Creatividad social y desarrollo local sostenible

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80_28-07-09_12:26 h._Visita al Hospital de San Martín, en Las Palmas GC

81_28-07-09_12:29 h._En el Hospital

¿ética medioambiental? ROSARIO MIRANDA. Me pregunto qué nos ha sucedido para que estemos convencidos de que el calentamiento global, mal llamado cambio climático, es un asunto ético y nuestro más grave y acuciante problema, o para que los adolescentes cacareen al unísono que mejorar el mundo consiste en comprar coches que no contaminen o en salvar a las especies en vías de extinción. A ello ha contribuido un ecologismo tan ramplón como extendido, convertido en ideología oficial, así como el concepto de ética ecológica o ética medioambiental que lleva aparejado. Aparte de no entender qué es la ética, o pr ecisamente por eso, sucede que este modo de formular el bien y el mal, con sus deberes, prohibiciones, pecados y culpas, atrapa y anula la capacidad crítica de mucha gente, que permanece ciega ante nuestros verdaderos problemas. La ética remite a vivir bien, y no tiene nada que ver con la capa de ozono ni con el deshielo de los polos sino con la distribución del trabajo y de la riqueza, con la forma en que trabajamos y el tiempo que dedicamos a ello, con ejercer realmente la ciudadanía y salir del estercolero de la democracia de partidos, esto es, la ética remite a la dignidad. La ecología es una rama de la biología que se ocupa de la relación entre los seres vivos y su medio, una visión que integra los seres vivos y sus entornos, y nada dice -ni le corresponde decirlo- sobre el bien y el mal. Pretendidamente fundada sobre esa ciencia, la ética ecológica sí habla del bien y el mal, y lo hace desde el axioma de que hombre y naturaleza son realidades diferentes. Este planteamiento, sin embargo, no está basado en la ecología sino en la mitología judeocristiana, que la ética ecológica codifica en términos laicos.

De la mitología judeocristiana hemos heredado además el pecado original y la culpa, la obediencia a un deber dictado por Dios y acatado en virtud del temor al infierno. Ahora somos descreídos y ateos, pero nos sentimos amenazados por una catástrofe universal -fruto de nuestra maldad y en la que desapareceremos por nuestra culpay hemos sustituido los mandamientos de la ley de Dios por el sagrado deber ecológico que pretendidamente brota de la ciencia, cuya verdad, para el ciudadano medio y no tan medio, es tan infalible como la palabra de Dios.

Según dicha mitología, Dios creó el universo para el hombre, el hombre es el ser principal de la creación y su destinatario. Imaginarnos de este modo durante siglos nos ha dejado la errónea convicción de que tenemos un papel estelar en la trama de lo existente y constituimos una entidad aparte de la naturaleza, percepción que en filosofía se denomina “prejuicio o delirio antropocéntrico”. El heliocentrismo, en su día, puso en duda la verdad bíblica de nuestra importancia en el cosmos y nos quitó la idea de que somos el centro del universo; pero desde entonces, conforme hemos ido desarrollando la ciencia y la tecnología, ciframos nuestra bíblica categoría en que somos los amos de la Tierra.

Existe en torno al calentamiento global una controversia científica que apenas se airea; en ella, como en casi todas las controversias de la historia de la ciencia, se libra una justa de poder en que intervienen intereses ajenos a la búsqueda de la verdad. La verdad científica oficial es una verdad producida desde dentro de la ciencia por su propia metodología, y desde fuera está en función de qué investigaciones se financian, quién las financia o para qué se investiga, lo cual determina qué temas se tratan en los congresos mundiales, nacionales y locales y bajo qué sesgo se tratan, a quiénes se invita o excluye, quiénes publican y dónde, quién es entrevistado en CNN y quién no. En este momento, en casi cualquier departamento, de ciencias o


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