Diccionario de mitos de Asia

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María García Esperón

Amanda Mijangos,

ilustración




Dirección editorial: Ana Laura Delgado Asistencia editorial: Rocío Aguilar Chavira Corrección de estilo: Sonia Zenteno Diseño editorial: Raquel Sánchez Jiménez D. R. © 2019. María García Esperón, por el texto D. R. © 2019. Amanda Mijangos, por las ilustraciones Primera edición, octubre de 2019 D. R. © 2019. Ediciones El Naranjo, S. A. de C. V. Avenida México 570, Col. San Jerónimo Aculco, C. P. 10400, Ciudad de México. Tel. +52 (55) 5652 1974 elnaranjo@edicioneselnaranjo.com.mx www.edicioneselnaranjo.com.mx ISBN: 978-607-8442-76-8 Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de esta obra, por cualquier medio, sin contar con la autorización por escrito de los titulares de los derechos. Impreso en México / Printed in Mexico DICCIONARIO DE MITOS DE ASIA se imprimió en el mes de octubre de 2019, en los talleres de FD Servicios Integrales de Impresión, S. A. de C. V., Cerrada de la 5 Oriente 2, Col. Guadalupe Tlatelpa, C. P. 72960, Puebla, Puebla. En su composición tipográfica se utilizaron las familias Avenir y Georgia. Se imprimieron 3 000 ejemplares en papel bond de 120 gramos, con encuadernación rústica. El cuidado de la impresión estuvo a cargo de Ediciones El Naranjo.


María García Esperón Amanda Mijangos, ilustración



Índice INTRO DU C C IÓ N 12 A

AL A DINO 15 AMATER A S U 20

B

D

F

H

J

L

MAR IPO SA S 113 MO MO TA R O 116

S AK UN TALA 153 S I TA 156

T

T É 160 T I AM AT 163

U

UR VAS H I 165 UT N AP I S H T I N 169

V

VAR UN A 173 V I S H N Ú 177

W

W O N G TAI S I N 181 W UKO N G 184

X

XI WAN G M U 188 XI H E 191

Y

L ADR O NES 103 L ÁMPA R A 107

M

S

KAL I 95 KRI S HNA 98

R AM A 145 R O C 149

JAD E 87 JAZ MÍN 91

K

R

ISH TA R 81 IZANAMI E IZANAGI 84

QI XI 141 QI N 143

HANU MA N 73 HUMB A B A 76

I

Q

GE N IO 65 GILGA MESH 69

PAR VAT I 135 P R Í N C I P E S 137

FE N G 57 FUJ I 60

G

P

E FR IT 49 E NK IDU 53

O K UN AI S AM A 127 O R M UZ 131

DAMAYA NT I 38 DRAGÓ N 45

E

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C AJ A 31 C RI SA NTEMO 35

N ALA 119 N I N I G I 125

BRA HMA 23 BUD A 27

C

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YAM A 193 Y O M I 197

Z

Z AL 201 Z H AN G W O LAO 206

E Q UI VALE N C I AS 210



En mágica alfombra de ricos tejidos irás por los aires en busca de mitos.

Y a las heroínas, valientes doncellas como Sakuntala, tan fiel y tan bella.

En Mesopotamia, en Arabia y Persia, en Japón, en China y en la India inmensa

Libros infinitos como las arenas. Mil y una noches sembradas de estrellas.

te aguardan historias, llenas de emociones, lámparas y genios, hadas y dragones.

Hablan de riquezas los mitos de Asia lámparas y anillos objetos de magia.

Princesas de jade y hasta el ave Roc, Simbad el marino, la diosa del Sol.

Guardan un secreto de inmortalidad en una montaña de la eternidad.

Los ocho inmortales, el mono Wukong, el hijo del Viento y un puente de Amor.

Son mitos de Oriente, con brillo de sol, porque es un tesoro la imaginación.

Conoce a los héroes de los grandes libros como el Ramayana del poeta indio.


Introducción Diccionario de mitos de Asia recoge historias provenientes de las civilizaciones que se han desarrollado en el continente asiático desde el tercer milenio antes de nuestra era hasta la actualidad. El Cercano Oriente nos prodiga los tesoros de Mesopotamia, Persia y Arabia, mientras que el Lejano nos invita a disfrutar la sabiduría de China y Japón. En medio, la India misteriosa, con su inagotable narrativa y dioses que al reencarnar se hacen humanos solo para recordar por las fatigas de la Tierra, su condición divina. En este tercer volumen de la serie de Diccionarios de mitos, hemos partido del principio placentero de narrar por el amor a las historias mismas, como hace Scherezada en el libro más conocido de Oriente: Las mil y una noches. Siguiendo el orden alfabético, nuestra hambre de cuentos recorre varios universos culturales, recogiendo mitos de creación y de origen; leyendas de amor y magia; aventuras heroicas y momentos de la vida de los gigantes espirituales de Oriente como Buda, Krishna y los llamados inmortales de China, seres humanos que lograron alcanzar la condición divina y una increíble longevidad. Para construir este Diccionario hemos acudido a la fuente de los grandes libros que se han escrito en Asia a través de los milenios. No hemos considerado los textos religiosos, como la Biblia hebrea y el Corán islámico, aunque su potencia cultural se refleja en la narrativa mesopotámica y árabe que sí incluimos. Desde estas páginas podrás asomarte al Poema de Gilgamesh y al Enuma Elish, que narra el origen del mundo y que se llama

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así por las palabras en lengua acadia con que da inicio: “Cuando en lo alto”. Vislumbrarás el Shah Namah o Libro de los reyes escrito por el poeta persa Firdusi en el siglo x. Escalarás las cumbres de las grandes epopeyas de la India con el Mahabharata y el Ramayana, generosas de amor y aventura; y meditarás sobre las enseñanzas hinduistas del Bhagavad Gita —Canto del Señor—, cuando leas la apasionante historia de Krishna. Como ya hemos mencionado, Las mil y una noches es quizá el libro más conocido de Oriente, ya que reúne narraciones orales originadas en la India que después pasaron a Persia para trascender los límites del continente asiático y acabar de forjarse en Egipto, la tierra de los faraones, en la islámica ciudad de El Cairo. Cada una de las narrativas orientales reunidas en este libro se antoja inagotable. Todas reflejan las multiformes maneras en que la naturaleza humana puede ejercitarse en el mundo. La creación de la Tierra y del hombre, el movimiento de las estrellas, la inmortalidad, el amor y la eterna juventud, son algunos de los temas de las historias que aquí entregamos. Que los mitos de Asia lleguen a tus manos envueltos en el delicioso aroma del sándalo y que extiendan bajo tus pies la alfombra mágica de la inagotable imaginación del Oriente.

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A Aladino Tradición árabe

Camina Aladino

Encuentra una lámpara

por un subterráneo.

que es maravillosa.

Ve árboles y flores

Al frotarla, un genio

de oro y estaño.

concede mil cosas.

Aladino era un chico desobediente y holgazán que vivía en un lejano reino de China. Hacía llorar a su madre todos los días y nadie pensaba que haría algo de provecho. Su padre era un honrado sastre llamado Mustafá quien, por más que lo intentaba, no lograba que Aladino lo ayudara en su oficio. El joven se dedicaba a haraganear y hacer travesuras con otros chicos de su edad y le importaba muy poco lo que sintieran sus padres. Con tantos disgustos, la salud de Mustafá se resquebrajó y murió cuando Aladino era todavía joven, dejando a la familia en la pobreza y con varias deudas pendientes. La madre trataba de ayudarse hilando algodón, pero era muy poco el dinero que podía ganar, lo que la llenaba de angustia, y se desesperaba al ver que Aladino se volvía cada vez más holgazán y pendenciero. El día que cumplió quince años, el chico discutió con su madre y salió de casa dando un portazo. Se fue a la plaza a haraganear con otros muchachos de su edad, y cuando estaban planeando

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robarle la bolsa a un transeúnte distraído, un extraño personaje puso la mano en su hombro. Era un hombre delgado, de intensos ojos negros y espesas cejas que lo miró fijamente y le preguntó si conocía a Mustafá, el sastre. —Era mi padre —dijo Aladino—. Murió hace dos semanas. —¡Cómo es posible! —se asombró el hombre—. Era joven todavía y siempre tuvo muy buena salud, si lo sabré yo, que soy su hermano mayor. He viajado desde África para abrazarlo y me encuentro con esta triste noticia. El hombre derramó algunas lágrimas y extrajo de su bolso tres monedas de oro, que puso en la mano de Aladino. —Lleva estas monedas a tu madre —le dijo—. Mañana por la noche iré a visitarlos para llorar juntos a mi pobre hermano Mustafá. Aladino pensó quedarse con las monedas y no decir nada a su madre, pero algo en su interior se había movido bajo la intensa mirada del extranjero, de modo que hizo lo que este le pidió. —¡Qué extraño! —dijo su madre cuando terminó de escuchar la historia que Aladino le contó—. Tu padre tenía un solo hermano, que falleció hace mucho tiempo. No muy convencida, la madre de Aladino pidió prestada una vajilla para servir de manera digna una cena al pariente que así lo solicitaba y con las monedas de oro compró los alimentos para dar un festín en memoria de su esposo, el sastre Mustafá. Al caer la tarde se presentó el extranjero y Aladino y su madre le franquearon la entrada. Al abrazarlos, derramó copiosas lágrimas y entre sollozos, explicó: —Cuñada mía, es natural que mi hermano Mustafá no te hablara nunca de mí, pues me fui de esta ciudad hace muchísimo tiempo y todos me olvidaron. Pero la nostalgia se apoderó de mi ser y atravesé las montañas de África y los valles y ríos de Asia para poder abrazar a mi hermano. Comprendan la tristeza que siento al enterarme de su muerte y, a la vez, la alegría de conocerlos a ustedes.

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Aladino y su madre consolaron al extranjero y se pusieron todos a cenar, lo que confortó sus corazones. —Y dime, Aladino, ¿has heredado el oficio de tu padre y te dedicas a la sastrería para mantener tu casa, como es de esperarse? —preguntó el visitante. La madre rompió a llorar y dijo que no existía en toda la China un muchacho más desobligado y perezoso que Aladino, y que ella había decidido echarlo de la casa para que se ganara la vida por sus propios medios. —He llegado justo a tiempo —dijo el africano— para guiar a mi sobrino en nombre de su padre. Tal vez no le guste el oficio de sastre… —¡Lo detesto! —se apresuró a exclamar Aladino—. ¡Yo no quiero ser sastre! —Pues entonces —dijo su tío— podrías ser comerciante. Yo te voy a ayudar y mañana recorreremos las principales tiendas para que veas cómo funcionan. Compraremos las más variadas mercancías y en unas pocas horas te verás al frente de la mejor tienda de la ciudad. Aladino batió palmas de alegría, pero su madre quedó pensativa, porque desconfiaba del extraño pariente. Al día siguiente, Aladino y su tío pasearon por la ciudad, ambos ataviados de manera lujosa, pues el africano le había obsequiado a su sobrino y a su madre ropas de seda y zapatillas confeccionadas con la más fina piel. Por la tarde, el tío le dijo a Aladino que lo acompañara a las afueras de la ciudad. Cruzaron un arco y llegaron a parajes donde se levantaban palacios rodeados de hermosos jardines. Aladino se extasió en su contemplación y su tío le dijo: —¿Quieres ver jardines más hermosos que estos? Aladino asintió y el africano continuó hablando: —Acompáñame hasta esa montaña que ves en la lejanía. Ahí se encuentra el más asombroso sitio que existe sobre la tierra.

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—Está un poco lejos —dijo Aladino—. Creo que no me alcanzarán las fuerzas para regresar de la montaña a la ciudad. —Si lo puedo hacer yo, que soy un hombre mayor —repuso su tío— con más razón tú, que eres un muchacho. Aladino guardó silencio y siguió los pasos del africano. Al cabo de dos horas de caminata, llegaron al pie de la montaña. —Este es el paraje —dijo el extranjero—. Ahora, consigue ramas secas, pues haremos un fuego. Obedeció Aladino, mientras su tío frotaba un pedernal y producía una llama que rápidamente se propagó en la maleza reunida. Sobre la hoguera, el africano esparció un perfume que llevaba en una pequeña redoma y se levantó una enorme llama. Acto seguido, la tierra tembló y se abrió una grieta ante los pies de Aladino. Cuando se disipó el humo, se distinguió con claridad una losa con una argolla de bronce en el centro. Aladino estaba tan asustado que intentó echar a correr, pero su tío lo detuvo y le propinó una fuerte bofetada, que reventó los labios del muchacho. —¡Pero tío! —exclamó Aladino—. ¿Por qué me castigas así? —Porque alguien tiene que educarte, muchacho desobediente y haragán. ¿Qué creías? ¿Qué todo iba a ser miel y rosas? ¡Hay que esforzarse por las estrellas! Además, ocupo el lugar de tu padre y debo mostrarte el camino de tu buena suerte. Bajo esta losa hay un tesoro inmenso que será tuyo si haces lo que te digo. —¿Qué debo hacer? —preguntó el chico limpiándose la sangre de la boca con la manga del lujoso traje que le había comprado su misterioso pariente. —Bajarás por unas escaleras que te llevarán a un gran salón en el que verás jarrones de bronce repletos de oro y de plata. No tocarás nada de lo que mires y recogerás tus vestidos para que no rocen los metales preciosos. Si así ocurriera, sería tu desgracia y morirías de inmediato. Llegarás a una puerta que te conducirá a un hermoso jardín con árboles cargados de brillantes frutos. Lo atravesarás y

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encontrarás una escalera que deberás subir hasta el final. Verás un nicho y en él, una lámpara encendida. Deberás apagarla, tirar el aceite y la mecha y guardarla en tu pecho, debajo de tu camisa. Entonces regresarás y te será permitido tomar los frutos de los árboles, pero nada más. Ahora, extiende la mano. Así lo hizo Aladino y su tío le puso un anillo en el dedo, al tiempo que le decía: —Ya te habrás dado cuenta de que domino las artes mágicas. Este anillo puede ayudarte en una emergencia. Te lo doy para que cumplas con éxito la empresa que te he confiado. Está escrito en las estrellas que solo tu mano puede recuperar la lámpara. ¿Entendido? Aladino asintió con la cabeza. Temblaba como una hoja, pero se daba cuenta de que no podría desobedecer a su tío, de modo que se introdujo en el subterráneo y siguió las instrucciones puntualmente. Jadeando por el esfuerzo, llegó hasta el nicho donde se encontraba la lámpara y se apoderó de ella. En el jardín se llenó los bolsillos de los frutos que colgaban de los árboles, que lo habían cegado con su brillo y que resultaron ser piedras preciosas de llamativos colores. Por fin llegó a la escalera que conducía a la salida del subterráneo, donde lo aguardaba el mago africano con impaciencia. —¡Tío! —gritó Aladino—. ¡Dame la mano para ayudarme a salir! —Entrégame primero la lámpara —contestó el mago. —No puedo, tío, pues tengo las manos llenas de los brillantes frutos que he recogido —dijo el muchacho. El mago insistió y el chico se negó rotundamente a darle la lámpara. Furioso, el africano derramó polvos en la hoguera que había hecho; la tierra tembló y se cerró la entrada al subterráneo, sumiendo a Aladino en la más espantosa de las tinieblas.

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Amaterasu Tradición japonesa

Era Amaterasu

Se ocultó en la cueva

la diosa del Sol

y el mundo murió

en antiguos mitos

porque le faltaba

del viejo Japón.

el brillo del sol.

Triste por los actos

Al ver su reflejo

de su hermano cruel

la diosa salió.

dulce Amaterasu

Vuelve Amaterasu

no sabía qué hacer.

con tu resplandor.

La más bella de las diosas de Japón era la brillante Amaterasu, la diosa del Sol. Todas las mañanas su rostro resplandecía iluminando al mundo y su sonrisa hacía brotar las flores y madurar los frutos. Su parpadeo levantaba brisas que transportaban delicados aromas a todos los rincones. Ella había nacido en el principio de los tiempos del ojo izquierdo de Izanagi, cuando este, huyendo del mundo de los muertos al que había ido para rescatar a su esposa Izazami, se detuvo en un límpido arroyo para purificar su cuerpo del contacto con la muerte. De su ojo derecho brotó la diosa de la Luna, llamada Tsukiyomi, mientras que de su nariz surgió Susanoo, el malhumorado dios del rayo, el mar y las tormentas.

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La armonía reinaba en los palacios de las diosas del Sol y de la Luna, mientras que en la casa donde vivía el dios del rayo a menudo se escuchaban gritos y golpes. Un mal día, Susanoo, embriagado por el vino, destruyó su campo de trigo y ensució su palacio dorado. No contento con el estropicio, se atrevió a matar al caballo favorito de Amaterasu. El forzudo Susanoo tomó el cadáver entre sus brazos y lo arrojó a la sala celeste donde las doncellas de la diosa del Sol se afanaban en el telar, urdiendo una primorosa tela. No tuvieron tiempo de ponerse a salvo. El impacto del golpe destruyó el telar, que saltó roto en mil astillas que se clavaron en los cuerpos de las jóvenes tejedoras, causándoles una muerte horrible. La diosa creyó desfallecer de tristeza al ver el cadáver de su caballo y al constatar la muerte de sus doncellas. No comprendía por qué su hermano había actuado de manera tan cruel. Sintió que las fuerzas la abandonaban y se encerró en la profunda cueva celestial, sellándola con una enorme roca. Al poco tiempo, el mundo comenzó a morir, porque no brillaba el Sol. Desaparecieron los colores, los tenues matices, el encanto de las cosas. Detuvieron su germinación las semillas y los lagos que reflejaban el crepúsculo se convirtieron en trozos de sucio hielo. Los dioses, preocupados, se reunieron frente a la cueva con un gran estrépito. La diosa de la danza, la delicada Ama no Uzume, que se deleita en los placeres del amor, le dio la vuelta a una gran tinaja y sobre su superficie empezó a ejecutar un llamativo baile. Sus pies se movían ágiles y su boca imitaba el ulular del viento. Cuando las deidades juzgaron que ya habían hecho suficiente alboroto, el dios de la inteligencia, Omoikane, sostuvo un espejo enorme frente al escondite de Amaterasu. La diosa del Sol había percibido los sonidos que turbaban la tranquilidad de la especie de sepulcro en que se había encerrado. Avanzó con pasos breves desde la profundidad de su cueva y llegó

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a la entrada. Puso sus manos sobre el peñasco y con su poder de diosa lo removió como si fuera una pluma. Manteniendo su cuerpo oculto, Amaterasu se asomó con cautela. Distinguió el rostro de una mujer bellísima que la observaba con asombro. Admiró su cabellera de ébano, sus ojos rasgados, la breve nariz y los labios, parecidos a los pétalos de una flor. ¡Qué hermosa era la mujer que la miraba! —Tenemos una nueva diosa del Sol —anunciaron los dioses. —Quiero conocerla —dijo Amaterasu. Y mientras se dirigía hacia el espejo, los dioses cerraron la puerta de la cueva. La bella Amaterasu se dio cuenta de que la diosa del espejo era ella misma y que las deidades la habían hecho abandonar su escondite con un engaño. Generosa, perdonó las ofensas y el Sol volvió a brillar sobre la Tierra.

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B Brahma Tradición india

Hizo Brahma el mundo,

Todo lo veía,

también hizo el Sol,

todo lo soñaba,

creó una bella diosa

hizo el universo

y con ella al amor.

por ver a su amada.

La noche cósmica se iluminó súbitamente con el resplandor de un huevo de oro. De él emergió Brahma y al contacto con la oscuridad se hizo consciente de su ser de creador. Hizo brotar todo lo que existe con la potencia de la primera mañana del mundo: los dioses, los seres, las montañas nevadas y los ríos infinitos. Fue Brahma el primer dios, creador y padre, materia y pensamiento. Fue palabra y en cada una de sus cuatro cabezas se pensaron, se dijeron, se escribieron después —cuando los hombres inventaron la escritura— los cuatro libros que se llamaron los Vedas. Al lado de Vishnú creador y del destructor Shiva, integró Brahma la trimurti o sagrada trinidad de la India. El impulso de la creación lo llevó a formar una mujer, que se llamó Shatarupa. Sus cabellos eran largos y sedosos, su cintura breve y en sus ojos se asomaban las estrellas. La gracia atravesaba el cuerpo de Shatarupa, su voz era música y su andar, la más seductora de las danzas.

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—Hermosa mujer —dijo el dios—. Te he creado para que seas mi hija, pero al mirarte he comprendido que te formé para ser mi amada. —Brahma —respondió la joven—. Temo tu amor y tu mirar me asusta. Nunca cierras los ojos, y sin importar a dónde vaya, siento sobre mí tus pupilas. Porque Brahma, que la había hecho, Brahma, que la había soñado y traído a la existencia, no se cansaba de mirarla y la amaba con toda la fuerza de su corazón de oro. Pero Shatarupa temía al dios y trataba en vano de esconderse de él. Exploró el universo para encontrar un refugio, un techo, una hoja de palma, una cueva que la hurtara de la mirada de Brahma. Saberla fugitiva no hacía sino acrecentar su pasión por ella. Para no perderla de vista, el dios creó una quinta cabeza, que descollaba por encima de las otras cuatro y con la que podía atisbar todos los rincones del universo, tanto deseaba ver a Shatarupa. —¿Qué haré? —se dijo angustiada, retorciéndose las manos—. Ni siquiera el velo de la noche puede ocultarme. No esconden mi cuerpo ni la cortina de la lluvia, ni el manto de la niebla. La joven, desesperada, descubrió que en su interior habitaba parte de la fuerza creadora de Brahma. Se dio cuenta de que podía cambiar de forma y deseó con todas sus fuerzas ser una gacela. Cambió su cuerpo y por instantes respiró dichosa, entregada a una veloz carrera por los bosques fragantes, libre de la mirada del dios. Pero el creador, con su visión aguda, supo que debajo de la piel de ese animal recién creado se escondía la mujer amada y, de inmediato, tomó la forma de un ciervo. De nuevo, Shatarupa sintió sobre su ser la penetrante mirada de Brahma. El ciervo magnífico le cerraba el paso y, con sus grandes ojos marrones, miraba a la gacela. —No basta la velocidad —se dijo Shatarupa— debo añadir a la carrera rasgos feroces, uñas y colmillos que susciten miedo.

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Entonces, se transformó en tigresa de sedosa piel y salto ágil. De inmediato se encontró con los inquietantes ojos del tigre en el que se había transformado Brahma. Después Shatarupa fue vaca y Brahma, toro. —¡El vuelo! —exclamó para sí la joven—. Abandonar la Tierra y elevarme. Llegar al Sol y al cielo, escapar para siempre. La fugitiva se hizo águila de poderosas alas, pero Brahma la alcanzó de inmediato en las alturas convertido a su vez en el rey de las aves, de penetrante mirada. Así fue creando a los seres femeninos Shatarupa, uno a uno, hasta poblar el mundo, para esconderse de Brahma. Y de este modo el dios formó a los seres masculinos, para no dejar de mirarla. Cuando estuvieron creados todos los seres, Shiva el destructor levantó la espada. Cortó la quinta cabeza de Brahma, la que todo lo veía, la que todo lo soñaba. Por fin descansó Shatarupa y Brahma comprendió que debía renunciar a su deseo por la bella mujer que había creado y, majestuoso como el firmamento, continuó dando su hálito a las palabras inagotables de los Vedas, los cuatro libros sagrados.

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Equivalencias

En Asia las equivalencias de los mitos se conforman de manera distinta y compleja que en Occidente. En esta tabla de equivalencias hemos intentado reunir algunos conceptos relacionados con la naturaleza, pero también destacamos a los dioses, a los héroes, así como algunos símbolos culturales y libros de referencia para facilitar su identificación.

Arabia Amor

China

India

Xi Wangmu Zhi Nu

Parvati Urvashi

Cielo

Varuna Doncella de Jade Emperador de Jade Pan Gu

Creadores Espíritus

Efrits Genios

Inmortalidad Libros

Nagas Qin Shi Huang Wong Tai Sin Zhang Wo Lao

Héroes Culturales

Bhagavad Gita Mahabharata Ramayana Vedas

Las mil y una noches

Soma Rakshasas Ravana

Mal

Kali Yama

Muerte Paraíso

Sol

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Buda Krishna

Duraznos

Luna

Personajes literarios

Brahma Shiva Vishnú

Montaña Kunlun

Aladino Morgiana Simbad

Wukong

Xihe

Damayanti Hanuman Nala Rama Sakuntala Sita


Japรณn

Mesopotamia

Ama No Uzume

Ishtar Shamat

Persia

Anu Izanagi e Izazami

Marduk

Ormuz Zurvan

Kami Daruma

Utnapishtin

Mariposas Enuma Elish Poema de Gilgamesh

Shah Namah

Kaguya Hime Tsuki-Yomi Ahriman Izanami Yomi

Ishtar

Nigiri

Gilgamesh

Amaterasu

Shamash

Zal

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María García Esperón Escritora

Cuando tenía ocho años, descubrí en mi casa un libro que para mí fue mágico. En él vi, por primera vez, la Gran Muralla China, supe que las plantas de crisantemos se transformaban en personas, que existían los zorros con colas de fuego y que las mariposas son las almas de los antepasados. También me hechizó la historia de una princesa india llamada Sakuntala que perdió su anillo y la un misterioso ser, mitad humano y mitad serpiente, que enroscado en un árbol, parecía mirarme desde una de las láminas del libro. Tarde a tarde y página a página, mi infancia se impregnó de los perfumes del Oriente y mi imaginación voló sobre una alfombra mágica. ¡Cuántas veces soñé con poseer la lámpara de Aladino y pedirle al genio que me cumpliera mis deseos! ¡Con qué fe poética imaginaba dragones benéficos y la Montaña de la Inmortalidad en donde viven las hadas! Con la misma fe y la ilusión de mi niñez ante la fascinación de los mitos de Asia, he escrito este libro. Hacerlo llegar a los lectores es mi deseo concedido por el genio de la lámpara.

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Amanda Mijangos Quiles Ilustradora

Trabajo como ilustradora de libros y revistas para personas de todas las edades. Siempre me han gustado más las preguntas que las respuestas y creo que las imágenes me sirven para hacerlas a todas las personas, ya sean niños, jóvenes, adultos, ancianos… Incluso a quienes nunca conozca. ¿Los mitos son reales? ¿Dónde viven? ¿Qué son? ¿Para qué sirven? ¿De dónde viene la Luna? ¿A dónde se va a dormir el Sol? ¿Por qué llueve? ¿Cómo nacen todas las flores? Los mitos son pregunta y respuesta; realidad y artificio, nos ayudan a mirar el mundo con otros ojos y nos sugieren que, como en un juego, siempre podemos poner nuevas reglas para transformarlo.

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colección los clásicos del naranjo Con este Diccionario de Mitos de Asia viaja a través de Persia, Mesopotamia, Arabia, China, la India y Japón. Encuentra animales maravillosos como el ave Roc y personas que pueden transformarse en flores; ancianos sabios y valientes princesas; dioses de muchos brazos y demonios terroríficos. Que estas páginas te lleven a descubrir la inagotable riqueza de los mitos de Asia, que te envuelvan en el aroma del sándalo y extiendan bajo tus pies la alfombra mágica del Oriente.

MARÍA GARCÍA ESPERÓN nació en la Ciudad de México en 1964. Estudió Ciencias Humanas y Letras Clásicas. Ha obtenido el Premio Barco de Vapor, el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños y el Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Norma Fundalectura. Su novela Dido para Eneas fue seleccionada en 2016 en la Lista de Honor de ibby. En El Naranjo también ha publicado Copo de Algodón, El anillo de César y El velo de Helena. AMANDA MIJANGOS nació en la Ciudad de México en 1986. Estudió Arquitectura en la unam e Ilustración en la Academia de San Carlos y en la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Buenos Aires. Durante su trayectoria ha obtenido importantes premios y reconocimientos. En 2017 ganó el VII Catálogo Iberoamérica Ilustra y en 2019 su trabajo para Diccionario de mitos de América, formó parte de la exhibición de ilustradores de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia.

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