Fauna Iberica 03.Un azor llamado Tundra.Blanco y Negro.15.04.1967

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FAUNA IBÉRICA/3. Por el Dr Rodríguez de la Fuente

UN AZOR LLAMADO TUNORA R

EFIERE una tradición mongólica que dos jóvenes príncipes, vencidos en una guerra intertribai, vagaban por el inhóspílo desierto, donde habian de pasar dos años desterrados. Hambrientosx sin armas ni cabalgaduras, perdían ya las esperanzas ds sobrevivir 3 tan dura pruebe, cuando vieron cómo un azor cazaba un gallo salvaje en U Í I bosquecíilo próximo. —-DIOS nos envía comida para esta noche, d i j o el rná^ joven ds los hermanos, asustemos al azor, que no podrá llevarse la pesada presa, y la carne será nuestra. —Deíenle, replicó el más pruden*e. Dios nos dará comida para dos años sí sabemos ganar'le. Ahuyentemos al azor, pero suavemente, para que no se vaya demasiado lejos* arranquemos nuestros cabellos y [rencemos lazos que anudaremos en las alas del gallo salvaje. Cuando' Jü rapaz retorne para terminar su festín,, se prenderá en ellos, Y. si llegamos a domesticarla, cazará para nosotros duranUí lodo el destierro. Dos años más larde, los dos jóvenes regresaban a su t r i b u . Dfflante va e\ prudente, TlmoujEn; sobre su puño izquierdo lleva \jn hermoso azor. Su puabfOv ol verlo regresar vivo con el ave noble al puno, le presagia un mítico porvenir. Años máíi larde, este hombre conmovería la faz del Asía con el nombre de GengJs Kan. No sabemos dónde acaba lo real y dónde comien/a lo maravilloso en esta ifiyenda atribuida al gran conquisiador n^oncfol que, ciertamente, ara un apasionado halconero. En lodo caso, la tradición expresa muy bien la esencia d? la cetrería: un hombre st^lo, sin más recursos que su voluntad y su inteligencia, puede capturar un ave de presa, domar sus naturales ¡nstlnlos y transformarla en un arma viva que le

permitirá sobrevivir en cualquier lugar propicio para ia caía. Sobre todo ^i el ave c^ un szor, páiaro que si halfa halconero que acierte a ganar su amisUcJle servirá con absoluta fidelidad y abnegación hasta la muerte. Asi me lo demostró la criatura máí dulce, capnchosa, tenaz, arriesgada- turbulenta y sensible que he conocido: *<TundrflM.

«TUNDRA» IBA A SER MJ MAS FIEL AMIGA Cuando vi a «Tundras por primera vc2, no era más que una bola de plumón que, apenas, se tomó la m o l s i t i a de turbar su laboriosa digestión para dedicarme una mirada aburrida. Comparría e! viejo nido familiar, situado en lo alto de un haya cenTenarla, con do$ hermanos de muy parecida faz y propor-

clones. El estrocho valle de paredes rocosas que cobijaba el bosquEclÜo donde Jos aíores anidaban desde tiempos in* memoriales, era prácticamente inaccesibls para quien no tuviera unas nociones de escalada. Y, naturalmente* la madera no podía sacarse en modo alguno de aquefla garganta caliza "^or esCa razón, el bosque no había sufrido más muEii^clones que las causadas por los rayos V poseía en toda plenitud ese misterioso atractivo de los parajes nunca hollados por la planta del hombre Examinando los rastros y veredas que discurrían bajo los añosos robles, aveManos y hayas, identificando las huellas frescas Impresas en torno a las crista^ linas fuentes y arroyuelos, analizando los excrementos y restos depositados a la puerta de algunas cuevas y grietas del roquedo, sospechamos que el vaNe albergaba un par de familias de zorros, una pareja de gatos monteies, algunas gínelas, l-urone^ y quizá marras y otros muslélldos. Carnívoros todos de pisada ágil, capaces de escalar en otoño las paredes veriícafes del valle para descender a zonas más abrigadas, en pos do fos conejos, ardl'las, ratones y las Innumerables aves que constituían sus presas habiiuales, Pero los auténticos señores de aquel santuario natural eran los azores. Apenas iniciamos la cordada para bajar al vallejo, cuando la hembra apareció C'TÍliando con fiereza, sobre las copas de las hayas, saludándonos con una serie de pasadas que, s¡ nunca llegaron a p-v recerncs realmente peligrosas, nos permitieron observarla en plena acción, a menos de 10 metros de distancia. Era un pájaro soberbio, de pfumaje clarísimo, seguramente muy viejo, dotado de unos ojos de iris escarfata que bnüaban como ascuas sobro el claroscuro del bosque. Durante nuestra marcha por la iiumbría, prosiguió sus acrobáticos ataques. surgiendo y desapareciendo entre el follaje como un da-rdo plateado. Proba-

Cuando vi a ^iTiindra- por primara v c i , era sólo una b n b de pluin'm t|üt ¿pt'naH Sf lomó la molcst[fl de turhar su difie.^tJón y dedicarmí- una miraiil:i ahurricla, FOTOGSAMAS DE PAUL PICFLEWBACK DIBUJOS Df J05E AMTONlO IA(ANDA


blerrrenie, éramos los primsros hi:>mbríji que profanaban su feudo y la rapaz prerendía Cíipufsarnos mediants sus griros V amenazas corric harfa con IDÜ rorros V gatos montG5ei. Toda la gargan^ ta resonó con al eco agudo, impcmenle / desaspsrado de los gritos d©l azor, cuando írepamos hasta el nido donde dormíraban sus poHuGlos, Pero éstos^ a Jas dos semanas de edad, estaban damasJado ocupados en asímÜar y crecer, para sumarse a la alarma ds Su madra. Los restos de un gallo y una gran liebre de montaña, abandonados a la vera dsl nido, me demosiraron que era aquél'a una casta de poderosos azoras. En mi segunda visita al nido de ^Tundra» vestía un heterogéneo aiuendo, mcicla de plumón infantil y de plumaje • incipiente y compartía el nido con una hermana. De! tercer pollo, seguramente macho, no quedaban más que Unas plumas y una pata. Los dilatados buches de los jóvenes azores y su aire somncliento, me hicieron sospechar que habien asesinado a su hermano aquella misma mañana y. sin más preámbulos, se !c habían comido. Esta autolimitación de la especie no es rara en los azores. Sobre fado, en los azoras de montaña y terrenos difíciles, d o n d e los padres han de ir muy lejos para buscar la casa, mientras los pequeños, apretados por el hambre, picotean al hermano más débil^ hasta terminar comi^ndoseEo. Dos semanas m i s tarde, al llegar al haya de los azores^ muy de mañana, acompañado p o r tres resineros y portando iodos los pertrechos necesarios para capturar un pollo, me quedé peCríficado. El nido estaba vacío y, debafo, la hierba aparecía cubieria da plumas de azor, ya bastante crecidas, en el centro de las cuales, dos patas, amarillas, ' frescas aún, armadas de uiías ya muy fuertes, atestiguaban el drama acaccido^ — Ha sido el águila. El gato montes. El buho, decían mis acompañantes, mientras, agachados, contritos, buscábamos entre los arbustos más restos del atropello. Un copioso chorro de líquido caliente y viscoso caído de pronto sobre mis ríñones, me oblicó a enderezarme como un resorte. Levanté la cabeza y allí, en la vertical, estaba aTundra», en una rama muy sombreada, sumida, como sJempre, en plena digestión, V acababa de obsequiarme con lo únlco que quedaba, seguramente, de su única hermana. La captura no ofreció particulares dificultadas. Cuando uno de los resineros irepó al árbol, ^Tundra» sa lanzo al espacio y, en un pesado planeo —aún no babfa terminado totalmente su desarrollo— aterrizó de bruces en un claro. La perseguimos corriendo y, a nuestra llegada, hizo lo que hubiera hecho cualquier azor: Interrumpió en el acto la huida, se echó de espaldas con implacable dete'mlnaclón, interpuso sus garras abieriflí al camino de mi^ manos. Una prenda lanzada hábilmente la en-

•:í^.

• T u n d r a s , a lab dos años áe eúaú. había llegado a una tal compenetración conmlj^o que nic iTianíFestaba sus dejaos má^ i^Jcmcntaleíi mediante determinados gritosvolvió y. allí mismo, con sumo cuidado, le colocamos las pihuelas, lon[a y cascabeles. «Tundra» había dejado de ser ya un pájaro salvaje. En aquel preciso Insíante comenzaba su historial de pájaro de cetrería. Y al cJejar el valle, acompañado por Carlos, hE|o de Juan, el famoso montero de Oña, que hacia treinta años descubriera el nido de azores, iba pensando que, con «Tundra», me llevaba la esencia da aquella naturaleza virgen, fragosa, libre, del alto valle de los montes Obarenes. Durante cuatro años permaneció en mi casa y aún hoy pervive en mi corazón. «TUNDRA» PIERDE POCO A POCO SU FIEREZA Cuando uno no lee sino devora, cada noche, las páginas del libro de «Acetrería de Caía de Azor*, de Fadrique Zúñ¡g& Soiomayor. ilustre halconero del siglo X V I , y pretende llover las enseñanzas a is práctica con un monstruo como «Tundra* que, por otra parte, es el primer azor que uno ha maneiado en su vida, hay que hacer acopio de paciencia o dedicarse a otra co>a. Teóricamente, armado de sus prlmorosoí. aparejos de piel ds perro, que lo sujetan al guante, y d» sus cascabeles —^bordón y prima, para que fagan buena melodía»—, el aior debe pormanecer erguido sobre el puño del halconero. En la práctica, «Tundra* estaba

casi siempre cabaia abajo, moviendo las alas con tal ímpetu que derribaba papeles y sillas, y hacía un ruido tan ensordecedor con sus cascabeles, que nos v i ' mos obligados a rellenarlos de papel. Pero ftTundra», asombrada en los primeros días, como digo, de todo recién llegado, poseía una gran v i r t u d ; su apaClto insaciable. Tan pronto como le ofrecía un ala de pollo, cesaba en sus debatidas y sujeíando firmemente la comida con sus uñas sobre mi guante, iba desgarrándola, h a s t a terminar desarticulando los huesos y tragándoselos enteros. Como muy bl^n explicaba don Fadrique, allí tenía yo el arma decisiva para vencer todas las reservas mentales de «Tundra*: en el ala de pollo. Efectivamente, cualquier miembro de ave, lo suficientemente duro como para que el azor se vea obligado a prolongar sus comidas, parmitfi man:en«rlo ocupado en los ambientes más hostiles, Y es más; sí se da de aroers al azor —este miembro de ave recibe en cetrería el nombre de roedero—, siempre en presencia d - gentes y, naturalmente, de los perros que le van a ayudar en la caza, la rapaz tdantiflca estas personas y animales con al acto die comer y se va instalando en su mente un reflejo condicionado, Genle5< animales, vehículos, ambientes que, al principio, resultaban insoportables, son premonitorios de comida, por lo tanto, de placer. Y así, el azor comlenía

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En IA caía de liebres, la m i s dífídl y arriessada para el azor, «Tundrao llegú a dcsíacar en Europa por su gran arrojo.

El azor primero soporta y luego desea el bullicio primero a soportar y luego a desear el buJIício de los hombres. Durante esta fase del amansamienro que d u r a , generalmente, un par da semanas^ hay que llevar al azor a las calles concurridas y a las plazas. En términos cetreros, se le debe •placear». He de reconocer que en ef irplaceo» de «Tundra* no tuve particulares dificultades^ sobre todo para encontrar gEntai- Porque tan pronto como salla con mi aior a la pla'•¿i de Brivlesca, ilustre villa de la provincia de Burgos, donde vivía por aquel entonces, los curiosos y sencillos labriegos castellanos me hacían corro para ver al ave da cerca y, tras toda cíase de cébalas y considaraciones, terminaban pronosticando tozudamente que la cabra tira al monte y que, tan pronto como le quitara las correas, el aior se volvería a los montes Obarenes- Tal desconfianza y curiosidad, muy provechosa esta última para mis fines, eran muy na20

turales. En España no se placeaba un azor desda el año 1S30, Lo cierto es que íTundra» se fue acostumbrando a la presencia de todo el mundo. Aprendió a permanecer erguida sobra mi puño y comenzó a dar muestras de una inquietante curiosidad ante todo fo que tuviera movimiento: las gallinas, gatos, los perros medianos y pequeños le atraían de una manera írro

sístible. Mas pasearme dignamente por las calles del pueblo, llevando sobre mi puño aquel ser de aire orgulloso y atrabiliario, disfrutar de la presencia de una de lai aves más bellas y armoniosas de la creación, comenzar a sentir I Í S parcas pero dulcísimas manifestaciones da afecto de aquella criatura salvaje, no eran más que el prólogo de la azarosa historia de mí vida con ^ T u n d r a * , «TUNDRA» APRENDE A ACUDJR A Mr LLAMADA 51 en uno ds mis frecuentes pasaos por e\ campo hubiera soltado a tfTundras, lanzándola resueltamente hacía las ramas de un árbol, el aíor, pese a sus muestras de sumisión, no hubiera regresado jamás. No por el de^eo determinado de recuperar la libertad, sino, simpfemente, p o r q u e desconocía aún nuestro lenguaje, porque no existía un sonido o señaf especial que para e"la implicara una orden de regreso. Enseñárselo fue nuestra misión durante la

segunda quincena del adiestramiento. Digo nuestra misión poJ'que Iodo este apasionante trabajo lo llevé a cabo en compañía de Pascual, mi Inolvidable amigo y ayudante, hombre de recia comp\m'\ór\, semblante sereno y aguda mente, como cumplía a los halconeros do la corle de Juan II de Castilla. Y, por si fuera poco, Pascual era h i j o de Curilfa, panadero de oficio y practicante sutilísimo y apasionado de todas Jas artes cinegéticas. Al dirigirme aque'fa mañana de septiembre, en compañía del fiel Pascual, a la vega, teatro de nuestras prácticas cetreras, iba yo recordando, con el corazón en un puño, las experiencias de los Oftimos días. Habíamos seguido al pie de la Isira las instrucciones de don Fadrique, y la verdad es que «Tundra» había reaccionado de la manera más ortodoxa. En una semana, mostrándole un pedazo de carne sobre el puño, había aprendido a saltar al guante desde un tocón; después, a volar desde unos diez metros; finaimente, desde la rama de un árbol situado a más de 50 pasos. Siempre ha' cfa sus ejercicios a toqu* de silbato y, tras de los vuelos, se comía media paloma: su ración diaria. En cuanto oía el pito, volaba hacia mi con toda prontitud, y maravillaba la suavidad y soltura con que se posaba sobre mi puño. Pero todo aquello había sido solamente un fuego, porque *Tundra» había actuado siemprs asegurada por el «fiador», es decir, atada a una cuerda larga


y resistente que nos ponía a salvo de presuntas desobediencias. Aquella mañana soleada y serena de septiembre había llegado la hora de la verdad. Ya no se trataba de colocar suavemente al azor sobre una rama baja, para llamarlo en seguida, enseñándole el «roedero». .^quella mañana debía darnos una muestra absoluta de fidelidad. Tenía yo que lanzarla, completamente suelta, hacia los altos árboles de la vega y, en cuanto se posara en el ramaje, salir corriendo en dirección opuesta. Porque solamente un azor que desdeña la libertad y sigue, cual perro fiel, a su maestro en el campo, está en condiciones de ser iniciado en la caza. Todo esto es muy fácil de decir, pero al quitar a «Tundra» la lonja y el anillo de plata, me temblaban las manos. En frente de mí estaban los corpulentos chopos, álamos y fresnos que jalonaban el curso del río Oca. De su umbrosa enramada se escapaban los cantos de mil pájaros, dominados por la voz aflautada de la oropéndola, la brisa mecía suavemente las hojas. Y, en mi cabeza, martilleaban sin cesar los presagios y refranes de los campesinos: «La cabra tira al monte... en cuanto le quites las correas...» Con fuerte impulso de mi mano izquierda catapulté materialmente al azor hacia la arboleda. En alegría de alas recias y de cascabeles, «Tundra» des-

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Para el azor, la caza de liebres es una lucha titánica, en el límite de sus posibilidades. La liebre, mucho más corpulenta, se defiende hasta la muerte.

FOTO: DE L.1 PENA

«Tundra» trata de arrastrar su liebre para comer a la sombra.


Sus fuertes alas hirieron el aire Gomü un trallazo

El halcún peregrino iTíCla hacía el p u ñ o de su maestro cada vez que se ie llama. Durante el adiestramiento, el halcrin salta al guante para rccihít su comida diaria.

apareció entra el fofíaje. 5s callaron las o r o p é n d o l a s y creo que y o , c o m o la imagen m¡?ma tJe la d e s o l a c i ó n , eché a cor r e r p o r el p o l v Q r l e n l o c a m i n o , extend i e n d o el b r a z o i z q u i e r d o y haciendo sonar el s i l b a t o , pero sin a t r e v e r m e a v o l v e r la cabera. C o r r í v e i n t e , c u a r e n t a , cincuenta m e t r o s . M e negaba rorundam e n i e a d e t e n e r m e , a c a p i t u l a r : o la l i b e r t a d o y o . a T u n d r a a para mí era algo más que un p á j a r o , era la naturaleza t o d a , Irnplicaba el r e s u l t a d o de la lucha e n t r e la mente del <hon-io sap i e n s * y los instintos p r i m a r i o s . A m2dida que m e alejaba d e ^ T u n d r a » , iba c o m p r e n d i e n d o el secreto de m i amo-' p o r a q u í í l a c r i a t u r a , í T u n d r a * * representaba la l i b e r t a d absoluta, la capacidad para s o b r e v i v i r en la naturaleza sin la ayuda de nadie. La perfecta adaptac i ó n al m e d i o . A l g o que el h o m b r e ha deseado siempre y q u e jamás llegará ¿i poseer. Un í u r r b J d o f a m i l i a r me a r r a n c ó de mis m e d i í a c i o n e s . V o l v i la cabeza. El c u e r p o f u s i f o r m e d e í T u n d r a " hendía el a i r e , hacia m í , 3 más de 200 k i l ó m e t r o s p o r h o r a , Al f r e n a r , c a m b i ó s ú b i t a m e n t e de direí^cíón y sus alas c a n t a r o n en la brisa conio una írafla. Se posó sobre m i guante, e m i t i ó un c o r t o m a u l l i d o y se qu&dó m i r á n d o m e , C O M O M A T O «TUNDRA» SU PRÍMERA PRESA Bien astaba q u e el p á j a r o acudiera v o l a n d o a m i p u ñ o ai o í r el sílbalo, I n cluso, qija me siguiera en un paseo p o r el c a m p o , v o l a n d o de rama en r a m a , p e r o q u e caxara conejos y me los entregara era algo que los cazadores brlviescanos se negaron de ptano a aceplar. — E l c o n e j o es más r á p i d o que la liebre En la salida. En este t e r r e n o , cub i e r t o , hay que í i r a r a tenazón, para colgarse alguno. No hay p á j a r o q u e tenga t i e m p o d e alcanzar a ' u n cone¡o en doce metros de carrera- Ni de corearle ef regate. En la taberna de Maiagalvanas, cáted r a venatoria de la Bureba, todas las o p i n i o n e s nos eran adversas, excepto la d e C u r i l l a , q u e t o m a b a ya la c e t r e r í a c o m o c o j a p r o p i a y había confeccionado m e t i c u l o s a m e n t e un plan estratégica para i n t e n t a r cazar aquella t a r d e el p r i m e r c o n e j o con « T u n d r a » , El p r o y e c t o era t e ó r i c a m e n t e p e r f e c t o : al caer la t a r d e , hora en que el azor está en el f i l o del a p e t i t o y los conefOS desalojan fácElmen-


M l r a l r u c o m r . r l l u l c d n t r v»fftmllUrí»nda(on Mucoliborador rl |>rrro cjur, man »arUiilr, I r v u i u r l It cnt* h«J»> !*u» •!»**


Sus ojos clavados en Gl hurón igual que puñales te su refugio, conraríamos con los preciosos servicios de •Herónjt^ el hurón -Favorito de Curilla, Lo rneterfamos en unas cuevas arenoia^, de saÜdas muy límpiaí, donde ffTundran tendría tas máximas facilidades para hacerse con la piezaAcostumbrado a comer por fa mañana< el Síor tenfa un hambre canina. Y, en las rapaces, el hambre se traduce por egresrvídad, por ansias irresistibles y salvajes de matar. Cada vez que el hurón de Curiíla rebullía en el interior del s i q u i t o de lona que pendía del cinturón

Desde el horinmlPn el halcdn planea, hu^cantlo una üiluacldn propicia para atacar.

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E l b a k o n e r o retira el señuelo de la trayectoria del halcón, para obligarlo a a t a c a r una y otra vez, eaCLmulando así sus reflejoi.

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dal calador, los ¡>jos de íiTundra» se clavaban en é\ como dos puñales. De poco sirvió que Curilla se pusiera la chaqueía an badolera, caminara delrd? de mf o en_tr3 tos matojos. «Tundra* sabia que allí iba algo vivo y no perdía un segundo de vista -a nuestro devoto colaborador. Cuando llegamos a lo alto de la íoma, donde se abrían las coneieras, a CuriMa se !e habían disipado íodas las dudas y reservas respecto a U eficacia de «Tundra». —Este animal mata con la vista, d i j o , mientras examinaba los rastros y restrilladeros de los conejos. Me oculté [ras unos arbustos para privar al a i o r óñ la lenTadora visión del hurón, en tanto el experto lo introducía por una boca. Y- a su señal, trepé a un --f^eñón elevado que permitía a «Tundra» dominar el terreno. La mímica expresivísima de Curllla^ la tensión de «Tundra» y los ruidos subterráneos me tenían al corriente de la lucha que se libraba en el interior del vivar. Súbitamente, una masa peluda cruzó ds un agujero a o t r o , El aior se disparó como un proyectil y, en ía mis-

Frenando súbiUmcnle cti la pasada, el halcún le deja caer sobre el señuelo^ El irreslstibíe alraclivo que el señuelo ejerce sobre el halcón se basa en la comida atada entre sus plumas. Después de darle alcance, come sobre esta falíia presa.


La caza de liebres es dramática, dura y grandiosa ma entrada^ agarra algo qua chillaba y <e revolvía de un modo endemoniackj. Era el hurón. UNA rNVEROSIMIL

CACERÍA DE CONEJOS HH de confesar que, en el fondo, la fechoría de cTundras me llenó de secreta orgullo paternal. Y creo que hasta Curílfa, ganado por la audacia y el ardor cinegético del a^or, olvidó pronto a su oscuro y mal oliente servidor- Naturaímenie. en Briviesca el secreto no salió de nuestro pecho. En lo sucesivo, nos dispusimos a hacer las cosas msjor. Halajtuamos a 'cTundra» a \ñ presencia del nuevo hurón^ dándole de comer delante de é\ y poniéndoselo muy cerca cuando ya estaba saciada. A los pocos días respetaba y creo que hasta empegaba a querer a la pequeña «Najaí, Con su colaboración cazó los primeros conejos y fue tal la compenetración entre estos dos anímales que, juntos, podían cazar en los terrenos más difíciles, como lo prueba el siguiente lance, extraído det diario de «Tundra». El desprendimiento de grandes bloques, en un ladera rocosa, habfa formado un auténtico laberinto, lleno da pasos y veredas, lolalmente colonizado por los conejos; estaba situado en las inmediaciones de un puebfecilo y los ca^adores^ que no conseguían matar un conejo a tiro, lo llamaban el hundido. Cuando llegué, una soleada mañana de noviembre, con mí azor, mi hurón y mí perro, un par de aldeanos sonraían socarrones, ante mi proyecto de matar conejos con un ave, donde los mejores tiradores no hablan podido hacerlo. Metí a «Naja», el hurón, por un ruíadero. trepé a la roca más elevada y, en seguida, comenzó ef concierto. fíTundra»* tenia una sensibilidad especial, para seguir, de oído, las c a r r e r a s subíerráneas; empinada, con el cuallo estirado, era la mismísima imagen de la destrucción; tanto, que los dos zopencos que me observaban tí*tíde la solana, iniciaron una prudente retirada hasta lo alio de la ladera. El primer conejo cruzó como una exhafacjón hacia el bloque de enfrente; tres metros, «Tundra» lo clavó en la misma entrada. Recobré a i N a i a » , que lenía la buena costumbre de salir tras de cada conejo, hice cortesía y, a trabajar. jAnda con dll El segundo, al sallo; aún no había tocado la iterra, cuando tenía el azor agarrado al pescuezo. Y así.

se

Kn la caza de a l t a n r n a . se lanaa el halcón h a d a el citlo para que vuele en círculos Hubrc los halconeros y los perro*. Es ésta una lendpncla natural en los haicanes. uno en aeís metros, o t r o en diez, nos fuimos despachando a los ¡nquillnos del famoso hundido, Al Terminar, teníamos medio pueblo sentado enfrente, mudo de sorpresa y consternación Cuando cebaba con el décimo y el úlíimo de la jornada, un viejecillo que SE acercaba para contemplar al héroe, tomando la cetrería por moderno invento y maravilla, me dijo a media voz: —Sí los antiguos levantaran la cabeza... No sé qué pensaría don Fadrique 2úñEga So lo mayor. LA ULTIMA PRESA FUE LA MUERTE DE «TUNDRA» La caza de liebres con a;or no es un pa5i3t¡empo divertido como la caza de conejos. No es ni siquiera un deporte agradable; es dramática, dura, grandiosa, Y sobre todo, difícil. Difícil para el azor y para el azorero. En el límite de sus posibilidades. La liebre es mucho más corpulenta que el páfaro, más sólida. Dotada de una potencia muscular que le ha llevado fl ser el mamífero máE rápido de la erección en su talla. Y es obstinada. Irreduc-

tible mientras le queda un hálito da vida, ün conejo, una gran ave, sujetos por la cabeza, se entregan sin oponer resistencia. He visto muchas liebres saltando, dando volteretas, disparando sus terribles patas posteriores en todas direcciones, con el azor aferrado al cuello. Sólo abandonan la defensa cuando mueren. Y esta masa de huesos sólidos, de músculos y da obstinación suele pesar de tres a cinco veces tná^ que el azor. Por o[ra parle, se defienda en su medio. entra retamas, carrascas y pedruscos. Solamente mediante una técnica sutilísima, el azor puede sujetar y matar una gran li«brp, Ha da volar a toda velocidad en su persecución, sorteando cualquier obstáculo que, con seguridad, buscará su enemiga. Ha d'! sobrepasa'-la totalmente y, cuando se encuentra un par de metros delante de su cabeza, ha de virar en redondo para coger a la liebre por la cara y, en unas décimas de segundo, clavar sus garras en los centros vitales- Concretamente, en el bulbo raquídeo. Uno no acierta a comprender la mecánica de este lance. Cada vez, parece Imposible que en los terrenos m^s variados y difíciles, el azor pueda ejecurar toda la complicada maniobra que


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E l halcón Atrone^uc <mjefa al faisán macho que acaba dp c a p t u r a r cu cara de alUticHa. el Janee más bella de la ceUcHa. le va a otorgar el triunfo sobre La liebre. Resulta Incomprensible que, volando a más de 150 kilómetros por hora, un ave de un kilo de peso pueda parar una masa de tres kilos y pico — l a liebre—^ impulsada a 90 kilómetros por hora. Hoy los conocimieniDs de los biólogos hacen más comprensible esta desproporcionada batalla. Se sabe que el metabolismo muscular de las aves es distinto en algunas de sus reaccionen químicas que el de los mamíferos. Es más perfecto, más rápido. Hs posible que la transmisión de las órdenes c e r c brales a los miembros sea También más rápida. En ^sC* caso el aíor vena a 'a liebre como en una película rodada a cámara rápida. Las posibilidades para sujetar en el momento y * " t ' sitio preciso se duplicarían o triplicarían. En todo caso< el lance resulla siempre emocionante y e^itraordinariamente difícil para el azor. ^iTundra" llegó a especializarse en esta caía. En sus tres años de a;or lebrero, cobró 67, 16 y 71 lie^ bres, respectivamente. La liebre 71 fue la último de su vida Se levantó a unos 300 metros en un terreno ondulado y cubierto de pinos. El aror la persiguió, como siempre, en

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En la caía de altanería, la coIaboracSún entre d halconerOn t i pprro y rí halc¿n alcanza su mií^ alto fjs.do, bajo el sisno de una técnica fwrfctta.

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nuciosamente en la h i s t o r i a de « T u n d r a » . Sólo q u e , al ser estos p á j a r o s más nerviosos y , sobre t o d o , más impetuosos en sus d e b a t i d a s , se f a c i l i t a su m a n e j o c u b r i e n d o su cabeza con la caperuza. Esta cofia de cuero, adecuadamente confeccionada para que n o roce los o j o s de los p á j a r o s , no les p e r m i t e v e r y, p o r consiguiente, asustarse o lanzarse en persecución de una pieza c u a l q u i e r a . Con la caperuza puesta el halcón permanece sobre el p u ñ o , i n d i f e r e n t e , t r a n quilo, absolutamente inmóvil, d o n d e quiera que se e n c u e n t r e . N a t u r a l m e n t e , cuando el halcón está en la halconera u en o t r o lugar, a salvo de i n t e r f e r e n cias, se le miantiene con la cabeza descubierta. C o m o los vuelos del 'halcón son de m u c h o más alcance q u e los del azor, no se les llama al p u ñ o , sino al señuelo. Este a r t e f a c t o resu'lta i m p r e s c i n d i b l e para su a d i e s t r a m i e n t o . Se confecciona rellenando un s a q u i t o de badana con pelote, cosiéndole dos alas secas en cada lado y unas correítas para atar la carne destinada al halcón. Para v o l t e a r l o va p r o v i s t o de una correa de un m e t r o y m e d i o de larga.

El esmerejón «Lady» posa orgulloso con su codorniz y su fiel amiga la ágil «Flika»

El bello lance cetrero de la caza de altanería vuelo rasante, d i r e c t o , casi c o n f u n d i d o con el verde oscuro del pasto. Liebre y azor c o r o n a r o n una loma y desaparecieron en \a vaguada del o t r o lado. C o r r í , con todas mis fuerzas, seguro de que « T u n d r a » había hecho presa, p o r q u e n o regresaba a m i e n c u e n t r o . Y, c i e r t a m e n te, -no me equivocaba. Sus garras estaban llenas de pelo de liebre pegado a la sangre q u e manaba de sus heridas. Junto a ella había una gruesa p i e d r a , disparada p o r la m i s m a m a n o que robé su liebre. « T u n d r a » tenía la pata derecha f r a c t u r a d a a la a l t u r a de la a r t i c u l a c i ó n . Con :la m a n o izquierda aún se aferraba fuertemente a un tomillo. D u r a n t e cuatro' años habíamos hecho perder a « T u n d r a » el t e m o r a !os h o m bres. El p á j a r o salvaje de los Obarsnes se había t r a n s f o r m a d o en un fiel a m i g o y c o l a b o r a d o r de q u i e n acertara a llevarle sobre el p u ñ o a ¡la caza, que era su v i d a . Pero « T u n d r a » jamás hubiera sido alcan28

zada p o r una piedra de no haber m o l deado y o su aima p r i m a r i a y esquiva. Había c o n t r a í d o con ella una o b l i g a c i ó n sagrada. Al ascender, a grandes trancos, e n t r e los manzanos f l o r i d o s que crecen en las faldas de los Obarenes, iba contándole a m i amigo Carlos, h i j o de J u a n , el famoso m o n t e r o de O ñ a , la i n t e r v e n c i ó n q u i r ú r g i c a s u f r i d a p o r un azor de los Obarenes; la anestesia, el c o n t r o l rad i c s c ó p i c o , el clavo de Kishner y la ree d u c a c i ó n . Y lo más d i f í c i l , el proceso de e m b r a v e c i m i e n t o . Había que conseg u i r que « T u n d r a » volviera a temer a los h o m b r e s , que no se f i a r a de ellos. Durante un mes p e r m a n e c i ó en una habitación t o t a l m e n t e aislado de t o d o contacto h u m a n o . De vez en cua-ndo, un desconocido se asomaba en la puerta y asustaba al p á j a r o con sus gestos. A h o r a , « T u n d r a » n o iba sobre m i p u ñ o . V i a j a b a en el i n t e r i o r de una gran cesta oscura. Y a no necesitaba v o l v e r a v e r m e . Al a s o m a r n o s sobre el angoste valle, v i m o s los robles y las hayas todavía desnudos. En su c e n t r o se a d i v i naba la gran masa oscura del n i d o . Ai a b r i r ]a cesta, « T u n d r a » no tuvo más que dejarse caer, planeando hacia su bosque n a t a l . EL HALCÓN ES MAS NERVIOSO QUE EL AZOR El a d i e s t r a m i e n t o de los 'halcones es m u y semejante al del azor, d e s c r i t o m i -

Después de que el halcón ha s i d o ejerc i t a d o , c o m o el azor, con los vuelos aJ p u ñ o , se le llama con el señuelo, p e r m i tiéndole c o m e r sobre é l , cada vez que lo alcanza. En ias p r i m e r a s lecciones, se deja caer el señuelo m u y cerca de! ave, de m o d o que se vea m u y bien la carne. Paulatinamente, se van a u m e n t a n d o las distancias. El halcón v e n d r á , a los pocos días, desde más de cien metros en c u a n t o vea al halconero v o l t e a n d o el señuelo y haciendo sonar el p i t o . Más adelante, se da comienzo al verdadero señoleo. Para ello, c u a n d o el halcón viene, c o n t r a el v i e n t o , p a r a agarrar el señuelo en plena pasada, se r e t i r a el a r t e f a c t o de su t r a y e c t o r i a , mediante un f u e r t e g i r o l a t e r a l . De este m o d o , se obliga al halcón a realizar una serie da pasadas antes de p e r m i t i r l e t r a b a r el señuelo y c o m e r . Así se puede m u s c u l a r al ave y p r e p a r a r l a para la caza-. Los halcones, una vez ejercitados y musculados, tienen una tendencia nat u r a l a v o l a r en círculos sobre la cabeza de los halconeros. En tal p r e d i s p o s i c i ó n , se basa la caza de altanería que, sin d u d a , es el más bello lance de toda la Cetrería. Los pájaros de altanería, generalmente halcones iperegrinos o lanarios, vuelan en c í r c u l o s , a unos 200 m e t r o s , sob r e los h o m b r e s y los p e r r o s . Esta posición ventajosa les p e r m i t e lanzarse en picado tras las piezas que .levantan sus colaboradores t e r r e s t r e s . Es éste un género de caza de gran espectacularidad. M i halcón « D u r a n d a l » nos sobrevuela d u r a n t e una h o r a , alta en el cielo, del tam a ñ o de una g o l o n d r i n a , atenta al trab a j o de los p e r d i g u e r o s . C u a n d o éstos m u e s t r a n , sus c í r c u l o s son tensos, concéntricos sobre la v e r t i c a l . Su caída sob r e la perdiz es i m p r e s i o n a n t e . Con las alas semicerradas, gira sobre sí m i s m a .


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Las caperuzas, scBuelos» lonjas, pihuelais, cascabeles y dem4s aparejos de los halcones son ohjelo de una p r i m o r o s a artesanía Y nunca se sabe si va a corlar el vuelo de la pi&ra chocando de frente o laieralmerite. Por lo general, basta el impacto para remalar el lance. Mediante esra técnica, los halcones pueden capturar patos, sisones, gangas, perdices o cualqijjer Dira pie^a, porque no hay ave que pueda competir con el halcón cuando ésie cuenta con la ventaja óñ la altura. Para la caza de garbas reales, avutardas y otras grandes aves, así como 'os córvidos que, hcjy día, se cazan mucho en Europa, el halcón se [anza desde e[ puño, como ei azor, ya que, de permanecer en el airs, atacaría cualquier avecilla que acertara a levanlarsEn sin esoe^ rar La salida de su verdadera presa.

Félix R. de la FUENTE Vista parcial de la Estación de Cetrería del Servicio Nacional di- Pesen FluviaL y Ca/a en la Casa d t Campo.


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