Galicia y el siglo XVIII. Planos y dibujos de arquitectura y urbanismo. Introducción

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INTRODUCCIÓN. GALICIA EN 1600 PLANOS Alfredo Vigo Trasancos Universidad de Santiago de Compostela. USC

Presentación

E

l siglo XVIII fue sin duda para Galicia uno de sus períodos históricos más brillantes y positivos al coincidir con el desarrollo de uno de los momentos más fecundos y creativos que haya vivido nuestra arquitectura hasta la actualidad. Ha de recordarse que fue entonces cuando tuvo lugar la eclosión de nuestro barroco más personal e imaginativo, asimismo cuando se empezaron a introducir en el Reino formas foráneas que respondían a otros patrones estéticos renovadores hasta entonces poco usuales o conocidos, también cuando se impulsó un nuevo orden clasicista apoyado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y cuando el pensamiento ilustrado impuso al final una ortodoxia rotunda y severa que quiso extirpar de raíz todo asomo de frivolidad estética. Por consiguiente, fue una época rica, diversa, compleja y contradictoria a la vez, muchas veces incluso en franca confrontación de idearios, pero sobre todo multiforme pues hubo, en efecto, una gran variedad de lenguajes artísticos y fueron muchas las formas que dieron “imagen” a la arquitectura del país que fue capaz, no lo olvidemos, de crear cimas artísticas de primer orden que pueden competir sin rubor con las mejores que entonces se levantaron en el resto de la Península. De hecho, la fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago fue obra de este tiempo y todo un símbolo de la arquitectura gallega; más aún, una obra clave del barroco nacional y un techo de la libertad creativa que impulsaba el barroco patrio dado entonces a mil extremos y exuberancias. Todo lo contrario que el arsenal de Ferrol que es, en cambio, una obra de otra estirpe, disciplinada y racional, funcional, lacónica, clásica y cosmopolita o, lo que es lo mismo, un monumento cargado de eficacia y de grandeur que sin duda inaugura una nueva época y que expresa a la vez la imagen reformista de la Monarquía. Por eso que resulte enormemente dilucidador indicar que ambas fueron realizadas casi en el mismo tiempo, pues fue en 1750 cuando se culminó la fachada catedralicia y cuando se dio principio a la obra del arsenal, como dando a entender que, justo en la mitad del siglo, iba a producirse el punto de inflexión artística que habría de inclinar la balanza hacia el campo del clasicismo. La vitalidad edilicia de Galicia, por otra parte, no ha de verse reflejada en exclusiva en su capacidad para hacer obras de arquitectura muy numerosas, fuertemente diversificadas, singulares, contrastadas incluso desde el punto de vista estético o de una extraordinaria calidad; también se aprecia en la enorme cantidad de planos y dibujos manuscritos que nos han quedado de esta época y que hacen referencia a su realidad arquitectónica y urbana y a todos sus sueños edilicios. Son, por tanto, un testimonio gráfico que también apoya la certeza de una situación general bonancible. Baste recordar que han llegado hasta nosotros 1601 planos y dibujos referidos a ciudades y edificios gallegos, frente a los apenas 200 que hemos conservado de los siglos XVI y XVII, ocho veces más. No ha de verse esta circunstancia como fruto exclusivo del azar o porque son simplemente documentos que poseen una mayor cercanía cronológica; ha de atribuirse también a que fueron mucho más numerosos en su conjunto y que por tal motivo se han conservado en

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mayor cantidad. A su vez son reflejo de otro orden, de una nueva situación, pues a la omnipresencia de la arquitectura religiosa hasta entonces dominante, sucede ahora una pujanza creciente de la arquitectura civil en su más variada acepción y, sobre todo, de la arquitectura militar que casi llega a convertirse en la gran protagonista del siglo. Todo se debe, claro está, a la importancia que entonces empieza a tener el viejo Reino de Galicia en los planes defensivos de la Corona. Conviene recordar que el siglo XVIII fue un tiempo de grandes conflictos armados, receloso de nuestro vecino Portugal y, sobre todo, especialmente belicoso con Gran Bretaña que, como máxima potencia naval de la época, puso en jaque nuestras costas, nuestra actividad portuaria, nuestro comercio ultramarino y nuestras colonias americanas; y por tal motivo fue necesario conocer la situación defensiva que vivía el Reino y sus posibles mejoras, lo que llevó a los ingenieros del rey a dar cuenta del estado de sus defensas y a tratar de incrementarlas o mejorarlas siempre con la intención de hacer de Galicia un reino en verdad inexpugnable. Abundan por esta razón planos y dibujos del estado de defensa en que se encontraba la línea fronteriza con Portugal a través de la provincia de Ourense y de la “raia húmeda” que forma el Miño hasta su desembocadura; asimismo de todo el recorrido costero que abarca desde la villa de A Guarda hasta Ribadeo y que incluye todas las rías y en especial aquellas que tenían un mayor interés estratégico: Vigo, Pontevedra, Muros, Camariñas, A Coruña, Ferrol, Cedeira…; son frecuentes también los planes de fortificación de ciudades, villas y “plazas” que merecían mayor atención militar como era el caso de Monterrei, Salvaterra, Tui, Baiona o A Coruña, que ejercía de plaza fuerte principal del Reino y a su vez como capitanía general; no escasean tampoco los proyectos de castillos y baterías costeras, de polvorines, de pequeños cuartelillos de apoyo, de puestos de vigía o de observación, de almacenes de pertrechos de artillería… y todo ello sin olvidar que este empuje militar que vivió Galicia tuvo su mayor expresión en la conversión de la ría de Ferrol, a partir de 1726, en sede del Gran Arsenal del Norte de España que se va a construir primero en la villa de A Graña y posteriormente en la propia ensenada de la villa ferrolana haciendo de ella una de las empresas militares más imponentes del siglo con su astillero real, su gran dársena para los navíos, sus muelles y diques de carenar en seco, sin fin de almacenes y talleres, cuarteles para la tropa, una nueva población, un vastísimo recinto fortificado y todo un plan de defensas costeras que convirtieron la ría en un conjunto militar de primer orden ciertamente infranqueable. Al mismo tiempo, la arquitectura civil en toda su diversidad tipológica también abunda en el gran legado de planos y dibujos que nos han quedado de este siglo. La gran cantidad de proyectos de viviendas urbanas que subsisten referidos sobre todo a las ciudades de Santiago o A Coruña se justifica, de hecho, por la necesidad que había de que los constructores sometiesen sus diseños al visto bueno municipal que cada vez muestra mayor preocupación por cuestiones de tipo urbanas y por que los edificios se sometiesen a unas mínimas pautas de dignidad compositiva y estética.

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No hay que olvidar que, al amparo del ideario ilustrado, las principales ciudades gallegas trataron de poner en marcha y de aplicar con insistencia bien alguna reglamentación urbanística básica o, mejor aún, incluso unas completas Ordenanzas de Policía Urbana que obligaban cuando menos al control del diseño de las fachadas para de este modo favorecer la imagen decorosa que deberían presentar las calles y los principales espacios públicos; de ahí que existan muchos dibujos de fachadas referidos en especial al último tercio del siglo por ser a partir de entonces cuando esta política de ordenación urbana se desarrolló de una manera más habitual e insistente. En cambio, son muchos menos y de carácter más puntual, los planos y dibujos que se refieren a las viviendas de tipo rural; en parte porque muchas de ellas no debieron hacerse conforme a planos convencionales, sino más bien con pobres métodos de diseño y construcción que debían de seguir modelos y patrones ancestrales -caso de la gran mayoría de las viviendas comunes del campesinado- o porque los dibujos que tuvieron que hacerse necesariamente para las grandes mansiones hidalgas se han perdido o paran en poder de sus últimos propietarios en archivos privados de muy difícil acceso. Son, pues, los diseños referidos a viviendas rurales muy escasos; si bien es verdad que los que se conservan sirven al menos para testimoniar la importancia que, a lo largo el siglo XVIII, tuvo la arquitectura pacega que fue, no lo olvidemos, una de las grandes protagonistas de la Galicia de entonces y que se acompaña en ocasiones de jardines o de pequeñas arquitecturas de servicio que formaban parte del conjunto señorial. Junto a casas y viviendas de carácter privado el siglo del Barroco y de la Ilustración también nos sorprende por la gran proliferación de edificios públicos que, por tal motivo, también aparecen bien representados en nuestro repertorio; dibujos y proyectos por ejemplo para hospitales, como el Real de Santiago, el de Marina de Ferrol, los del Rey, del Buen Suceso y de Caridad de A Coruña... o el llamado de la Guerra en la ciudad fronteriza de Tui; para cárceles públicas de las que se conservan diseños referidos a las de Ferrol, A Coruña... o Pontevedra; no faltan tampoco dibujos de edificios universitarios de la ciudad de Santiago en atención a que fue entonces cuando se levantó la gran fábrica de la Real Universidad que acumuló planos y proyectos muy numerosos que hoy se guardan en su Archivo Histórico Universitario. Además también existen planos y dibujos de otros temas edilicios no menos importantes: de algún que otro matadero público, de carnicerías y de pescaderías municipales, de tinglados para la venta de mercancías, de casas de baños, de fuentes que tanto ponen de manifiesto el valor de su función como su creciente vocación de ornato público, de fábricas o industrias como las de jarcia y lona de la villa de Sada o la de fundición de hierro de Sargadelos que había creado el asturiano Antonio Raimundo Ibáñez; de casas consistoriales como las de Santiago, Lugo o Ferrol; de archivos como el del Reino de Galicia que se levantó en la ciudad de Betanzos y que, paradójicamente, antes de entrar en funcionamiento como tal se transformó en cuartel. Asimismo los cuarteles son otra de las tipologías más habituales y características del siglo

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y por ello abundan dibujos de ellos en los archivos consultados y que se refieren a ejemplos de las ciudades de Ferrol -los llamados de Batallones, Brigadas o Guardiamarinas por ejemplo-, A Coruña, Santiago, Lugo… y hasta Pontevedra, donde consta la existencia de una pequeña guarnición a finales del siglo XVIII. Muy importantes son aquellos que hacen referencia a algún edificio muy singular entre los que destacan los alusivos al palacio de la Real Audiencia de A Coruña que era a su vez residencia del capitán general y del gobernador y que, por tal motivo, fue pagado por el Reino de Galicia a través de un arbitrio pero diseñado, en cambio, por un ingeniero del rey pese a que se intentó por todos los medios que su artífice fuese un arquitecto gallego. Son también de destacar los distintos planos que nos han quedado de la Torre de Hércules, una de las “siete maravillas gallegas”, que tanto conocemos en su estado previo a la restauración, en propuestas frustradas de reforma, como a través de los planos que le dieron a la Torre coruñesa su imagen definitiva tras la pulcra restauración a que fue sometida en la época de Carlos III y que puede considerarse una de las primeras realizadas en España sobre un monumento de origen romano. En fin, que son numerosos e importantes los planos de temática civil que se han conservado, a los que hay que sumar igualmente todos aquellos que comportan asimismo algún aspecto técnico importante o, mejor aún, ingenieril; por ejemplo muelles para mejorar los puertos gallegos como los que se realizaron para A Coruña, Ferrol, Muxía... o Camariñas, gradas de construcción, diques de carenar o edificios pensados para instalar bombas de achicar agua como los que se proyectaron y erigieron en el arsenal ferrolano, puentes como los de Pontedeume, Viveiro, Betanzos, Lugo, Ourense, Noia... o Valdeorras, o incluso algún camino principal, si bien hay que decir que el tema de los caminos lo hemos preferido eliminar de nuestro trabajo, dada su especificidad, lo que explica que sólo se muestren muy pocos diseños de este tipo y siempre en razón de que aporten otros datos de arquitectura o urbanismo interesantes; de ahí que se hayan recogido, entre otros, los que representan el camino real a su paso por la zona de Valdeorras, pues describen lugares y núcleos de población de cierto interés que se hallaban a su paso y, sobre todo, el muy hermoso dibujo referido a un sector del camino y real plantío que el arzobispo Malvar realizó desde Padrón a Pontevedra y que tiene el interés de dar abundante información de los edificios y pueblos por donde pasa. Por lo tanto no ha de sorprenderse el lector si en esta compilación de planos tampoco aparecen documentos gráficos manuscritos con más interés geográfico o paisajístico, pues al centrarse nuestra atención en obras de tipo urbano o arquitectónico los hemos sencillamente desechado. Como no podía ser menos, los planos y dibujos referidos a la arquitectura religiosa constituyen en sí mismos otro de los grandes apartados en razón de la importancia que tuvo la construcción eclesiástica a lo largo de todo el siglo XVIII. Así abundan los diseños referidos a obras y proyectos que se realizaron para casi todas nuestras catedrales, aunque son especialmente relevantes los

que hacen alusión a la reforma académica de la fachada principal de la catedral de Lugo, de la que quedan una serie de dibujos de gran valor que están firmados en su mayor parte por Julián Sánchez Bort y Miguel Ferro Caaveiro y, claro está, los referidos a la catedral de Santiago que conserva desde el diseño original de Fernando de Casas para la fachada del Obradoiro, hasta un magnífico dibujo de la Torre del Reloj de la autoría de Simón Rodríguez, pasando por un completo corpus de dibujos que se refieren a dos propuestas distintas para el retrocoro que quiso realizar el arzobispo Malvar en la cabecera de la basílica compostelana y que llevan las firmas respectivas de Miguel Ferro Caaveiro y de Melchor de Prado que empiezan a conocer una cierta rivalidad. Son también importantes los diseños que se elaboraron para construir iglesias parroquiales tanto del medio rural como de villas o ciudades importantes. De hecho poseemos los de la parroquial de Amorín en Pontevedra, los de la iglesia de Árbol y de Arcos da Condesa, de varias de la ciudad de Santiago como los referidos a las parroquiales de San Fiz de Solovio y San Benito del Campo…; aunque destacan sobre todo los diseños que se hicieron para la Colegiata de Santa María de Ribadeo, para dar cuenta del gran incendio que sufrió en 1779 la parroquial de Santiago en A Coruña y los distintos proyectos que se hicieron para dar forma a la iglesia parroquial de San Julián de Ferrol, que sería a no dudar una de las realizaciones parroquiales más importantes de su tiempo y obra en la que existió un enfrentamiento entre el académico e ingeniero Julián Sánchez Bort y el maestro de obras Pedro Ignacio de Lizardi. Por el contrario, pese a la gran actividad que conoció a lo largo del siglo la arquitectura monástica tanto bernarda como benedictina, son escasos y casi testimoniales los planos y dibujos que conservamos de sus realizaciones. Ha de explicarse este hecho por el drama cultural que para el patrimonio religioso gallego supuso la Desamortización decimonónica que llevó a la venta, dispersión y expolio de todas las propiedades del clero; de ahí que no pueda sorprender que fueran los planos referidos a sus edificios, más incluso que los propios documentos escritos, los que vivieron la tragedia de la desaparición de una manera más lamentable. Por eso que queden apenas unos cuantos referidos al monasterio de San Martín Pinario de la ciudad de Santiago y, algún que otro, de las abadías de Poio, Samos, Caaveiro o Antealtares y ninguno, en cambio, de los poderosos cenobios como fueron en su tiempo Lourenzá, Monfero, Celanova u Oseira. Es decir, que se conservan muy pocos en comparación con los que sabemos tuvieron que realizarse, no en vano fue un período rico desde el punto de vista constructivo y clave en la renovación de sus muy suntuosas fábricas. Los conventos y capillas son otros de los subapartados que también muestran la importancia e interés que tiene la planimetría histórica religiosa dieciochesca. Merecen señalarse los referidos a la capilla de la Leche en A Coruña que guarda la Real Academia Gallega y toda la serie referida a la capilla de Ánimas de la ciudad de Santiago, que conforma en sí misma casi una pequeña antología; asimismo los referidos a nuestros conventos mendicantes o congregaciones jesuitas,

entre los que han de citarse los que dan y aportan datos sobre los conventos franciscanos de Santiago, Ourense o Ferrol, sobre las capuchinas de la ciudad de A Coruña o los que se realizaron para concluir las obras de la iglesia del colegio de la Compañía de Jesús en la misma ciudad que llevan la firma de Fernando de Casas. Son, no obstante, pocos y también muy dispersos; lo que ha de entenderse por la misma razón que hemos dado para explicar la enorme pérdida de dibujos referidos a la arquitectura monacal, no por casualidad estas órdenes religiosas de tipo urbano también sufrieron como los cistercienses y benedictinos los males de la Exclaustración del XIX. Otro importante apartado es el referido a retablos y arquitectura de madera en general que también existen en los archivos consultados. Huelga decir que son en su gran mayoría relacionables con la arquitectura religiosa, pues conforman una serie de dibujos en donde se representan sobre todo elementos mobiliares dependientes del templo: retablos, sillerías de coro, etc.; pero el hecho de que tengan su propia especificidad proyectiva y constructiva y se conserve también algún dibujo de arquitectura efímera que tiene un componente claramente civil es lo que nos ha llevado a conferirle una singularidad y a dotarlo de un apartado propio. Y aquí merecen señalarse los diferentes proyectos que se realizaron para el gran retablo-baldaquino de San Martín Pinario atribuibles a Fernando de Casas, los varios diseños que realizó Melchor de Prado para el retablo mayor del santuario de la Peregrina en Pontevedra y otros muchos que se realizaron para iglesias más modestas, muchas de ellas diseminadas por la Galicia rural. Finalmente los planos y dibujos referidos a las ciudades y el urbanismo son otros de los grandes bloques que salen a colación en este trabajo y un material que aporta un importante caudal de información sobre nuestros núcleos históricos. Los hay, no obstante, de todo tipo; planos generales que describen toda la realidad urbana de las distintas villas y ciudades; planos sectoriales que se refieren a barrios concretos, a sectores de barrios, a plazas e incluso alusivos a diferentes calles acaso porque hubo la intención de dar cuenta de su estado o de proponer planes precisos de alineamiento. No faltan tampoco los que integran la ciudad en conjuntos geográficos más amplios en donde se pueden estudiar la red de caminos o la organización territorial; algunos se refieren a simples conductos de aguas, a subrayar proyectos de ensanches, a describir muelles y fortificaciones; en cambio son escasas las vistas panorámicas de tipo urbano, pues poco más podemos mencionar que una referida a la villa de Ribadavia, otra muy sencilla de A Coruña que introdujo Cornide en su manuscrito sobre la Torre de Hércules, tres referidas a la ciudad departamental de Ferrol y algunas más alusivas a Baiona, Vigo y Ribadeo que fueron pintadas por Pedro Grolliez de Servier por encargo del conde de Floridablanca. Es decir que se conserva una gran diversidad de dibujos y planimetría muy rica en información en la mayoría de los casos. Lo curioso es, no obstante, comprobar que los planos más completos y numerosos suelen referirse a ciudades que tuvieron un gran protagonismo 29


militar. Fueron, de hecho, realizados en su gran mayoría por ingenieros militares y casi siempre por razones defensivas o estratégicas; por lo tanto no debe extrañar que abunden los referidos a la ciudad de A Coruña por su condición de plaza fuerte y capitanía militar y a Ferrol, básicamente por ser casi toda la ciudad un conjunto urbano que se construyó ex novo a lo largo del XVIII en razón de su arsenal y convertirse, con sus más de 25.000 habitantes, en la ciudad más populosa de Galicia. Por la misma razón defensiva, castrense y estratégica abundan los planos referidos a las villas fronterizas o costeras como Monterrei, Salvaterra, Tui, Vigo... o Baiona. En cambio son escasísimos los planos urbanos generales referidos a otras ciudades de la Galicia interior pese a ser en muchos casos capitales de provincia, núcleos destacables o sedes episcopales insignes. Sorprende, de hecho, que Santiago, pese a su importancia urbana, cuente con poquísima planimetría general, apenas dos planos referidos a toda la ciudad y, casi siempre, de peor calidad proyectiva que los realizados por ingenieros militares; llama también la atención que Lugo y Ourense no conserven ninguno de estas características, al igual que Mondoñedo, Pontevedra, Betanzos... o Monforte de Lemos. Por lo tanto, gracias a cuestiones de tipo militar hoy es posible conocer con precisión la iconografía urbana de muchos de nuestros más destacados núcleos que, de no ser por esta circunstancia, tendrían, como los que hemos comentado, muy poca información de este tipo básica en efecto para saber cuál era su forma urbis en el siglo XVIII pero también para conocer su propio desarrollo desde época medieval. Ahora bien, del mismo modo que todos los planos conservados aportan una información muy destacada en todo lo referente a temas concretos de arquitectura, ha de decirse que también son de gran interés para conocer los nombres y capacidades proyectivas de los técnicos que los llevaron a cabo. Cabe afirmar en este sentido que, puesto que el grueso de los planos que nos han llegado son, como ya se ha indicado, de temática y de responsabilidad militar, en su gran mayoría fueron realizados por ingenieros militares cuyos nombres salen continuamente a colación dejando ver no sólo sus destinos militares y su paso por Galicia, sino sobre todo su formación técnica y, más aún, su virtuosismo y precisión a la hora de realizar sus diferentes diseños. No sorprende, pues, que sean casi setenta los nombres de los ingenieros que hemos constatado; nombres como Carlos Lemaur, Pedro Martín Cermeño, Francisco Montaigú, Juan Vergel, Carlos Desnaux, Dionisio Sánchez Aguilera, Eustaquio Giannini, José de la Croix, Feliciano Míguez, Francisco Llobet o Miguel Marín entre otros que pertenecen a lo más granado de la ingeniería militar española de su tiempo y a quienes se deben importantes realizaciones arquitectónicas de la Galicia de entonces: el Seminario de Confesores de Santiago, la Sala de Armas del arsenal de Ferrol, el Archivo General de la ciudad de Betanzos... o el Palacio de la Real Audiencia de A Coruña. Muchos de ellos se habían formado en el cuerpo del ejército donde habían estado destinados en su juventud, otros en las escuelas militares de su país de origen pues no hay que olvidar que los había originarios tanto 30

de Francia como de Flandes; pero en su gran mayoría salieron de las aulas de la Academia de Matemáticas de Barcelona que se había creado en 1720 vinculada al Ejército y en donde recibieron la enseñanza de destacados profesores como Mateo Calabro o Pedro de Lucuce. No obstante, fuera donde fuese donde se formaron, lo que no se puede dudar es que todos ellos poseyeron una formación muy completa y homogénea que estaba pensada para dar a los técnicos la máxima capacidad proyectiva. Sabían de dibujo, de arquitectura civil y militar, de aritmética, de geometría, de geografía, de cartografía y de topografía, de todo lo que tenía que ver con las técnicas de representación; y esto es lo que hace de los ingenieros españoles del siglo XVIII unos técnicos muy cualificados que tenían mejor formación que sus homólogos de los siglos precedentes. Tal vez por esta razón educativa fueron capaces de hacer unos planos técnicamente impecables. Suelen representarse en su mayoría con medidas castellanas -varas- o francesas -toesas-, con un perfecto sistema de representación de escalas, realizados siempre en buen papel o en papel entelado de gran formato; con frecuencia además del proyecto a edificar son frecuentes las descripciones paisajísticas; se representan, pues, las líneas de costa, las tierras de interior, toda la orografía con sus curvas de nivel y sus derrames, los ríos y los caminos, las aldeas y lugares del entorno, los grandes núcleos de población y, claro está, todas las obras de arquitectura preexistentes siquiera a un nivel representativo básico; pero siempre con técnicas de representación que utilizan la tinta negra y las aguadas y una rica gama de colores que responden lógicamente a un código siempre preestablecido; así el verde claro y luminoso suele representar el mar o las aguas de los lagos y ríos, el verde-ocre en todas sus gamas las tierras del entorno y de labor, el gris las rocas, los perfiles costeros más acentuados, los promontorios montañosos, el blanco crudo los caminos y las zonas previstas para edificar; si bien los colores más expresivos y característicos desde el punto de vista arquitectónico son el rojo-rosa-carmín que se utiliza siempre para representar la obra hecha o empezada al menos a construir y el amarillo o “pajizo” que, en cambio, representa lo simplemente proyectado o lo que está todavía sin hacer. Así pues, son ricos en información de todo tipo, hermosos documentos geográficos, paisajísticos, arquitectónicos; sobresalientes documentos para el estudio de la arquitectura, la ciudad y el territorio; y más lo son cuando comprobamos que, en una gran mayoría, se acompañan de una completa leyenda prolija y numerada que suele referir el nombre de casi todo lo que se representa y se ve. Los planos más específicos de arquitectura que se limitan tan sólo a describir el proyecto constructivo de una edificación concreta suelen también ser ricos en informaciones proyectivas: precisos a la hora de representar las plantas con toda su organización interna, las diferentes fachadas, todas las secciones de alzado para ver en sus cortes representativos su aspecto interior con sus decoraciones más específicas; no faltan tampoco algunos dibujos que pueden presentar

alguna visión perspectiva de tipo tridimensional con la finalidad de hacer del proyecto algo más visivo y realista; es asimismo habitual que estén en su mayoría fechados, firmados por su autor, acompañados incluso de un visto bueno oficial; no es tampoco infrecuente que mencionen el lugar de ejecución -Madrid, Santiago, A Coruña, Ferrol…- o que señalen que son copias realizadas por delineantes; por consiguiente, huelga decir, que su riqueza descriptiva es enorme y clave en muchos casos para entender muchas circunstancias históricas que de otro modo pasarían desapercibidas. Junto a los ingenieros militares, también abundan, claro está, los artífices y responsables civiles de otro tipo de proyectos bien en su condición de arquitectos titulados o de simples y más comunes maestros de obras. Hay que tener en cuenta que estamos en el siglo en el que se funda la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid -1752- y con ella la primera institución oficial con capacidad para formar y emitir títulos oficiales de arquitecto que tenían validez en todos los territorios de la Corona. Para conseguirlo era necesario formarse en la aulas de la Academia -ese fue el caso de Domingo Lois Monteagudo y Melchor de Prado y Mariño- o examinarse en ella para demostrar que se estaba al tanto de las técnicas de dibujo y adaptado en todo a los gustos académicos como sucedió, en efecto, con Fernando Domínguez y Romay, que habría de asumir el cargo de Maestro Mayor Arquitecto de la ciudad de A Coruña en 1786. Así que todos estos arquitectos van a demostrar en sus diseños un perfecto conocimiento representativo, una manera precisa de presentar el proyecto con planos de ubicación, de plantas, de secciones…; un saber asimismo tipológico y, por supuesto, una constatación rigurosa de que sabían aplicar la ortodoxia clásica que garantizaba su dominio del “buen gusto”. Quizá por ello suelen superar en modos representativos a la mayoría de los maestros de obras que son, en esto, menos versados y estrictos; aunque esto no quiere decir que algunos no llegaran a conseguir su pulcritud pues, sobre todo en las últimas décadas del siglo XVIII, incluso algunos “arquitectos” no titulados es indudable que llegaron a poseer buenos sistemas de representación como fue el caso, por ejemplo, del maestro de obras de la catedral de Santiago Miguel Ferro Caaveiro que, pese a no tener la titulación académica, sí llegó a poseer los conocimientos de los titulados y, por ello, una alta estima y valoración en los círculos académicos. Ahora bien, entre los arquitectos académicos y los maestros de obras bien formados en el clasicismo, hubo toda una gama amplísima de artífices intermedios que dejaron en sus proyectos una prueba distinta de su habilidad proyectiva; maestros barrocos expertos en las artes constructivas y refinados en su manera de dibujar aunque, obviamente, sin apegarse a ninguna ortodoxia clásica -entre ellos Fernando de Casas o Simón Rodríguez-, maestros de obras que desde el barroco y desde una formación no oficial quisieron demostrar conocimientos y dotes aproximativas a lenguajes arquitectónicos más cosmopolitas como sucede con alguno de los últimos proyectos de Lucas Ferro Caaveiro; artífices que, simplemente, parecen querer proyectar edificios clásicos

sin conocer sus normas compositivas básicas que hacen que sus diseños “chirríen” en este sentido -eso parece advertirse, en efecto, en artífices como José de Elejalde, Antonio Cándido García de Quiñones, José Gómez o Pedro Ignacio Lizardi-; los hay incluso torpes a la hora de dibujar, de proporcionar las partes, de realizar las perspectivas y alzados -entre ellos Manuel Antonio Sarrapio, Gregorio Antonio das Seixas o los desconocidos autores que dibujaron la iglesia parroquial de Ventosela cerca de Redondela y la plaza del Obradoiro de Santiago preparada para acoger una corrida de toros durante las fiestas del Apóstol-, si bien es indudable que sus dibujos sirvieron para realizar los distintos edificios a los que se refieren. Por lo tanto todos ellos, con sus diferencias, barrocos o clásicos, híbridos de los dos estilos, mejor o peor realizados es indudable que forman un tesoro formidable que da pruebas de la diversidad formativa, de sus diferencias sociales… pero también de la gran actividad arquitectónica que hubo en Galicia en este siglo hasta el punto de poderse afirmar, sin asomo de duda, que fue el XVIII una auténtica Edad de Oro para el arte gallego de la construcción. Decir finalmente que la nómina de arquitectos y maestros de obras que nos ha quedado a través de los planos conservados llega casi al centenar, con nombres muy relevantes como Fernando de Casas, Simón Rodríguez, Lucas Ferro Caaveiro, Julián Sánchez Bort –también ingeniero hidráulico de la Armada-, Domingo Lois Monteagudo, Miguel Ferro Caaveiro o Melchor de Prado y Mariño, pero también con otros mucho menos conocidos y algunos incluso oriundos de fuera de Galicia entre los que cabe señalar hombres como Francisco Antonio Zalaeta, fray Plácido Camiña, Antonio Souto, fray Plácido Iglesias, Juan Luís Pereira, Andrés García de Quiñones, Antonio Cándido García de Quiñones, Manuel Antonio Sarrapio, Antonio Alonso da Vila, fray Gabriel de Casas, Alberto Ruibal, Ramón Pérez Monroy, fray Manuel Caeiro… o Pedro Ignacio Lizardi. Falta por hacer referencia al número de archivos que se han visitado o que se han consultado por algún otro medio. Alcanzan entre todos los 55 sumados los gallegos, nacionales y extranjeros que van de la British Library de Londres al Archive du Génie del Castillo de Vincennes en París dado a conocer en su día por Bonet Correa; pero entre ellos hay que recordar todos los catedralicios gallegos: Lugo, Ourense, Tui, Mondoñedo y en especial el de la catedral de Santiago, los diocesanos, provinciales y municipales, el del Reino de Galicia en A Coruña; el del Museo Naval de Ferrol o el Histórico Universitario de la ciudad de Santiago; los archivos militares de Madrid -el Archivo General Militar y el Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército- y el General Militar de Segovia, los de la Marina del Museo Naval de Madrid y del Viso del Marqués en Ciudad Real, el de Indias en Sevilla, el Histórico Nacional de Madrid, el General de Simancas, el de la Chancillería de Valladolid, la Biblioteca Nacional de España en Madrid, la Biblioteca Xeral de la Universidad de Santiago, los museos provinciales de Lugo y Pontevedra, la Real Academia Galega, la Real Academia de la Historia, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de

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LA REALIDAD URBANA. CIUDADES, VILLAS... Y LA CAPITAL DEPARTAMENTAL DE FERROL Alfredo Vigo Trasancos Universidad de Santiago de Compostela. USC

Ciudad y arquitectura en el Reino de Galicia. Estudios introductorios

Madrid, la sección de Nobleza del Archivo Histórico Nacional en Toledo… o algunos de carácter privado entre los que cabe destacar los pertenecientes a la Venerable Orden Tercera de Santiago, la Provincia Franciscana de Santiago, Miguel San Claudio Santa Cruz, Xosé Ramón Barreiro Fernández y Beatriz López Morán y a José Carro Otero. Sólo se han recopilado, no obstante, proyectos y dibujos referidos a Galicia fuesen o no hechos por arquitectos gallegos; se han descartado, pues, simples ejercicios académicos que no tuvieran incidencia en el mundo real gallego de entonces; por eso que no aparezcan pruebas de examen hechas por arquitectos gallegos en la Real Academia de San Fernando de Madrid u otro tipo de edificios del mismo corte o condición que no se refieran a proyectos o realidades concretas. Aún así, es indudable que todo lo que se ha conseguido ha sido posible gracias al apoyo y la generosidad de todos aquellos que nos han facilitado nuestra labor recopiladora en los distintos centros que hemos consultado, por eso que resulte imprescindible mostrar nuestro agradecimiento a todos los directores y técnicos de archivos, bibliotecas, museos y academias y a todos los particulares que nos han atendido siempre de una manera impecable y con una gran amabilidad. Así pues, desde aquí nuestra más sincera gratitud a todas aquellas personas que relacionamos a continuación, del mismo modo que a la Fundación Pedro Barrié de la Maza y a Olga Otero Tovar, responsable del servicio de publicaciones, por mostrar desde el principio su interés por editar este trabajo y hacerlo, además, con una calidad fuera de toda duda. AGRADECIMIENTOS Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón (ARAH) Isabel Aguirre Landa (AGS) Francisco Álvarez Timiraos (BGZMC) Mª Dolores Barahona Riber (AHPPO) Xosé Ramón Barreiro Fernández (CPBF-LM / RAG) Esperanza Barrera Ramallo (AMS) Antonio Bonet Correa (ARABASF) Avelino Bouzón Gallego (ACT / AHDTV) José María Burrieza Mateos (AGS) Enrique Cal Pardo (ACM) José Carro Otero (APJCO) Cármen Luisa Corgo Solleira (AHPPO) Milagros del Corral Beltrán (BNE) Carmen Daviña Facal (BGZMC) José María Díaz Fernández (ACS) Salvador Domato Búa (AHDS) Cristina Emperador Ortega (ARCV) Alfredo Erias Martínez (AMB) Francisco Fariña Busto (MAPOUR)

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Santiago Ferreiro Fernández (ISBS) Mª Xesús García López (AMC) Mª del Mar García Miraz (ARG) José García Oro (AHPFS) Pablo Gil Ruiz (ACEG) Miguel Ángel González García (ACO) Concepción González Ponzoa (FLG) Santiago González-Llanos Galvache (MNF) Francisco Hernández Cifuentes (ACEG) Elena Hernando Gonzalo (FLG) Mª José Justo Martín (AHUS) José Luis La Torre Merino (AHN) Aránzazu Lafuente Urién (AHN.SN) Carmen Liter Mayayo (BNE) Beatriz López Morán (CPBF-LM) Amador López Valcárcel (ACL) Francisco Javier López Vallo (ARG) Silvia Alicia López Wehrli (AGMAB) Carmen Manso Porto (ARAH)

Mª Luisa Martín-Merás Verdejo (MNM) Rosa Méndez García (MPG) Manolo Mosquera Agrelo (AVOTS) Raúl Muíños Blanco (ACEG) Isabel Ortega García (BNE) Mª Virtudes Pardo Gómez (BXUSC) Eduardo Pardo de Guevara y Valdés (AIEGPS) Eduardo Pedruelo Martín (AGS) Miguel Ángel Pereira Figueroa (ADPP) Mª Dolores Pereira Oliveira (AHPL) Irene Pintado Casas (ARABASF) José Luis Piñeyro Salvidegoitia (CPCC) Mª Carmen Prieto Ramos (ARG) Javier Puente de Mena (AGMS) Gabriel Quiroga Barro (ARG) Nieves Rey Iglesias (AHICNC) José Luis Rodríguez de Diego (AGS) Gonzalo Rodríguez González-Aller (AGMAB / MNM) José Rodríguez-Villasante Daviña (AMC)

Mercedes Rosón Ferreiro Miguel San Claudio Santa Cruz (CPMSCSC) Pablo Sánchez Ferro (AHPOU) Cristina Sánchez Quinteiro (AMC) Miguel Sánchez Sobrino (AGMM) Miguel de Santos Estévez (AGMM) Carmen Sierra Bárcena (AHN) Isabel Simó Rodríguez (AGI) Enrique Sotelo Resurrección (AMP) Pancho Suárez (AMV) Mª de la O Suárez Rodríguez (AMC) Elisardo Temperán Villaverde (AHDS) José Carlos Valle Pérez (MP) Juan Vázquez Hermida (ARG) José Ignacio Vázquez Montón (AGMS) Manuel Veiga (IPSC) Darío Villanueva Prieto (RAE) Rosendo Villaverde Montilla (AGMM)

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l conocimiento de la realidad urbana de la Galicia dieciochesca es, sin duda alguna, una de las grandes aportaciones que ofrece toda la documentación planimétrica que compila este trabajo y que da cuenta de muchos de nuestros más destacados núcleos de población. Núcleos en su gran mayoría pequeños, discretos, de escasa notoriedad y amplitud, acordes en la mayoría de los casos con un reino que era preferentemente rural y en donde encontrar poblaciones con más de 10.000 habitantes era algo tan excepcional que sólo llegaban a alcanzarlos algunas ciudades muy notables como eran Santiago y A Coruña por su condición singular de ser dos de los núcleos más relevantes de la Galicia de entonces -el censo de Floridablanca elaborado en 1787 les otorga 15.584 y 13.575 habitantes respectivamente-, o la villa de Ferrol que, por su especial circunstancia de haberse convertido en sede del gran arsenal del norte de España, pasó a tener 24.993 habitantes y a ser considerada la “ciudad” más poblada de toda Galicia. Pero todos los demás núcleos gallegos eran simples asentamientos de población de tono marcadamente rural y muy poco peso urbano que mayoritariamente apenas superaban los 2.000 o 3.000 habitantes, como eran los casos de las villas de Muros, Noia, Allariz, Ribadavia, Pontedeume, A Guarda, Viveiro, Monforte... o Ribadeo. Sólo el grueso de las ciudades que eran sedes episcopales y capitales a su vez de las siete provincias que tenía el Reino fueron capaces de superar estas cifras de población. Mondoñedo, de hecho, tenía entonces 4.640 habitantes; Lugo 4.019; Tui 3.987, lo mismo que Betanzos que alcanzaba la cifra de 3.508 habitantes. Ourense, por el contrario, no llegaba a alcanzar los tres mil habitantes quedándose en un cómputo global de 2.961. Esa era, pues, la cota demográfica que caracterizaba al grueso de nuestras ciudades y villas, entre las que también llamaban la atención Pontevedra con sus 4.014 habitantes, Vigo que tenía 3.434 y Padrón que llegó a tener 3.043 habitantes. Por consiguiente, pese a la considerable población que alcanzó Galicia a finales del siglo XVIII -1.340.192 habitantes según el ya citado censo de Floridablanca-, es evidente que su realidad urbana fue muy discreta hasta el punto de sumar, en su conjunto, tan sólo 106.011 habitantes, una cifra que refleja, en efecto, el gran peso que tenía el mundo y la sociedad rural. Ahora bien, dado que la gran mayoría de la planimetría civil de los principales núcleos de población gallegos ha desaparecido por efectos de la incuria y el abandono que han sufrido nuestros archivos en otras épocas, no es fácil conocer la forma urbana que poseían la gran mayoría de ellos, ni los cambios que experimentaron a lo largo del siglo XVIII. De hecho, casi nada conservamos del grueso de aquellas villas que no tuvieron un papel militar destacado ni tampoco de aquellas ciudades que no fueron centros claves en la defensa del Reino, como eran los casos de Lugo, Ourense, Betanzos o Mondoñedo. Así, de la primera apenas conservamos más que dos dibujos de planta referidos a la plaza mayor y al Campo del Castillo, de 1759, que representan los dos espacios urbanos con un aspecto muy diferente al que tienen en la actualidad pues no hay

que olvidar que la plaza principal de Lugo, además de mucha menor extensión, estaba entonces perimetrada por otros edificios que ya no existen como es el caso del seminario de San Lorenzo o del convento de las Agustinas Recoletas que desapareció con la exclaustración. De Ourense sólo poseemos un dibujo parcial y de alzado muy sumario de cuatro casas que delimitaban la plaza mayor y en las que se aprecian ciertos rasgos muy característicos de su fisonomía arquitectónica: su altura dominante de cuatro plantas, la presencia de balcones de madera, de voladizos, soportales y alguna que otra arquería, junto a una volumetría elemental que demuestra que estaban adaptadas a los solares exiguos que pervivían de un parcelario de origen medieval. Nada conservamos, en cambio, referido a la ciudad de Betanzos, pese a la actividad urbana que tuvo entonces y a que fue en este tiempo cuando se configuró gran parte de la plaza llamada del Campo y cuando levantó la ciudad su casa consistorial sobre planos del arquitecto madrileño Ventura Rodríguez. Poco es también lo que resta de la villa de Pontevedra a no ser un dibujo en perspectiva que representa la antigua plazuela de San Bartolomé tal como era en 1790, con su formato irregular, su crucero presidiendo el atrio, su curioso desnivel escalonado respecto a las calles de la “Costiña” y la “que ba a Santo Domingo” y que aparece delimitada por el sur por dos casas: una perteneciente a Ramón de Antelo, de tres cuerpos, retrasada con respecto a la plazuela, de tres luces, amplio balcón en la parte alta y rojizo tejado, y otra propiedad de Domingo Caamaño más resaltada que, pese a tener dos cuerpos, parece poseer más importancia y dominio sobre la plaza al tener mayor anchura y un amplio soportal de estructura columnaria. De Mondoñedo igualmente sólo conservamos dos dibujos de un sector de población periférico que fueron realizados para señalar las canalizaciones que necesitaban los arroyos de Regueira y Cerdeirido; aunque en esta representación se aprecian datos bastante valiosos; detalles del palacio episcopal, un sector de las murallas medievales con un torreón cilíndrico y la puerta llamada de la Fuente que accedía a la plaza principal; asimismo el emplazamiento de la fuente vieja; si bien lo más llamativo es la descripción de todos los arrabales y lugares del entorno que aportan, a este respecto, una información muy interesante. Padrón es otra de las villas gallegas que tiene la fortuna de haber conservado algún diseño referido a su fisonomía urbana. Uno de ellos es un plano sectorial que demuestra el camino transversal que pasaba por la villa y en el que se aprecia su trazado rectilíneo, sus pretiles, sus fosos o cunetas colaterales, la calle porticada que daba acceso a la población y la propuesta municipal de instalar bancos a lo largo del camino para de este modo facilitar el descanso de los caminantes. Existe, sin embargo, un segundo dibujo muy distinto que representa, por el contrario, toda la realidad territorial del entorno de Padrón desde la aldea de Herbón hasta la villa de Carril, pasando por Cesures, las Torres de Oeste y una parte de la isla de Cortegada. Representa, de hecho,

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