cap 2

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Capítulo II

"siento como si estuviera viviendo en la boca de un león, pero el león es un ángel."

— Sé que voy a arrepentirme — suspiró el ángel, antes de cargar a la jovencita en sus brazos y llevarla hasta su morada. No le tomó más de diez minutos, para un ser como él tal accionar no significaba mayor esfuerzo, la velocidad y fuerza sobrenatural que poseían los de su especie convertían su actual labor en un evento minúsculo. Subió las escaleras sin siquiera pensar, mucho menos sospesó la idea de detenerse a explicarle a la hermosa dama que le esperaba en su habitación el porqué de la invitada. Simplemente continuó su camino en dirección a la zona más apartada de sus aposentos, el sector sur de su mansión. Mientras más lejos de ella se encontrase, menos peligro representaría su condición en la vida de la joven. Depositó a la muchacha sobre la cama, en una de las tantas habitaciones de huéspedes que poseía aquel lugar. Y suspiró… No tenía la menor idea de que pasaría a partir de ahora. Su mano viajó hasta ese fino y delicado cuerpo, sin detenerse ante las posibles consecuencias de sus actos busco el cuello de la inocente humana y disfrutó de sus latidos, desacompasados y carentes de vitalidad, pero al menos aún permanecían en ella. Se acomodó sobre el lecho junto a ella y en un acto que para el fue tan involuntario, como lo era beber sangre, despejó los cabellos que se encontraban repartidos por su rostro. — ¡Santo Dios es hermosa! — jadeó impresionado. No tan alto como para despertar a la joven, pero indudablemente demasiado alto para evitar que Tanya le oyese. Y no es como si aquello le importase, el no era de su propiedad. Poco antes de cubrirla reparó en lo pobre de su vestimenta. — ¿Es que acaso querías matarte? — musitó contrariado el vampiro. Aún a sabiendas de que ella no estaba conciente de sus dichos, pero no podía evitar preguntarse ¿Qué motivaría a tan inocente criatura a vagar sola por el parque a tan altas horas de la noche? ¿Es que acaso le gustaba el peligro? Pues si era eso, ya había tenido una dosis considerable, al encontrarse justamente en las dependencias del mismísimo demonio. Sin perder más tiempo siseó a Alice para que viniese. Era una fortuna que su hermana se encontrase de visita. De ese modo sería menos difícil tratar con la humana. A él nunca se le había dado bien el tema de lidiar con mujeres. A excepción de Tanya, bueno ella era… era mucho más que eso.


Al instante la menor de los Cullen se encontraba en la habitación, Edward no se había visto en la necesidad de articular palabra. Ese duendecillo sabía todo de antemano. En una de sus manos traía un hermoso camisón de dormir, elegante y cómodo, dotado de un profundo verde jade, mientras en la otra traía una enorme bolsa. Edward entendía el porqué de lo primero, pero aún no encontraba la función del segundo accesorio. Como si fuese ella quien leía mentes, la pequeña habló. — Es para ahogarla mientras duerme—respondió mordaz. Los profundos ojos del vampiro se abrieron con horror ante sus dichos, cambiando del más exquisito esmeralda a un simple y común jade. .Sin embargo ese verde opaco no se detuvo ahí, continuó con aquel juego de matices hasta que esas dagas asesinas al fin desbordaron muerte y dolor, negras como la noche, el más profundo ónix inmerso en las felinas cuchillas que el vampiro tenía por ojos. Aún así, con su mirada siniestra, era el ser más hermoso que pudiese apreciarse a la vista, tanto para sus presas humanas, como para los vampiros, y eso Tanya lo sabía mejor que nadie. Ojos oscuros como el infierno, contrastando de forma soberbia ante la sobrenatural palidez en su piel. Con finas y angulosas facciones era la mezcla perfecta entre un joven y un hombre. Barbilla marcada y lisa, exento de barba, y aún así con aspecto imponente. Sus cejas dos tonalidades más oscuras que su cobrizo cabello, aumentaban en sobremanera el poder de sus ojos. Pero lo que lo convertía en un ser supremo e irreal era sin lugar a dudas el exquisito carmín en sus finos y delicados labios, aquel detalle, aunque hubiese estado rebosante de espesa sangre, le otorgaba el aspecto de un ángel, uno caído y condenado a eterna maldición, pero al fin y al cabo un ángel. Demasiado caro le había costado a Edward Cullen el precio de la inmortalidad. Alice se encontraba atónita, sólo bromeaba, claro está, pero aún así jamás espero tal interés por parte de su hermano, mucho menos esa demostración de profunda y asesina preocupación por su "invitada". Y es que Edward jamás se mostraba molesto, ni triste, ni… Su hermano jamás mostraba algún indicio de emoción. Aquello era algo nuevo y que definitivamente valía la pena averiguar. Sonrió con sorna antes de añadir.

— Es para guardar la basura que trae por calzado— al instante la vista del vampiro se clavó en las rotas y sucias zapatillas de lona que depositaba su hermana en la bolsa con fingido repudio. En algún momento ese par de converse monocromáticos han de haber lucido fenomenales en los pies de aquella joven. Mas ahora no eran más que porquería. La mirada reprobatoria que le regaló Alice fue todo lo que necesitó para comprender que estaba sobrando en aquel cuarto. Salió de ahí esperando que su hiperactiva hermana no demorase demasiado en cambiarle esos viejos trapos que traía por ropa. No había cerrado aún la puerta tras de si cuando la oyó. Demasiado pronto una rubia escultural se encontraba a su lado.

Su cabello era único, comparable únicamente con la tonalidad del astro rey, fino y largo, acabando en exquisitos rizos que caían con soltura sobre finos hombros. Rebeldes ondas doradas se atrevían a incursionar en la sublime curvatura de su pronunciado y glorioso escote.


Ella le observaba con fingida serenidad, sus ojos se mostraban inofensivos y calmos, mas pese a ser poseedora de aquel rostro angelical, ni aun con sus ojos de cielo lo conseguiría. Era imposible engañar a un vampiro sabio y experimentado como lo Edward Cullen. "siento como si estuviera viviendo en la boca de un león, pero el león es un ángel."


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