Pensadores Griegos I - T. Gomperz

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recompensa por hazañas gloriosas, y al beneficiado no se le conceptúa en modo alguno como un ser superior a sus compañeros menos favorecidos, en la misma manera que Menelao no los supera. Distinta era la situación en las épocas —¿o debemos decir, más bien, en las capas sociales?— a las que se dirige Hesíodo. Para las nombradas, el presente es triste y el deseo de gloria y felicidad constituye un acicate para la imaginación que embellece tanto el pasado como el porvenir. Ahitas de nostalgia, vuelven sus miradas hacia una "edad de oro" sumergida ya en el tiempo. El empeoramiento progresivo de su condición terrenal es para las mismas un hecho y se convierte en un problema cuya solución, según hemos visto, preocupa a los espíritus reflexivos; la situación de las almas después de la muerte aparece a menudo como un estado de glorificación. A los difuntos se los eleva, con frecuencia, al rango de demonios que velan sobre el destino de los vivos. Los "Campos Elíseos", las "Islas de la fortuna" comienzan a poblarse. Pero de un modo general falta aquí toda precisión dogmática; durante mucho tiempo, toda esta esfera de ideas permanece vacilante, vaga, confusa. Y si ya en Homero es posible descubrir un primer germen de la "ley del talión" —en los castigos que se impone en los infiernos a algunos reos convictos de soberbia y "enemigos de los dioses"— transcurrirán, sin embargo, varios siglos hasta que ese germen llegue a su completo desarrollo. A las torturas de un Tántalo y de un Sísifo siguen las de Ixión y Tamiras; pero aun cuando la soberbia y la altivez frente a los dioses recibe de sus manos las puniciones del Tártaro, se estima que la suerte que corre la inmensa mayoría de los hombres en el más allá es totalmente independiente de sus vírtudes 115 o faltas morales. Y lo que es más importante, por variados que sean los colores en que aparece refraccionada la luz emitida por esa imagen del más allá, la religión del Estado, que puede ser considerada como la expresión de la conciencia de las clases dominantes, toma muy poco en cuenta la creencia en la inmortalidad; la vida presente absorbe todavía como antes la mayor parte de las preocupaciones del hombre antiguo, al menos en la medida en que podemos deducir de los cultos oficialmente reconocidos, sus pensamientos y aspiraciones. Pero la corriente principal de la vida religiosa va acompañada de contracorrientes y sub-corrientes que ganan poco a poco en fuerza, y a pesar de sufrir debilitamientos transitorios, concluyen por corroer y anular la esencia de la, religión helénica. Rasgo común a todas tanto en el culto de los misterios como en las doctrinas órfico-pitagórícas— es la mayor preocupación por el destino del alma en el más allá, preocupación derivada


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