De Yare a Miraflores. El mismo subversivo

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José Vicente Rangel

Entrevistas al comandante Hugo Chávez Frías (1992-2012)

mántica del periodismo decimonónico, o muchísimo antes, desde la galaxia de Gutenberg hasta la aldea global de Mc Luhan, con cada medio imponiendo sus exigencias, lenguaje y métodos, el entrevistador permitió a la mujer y al hombre de a pie, al ciudadano común, ver y oír de cerca a quienes detentan el poder; leerlos, mirarlos, preguntarles a través de su intermediario, el periodista; experimentar la sensación de participar en la conversación entre éste y quien lleva las riendas del gobierno. En este sentido, el buen entrevistador se convierte en corresponsal de todos en ese cercano y lejano reino del poder. En Venezuela, América y el mundo, pocos presidentes y jefes de Estado han tenido una comunicación más directa, cercana y permanente con su pueblo como la que ha establecido el comandante Hugo Rafael Chávez Frías. Su programa “Aló, Presidente”, que se transmite todos los domingos por el Sistema Nacional de Medios Públicos, se convirtió en un verdadero fenómeno comunicacional, objeto de estudio de tesistas, investigadores y cursantes de pre y postgrado de universidades del país y el exterior. Sus cadenas de radio y televisión, aplaudidas por unos y criticadas por otros, forman parte de su “artillería del pensamiento” frente a la guerra mediática desatada en su contra desde que asumió el poder en 1999. Más recientemente, la creación de su cuenta en twitter, @chavezcandanga, provocó verdadero furor en las redes sociales, con millones de seguidores que desean interactuar directamente con el jefe del Estado. Sin embargo, el viejo y noble género de la entrevista periodística no ha sido desplazado, mucho menos sepultado, por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Desde que se realizó el primer interrogatorio —si se quiere diálogo— con fines divulgativos, hace unos 3.500 años antes de Cristo, en la primera civilización de la que se tenga noticia —la

sumeria— hasta el programa “José Vicente hoy” de este último domingo, pasando por las célebres y celebradas Entrevistas con la Historia de Oriana Falacci, el tiempo lo que ha hecho es enriquecer —como el buen vino con los años— a esta forma de comunicación que se inventó el periodismo para que los hombres y mujeres, como nuestros fabuladores antepasados, nos sigamos sentando en torno al fuego —hoy, la TV o la computadora— a escuchar historias y a recibir información de los tiempos idos y de los días por venir. No importa qué aparatos, adminículos o gadgets inventen la tecnología, el comercio y la industria para comunicarnos más rápido y mejor (o incomunicarnos). La conversación es insustituible, el cara a cara, el persona a persona. Hay en ella algo encantatorio y algo mágico en el lenguaje —al principio fue el verbo— que nos lleva y motiva a leer, oír y ver entrevistas con el mismo impulso y la misma curiosidad con que nuestros antepasados escuchaban la historia oral, las fábulas de los cuentacuentos o salían a los caminos para oír a los juglares que andaban de pueblo en pueblo cantando y contando las cosas mundanas y sagradas de los hombres y los dioses. Dice el viejo y admirado maestro Humberto Cuenca que el periodismo es una ficción en el tiempo. Lo es en el sentido en que nos permite plasmar el pasado, hacerlo presente y vivirlo, como si hubiéramos estado allí. Es lo que sentimos cuando leemos las antiguas crónicas de Indias y nos sumergimos en el espanto y el encanto que sacudió al conquistador en su primer contacto o choque con América. El periodismo entonces nos permite la ficción de vivir el pasado, pero también de conocerlo, hurgarlo y estudiarlo, luego, ya no es ficción, sino historia. La entrevista, la buena entrevista, nos permite ese viaje de la emoción y la razón. Conocer lo que ha dicho y dice un personaje y, al mismo tiempo,

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