La Rodríguez #1

Page 1

NÚMERO 1 | DICIEMBRE | 2019 Carrera de Periodismo Deportivo

“ Ernesto

Marcelo


LA RODRÍGUEZ De los 14 años que tiene la carrera de Periodismo Deportivo en ETER, entre Los Rodríguez, Ernesto y Marcelo,

POR NICOLÁS CLEMENTONI

Periodista y Docente junto a Marce y Ernesto

periodismo, tanto dentro como fuera del aula, enseñan-

Sin decir una palabra / casi sin decirnos nada/ yo me pregunto por qué, me tuvo que pasar a mi…, cantaba Andrés Calamaro –la voz de Los Rodríguez– en uno de los éxitos del grupo de rock hispano argentino. Como en la letra de A los ojos, a nosotros tampoco nos quedaron muchas palabras y poco tuvimos para decirnos. Hubo un momento en que también nos preguntamos el por qué. Todavía no tenemos respuesta acerca de lo que nos pasó. Sin embargo, algunas palabras van apareciendo. Hay algunas historias sencillas que intentan describir a nuestros Rodríguez, Ernesto y Marcelo. Ellos fueron y son: integración, solidaridad, pasión, amistad, integridad, capacidad, responsabilidad, amor y dignidad. Le pedimos permiso al histórico conjunto rockero, pues los títulos de algunas de

do desde el ejemplo, luchando por condiciones dignas

sus canciones servirán para unirlas.

tienen 19. Por eso cuando este año, en un giro caprichoso del destino, ambos fallecieron, nos propusimos fundar la revista de la carrera en homenaje a su memoria. Para que su legado en la Escuela perdure más allá de directivos y trascienda a los más de 1000 estudiantes que compartieron el aula con ellos. Este primer número estará íntegramente dedicado a Marcelo Rodríguez y a Ernesto Rodríguez III, en pluma de ex alumno/as, estudiantes, colegas y su gente querida. Será a través de estos textos que podrán conocerlos. Fueron dos tipos con personalidades muy distintas pero con un denominador común: su profunda responsabilidad por el

de trabajo, encontrando historias y enalteciendo una profesión que año a año viene siendo bastardeada. Ellos la honraron en cada uno de sus textos. En cada una de sus investigaciones. Y en cada una de sus clases. Por ellos, pero también por nuestra necesidad de transformar la tristeza en un valioso recuerdo es que nace La Rodriguez. Agradecemos profundamente a cada una de las personas que escribe en esta edición y se la dedicamos muy especialmente a Uma, Juana, Pancho, Agus y Nati.

STAFF Germán Riesco Director de la carrera de Periodismo Deportivo

Lucas Varín Coordinador de la carrera de Periodismo Deportivo

Escriben en este número Jorge Baldino, Eduardo Bejuk, Andrés Burgo, Bola Sin Manija, Claudio Gómez, Carmen y Leo, Romina Chepe, Nicolás Clementoni, Martín De Ambrosio, Andrés Eliceche, Matías Fernández Burzaco, Ezequiel Fernández Moores, Germán Riesco, Laura Vilche, Federico Madeo, Matías Rosa, Diego Melamed, Andrés Mooney, Ayelén Pujol, Malvina Rodríguez, Juan Franciso Rodríguez, Juana Rodríguez, Agustina Fernández Acevedo, Ariel Scher, Lorena Tapia Garzón, Lucas Varín, Alejandro Wall

Diseño de tapa Adrián Mauas de la revista Thesia 2Diseño | LA RODRÍGUEZ

Dulce condena

Para no olvidar

Sin documentos… (“Jamás”) Con mi notebook yo me iré a investigar… Ernesto Rodríguez es sinónimo de periodismo de investigación. Somos varios los que todavía no logramos quitarnos la costumbre de, al abrir Twitter, incluir las letras “EPH” que nos dirige a la cuenta @EPHECTO. Es que el material generado por “Ernest” es una fuente de consulta fundamental para cualquier periodista deportivo o amante de los “deportes a los que casi nadie les da pelota”, como él mismo describió a su cuenta informativa. La última info que plasmó allí refiere a la natación de Deportes Adaptados y el tweet fijado con el que nos encontramos quienes seguimos recurriendo a ese refugio de la verdad dice: “BOMBA (con el dibujito a punto de estallar). En Latam Cup de hockey sobre hielo en EE.UU. conviven equipos de Argentina e Islas Malvinas sin declaración oficial de @PrensaCOA, @DeportesAR o @CancilleriaARG. ¿El deporte une a los pueblos o es la continuación de la política por otros medios?”.

Diálogo con Marce Rodríguez, cualquier día del año, en algún pasillo de ETER. - Hola, Nico…

Mi enfermedad Bohemio es un hit de Andrés Calamaro posterior a su etapa de Los Rodríguez. Bohemio es Marcelo Rodríguez. En la imagen que eligieron sus amigos de ETER para despedirlo, que es la misma que él tiene en su perfil de redes sociales, se lo ve con un precioso paisaje de fondo y vestido con los colores que más le gustan: los de su querido cuadro. Como su nombre y su apellido son bastante comunes (de hecho hay un colega que cubre Boca para Diario Crónica que se llama igual), muchos lo han citado como Marce Rodríguez, “el de Atlanta”. Él decía que había ido a la escuela de Periodismo, que había estudiado Ciencia Política, que había analizado ser psicólogo, pero que ostentaba como socio del club de Villa Crespo un único título: “la Copa Suecia”, que el Bohemio alzó en 1960. Todos celebramos y lo felicitamos cuando este año su pasión le dio una alegría al lograr el ascenso a la Primera Nacional.

Buena Suerte Supongo que todos los que charlaron más de una vez (de cualquier tema) con Ernesto Rodríguez lo habrán sentido: él tenía una cualidad muy marcada que era la de argumentar, para hacerse entender y mejorar a aquella persona con la que se vinculaba. Por ser contemporáneo, no tuve la buen suerte de ser alumno suyo, pero cada vez que hablaba con él sentía que me enseñaba algo. La última vez fue el viernes 6 de septiembre. Juntos firmamos en la recepción de ETER las planillas para cobrar un bono y, a su manera (con detallada argumentación), explicó por qué no servía tanto esa compensación económica. Salimos por Acevedo rumbo a Corrientes y en la última cuadra que caminamos juntos, con la particular pasión que lo caracterizaba al vivir, me explicó que iba a cruzar a comprar unas barritas. “Mi hijo empezó a comer más sano. Le llevé unos cereales de acá enfrente y por suerte le gustaron”, explicó. Ese sencillo detalle de la vida cotidiana lo tenía contento…

- ¿Qué hacés, Marce? ¿Cómo anda tu noviecita? - Preciosa. Me tiene enamorado. Eso sí, está terrible. Cuando nos quedamos solos en casa, casi que no puedo sentarme un minuto a laburar. La conversación se repitió un puñado de veces y la complicidad siempre fue la misma. Yo le preguntaba por su “novia” y él – que entendía a la perfección – no contestaba por Nati, su pareja, sino por Uma, su bellísima hijita. Ambas son sus amores.

Enganchate conmigo Integración: es una de las palabras que podría servir para describir a Marce. Nos habíamos cruzado en algunas asambleas de trabajadores de Editorial Perfil en 2011 y volvimos a vernos en mi primera reunión de docentes en ETER, cuatro años después en el aula Magia. Enseguida Marce se ocupó de integrarme al grupo de compañeros. Es probable que no se diera cuenta, pero intentar que la gente querida se sintiera cómoda era algo que le salía con naturalidad. A partir de ese día, en cada charla de comienzo de año terminábamos en bancos cercanos. La vida sigue y por suerte el día a día nos distrae, pero seguro será difícil cuando en marzo entremos a esa reunión y recordemos que falta gente tan querida y tan cercana. El tiempo lo dirá…

Adiós amigos, adiós Hubo un odioso momento en que los despedimos. Nuestros Rodríguez dejaron un notorio vacío; el dolor que expresarían hits como Señal que te he perdido, La mirada del adiós o Me siento muy mal cuando te has

La puerta de al lado

Palabras más, palabras menos

Con 2°A de Periodismo Deportivo turno tarde de ETER estábamos realizando la producción para la previa del Mundial de Rugby Japón 2019. En el recreo, salí del aula Bayer, caminé unos pasos y golpeé la puerta de al lado. En Maestros del Oficio, Ernesto dictaba Técnicas Gráficas 5 a la misma hora del viernes. Ante la requisitoria de teléfonos de parte de los estudiantes, el profe exhibió toda su solidaridad. De Hugo Porta para abajo, colaboró –como siempre– en todo lo que pudo a partir de su completa agenda.

ido. Nos negamos solo a eso. Los otros Rodríguez dirían

Hace un año, Eter destacó la tarea de varios años de Marcelo Rodríguez en la escuela. La noche del 21 de diciembre de 2018, luego del acto realizado en el teatro Liceo, Ernesto (@EPHECTO) escribió en Twitter: “Qué lindo haber sido parte un año más de la entrega de diplomas de egresadxs en @escuelaEter!! Qué bueno ver que un crack como @mgr_bohemio fue reconocido por su entrega a los alumnxs y la enorme @Angelalerena, elegida por lxs pibxs como la mejor periodista!!”. Marcelo (@mgr_bohemio) devolvió gentilezas: “Gracias, querido Ernest!!! Y como alguna vez dijo Calamaro, somos Los Rodríguez. Abrazo grande”.

Pasemos a otro tema. Porque los necesitamos, los recordamos y evocamos con Salud, dinero y amor: Brindo por el momento en que tú y yo nos conocimos/ Y por los corazones que se han roto en el camino/ Brindo por el recuerdo y también por el olvido/ Brindo porque esta noche un amigo paga el vino…/ Porque la vida es dura por el fin de la amargura/ Brindo porque me olvido los motivos porque brindo/ Brindo con lo que sea que caiga hoy en el vaso/ Brindo por la victoria, por el empate y por el fracaso/ Desde un rincón del mundo, brindo contigo… ¡Salud! LA RODRÍGUEZ | 3


de los primeros seis compañeros saludando desde el primer

2000 CARACTERES NO ALCANZAN Cuando nos conocimos yo acababa de ser mamá y él caminaba con un bastón porque se había operado una rodilla. No mucho después, presentación formal de Pancho mediante, decidimos vivir juntos. Nuestra vida estuvo llena de alegría, de risas, de música, de besos, de abrazos, de juegos, de mucho amor. Tuvimos también momentos difíciles en los que no nos soportamos, pero aun en esos momentos sabíamos poner en perspectiva lo vivido y seguíamos adelante con el amor que nos teníamos, que nos tenemos. Desde el primer día hasta el último nos gustamos, nos abrazamos y besamos cada vez que uno se alejaba del otro como si supiéramos que podíamos llegar a no volver a vernos. Ernesto era una persona llena de vida, humilde, generoso, amoroso, apasionado, intenso. A veces parecía un torbellino que te arrastraba en su locura y de golpe te encontrabas cantando a los gritos o sentada en el CENARD viendo un deporte del que nunca habías escuchado. Era ruidoso, yo le decía que estaba hecho de cascabeles, le gustaba la música a todo volumen, hablar a los gritos, reírse a todo pulmón, hacia muchísimo ruido golpeando las teclas del teclado como un loquito todo el día. Le encantaba tener la casa llena de gente, cocinar para 4 o para 30 no era un desafío para él. Vivía hiperconectado, desde su escritorio era capaz de twittear, escribir una nota, contestar un mensaje, responder una pregunta sobre matemática de alguno de los chicos y opinar sobre la vida amorosa de alguna amiga con la que yo estuviera charlando. Dueño de un humor negro increíble, le encantaba decirme incorrecciones al oído para ver mi cara ponerse roja como un tomate, aunque de vez en cuando eso le costara un codazo en las costillas. Le encantaba hacer planes, salir, compartir con nosotros sus descubrimientos, sus trabajos, sus logros, pocas veces lo veías triste o de mal humor. Era incansable, amaba su profesión tanto como a nosotros, odiaba la injusticia. La única vez que lo vi vulnerable fue cuando en uno de sus mil trabajos lo apretaron por twittear algo sobre un funcionario de turno, lo llamaron para decirle que no se olvidara que tenía una familia y cuánto necesitaba ese trabajo. Se sentó a la mesa en silencio y con los ojos llenos de lágrimas. Cuando por fin me lo pudo contar y le di mi opinión, me pidió perdón por esa plata que ya no íbamos a tener. Siempre tuvimos los dos bien en claro que la libertad y la integridad no se negocian. Juana me pide que deje de escribir el ruido del teclado la hace pensar que papá está de vuelta. Muchos dicen que era un indispensable en el periodismo, eso no lo sé lo que sí sé es lo indispensable que era para nosotros.

POR AGUSTONA (así me decía él) Esposa de Ernesto

piso del edificio de Perfil, con vos en el centro, siempre sonriente, con el puño en alto, arengando a lxs demás. “Fuimos lo que somos”, fue el texto que escribiste en nombre de lxs tres para contar qué había significado ese día. Ahora se vuelve presente y también futuro. Seremos lo que fuiste, lo intentaremos.

La sangre es lo de menos Mi papá era un gran periodista deportivo, le encantaba su trabajo y que lo reconozcan por lo que hacia todos los días. Hacia todo para que nosotros estuviéramos felices, nos contaba miles de historias de su familia, le encantaba enseñarme cosas nuevas y sé que me admiraba por todo lo que yo aprendía de él y la garra que le pongo a la vida. Siempre decía que yo cuando quiero le pongo el pecho y voy al frente en todo. Él amaba su trabajo y era capaz de hacer mil cosas a la vez, defendía a los deportistas y los ayudaba. Siempre que hubo abrazos al CENARD yo estuve ahí con él, me gustaba acompañarlo y verlo trabajar. Estaba muy contento cuando fueron los Juegos Olímpicos en Buenos Aires porque lo podía compartir con Juana, con mamá y conmigo. Yo estoy muy orgulloso del papa que elegí. Él me dijo muchas enseñanzas para que yo me pueda convertir en un gran hombre como fue él. Te amo papá.

POR JUAN FRANCISCO RODRIGUEZ (por elección), hijo de Ernesto

Te putearemos también: ¿a quién se le ocurre dejarnos así? Este año nos vimos poco. La última vez nos juntamos a brindar por la salida del libro ¡Qué jugadora!, de Aye. Le dijiste que no se le ocurriera tirarse para abajo, que lo vendiera bien. En este último tiempo intercambiamos un montón de mensa-

SEREMOS LO QUE FUISTE “Con la mano no, Marcelo, con la mano juega la empresa”, te chicaneó Víctor Hugo el día que relató el picadito contra los despidos en Perfil. Vos tenías una remera que decía “No a la persecución gremial” y de tus hombros colgaba la camiseta de Atlanta, el club que te despertaba esa pasión que ponías en la cancha. Aye (Ayita, como le decías) jugaba con vos en la calle y aunque se lo había propuesto con énfasis, no consiguió que Víctor Hugo la llamara “barrilete cósmico”. Digamos la verdad: tampoco se lo merecía. Lore hacía de un Fontevecchia caricaturizado, sacando la roja cada dos por tres. Y ahí estábamos lxs tres, parodiando un partido que siempre jugamos juntos: por nuestra amistad, por los puestos de trabajo, pero también por un trabajo más justo, sin precarización. Marce, Lore, Aye.

Un tipo con ideas revolucionarias

Éramos así por los pasillos de Perfil. Y así nos reconocían. Si

Eso era mi papá: un tipo con buenas ideas. Pero no

estaba uno seguro estábamos lxs tres: en las asambleas, en

cualquier tipo de ideas, él no se preocupaba por cual-

las marchas, en los lugares donde sabíamos que teníamos

quier cosa, se preocupaba por sus hijos, por los depor-

que estar. Hasta que un día nos convertimos en invencibles y

tes, por su trabajo.

quedó inmortalizado en una foto histórica: la reincorporación

jes. Nos lamentamos por la partida de dos compañeros imprescindibles, también, como Diego Paruelo y Rubén Schofrin. Nos dijiste: “Cuánta gente se está cargando este gobierno”. Y creemos que tenías tanta razón. Que más allá de las vueltas inexplicables de esta vida (tan injusta, a veces), los malos siempre tienen la culpa porque avanzan tan descarnadamente sobre las conquistas y felicidades de las personas buenas, nobles, compañeras, como ustedes. Te nos fuiste muy rápido. Tan rápido que en pocas horas te lloramos, te despedimos, te abrazamos y seguimos: Lore tuvo que salir a escena porque tenía función; Aye cubría a las pibas en el Mundial de Francia. Fue difícil, pero estuviste ahí. Fue por vos, en tu recuerdo, en tu imagen tan vívida y sonriente, en tus palabras de aliento para que podamos concretar esos sueños del que habías sido casi protagonista. Bailamos y llevamos en los botines la revolución, en tu honor. Te amamos y te extrañamos, amigo. Hasta la victoria siempre.

POR LORENA TAPIA GARZÓN Y AYELÉN PUJOL Periodistas y amigas de Marce

Una de las cosas que más me acuerdo de él es de que él mostraba los deportes que a nadie le importan. Era un hombre capaz de escribir un tweet, cocinar, hacer las compras y jugar conmigo al mismo tiempo. Me acuerdo una vez que con mamá habíamos armado una noche de chicas y él llegó temprano, entonces decidimos maquillarlo y peinarlo para que pudiera participar, él estaba súper contento y se reía mucho. Cuando escucho el teclado de su compu, la misma desde la que estoy escribiendo, pienso que él esta acá y que puedo gritarle papá y correr a darle un abrazo, un beso y volver a jugar juntos. No poder hacer eso me parte el alma, lo extraño muchísimo. Él nunca se enojaba siempre estaba contento, mis amigas le decían papá alegre porque siempre estaba sonriendo. Nos encantaba ver MMA juntos y siempre hacía chistes con los nombres de los luchadores. Una noche puse un espejo debajo de mi cama, lo llamé y le dije fíjate que ahí abajo está mi héroe, cuando se vio reflejado se empezó a reír un montón. Espero cuando sea grande poder ser como él. Mi Héroe.

POR JUANOLA Hija de Ernesto

CON ERNEST NOS CONOCIMOS A LOS 17 AÑOS. NOS VIMOS CRECER. Me siento a escribir y no me resigno a hacerlo en pasado.

significa el tatuaje que tengo en la pierna. No es la primera vez

Me cuesta. Tengo que pensarlo. Me duele. Me resulta inex-

que alguien me pregunte sobre el tatuaje. Ésta fue la primera

plicable. Y no hay respuesta.

vez que me emocioné, se me iban cayendo las lágrimas, solas,

Él tenía respuestas para todo, sabía de todas las cosas, me encantaba eso, teníamos charlas de una crudeza hermosa, de una confianza infinita, era ácido, tenía mucho humor, pero sobre todas las cosas y lo mejor que tenía: era un BUEN TIPO. En el año 92 para un cumpleaños mío, Ernest me preguntó qué quería de regalo. Yo en esa época estaba con la idea

así, de la nada. Y se hizo un silencio. Ahí estabas. Hace más de 25 años tengo un tatuaje, que me regalaste, que me regaló Ernest, Como es de injusta la vida que tenías que irte para recordarlo, hoy me da alegría ese regalo, hoy se resignifica, hoy, todos los días.

de tatuarme y lo veníamos charlando. Le conté mis miedos y

Nos queríamos mucho, nos costaba vernos, nos respetá-

también mis ganas. Hablamos acerca de qué me tatuaría. En

bamos tanto, fuimos grandes amigos, de esos que en cual-

esos años compartíamos mucho tiempo juntos. Pasaron los

quier momento, levantábamos el teléfono por cualquier ne-

días y me dijo: “Si decidís tatuarte, hay un amigo de Malvina,

cesidad o simplemente para recordarnos que ahí estábamos.

(su hermana) que viene los primeros días de mayo a Buenas

Te quiero siempre Ernest.

Aires, si querés, ése es mi regalo de cumple”. Hace unos dias, uno de estos primeros días de calor, una compañera de teatro, con la que trabajo, me preguntó qué

POR ROMI CHEPE Amiga de Ernesto


HASTA EL PRÓXIMO CAFÉ, BOHEMIO

ERNESTO, EL CAMPEÓN Recuerdo la noche en que Ernesto Rodríguez III se le plan-

La otra era el código personal, como el que habrá teni-

tó a Floyd Mayweather, en Las Vegas. Le discutió en inglés

do con cada uno que conoció. Hablar de boxeo, de la his-

(un inglés bien pronunciado, por el cual lo cargábamos siem-

toria, de boxeadores de la década del 40 que no conocía

pre), en plena conferencia de prensa post-pelea con el Chino

ni el loro. Prestarnos The Ring. Comentar peleas. Hablar de

Maidana. Ernesto puro. Se la bancaba. Contra todos. Argu-

jazz. Compartir coberturas. Me cayó bien siempre, lo quise

mentaba siempre. Tenía mucha, muchísima base. De boxeo

naturalmente, recuerdo charlas sarcásticas en la que termi-

sabía todo. Todo. Y de decenas de deportes que nosotros no

nábamos riéndonos mucho. Cuando se reía, retumbaba el

teníamos ni idea. El loco de Ernesto se ocupaba de eso. Una

edificio. Le encantaba reírse con toda la cara, los ojos, la

vez publicó una noticia de Hurling, creo. La recortamos y la

garganta. Era hermoso hablar con él.

pegamos en la pared. Le decíamos la Tota. Llegaba a la redacción en bici, transpirado, siempre raudo, como una tromba.

Un tipo de familia posta. Pero posta. Amaba al periodismo y a su familia.

Nosotros resacosos, él siempre pila. Siempre. Ponía música y

Un día le hicimos una joda con otros compañeros del

se sentaba. Fuerte la música. Lo instábamos a que se calzara

diario, simulamos llamarlo de un programa de radio espe-

los auriculares. Se enojaba un poco.

cializado en natación, para que saliera al aire, contando la

Fue un gran tipo. Gran. Talentoso, minucioso, apasiona-

Santa Fe-Coronda. Se enojó cuando le contamos la joda,

do, loco, avasallante, divertido. Muy sarcástico con los garcas.

como diez años después. Pero eso servía para ver cómo

Y sabía. De todo. O de casi todo (hincha del Rojo, al fútbol

era Ernesto: generoso con cualquiera que le pidiera algo, así

le daba poca bola). Deporte, música, historia, periodismo, li-

fuera una FM perdida en el desierto.

bros... Era un poco más veterano que todos nosotros, pero

Se fue un grande del periodismo, un grande contempo-

parecía más pibe. Sin vicios. Jovial. Laburante. Fue parte de la

ráneo, un hombre que deja huella, que no se olvidará. Su

sección Polideportivo en Olé, ahí donde crecimos tantos. El ya

familia sabe que cuenta con cientos de aliados para bancar

venía de La Nación. Era clave ahí. Pasamos cientos de tardes

este dolor insoportable.

y de noches en esos escasos metros cuadrados. Nos vimos

Yo lo voy a recordar plantándosle a Mayweather. A los

todos los días, nos peleamos, nos reímos, nos bancamos unos

corruptos. A los chupamedias. A los censores. A los gigan-

a otros, jugamos al fútbol (arquerazo la Tota, mal).

tes. A los que no tienen un gramo de su ética.

En lo personal, lo quiero por muchas razones. Dos son fundamentales. La primera, porque cuando alguien iba a laburar ahí, lo trataba con tanto amor, con tal maestría, que

Lo voy a recordar siempre con los brazos en alto, sonriente, en el centro del ring. Gracias por todo, campeón.

se lo voy a agradecer siempre (por lo que me toca personalmente). Y lo hizo con cada pibe, piba, pasante, consagrado, el que fuera que llegara a Olé.

6 | LA RODRÍGUEZ

POR EDUARDO BEJUK

Periodista y amigo de Ernesto

Lo primero que te voy a pedir es perdón, Marce. Porque siempre dijiste que nosotros, los periodistas, tenemos que narrar las historias, no protagonizarlas. Que lo importante es lo que se quiere contar, no quien lo cuenta. Que de la única forma en que estaba permitido usar alguna autorreferencia o escribir en primera persona era por algo fuera de lo común, extraordinario. Sabrás perdonarme, Marce, pero si tengo que hablar de vos, esto aplica a la perfección. Nunca te escuché levantar la voz. No necesitabas hablar fuerte o gritar para hacerte escuchar. Con la calidez que tenían tus palabras era suficiente. Siempre tenías la palabra justa para el momento indicado, para generar momentos mágicos, para crear climas hipnóticos con solo leer un texto o contar alguna anécdota. Creo que la única vez que te vi enojado fue un día en el que a Atlanta lo habían bombeado en un partido y estabas muy caliente. Porque la injusticia te enojaba. Por eso la combatiste tantas veces, pusiste el pecho, el cuerpo o lo que hiciera falta cuando era necesario. Siempre estabas parado del lado correcto. Eras inteligente, Marce. Con vos se podía hablar de cualquier tema: deporte, política, literatura, música. Compartías tu sabiduría todo el tiempo, nunca te guardaste nada. No eras egoísta. Siempre estabas dispuesto a ayudar, a darle una mano a cualquiera que lo necesite. Ese rasgo, esa característica tan particular en una profesión con tantos egos, con tantas miserias, solo la puede tener alguien especial. Aprendí muchísimo de vos. No te imaginas cuánto. Aprendí leyendo tus notas, tus crónicas, tus perfiles. Aprendí de tus correcciones en cada trabajo, de tus observaciones en imprenta al costado de cada hoja. Embellecías cualquier texto que pasaba por tus manos. Tenías una pluma mágica, Marce. Te voy a contar un secreto: cada vez que termino de escribir algo, por más chico que sea, pienso en vos. Pienso si te hubiera gustado, pienso como sería tu devolución, pienso que le cambiarías. Creo que la mejor forma que tengo de recordarte es esa. Me da un poco de vergüenza decir que somos colegas, aunque ahora sea así. Me trataste siempre como un par, como un compañero. Nunca me hiciste sentir ninguna diferencia, ni la más mínima. Aunque, siendo sincero, prefiero quedarme con esa hermosa sensación de saber que fui tu alumno y vos mi profesor. Pero no solo fuiste un docente: para mí, vos siempre vas a ser un maestro, Marce. Nos quedó un café pendiente, ya lo sabes. En algún momento nos vamos a encontrar y saldaremos esa deuda, bohemio querido. No sé cuándo, no sé dónde, pero sé que va a pasar. Seguro que nos vamos saludar con el mismo abrazo que nos dábamos cada vez que nos veíamos. Pero antes que nada, te repito lo mismo que te dije la última vez que hablamos: ese café lo pago yo. Vos ya me diste demasiado, Marce.

POR JORGE BALDINO Estudiante de Marce

PATRÓN

Fue en 2011 que volvía del viaje que habíamos emprendido con Agus unos diez años antes, cuando ella y Ernesto me recibieron en su casa de Guatemala y consiguieron mi primer trabajo en Bs. As. Con Ernesto casi no nos conocíamos, pero eso por supuesto no fue problema, porque desde el día uno fui un integrante más de la familia. Viví en el living y todos entraban y salían por la puerta de la cocina, porque la tía Dolo descansaba, Pancho y Juana eran muy chiquitos, y con Agus hacía mucho tiempo que no pasábamos ratos juntas y él en esa época volvía tarde de Olé. Seis meses duró “el viaje de egresados”, como decía él, que hasta para señalar que estaba hinchado las pelotas de algo lo hacía de manera creativa. El día que les conté que me mudaba, me sorprendió Ernesto que como un padre a un hijo, me hizo todo un discurso de no hace falta que te vayas, y como casi una confesión de amor me ofreció acondicionar el cuarto de servicio, ese que estaba repleto del piso al techo con cajas llenas de archivos. Siempre quise tener una empleada doméstica con cama adentro y que se llame Carmen, jodió, con ese humor negro que lo caracterizaba y hasta caía mal a quien no lo conocía, pero el amante de lo absurdo, de lo políticamente incorrecto, de lo poco común, lo disfrutaba. Y yo desde entonces lo apodé “Patrón”. Conocí tu generosidad antes que a vos. Cálido y enérgico con su extraordinaria calidad humana que le permitió saber que vale la pena venir y traer vida a este mundo. Mañana como casi todos los viernes después de ese llamado entrecortado en llanto que interrumpiera mi sueño y rompiera mi corazón, llegaré a tu casa y no vas a ser quién abra la puerta. En la cocina no se escuchará tu música ni tu teclado en el pasillo, tipeando sin cesar, sin estridencias, trabajando como hormiga, la Hormiga Atómica!. Pero ahí estarás, distinto pero como siempre, en algún recuerdo de Pancho, en el amor y necesidad de vos de Agus, en la mirada explosiva y Ernestiana de Juani, dando alguna señal de otras formas de presencia o en sueños, pero por fin estarás. Extrañaremos siempre tu famoso “vuelta de rosca” que a todo le daba un toque fresco y personal como un perfumista de la vida. Se te llorará a mocos cada puto 13 de septiembre, pero más, mucho más estaremos agradecidos con vos, con Agus, y con la vida por esta feliz coincidencia.

POR CARMEN Y LEO Amigos de Ernesto

LA RODRÍGUEZ | 7


ERNESTO, EL LÍDER ERUDITO Ernesto, el líder erudito Sí, ya sé. Estarás pensando qué título de nota más extravagante. Farandulero. Excéntrico. Extraño. Inusitado. Pero a Ernesto le gustaban así. Cortos y concisos. Que esas dos o tres palabras te cautivasen. Que te introdujesen en el texto, para que piques el cebo de la futura lectura. Para mí fue un referente. De esos profes que no abundan y que yo tuve la suerte de disfrutar durante mis tres años de carerra de Periodismo Deportivo en Eter. Como su Twitter lo decía, le importaban deportes a los que “nadie le da pelota” y Ephecto es un gran legado para los periodistas del futuro. Fue un erudito de los deportes –no populares– y un tipo al cual admiré desde el lado de la autogestión y también desde sus investigaciones. Desde el primer día de clases en técnicas gráficas 1 mostró su liderazgo adentro de un aula. El manejo con los alumnos siempre tenía una mezcla de empatía amistosa y de autoridad por ser el docente a cargo. “¿Cómo anda la muchachada?”, expresaba. Cargaba a los hinchas de la Academia primos vecinos del equipo del cual era fana: el rojo de Avellaneda. Siempre con la distancia necesaria y correcta. Tenía el tacto suficiente para que temas sensibles por estos días, como la grieta política y el feminismo, se tocaran en clase con el termómetro justo. Y cuando las cosas no iban bien, traía a la clase alguna anécdota de sus tantas coberturas. A veces se excedía con el tiempo –jaja–, pero valía la pena escucharlo. Tenía un don para manejar los grupos. Y sobre todo llegada. Lo que decía se te incrustaba en el cerebro. De buena manera. Con fundamentos. Con técnica. Si tenías dudas te repetía 500 veces las cosas e invitaba al alumno a participar de la clase todo el tiempo. La imagen que más me queda de Ernesto fue aquella que le tomaron cuando había obtenido la tan ansiada, y paupérrimamente no otorgada por el Gobierno, acreditación a los Juegos Olímpicos de la Juventud. ¿Cómo un tipo que es un referente de los deportes olímpicos no iba a estar ahí? ¿Cómo un tipo que es docente y le enseña a pibxs no iba a ir justamente a los Juegos de la Juventud? Simple: su teclado (iba a poner pluma pero quedaba antiquísimo) era más fuerte que los negociados que investigaba. El último año de la carrera lo tuve como profesor de técnicas gráficas V en el primer cuatrimestre y de autogestión en el segundo, hasta su fallecimiento. Durante todo este año revalidé mi opinión sobre Ernesto: un crack. Lo admiré en todas sus facetas: como colega, como periodista, como un amigo-profe, como ser humano, como pensamiento de vida. Sus acciones me fueron marcando como era. Y ese “ser” de Ernesto, a pesar de las diferencias lógicas que tenemos como individuos, me transmitía enseñanza, valor, coraje, empatía, liderazgo. Y una pizca jovial como condimento. Ernesto era un tipo de esos que marcan. Su esencia no admitía falencias. Desde el lado de la educación te transmitía seguridad. Sabía manejar los grupos de alumnos. Tenía una gran afluencia intelectual. Pero por sobre todo me quedo con algo, en estos tres años jamás me dijo “no puedo”. Siempre tenía el tiempo para darte una mano. Y el tiempo, hoy en día, es el regalo más valioso que te pueden hacer. Porque todo regresa, menos las horas que transcurrimos en esta vida. Hasta siempre, querido Ernesto. Jamás voy a olvidar lo que me enseñó, “profe”.

POR EL “JOVEN MADEO” Estudiante de Ernesto

8 | LA RODRÍGUEZ

MI PEQUEÑO GRAN MAESTRO Cuando me desperté el 23 de junio ya te habías ido. Te habían velado y volvías a ser polvo cósmico. Esa mañana, entre las muchas conversaciones de WhatsApp que tenía, la primera que leí es la de un grupo de profes de ETER que preguntaban por vos. Desde que te operaron, todos los días hablaba con Nati. Pasamos del “salió todo bien”, al “hubo una complicación”, atravesado por el “manden linda energía”, el “Marce estuvo muy mal” hasta el “Marce volvió”, cuando ya estabas despierto y mejorando lentamente. Por eso, cuando leí el mensaje respondí que te habían operado hace una semana y que ya estabas mejor. Después leí otro chat, de tu hermano Ariel, con la noticia que nadie hubiera querido recibir. A partir de allí, durante días, me llegaron cientos de mensajes preguntándome si era verdad. Me escribieron profes, estudiantes y ex alumno/as. Vamos a extrañar tu sonrisa pícara, tu humor ácido, tus ojos mirando fijo, inquisidores, de quien busca algo más de aquello que se dice. Fuiste mi profe en ETER allá por 2011, pero desde 2016 que dábamos clase juntos te transformaste en mi maestro. Aprendí notablemente a tu lado. Con tu dedicación y tus ejemplos. Con tu compromiso para con la profesión, con tus luchas. Con tu profundo interés en lo/as estudiantes, en sus textos, en las correcciones, en su día a día. Formamos un gran equipo, tanto que hasta nos pusimos un apodo. “Marce te quería mucho, Yelow”, me dijo Nati cuando casi un mes después nos fundimos en un abrazo profundo y silencioso. Ese abrazo y ahora estas líneas, esta revista, me permiten empezar a sanar. Que la carrera de periodismo deportivo sepa quién fue Marce Rodríguez. Que tus enseñanzas perduren y que florezcan mil textos. Que Umita te pueda recordar por tus líneas y por aquello que tus colegas y seres queridos escribieron sobre vos. Es un regalo para ella, un abrazo entre quienes te quisimos y un pequeño homenaje de lo grande que fuiste. Para mí es la oportunidad de decirte hasta siempre, Yelow. La que no tuve cuando me desperté el 23 de junio y vos ya te habías ido.

POR LUCAS VARÍN

Periodista y amigo de Marce.

HASTA EL PRÓXIMO CAFÉ, BOHEMIO Una tarde caigo en la redacción del diario Perfil y encuentro a un compañero nuevo que ocupa un escritorio que hasta el día anterior estaba vacío. Intento ser buen anfitrión y me acerco a saludarlo. Y como suele ocurrir entre los periodistas que hacemos deportes, la primera pregunta no tiene que ver con laburos anteriores, cuestiones familiares o si te gusta Spinetta. La primera pregunta suele ser más esencial. -¿De qué cuadro sos? -De Atlanta. -Dale, boludo, ¿de qué cuadro sos? En ese momento imaginé que Marce usaba al Bohemio para ocultar su auténtica pasión por un club grande, esa pavada que pone en práctica la mayoría de los periodistas deportivos. Poco después me di cuenta de dos cosas: que efectivamente era fanático de Atlanta y que no me había mandado al carajo porque era mucho más ubicado que yo. Al tiempo de aquel primer encuentro me entero que Ediciones Al Arco organiza un concurso de cuentos de fútbol. El premio era la publicación de un libro con los diez cuentos ganadores. Como tenía alguno escrito, decido participar. Marce hacía por entonces un blog que mezclaba fútbol con relatos que parecían ficciones, y le paso el dato del concurso para que se sume. No estaba tan convencido, así que tuve que insistirle. Unos días antes de la fecha del cierre enviamos nuestros cuentos, en sobre cerrado y con seudónimo. Una tarde nos cruzamos en el baño de la editorial y, mingitorio por medio, le digo: ¿Sabés por qué no te pedí tu cuento para leer ni te ofrecí el mío para que lo leyeras? -Ni idea, viejito. -Porque los vamos a leer publicados cuando ganemos el concurso. No tengo la menor idea de por qué le dije eso. No suelo tener un optimismo desmedido ni le tengo una fe desmesu-

rada a lo que pueda escribir. Pero en ese momento estaba convencido de que iba a ser así. Puro instinto. Nos olvidamos del tema, por supuesto. Un mes después, tal vez más, recibimos en simultáneo un mail con la lista de los diez afortunados. Ahí están los dos cuentos: el de El Meniscal, su seudónimo, y el de Rodolfo Zimmermann, el mío. Marce lee el mail primero que yo, entonces me encara con la buena noticia. -Te felicito Zimmermann, estás entre los ganadores se rie. -¿Y vos? -¡También! Nos abrazamos. Lo festeja como un gol de Atlanta, lo festejo como un gol de Independiente. Cuando recibimos los ejemplares que nos envió la editorial, cumplimos con eso que se pareció a una promesa: me regala uno para que leyera su cuento. Dedicado, claro. Yo hago lo mismo. Ese cuento, además de que fue lo primero que publiqué en formato libro, lo compartí con un amigo. Hace cinco meses que Marce se fue. A veces imagino que estamos contando la anécdota del mingitorio entre amigos, un viernes a la noche mientras esperamos que traigan el vacío bien cocido. Seguro que él rescataría alguna escena para ridiculizarme o me corregiría los detalles que sepulta mi pésima memoria. Y nos cagaríamos de la risa. Un amigo es una imagen que se detiene, una voz que canta, un regalo que se atesora. También una anécdota en un baño. Es lo que conservamos de ellos. Momentos. Recuerdos. Historias. Y un ejemplar de un libro firmado. Un libro perfecto.

POR CLAUDIO GÓMEZ

Periodista y amigo de Marce

LA RODRÍGUEZ | 9


ERNESTO NO ERA NEUTRAL, ERA HONESTO

LOS HUMANOS En una conferencia que tiempo después se transformó en libro, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski dijo aquello de que quien ejerza este oficio no puede ser un cínico. Kapuscinski, que tenía lo suyo, desarrolló ahí la idea de la empatía, un concepto bastante

Una de las últimas obsesiones que Ernesto me trasladó

extendido en estos tiempos: ser buenos, ser humanos, sentir la realidad ajena. No es

fue la búsqueda de un video de una conferencia que Julio Ve-

tan claro que eso sea así -hay una variedad de periodistas cínicos y talentosos que, en

lasco ofreció algunas décadas atrás en Italia, cuando era técni-

todo caso, utilizan el oficio, sus herramientas, sus canales y su potencia para otros finespero en cambio Kapucinski fue algo más preciso cuando estableció las dos categorías en las que, consideró, se dividen los periodistas: los siervos de la gleba y los directores, a los que también podríamos denominarlos con definiciones de clase, los trabajadores y los patrones. No hace falta aclarar en qué lugar de esas categorías se ubicaban Los Rodríguez. Unidos en el apellido, también en la temática que los llamó a especializarse, Ernesto y Marcelo ejercieron siempre este oficio de manera humana, pero sobre todo ubicados de modo inamovible como trabajadores. Si los patrones se dedicaron a dictar las reglas, a soplar el fueguito del show, a arengar el clickbait y la precarización, Ernesto y Marcelo trabajaron para contrarrestarlos, para que no la tuvieran tan fácil. Es reiterado, un lugar común, que el buen periodista debe incomodar. ¿Incomodar a quién? Los Rodríguez incomodaban a los que manejaban los hilos de esta industria. Nos encontrábamos con Ernesto cada mediodía en la puerta de una escuela pública que nuestros hijos compartían. Tanto él como Agustina estaban tan comprometidos ahí que peleaban por cambiar las cosas. Algunos asuntos en esa escuela funcionaban mal. Ninguno se quedó callado. Lo hacían por Pancho y Juana, pero también por los demás. Esa fuerza para desviar el cauce de la realidad, para no aceptarla como el sistema pretende que la aceptemos, era la misma con la que hacía periodismo Ernesto. Para cambiar el deporte que él amaba y para que cambie la realidad de los deportistas, los más anónimos, que él escuchaba. Fuera de los grandes medios, con su página artesanal, con la potencia de su obsesión por contar lo que nadie contaba. Pero ser un siervo de la gleba, en los términos de Kapucinski, también conlleva otros compromisos. Nadie puede tener empatía por un otro sino se tiene empatía con los propios, con sus colegas, con sus compañeros. Se llama conciencia de clase. Y entonces lo recuerdo a Ernesto, un sábado por la mañana, levantando la mano para votar la junta electoral que llevaría a la elección de comisión interna en Olé y Clarín después de doce años. Lo veo a Marcelo saludando desde una ventana del edificio de la editorial Perfil después de haber luchado por su reincorporación y la de sus compañeros despedidos. Ser periodista -trabajador de prensa- no es sólo escribir historias ajenas, es también construir las propias, que son las colectivas. No es sólo reencauzar la realidad de otros, es también pulsear por la nuestra. Nuestros Rodríguez eran todo eso. Y eran también muy humanos. En ellos sí que no había ni un poco de cinismo.

POR ALEJANDRO WALL

Periodista y amigo de Ernesto y Marcelo.

BARCELONA, EL ATLANTA DE ESPAÑA Éramos pocos en la redacción. Tan pocos que uno tenía que tener un argumento muy fuerte para no estar en la redacción un sábado a la tarde, el momento decisivo del cierre del diario del domingo. Él tenía uno irresistible: Atlanta podía ascender. Y con esa certeza se plantó ante el editor: le explicó que su motivación, además de la del hincha, era periodística. El Bohemio representaba buena parte de los valores que él mismo encarnaba: el sentido de pertenencia a un barrio, la pelea por un ideal, el amor incondicional. ¿Cómo no ser testigo de aquella fiesta, cómo no proponer una doble página central del suplemento con la historia del ascenso? Ganó la batalla y allá fue esa tarde de mayo de 2011. Enfundado en los colores de la bufanda y la camiseta, abrigado por el calor de su papá y su hermano –los Rodríguez son Atlanta–, iba a sentir para después contarlo. Al revés de lo que se escribía en aquellos días de ese equipo que deslumbraba en la B Metropolitana, él decía que Atlanta no era “el Barcelona del ascenso”, sino que Barcelona era “el Atlanta de España”. Ya ven: se animaba a todo. Se ubicó en la popular –a Atlanta no podía verlo en un pupitre de prensa–, gritó, se emocionó, se abrazó con el clan familiar, festejó. Volvió. Llegó a la redacción, ya al atardecer, con la voz afectada por la emoción. No estaba exultante, estaba algo mejor que eso: feliz. En su plan de acción había incluido a un fotógrafo, que había tomado imágenes buenísimas. En una de ellas, la mejor, estaba él: como en un cuento, salía de adentro de una bandera que tapizaba la tribuna, justo en el centro. Lo gracioso fue que el fotógrafo no se había dado cuenta de que el protagonista de la imagen era el periodista que iba a firmar la nota. Spolier alert: para verla, no se pierdan el libro suyo que se publicará pronto. “Atlanta recuperó un eslabón de su cadena histórica. Lo festejaron los 15 mil hinchas presentes. Los que fueron a ratificar lo que pasó. Volvió Atlanta, el que supo matar a la muerte.”, escribió. Vos también la mataste, querido Marce.

POR ANDRÉS ELICECHE

Periodista y amigo de Marce 10 | LA RODRÍGUEZ

co exitoso del seleccionado “azzurro”. Era una conferencia en la que Velasco, triunfador, sorprendía a la audiencia hablando del significado de la derrota. Ernesto lo buscaba para el libro biográfico que preparaba sobre el técnico con el amigo Gabriel Rosenbaun. Ernesto me citaba un artículo que yo había escrito para Página 12 tantos años atrás que ni siquiera yo mismo lo recordaba. Típico de Ernesto. Buscar una información y profundizarla. O descubrirla, como su fabulosa investigación sobre el gasto record y sospechoso de los Juegos Olímpicos de la Juventud. Tema tabú. Aún hoy. Ernesto no pretendía “objetividad”. “Objetividad -leí alguna vez- es el delirio de un sujeto que piensa que observar se puede hacer sin él”. Ernesto era exactamente lo contrario. Era él. Observaba con sus ojos, preguntaba con su boca, pensaba con su cabeza y escribía con su letra. Periodista de años, por supuesto que respetaba las reglas del oficio. La búsqueda de la fuente, el documento, el chequeo con las fuentes, el contraste. Y honestidad. No era “objetivo”, quiero decir, en el sentido que supone cierta ingenua “neutralidad”. Repito una reflexión del obispo sudafricano Desmond Tutu: “Si un elefante pone su pie sobre la cola del ratón y tú dices que eres neutral, el ratón no apreciará tu neutralidad”. Ernesto privilegiaba investigar elefantes, no ratones. Preferí iniciar este texto hablando del Ernesto-periodista. Obvio que el Ernesto-persona también forma parte, y decisiva, del Ernesto-periodista. Pero los afectos, la amistad, suelen ser mundos más privados. Más íntimos. Y los periodistas ya ocupamos demasiado espacio público como para encima hablar también públicamente de nuestra vida privada. Pero no puedo cerrar sin hablar de la persona, de su calidez y de su compromiso en el afecto. Me contaban en Moscú, en pleno Mundial, que los rusos no son fríos. Que ellos no le preguntan al otro “cómo estás” por circunstancias o por compromiso. Que lo hacen para saber realmente “cómo estás”. Y que, cuando lo hacen, es porque entonces disponen de tiempo para escuchar la respuesta. Pensé en Ernesto. Siempre obsesivo y a los piques. Y siempre dispuesto también él para saber cómo estaba el otro.

POR EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES Periodista y amigo de Ernesto

LA RODRÍGUEZ | 11


ERNESTO, EN EL AULA

MIRAR Y CONTAR UNA HISTORIA Te fuiste, viejito. Pienso, pálido y desarmado en la cama, y solo me ilumina recordar tu media sonrisa tan pícara, tu voz pausada, elegante, los rulos sobre las orejas, los audios que escucho y escucho en nuestro chat: guardo eso, lo repito con los ojos cerrados. Lo último que te mandé, hace una semana, fue un corazón rojo que late y late. Eras mi maestro. Después de cada clase, nos quedábamos hablando acodados en un banco hasta que la chica de limpieza nos rajaba del aula. Afuera seguíamos, sin parar de mirarnos, apoyados en la entrada. Tu mirada era mansa. Una vez agarraste las manijas y me llevaste con la silla: esquivamos una persona, le metiste turbo y bajamos una rampa. Me sentí seguro. No cerrabas la puerta ni arrancabas la cursada si yo no entraba. Apenas escuchabas las ruedas que avanzaban temblorosas por el pasillo, corrías un asiento y me guardabas un hueco cerca tuyo y del pizarrón. Yo faltaba dos veces por semana a la facultad: solo iba a escucharte. No me interesaban —y no me interesan— las demás materias: quería técnicas de la escritura. No escribir corto ni conciso: sumergirse, ir hasta al fondo para retratar a los personajes. Leíamos textos juntos y me editabas desde tu casa. Me mandaste a mirar, preguntar, mirar de nuevo, volver a escribir. Me contagiaste a intentar lograr algo que suena simple, chiquito, pero no lo es: contar una historia. Me hiciste el contacto con editores de varios medios del país para publicar; me recomendaste y exageraste muchísimo. «Vos sos un rupturita: te ponen barreras,

pero rompés y rompés y rompés. Es muy valioso lo que hacés y lo que tenés para contar», decías y yo me quedaba quieto. Un ojo tuyo no veía. Tomabas agua de la botellita y se te volcaba en el Che Guevara de tu remera. Tenías dos temores: quedarte ciego por completo, que Atlanta no volviera a jugar en Primera. Me pediste que escribiera sobre mi cuerpo y mi enfermedad, que es rarísima y no la quise mirar nunca. Al principio los miedos me mordían, pero me insististe. «¿Vos con miedos? Dejate de joder, no rompás las bolas y ponete a escribir», me decías cuando te contaba que no me animaba. Me empujaste. Y ahora me mando de cabeza por vos. Porque tuviste los huevos de hablar sobre tu problema de la vista en un material que saldrá pronto. Porque me ayudaste a enfrentar al espejo, a describir la piel que en cada segundo que pasa me transforma en un bicho innombrable. Porque siempre apoyaste la lucha de las pibas y los pibes. Porque eras amor, una persona que daba.

POR MATÍAS FERNÁNDEZ BURZACO Estudiante de Marce

ANÉCDOTA Mi hermano Ernestín amó la docencia porque fue su vocación desde siempre. Indudablemente fue su primera carrera y cuando se recibió de maestro, su primera experiencia fue en una escuela de un barrio de emergencia de Quilmes, lugar que amó desde el primer día porque consiguió grandes logros personales y de sus alumnos. Recuerdo verlo ir y volver en bicicleta lleno de carpetas y cuadernos para corregir de todos sus alumnos. Y en ese lugar pudo sumar otra pasión porque cuando le ofrecieron que se encargue de organizar una materia optativa, él eligió hace un taller de cocina y para ello construyó con sus alumnos un horno de barro. No solo les enseñó a cocinar sino que también, les brindó a sus alumnos, cuya mayoría vivían con carencias económicas en sus hogares, la posibilidad de que se alimentaran con algo casero y saludable.

POR MALVINA RODRÍGUEZ Hermana de Ernesto 12 | LA RODRÍGUEZ

Ernesto siempre levantaba la mano. En ese aula y en los noventa, desde su banco de alumno, Ernesto siempre levantaba la mano. Escuchaba “Juegos Olímpicos” y levantaba la mano. Escuchaba “década del setenta” y levantaba la mano. Escuchaba “Argentina” o “mundo” o “relaciones internacionales” o “condición humana” y levantaba la mano. Escuchaba el nombre de un deportista por primera vez y volvía a levantar la mano. Escuchaba cada eco del aula que le parecía que podía modificarse, completarse y, en especial, pensarse, y levantaba la mano. Escuchaba y no sólo escuchaba: escuchaba y preguntaba, escuchaba y se preguntaba, escuchaba y debatía, escuchaba y se hacía escuchar, escuchaba y generaba que escucharlo fuera una tentación y una lección. En ese aula del segundo piso de DeporTea, sobre la frontera con un pulmón de manzana habitado por las rutinas grises del Once, Ernesto espantaba al peso de las rutinas y de los grises: siempre quería más, siempre respiraba inquieto por saber más, siempre invitaba a no estancarse en la superficie de las cosas, siempre nos transformaba en mejores. Era un estudiante conmovedor, alguien que renovaba la confianza en que la educación es un acto en el que todos y todas aprenden de todas y de todos, alguien que justificaba las ganas de sacarle la lengua a las fulerías del presente porque, con gente así, con gente que era gente del modo en que él se revelaba como gente, el futuro sería una belleza. Ya en esos años, ejercía comportamientos que no abandonaría nunca: miraba donde muchos y muchas no advertíamos que había un escenario clave para mirar, investigaba sin que nadie le diera órdenes para que investigara, laburaba cada nota como si de ese laburo dependiera el destino de la existencia, contagiaba una fe en hacer periodismo que vencía a las prácticas desanimantes de unas cuantas personas y de las corporaciones de la comunicación. Y si todo eso implicaba un montón de méritos, había una virtud de otra escala, muy superior y definitoria como ninguna de quién era y qué creía: Ernesto no competía, Ernesto compartía. “Mirá lo que encontré”, vibraba, levantando la mano, con un entusiasmo que le rompía el cuerpo y sin jactarse de nada, cada vez que aparecía con un dato entrelazado con otro dato y con otro dato más que modelaban una historia que dejaba al deporte y a la realidad en un estado diferente al que tenían un rato antes. Lo hacía en ese tiempo en el que era un alumno que enseñaba, una época en la que avanzaba, casi corría, de aula en aula en DeporTea, y de máquina en máquina, y de papel en papel, y de fuente en fuente, y de ganas en ganas. Lo hacía y lo siguió haciendo porque Ernesto era un estudiante conmovedor por diez mil razones pero, sobre todo, porque era un tipo conmovedor con el que daba emoción charlar, diferir, converger, polemizar, detectarlo levantando otra vez la mano para avisar qué lanzaba más informaciones y más ideas, sucumbir a la fascinación de su trabajo y de su energía y darle, invariablemente, un abrazo.

Quienes conocen y quienes no conocen a Ernesto Rodríguez fueron beneficiarios de lo que hizo cuando emergió de las aulas de DeporTea. Eso, con el corazón y con la verdad, lo están narrando en estas horas sus amigos, sus colegas, los y las estudiantes que tuvieron bastante más que suerte al toparse con la polenta de Ernesto en las aulas de ETER y de TEA cuando, desarrollo inevitable para él y necesario para el planeta, se volcó a la docencia. Ahí brilla la médula de su ser: se tornó periodista para hacer lo que le importaba del periodismo y de la vida, oyó y amplió la voz de los que no hallaban otras orejas, afirmó una impecable erudición deportiva y una más impecable técnica para escribir, desafió a poderes y a poderosos del deporte porque lo comprometían los desafíos y lo comprometía el deporte, se le atrevió a famas y a famosos (hay un texto de Eduardo Bejuk que ilustra de maravillas cómo Ernesto se le plantó al boxeador Floyd Mayweather), no se entregó frente a los engranajes de la mentira y tampoco delante de las máquinas de multiplicar la estupidez, luchó y consiguió no abandonar nada de eso en un país y en un oficio en el que sufrió -en lo individual y en lo colectivo- el arrasamiento de posibilidades y de derechos. Y jamás dejó de levantar la mano para preguntar lo que le parecía imprescindible preguntar y, más todavía, para denunciar a los hijos de puta de la Tierra. Ernesto siempre levantaba la mano y también la levantó durante el mediodía del lunes 9 de este septiembre de dolor, en el bar de DeporTea, saludando y saludando, repartiendo señales de que andaba detrás de una de sus notas buenas o del viaje a la cumbre de Play the Game que le engalanaba el horizonte. “Tengo clase de investigación periodística. Hay un documental buenísimo que quiero que veamos. Creo que les va a venir fenómeno a los chicos. Hay que intentar, hay que seguir intentando”, abrevió, casi igualito al pibe que había sido unos lustros antes, resuelto a socializar, como en cada segundo, lo que le parecía que valía la pena. Estaba radiante, potente, generoso, luminoso, entrañable. Estaba como era. Y estaba acá, a cinco metros de donde en este momento fluyen entre tropezones estas líneas, a cinco metros de donde voces más viejas y más jóvenes recuerdan una y cien anécdotas de y con Ernesto. Acá, donde ahora somos nosotros quienes levantamos la mano, llamamos como podemos a las generaciones flamantes que hacen copetes o poemas en los teclados que acariciaba Ernesto, y también les detallamos anécdotas de Ernesto. Y, además de eso, les sugerimos que, si van a dedicarse al periodismo o si van a dedicarse a ser gente, levanten la mano, sueñen y no se rindan, que eso es lo que era y es lo que siempre va a ser, estudiante conmovedor y conmovedor compañero, el gran Ernesto. Te abrazamos y ya te extrañamos, Ernesto. Y te queremos mucho.

POR ARIEL SCHER

Periodista y docente de Ernesto LA RODRÍGUEZ | 13


A LABURAR BIEN

MI AMIGO, EL QUE ESTABA SIEMPRE Y PODÍA CON TODO Nos encontramos en un avión y sin querer empezamos un viaje, una cobertura periodística, que tuvo mucho de una aventura entre amigos. Llegamos a Las Vegas y nos alojamos por casualidad en el Hotel Excalibur, pero como el check in era bastante más tarde fue el momento de Ernesto. Con su inglés amable y sus bromas, sonrisas mediante “conquistó” a la señora que no solo nos hizo el check in, sino que nos dio dos habitaciones pegadas. Claro, es que después de hablar con él y de que su simpatía y calidez le fuesen transmitidas, para ella era como recibir a un nieto que la venía a visitar. Al terminar de trabajar la primera jornada él se quedó escribiendo en la sala de prensa del hotel en donde estaban alojados Maravilla Martínez y Chávez Jr. pero fiel a su forma de ser, me aconsejó que fuera caminando de una punta a la otra del Boulevard principal de Las Vegas para que conociera y que luego a la noche nos juntábamos a cenar. Así fue, porque como siempre terminó su trabajo del día y pensó las notas para el siguiente, pero sin descuidar a su compañero de viaje. Estaba y podía con todo. Una noche me propuso acompañarlo a recorrer unas librerías que había buscado para tratar de conseguir esos ejemplares casi imposibles. Obvio que ya tenía la lista armada desde mucho antes, con todo el detalle del viaje que teníamos que hacer en aquella mañana libre. Enseguida le contesté que sí. Durante el trayecto me miró y dijo: “qué lindo compartir esta semana con vos, porque te digo de ir a cualquier lugar y no tenés problema”. Lo noté contento y yo también estaba feliz.

Claro, lo que él no tenía en cuenta era que con la pasión con la que te consultaba si querías acompañarlo y con los planes que armaba, decir que no era imposible. La mañana luego de la pelea me tocó la puerta de la habitación. Yo estaba saliendo al aire por teléfono para el medio donde trabajaba. Me dijo en voz baja que se iba a ver a Maravilla al hotel a poco más de 12 horas de su épico triunfo. Todavía con el teléfono en la mano, lo miré, pero antes de que hiciera un gesto o dijese una palabra me hizo leer otro mensaje de texto, donde él le decía al flamante campeón mundial de los medianos que iba conmigo a verlo. Así era Ernesto. Conseguía la única entrevista mano a mano con la figura que todos querían en ese momento y la compartía con otro periodista. Porque su generosidad y sus valores siempre estuvieron por encima de cualquier primicia. Ese era mi amigo, con el que charlábamos, reíamos, discutíamos, siempre con el mismo sentimiento que nos unía. Y si bien no me resigno a no verlo más en los pasillos de Eter, a no recibir sus ideas para hacer con sus estudiantes, a no poder sentarnos a charlar de lo que sea que tuviésemos ganas en cualquier momento, a no poder planear cenas, y a tantas cosas, le agradezco el haber podido disfrutarlo y por la amistad incondicional que me dio siempre.

POR GERMÁN RIESCO

Periodista y amigo de Ernesto

Lo conocí cursando la primera materia de Comunicación en la UBA. Me dio una tarjeta personal que arriba decía su nombre, abajo su teléfono y en el medio: “Experto en la materia”. Cada vez más seguido me parece que la mayoría de los periodistas deportivos son tan “expertos” como lo era Ernesto en aquella tarjeta. Pero seguramente estoy equivocado y saben mucho. Pero yo los comparo, injustamente, con Ernesto. Lo extraño. Al presentarnos nos reímos, por su tarjeta y alguna pavada que habré contado. Seguimos así toda la cursada. Fui a Avellaneda cuando nos cocinó pato a la naranja y vino a Ramos Mejía cuando hice asado, estudiamos juntos y fuimos expertos en materias que no daba la UBA. Voy a tratar de enfocarme en ser lo más positivo posible y escribir algo que le sirva a algún estudiante de periodismo. Y es que en nuestra amistad era detallista, divertido, incansable, transparente y así era en el trabajo. Sobresalió por sus investigaciones, por mostrar lo que se quiere ocultar, por hacer periodismo curioso y honesto. Lo fui a ver cantar rap y me vino a ver tocar la batería. Nos conocimos novias, libros, esposa, hijos. Ahí sonreíamos más acompañados. Hablamos de hacer algo con periodismo de datos para deportes. No se dio. Lo que finalmente hicimos es ir a Las Vegas y ver juntos el segundo intento de Marcos Maidana. Luego de la pelea nos quedamos hablando toda la noche al borde de la pileta hasta que nos dormimos y se nos acercó un guardia moreno. “Se te acerca Mayweather de viejo”, le dije antes de que lo despertara aquel guardia, un Floyd canoso. Para no recordarlo solo con mi imaginación cada tanto escucho su último mensaje de Whatsapp. Le pregunté cómo andaba y hoy me sigue diciendo en ese audio: “Acá Diegote… laburando a mil y ganando a diez”. Cuando me dio aquella primera tarjeta, no sabía que iba a sentir una amistad de toda la vida. Mucho menos que podía existir algo así como ser amigos más allá de la vida. ¿Amigos para toda la muerte? No nos adelantemos. Lo que sí sabemos es que así, peleándola, la vida te sonríe. Y según como la pelees te podes hacer merecedor de una tarjeta que te haga sonreír. Hasta que del futuro te llega el irremediable nocaut. Un golpe que a veces no vemos venir. Un golpe que, si laburaste bien, quizás no te saca del todo: quedan hijos, libros y escuelas de periodismo que honran las lecciones de los expertos.

POR DIEGO MELAMED

Periodista y amigo de Ernesto 14 | LA RODRÍGUEZ

EL FUTURO ESTÁ POR ALLÁ La primera vez que me llamó, estaba desperdiciando la adolescencia en un McDonald’s con un amigo. Recuerdo que, cuando me dijo quién estaba del otro lado del teléfono, abandoné la fila y salí hacia afuera a conversar. Por ese entonces, yo escribía en un blog que pretendía publicar noticias sobre la actualidad del boxeo argentino, y era un errático aspirante a periodista que amaba el deporte y tenía una única virtud: rastreaba cuanta novedad boxística giraba en torno a la disciplina y las publicaba para un puñado de generosos apasionados. Entre esos pocos lectores estaba Ernesto Rodríguez III, que ya era lo que fue hasta el último día de su vida: uno de los más brillantes periodistas dedicados al deporte. Y me llamó para chequear un dato que vio –y luego publicó, citando la fuente, como debería ser y casi ya no es- en ese intrascendente blog. Así funcionaban su rigurosidad y su ética profesional. Es por estas fechas, cuando el fin de año nos avisa que hay que premiar a los mejores deportistas de la temporada y en todas las redacciones nos invaden las incógnitas. Son estos días, en que llega diciembre y no hay dignidad, ni aguinaldo, ni felices fiestas. A personas como Ernesto se las extraña todas las mañanas y las tardes y las noches, pero hay momentos en que su recuerdo nos sacude con muchísima más frecuencia. Porque es en las horas de los balances cuando, al advertir el sobrante de deudas y el faltante de recursos, nos cuestionamos casi todo: ¿vale la pena continuar en una profesión (por jefes) cada vez más bastardeada y (por empleados) cada vez menos honrada? ¿Conviene invertir horas en investigación cuando lo que reina es el clic berreta, urgente y mentiroso? ¿Es oportuno apostar a la crónica, a la palabra cuidadosamente seleccionada, al trueque de sudor por un dato? A esta altura del año nos sopapean los raptos de pesimismo, y el presente no invita a darle batalla a un rival que en su crueldad luce casi sin fisuras. Es en el pasado –sí, en el melancólico, idealizado y doliente ayer- donde hallamos la motivación para seguir adelante. Porque cerramos los ojos y se nos viene a la mente un tipo hiperquinético, a bordo de su bicicleta, hablando por teléfono, intercambiando mensajes, tuiteando, redactando, averiguando, ayudando, legando, queriendo.

POR ANDRÉS MOONEY

Periodista y amigo de Ernesto LA RODRÍGUEZ | 15


MARCE, NUESTRA LEYENDA

ERNESTO, EL DEL POSTER Desde que un amigo me contó de tu partida, he luchado por hacer catarsis con esta ilusa y contradictoria forma de buscar patrones y lógica en algo que no lo tiene. Y aunque mi cabeza no para de buscarlos, mi memoria emotiva también me dice al oído que vos no respondías a ninguna lógica. Fuiste extra ordinario. Nada de lo que hiciste era común, sencillo, superficial, “lo justo y necesario”. El día que te conocí, en la UBA, una mujer que luego se convirtió en tu compañera de aventuras te había convocado para dar un seminario de periodismo. Te vi joven, canchero, arrasador, imponente y relajado a la vez. Me diste inspiración y bronca. Me llevaste a pasear por mis rincones competitivos para luego transformar esa energía en auto superación y compromiso. En mi cabeza, mandé a hacer un póster de todo lo que quería ser cuando fuese profesional de la palabra. Y colgué tu imagen en mi habitación para siempre. Fuiste uno de los motores de mi vida periodística. Admiración y meta. Generoso como pocos, me llamaste “colega” cuando no puedo ni atarte los cordones pero cuando me terminaste de conmover fue el día que me dijiste “amigo”. Fuiste el que me levantaba el teléfono en las guardias de Olé cuando trabajaba de prensa y el que me enseñaba a manejar el código de los editores para que publicaran el material que con mucho esfuerzo te enviaba como si fuera tu corresponsal. Nos hiciste mejor a todos. Viajamos juntos y hablamos mucho. Cada instante al lado tuyo agigantaba más mi admiración hacia el tipo divertido, lúdico (me regalaste el Homo Ludens anticipándote -como siempre- a mis años de terapia), cariñoso esposo y padre. Eras capaz de ser respetado y reconocido por los protagonistas a los que criticabas. Caminabas por todos lados como si supieras todo el tiempo lo que hacías y navegabas la incertidumbre de forma fluida, como cuando Olé te despidió. Buscábamos trabajar juntos en cualquier proyecto. “Matuzalem tengo que hablar con vos!” me llegaba al teléfono y se me caían los calzones pensando que era el del póster el que me llamaba. El que bajaba del podio para hacerme sentir un igual. Cada cumpleaños, buscabas un sinónimo nuevo para no decir “cumpleaños”. Rompías con lo establecido, como cuando me tomaste de la mano en mi casamiento y bailamos un vals. Volverás al poster de mi habitación y seguirás siendo el reflejo en el que verme para tratar al menos de ser una pizca de lo que fuiste.

POR MATÍAS ROSA

Periodista y amigo de Ernesto 16 | LA RODRÍGUEZ

El 30 de marzo de este año, Marce Rodríguez me envió por correo electrónico uno de los textos de su próximo libro, que sería editado por Libro Fútbol, sobre el clásico más importante para cada equipo -y digo uno de sus libros porque ya había terminado otro sobre su relación personal con Atlanta, su gran equipo chico, que espero que sea publicado pronto-. Éste de los clásicos era un proyecto que ya lideraba desde hacía varios meses porque, recuerdo, a mediados del año pasado me había preguntado sobre el triunfo más importante de River sobre Boca, una consulta que obviamente debió haber sido antes del 9 de diciembre de 2018. La crónica que me envió Marce, ya en el comienzo del otoño, fue sobre la victoria más recordada de Gimnasia sobre Estudiantes, el llamado “Gol del Terremoto”, el de Ricardo Perdomo en 1992, y tenía el sello de sus textos: eran tan empáticos que a uno le daban un poco de envidia -porque me habría gustado escribirlo a mí- y mucho de placer -porque simbolizaban la clase de lectura y reconstrucción periodística que a mí me gusta y no es tan fácil de encontrar-. Marce moriría poco después, el 23 de junio, apenas comenzado el invierno, con el libro inconcluso. Como imagino que este texto ya no saldrá a la luz, recupero algunos extractos de lo que me envió por correo electrónico y los comparto aquí, como una especie de publicación al final del camino. “Salvo en el centro neurálgico de la explosión, el gol pasó prácticamente inadvertido para los medios nacionales, aun cuando se produjo en el partido de mayor recaudación de la fecha, con 170.146 pesos; la popular, entonces, costaba cinco pesos. Ninguno de los diarios de mayor tirada mencionó en su tapa, ni siquiera en la de sección Deportes, al clásico platense. Clarín, en la portada de su suplemento del 6 de abril, tituló ‘Boca está ahí’, luego de su triunfo 1 a 0 en Corrientes, ante Mandiyú. Arriba, es una esquina, retrató el empate del líder: ‘Newell’s salvó la punta sobre la hora’, en un 2 a 2 frente a Vélez. Los otros títulos fueron dedicados al tenis y a la Fórmula 1: ‘Vamos Gaby todavía’ (Sabatini había ganado el torneo de Hilton Head al derrotar en la final a Conchita Martínez 6-1 y 6-4) y ‘Triplete de Mansell’ (el piloto inglés se había quedado con el Gran Premio de Brasil). El terremoto, lo nunca visto, todavía no había ocurrido en el papel aunque sí ya había pasado en la geografía de esos 7.000 metros cuadrados de la cancha de Estudiantes. En las páginas interiores de Clarín apenas hay mención al triunfo de Gimnasia, pero el comentario con la firma de Juan Quiroga destila, sin saberlo, una impronta premonitoria: ‘El barrio tiene un nuevo dueño, decía un código malevo. En este caso será una ciudad, La Plata concretamente, que vibró y seguramente seguirá vibrando unos cuantos días ’. Si hay algo que la memoria rescatará de aquel partido que Clarín definió como ‘discreto’ será que en la tribuna de madera y platea visitantes los casi 10 mil hinchas de Gimnasia apiñados hicieron ‘vibrar’ la tierra. Un terremoto que, con los años, estremeció con la fuerza con que se insuflan las leyendas”. Cada uno de nosotros, en nuestras propias vidas, estamos rodeados de leyendas. Incluso las necesitamos: de otra manera no podríamos avanzar. Si la de Gimnasia fue la del terremoto, para quienes fuimos, somos y seremos sus amigos, Marce siempre será

UNA VOZ EN EL TELÉFONO Ernesto trabajaba mucho y seriamente, pero lograba lo que muchos no podemos, entrar y salir de lo riguroso, sensato y reflexivo para también reír, de uno mismo, de todos. La foto de su whatsap, con su familia, donde los cuatro parecen gritar “gollll” es una muestra. Su presentación en Twitter, otra: “Experto en boxeo y deportes a los que casi nadie les da pelota”, se lee. Siempre me sacó una sonrisa esa frase. Me animo a decir esto aunque nunca conocí personalmente a Ernesto. Siempre fue para mí una voz en el teléfono y esto no es el título de una telenovela, fue la forma de conectarme con él desde la primera nota que le hice para el diario en que trabajo, en Rosario. Leí el año pasado sus notas sobre los Juegos de la Juventud y no dudé en llamarlo, porque él decía lo que ninguno, denunciaba lo que nadie. Ernesto se reía del muñequito Pandy y las sonrisas petrificadas de los funcionarios del macrismo pero sobre uno y otros escribía bien en serio en Ephecto. Encontraba “el lado oscuro de los Juegos”, por eso titulé así la nota que se publicó el 20 de octubre del año pasado, en La Capital. Ernesto era descontracturado. Al hablar puteaba tanto como yo. Eso me hacía sentirlo amigable, pero era también obsesivamente preciso. A partir de esa nota quedamos conectados, nos preguntábamos cosas relacionadas al deporte, nos pasábamos datos y teléfonos. Desde muy temprano y hasta muy tarde. No sé si porque cuando me contestaba oía voces hogareñas detrás de su voz o qué, pero siempre me lo imaginaba haciendo varias cosas a la vez. El 6 de septiembre me dejó grabada una última pregunta sobre cuestiones deportivas en mi ciudad. Estaba dispuesto a investigarlas. Le contesté que estaba de vacaciones en el norte por unos días. Me contestó: “Seguí disfrutando entonces del paseo”. Se suponía que íbamos a seguir conversando. No se equivocó. El 14 de julio había creado el whatsap, “Grupo de prensa”, con el que nos obligó a seguir conectados, charlando y compartiendo generosamente datos incluso entre colegas que ni nos conocemos. Ahora tengo varias voces en el teléfono y escribo siendo prácticamente la medianoche, para “La Rodríguez”. Ernesto me hace trabajar, nos hace trabajar a cualquier hora, como él lo hacía. Y se ríe, estoy segura que por todo esto se está cagando de risa de todos nosotros. Y lo celebro.

nuestra leyenda.

POR ANDRÉS BURGO

Periodista y amigo de Marce

POR LAURA VILCHE

Periodista del suplemento Ovación del diario La Capital de Rosario


LA IMPORTANCIA DE TENERLO A ERNESTO Que era un obsesivo del trabajo no es novedad. Que era un apasionado del deporte tampoco. Menos que era un detallista del periodismo y que tenía el valor no solo de darle difusión a deportes que no venden, sino de investigar las tramas mafiosas y corruptas en el manejo del deporte. Por eso, porque estas cosas se saben, este texto intentará ser un agradecimiento y homenaje desde un lugar más vivencial y personal. Sí, personal, aunque seamos un colectivo. Bola Sin Manija es un colectivo independiente de crítica deportiva y humor que nació en 2010. Pero Ernesto antes que un colega, era un amigo. Y no lo decimos por decir: uno de los integrantes de BSM era su amigo desde la adolescencia. Por eso, para el resto, antes que el periodista, veíamos a Ernesto como un amigo. Como colectivo que nació sin pretensiones, y con la impunidad que nos da que ninguno de nosotros es periodista deportivo, estaremos siempre agradecidos con Ernesto. Porque lo que somos hoy es en gran medida gracias a él. Nacimos, como decíamos, en 2010, como un blog con el sencillo objetivo de expresarnos sobre el Mundial de fútbol de Sudáfrica. Pero en seguida descubrimos los deportes alternativos: veíamos deslumbrados que los deportes que los medios nos mostraban no eran ni una ínfima parte del universo existente. Que en India se jugaba algo llamado kabaddi, que en Alemania existía el faustball, en Holanda el korfball, y un largo etcétera. Y que, para nuestra sorpresa, todos esos deportes tenían representación en Argentina, gente impulsándolos y hasta participando como selección nacional en contiendas mundiales. En los medios eso no lo encontrábamos. Pero claro, Ernesto ya lo conocía. Fue allí cuando nos interesamos en contar esas historias, en cubrir esos eventos increíbles, en darle espacio -aunque sea en un humilde blog- a esas personas. Y averiguando quiénes desarrollaban estos deportes en nuestro país, llegamos a descubrir a Ricardo Acuña, presidente de la Confederación de Deportes Alternativos y de la ONG CODASPORTS, un personaje increíble. En ese momento, Ernesto nos vinculó con él y nos dijo: “Los locos se tienen que conocer”. A partir de ese gesto, el carácter de nuestro medio cambió y también el de nuestras vidas. Nos fuimos especializando en esos deportes raros, gracias al nexo clave que nos hizo Ernesto. Ernesto, además, siempre estuvo muy pendiente de lo que hacíamos. Nos daba un lugar que no sé si merecíamos: nos difundía, venía a nuestras actividades, nos daba información y contactos cuando lo necesitábamos, leía nuestras notas y libros y hasta nos invitaba a sus clases para que les hablemos de cobertura alternativa y de deportes raros a sus alumnos. Sí, a nosotros, completos outsiders, Ernesto nos consideró relevantes y nos dio un lugar en su agenda. Un tipo completamente generoso. Gracias, Ernesto, por tus gestos que nos modificaron la vida, y por tu amistad totalmente aparte del deporte.

POR BOLA SIN MANIJA 18 | LA RODRÍGUEZ

APOLOGÍA DE LAS EXCEPCIONES ZAMBA PARA RECORDAR Creo que a Marcelo no le gustaba mucho el folklore; en todo caso, le era indiferente. Pero hay una zamba que dice “Lloraré, lloraré, lloraré toda la vida”, que luego derrapa hacia el machirulismo mimoso: “Si la que amo tiene dueño”. El 14 de junio de 2019, Marcelo entró al quirófano para que le repararan una válvula del corazón. Hacía un tiempo le habían diagnosticado un soplo y quería solucionar ese tema para tener una mejor calidad de vida con su esposa y su hija. Las cosas se complicaron más, mucho más, de lo imaginado y en la madrugada de 23 de junio murió en una clínica de la Ciudad de Buenos Aires. Desde entonces, su familia, sus amigos, sus alumnos lo lloramos como el chalchalero de la canción llora a su novia. Tuve la suerte de haber trabajado con él primero en la redacción del diario Perfil y luego durante largos meses en un libro –cuya tapa se ve acá al lado- en el que cuenta sus obsesiones, su afán por ver a Atlanta en Primera, parte de su intimidad y sus miedos. Tanto él como yo sabíamos que el fútbol era una excusa para otros asuntos; para pensar la vida, la amistad y las formas que toma la literatura en un relato cualquiera. La foto que le tomó Sergio Piemonte es una de esas maravillas que regalan el arte y el azar cada tanto: no estaba planificada; de casualidad Marcelo encontró el hueco y se metió a agitar en medio de la tribuna del coloso de Villa Crespo (ese Kolbovski de tanta mala fama, según me enteré al leer el libro); la habilidad del fotógrafo hizo el resto. Si tenemos suerte, la vida se deja resumir en un puñado de momentos de éxtasis, de alegrías desenfrenadas, de expectativas y culminaciones. Creo no engañarme si digo que esa foto de Piemonte es uno de ellos; y quiero creer que algún otro de esos instantes –que no más que eso son- los pasamos juntos (aunque no me consuela saberlo). Para él era un sueño publicar este libro; pensamos cómo y dónde presentarlo, a quién debía llegarle, qué decir y cómo debía insertarse dentro de la literatura de Atlanta y dentro del conjunto de crónicas que ponen al yo en primer plano de los relatos. Lo que no podíamos prever, lo que no queríamos prever, era que resultara póstumo. No, no era así como lo soñamos. Y nos quedamos llorando, un sentimiento profundo.

Ernesto y Marcelo encandilaban. Cada semana, más o menos a la misma hora, pasaba lo mismo. Era como si en una sala de cine, en plena proyección de la película, encendieran las luces. Sentados en una misma dirección, con los ojos como platos, un puñado de alumnos y alumnas escuchaban a un profesor que explicaba cómo se trabaja una fuente, de qué manera perseguir una noticia, cuándo hay que masticar más de una vez la información. Y yo, que era docente adjunto y tenía que rematar esa exposición con un cierre a la altura, no podía evitar tomarme unos segundos para disfrutar ese momento de encastre perfecto entre maestro, mensaje y aprendices. Ernesto y Marcelo cobijaban. Con un consejo, generaban confianza. Con una devolución, inspiraban superación. Con una enseñanza, contagiaban compromiso. Y, por sobre todas las cosas, transmitían cariño. Si hay una dosis de empatía necesaria para inculcar un oficio, los Rodríguez la superaban con creces. En una época signada por el apuro y el egocentrismo, ellos siempre tenían un rato para ejercer el indeclinable rol social del educador y escuchar. Uno se bajaba de la bici y pedía detalles. El otro se descolgaba la mochila y re-preguntaba. Eran la amalgama perfecta entre un profesionalismo de acero y la sensibilidad, el altruismo y la nobleza. Ernesto y Marcelo motivaban. En rigor, fueron mis profesores, primero, y yo fui su ayudante, después. En realidad, nunca dejaron de enseñarme. Y de instar a más. Los dos eran perseverantes en que purgue miedos y escriba. Te ayudo así, te pongo en contacto con tal, le decimos a fulano, averiguamos más con mengano. Como la ráfaga de viento impetuosa que asalta por sorpresa, ellos pujaban por el deseo ajeno y empujaban a los de voluntad flaca. Ernesto y Marcelo serán queridos y recordados siempre. Los estudiantes de periodismo reciben una máxima al comenzar su formación: la noticia es que el hombre mordió al perro y no que el perro mordió al hombre. Lo que sobresale, lo que se distingue, es la excepción. Cuando florecen militantes del compañerismo, colaboradores desinteresados, obreros de la sensatez, seres humanos que iluminan, es una excepción. Por eso, los Rodríguez fueron, son y serán excepcionales.

POR MATÍAS CIANCIO

Periodista y ex estudiante de Marce y Ernesto

POR MARTÍN DE AMBROSIO Periodista y amigo de Marce

LA RODRÍGUEZ | 19


AMISTAD EN ROJO Y MARRÓN Ya se terminaba 1995 e Independiente venía de ganar su segunda Supercopa al hilo, con un equipo en el que el Zurdo López exprimió al máximo lo que quedaba del equipazo que había armado Miguel Brindisi. En éxtasis tras la corajeada en el Maracaná, hacía mis primeras crónicas en La Nación siguiendo el ascenso. Para Quique González Schia, uno de esos próceres anónimos que pueblan en las redacciones, haber sabido que era de Independiente y que por entonces vivía en Wilde (partido de avellaneda) le hizo decirme: “Pibe, vas a conocer a otro Rojo de la zona sur”. Y me mandó a seguir la campaña de Cañuelas, que con la Vieja Moreno y el Gordo Luchetti era un eterno aspirante al título, aunque siempre se mancaba al final. Siguiendo al Tambero viví el cagazo más grande de mi carrera, cuando la hinchada de Central Ballester le hizo un par de “respiraderos calibre 22” a la puerta de chapa del vestuario del árbitro en el que estábamos, además del trío de negro y el comisario deportivo, los tres o cuatro periodistas que habíamos entrado a la Villa Cárcova de José León Suárez, la cancha del Canalla. Fanático de los pines, aquel verano del 95 había recolectado una buena cantidad como voluntario de los Juegos Panamericanos 1995 y unos meses más tarde, en el Mundial junior de handball que se hizo en Villa Ballester, algunos de destinos exóticos como Granada, Barbados o Qatar. Y los lucía en la riñonera multifunciones en los que, además del grabador, el anotador y lápices –“porque si llueve no se te borronean los apuntes”, adoctrinaba el inolvidable Luis Morillas– tenía la billetera con escasos pesos, algunos cospeles telefónicos para llamar a la redacción desde los destinos conurbanos y el carnet de socio del CAI. Conmigo había entrado una camada de talentos a la sección Deportes del diario que dejaba de ser de los Mitre y pasaba a quedar en manos de los Saguier. Con algunos hubo onda casi automática por compartir salidas nocturnas; con otros, empatía pese a tener personalidades muy diferentes, como me pasó con Juan Manuel Trenado. Callado, medular y siempre enfocado en los detalles, un día me cruzó y me dijo: “A vos te falta el mejor pin de todos”. Y me regaló el escudito de Atlas. Una rareza absoluta aquel pequeño escudito triangular y amarronado, con el titán soportando la esfera celeste. Lo interpelé desafiante desde la ignorancia, hiriente por lo guarango, sin pensar en el daño que podía hacerle: “Está muy bueno, pero ¿a quién le ganó Atlas?”, le pregunté a Juancito. Con la misma paciencia que me tuvo en los siguientes 24 años, me explicó que Atlas era un equipo de su zona (él vivía en Moreno pero sus amigos de adolescencia eran de General Rodríguez) y que su máxima cualidad, además del hermoso escudo estilo art deco, era la fidelidad de sus hinchas pese a que un año podían ir a la cancha y otro no, ya que Atlas era un habitual desafiliado en esos tiempos por ser el último de la tabla de la D. “No siempre se gana y está bueno acompañar a los que no les va bien”, me aconsejó con su habitual sencillez, cuando pensar en un descenso sonaba a delirio por Avellaneda. Lo pensé mejor y entre la rareza del objeto, su belleza gráfica y las simples y sabias palabras de Juan me hicieron ponerlo en el bolsillo de adelante de la riñonera, cerquita de los documentos y el carnet de Independiente que usaba para ir a la cancha y a la tupida biblioteca de la sede de Avenida Mitre. El Rojo y el Marrón convivieron algunos años hasta que la riñonera quedó inservible. Ya no soy socio del CAI pese a que el amor por esos colores sigue vivo de manera más reflexiva, el pin está guardado en una cajita con otros recuerdos adolescentes y, por suerte, sigo disfrutando de la amistad y los consejos exactos de Juancito.

ERNESTO RODRÍGUEZ III

MI GRAN EQUIPO CHICO Le tengo miedo a dos cosas: a quedarme ciego y a que Atlanta no vuelva a jugar en Primera. Cuando a los ocho años descubrí que casi no veía de un ojo, viví un terremoto emocional, el primero. Mientras leía una versión infantil de Moby Dick me rasqué el ojo izquierdo y vi todo nublado con el derecho. Enseguida me lo volví a tapar y confirmé mi percepción: veía todo difuso, sin contornos. Llamé a los gritos a mi mamá que, incrédula, me pidió que repitiera lo de taparme el ojo con el que veía bien; mismo resultado. Desde entonces comencé con ella un peregrinaje por consultorios de oftalmólogos que coincidían fatídicamente en el diagnóstico: “Señora, no ve bien de ese ojo desde que nació”. Parece que no se me desarrolló el nervio óptico, por lo que la miopía del ojo derecho tenía una dioptría de -13. Cualquiera que tenga -2 no distingue un caballo de una vaca a una distancia de cien metros. En mi caso, la sensación –la no sensación– estaba multiplicada casi por siete. Pensé en el colegio; en cómo haría para ver el pizarrón. Después, calmado, inferí que no tendría problemas, porque de hecho ya iba a la escuela y lo de la vista acababa de detectarlo en mi cama, leyendo a Melville, y porque me había rascado un ojo. En esa época iba a la cancha pero no le prestaba atención al partido. Además, con el otro ojo, el izquierdo, veía tan bien que en el caso de hacer foco en alguna jugada no encontraba dificultades para identificar a los jugadores, a pesar de que todavía no conocía sus apellidos con la compulsión de ahora, 35 años después, que sé hasta el segundo nombre de los suplentes.

MARCELO RODRÍGUEZ, EXTRACTO DE SU LIBRO “MI GRAN EQUIPO CHICO”


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.