El despertar de Heisenberg (primeras paginas)

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–¿A cambio de qué? –se interesó Ambrós, más que nada por seguirle el juego. –Necesito un lugar tranquilo donde pasar uno o dos días –explicó ella con cierta ansiedad–. ¿Lo tienes? Ulia le parecía sospechosa, rara, pero su cuerpo le gustaba. Muchos hombres y mujeres acudían a los populosos mercados nocturnos como lugares de encuentro. Una buena parte de las relaciones que nacían y morían en una misma noche surgían de contactos que se producían en los polígonos. Estaban sustituyendo con ventaja, como lugares de acuerdo rápido, a los bares 24 horas, a los búnkeres acústicos e incluso a los conciertos masivos de música automática. En los polígonos todo era más directo y más barato. Aunque Ambrós no había acudido aquella noche con la intención de irse con nadie, no quiso cerrar la puerta a un posible encuentro de satisfacción inmediata. Tal vez Ulia había utilizado lo del psiconavegador como pretexto para no parecer demasiado atrevida y directa al abordarle. –Mi casa es un lugar tranquilo –respondió, para dar a entender que estaba dispuesto. –¿Hay alguien más allí? –Vivo solo desde hace casi un año. –Pues, si te parece, vamos –propuso ella sin dudarlo–. Allí podrás probar el psiconavegador. Te va a fascinar. Le extrañó que ella insistiera en lo del aparato cuando habían pasado a una segunda fase y ya no era necesario utilizarlo como pretexto. A no ser, también era posible, que utilizase el término en sentido figurado y en realidad se estuviera refiriendo a sí misma. Volvieron a entrar en la gran nave. Ya era más de medianoche. El gentío era cada vez más numeroso. Hacía calor. Una 15


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