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KIRANMALA Y EL REINO DE MÁS ALLÁ

la maldición del caos

SAYANTANI DASGUPTA

Ilustraciones de VIVIENNE TO

Traducción: Natalia Navarro

Primera edición: septiembre de 2020

Título original: The Chaos Curse

Cubierta: Abby Dening

Maquetación: Endoradisseny

Ilustraciones: Vivienne To

Ilustraciones de cubierta: (c) RedKoala/Shutterstock; Alex Sunset/Shutterstock; Filip Bjorkman/Shutterstock

© 2019 Sayantani DasGupta, por el texto Derechos negociados a través de Triada US Literary Agency y IMC, Agència Literària.

© 2020 Natalia Navarro, por la traducción

© 2020 La Galera, SAU Editorial, por la edición en lengua castellana

Dirección editorial: Estel Pujol

La Galera es un sello de Grup Enciclopèdia

Josep Pla, 95 - 08019 Barcelona

Impreso en Egedsa

Depósito legal: B-3206-2020

Impreso en la UE

ISBN: 978-84-246-6699-6

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CAP Ì TULO 1

Te salvè la vida (asì que dame las gracias)

En la mayoría de leyendas y cuentos de hadas, salvarle la vida a alguien es un asunto de gran envergadura. Después suele haber una boda real, un arcón lleno de oro o una fiesta con un castillo hinchable para todo el reino en honor del salvador. Es lógico que esperara un agradecimiento especial después de rescatar al príncipe Neelkamal del centro acuático de detención de demonios de mi malvado padre biológico, ¿no?

No es que pensara que se fuera a presentar alguien con mi peso en piedras preciosas o las llaves del Reino de Más Allá de los Siete Océanos y los Trece Ríos. (Y tampoco quería una boda, ¡solo tengo doce años! ¡Puaj!). Pero no era la primera vez que salvaba la vida a mi amigo Neel y en el proceso viajé por las dimensiones en un rikshaw mágico a motor, arriesgué la vida

y las extremidades, resolví acertijos imposibles y me enfrenté a monstruos como una verdadera heroína temeraria. ¿Y qué me llevo yo después de tantos problemas? Nada. Lo digo en serio: cero, el vacío, nada de nada.

No es mi deseo parecer codiciosa, pero tengo que admitir que, cuando vi la sofisticada fiesta real que se estaba celebrando a orillas del dorado Océano de las Almas, pensé que era en mi honor, sobre todo porque Neel era el Señor Principito Engreído y parco en agradecimientos. Supongo que imaginé que, por arte de magia, había preparado todo eso para mí. Ahora me avergüenzo de haberlo pensado. Estábamos bastante ocupados antes de que lográsemos escapar del centro-acuático-de-detención-barra-hotel-barra-casino-derruido de mi padre biológico

Sesha: sacando a Neel de la cárcel, luchando contra serpientes malvadas y evitando que Sesha me matase con dos joyas mágicas convertidas en estrellas de neutrones simplemente porque quería cumplir una profecía, engañar a la muerte y vivir para siempre. No contamos con mucho tiempo para planear una fiesta, pero no caí en ello hasta más tarde.

—¡Dios mío! ¡No tenías por qué! —exclamé con un tono que esperaba que sonara sorprendido y, al mismo tiempo, humilde cuando Neel, Naya y yo pisamos la arena de la playa. (Lo único que nos permitía emerger del fondo del mar de esa forma era que los tres teníamos padres no humanos).

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—¡Vaya! —chilló Naya al reparar en la situación—. ¡No vamos bien vestidos para un anuncio formal de compromiso!

Eso era decir poco. Neel, Naya y yo estábamos mojados de pies a cabeza. Ellos, sin embargo, como eran, respectivamente, medio rakkhosh y una diablesa rakkhoshi de pura sangre, casi no parecían cansados. Por otro lado, a pesar de ser parte princesa serpiente y parte chica lunar, no era la única que estaba doblada sobre sí misma resollando en busca de aire, pero tenía el pelo pegado a la cara, algas en la ropa y lo que parecía todo un banco de peces en el calcetín izquierdo.

Me aparté el pelo de la cara en lo que esperaba que resultase un gesto elegante y me fijé en toda esa gente que nos estaba esperando. Había un grupo de chicas con saris rosas, integrantes de un grupo de resistencia conocido como las Skaters del Sari Rosa, o SSR; la líder era mi prima adoptiva, Mati. La mitad de las chicas de las SSR eran humanas y, la otra mitad, medio rakkhoshis, algo a lo que aún estaba intentando acostumbrarme. Pero había más gente: dos o tres hombres mayores con barba, que parecían ministros del rajá, y un montón de gente, una combinación de nobles del palacio y sirvientes reales. Todos vestían con elegancia y se encontraban de cara al agua. Tenían encima de la cabeza una pequeña concentración de brillantes mariposas azules que también parecían estar esperándonos.

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A nuestro lado, un cantante, con una mano en la oreja y moviendo la otra en el aire, empezó a entonar las escalas de una melodía clásica con el acompañamiento de varios músicos, uno al shenai, otro al tabla y otro que rasgaba las cuerdas de una tanpura. Sin embargo, parecía que cada uno tocaba una canción distinta. Junto a los músicos sentados, había personas con collares de flores y pequeños candiles y quemadores de incienso.

—¡Aije, princesa Kiranmala! —gritó alguien.

Se trataba de una de las ayudantes encargadas de cuidar de mí cuando estaba compitiendo en el concurso ¿Quién quiere

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ser cazador de demonios? en calidad de campeona del Reino de Más Allá. Fui muy popular, mi cara aparecía en las vallas publicitarias, los carteles y demás, e incluso hubo gente que se vestía como yo. Es más, la ayudante que me estaba saludando llevaba una réplica exacta de mis botas plateadas. Le devolví una sonrisa desganada y la saludé con la mano igual que hacían los famosos cuando se dirigían a sus fans.

—¡Pulgares arriba para liberar al príncipe Neel! ¡Shaabaash! —exclamó otra chica con una gruesa mecha verde en la trenza. Estaba claro que no había reparado en que mi pelo había vuelto a su habitual color negro. Me planteé la opción de pedir a la revista de moda para adolescentes del Reino de Más Allá, Taal Total, que publicara un artículo sobre mi cambio de imagen.

—¡Qué pena que el concurso fuera un timo y que el Rey Serpiente te quisiera matar con las piedras Chintamoni y Poroshmoni para así burlar a la muerte y vivir para siempre! —añadió una tercera, que llevaba una réplica de mi arco y flecha—. ¡Lo vimos en directo! ¡Menuda decepción!

—¡Y tanto! Esto, sí, gracias —conseguí responder. Supongo que podríamos considerar a mi padre biológico, quien resultó ser un loco homicida en busca de la inmortalidad, una completa decepción. Mantuve la sonrisa en la cara.

Toda esta gente había venido para verme, o eso pensaba yo, y no quería decepcionarlos. No sabía si ponerme a firmar autó-

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grafos. Solo hasta que me di cuenta de que, en realidad, nadie estaba allí por mí.

—Su alteza real —exclamó alguien con un tono demasiado agudo.

Me di la vuelta con un movimiento elegante, intentando imitar a cada una de las princesas que había visto en la televisión. Sin embargo, comprobé que el hombre de la voz aguda no me estaba hablando a mí. Era uno de los ministros con barba, un hombre menudo que llevaba en la cabeza un turbante morado con la forma de un rábano digno de un premio en una feria de vegetales. Y se dirigía a Neel, a quien le estaba tendiendo un cojín.

Un momento, ¿nada de esto era por mí? Noté un calor abrasador en la cara.

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Miré entonces detenidamente el cojín con diamantes y perlas incrustadas que tenía el ministro en la mano. Había sobre él una corona barata de papel, de esas que daban a los niños en un restaurante de comida rápida con un pedido de patatas fritas y batido.

Neel, que estaba un poco más nervioso que de costumbre desde su encarcelamiento, se apartó del regalo del ministro. Como si pensara que fuera a hacerle daño.

—¿De qué es esa corona, señor Gobbet? ¿Son imaginaciones mías o está hecha de papel?

—Hemos hecho lo que hemos podido, alteza —respondió el ministro de nombre Gobbet—. Íbamos muy apurados, y una coronación no es una coronación sin una corona.

—¡Ohhh! ¡Una coronación! —Naya se puso a dar palmadas como la niña ingenua que era.

—¿Una coronación? —pregunté con un murmullo, como la niña confundida y decepcionada de Nueva Jersey que era.

—¿Coro qué? —repitió Neel, que parecía molesto y confundido a partes iguales.

—Su alteza. —Con cierta dificultad por la pierna que tenía más corta, mi prima Mati se arrodilló ante el príncipe Neelkamal en la arena. A continuación, unió las manos en un respetuoso namaskar. Neel se apartó todavía más. Puede que Neel fuera el hijo mayor del rajá, y Mati la hija del jefe de establos del

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palacio, mi tío, pero nunca había visto a mi prima arrodillarse ante Neel de este modo. Al parecer, el príncipe tampoco.

—¡No hagas eso! ¡Para! —El pobre Neel, con gesto horrorizado, fue a ayudar a Mati a ponerse en pie—. ¡Levántate, Mati! Nosotros no somos así, ¡somos amigos!

—¡Quééééé encantador! —exclamó Priya, la rakkhoshi, y vino a mi lado. Al igual que el resto de diablesas de las Skaters del Sari Rosa, Priya se encontraba en el hotel submarino de Sesha cuando este empezó a derrumbarse, pero emergió del océano un poco antes que nosotros. Sin embargo, no sabía cómo era posible que tuviera ya secos los pantalones de camuflaje, la camiseta y el sari rosa que llevaba al cuello.

Por la mirada de su rostro, al principio pensé que se refería a que Mati era encantadora, pero entonces continuó con tono falso:

—El príncipe Neelkamal está tan concienciado con la igualdad. Esa actitud es muy atractiva en un monarca absoluto forrado de dinero y poder que no merece.

La diablesa de fuego soltó humo apestoso por la nariz al tiempo que pronunciaba las palabras sarcásticas. Me sentía una boba por haber pensado que esta gente había venido por mí, pero al menos ya no estaba empapada.

—Gracias por el servicio de secado —repliqué moviendo las manos delante de mi cara—. ¿Y ese afeitado de pelo?

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—La revolución no tiene tiempo para productos del pelo. — Priya se pasó la mano de largas garras por la cabeza que ahora llevaba calva—. Pero parece que sí tiene tiempo para fangirls… y fanboys.

Me di cuenta de que Neel estaba provocando un efecto extraño en la gente. Nadie miraba en mi dirección; un puñado de sirvientes jóvenes, las damas de palacio y más de dos parejas de señores de palacio miraban a Neel con ojos saltones. Un joven elegante fingió que se desmayaba mientras una dama a su lado se abanicaba con la mano.

—¡Ha vu… vuelto! —chilló alguien.

—¡Ya era hora! —cuchicheó otra persona con una risita.

Qué asco. ¿En serio la gente era así? Vale, sí, puede que tuvieran razón y que Neel fuera mono, pero toda esta gente babeando era demasiado.

Por otro lado, aunque tenía las orejas un poco más oscuras de lo normal, Neel actuaba con naturalidad, como si convertirse en un rompecorazones a favor de la igualdad de oportunidades fuera un derecho real. Puse los ojos en blanco, pero me abstuve de hacer ruiditos de arcadas porque era una persona madura. Los colmillos de Priya refulgieron.

—No te pongas celosa —me dijo—. Ya sé que estás colada por nuestro príncipe medio demonio.

—¡No es verdad! —Me embargó una mezcla de enfado y al-

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guna otra emoción. ¿De dónde se había sacado Priya esa idea ridícula? Esperaba de verdad, de verdad, de verdad que Neel no la hubiera escuchado—. ¡Solo somos amigos! ¡Y la mayor parte del tiempo ni siquiera eso!

En ese preciso momento, los músicos dejaron de tocar y, como si se tratara de una señal, todo el mundo se arrodilló. El único que permanecía en pie frente a Neel era el ministro del nabo en la cabeza; este movió el cojín y estuvo a punto de tirar la corona de papel.

—Alteza, ¡hay que coronarle! —gritó el ministro.

—¡Coronarme! ¿Como qué? ¿El rajá de las patatas fritas? ¿El monarca de los pastelitos de carne? —Neel me lanzó una mirada de temor y a continuación extendió los brazos con las manos abiertas, como si así pudiera evitar que la corona de papel se le acercara a la cabeza—. Solo he salido de un centro de detención horrible. Y acabo de perder a mi abuela. No tengo tiempo para bromas de mal gusto.

—¿Qué dices? ¿Qué le ha pasado a Ai-Ma? —preguntó Mati con voz grave. El corazón se me aceleró al oír el nombre de la abuela de Neel.

—Es verdad. —Priya ladeó la cabeza calva, desprovista ya de todo sarcasmo al notar el disgusto de Mati—. Ai-Ma se sacrificó para salvar a su hija. Y a la princesa Kiranmala.

Las mariposas azules que vi antes empezaron a revolotear

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ahora a mi alrededor, como si también ellas lloraran por la anciana abuela demoníaca de Neel. Ai-Ma murió salvando a la madre de Neel, pero también me salvó a mí. Si no hubiera saltado, Sesha me habría matado, y no podía evitar pensar que tal vez Neel me culpara, aunque solo fuera un poco, de su muerte. Metí la mano en la mochila y noté la calidez de las piedras Chintamoni y Poroshmoni, las joyas que quería usar Sesha para vivir eternamente y que habían causado la muerte de Ai-Ma. Las empujé para meterlas en un lugar más profundo de la mochila y me prometí que me desharía de ellas en cuanto encontrara un lugar seguro.

—Lo siento mucho. —Mati se levantó y tomó a Neel de la mano—. No lo sabía.

—Pasó muy rápido… —Al príncipe se le quebró la voz y casi se me saltaron las lágrimas. Naya gimoteaba sin intentar disimularlo y, a mi lado, incluso Priya suspiró larga y sonoramente.

Tapé la marca de la serpiente del antebrazo derecho con la otra mano. Me avergonzaba que mi padre biológico hubiera sido el responsable de la muerte de Ai-Ma. Si pudiera, me arrancaría la cicatriz del brazo.

—¡Esta terrible noticia es razón de más para coronar al príncipe Neelkamal de inmediato! —insistió el señor Gobbet—. ¡El poder de Sesha aumenta por días! Tenemos que reunir a las fuerzas de resistencia, da igual… —en este momento nos lanzó una

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mirada de reojo a las diablesas de las SSR y luego a mí— que las alianzas sean inusuales. —Volvió a acercar el cojín a Neel.

—Ni hablar. —El príncipe retrocedió, moviendo las manos con ímpetu—. Ni siquiera soy el príncipe heredero, mi padre se aseguró de ello. ¿Y dónde está, por cierto?

Me fijé en que damas, señores, sirvientes y músicos intercambiaban miradas de preocupación. Al ver que nadie respondía, Neel preguntó de nuevo.

—¿Por qué exactamente quiere convertirme en rajá? ¿Dónde está mi padre? —Me acerqué y le toqué el hombro. Nunca lo había visto tan inseguro; la estancia en aquel centro de detención le había afectado.

—Por lo que yo sé, el rajá está bien —respondió Mati rápidamente—, pero se ha marchado para esconderse. Tuvo que huir de la dimensión con varios ministros temiendo por su vida.

Me estremecí al escucharla. Yo también había pasado mi vida en una dimensión distinta porque me había visto obligada a evitar el Reino de Más Allá.

—¿Esconderse? ¿Temiendo por su vida? ¿Por qué? —Neel alzaba la voz con cada pregunta—. ¿Cómo ha permitido que suceda esto, señor Gobbet?

—Fue una conmoción para todos. Una usurpación del trono violenta e inesperada por parte del Rey Serpiente —comenzó a farfullar el diminuto ministro.

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—¡Un golpe de Estado! —exclamó el pájaro parlante Tuntuni. Se movió en círculos por encima de nosotros y aterrizó en el hombro de Neel—. O más bien un golpe de serpiente —rectificó.

—¡Tuni! —Neel le dio una palmada a nuestro amigo alado.

—¡Eh, principito! ¿Qué le dijo el mar a la playa? —graznó el ave. Además de quejarse, una de sus mayores aficiones era contar chistes malos.

—¡No es el momento! —comenté, pero Naya me interrumpió.

—¿Qué le dijo el mar a la playa? ¡Hola!

—¡Sí! —El pájaro se rio a carcajadas y el resto pusimos los ojos en blanco—. ¡Tengo otro muy bueno! ¿Qué hace un pez en el agua?

—Colega, mi padre se ha marchado a esconderse a otra dimensión y me gustaría escuchar el motivo —se quejó Neel.

—¿Qué hace un pez en el agua? —Naya arrugó la nariz—. ¿Glu, glu?

—¡No! —chilló Tuntuni—. ¡Nada! ¿Lo pillas? ¡Nadar!

No pude contener la risa con este chiste. Tuni y Naya estaban muertos de la risa, e incluso vi que Neel y Mati sonreían.

—Señor, permítame que le hable del golpe de serpiente — balbuceó el menudo señor Gobbet— y del motivo por el que yo no tuve en absoluto la culpa.

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Su intervención volvió a centrarnos en el asunto que estábamos tratando.

—¿Cómo ha podido suceder algo así? Sesha estaba con nosotros en el hotel submarino —replicó Neel.

—No es cierto. —Naya nos enseñó la hora en su móvil que, milagrosamente, seguía funcionando—. Hemos tardado un buen rato en llegar a la superficie.

—Y desapareció en esa humareda verde —añadí yo—. ¡Puede que se haya transportado mágicamente al palacio!

—Sucedió todo muy rápido, su alteza. —El señor Gobbet empezó a llorar y las lágrimas le caían gruesas de los ojos diminutos y descendían por la larga barba blanca—. En un minuto el rajá estaba en el trono y al siguiente había perdido el control del reino.

—Ese impostor, ¡el demonio que me quitó el trabajo estaba involucrado! —graznó Tuni al tiempo que agitaba las alas amarillas—. La cruz de mi existencia, ese gusano de ministro, ¡Gupshup! ¡Le entregó el reino a Sesha! ¡Apestoso zampapeces pestilentes!

Me dieron ganas de pedir a Tuntuni que se tranquilizara, pero no lo hice porque, justo en ese momento, se produjo un movimiento en el mar que teníamos detrás. Tuntuni graznó y escupió, y todos nos dimos la vuelta.

Cuando vi lo que estaba emergiendo del agua, sentí de todo

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menos calma. Mientras echaba mano del arco y la flecha, me sobrevino una oleada de miedo.

—¡Rakkhoshes! —grité—. ¡Un ataque!

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