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Locura nuclear

La crisis de los misiles en Cuba

SERHII PLOKHY

TURNER NOEMA

Locura nuclear La crisis de los misiles en Cuba

SERHII PLOKHY

ÍNDICE Prefacio 11 Prólogo 19 Parte i. Archienemigos 21 1. El principiante 23 2. El amo del juego 39 Parte ii. La arriesgada apuesta roja 57 3. El triunfo del comunismo 59 4. El hombre de los cohetes 71 5. Una potencia nuclear 83 6. Operación Anádir 97 7. En alta mar 111 Parte iii. La agonía de decidir 123 8. Prisionero de Berlín 125 9. El chivatazo 137 10. Luna de miel 147 11. “Borrarlos del mapa” 161 12. La cuarentena 175 Parte iv. El momento de la verdad 189 13. Noches de Moscú 191 14. Un parpadeo en la oscuridad 203 15. La navaja de madera 219 16. ¡Que vienen los yanquis! 233
Parte v. El sábado negro 245 17. El atolladero turco 247 18. Fuera de control 257 19. “¡Objetivo destruido!” 269 20. La cita secreta 283 21. El Triángulo de las Bermudas 295 Parte vi. De entre los muertos 313 22. Un susto en domingo 315 23. Ganadores y perdedores 331 24. Indignación 345 Parte vii. Resolución 359 25. Misión imposible 361 26. Vuelta a las barricadas 379 27. Acción de Gracias 393 Epílogo 403 Notas 409 Índice onomástico 481 Agradecimientos 491

“Amenaza de misil balístico en dirección a Hawái. Busquen refugio de inmediato. Esto no es un simulacro”, decía un mensaje de texto recibido por decenas de hawaianos la mañana del 13 de enero de 2018. “Mi primera reacción fue saltar de la cama y averiguar qué estaba pasando”, recuerda Luke Clements, estudiante universitario de veintiún años y jugador de fútbol americano en la Universidad de Hawái en Mānoa. El aula del sótano donde Clements halló un refugio temporal se llenó pronto de gente. Algunos gritaban, exigiendo que se cerrara la puerta. “Durante diez largos minutos, no hubo reglas. Todos trataban de sobrevivir juntos. Era un caos calmo”, recordaba Clements. El mensaje resultó ser una falsa alarma. Como dirían más tarde las autoridades, alguien había pulsado el “botón equivocado”. En realidad, la historia era más complicada. El funcionario que cometió el error tenía diez años de experiencia en el servicio de emergencias, y no había pulsado un botón, sino dos, para activar la alerta que provocó el pánico en todo el estado. La alerta de misil que hizo que Clements, sus compañeros de clase y buena parte de la población de Hawái se lanzaran a buscar refugios inexistentes y acabaran en los sótanos de los edificios no surgió completamente de la nada. Las autoridades hawaianas habían empezado a probar sus sirenas en diciembre de 2017 por primera vez en treinta años; la anterior prueba fue realizada en 1987.1 En 2017, Kim Jong-un, el reservado líder de Corea del Norte, de treinta y cuatro años, desafió a Estados Unidos y a la comunidad internacional al elegir el 4 de julio, Día de la Independencia de Estados Unidos, para lanzar un misil balístico intercontinental capaz de alcanzar Alaska. Más tarde, ese mismo año, declaró su país “potencia nuclear plena”, cuyos misiles podían atacar objetivos de todo el planeta. En octubre de 2017, cuando los medios norcoreanos anunciaron los

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PREFACIO

ensayos con una bomba de hidrógeno, el presidente Donald Trump amenazó con “destruir totalmente Corea del Norte”. Dijo que “el Hombre Cohete [Kim Jong-un] está en una misión suicida, para él y para su régimen”. Kim respondió a Trump llamándolo “viejo lunático mentalmente trastornado”. En mayo de 2018, el presidente Trump se retiró del acuerdo multilateral con Irán que impedía a dicho país desarrollar armas nucleares. En enero de 2020, Irán anunció su propia retirada del acuerdo, lo que hizo crecer los temores de un rápido desarrollo de sus capacidades nucleares.2

A medida que Estados Unidos experimentaba las peores crisis nucleares desde el final de la Guerra Fría, la historia se convirtió de pronto en el presente. En agosto de 2017, dos influyentes analistas –uno era republicano y futuro consejero de Seguridad Nacional del presidente Trump, John Bolton; el otro era demócrata, exjefe de gabinete de la Casa Blanca con el presidente Clinton y director de la CIA y secretario de Defensa con el presidente Obama– dijeron al unísono que el pulso entre Estados Unidos y Corea del Norte por el desarrollo del programa nuclear y misilístico de Kim Jong-un era la peor crisis nuclear que afectaba al mundo desde el pulso por Cuba. En febrero de 2019, Vladímir Putin se sumó a la pelea, anunció que estaba preparado para una nueva crisis de los misiles como la cubana y amenazó a Estados Unidos con instalar misiles supersónicos en barcos y submarinos frente a la costa estadounidense. Repitió las mismas palabras en febrero de 2020. Un mes antes, en enero de 2020, después de que Estados Unidos matara a Qasem Soleimani, arquitecto de la guerra clandestina de Irán, y de que Teherán anunciara la completa retirada de Irán del acuerdo nuclear, los medios estadounidenses compararon la arriesgada política nuclear del presidente Trump con los actos del presidente Kennedy durante la crisis de los misiles cubanos.3

Nada indica que las referencias a la crisis de los misiles cubanos vayan a desaparecer pronto del panorama político y mediático mundial. La vuelta de las armas nucleares al centro del escenario de la política internacional recuerda inevitablemente a la coyuntura nuclear en relación con Cuba. ¿Podemos prevenir una nueva confrontación nuclear –o al menos resolverla sin una guerra nuclear– analizando de nuevo

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la historia de la crisis? En este libro defiendo que, en efecto, hay mucho que aprender de la experiencia de quienes generaron y resolvieron la crisis. Hay una razón adicional para revisitar esa historia. Ahora que el mundo se desliza hacia la política de alto riesgo nuclear que caracterizó a la década de 1950 y principios de la siguiente, es fundamental educar a las nuevas generaciones sobre los dramáticos sucesos de aquella época sin dejar de atender a las incertidumbres del mundo actual.

La bibliografía sobre la historia de la crisis de los misiles cubanos es inmensa, pero, como expongo más adelante, hay importantes lagunas en el tratamiento mediático de la crisis y en su enfoque como asunto internacional, y no solo estadounidense. La inmersión a fondo en la historia de esa crisis empezó en la década de 1960 con el libro Trece días, de Robert Kennedy. Sigue siendo muy popular entre los lectores. Sin embargo, la incorporación al dominio público de las cintas grabadas durante las deliberaciones del ExCom* –que el presidente Kennedy mantuvo en secreto y a las que supuestamente pudo acceder su hermano cuando estaba trabajando en su libro– planteó dudas sobre muchas “verdades” establecidas en relación con el proceso de toma de decisiones. Investigaciones posteriores revelaron que este relato de los hechos era a menudo de parte y que contenía imprecisiones sobre el papel que desempeñaron en la crisis los archienemigos y rivales de Robert Kennedy, como el secretario de Defensa, Dean Rusk, y el entonces vicepresidente, Lyndon Johnson.4

Los historiadores, politólogos y periodistas han hecho grandes progresos desde la publicación del libro de Robert Kennedy en 1971. La obra clásica del historiador de Harvard Graham Allison –al que más tarde se le unió Philip Zelikow– sobre la toma de decisiones durante la crisis se convirtió en una lectura obligada para varias generaciones de estudiantes de Relaciones Internacionales en todo el mundo. El

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* Acrónimo en inglés del Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional, convocado durante la crisis de los misiles cubanos.

trabajo realizado en la década de 1990 por el historiador estadounidense Timothy Naftali y su colega ruso Aleksandr Fursenko nos ayudó en gran medida a entender el proceso de toma de decisiones en Moscú, mientras que una excelente investigación periodística de Michael Dobbs presentó la historia vertical de la crisis, en la que participaron decenas de personas, si no cientos, en los tres países beligerantes. La versión cubana de la historia, a la que no se pudo acceder durante mucho tiempo, se ha conocido en las últimas décadas con la publicación y posterior traducción al inglés de las obras de los historiadores cubanos.5

Pero no importa cuántos estudios académicos y populares se hayan escrito y publicado en los años y las décadas recientes sobre la crisis de los misiles cubanos; el relato dominante sigue siendo el mismo: John Kennedy se negó a ceder y, gracias al proceso de toma de decisiones entre sus principales consejeros, logró basarse en las conjeturas correctas y extraer conclusiones acertadas sobre las intenciones y las capacidades de los soviéticos, y resolver así la crisis. Yo cuestiono ese relato establecido tomando una vía a la reconstrucción y la comprensión de la crisis de los misiles cubanos muy pocas veces recorrida. En lugar de identificar los momentos de la crisis en que las figuras clave y los participantes rasos supieron entender las cosas y determinar cómo llegaron a esas decisiones correctas, tengo en cuenta la infinidad de situaciones en las que no supieron entenderlas.

A John Kennedy, muy alerta a la posibilidad de iniciar una guerra por interpretar incorrectamente al adversario, le había causado especial impacto Los cañones de agosto, la historia de Barbara Tuchman sobre el estallido “accidental” de la Primera Guerra Mundial, publicada en la primavera de 1962 y por la que recibió el Pulitzer. Además de regalárselo a sus principales aliados, ordenó que se lo enviaran a los comandantes del Ejército estadounidense en todo el mundo. Sin embargo, a mi juicio, es el título de otro libro premiado de Tuchman, La marcha de la locura, el que mejor podría resumir la historia de la crisis. Como expongo en este libro, tanto Kennedy como Jruchov marcharon de un error a otro. Se debieron a varios factores, desde la soberbia ideológica y el predominio de los intereses políticos hasta

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la interpretación incorrecta de los objetivos geoestratégicos e intenciones de la otra parte, las malas decisiones –a menudo por falta de información sólida– y los malentendidos culturales.6

A Kennedy le costaba entender los motivos de Jruchov y lo carcomía la posibilidad de una crisis nuclear a cuenta de Berlín. Propuso atacar los misiles soviéticos en Cuba sin saber cuántos soldados soviéticos había en la isla ni cuáles eran sus capacidades nucleares. A Jruchov, sin prever nunca una reacción tan decidida de Kennedy, le entró el pánico al principio y después tuvo dificultades para transmitir su deseo de resolver la crisis lo antes posible. Perdió la ventaja y, finalmente, el control de sus tropas en Cuba a favor de Fidel Castro, que también era propenso al pánico y estaba ansioso por combatir a los estadounidenses.7

Al revisar mis fuentes –entre ellas varios expedientes del KGB recientemente desclasificados– en busca de posibles errores cometidos por Kennedy, Jruchov y sus consejeros y subordinados, no pude evitar preguntarme qué impidió que estallara la guerra nuclear. En gran medida –demasiada, cabría decir– dependió de las decisiones de los dirigentes políticos, cuyos orígenes, trayectorias políticas, puntos de vista ideológicos y estilos de gestión eran muy distintos. Pero, como sostengo en este libro, tenían una cosa en común que resultó decisiva: el miedo a la guerra nuclear. Si la crisis no derivó en una guerra abierta fue porque Kennedy y Jruchov temían a las armas nucleares y les horrorizaba la sola idea de utilizarlas.

Kennedy, que quería atacar los misiles soviéticos en Cuba, optó por el bloqueo una vez que supo que dichos misiles estaban listos para ser disparados. Jruchov, al principio dispuesto a usar misiles nucleares para impedir un posible ataque estadounidense a Cuba, ordenó a sus barcos que dieran media vuelta, una vez que se enteró del bloqueo, y sacó los misiles soviéticos de Cuba cuando se puso en alerta máxima a los bombarderos estratégicos de Estados Unidos, equipados con armas nucleares. Los dos dirigentes se apresuraron a alcanzar un acuerdo sobre los misiles estadounidenses en Turquía cuando fueron conscientes de que estaban perdiendo el control en tierra y en el aire, como demostró el derribo soviético de un avión U-2 estadounidense

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sobre Cuba sin la autorización de Moscú. Más tarde, Jruchov retiró de la isla incluso armas nucleares que no habían sido detectadas para evitar otra crisis y la posibilidad de una guerra.

Kennedy, Jruchov y su generación de dirigentes mundiales y los ciudadanos de sus países crecieron marcados por el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, así como por la sobrecogedora potencia destructora manifestada por la operación Castle Bravo –los ensayos estadounidenses con la bomba de hidrógeno en 1954– y la Bomba del Zar (Bomba Emperador) de los soviéticos en 1961. Esa generación era muy consciente de la destrucción que las bombas atómicas, y en especial la de hidrógeno, podían infligir a sus países y a la humanidad en su conjunto. Todos los pasos de ambos mandatarios que se describen en este libro estuvieron dictados por su miedo al uso de las armas nucleares. Existen pocas dudas de que hoy hay líderes mundiales dispuestos a adoptar una actitud más arrogante ante las armas nucleares y la guerra nuclear que Kennedy y Jruchov en 1962.

La mayoría de nuestros contemporáneos ignora que se inició una nueva y peligrosa era el 2 de agosto de 2019. Ese día, las potencias nucleares más fuertes del planeta, Estados Unidos y Rusia, con casi treinta mil ojivas nucleares entre las dos, anunciaron su retirada del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio firmado por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en 1987. Hasta ese día, el acuerdo vigente había sido el último de la Guerra Fría sobre el control de armas. Ahora estamos oficialmente al principio de una carrera armamentística nuclear descontrolada. Las consecuencias que esto podría acarrear se evidenciaron aquel 8 de agosto, menos de una semana después del abandono del acuerdo firmado por Reagan y Gorbachov. El reactor de un misil de crucero ruso de propulsión nuclear y equipado con armas nucleares, bautizado Skyfall, explotó en el mar de Barents y causó la muerte de cinco científicos y oficiales de la Armada rusos y contaminó la atmósfera y las aguas de la región rusa de Arcángel. El objetivo último del Skyfall, como reveló el presidente Putin en un vídeo hecho público un año antes, era Estados Unidos.8

Lo que estamos presenciando ha sido referido por algunos escritores como la llegada de la “segunda era nuclear”. Pero hoy estamos en

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un mundo más peligroso e impredecible que durante la Guerra Fría, porque hay más potencias dispuestas a amenazar a los adversarios con armas nucleares y el miedo a las armas nucleares experimentado en las primeras décadas de la Guerra Fría está bastante adormecido. Hemos olvidado las lecciones del pasado. Para sobrevivir en la actual era nuclear debemos aprenderlas de nuevo.9

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Robert McNamara no podía creerse lo que acababa de oír. Según un testigo, “tuvo que agarrarse a una mesa para sostenerse” tras asimilar la noticia. Era el 9 de enero de 1992, y McNamara, de setenta y cinco años, exsecretario de Defensa con John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, se encontraba en La Habana con motivo de una conferencia sobre la historia cubana, en la que él había sido un participante clave.

Entre los asistentes estaban Fidel Castro y otras personas de Estados Unidos, Cuba y la recién extinta Unión Soviética que habían tenido un papel destacado en los acontecimientos. En el estrado se encontraba el general Anatoli Gribkov, excomandante de las fuerzas militares del Pacto de Varsovia y, anteriormente, uno de los principales planificadores del despliegue soviético en Cuba en 1962. Lo que conmocionó a McNamara fue un comentario de Gribkov, que afirmó fríamente que los soviéticos habían logrado desplegar cuarenta y tres mil soldados en la isla durante el verano y el otoño de 1962. McNamara y sus expertos militares estaban seguros de que no podía haber más de diez mil soldados soviéticos en Cuba. Esa era la cifra en la que se basaban para decidir si atacar las instalaciones soviéticas e invadir la isla.

Pero esa fue solo la primera revelación impactante. Gribkov también dijo tranquilamente que, además de su gran concentración de tropas, armas antiaéreas, bombarderos y misiles de alcance medio capaces de alcanzar Estados Unidos con ojivas nucleares, los soviéticos tenían en la isla armas nucleares tácticas de las cuales los estadounidenses no sabían nada. Había seis rampas de lanzamiento Luna (Frog, según la denominación de Estados Unidos) con nueve misiles y ojivas nucleares. Eran misiles de corto alcance que no podían llegar a Florida, pero que se podrían haber utilizado contra una fuerza de invasión estadounidense con devastadoras consecuencias. Cada ojiva tenía una

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PRÓLOGO

potencia explosiva de entre seis y doce kilotones de equivalencia en TNT, solo un poco menos que la bomba nuclear de quince kilotones lanzada sobre Hiroshima en agosto de 1945. Para colmo, McNamara se enteró de que en una fase de la crisis le correspondió al comandante soviético sobre el terreno decidir si utilizar o no los misiles Luna.1

“No pensábamos que hubiese ojivas nucleares en Cuba. No había indicios de ojivas nucleares”, confesó McNamara unos días después. Arthur M. Schlesinger Jr., antiguo asistente especial del presidente Kennedy que también participaba en la conferencia, se quedó igualmente atónito. Recordaba que las revelaciones de Gribkov habían sobresaltado y consternado a los estadounidenses. “Increíble”, escribió Schlesinger, al rememorar su propia reacción a la noticia. “Antes creía que habíamos sobrevalorado los peligros de la crisis; que Jruchov, muy consciente de la superioridad nuclear general de Estados Unidos, así como de su superioridad convencional en el Caribe, jamás se habría arriesgado a la guerra. Pero ahora se nos dice que las fuerzas soviéticas estaban dispuestas a disparar misiles nucleares tácticos contra una fuerza invasora”.2

Unas horas antes, McNamara había afirmado ante el público de la conferencia que los actos de los tres principales participantes en la crisis de los misiles cubanos “habían sido tergiversados por informaciones, cálculos y percepciones erróneos”. Pero ni siquiera él se daba cuenta de las consecuencias de dichos errores de concepto y de percepción. “Fue horripilante. Significaba que, si se hubiese llevado a cabo una invasión americana, si los misiles no se hubiesen retirado, había el 99% de probabilidad de iniciar una guerra nuclear”, le dijo McNamara a un periodista.3

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Título:

Locura nuclear. La crisis de los misiles en Cuba

© Serhii Plokhy, 2022

Edición original:

Nuclear Folly: A New History of the Cuban Missile Crisis, Allen Lane, 2021

De esta edición:

© Turner Publicaciones SL, 2022

Diego de León, 30 28006 Madrid

www.turnerlibros.com

Primera edición: octubre de 2022

De la traducción:

© Verónica Puertollano, 2022

Diseño de cubierta: José Duarte

Imagen de cubierta: Batería de misiles, Cuba, ca. 1965.

Photo by Keystone/Hulton Archive/Getty Images

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ISBN: 978-84-18895-61-6

DL: M-18848-2022

Impreso en España

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com

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