Guadalmesi nº 31

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Guadalmesí Revista de Creación Marzo 2015

Año XIX - Nº 31


SUMARIO POESÍA: César Alfonso Viñas...................................1 César A. Viñas/Juan E. Ríos.......................2 Juan Emilio Ríos........................................3 Mariluz Terán.............................................4 Emilio Pérez...............................................5 Paco Velázquez..........................................6 Alma Buruki..............................................7 Carmen Sánchez Melgar............................8 Nuria Ruiz..................................................9 Juan F. Simón/Olegario Ruiz...................10 Francisco Molina/Alberto Díaz................11 Francisco Castro.......................................12 PROSA POÉTICA: Gaspar Cuesta..........................................13 Josefina Núñez/Pedro Roldán..................14 Gema Mate...............................................15 NARRATIVA: Nieves García Benito...............................16 Ricardo Tejeiro.........................................19 Ángel Gómez...........................................22 Zósimo Santos..........................................25 Sebastián Álvarez.....................................27 Shus Terán................................................29 Pedro Roldán............................................30 Carmen Montoya......................................31 TALLER LITERARIO: Pedro Roldán/Belén Molina/Adela Muñoz/ Javier Antón.............................................32 FOTOGRAFÍA: Antonio Meléndez....................................34 José Francisco Jiménez...........................35

CINE: Pepe Muñoz................................................47 IN MEMORIAM: Gaspar Cuesta.............................................48 IN MEMORIAM: Manuel Liaño..............................................49 CONTRAPORTADA: José Iranzo..................................................50 Guadalmesí Revista de Creación Año XIX Nº 31 - 2015 guadalmesi.tarifa@yahoo.es guadalmesitarifa.blogspot.com facebook: Guadalmesí Tarifa Dep. Legal: CA-704/96 ISSN: 1137.8689 Consejo de Redacción: Antonio Meléndez Morales Francisco Molina González Mercedes Montano Reiné Candelaria Muñoz Ruiz Milagros Salvatierra Ortiz Sebastián Sánchez Ruiz Mariluz Terán Santander

ENSAYO: Javier Mohedano......................................42 Francisco J. Serrano.................................44

Ilustraciones: Isabel Romero Juan Quintero Antonio Meléndez Fátima Hidalgo Amalia Sánchez Shus Terán Bernardo Collado Alfonso Ortiz Gema Mate Fernando Ortega José Ángela Guerrero Antonio Torres

MÚSICA: Fermín Franco..........................................45 Eufrasio Oya.............................................46

Imprime: Tipografía

CÓMIC: Fernando Rojas........................................36 LITERATURA ORAL: Carmen Tizón...........................................38 Mercedes Montano...................................40 PEQUEÑOS CREADORES: José Manuel y Almudena Guerrero..........41


POESÍA

VERSOS DEL OLVIDO Mis poemas son como un viejo vinilo abollado donde la aguja salta cada dos por tres o un CD con polvo donde la canción repite el mismo tono de forma monótona. Son como el olmo seco de Antonio Machado a punto de caer al Duero hendido por el rayo, como la niña ahogada en un pozo de Poeta en Nueva York o como una lluvia de desaliento que no acaba. Así son, pensamiento y poca emoción, escaso ritmo y sin métrica, un camino hacia ninguna parte o el camino de Caperucita hacia la boca del lobo. Son todo un ejercicio de lo que no debiera ser un poema o una canción. Mis poemas caerán en el olvido de las cunetas y serán sepultados en fosas comunes. Ninguna Asociación de Memoria Histórica querrá rescatarlos. Mis poemas van cruzando el Atlántico en el barco de Pedro Garfías y Sánchez Vázquez hacia el olvido más absoluto. Son como el antihéroe de la canción de M-Clan, ningún cantautor querrá jamás ponerles música. Serrat, Paco Ibáñez o Lucía Socam jamás los incluirían en sus repertorios. Son como una película de serie B de Ed Wood. Pero son mis hijos, los hijos de una época, Y así los quiero, con sus imperfecciones y sus naufragios. Porque yo sí soy yo. CÉSAR ALFONSO VIÑAS (Algeciras)


CAZADORES DEL LENGUAJE Para escribir un poema hagamos como Goethe, apilemos la leña seca en el desván de nuestras vidas y dejemos que se incendie a su debido tiempo en el sosiego de la noche estrellada o en la lejanía de las cosas; esperemos como Huidobro en el silencio auroral a que la tierra tenga un parto de árboles o aguardemos como Hernández a alistarnos en un futuro no muy distante en el quinto regimiento y escribir como hombres en las trincheras al ver caer a tus camaradas. Viajemos como Machado a tierras de Castilla donde lame el Duero la hacienda junto a los olmos de agua o duerme la Laguna Negra entre los Picos de Urbión y oscuras leyendas. Desempolvemos como Lorca el romancero en las cuevas del Sacromonte recuperando la infancia vital en un estado de gracia en conexión con el Universo o donde dormita el rocío o practiquemos la poda como Juan Ramón en el exilio de albores en tierras lejanas. CÉSAR ALFONSO VIÑAS (Algeciras)

«Y ahora, aquí está frente a mí (el poema) tantas luchas que ha costado.»

P. SALINAS. Nunca el poema que llega al papel es el mismo poema que se fraguó en el cerebro. En el camino se pierde el soplo intangible de lo absoluto que se troca mortal y humano. JUAN EMILIO RÍOS VERA (Algeciras)


Tenemos toda la vida por delante y la misma ilusión del primer día para intentar cambiar el curso anómalo de las cosas que nos agreden. El mismo empeño hay que mantener hasta el postrer latido y el último aliento, aunque el cuerpo chirríe y se haga de rogar, para domeñar las injusticias y los atropellos y proponer belleza, paz, cordura, tolerancia, amor en cada uno de nuestros actos. Nos queda toda la vida por delante porque el único momento importante es el que acometemos con ansias renovadas ahora mismo. Mi ilusión siempre se proyecta hacia adelante. Para atrás sólo tenemos que dirigir la memoria histórica, para evitar repetir errores e injusticias pretéritas. LA VIDA EMPIEZA HOY Todo el tiempo anterior pertenece ya al álbum cumplimentado de pretéritas existencias. La vida comienza cada nuevo día de las ganas, cada nueva aurora de la sangre y de los nervios excitados. El de ayer ya no soy yo. Fue mi configuración personal ajustada a las circunstancias que me apretaban en esos parámetros puntuales. Para hoy necesito una nueva versión renovada de mi persona, preparada para hacer frente a un día que nace con hambre y exigencias totalmente intactas. Hoy empieza mi vida y hoy morirá. Mañana, si me ampara la luz, naceré de nuevo. JUAN EMILIO RÍOS VERA (Algeciras)


A LA INTEMPERIE Un dni vacío sin rostro y en números rojos. Un recortable al antojo de lo que marca la banca. Un desahucio de emociones al 0,5%. Esa soy yo. Un desliz de mujer amparada en un caos sin fondo. Una mala suerte sin fecha de caducidad cercana. Una emoción sombría con vistas a una ventana sellada. Esa soy yo. Hace días que se perdieron las sutilezas y la buena letra porque la debacle arrasó el deseo y ahora la dignidad parece que ya no me pertenece. Estoy a la venta en un mercado sin valores que prefiere regalar prebendas antes que rescatar utopías. Ya no me cubre más gloria que la que me queda en los bolsillos. Las fuerzas flaquean y la intemperie me acosa. EN ÉPOCA DE SEQUÍA Y, aunque pienso que hoy es pronto, En época de sequía sé de sobra que mañana puede ser tarde. y con el corazón sin aire, reivindico la disolución de fronteras y el cierre de voces intermitentes. La desesperanza alguien quiso que se quedara a vivir en mis versos; y, al final, tanto desarme sirvió para enseñarme que los precipicios terminan siempre en tierra firme y que los héroes también patinan sobre los tejados manchados de aceite. Sí, cada vez es más cierto que debería estar prohibido morir tan joven y vivir tan torpemente. MARILUZ TERÁN SANTANDER (Tarifa)


Somos. La palabra invasora. Somos charcos de cielo en la tierra. Somos bomberos en el infierno. Somos un eco seco, torcido hacia dentro. Somos un santuario. Un santuario repleto de luces de ojos de gato brillando, un santuario repleto de luces de ojos de perro brillando, la oscura veneración a los dioses, peregrinos de nosotros mismos. Somos. Corazones apuñalados por la espalda Somos, apuñaladores de corazones por la espalda. Primero los nuestros, después los nuestros y al final los nuestros. Sin salir corriendo, sin correr hacia ningún sentido.

Tenazas, alicates, tijeras. En el centro de la sangre, en su gravedad, cuerpo somos. Cuerpos construidos, plantas construidas, montañas construidas, árboles construidos, aire, sin salir corriendo, sin correr hacia algún sentido. Somos. La palabra invasora. Dios encerrado en la piel de un hombre, ataúd hecho con madera de suelo de sótano, sudor que desvela. Somos dueños. Somos invisibles. Somos. EMILIO PÉREZ GALLEGO (Tarifa)


PARA SER..., TÚ Para mujer..., tú, irrefrenablemente, nemorosa al mar, escarbando aguas a orillas de labios, sin adversativos, encauzando ríos de carcajadas. Para primaverar..., tu voz, fértil de besos, de versos, mujer arrimando coplas. Para amar..., tú, locurándome, participando miradas de rimadas caricias. Para sexuar..., tú. Esencias libadas, alboradamente, a pinceladas acoloradas. Para sentidos..., tú. Y sentires paseados, apasionados cócteles de atardeceres alazanes albos. Para remar..., tú. Silbar la vida entre almonedas en plata servidas. Para poemar los hados..., tú. Y halar las gotas de vida, regando miríadas de estrellas en requieros serenos.

Para perpetuar el verdor..., tú, desalando pasiones, desatando alturas. Y gloriar cimas ansiadas. Para ser..., tú. Ser, siendo. Ser, teniendo. Ser total. Ser, ser..., ser. PACO VELÁZQUEZ (Cádiz)


MADRUGADAS Tal vez porque tu mano busca mi espalda, me quedo quieta, anunciando un beso. Pasiva. Entregada. Alucinada… Ante tu divina presencia imaginaria, me giro. Acaricio tu cara despacio, con ganas. Dibujo con mis dedos tu sonrisa, tu mirada… Me pierdo en la sombra calma de tu cuerpo, y me hallo excitada entre mis sábanas… Quizás porque mi inocencia juega con tu alma, te espero cada noche encadenada a esta cama. Nudos de pasión atrapan mis ansias. Coqueteo con tu pelo, me rindo a la batalla. Despliego mis alas blancas y te busco recelosa y envidiada… Envidiada porque tu cuerpo de hastío hice mío. Porque desperté la mejor de tus primaveras, y apagué el más cálido de tus veranos… Envidiada por la luna y las estrellas, por las ninfas de la noche oscura, por las flores del estanque, por las Diosas mas deseadas… Y es que llené tu vida de esperanzas, de buenas vibraciones e inolvidables palabras… Crucé mis dedos al destino, solté un deseo al aire, y hasta mí llegó tu cuerpo. Herido. Maltrecho. Así llegó tu cuerpo al mío… Y es ahora que no estás y que me invade el silencio, cuando prefiero dibujarte en la nada… Miradas sin reflejo, voces apagadas, promesas olvidadas… Te busco y no te encuentro. Maldigo esta manera cruel y mezquina de perderte, aunque el dolor en esta ocasión me alivia… Desesperados están estos huesos sin tu tacto. Desilusionado el corazón. Triste mi caparazón de mujer fatal y leal… Discuto con el silencio, araño las horas mansas, desdibujo tu triste figura, y me emborracho con el alba… No me queda compañía, ni tan siquiera furia envenenada… Te regalo el mejor de mis olvidos, y la peor de mis mañanas… ALMA BURUKI (Tárifa)


SI YO SUPIERA PINTAR Al pintor Antonio Fernández, in memoriam.

Si yo supiera pintar con pinceladas sueltas, pintaría un paraíso donde no hubiese miserias. Si yo supiera pintar el perfil de mis delirios, pintaría sobre un lienzo grises verdoseados y verdes amarillecidos. Si yo supiera pintar con una pincelada gruesa, hacia un nuevo horizonte me pintaría una puerta.

MERCEDES La lluvia toca el picaporte antes de entrar. Entre ruido de vasos e historias de bares, Mercedes aguanta. Por la noche, cae en la cama como plomo derretido. Mañana, mojado el almidón de los sentidos, volverá a empezar. Otra vez en su rostro la sonrisa inalterable y su amabilidad. CARMEN SÁNCHEZ MELGAR. San Luís de Sabinillas (Málaga)


EN EL COCHE Se desinfla tu hombría bajo mis pies de acero. Puñaladas traperas atravesaron de noche tu piel rugosa. La uvi de las cicatrices acudieron en tu auxilio y con dos zurcidos arreglaron tu agonía. No quise ver el quirófano ni sus manos rozando tu armadura. Solo pude decir, cuando todo terminó, con voz sumisa y temblorosa: ¿Me la puedes meter en el coche? Y el cirujano de tu dermis, con ojos como platos, cabizbajo y sonrosado, me la metió, sin corazón, hasta el fondo, bien adentro, y la rueda de repuesto durmió de nuevo entre vaivenes de asfaltos sin pasado.

LA MIRADA DE UNA MUJER Hay miradas que pueblan de nostalgia los sueños. Hay miradas que comulgan con pecados ajenos. Hay miradas que desvelan secretos inconfesos. Hay miradas que odian incapaces de dar besos. Sin embargo, tu mirada es el verso que nunca compuse, el aroma de café en la mañana, el oasis en las arenas del desierto, el compás en el reloj del tiempo. Así es tu mirada: la que observa como una Afrodita desde el Olimpo, la que confunde como Calíope con el estilete y el pergamino, la que mitiga como Terpsícore con su danza. Esa es tu mirada, la que mueve y conmueve, la que arrastra y contrarrestra, la que calla y reclama, la que sucumbe y se levanta. Así es, sin maquillajes ni máscaras, tu mirada. NURIA RUIZ F. (Algeciras)


LOS SECRETOS Y esos retratos, alientos congelados en el tiempo, revelándonos costumbres, anécdotas, anhelos. Una eterna procesión, siempre la misma, desfila por el Convento luciendo los uniformes y las ropas del domingo. Los niños, curiosos y enclenques, son el suceso inocente de una nieve nunca vista, del rodaje de la peli y el rebose de una plaza llena de olés. Poco a poco desaparecían los brazaletes negros, los zapateros, los matarifes, las lavanderas del aljibe, la fábrica de gaseosas y casi los descorchadores... Sólo permanecen fieles la torre del malherido castillo, el aire que parece la sostiene y el lenguaje de esos retratos, palabras dormidas en el tiempo que desperezan cuando se miran, que nos cuentan muy bajito mientras caminamos junto a ellas secretos en blanco y negro del castillo de Jimena. JUAN FELIPE SIMÓN (Algeciras)

LA MIRADA ¿Sabes que el otro día soñé despierto, amor, contigo? Y sólo recuerdo ese momento en que miraste... y te miré... Y no salían mis palabras. Tan sólo ese deseo de acariciar tu pelo con mis dedos, de pasear mis manos por tu cara, de atraerte hacia mí para besarte, de estrechar entre mis brazos tu mirada. ¡Como un niño temblé, mis piernas flaquearon!, y en ese intercambio eterno de miradas..., quíselo todo, menos que pasara. Pero pasó... Y sólo del recuerdo vivo ahora. ¿Sabes que el otro día soñé despierto amor contigo? OLEGARIO PÉREZ PÍREZ (Sevilla)


NOCHE DE ESTRELLAS Como luciérnagas en broche de brillantes, es la noche de estrellas, que presenta un perfume de aromas penetrante, ensueño que concibe nuestra imaginación y loca fantasía, de giros rutilantes, en la serenidad de penumbra, que nos hace concebir un cielo oscuro, pero lleno de estrellas, que presenta la mística belleza de un algo deslumbrante. Y esa gloria inmarcesible que soñamos despiertos, en una maravilla de la noche, en ese resplandor que turba la mirada inquieta, que ya en el horizonte se pierde, y se concentra en el éxtasis puro y añorado de un lejano recuerdo. Sin comprender esa belleza, sigo divagando el pensamiento y la imaginación se remonta a los planetas para ver en lo eterno e imprevisto, el éter, lo infinito, en esa inmensidad de algo desconocido en blancura de plata, que seres ignotos nos envían desde ese mar de ensueño. ¡Noche maravillosa, deslumbrante!, que iluminas el orbe con el carro de estrellas, rutilante, que siempre va de prisa, y al instante se para para cambiar la ruta ya descrita, que no termina nunca, y sigue esa loca carrera peregrina hasta llegar al cenit; después se pierde en lontananza. ¡Oh inmensidad, desierto de esperanza! FRANCISCO MOLINA GONZÁLEZ (Tarifa)

LA FUERZA DEL APODO Siempre en Tarifa resultó un azote, apodar a la gente de por vida y el nombre y apellidos se le olvida, a todo aquel que siempre tuvo un mote. No solo a ellos, sino a sus familiares llega este olvido que a veces es completo, pues Juan Martínez siempre fue «El Cateto» y Pepe Díaz Marín, «El Calamares». Y aquí viene a mi mente un sucedido, por la ignorancia que la costumbre aviva; existe un caso que nunca se me olvida y un soneto le escribo a lo ocurrido. (Soneto) Una mañana recorría un cartero, el pueblo de Tarifa en su reparto y a la una, ya próximo al infarto, se adentró en un barrio marinero. Llegó a un patio de vecinos y certero, exclamó: ¡Don José Fernández Martos! Y las vecinas, extrañando el parto, miraron a Puyol el mensajero. Una dijo: ¡ese aquí no es conocido!, ¡de seguro que usted se ha equivocado, pues aquí ningún Martos ha vivido! Y otra le dijo en tono muy alterado, ¿pues no es Fernández Martos tu marido?; ¡¡sin duda, su mujer lo había olvidado!!. ALBERTO DÍAZ QUILES


PALABRA DE ÁRBOL Donde me ves con trazas de pereza, sin poderme mover de donde estoy has de saber que he sido y soy, fundamento y sostén de la naturaleza. Raíces, tronco, ramas y corteza, cosas que el mundo poco aprecia hoy, pero tú no estarías si yo no estoy, que se te meta bien en la cabeza. Doy el fruto que comes en tu mesa, y purifico el aire que respiras, alegro tu mirada si me miras, y soy la cruz y el Cristo al que tú rezas. ¿Sabes de alguien que pidiendo menos, te pueda regalar tanta grandeza? Soy la cama en que te desperezas, bastón donde se apoyan los ancianos, la sombra que refresca tus veranos y el barco que los mares atraviesa. El libro en que se escriben tus proezas, trabajo para miles de artesanos las cajas de guitarras y pianos y siembro el mundo de aromas y bellezas. Después, cuando desciendes de la cumbre, para rendirle cuentas al creador del orbe tomando tu montón de podredumbre lo guardo entre mis tablas para que no estorbe. Por estas y mil cosas debieras de cuidarme y tener gran cuidado para no quemarme. FRANCISCO CASTRO SALVATIERRA (Tahivilla).


PROSA POÉTICA REFUNDACIÓN DE LA BELLEZA Apresar la belleza. Raptarla y torturarla dulcemente hasta que se rinda a la evidencia del síndrome de Estocolmo. Exprimir su raíz, beber su savia, inyectarse el fluido rosa de su esencia. Dominar sus claves, rendir sus territorios, apagar los fuegos que desata sin consciencia. Refundar sus orígenes, quebrar sus últimas resistencias, desarbolar las naves que pudieran servir de puente de plata para una huida desesperada. Y una vez arrasada toda cordura, una vez desarticulados todos sus esquemas, cuando solo quede desierto y podredumbre, erial y estercolero, el cero y la nada, entonces comenzar de nuevo, ir levantando poco a poco las estructuras de un camino inédito, diseñando el esqueleto de una nueva belleza, delineando los planos y el armazón de lo que ya no era, reflotando las cenizas, los añicos, las moléculas y los átomos, removiendo las entrañas sin escrúpulos hasta que un big bang demoledor lo reinicie todo.

RELOJ DE ARENA Se miró en el espejo, como cada mañana, pero esta vez su mirada dormida se detuvo en una arruga nueva, un surco fino pero evidente que se atrevía intrépido a acompañar a los otros sin vergüenza ni pudor. Lo repasó con el dedo esbozando una mueca de disgusto y sintió una pequeña descarga de energía, un impulso eléctrico que le recordó que el tiempo era más poderoso que él. Le recordó que él, con sus cargos y sus prebendas, las medallas de su juventud de atleta, sus fincas y sus deportivos, era víctima indefensa de los estragos de la edad. Comprendió que el tiempo era como la duna, que arrastrada por el levante, va mudándose tenue y en apariencia pusilánime, pero de facto inexorable y definitiva, con esa cortina horizontal de invisible arena que sin querer queriendo va devorando pinos centenarios, esclavos de sus raíces, mártires del tiempo, que se ahogan sin remedio minuto a minuto, como si estuvieran instalados en un inmenso reloj de arena. Pero a este reloj nadie le va a dar la vuelta, seguirá así por siempre, en la misma posición, sin dejar otra opción a su víctima. Entonces entendió que no hay vuelta de hoja, el peso de la arena cae siempre del mismo lado y lo único que nos queda es haber disfrutado, mientras la arena va deslizándose sin prisa pero sin pausa, de las vistas, del oxígeno, de los pájaros, de la lluvia, de la vida. GASPAR CUESTA ESTÉVEZ (Tarifa)


LA LECTURA Qué me dice tu aliento sobrexitado cuando tiras de la maleta roja, qué descifro cuando oigo el descompasado trinar de esta algarabía de pájaros tan inquietos, qué me indica el olor de tus zapatos ordenados o el pijama arrugado en el armario, qué me dices con tu mirada avispada, en este momento tan triste, sin expresar una sola onomatopeya . Me cuestiono si comprendo algo, de esta lectura silabeada que enlazo acompañado del dedo de mi maestro. ¿No es más claro el anuncio de la farmacia con cruz de intermitencia fluorescente, o el logotipo estampado en el camión de cocacola? Que más que leer códigos tecleados, me emociona leer lo no escrito entre los huecos de tus frases hechas, leer lo que el tiempo intermedio escribe entre el trueno y el relámpago, fantasear en lo que la grieta oscura abre, entre capítulos o versos expresados, interpretar la mancha azul que dejan las nubes transitorias. Allí, en aquellos lugares inabarcables, leo yo mi propio sentir. JOSEFINA NÚÑEZ MONTOYA (Algeciras)

CUERPO Perros del color de la arena mojada trotan sobre tu piel aún dormida muy de mañana. Interrogan al viento, las fauces semiabiertas, los peces, mientras rasgan apenas, con la fuerza de su espalda, el espejo glauco de las mareas. Arrastrando sus vencidas cabezas, nubes de molicie avizoran la silueta perfecta donde reposa tu ausencia, colchón mullido de algas trenzadas con brisa y con sal. Y a todo esto, el día que no avanza, prendido en sutiles ensoñaciones de lentos algodones otra vez…

ESPUMA Esquirlas de oro resbalan sobre las cabezas rasuradas de la noche baldía Y dentro de la lata de conservas la comprimida muerte clama a voces su decapitada desolación animal Es entonces cuando me doy súbita cuenta de que ya no vivo aquí, toda vez que la llave se niega a entrar en la cerradura. Yo me entiendo con el mar… Mientras las gaviotas marcan a base de excrementos su rutinario mapa, muy abajo, contra el cemento, él siempre me espera escupiendo, con evanescente atonalidad, su salvaje grito de espuma sobre la piel de mi alma erizada. PEDRO ROLDÁN (Niebla)


-¡Sí, ahí está! Tengo que pasar. -No, tú eres demasiado grande. Impasable. -Dirá usted imposible. -No, impasable. Nada es imposible. { Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll }

Era tarde pero aún hacía calor, la ventana entreabierta dejaba pasar la brisa levemente, las cortinas apenas se movían, y un libro entre mis manos había estado a punto de caer al suelo un par de veces. De repente me desperté, algo frio me tocaba los pies, estaba en el borde de la boca de una gran garrafa de cristal, tambaleándome, intentando no perder el equilibrio. Y entonces comencé a caer por su cuello transparente, a veces lentamente casi flotando y otras muy deprisa, tanto que podía tocar mi propio vértigo. Plof!!!! Llegué al fondo, había agua y flores… podía nadar entre ellas, bucear y volver a la superficie, saltar de una a otra, caer de nuevo, flotar….podía ver todo a través del cristal que me separaba de la habitación y entonces me di cuenta…era tan diminuta como un alfiler. No recuerdo nada más, no sé si apareció un conejo blanco mirando su reloj, no sé si había un gato que se burlaba de mí, o una reina que quisiera cortarme la cabeza. El poder de los sueños es tan maravilloso que durante un tiempo fui como Alicia y estuve en algún lugar donde todo es posible. Al día siguiente escenifiqué mi sueño y cada vez que miro estas fotografías recuerdo la noche en la que, pequeñita, pequeñita, pude nadar entre flores encima de la mesa del salón… GEMA MATE DELICADO (Algeciras)


NARRATIVA INÉS I Te encuentro una mañana y ya no eres la misma. Tú eras mirando al mundo, a los ojos del mundo. Cualquier sonrisa provocaba en ti una réplica inmediata y tu boca se iba alimentando de cada héroe anónimo que pasara por tu lado. Tu candor es de todos, entonces. Tienes el pelo negro y rizado y no hay nadie alrededor que no tiemble si te subiera la fiebre incluso en los nueve meses más serenos de una madre, interrumpidos ahora con prematuras visiones de la armonía con mayúscula. Inés, tu madre es morena y de ojos negros, muy guapa, pero a ti no te importa si hubiera sido de tez negra y ojos azules te hubiera dado igual porque su olor y su piel son el soporte de tus días. Un hombre rubio y ojos claros está siempre a su lado, alerta. Quizás sospechas que habla muy deprisa pero la sonrisa de su boca y de sus ojos son la defensa para tus instantes de soledad en la noche donde en él te reflejas. Inés, cuando llegaste ya alguien se había ido y su recuerdo quiso hacerse presencia. Sin ella, la madre de tu padre, tú no hubieras estado aquí y a tu alrededor aparecía el pensamiento de su ausencia para hablar después de lo injusto de la vida a la que olvidamos siempre junto a la muerte. Ella debió de soñar al menos un día contigo viéndote desde la niebla del porvenir y en su dolor último quizás presagiaba tu sonrisa y ese estar mirando a los ojos que te miran. Cuando apareciste, su hija ya estaba ahí, esperándote. Rozando tu piel, secretamente, hubiera querido otro día entre tantos para ti y sospechó la soledad del día de su propia llegada y le dolía ese estar tuyo de dieciocho de octubre y no el de un veinte de agosto cuando ella iba abriendo sus ojos entre los brazos firmes de una madre maestra y madre llevándola a la luz bajo el tórrido viento de levante. Y el día de la espera hubo más miradas inquietas por tu suerte porque, Inés, somos de una raíz extensa y soldada a la tierra como un imán que aferrara con fuerza a las simientes. Tu abuelo alto y fuerte, intranquilo por tus días y por los suyos en momentos de cambios y rupturas, que se hizo cocinero alimentando a todo el que pasara por una calle muy estrecha, donde su abuela la Romanera, la hija del hombre que pesaba en la romana los arbitrios y que por las tardes disponía su silla de enea para soltar un rato el dolor del trabajo y sonreír a las comadres de los viejos mentideros de la calle Privilegio. Ahí, en el comedor antiguo por el peso de las balanzas está la hermana de tu madre, la de la piel que es el olor y soporte de tus días, y sonríe porque sabe que tú eres también algo de su piel. Ahí, en el portal de las básculas a veces habla spanglish con extraños que nunca van a recordar el sabor de una romana aunque sean italianos. Y está la abuela de ojos negros, escondida parece, detrás de la puerta con visillos que se abre a la taberna y te hace creer que estás en el comedor de tu casa. Ella te pasea morena por las calles estrechas sobre los adoquines viejos que aún el ayuntamiento no ha vendido a los pies de paseantes sevillanos, o a gentes a quienes no importa que lo viejo sea de otro espacio sin raíces. Te cuento, Inés, que el padre de tu padre, el de la mirada alerta, enfermó al poco de irse tu otra abuela y su tez se volvió frágil. Ahora te pasea dormida por las calles extramuros y su sonrisa es serena, y te para cada cinco pasos para enseñar su tesoro junto a la tienda de fotografías, donde eterniza el instante una y otra vez sin cansarse nunca de tu imagen. Así, como hadas buenas, cada uno de los otros te ha echado todas las fortunas, raíces intramuros, recónditas cepas extramuros… Inés, tu nombre es griego, la sagrada en el santoral cristiano según dice la Wikipedia, nacida en Roma y en tu generación de romaneras pareces seguir una estirpe, seguro que has de viajar a Italia y Grecia hasta donde tus raíces se alargan. Dicen que la santa se marchó de las


miradas de este mundo un veintiuno de enero, pero hace tanto tiempo que podría no ser verdad la ficción de esta leyenda. Al calor y a los pechos de tu madre, la que es el olor y soporte de tus días, vas pausada respirando. Tu crecer desde el otoño te enseñó los temporales de estas tierras y supiste de los vientos de levante y de poniente resguardada, hasta ir conociendo a Pocoyo y a Babar con las frutas y verduras que no gustan de los niños, brotando tu primer diente y el segundo y las paletas andadoras que tu padre, el de la mirada alerta, guardará algún día en un estuche cuando llegue el tiempo de otro salto. Poco a poco tu cuerpo se alarga y ya gateas en ese parque de muñecas y osos panda donde Ringo y Nina, tus perros de verdad, te acompañan. De brazo en brazo o, lo que es lo mismo, de abrazo en abrazo creces mirando al mundo, a los ojos del mundo. Y ahora, Inés, tienes un año y tu historia ya no es la misma. Dicen que la vida es un proceso con impulsos de pértiga, como un adelante… Si has sido un rostro y tanto abrazo, ahora eres piernas y manos y un arrastre al frente parece adueñarse de tus cosas. Quieres andar. Salir a otros mundos que son piernas de personas, esquinas de sillas y mesas, barrotes de farolas, brazos a tu altura que te atrapan y la alarma de una caída abre instintos nuevos en tu madre, la de su olor y su piel soporte de tus días, en tu padre, el de la mirada alerta, porque saben de tu ansia por sortear los espacios. Y estás en el aprender de los días, trabajo rudo para tu cuerpo aún frágil, aún rompible y delicado. ¿Cómo lo haces Inés si tienes el suelo tan cerca y los demás somos piernas?

II Un día perdí un tren y sentada en el escalón donde se sube a los trenes, junto a la vía, te escribo. No te asustes, estoy bien mirando pasar trenes de ida y vuelta. Cercada, Inés, de dar tanta carga a mis ojos como tú cuando aprendías de verduras, naranjas y plátanos frente a Babar, el elefante que quería ser humano. Y mi cuerpo detenido está plantado en un brocal sin raíces, solo la vía del tren parece tener savia. Te cuento que nunca miro a ninguna parte, sólo el sonar de un helicóptero me atrapa. Suspendida, pienso en ti que te atreves a caminar cerca del suelo, casi a tientas, aferrándote… y ¡pienso tanto en ti! y en tu porqué de avanzar sin freno de los brazos a los abrazos que te atrapan. Veo, Inés, que continúas braceando como si te hallaras en aquel trampolín de diez metros


de mi infancia, cuando allá arriba tuve miedo después de subir las escaleras y la plataforma solo tenía dos escapatorias: saltar al agua en la piscina o volver a bajar los escalones. Y el tiempo fue lento allí arriba y mi cuerpo vacilaba sin salida en el momento más abrupto de una vida. Al rato Inés, salté a la inmensa piscina orgullosa de una hazaña. Mucho después, un veinte de agosto nació mi hijo, el amigo de tu padre, el de la mirada alerta, y su llegada fue mi hazaña verdadera. El salto de rescatador de salvamento marítimo de mi hijo no ha sido lento allí arriba y su cuerpo no vacila sin salida en el momento más abrupto de una vida. Secuestrado por el mar un veintiuno de enero, el helicóptero impactó a un fondo negro y helado engendrando la sombra de su ausencia. Inés no te pongas triste porque tus ojos vean en mis ojos y ya lo sabes todo. Te escribo junto al brocal sin raíces en la vía del tren, por si me echaras una mano al sopesar la balanza porque tú aún sin hablar, descifras. Y no sé si atreverme a medir el tiempo en una báscula y acercarme a la abuela Romanera por si viniera a levantar el despojo de mi cuerpo anclado junto al paso de los trenes. Ayer fui a tu encuentro y tus piernas y tus brazos eran más firmes todavía… Un rumor de viento de levante se acercaba racheado mientras tú sorteando el impulso no te caes, y te abrazo sobre los viejos adoquines intramuros, de la mano del abuelo corremos hacia la tienda de fotografías para eternizar el instante. Hoy, vienes tú a encontrarme junto al brocal de la vía, donde se sube a los trenes. Se oye un helicóptero y tus ojos lo siguen, yo me agarro muy fuerte de tu mano por no mirar a la vía, entonces tú y yo jugamos a inventarnos una sombra que corre y salta y nos abraza. Allí, en extramuros.

III La voz de la terapeuta viene desde muy lejos desde el lugar donde la sombra se alarga. - Dime Inés, ¿en qué momento has temblado? - En el tiempo de los cumpleaños y el sonar del helicóptero, no, no, en la visión tan cerca de las piernas de los otros… - Inés, ¿y sonreído? - Bueno… con las profundas raíces de Inés y nuestro juego inventado a una sombra verdadera… - Todo va a ir bien… El próximo jueves a las 7 nos vemos. Aquí, en la consulta. NIEVES GARCÍA BENITO (Tarifa)


CARA A CARA Soy varón, 39 años, estatura media. Aunque claro, sentado eso resulta difícil de saber. Más metido en carnes que delgado. Bueno, rellenito (aunque no gordo). Pelo moreno cada vez más canoso, rostro también moreno. De momento parece que no ayuda mucho, pero ya había descartado a la mitad de los varones. Las gafas de pasta negra suelen ser la clave. Y los labios gruesos, que a saber si tengo algún antepasado negro. Seguramente. Ahí estaba, cuarta fila, uno, dos, tercer asiento. El juego se repetía cada mañana en el trayecto entre Edwards Park y mi casa en Woodlands Close. Por histerias de la seguridad, cada vagón del tren de cercanías iba equipado con una cámara de circuito cerrado y, sobre la puerta que separaba los vagones, un monitor de unas 20 pulgadas en el que se mostraba lo que captaba el objetivo. O sea, los pasajeros. De manera que amenizaba los 25 minutos del trayecto jugando al quién es quién, eliminando cabezas –que es lo que se veía sobre el borde de los asientos– apelando a la lógica de mis facciones hasta que descubría quién soy. Y no es que me reconociera: lo de descubrirme es literal. Padezco prosopagnosia, o sea, soy incapaz de reconocer una cara. Incluida la mía. Me la habían diagnosticado dos años atrás, a raíz del accidente de moto en el que (dicen) atropellé a una prostituta que buscaba clientes en un polígono industrial y (dicen) sobrevolé el asfalto hasta topar, testa por delante, contra el muro de una nave. Hay quien nace con el trastorno y hay quien, como yo, se tropieza con él. Wikipedia dice que el dos y medio por ciento de la población padece prosopagnosia, que no digo yo que no, pero nunca he conocido a nadie con este problema. Hasta Brad Pitt parece que lo sufre, que menuda guasa tener a la Jolie de pareja y no reconocerla. Tengo que aclarar que son solo las facciones del rostro humano lo que al parecer va a parar a un agujero negro en mi memoria, pero en cambio guardo perfecto recuerdo de todo lo demás: reconozco los objetos, la voz de cada cual, los movimientos que le son característicos. Sé perfectamente quién y cómo es cada persona, recuerdo sin lagunas los detalles de cada una, la relación que nos une. Hablando de lo último, la mía con Audrey, mi mujer, amenazaba también con convertirse en breve en un recuerdo. Si antes del accidente ya no era un camino de rosas –ella, yo y el aburrimiento hacíamos tres, que dicen que es multitud–, mi falta de explicaciones sobre qué hacía yo en aquel polígono de mala reputación, que juro por mis hijos que no tengo ni idea, acabó por enfangarlo. El camino, digo. Súmale a ello la desgarradora tensión de no reconocer a tu propia familia, de tener que deducir la identidad de cada uno de tus dos hijos por la estatura o la voz (en una ocasión me crucé con ellos en un centro comercial y ni siquiera volví el rostro, fue terrible cuando aquella noche me lo contaron). Y bueno, súmale también la baja laboral permanente, que uno se pregunta cómo se las apaña Brad Pitt. De ahí que cada mañana subiera al cercanías para huir al tranquilo parque periurbano en el que podía vagar a mis anchas –recocerme en mis pensamientos, diría un pesimista–, leer un libro en un banco, pedir un café en un quiosco sin apenas peligro de cruzarme con un conocido


y que éste me creyera el summum del desabrimiento. De ahí el jueguecito ferroviario del quién es quién al que antes aludí. Cuarta fila, tercer asiento. Inconfundible a pesar de mi ordinariez, esos labios gordezuelos no engañan. Solía alzar entonces la mano, reordenándome casual un mechón de pelo o ajustando las gafas a modo de confirmación. Solo que aquella vez no alcé la mano. En la pantalla, quiero decir. Parpadeé perplejo y repetí el gesto con la otra mano por si acaso. Nada. De pronto me puse en pie y caminé por el pasillo del vagón hacia la puerta delantera, pasando junto a mí mismo. Quiero decir que el yo de la pantalla –que obviamente no era yo sino una copia idéntica a escala 1:1– pasó por mi lado con aire distraído. Estábamos llegando a Dexter Avenue, mi parada, así que me levanté y le seguí aún confuso por el descubrimiento. Había sucedido antes, claro, que creyera verme en el monitor del vagón y luego resultara ser otro. Como ya dije, mis facciones no dan para mucho. No es que guardara en mi memoria una imagen de mí mismo con la que comparar al eventual desconocido, sino que tenía más bien una descripción pormenorizada, como la que daría un testigo muy fiable al dibujante de la policía. Y en aquella ocasión hubiera jurado que cualquiera que nos viera allí plantados junto a la puerta del cercanías nos tendría por gemelos. Un momento, ¿lo seríamos? ¿O parientes, al menos? En teoría mis otras facultades mentales no se habían visto dañadas –las lesiones en el giro fusiforme del cerebro es lo que tienen– pero quién me iba a decir a mí que alguna vez sería incapaz de reconocerme. Así que a saber si no estaba más dañado de lo que pensaba y aquel resultaba ser mi hermano. Por ejemplo, les pasa a los enfermos de Alzheimer, creo. Decidí seguirlo. Coincidía nuestra parada, como dije, y debía de hacerlo también nuestro recorrido callejero, porque mi sosias deambuló calle abajo, giró en la segunda esquina hacia Andrews Drive, cruzó el estacionamiento del Lidl y se encaminó resuelto hacia Woodlands Close. Mi calle. A distancia prudente, mantuve fijos mis ojos en su espalda pugnando por mantener la alarma dentro de un orden, esfuerzo que se fue al garete cuando vi que el individuo se detenía frente a mi puerta, extraía un llavero de un bolsillo y se inclinaba sobre la cerradura con absoluta tranquilidad. «¡Oiga!», fue todo lo que atiné a decir, posando mi mano en su brazo e invitándole a volverse. Aguanté su mirada unos segundos, dejando que me reconociera si tal era el caso. Lo he hecho otras veces. Pero en esta ocasión el hombre se sacudió mi mano y me miró sin asomo de reconocimiento. «¿Puedo ayudarle en algo?», replicó con gesto escamado. «¿Nos conocemos?», pregunté a mi vez. Última oportunidad. «No lo creo. ¿Por qué? ¿Qué pasa?» Dudé un momento. Incluso aunque fuera cierto que éramos desconocidos, (a) resultábamos tan similares físicamente que el tipo debía por fuerza de haberlo notado, y (b) aquella era mi casa, caramba. «Esta es mi casa» espeté, resumiendo el punto (b) de mis pensamientos. «¿Qué dice? ¡Aquí vivo yo!», fue su airada respuesta. Visiblemente nervioso, se apresuró a introducir la llave en la cerradura y a hacerla girar. Noté cómo la sangre me subía a la cabeza a borbotones y me lancé sobre él agarrándolo del brazo. Espantado, dio varios manotazos seguidos como ahuyentando moscas y se coló por la puerta entreabierta volviendo la cabeza con ojos de pánico. Dispuesto a matar o morir –suena trágico pero es literal– arremetí contra la puerta y la abrí llevándome por delante al individuo, que tropezó contra el arranque de unas escaleras y hubo de agarrarse al pasamanos para no venirse al suelo. El tipo gritaba como un cochino ante el matarife –poco heroica imagen de mí mismo, la que me brindaba– y pronto asomó una mujer por la puerta interior que nos separaba del salón. Llevaba el jersey arremangado y portaba un una revista en las manos. Repasé rápidamente: treinta y pocos años, de buen ver, cabello castaño


cortado a lo garçon, hermosos ojos marrones, una pequeña cicatriz junto a los labios finos. Ergo Audrey. «¿Qué pasa?» «¡Cielo!» «¡Vete de aquí, llama a la policía!» «¿Papá?» fue la traca simultánea de gritos histéricos. El cuarto correspondía a un niño de unos 8 o 9 años, delgado, con media melena oscura y cara de susto, que bajaba atropelladamente los escalones. «¡Oliver! ¡Audrey!», exclamé haciendo por interponerme entre ellos y el desconocido, cosa difícil pues estaba cada uno a un lado del susodicho. «¡Papá!», volvió a gritar el mayor de mis hijos… corriendo hacia el individuo y arrojándose en sus brazos con cara de pánico. Me quedé helado. Miré rápidamente a mi alrededor: aquella era mi casa, sin duda alguna. Mis zapatillas al pie de la escalera enmoquetada, las chaquetas colgadas del perchero que nos regaló mi cuñada, el tresillo de terciopelo beige que compramos en Derby, las sillas baratas de Ikea. Junto al televisor, la postal navideña que hizo Oliver en tercero de Primaria y la imagen de la excursión de pesca en Lake District, cinco años atrás, cuando Ash era aún un bebé. «Cariño…», balbuceé girándome hacia mi mujer. Ella retrocedió dos cortos pasitos, el rostro desencajado. La cicatriz era inconfundible, se la hizo la mañana en que su padre la enseñó a montar en bicicleta. Me lo había contado muchas veces. «Por favor, márchese. No tenemos dinero y no queremos líos», era Audrey quien hablaba con respiración contenida, alzando las manos con cuidada lentitud, sus ojos buscando indicios de armas en las mías. Aturdido, dejé que una corriente invisible me condujera manso hacia la puerta. El aire se había espesado como en una bola de cristal con nieve de corcho. Al pasar frente al espejo del recibidor me fijé en el rostro que me contemplaba desde el otro lado: un individuo en la cincuentena, demacrado, pálido y con profundos surcos en la piel. Cabello despeinado de color ceniza. Barba de una semana. Ojos azules desconcertados. RICARDO TEJEIRO (Liverpool)


UN PROYECTO DE FUTURO La clase había comenzado tal cual se había planificado desde el propio Vicerrectorado. Nuevas aulas se habían construido para que la docencia fuera lo más cómoda posible, dotadas por lo demás con toda la tecnología punta del momento: los pupitres disfrutaban de una pequeña placa holográfica, además de estar climatizados para que en cada sector se disfrutara de una temperatura al agrado de los usuarios; las paredes y techos de cristal favorecían la iluminación más eficaz para el seguimiento de las clases magistrales; incluso los asientos disponían del grado preciso de comodidad para que los alumnos los regularan a su antojo. La Universidad ya lo había dicho en innumerables ocasiones por vía de su Rector Magnífico: «Estamos haciendo lo indecible para que nuestros clientes disfruten de una docencia como jamás se ha planificado: un proyecto de futuro». El grupo que definía la oposición había criticado con dureza los métodos empleados, y sobre todo que se catalogara a los alumnos de clientes. «Esto no es ningún mercado», comentó por televisión el profesor Trouble, el último candidato a dirigir el equipo rectoral de la oposición en las pasadas elecciones. Aunque siempre hubo los que achacaron que dicho tipo, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras, siempre fue un retrógrado, enemigo de la evolución tecnológica, que se oponía a que el sistema avanzara sin complejos. Largos debates se establecieron para intentar apoyar o criticar las normas marcadas por los recién aprobados nuevos planes de estudio. Un colectivo de profesores se opuso en principio a determinadas directrices que obligaban a que, en un tiempo demasiado breve, se impartiera una base teórica insuficiente para unos alumnos probadamente mal preparados desde el bachillerato. Ese pequeño colectivo fue aumentando cada vez más en número, para oponerse al sistema, creándose un conflicto que afectó a las más íntimas estructuras del mismo. Hubo reacciones de todo tipo. Se amenazó incluso con bajar los sueldos a la manera en que ocurrió en el pasado, durante épocas de graves crisis económicas, pero no sirvió para nada; incluso muchos profesores no titulares fueron despedidos. Los más atrevidos y rebeldes recurrieron al poder de la pluma y, al igual que una espada, fue enarbolada con precisión para atacar con dureza al sistema. En principio, desde la prensa escrita; más tarde, vía los canales de televisión con mayor audiencia. Paralelamente, la información vertida por Internet y Macronet consiguieron que se multiplicara el efecto expansivo, convirtiéndose en el tema favorito de los estudiantes, que hacían comentarios, ora serios y constructivos, ora escatológicos y desvergonzados. Con todo, las ideas de los gobernantes eran bastante claras y ninguna fuerza u oposición se pondría en mitad del camino para torcer los renglones del proyecto. Aquella mañana, se daría uno de los pasos más importantes en la evolución de la docencia. Ya era hora, en el año 2020, de que los viejos encerados pasaran al olvido, así como los antiguos proyectores y ordenadores aparatosos. Hacía tiempo que la pantalla de plasma-beta había sustituido a esos románticos encerados azules o negros sobre los que la tiza trazaba dibujos, textos y ecuaciones. Método demasiado indecoroso para un presente tan sofisticado y tecnificado, a pesar de que un alumno bromeó al decir que la cisterna de su casa seguía haciendo el mismo infernal ruido que en la época de sus tatarabuelos. Así, con las nuevas pantallas de tono lechoso, y con la incorporación de unos minúsculos transmisores colocados en los dedos del conferenciante, al mover éste la mano de manera estudiada, en la pantalla aparecían los gráficos adecuados. Todo un alarde, ya que el profesor de turno podía incluso mover el brazo alejado de la pantalla, que se veía suspendida y transparente en el aire. Ahora, el aula experimental elegida para la nueva fórmula albergaba a un centenar de disciplinados y uniformados alumnos —todos vestidos de un blanco impoluto—, que atendían


con extrema atención las explicaciones que daba el profesor Hal, un anciano calvo, barrigudo y con una profusa y nívea barba. La estudiada expresión benevolente de su rostro y sus infinitas arrugas debían comunicar a los alum-nos una sensación de sabiduría. Con las placas holográficas encendidas, todos los alumnos podrían ver en breve y en tres dimensiones los esquemas gráficos expuestos. —Hoy realizaré unos trazados que explicarán la resolución del problema de la mesa de billar circular. — Sonrió como si fuera un Papa Noel al uso, aunque no estuvieran en Navidad—. Presten atención a la relación de simetría existente. Se movió como si tuviera veinte años, con absoluta energía. Su brazo derecho trazó en el aire una circunferencia de considerable tamaño. Después, tras pensar que la deseaba de mayor radio, distanció el dedo índice del pulgar lo más que pudo y la figura tomó la medida requerida. Cien pares de ojos atendían casi hipnotizados a los sabios trazados de aquel anciano, que se agitaba y desplazaba sobre el tibio suelo metálico como si fuera un atleta de éxito. —Perdone, profesor —expresó con suma educación un alumno de la primera fila—, pero no acabo de entender cómo elige la dirección de salida para que se produzca la colisión con la bola roja. —Estamos en el contexto de una simetría, querido alumno. —A eso iba. Sé trazar la bola simétrica sobre una mesa rectangular, pero al ser una circunferencia… —Es lo que pienso aclarar en un instante. Hal se volvió para mirar los dibujos contenidos en la lechosa pantalla. Con movimientos más enérgicos aún, prosiguió trazando esquemas geométricos sabios. Pero sucedió algo anómalo, extraño, inaudito. Mientras dibujaba otra circunferencia, el viejo profesor quedó rayado como un primitivo disco de vinilo y comenzó a hacer girar el brazo de manera continuada, sin parar. Así, en tan cómico empeño, estuvo durante más de cinco minutos, hasta que se detuvo de golpe y quedó con el brazo alzado y la mano abierta. En clara pose nazi, habría dicho el profesor Trouble de haber estado presente. Los alumnos quedaron enmudecidos, esperando que Hal se moviera, hiciera algo… pero no sucedió. El viejo profesor quedó como una estatua de mármol delante de todos ellos. La puerta principal de acceso al aula se abrió con un chasquido y entraron dos ingenieros de mantenimiento, uno rubio y otro moreno, ataviados con sus batas blancas. Ambos miraron a los alumnos y después al profesor estatua. Entre ambos lo agarraron y lo sacaron con cuidado al exterior. Se le notaba una rigidez total. —Me temía que podría pasar algo parecido— expresó el moreno. —Sí, es un modelo experimental, y creo que el Departamento de Robótica tendrá que decir


algo al respecto. No es bueno comenzar con mal pie. Los alumnos, que habían oído la conversación, quedaron estupefactos. Un cuchicheo generalizado se impuso en la sala, hasta que el murmullo dio paso al fabuloso ruido que se genera cuando un colectivo habla a viva voz. Razón por la que los dos técnicos apoyaron al androide en la pared del pasillo exterior y entraron en el aula. —Silencio, señores —dijo el rubio—. No está bien que armen este escándalo por el mero hecho de que el profesor Hal se haya sentido indispuesto. —¿Indispuesto? —cuestionó con sorna una chica de la segunda fila, cuyos ojos eran la viva estampa del asombro infinito—. ¡El profesor Hal es un maldito robot! —¡Un maldito robot! —gritaron varios, creando un efecto parecido al de los cántaros de Jericó, por lo que contagiaron al resto. Los dos ingenieros se miraron y, tras una señal de complicidad por parte de ambos, el rubio sacó una especie de pequeña placa de cristal en la que brillaban algunas luces móviles. Palpó varias de ellas y, de repente, todos los alumnos quedaron sentados, enmudecidos, inmóviles. —Bueno, bueno… —comentó el ingeniero moreno con cierto amago de cansancio en la voz—, creo que el Departamento de Robótica tendrá que revisar también todos estos modelos. —Pues redacta el informe con dureza, que como esto llegue a oídos del Rector, me temo que rodarán cabezas… y no quiero que sean las nuestras. —Bueno, hombre, ten en cuenta que la Universidad siempre ha trabajado a largo plazo. Además, no olvides que esto es un proyecto… Un proyecto de futuro. ÁNGEL GÓMEZ RIVERO (Algeciras)


DE COMÚN ACUERDO Los primeros atraídos por ver la casa y conocer el precio se presentaron dos días después de anunciar su venta en la prensa especializada y a través de la red. Se trataba de una pareja de unos treinta y pocos años, que había decidido dejar las zonas céntricas de la ciudad, sus bullas y ruidos para disfrutar de la tranquilidad y la paz que prometía una construcción individual en una zona periférica bien comunicada, bien abastecida, tranquila, equidistante tanto de la ciudad como del primer pueblecillo que coquetea con la vega y la montaña; el sitio podía considerarse sencillamente privilegiado. Vieron el jardín que rodeaba el edificio, el pequeño huerto, la barbacoa junto a la piscina, se maravillaron con la mesa de piedra y con el pequeño y precioso quiosco que abastecía de agua y refrescos, in situ, junto a la palmera, cuando comían al aire libre. Pasaron al interior. El salón comedor con el gran cierre de madera hacia la puesta del sol, la cocina, el baño. ¡Es preciosa! – comentaban con ilusión los dos interesados. Continuaron con los dormitorios, la sala de lectura… Juan, –decía la joven- si retiramos este tabique podríamos ampliar el dormitorio y dejar el cuarto más pequeño para que los niños jueguen y vean la televisión. Examinaron las piezas de la planta superior, así como la amplia terraza, mientras hablaban de las posibles transformaciones que se podrían realizar. Eloísa miraba con preocupación a Roberto, previniéndole sobre la intención de los posibles nuevos dueños de mover tabiques y modificar espacios que ellos habían considerado siempre, no sólo adecuados, sino perfectos. El precio de venta rectificó la expresión alegre y viva de los rostros de los compradores, que agradecieron la atención y el trato, y prometieron dar una respuesta en horas veinticuatro. No lo hicieron. Eloísa y Roberto llevaban casados veinte años. Su matrimonio había sido no ya normal, sino tal vez modélico. Habían compartido gustos, aficiones, ideología… todo desde el primer día y quizás por el hecho de que nunca tuvieron hijos, su dedicación del uno para con el otro había sido aún más intensa. Viajaban con frecuencia, asistían a cuantos actos culturales les apetecía: conciertos, conferencias, cine… El trabajo de ambos, las clases en la Universidad a él y la pintura a ella, les permitía llevar una vida desahogada, de manera que podían acceder a determinados “lujos” con una frecuencia utópica para otro tipo de economía. Muy pronto resolvieron comprar una casita unifamiliar, con jardín, piscina y unas buenas vistas, que fueron reformando y amueblando hasta quedar perfecta al estilo y necesidades de los dos. No obstante, a partir de los últimos cinco años algo extraño, tal vez rutina, comenzó a instalarse lenta pero implacablemente en sus relaciones. Los tiempos donde la ilusión era el motor de la vida en común se habían disuelto como una gota de tinta en el mar. Viajar con motivo de una exposición de la pintura de Eloísa no generaba ya el anhelo que habría suscitado sólo unos años atrás. Igualmente, tampoco una conferencia de Roberto en cualquier punto de Europa. A menudo, determinados compromisos obstaculizaban ahora el desplazamiento de la pareja. El alejamiento planeaba sobre sus vidas; se palpaba la necesidad de una ruptura. La incomunicación fue brotando paulatinamente, la frialdad haciéndose patente así como una ventana mal cerrada deja pasar poco a poco al gélido vaho invernal. Eran conscientes de ello, pero ni siquiera el diálogo era capaz de poner remedio a la situación. Ahora eran dos educados desconocidos que compartían una preciosa casa y en ella no siempre la misma habitación. Finalmente se planteó y se decidió una separación “civilizada”, sin odio, sin rencor, recordando cuánto habían compartido juntos y cuan dichosos habían sido en otro momento: todo se haría de común acuerdo. Y de común acuerdo se dispuso que aquella casa que había sido tan importante para ellos, donde tanto tiempo fueron ciertamente felices, aquella casa no podía pasar a manos de unos “desaprensivos” que pretendieran arrasar el huerto, destruir el quiosco… ni siquiera se


sentirían bien pensando en que las flores del jardín pudieran ser de otro color. Un afamado grupo de rock estuvo visitando la residencia y proponiendo abrir aquí, cerrar allí, mover esto, insonorizar aquello. De ninguna manera se quedarían con ella y el precio era el arma más adecuada para disuadir al comprador inapropiado. También se interesó una pareja de edad provecta, pensando en la satisfacción de sus nietos correteando por allí, dando pelotazos por allá, bañándose en la piscina… En esta ocasión la dificultad la plantearon las escaleras. -Demasiados peldaños para niños pequeños y también para nosotros dentro de poco -decía riendo francamente el abuelo. Dos meses llevaba la casa en venta cuando se presentó un señor de unos cuarenta y cinco años, alto, delgado, elegantemente vestido… -Buenas tardes. Me llamo César Simón. Vengo por lo del anuncio de la casa. -En este momento mi esposa no está –respondió Roberto- pero no creo que tarde. Nos gusta enseñarla juntos, así que si no le importa, ¿podría usted venir dentro de una hora? Le aseguro que entonces la puesta de sol es impresionante desde el salón. -De acuerdo, volveré más tarde –concluyó el nuevo interesado. Así fue. Algo más tarde de la hora apalabrada, ya Eloísa en casa, regresó el tal César, que vio con disposición planta por planta, habitación por habitación, reparando en múltiples pormenores y preguntando con abundancia. -Soy arquitecto –respondió a la pregunta de Roberto. Se nota el buen gusto de ustedes a la hora de cuidar detalles. Creo que no habría que tocar nada. Todo está como realmente necesito. El estudio es lo más delicado y podría adaptarse a cualquiera de las estancias más luminosas, sin ningún problema. Bien –concluyó-, hablemos del precio. Roberto y Eloísa se miraron. Parecía la persona idónea para habitar la casa. -Tomemos un café y hablamos –propuso Eloísa. -Me parece bien, pero no quiero importunar –añadió César. Poco más tarde, éste se despedía prometiendo que, si le permitían cuatro días para ciertas gestiones, en ese plazo daría una respuesta. César cumplió su palabra, asumía el precio negociado y se quedaba con la vivienda. Ya podían iniciarse los trámites de compra-venta, que culminaron en la sala toda revestida de maderas nobles de una notaría de la ciudad. Entregas de llaves, apretones de manos y despedidas. Jornadas después, a media mañana de un luminoso día de mayo, Roberto y Eloísa se despedían con la fría cordialidad de dos desconocidos, deseándose suerte el uno al otro y prometiendo llamarse ante una necesidad. No ocurriría así, desde luego. Esa misma tarde, tras el cierre de madera del salón de la casa recién vendida, ante una impresionante puesta de sol, César y Eloísa se abrazaban y besaban con la pasión de dos jóvenes que descubren por vez primera el amor. A lo lejos, un avión se perdía, rojizo, tras las nubecillas más altas. ZÓSIMO SANTOS. En Granada, esperando el otoño de 2014


CAMPEROS EN LA MAR

Eran las once de la mañana cuando en un símil taurino, hicimos el paseillo por el pantalán del puerto deportivo de El Saladillo en Algeciras, Antonio Alba, Antonio Serrano paz, Mary y yo. Pertrechados con las viandas tradicionales para una gira, seguíamos a Bernardo Collado, propietario y anfitrión, que había tenido la gentileza de invitarnos a disfrutar de un paseo en el barco que posee atado cual sumiso alazán en aquel lugar, formando parte de una numerosa «cuadra», que esperaban contoneándose el momento de ser montados. Los había de todas las razas y pelos, pero no se si porque era el nuestro, me pareció el más gallardo, el más brioso, y con otra alegría. Más adelante descubrí también lo bien domado que estaba, respondiendo a las ordenes del jinete, marcando diferentes pasos: ahora al trote, ahora al galope, y cuando más le espoleaba lanzaba un relincho, levantaba los cuartos delanteros y parecía que volaba. Las crines al viento traían gotas que salpicaban mi cara. Entre todos los enjaezamos, y a bordo de su blanca grupa enfilamos la bocana camino de los azules campos de la bahía. Por allí, grandes anclas mantenían trabados a enormes y tristes cargueros que esperaban insolentes que le aliviaran del peso o cargaran sobre sus anchos y extensos lomos toda clase de mercancías. Nuestro barco, azuzado y bajo las riendas de Bernardo, bailaba alrededor de aquellas moles con una increíble gracia salinera, mientras los volantes de aquel traje azul se movían al compás debajo de él. Embrujados, observábamos perplejos aquellos mágicos vestigios que duermen en el ribete de encaje que forma este litoral. Una ballenera, un asentamiento militar, una pequeña isla, y a la


derecha como vigilante pretoriano, el faro de Punta Carnero con nuestro amigo Antonio fotografiando la escena. Entre cabriolas volvimos grupa al hilo del viento buscando un remanso donde apaciguar tanta emoción. Como a cualquier animal, al barco se le notaba más alegre si cabe, sabiendo que caminaba «sobre querencia» camino de casa. Bernardo, cual experto timonel, manejaba aquellas riendas circulares con toda precisión. Mary, como siempre, mi ángel de la guarda, mi otro yo, sentada en la borda, me vigilaba mientras el velo de espuma de la novia del sol se extendía detrás de ella. Una vez en la bahía, frente a Getares, fondeamos dispuestos a celebrar aquella aventura como solemos hacerlo la gente de este pueblo: con una copa de vino. O dos, o tres….o las que hagan falta. Suavemente mecidos degustamos las viandas que Antonio Serrano había preparado con tanto cariño que, inconscientemente mostramos nuestro agradecimiento luciendo unas barbas brillantes por el aceite de aquellos pimientos fritos que le dijeron «quítate pa ya» a cualquier otro manjar, incluido el de los dioses. Allí, entre dos aguas, sonó la guitarra de Paco de Lucía como nunca lo hizo, y hasta Manuel de Falla se sumó al concierto inventando un nuevo pentagrama acorde con la ocasión. Bernardo Collado, Don Bernardo, no podía tener otro doctorado que el relacionado con el arte, componía la figura en el centro de aquel místico ruedo con su típica pose. Piernas entreabiertas, recto, pecho desafiante, sin miedo, cabeza alta, mirada al infinito traspasando esas gafas llenas de buen ver, y exclamando como único proverbio y con el corazón henchido: «¡ Qué bien se está cuando se está bien !». Entre sus manos la copa de vino era la muleta de Rafael de Paula, el brujo de Jerez, que en el ruedo de la Maestranza brindaba la mejor faena a este público rendido. El amigo Antonio Alba quiso vacunarse contra el mareo, pero olvidó las pastillas del embrujo, y cuando el estómago se consoló, entró en un letargo que le hacía suspirar. Alrededor, unas gaviotas como perros cortijeros, esperaban expectantes nuestras migajas entre ladridos. Pasado un tiempo, ya ahítos de tanto placer, decidimos regresar. Lentamente, entonando casi un «pobre de mí», volvimos al punto de partida. Al llegar acariciamos el cuerpo de aquel mítico alazán que, junto a su amo, nos hicieron beber de un solo trago todo el embrujo de la mar un veintinueve de julio de dos mil ocho. Mensaje: Amigo Bernardo: Yo soy un auténtico negado para la pintura, arte de la que es usted un maestro. Con mis torpes palabras he querido «pintarle» el cuadro que quedó impreso en mi interior tras la maravillosa aventura que nos hizo vivir este día. Un auténtico abrazo. SEBASTIÁN ÁLVAREZ CABEZA (Facinas)


LA APUESTA Era tarde, y en la sala de juego escasamente iluminada no quedaba nadie más. La partida llevaba un buen rato comenzada. 6 eran los hombres. Casados, solteros, viudos, separados. Una variada terna en un lejano rincón de una ciudad cercana pujando por lograr un triunfo que les condujera a la cima del placer. A unos metros, Noah mataba el tiempo dándole conversación a su pareja con quien guardaba complicidad absoluta. Es más, parecía como si él estuviera disfrutando aún más que ella. Y cierto era que ella no tenía ni pudor, ni rubor por descubrirse como realmente era. Una fiera hambrienta de pasión y de sexo. Sexo violento y dulce que haría temblar las mentes más liberales. Alzó una pierna por encima de la mesa de juego, y dejó su desnudo pie sobre el tapete verde, apoyada la corva en el posabrazos tapizado de polipiel bermellón. Con la punta de los dedos acarició los brazos de Daniel que no dejaba de mirarla a los ojos, mientras ella se humedecía su labio superior con la lengua muy lentamente y repitiendo el gesto para que no quedase lugar a dudas de sus perversas intenciones. Él miró las entelarañadas vigas de madera del alto techo y dejó escapar un alargado hilo de humo de su boca.

Ella dejó caer todo su peso en los posabrazos de la vieja silla y manteniendo durante una leve fracción de tiempo su cuerpo suspendido, alcanzó con su mano izquierda, que deslizó por debajo de los pliegues de su vestido, las pequeñas bragas de color morado que no se había cambiado desde ayer. Tiró de ellas y de nuevo se dejó caer sobre la silla. Retiró por un instante la pierna de la mesa. Echó su cuerpo hacia delante y terminó de deshacerse de las bragas que dejó sueltas en una de sus piernas que volvió a apoyar en el tapete verde, ahora colgándole la íntima prenda a modo de bandera. Daniel separó sus manos, apuró la última calada del cigarrillo que apagó en uno de los ceniceros incrustados en cada esquina de la mesa. Tomó el pie de Noah con


extrema candidez con ambas manos y acercó la boca hacia él. Besó sus dedos y recorrió con un beso hecho un susurro toda la piel hasta llegar a las braguitas que agarró con los dientes. Deshizo el trayecto llevando hacia atrás la cabeza y se quedó frente a ella con una extraña expresión. Como si se tratara de un perro de caza con su captura en la boca. Ella le sonrió, se acercó más a él y le quitó la prenda. Daniel mantuvo un momento sus ojos en los de ella y se dejó caer de golpe sobre el respaldo. Noah estiró con fuerzas sus piernas hacia el frío mármol, lo que provocó que su silla se alejara de la mesa lanzando un desagradable chirrido que erizó los pelos de la nuca de Daniel. Los hombres se mostraron ajenos al ruido. Se encontraban ensimismados en la partida. No vieron cómo Noah se dirigía a ellos con un precioso contoneo y marcando las curvas a través de su ceñido traje blanco estampado en verde. No la vieron, ni la sintieron cuando la mujer tiró sus bragas sobre la alfombrilla verde, en la que descansaban algunos naipes y piedras de colores. Cuando se dieron cuenta la imponente mujer se alejaba de ellos hacia la puerta de salida. La luz que entraba del exterior acentuaba aún más el contorno de aquel pedazo de mujer. Daniel se llevó la mano a su bolsillo y sacó un par de billetes que dejó sobre la mesa. -Tómense algo caballeros. Paga ella.- Dijo el hombre, mientras se daba la vuelta y buscaba el oloroso rastro de Noah. Los hombres quedaron estupefactos. En la mesa, una escalera de color quedó inservible encima del fondo verde sobre el que destacaba el morado de las bragas de la muchacha. El más viejo de ellos las cogió y llevándolas a su rostro realizó una profunda inspiración que le hizo poner los ojos en blanco para al momento soltar todo el aire en forma de suspiro y apretar contra su pecho las braguitas. SHUS TERÁN REYES (Tarifa)

LA NIEBLA La niebla emborrona las sombras hasta desdibujar sus contornos, creando fantasmas ahí donde los cuerpos se mueven, laxos, indolentes, con esa indolencia de ultratumba que destila la tarde. Con ella parecen elevarse desde el seno de la tierra empapada, fragancias diversas, sólidas, rotundas como la pena. Olor a yerba, a orines, a lombriz, a cobre y a plomo, el mismo metal gris y volátil que preña las nubes sobre las cabezas de quienes caminan y cuyas siluetas se van diluyendo en la nada mientras se alejan. Si dos figuras acaso se encuentran, sorprendidas por la semi ceguera que provoca la niebla, los ojos buscarán raudos el refugio fácil de las aceras, mientras los labios se crispan cerrando a cal y canto, como un sepulcro, la boca de sus corazones. Luego, con suma torpeza, cada cual retomará su errático rumbo, mascullando miedos, masticando asco y horrores. Se ha instalado la noche sobre las calles y la niebla se aleja como lo hacen las bestias volviendo al redil: lentas e indiferentes; se diría que renquean. Mecidos por la ahora afilada luz de las farolas, los mudos fantasmas vuelven a materializarse y ya se avizoran sonrisas, miradas ansiosas, calladas promesas. En los corazones, jirones de niebla, no obstante. La ilusión fue fugaz y efímera. Pasos apresurados; entre los dedos tensos, crispados, tintinean las llaves con suspiros de acero; puertas cerrándose. Llevan la niebla dentro pero no lo saben. Se hace tarde. El mundo entero es ya sólo sombra. PEDRO ROLDÁN (Niebla)


A mi querida suegra, Antonia

« RÍO DE LAS MUJERES», VOZ ÁRABE (WADÍ-N-NISÁ) Tu corazón firmemente tallado de fina madera, dejó de latir para generosamente ceder su paso a otras vidas que casi paralelamente llegaron con tu muerte... Tus aladas manos volaron lejos, habiendo inundado la vida de un amor incondicional, un amor sin fronteras, pleno y silencioso. Mujer elegante que miras sabiendo mirar, que tocas sabiendo tocar, que amas sabiendo amar; mujer que caminas sin hacer ruido pero dejas huella... La naturaleza fue generosa con la tierra que te vio nacer, y tú, plenamente consciente de ello, la cogiste de la mano y la hiciste tu amiga. Y como los grandes amigos se conocen en profundidad, aprendiste a conocer los nombres de los árboles, plantas y flores. Aprendiste a sembrar y utilizar sus frutos, a respetar las cosechas, la lluvia, los tiempos de maduración... Mujer antigua, de buenas costumbres, humilde y buena. Guadalmesí te vio nacer y te regaló como herencia el enorme conocimiento que sólo las mujeres de campo tenéis, la sabia intuición que te permitía saber sin preguntar, la templanza para aceptar. Aroma a café, a membrillos en compota, a hierbaluisa fresca, a chimenea y cariño. Cuánta paz y amor en tu mirada, cuánto sosiego en tus andares y limpieza en tu alma. Arroz con leche, moniatos, puchero. Mujer tarifeña, amante de lo suyo, de lo nuestro. Mujer de gran arraigo a la tierra, a las raices que inevitablemente pisamos. No habrá un sólo día que no hable de ti a tu amada nieta, un sólo día en el que no te recuerde... Descansa tan bien como mereces, rodeada de todo el amor que has dado en esta vida, y sigue brillando como hasta ahora, quizá más lejos... quizá más cerca. CARMEN MONTOYA GUTIÉRREZ (Algeciras)


TALLER LITERARIO MIRILLA Tal vez todo fuese a causa del aburrimiento. El caso es que se pegó un susto de muerte cuando, al levantar la tapa de la mirilla de la puerta para posar el ojo sobre ella y curiosear un poco, descubrió frente al suyo, otro ojo que lo observaba. Una sacudida eléctrica recorrió todo su cuerpo, poniéndose a temblar descontroladamente, lo cual no le impidió correr a refugiarse adentro del dormitorio, encerrándose con pestillo. Hace más de una semana que no sale de casa y ello se está convirtiendo en un problema ya que los víveres le empiezan a escasear dentro de la nevera. Ha intentado varias veces llamar a la policía pero cada vez que toma el teléfono cree oír voces amenazantes deslizándose por debajo de la puerta. Desde el último intento fallido ha empezado a rezar en sollozantes susurros. Cae la tarde y afuera se prepara una buena tormenta. El súbito destello de un temprano relámpago sin trueno le ha hecho decidirse: cuando empiece a oscurecer, cogerá un cuchillo de cocina, el más grande de todos, y empezará a abrir la puerta, despacio, con mucho cuidado… PEDRO ROLDÁN (Algeciras)

Fue entonces cuando se acordó de ella, mientras esperaba que la tarde cayera... El sonido de la lluvia, el ambiente húmedo, la oscuridad que provocaban las nubes, las calles mojadas, el color gris que las decoraba, ese olor inconfundible a invierno... Un conjunto de elementos que lo hizo desplazarse por un momento, como si de una máquina del tiempo se tratara, a ese minuto 0 en el que la conoció. Hasta entonces, su vida no había sido mas que eso, un miedo continuo, una inseguridad desbordante, un pánico terrible a lo nuevo, a los comienzos y a los finales. Todo cambió con su viaje a Londres. Obligado por su trabajo, viajó hasta la capital inglesa. Si de él hubiese dependido, jamás se hubiera desplazado hasta tan lejos, solo y sin conocer el idioma. Eso era algo impensable para él. Mel, como él la llamaba, apareció en su vida como si de un ángel se tratara, acabando con sus miedos, llenándolo de energía, proponiéndole nuevos caminos y mostrándole diferentes perspectivas.


Con ella volvió a nacer, enterró sus temores. Era capaz de controlar el pánico y de buscar alternativas. Pero un buen día, al despertar... BELÉN MOLINA ESPAÑA (Tarifa) Los temores volvieron. Fue sin aviso previo, o tal vez lo hubo pero no se percató. El miedo terminó de apoderarse de él cuando, algunos días después, encontró aquella nota abandonada en la cocina, tan abandonada como se quedó nuevamente. Todo ha sido ansiedad, tristeza y angustia desde aquel día aciago pero, sobre todo, ha tenido un miedo constante. Un miedo irracional a la soledad. Se siente en permanente peligro, como si alguien le vigilara. El único lugar seguro es su casa y, aún ésta, a veces se convierte en una extraña amenaza. Oye ruidos que antes no escuchaba, encuentra sus cosas en lugares en los que no las había dejado... Es como si una mano invisible vigilara todos sus movimientos y estuviera disfrutando al mofarse de sus miedos. Como si hubieran estado allí cuando se va o se escondieran mientras está dentro. En algún momento se ha dejado llevar por el pánico y se ha encerrado en el dormitorio para poder escapar por la ventana de la buhardilla. Después no se ha atrevido a salir porque ve la calle aún más amenazante. ¿Quien le persigue? ¿Por qué? No le interesa. Solamente quiere escapar. Tal vez otra ciudad, otro país... ¿Le ayudaría el anonimato? Pero es cobarde. Ha pensado ir a la policía o recurrir a la familia (ya no le quedan amigos), pero se detiene ante la seguridad de que van a tomarle por chiflado. No es raro con sus antecedentes... ADELA MUÑOZ ESCOBAR (Tarifa) “Mi vida: una existencia kafkiana, con episodios dantescos”. Éste era el tipo de queja en el que se refugiaba y que, como a cualquier cobarde sin remisión, le servía de abrigo y de confort. Sin embargo, ¿qué pensaría Mel de su recaída? Le diría que él es algo más que un ser con élitros que esconden unas alas con las que podría volar y alejarse de sí; que de la mano de Virgilio no sólo se contemplan los espantos del infierno, también se atraviesa el purgatorio para terminar en el paraíso. Así es: todos sus pensamientos y planes, sus miedos y sus complejos, se bloquean y terminan trabados sin movimiento cuando se le aparece la imagen de Mel, un palo en la rueda de su ansiedad. Si es ella quien de verdad le conoce y le conduce, entonces la suya será la única mano que pueda sacarle de la cárcel de su casa apartando horrores y fantasmas. Tranquilizado, buscó lápiz, papel y sobre para escribir y enviarle una carta de socorro: el relato de su situación y sus sentimientos en estos últimos días debería ser la mejor invocación pidiendo su inspiración. Anotó las señas de Mel con la mejor caligrafía que consiguió gracias a una escritura lenta que sosegó sus nervios, especificando, por medio de una floritura final y tras el complicado juego de letras que formaba el código postal de una calle al sureste de la Estación Victoria, el nombre de aquella ciudad tan recordada y anhelada, Londres, London, Londinium. Escrita la carta, con la descripción de sus temores y pesares, desde el susto de la mirilla y la nota en la cocina que no se atrevió a leer hasta su inútil deseo de huida, la guardó en el sobre engomando rápido las solapas -no se podía ya permitir ceder al arrepentimiento y reescribirla o destruirla- y sólo entonces escribió su remite, preguntando a la ausente Mel mientras lo hacía: -¿Te sabrás ya mis señas? Ya te estoy viendo avanzar por mi calle, pararte frente a mi portal y pulsar en el interfono el botón de mi casa, de nuestro hogar, el del

JAVIER ANTÓN RUIZ (Tarifa)


FOTOGRAFÍA

Antonio Meléndez


José Francisco Jiménez Burgos


CĂ“MIC

Fernando Rojas



LITERATURA ORAL EPISODIOS TRUCULENTOS EN LA TRADICIÓN ORAL INFANTIL DE TARIFA Nuestra lírica tradicional y nuestro romancero están llenos de episodios truculentos como asesinatos, incestos, maltratos y todo tipo de vejaciones que sin darle la más mínima importancia, los niños han ido cantando en sus juegos infantiles. Es muy curioso cómo nuestra generación y generaciones anteriores han crecido con estas letras que hoy en día son consideradas políticamente incorrectas, pero que en nuestra tradición oral han pervivido como muestra de una sociedad ancestral que reflejaba en las canciones que acompañaban ciertos juegos infantiles, los aspectos más sórdidos de épocas pasadas. He aquí una pequeña muestra de ellas:

Ayer en el cuartel se me cayó un botón y vino el coronel a pegarme un bofetón . ¡Qué bofetón me dio el cacho de animal que estuve quince días sin poderme menear! Las niñas bonitas no van al cuartel porque los soldados le pisan el pie: -Soldado valiente, no me pise usted que soy pequeñita y me puedo caer. -Si eres pequeñita y te puedes caer , cómprate un vestido de color café. Salga usted.

El verdugo Sancho Panza ha matado a su mujer porque no tenía dinero para irse, para irse al café. En el café había una casa y en la casa una pared, en la pared había una vía, vía, vía, por la vía, por la vía pasa el tren. ¡Pi , pí!

Antonio Pitoño mató a su mujer, la hizo pedazos, la puso a cocer. To el que pasaba morcilla compraba, yo que pasé, morcilla compré.

Con la paleta su madre le daba, con la paleta y no respiraba con la paleta su madre le daba y le dio un paletazo que la mató.


EN LAS MONTAÑAS DE ASTURIAS En las montañas de Asturias una niña vi de catorce a quince años , regaba su jardín. Pasó un caballero, le pidió una flor, la niña le contesta: -que no, que no, que no. -Quédate con Dios, asturiana, me la tienes que pagar, por la cuestión de una flor te tengo que matar. La cogió por el brazo, la zamarreó, le dio tres puñaladas en el corazón. Todos llegan a su entierro y todos le llevan flores y en el pecho lleva una de siete colores y en sus manos lleva un ramo de jazmines con un letrero que dice «Me han matado en los jardines» y en los pies llevaba un ramito de azahar con un letrero que dice «Me ha matado un criminal».

AGUSTINITA Y REDONDO Estando la Agustinita con su Redondo en la puerta, llegó su padre, el cruel, la trata de sinvergüenza: -Padre, yo me estoy muriendo, madre, yo me voy a morir, mandarme a llamar a Redondo que se despida de mí. -Así te mueras mil veces, por mis umbrales no entra que cada vez que lo veo, la sangre se me atormenta. ¡Ay qué padre tan cruel y qué familia tan baja que antes de morir la hija, mandaron a hacer la caja! La caja era de cristal y los filos de madera que se la hizo Runiano pa que Redondo la viera. Ya se murió Agustinita, la de los ojitos negros, la que le quitó a Redondo muchos ratitos de sueño. Ya se murió Agustinita, ya la llevan a enterrar, la caja iba delante, Redondo iba detrás y el criminal de su padre fumando un cigarro va.

CARMEN TIZÓN BERNABÉ (Tarifa)


MANOLO GARCIA (SALADAVICIOSA) agosto 2009 Esa niña que ha cantado me ha parecido un clavel por lo bien que lo ha cantado quiero que cante otra vez Eres la nata del agua espuma que lleva el río eres la mujer más buena que mis ojos han conocio. Soy de Vélez, soy de Vélez y de Vélez soy veleño y para servirle a ustedes de Tarifa, tarifeño

JUAN ATANASIO MOYA, (LA AHUMADA) mayo 2014 Una vez que te quisí tu mare no me quisio todo se le fue en vení hasta que descomponio el quere que te poni

Murallas quieren ponerme para que yo no te vea por la muralla más alta tengo que hacer una verea

Yo soy feo y bien lo sé y no gasto garabatos pero tengo un no sé que que a mi morena la mato con la puntita del pie.

PEPA ROMERA (BETIS) 30-01-2006

Dime niña de quien eres Que te quiero conocer Y si no tienes amante Yo te vengo a pretender.

Un lucerito se ha muerto y la luna llora, llora y las estrellas del cielo de luto se visten todas.

La niña que está bailando Parece un terrón de azúcar Y el bailaor que la baila Hasta los dedos se chupa.

Las estrellitas del cielo las cuento y no están cavales falta la tuya y la mía que son las dos principales.

Tienes labios de divina mejillas de leche y suero tienes los cabellos rubios como el macho del cencerro

En un castillo me vi donde sol y luna estaban acordándome de ti las penas se me olvidaban.

Recogidos por: MERCEDES MONTANO (Tarifa)

Cuando sales a bailar con tanto garbo y salero una campana de plata deja pintar en el suelo


PEQUEÑOS CREADORES SEBASTIÁN Este año a Encarni le ha tocado ir a clases de verano en el colegio Virgen del Sol. No eran muchos en la clase, solamente seis. La profesora explicaba en la pizarra los diptongos, cuando Encarni fue a coger su libreta; entonces se dio cuenta de que en su mochila no había libros; al sacar la mano, la miró atentamente y vio que la tenía manchada de rojo, su grito fue excesivo. Todos sus compañeros fueron a su mesa para saber qué le ocurría, en esos momentos, la profesora salió de la clase y algo o alguien entró en la clase y escribió en la pizarra. Cuando Encarni y sus compañeros miraron, se aterrorizaron, puesto que en ella ponía: «SEBASTIÁN ESTÁ AQUÍ». Tres segundos más tarde, en toda las mesas de los alumnos había una nota, que decía: «El día uno de julio a las catorce treinta, tendréis que estar todos en el cuarto de aseo». Al salir de clase, Encarni fue a casa de su abuela, ella sabía muchas cosas sobre espíritus y fantasmas. Llamó tres veces a la puerta y su abuela le abrió con una sonrisa que le iluminaba toda la cara, aunque a Encarni, le daba miedo contarle lo ocurrido, se lo dijo. La sonrisa de su abuela cambió por completo. Ella conocía a Sebastián. Le contó que Sebastián, también iba a clases de verano al colegio, y un uno de julio fue al cuarto de baño y minutos más tarde lo encontraron sin vida, nunca se encontró al culpable, pero según la leyenda, todos los años ese día, Sebastián aparecía. Pasaron los días, y ese día, llegó. Como decía la nota, a esa hora entraron en el cuarto de aseo. La puerta se cerró de golpe y sonaban voces de auxilio. Encarni no pudo aguantar el miedo y salió corriendo; segundos más tarde sus compañeros también. Tenían que saber lo que quería el fantasma, así que prepararon una güija en casa de Encarni. Aquella misma tarde, antes de que sus amigos llegaran, en su mochila se escuchaban ruidos; pero por mucho miedo que Encarni tuviera, había que afrontarlos y fue a mirar, y en ella descubrió, una cinta de voz; eran los mismos sonidos que los que se escucharon el cuarto de aseo; y había un nombre escrito en la cinta «Rubén». Ella tenía un amigo que se llamaba así, él se la había jugado y ella no pensaba quedarse con las manos quietas. Así que pensó en darle un buen susto. De repente se escucharon golpes en la puerta, eran sus amigos, que venían para hacer la güija. Al comenzar, apagaron las luces y preguntaron: ¿Es verdad que hay un espíritu entre nosotros? Las cortinas se movieron, una brisa de aire entró por la ventana. Si es un sí tendrás que dar dos golpes, si es no, darás uno. Sonaron dos golpes. -¿Has venido por alguien? -Dos golpes se volvieron a escuchar. -¿A por quién? Un cuadro se cayó al suelo, era una foto de Rubén, al verlo éste comenzó a llorar, y las luces rápidamente se encendieron. Encarni, les contó que se había enterado de su broma y que ésa fue su venganza. Los dos prometieron no gastar ninguna broma más de ese tipo.

JOSÉ MANUEL GUERRERO GALINDO. 10 años ALMUDENA GUERRERO GALINDO. 13 años


ENSAYO

La poesía en tiempos de crisis

Si hay una palabra que, a modo de mantra, está indisolublemente vinculada a nuestro tiempo es la de crisis. Y crisis se nos presenta como hiperónimo de vocablos que conjuran experiencias funestas: desahucio, desamparo, pobreza, desigualdad, corrupción, desempleo... Tampoco la literatura es inmune a esta época de desmantelamiento de certezas: editoriales abocadas al cierre, descenso de la venta de libros, precarización de las bibliotecas públicas, desaparición de revistas especializadas, desprestigio de la escuela pública (con sus insuficiencias, espacio privilegiado de forja de lectores) o extinción de las librerías y su sustitución por fríos almacenes de volátiles novedades forman parte de este paisaje desolador que parece no tener fin. Sin embargo, y no se afirma desde el propósito de edulcorar una realidad que no admite paliativos, sino desde la voluntad de abandonar la resignación y pergeñar lugares de resistencia y propuesta, toda crisis tiene una doble faz. Una crisis implica el fin siempre traumático de algo, pero también presagia nuevos comienzos. El Diccionario de la lengua española (DRAE) de nuestra Academia resulta clarificador: si la primera de las acepciones de la palabra crisis habla de «cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente» (esperanza y desolación conviven y pugnan), la tercera entrada alude al poliédrico concepto de mutación. [Significativamente,] la palabra china que designa crisis se compone de dos ideogramas: peligro y oportunidad. Ese parece ser el sustrato de una muy reciente antología poética que, no por necesaria, resulta menos inédita: En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis, editada en 2014 por Bartleby Editores. En su combativo prólogo, el poeta y Premio Cervantes de 2006 Antonio Gamoneda desgrana un manifiesto de mínimos que parece comparten los poetas confabulados: a) lo que se denomina crisis económica es una «falsificación» y la democracia «su máscara» (una actualización de la barroca idea de simulacro que el 15 M ya había felizmente sintetizado bajo el lema «Esto no es una crisis, esto es una estafa»); b) un capitalismo temeroso de que sus días estén contados (quizás peque de ingenuidad en este punto el maestro Gamoneda) se ha precipitado en una huida hacia delante que sólo genera un inmenso sufrimiento; c) ante ese padecimiento, la poesía no puede cruzarse de brazos: es tiempo de denuncia y de protesta; y d) eso sí, que nadie se llame a engaño: la poesía no puede modificar el orden económico, pero sí modular las conciencias de lectores, que también son ciudadanos y, por tanto, potenciales agentes de transformación. Es decir, sin ser un libro de literatura política sensu stricto (aunque muchos de sus poemas lo son), sí que pretende ser una antología ideada desde el compromiso. En un tiempo como el nuestro en el que la celebración de la subjetividad, la fragmentación de lo real y el cuestionamiento de los grandes relatos homogeneizadores han conducido a un canon permeable y a la sustitución de la filiación a tradiciones estables por la afinidad diversa con autores y trayectorias que se suceden vertiginosamente, no es de extrañar que la voluntad común de compromiso proclamada por Gamoneda en el prólogo se traduzca en variopintas soluciones estéticas. Porque en esta antología hay casi de todo: desde la disolución del sujeto poético en la más absoluta objetividad enunciativa (que incluye la apuesta por un nosotros coral y solidario) hasta la confesión íntima; desde el coqueteo con un lenguaje evasivo hasta el homenaje a la coloquialidad; desde el registro narrativo y lineal hasta el lirismo más difuso, pasando por el aforismo o el pastiche; desde la pura denotación (correspondencia sin ambages entre significante y significado de la palabra) hasta la indeterminación; desde la contención austera del verso breve al alegre derramarse del versículo y el poema en prosa... Y todo dicho desde una actitud también múltiple: indignación, distanciamiento irónico, reflexión, entusiasmo combativo, pesimismo, proselitismo, nihilismo... Poco hay en común, pero suficiente para salvaguardar


la coherencia del conjunto: a) un propósito explícito de diálogo con el tiempo presente y sus desajustes; y b) la certidumbre de que no es momento de elegías, de cantos nostálgicos a lo perdido o amputado: se impone la necesidad de recuperar cierto impulso épico. Eso sí, predomina en la colección un acercamiento directo a la crisis (identificación clara del referente del poema) y una retórica que prima la comunicabilidad y cercanía frente a la experimentación lingüística. Así, parte de los autores antologados opta por un lenguaje descarnado, exento de lirismo, antirretórico, como correlato justo de una realidad social depauperada y deprimente. Otros autores, sin embargo, se muestran más audaces. Quizás porque partan de la siguiente sospecha: cuando la realidad que ofrecen los medios de comunicación deviene hiperrealidad de la mano de productos ficcionales que no escatiman detalle escabroso alguno y que han laminado la elipsis o la sugerencia, ¿no puede resultar menos eficaz una estética realista convencional, por previsible e incluso anodina? Un botón de muestra: los esqueletos urbanos tras bombardeos indiscriminados en Gaza, los migrantes encaramados en los muros de la vergüenza de Melilla, los drones que siembran la muerte en países lejanos con una exactitud implacable o la crónica impotente del lento discurrir exterminador del ébola, ¿no han sido anticipados / reproducidos por filmes, series y videojuegos? ¿Y no consigue esa familiaridad icónica no sólo que nuestra retina no distinga con claridad lo verdadero de su simulacro, sino cierta anestesia (la antítesis de la estética), esto es, la esclerotización de nuestros modos de ver y de sentir? En consecuencia, los esfuerzos de algunos poetas se concentran en propiciar acercamientos sólo en apariencia tangenciales a la crisis, alejados del catálogo acostumbrado de males del capitalismo, trazando correspondencias insospechadas entre escenas domésticas que suelen pasar desapercibidas, a simple vista despojadas de relevancia política, y la sensación de orfandad e intemperie que reina en el exterior: una muy interesante refundación del realismo que reivindica la mezcolanza de referentes reconocibles, base de la comunicabilidad del texto, con imágenes de raigambre irracional, onírica o vanguardista, que restablece los vínculos rotos o negados entre una subjetividad que no quiere ser santuario de esencia alguna y una realidad social que ni está gobernada por el determinismo ni es la mera suma de individualidades a la deriva. En definitiva, estamos ante una antología heterogénea en la que conviven sin fricciones poemas pensados para perdurar con otros nacidos de la urgencia de comunicar enojo y disconformidad; textos que rescatan familiares estampas privadas y urbanas del carrusel de la actualidad informativa para su activación como arsenal cívico, con otros que parten del derribo de lo real dado para su posterior rearme desde perspectivas esperanzadoras. En cualquier caso, esa diversidad alcanza dos loables objetivos: el de llevar la reflexión sobre la crisis al muchas veces (auto) complaciente territorio de la poesía, haciendo de la simbiosis de sujeto emisor y receptor lector una vía de repolitización de la intimidad; y el de presentar una amplia aunque incompleta muestra de la vitalidad y pluralidad de nuestra lírica, que aparca el tan transitado sendero de la autorreferencialidad para volcarse en el otro, ocupando (incluso okupando) dignamente el vacío que dejaron otros discursos públicos, también necesarios, pero hoy maniatados por clichés y fórmulas ritualizadas (añoranza de la palabra política que requiere de más de 59 segundos o de 140 caracteres y que no cae en el remedo de las fórmulas camorristas de los reality shows). Al margen de su mayor o menor logro, el corpus textual demuestra estar a la altura de las circunstancias: no todos los poemas son memorables, pero sí que todos son oportunos. Y eso es mucho en un país en el que el prestigio de la palabra está bajo mínimos por la fractura entre lo que se dice y lo que se hace. JAVIER MOHEDANO (Tarifa)


LOS JUEGOS DE MESA: UNA HERRAMIENTA EFICAZ PARA LA EDUCACIÓN «No sabia que los juegos de mesa, fuese una herramienta tan eficaz para la educación». Con estas palabras se dirigió a mí un profesor de un colegio de Cádiz, cuando mi asociación y yo fuimos para tener con los chicos y chicas de dicho colegio un día de juego. Desde ese mismo instante un pensamiento recorrió mi mente en forma de pregunta: ¿los juegos de mesa podrían ayudar en la educación? A partir de ese momento me puse a investigar en manuales de educación y también a navegar por la red. Pude comprobar que los juegos de mesa tenían muchísimas propiedades positivas a la hora de educar a los chicos y chicas, y lo mejor de todo esto es que lo pude comprobar con las actividades que realizábamos en los colegios de la provincia de Cádiz, con la asociación de la que soy miembro llamada «Mueve Ficha». Pude ver que con cada actividad que se estaba desarrollando con los juegos de mesa, éstos fomentaban la concentración, el desarrollo cognitivo, la capacidad de asociación y de agilidad mental, la aceptación de las reglas, la resolución de los problemas, las habilidades sociales, la participación y la capacidad de síntesis a la hora de entender las reglas o las normas. Otros dos factores importantes que fomentan los juegos de mesa en la educación, son la capacidad que tiene para evitar la discriminación infantil y la ayuda que dichos juegos prestan a los chicos y chicas con problemas de timidez, para que puedan integrarse en un grupo. Los juegos de mesa evitan la discriminación infantil. Tenemos que citar las palabras del Catedrático de Psicología evolutiva y de la Educación de la Universidad Autónoma de Madrid, José Luis Linaza, que nos dice: «Si bien con los juegos deportivos adquirimos habilidades físicas que a la larga podemos utilizar, los juegos de mesa ofrecen las mismas oportunidades a todos los jugadores independientemente de su nivel de habilidad lo que evita la discriminación infantil. Son útiles porque son un modelo en miniatura de competir y de aplicar las habilidades». En cuanto a la ayuda que presta esta actividad para superar la timidez en aquellos chicos y chicas que la tienen, lo he comprobado en primera persona ya que en mi adolescencia era un chico muy tímido y gracias a los juegos de mesa he podido superarlo, y tener un círculo de amigos, a los que nos une una misma afición. Gracias a ésta hemos formado una gran asociación llamada Asociación Cultural de Juegos de mesa «Mueve Ficha». Para más información respecto a la asociación y a los juegos de mesa podéis visitar nuestro blogspot: Asociacionmueveficha.blogspot.com.es FRANCISCO JOSÉ SERRANO ARAUJO (Cádiz) Licenciado en Historia y miembro de la Asociación Cultural de Juegos de Mesa «Mueve Ficha».


MÚSICA

CUATRO DÉCADAS

No es frecuente que un grupo de personas en una ciudad relativamente pequeña sean capaces de mantener en plena actividad durante cuarenta años una asociación cultural; en este caso, de vinculación musical y totalmente altruista. Hoy podemos contar entre los grupos que conforman la variedad cultural de Tarifa, con uno que orgullosamente si ha contribuido a nuestra cultura local durante cuatro décadas. La Coral de Tarifa es un colectivo dedicado al canto en grupo en sus variadas facetas que desde el año 1973 viene desempeñando la honrosa tarea de lucir cuantos actos, profanos o religiosos se han venido celebrando, tanto en nuestro pueblo como en otros lugares de la provincia e incluso fuera de ella. Además de esto, a «La Coral» se le puede atribuir su valiosa aportación en el ámbito concertístico de la ciudad a lo largo del año, destacando el célebre y tradicional Concierto de Villancicos en los prolegómenos de la Navidad. Por cuanto podemos referirnos a aspectos creativos y de divulgación, es importante el trabajo realizado en lo concerniente a creaciones propias, provenientes de sus componentes, cuyas obras, en gran medida han venido a incrementar el patrimonio musical de Tarifa y de las que no se prescinde de su reproducción en los medios locales cuando llegado el caso son necesarias para amenizar cualquier evento. Otro aspecto que merece mención es la labor de rescate de unas importante tradición oral y que ahora, después de haber pasado por el filtro de la adecuada adaptación para ser interpretadas por La Coral, obras que ya estaban perdidas en el tiempo, hoy, no solo disfrutamos con su audición, sino que La Coral, además de tener grabadas gran cantidad de ellas, ha realizado la encomiable labor de dejar impresas las correspondientes partituras para que puedan se interpretadas por otros grupos y en definitiva ser conocidas por generaciones venideras. A lo largo de estas cuatro décadas, como cualquier grupo social organizado, La Coral de Tarifa ha contado con su propia «historia». Son numerosos los acontecimientos acaecidos, las vivencias tenidas, los altibajos producidos, en definitiva, el lógico devenir que el paso inexorable del tiempo ha ido marcando indeleble en su idiosincrasia. Los componentes, el mejor patrimonio del grupo, siempre han pregonado la concordia, la solidaridad y la tolerancia. ¿Cómo si no se iban a cumplir cuarenta años de vida? Por sus tarimas han pasado doscientas cincuenta y una personas, que siempre se han sentido orgullosas de haber pertenecido o continuar haciéndolo aún en este colectivo. La Coral de Tarifa, ha actuado a lo largo de su vida en 335 ocasiones. De estas actuaciones se da buena cuanta y con minucioso detalle en las «crónicas» a tal efecto publicadas en el blog de La Coral y que por supuesto es de dominio público. Para cumplir holgadamente con sus compromisos, La Coral ha tenido que hacer acopio de un considerable repertorio de obras, éstas, entre música profana, religiosa y villancicos suman un total de 347 cuyo aprendizaje ha costado a las cantoras y cantores no pocas horas de afanoso y paciente trabajo. Se podría continuar así dando a conocer datos más o menos relevantes, en algunos casos importantes, en otros puramente anecdóticos, relativos a las historia de este grupo que en cualquier caso definen el trabajo ilusionado de sus gentes, pero no sería objeto de este artículo. La pasada Navidad, la noche de «su» concierto en la iglesia de San Francisco, La Coral y Rondalla de Tarifa celebró con la asistencia de numerosísimo público, entre los que sin duda alguna se encontraban sus fieles seguidores, los 40 años de su existencia. Hoy este grupo de personas continua trabajando con la misma ilusión y dedicando su tiempo a fomentar la cultura musical, y concordia entre sus componentes para que Tarifa se sienta orgullosa y disfrute de que entre sus gentes hay quienes se dedican a hacer disfrutar a los demás a cambio de una simple muestra de cariño y reconocimiento por su labor.


Cuando hayan transcurrido otros cuarenta años, ojala se vuelva a escribir sobre La Coral y celebrar el acontecimiento. Para entonces, quienes formen el grupo, seguro que recordarán con merecido agradecimiento y especial afecto a quienes pusieron en marcha este hermoso proyecto y fueron capaces de llevarlo a cumplir Cuatro Décadas. FERMIN FRANCO (Tarifa) 5 de mayo 2014

TÚ Y YO… Hace casi veinte años conocí a uno de los amores de mi vida. Entonces, cuando mis padres me ofrecieron la oportunidad de conocerte, aún no era consciente de lo que significarías para mí. Solía verte dos o tres veces en semana y normalmente era por la tarde, aunque he de admitir que a veces me costaba lágrimas tener que jugar contigo a tus canciones y largas teorías teniendo que dejar, entre alguna que otra lágrima, a mis amigos correteando tras el balón por la calle. Pero era oírte y olvidarme de todo, me pasaba horas pensando en ti, disfrutando con tus ritmos, tus preciosas melodías, tus canciones susurradas al oído… ¡me encantaba estar contigo! Pasados unos años, la fortuna quiso que coincidiéramos también en el colegio. Ya no sólo disfrutábamos por las tardes, sino también por las mañanas. Había veces que los niños se reían porque le parecías muy aburrida, seria y poco agradable y preferían jugar a otras cosas, pero al final, cuando te conocían de verdad, se daban cuenta que no eras lo que parecía y terminaban disfrutando hasta quedarse a veces, ensimismados con tu belleza. Al reencontrarnos de nuevo en el instituto, recuerdo cómo mis amigos se reían al hablarles de ti, e incluso llegué a sentirme avergonzado al ir contigo de la mano. Les costaba entender mis sentimientos hacia ti, hasta tal punto de platearnos una vida en común en un futuro no muy lejano. Aunque por soñar, soñamos tanto en esas edades… Con el tiempo, me he dado cuenta que mi historia de amor no era un guión hecho únicamente para mí, ya que eran muchos los que encontraban algo especial en ti. Desde los más pequeños en sus nanas soñadoras hasta los más mayores con sus ritmos pausados de pasodoble, pasando por muchos amigos que también se acordaban de ti por Semana Santa, Carnavales o Navidad. Eres tan mágica, enriquecedora y creativa que no entiendo cómo puedes ser víctima de una maltrecha gestión política, donde prime la productividad por encima de la creatividad, la competitividad por encima de la sensibilidad y la religión ante todo lo demás. Creo en una escuela laica, libre de ideologías y fundamentadas en materias que formen a las personas desde una visión integral, evitando caer en una torpe visión economicista del sistema educativo que arrincone todo lo relacionado con lo «artístico», intentando crear un tipo de escuela empresarial donde el alumnado sea un ser productivo y eficiente, competente, competitivo y sobre todo poco creativo, insensible e inexpresivo. En definitiva, no quisiera separarme nunca de tu lado, me da igual que la clase política de turno piense que «distraes», «que nos llevas al fracaso escolar», «que eres poco técnica, más espiritual», «que contigo no creamos empleo», «que eres opcional, poco importante»… Para mí has sido, sigues y seguirás siendo mi primera opción e intentaré que mi hijo pueda sentir el mismo amor que siempre he tenido hacia ti. ¡Gracias Música por todo lo que me das! EUFRASIO OYA MONTANO (Tarifa)


CINE

CINE ENTRE DOCE CUERDAS

Desde los inicios mismos del Cine, cuando Charles Chaplin hacía una de sus primeras apariciones en el mundo del celuloide en el cortometraje «Charlot, campeón de boxeo», en el que el enclenque protagonista de bombín y de bastón se nos presentaba a ritmo acelerado, y con sus característicos y disparatados ademanes, desde aquellos inicios del Cine, repito, el conocido como ‘noble arte del boxeo’ encontró siempre un lugar preeminente en las pantallas. Por esas pantallas que desfilarán tan exitosas y tan afamadas películas como puedan ser «Alí», biografía de Cassius Clay, el campeón más carismático y legendario de la historia, a cargo del mejor Will Smith que se recuerda, o «Million Dollar Baby», excelente incursión que en su faceta de director efectúa Clint Eastwood en el boxeo femenino, o «Cinderella Man» basada en la vida del antiguo campeón mundial de los pesos pesados James Braddock, o «Huracán Carter» historia real de un púgil que nunca logrará el ansiado cetro mundial, y sí en cambio, una injusta pena de cadena perpetua, o aquella celebérrima e interminable saga que protagonizada por Sylvester Stallone nos traería las gestas del pugilista italoamericano Rocky Balboa, que convertido en «Rocky» supo cómo atrapar esa única posibilidad entre un millón que se presenta en la vida para salir de la penuria y del anonimato... Hasta el cine español llegaría a apuntarse -con más o menos acierto- a aquella moda de narrar batallas pugilísticas: en 1968 Pedro Carrasco era «El marino de los puños de oro», al año siguiente un morrosko vasco decía ser «Urtaín, el rey de la selva... o así» (horror de título), y antes, en 1957, y en clave de comedia, a Tony Leblanc lo veíamos transformado en «El tigre de Chamberí». Pero desde mucho tiempo atrás, el cine clásico, y más concretamente el cine negro, ya se había sentido fascinado por el boxeo, y hasta se había subido al ring para encerrarse entre las doce cuerdas del cuadrilátero en otras más que gloriosas ocasiones. De una interminable lista, sirvan estos ejemplos: En 1942 «Gentleman Jim» con el aventurero y siempre refinado Errol Flynn dando vida a James J. Corbett, campeón mundial allá a finales del siglo XIX. En 1947 John Garfield es un corrupto boxeador que se enfrentará con el tongo y con la deshonra, cara a cara, en el melodrama «Cuerpo y Alma». En 1956 un espléndido Paul Newman es el brillante protagonista de la historia de un hombre que se educó en el odio, que su escuela estuvo en la calle y que se regeneró gracias al boxeo (y a Pier Angeli). Él, era el campeón de los pesos medios Rocky Graziano. La película, «Marcado por el odio». En 1962 Anthony Quinn recrea la tragedia y la miseria del perdedor en «Réquiem por un campeón», y en fin, en 1980 Robert de Niro nos brinda otra interpretación magistral, en este caso la que hace del agresivo y paranoico Jake LaMotta, en «Toro salvaje». Pero la película que quizás mejor represente ese estrecho vínculo que siempre ha existido entre la industria del Cine y el mundo del boxeo, aún con la corrompida atmósfera de amaños, de intrigas y de sobornos por la que a menudo se ha visto rodeado, probablemente sea ésta dirigida en 1956 por Mark Robson:»Más dura será la caída» es la crónica de todas las penalidades por las que debe pasar ‘Toro Moreno’, un ingenuo y torpe grandullón recién llegado de la Pampa argentina, a quien uno de esos mezquinos promotores sin escrúpulos le promete que lo convertirá en el nuevo campeón. A tal fin contrata a Eddie Willis -un escéptico, interesado y flemático periodista en paro, interpretado por Humphrey Bogart en el que iba a ser el último papel de su carrera- para que se encargue de «vender» el producto. Y la aventura, como fácil es de suponer, acabará como no podría acabar de otra manera, cuando el periodista, en un postrero gesto de honestidad y de decencia, se redima ayudando a ‘Toro Moreno’ a regresar a ese otro mundo del que quizás nunca debería haber salido... PEPE MUÑOZ RUIZ (Puerto Real)


RAFAEL DE CÓZAR, IN MEMORIAM Rafael de Cózar, Fito para los amigos, nació en Tetuán en 1951 y falleció en Bormujos en 2014, pero se convirtió en vida en el compendio de lo mejor de Cádiz y de Sevilla, mezcla que puede parecer antagónica pero que en este caso produjo frutos extraordinarios, quizá con el aliño de su infancia norteafricana y su sangre alemana por parte de madre. Pintor, escritor, profesor, ensayista..., en cualquier parte se pueden encontrar referencias de su actividad como miembro fundador en Cádiz del grupo literario «Marejada», o a sus premios tanto por sus trabajos de investigación sobre la poesía española de vanguardia como por su propia obra literaria, ya fuera en poesía o en narrativa. Pero lo que no cuentan esas frías reseñas biográficas es su habilidad para transmitir el amor a la literatura en sus clases, la sencillez de su talante intelectual, los ánimos que daba a los jóvenes escritores que estaban empezando, y sobre todo su bonhomía, su gusto por llevarse bien con todo el mundo, por las bromas, por el disfrute de la vida... No tuvo reparos en colaborar con Guadalmesí ni, por supuesto, en tomar unas tapas y unos vinos con nosotros en aquella ocasión en que fue invitado a realizar una lectura literaria en Tarifa. Su amigo Arturo Pérez Reverte lo convirtió en un personaje literario de su Capitán Alatriste, pero realmente se puede decir que murió también como personaje de una tragedia metaliteraria, pues todo apunta a que lo hizo porque, en lugar de escapar del incendio, intentó desesperadamente salvar del fuego su querida biblioteca. Descanse en paz, Rafael de Cózar, que seguro que estés donde estés lo estarás pasando bien y ya te habrás hecho amigo de todos. GASPAR CUESTA ESTÉVEZ (Tarifa)


FERMÍN FRANCO, IN MEMORIAM

Hoy he visto, Fermín, en una esquina de tu Isla, frente al mar, tu nombre escrito, tal la firma de un pentagrama que, infinito de cielos y de luz nunca termina. Pero he visto también como adivina tu corazón en cada piedra un grito y he visto tu puntero, alado y bendito que a la orden de tu mano se ilumina. Yo te he visto buscar entre la arena pájaros sin razón, almas en pena, piedras que el mar te manda por mensaje. Para después, frente a la luz y a solas, echar el corazón sobre las olas y adivinar el alma del paisaje. MANUEL LIAÑO (Tarifa)



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