Evo y el derecho internacional

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Quito, 10 de julio de 2013

Evo y el derecho internacional

Fander Falconí En la madrugada del domingo 27 de septiembre de 2009, mientras me desempeñaba como canciller y participaba en la Cumbre de los países de África y América del Sur, tuve la oportunidad de salir a caminar con Evo Morales en la playa de Isla Margarita. El altiplano boliviano y el nivel del mar, de hecho, se encontraban muy distantes en ese momento, como Europa del continente sudamericano. Lo sucedido en los últimos días con Bolivia, Evo y Latinoamérica, trajo a mi memoria esa escena -que está registrada en mi libro “Con Ecuador por el mundo”, publicado por la Editorial El Conejo-, y me puso a pensar en que las distancias que se interponen entre los dos continentes no son solo geográficas, sino que ahora se han convertido también en evidentes distancias políticas impuestas por el mayor poder del planeta, los Estados Unidos. El caso Snowden ha reavivado con claridad esas distancias a las que me refiero. Dicen que los seres humanos somos de fuego, aire, agua o tierra. Si hay un ejemplo típico del hombre de tierra, enraizado en la naturaleza, ese es Evo Morales. Allá en lo alto, mientras él volaba, como jefe de un Estado latinoamericano, por encima de las nubes europeas, lo trataron como a un pirata, poniendo, inclusive, su vida en riesgo. Es necesario desplegar, de la manera más amplia posible, la crítica de lo sucedido. Lo acontecido días atrás fue una demostración clara del estado de descomposición en el que se encuentra el derecho internacional, hoy más que nunca sometido por aquella ultraburguesía de la que habla el boliviano Raúl Prada Alcoreza. ¿Acaso el avión presidencial que se impidió aterrizar en los cuatro países azotados por una profunda crisis económica: Francia, Portugal, Italia y España no tenía inmunidad diplomática? Lo que aparece frente a nuestros ojos, y que representa en la actualidad una absurda realidad internacional, es la presencia amenazante de Estados gendarmes que operan clandestina y abiertamente para esclavizarnos a todos. Lo sucedido es algo grave, y no podemos dar la vuelta a la página como muchos quisieran. Hemos llegado a este estado de cosas casi sin darnos cuenta. Lo sucedido en los casos públicos internacionales de Assange


y Snowden -ciertamente diferentes- nos remiten a la atmósfera orwelliana de una vigilancia permanente; es decir, a un mundo que reproduce la actitud represora de la civilización capitalista occidental -que debería ser motivo de todo el repudio mundial- y que está presente en la célebre novela de George Orwell, “El último hombre en Europa”. Parece que esa civilización que encarna el gran capitalismo solo sirve para convertir en supermillonaria a la ultraburguesía, para espiarnos, para rebuscar todas nuestras cuentas de correo electrónico y pasarse por encima de nuestros derechos básicos de convivencia universal.

Fuente: El Telégrafo


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