible en la sociedad urbana del siglo XXI? La base de Alcohólicos Anónimos y, diría, de cualquier experiencia exitosa de comunidad terapéutica –probablemente también de cualquier comunidad a secas– es la ayuda mutua. Se trata de recuperar la fraternidad. Esto sólo puede hacerse con un trabajo lento y paciente, que recupere el valor de los lazos sociales y los compromisos, reivindicándolos como algo más que lastres o cargas que nos impiden volar en libertad. Por eso, aunque veo muchísimos puntos positivos en los grupos de crianza, de ayuda a la lactancia, etcétera, creo que lo ideal sería que fuéramos capaces de construir grupos de apoyo mutuo en un sentido más general. Es decir, que consiguiéramos borrar fronteras e integrar de algún modo el tema de la crianza y los cuidados junto con lo laboral, junto con la lucha por la vivienda, etcétera. Y en este sentido, ¿las doulas o acompañantes que forman grupos de crianza vendrían de alguna manera a remedar la ausencia de la tribu o son otro producto de mercado? Pues las dos cosas a la vez. Cuando no hay tribu o comunidad que apoye, guíe y comparta el proceso de convertirse en madre, la aparición y generalización de las doulas no puede aparecer más que como una buena noticia. Pero desde otro punto de vista más crítico, las doulas también se pueden ver como otra profesión que viene a sumarse a la legión de psicólogos, psiquiatras, sexólogos, expertos en cuidado infantil, educadores, etcétera que en cierto modo se apropian de saberes que en otro tiempo fueron comunes dejándonos aún más inermes y dependientes. Y eso por no hablar del hecho de que se trata –al menos en España- de un servicio pago, con los efectos de desigualdad que eso acarrea. Crianza respetuosa del niño (sin excesos de conductismo ni de apego) y crianza respetuosa de la madre. ¿Cómo sería una crianza respetuosa en ambos sentidos? ¡Si lo supiera habría escrito un verdadero libro de experto y no uno lleno de dudas como el que me ha salido! Pero sería en buena medida dependiente del contexto de cada cual. Ahora bien, no creo que esto signifique que todo vale. Hay conductas y prácticas de crianza mejores y otras peores. O sea, aunque no exista la ciencia de la buena crianza, sí cabe la argumentación racional en torno a los cuidados que deben recibir los niños. Desde luego, tratar a los niños con respeto, como personas completas, me parece un logro ético irrenunciable. Pero eso no quiere decir que absolutamente todo deba plegarse a la búsqueda de su bienestar: la crianza es un proceso complejo y colectivo, que implica a diversas personas en diferentes medidas, y el bienestar de cada una de estas personas debería ser tenido en cuenta. Especialmente cuando nos encontramos en un ámbito en el que tiene mucho sentido defender la existencia de un bien común y trabajar para alcanzarlo.


PLANETA DEL OLMO Carolina del Olmo (Madrid, 1974) es directora de cultura en el Círculo de Bellas Artes y directora de la revista Minerva (www.revistaminerva.com). Licenciada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, ha sido traductora y ha publicado diversos ensayos sobre cuestiones relacionadas con los estudios urbanos y la crítica cultural. Fue parte de la asociación cultural Ladinamo y del grupo de investigación Observatorio Metropolitano de Madrid. Desde que nació su primer hijo, en 2009, sus investigaciones se centran en la maternidad, en particular en el análisis de los discursos expertos en torno a la crianza, así como en los efectos de la disolución del tejido social sobre las políticas maternales, “algo así como la sociología de la maternidad y la crianza”, dice.

DEL OLMO DIXIT “En lugar de mujeres liberadas dedicadas al cultivo de su autonomía en el campo de su elección, tenemos hombres y mujeres subyugados por el empleo remunerado. Las pioneras feministas no ocultaban su radicalidad utópica. Hoy, en cambio, vivimos un utopismo light, que se niega a llamar las cosas por su nombre y disfraza de conciliación (de la vida familiar y laboral) lo que no deja de ser un experimento social brutal. Y quienes quieren y pueden permitirse ser madres, pasan su escaso tiempo libre sintiéndose culpables y oprimidas por los imperativos románticos en torno a la madre amantísima que ha de aprovechar esos ratos para dispensar a sus hijos todo el amor, toda la atención y todos los mimos que no ha podido ofrecerles durante el día. En ese sentido, la crisis de los cuidados contemporánea no es un fracaso sino el éxito definitivo de un programa de transformación social de una radicalidad asombrosa." ¿Dónde está mi tribu?, Carolina del Olmo (Capital Intelectual, 2013).


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