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Revoluciones Cuando el pueblo se levanta

GERO VON RANDOW

TRADUCCIÓN DE RUTH ZAUNER

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La traducción de esta obra ha sido posible gracias a una ayuda del Goethe-Institut

Título:

Revoluciones. Cuando el pueblo se levanta © Gero von Randow, 2017 Edición original en alemán: Wenn das Volk sich erhebt. Schönheit und Schrecken der Revolution, Kiepenheuer & Witsch, 2017

De esta edición: © Turner Publicaciones S.L., 2018 Diego de León, 30 28006 Madrid www.turnerlibros.com Primera edición: marzo de 2018 De la traducción: © Ruth Zauner, 2018 Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial. ISBN: 978-84-16714-24-7 Diseño de la colección: Enric Satué Ilustración de cubierta: Nuria Úrculo Depósito Legal: M-8729-2018 Impreso en España La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com

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Para Sigrid.

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ÍNDICE

Prólogo ................................................................................. 11 i Un capítulo personal: por qué he escrito este libro ..................................................................... 15 ii Aproximación a un concepto .................................. 33 iii Panteón de los revolucionarios I: ciudadanos del mundo, jóvenes, activistas .......... 59 iv Panteón de los revolucionarios II: revolucionarios profesionales, bandidos, anarquistas .................................................................. 85 v Ideas, motivos y pretextos ....................................... 109 vi Habla la revolución ................................................... 127 vii Masa y clase ................................................................ 135 viii Detonación .................................................................. 155 ix Dramaturgia ................................................................ 167 x Contrarrevolución ..................................................... 199 xi Revolución mundial .................................................. 2 05 xii Caín y Abel ................................................................. 215 xiii ¿Valió la pena? ........................................................... 2 31 xiv Y sin embargo se mueve: sobre la actualidad de la revolución ......................................................... 241 Epílogo: en la casa de muñecas ...................................... 259 Notas .................................................................................... 267

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PRÓLOGO

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ace cien años, en 1917, se produjo la victoria de la revolu-

ción de octubre rusa. ¡La revolución! Una gran palabra. No ha perdido su capacidad de seducción. Se encuentra entre los conceptos políticos más empleados. En el verano de 2016, un candidato a la presidencia norteamericana la convirtió incluso en su palabra clave, y muy en serio: el senador de Estados Unidos, Bernie Sanders, de setenta y cinco años, vitoreado por los jóvenes. A diferencia de otras palabras como “emperador” o “proletariado”, la palabra “revolución” no señala solo hacia el pasado sino también hacia el futuro. Hacia tiempos inciertos, posiblemente turbulentos, que aún están por venir. ¿Se trata esto de optimismo o de pesimismo? Es realismo. A la revolución la han declarado muerta tan a menudo que debería contarse con su pervivencia. Las revoluciones son acontecimientos extraordinarios. Las masas inundan las calles, llenan las plazas, asaltan edificios, derriban dirigentes, hacen historia. Esto todavía no es una definición, sino tan solo una descripción que, sin embargo, destaca un rasgo esencial: las revoluciones son acontecimientos emocionales (razón por la cual este libro también lo es). Las masas revolucionarias sienten odio y amor al mismo tiempo. Y cuanta mayor es la resistencia 11

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contra la revolución, más profundo es el odio y el amor que sienten los revolucionarios. En las revoluciones no solo se mueven los pensamientos, sino también los cuerpos, por eso son, deben ser, emocionales. Son concretas y no abstractas. “Las estructuras no salen a la calle”, era un dicho famoso de los rebeldes del Mayo del 68 parisiense, y otro: “Las revoluciones son fiestas o no son”. La revolución al asalto es una experiencia emocional; su fracaso también lo es. Como la Primavera Árabe. Y están por venir más baños alternos de euforia y depresión, estoy convencido. Primero entusiasmo, luego melancolía. Dos emociones muy distintas, no solo por su aspecto positivo y negativo, sino porque la exaltación siempre es una emoción más breve e intensa que la decepción. El entusiasmo arrebata, la decepción deprime. Son famosas las palabras con las que Georg Wilhelm Friedrich Hegel describió el efecto de la revolución francesa de 1789 en el estado de ánimo de sus contemporáneos: “Una sublime emoción gobernaba en aquella época, un entusiasmo del espíritu estremeció al mundo, como si se hubiera producido por fin la auténtica reconciliación de lo divino con el mundo”.1 Después, los soñadores aterrizaron de nuevo en la tierra.

Esta característica emocional de las revoluciones tiene una consecuencia muy amplia; siguen permanentemente vivas: las novelas, las poesías, las canciones, las imágenes y las películas transmiten las experiencias emocionales de una generación a otra; es más, estas vivencias altamente emocionales se repiten actualizadas, se vuelven a experimentar. Las revoluciones son experiencias colectivas. Actos de liberación colectivos y, desgraciadamente, a menudo barbaridades cometidas en común. 12

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prólogo

Su belleza radica en el momento dramático de la liberación. El filósofo social Herbert Marcuse, figura paterna de los estudiantes rebeldes, escribió en el año 1969 en Un ensayo sobre la liberación, que “solo es concebible como el modo por el cual los hombres libres (o mejor, los hombres entregados a la acción de liberarse a sí mismos) configuran su vida solidariamente, y construyen un medio ambiente en el que la lucha por la existencia pierde sus aspectos repugnantes y agresivos”.2 Una transformación radical de los sentimientos. En lugar de la desesperación individual aparece la experiencia de la fuerza de la comunidad: “Todos los colectivos que están en lucha conocen ese momento de la excitación catastrófica, de la felicidad intensa, aunque sea pasajera, que sigue a la propia fuerza, una fuerza para la cual antes uno no se sentía capacitado”, escribe otro filósofo social, Frédéric Lordon, uno de los portavoces intelectuales del movimiento alternativo francés Nuit Debout.3 Tan bella la liberación, tan horrible la violencia. Las masas revolucionarias se pueden convertir rápidamente en colectivos perpetradores, capaces de realizar en grupo acciones que un individuo no realizaría jamás. La presencia de los otros enfurecidos disminuye la capacidad de censurar los actos violentos. Examinemos atentamente las canciones revolucionarias que se siguen cantando hasta hoy: muchas de ellas enaltecen la justicia del linchamiento. “¡Los aristócratas a las farolas!”, dice Ça ira, la canción de los sans culottes, y Hanns Eisler le puso música a La boda roja, cuyo texto del poeta Erich Weinert reza: ¡Aquí no hay quejas, aquí echamos humo, pues nuestro lema es la lucha de clases, según una melodía de sangre! 13

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Según una melodía de sangre, pues. Digámoslo así: si se hubiera creado el mundo de tal modo que las revoluciones fueran superfluas, este sería más feliz. Pero es clamorosamente injusto. Y la injusticia es más visible que antaño; no solo eso, sino que su representación se ha vuelto conmovedoramente más gráfica. Primero llegó la prensa impresa, luego la radio, la televisión, y hoy es internet el que produce la imagen del mundo: los medios se vuelven más calientes, para emplear un término del teórico de los medios canadiense Marshall McLuhan (1911-1980): son más emocionales, más rápidos, más excitantes. Se meten debajo de la piel. Las revoluciones luchan a través de los cuerpos y a través del lenguaje, son acontecimientos comunicativos. Tanto los poderosos como los rebeldes se organizan y se citan, difunden tanto informaciones prácticas como llamamientos e ideas, estropean los canales de la parte opuesta. Entre los objetivos tácticos tradicionales de una rebelión se encuentran las emisoras de radio y televisión. Esta característica mediática de la revolución se radicaliza todavía más mediante el internet móvil, como puso en evidencia la así llamada Primavera Árabe. Es cierto que fracasó en casi todas partes (hasta nueva edición), pero también lo es que esta tecnología digital, gracias a su internacionalización, su flexibilidad y su carácter de masas, en último término ayuda a los pueblos rebeldes más que a sus opresores. Eso lo volveremos a vivir repetidas veces. Dos placas tectónicas, una llamada posibilidad y la otra realidad, se chocan en el subsuelo de nuestro mundo y crean una tensión telúrica. ¿Bajo qué formas se descargará? En todo caso, la época de las sublevaciones, rebeliones, insurrecciones y revoluciones no ha pasado. En la misma medida en la que este libro pasa revista a las revoluciones pasadas, también debe permitir adivinar el potencial de las convulsiones futuras. 14

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UN CAPÍTULO PERSONAL: POR QUÉ HE ESCRITO ESTE LIBRO

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ace cincuenta años, el 2 de junio de 1967, mataron a tiros al

estudiante de veintiseis años Benno Ohnesorg. A quemarropa. Por la espalda. Había participado en Berlín en una manifestación contra la visita del sah de Persia. El autor del disparo se llamaba Karl-Heinz Kurras y era por entonces un comisario jefe de la policía criminal. Al día siguiente el sah visitó mi ciudad natal, Hamburgo, y mi padre colgó en protesta una sábana negra del balcón. De nuevo hubo manifestaciones, de nuevo policías alemanes y agentes del servicio secreto persa golpearon a los manifestantes, y de nuevo corrió la sangre. Yo tenía entonces catorce años y estaba conmocionado. Solo tres años más tarde me declaré comunista. Mucho más tarde se demostró que el asesino de Benno Ohnesorg era agente de la Stasi. La Stasi se consideraba una descendiente de la checa comunista: así se llamaba la policía secreta fundada tras la revolución de octubre. De qué extraña forma se relacionan a veces las cosas. Entonces, hace cincuenta años, no existía internet, pero el flujo de información era potente, a través de la televisión y la prensa popular. La República Federal de Alemania era una sociedad informada. Fue por entonces cuando leí en la revista Der Spiegel sobre los antiguos nazis que ocupaban altos cargos de la justicia, del 15

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ejército, de la economía y la política (que también se sentaban en la redacción de Der Spiegel lo supe más tarde). Y vi en la televisión imágenes de la guerra de Vietnam. A mi padre le fascinaba todo lo estadounidense; a mí, en realidad, también, pero esa guerra me quitó la confianza en Estados Unidos. Era pacifista y desfilé en la marcha de pascua; allí conocí a algunas personas para las que la consigna de “paz en Vietnam” resultaba demasiado apolítica. Así que profirieron el eslogan “Ciudadanos, bajad del balcón / todo el poder al Vietcong”, que entonces no me parecía gagá, y me explicaron que solo podía haber paz si el Vietcong, el frente de liberación nacional dirigido por los comunistas, echaba a los estadounidenses de Vietnam del Sur. Había leído mucho sobre Vietnam, de nuevo en Der Spiegel, y el argumento me abrió los ojos. Cuando lo expuse en clase, el profesor me repuso: “Entonces también tienes que estar a favor del comunismo”. ¿Qué podía responder a eso? Algo así como: “Ah, pues entonces, mejor no”. Claro que no, así que contesté: “Bien, entonces estoy a favor del comunismo”. O sea, de la revolución. ¿Por qué alguien se decanta por la revolución, y qué significa esto? Ese es el tema de este libro, y empiezo por una aproximación personal porque así espero acercarme más a mi objetivo. Sobre todo, este capítulo es personal. Si este aspecto no les interesa, sáltenselo sin más. Reconozco que mi respuesta en la clase me había intimidado incluso a mí mismo. Dije más de lo que en realidad pensaba. Al mismo tiempo me pareció que había agitado algo que ya me parecía evidente. Por aquella época, los Beatles dieron dos conciertos en Hamburgo y, en la rueda de prensa, los periodistas hicieron pregun16

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un capítulo personal

tas inconcebiblemente estúpidas. Las respuestas del grupo fueron irreverentes y cool. Así quería ser yo también. Me daba igual lo que dijeran los adultos. Como mis profesores de alemán y latín, mutilados de guerra, por ejemplo, que no hablaban de la guerra y tampoco sobre los nazis. O el profesor de religión, que se jactaba de haber tomado la posición ocupada por los rusos número tal y tal; pero, en fin, ese hombre no me importaba porque yo ya había zanjado antes el asunto de la religión en un centro Waldorf. Allí se cultivaba un lenguaje afable, pero esa escuela era autoritaria como todas las demás, y se nos hablaba alternativamente de territorios del este perdidos, almas arias o experiencias espiritistas. Este era el mundo con el que mis amigos y yo queríamos romper en 1967. El mundo de la llamada música de moda y los coleccionables de hazañas bélicas. Aquel año también descubrí, en el elepé de Frank Zappa Freak Out!, una canción sobre la “policía del cerebro”. Apareció Ascension, el radical himno de freejazz de John Coltrane, que hizo estallar las convenciones. Y Jimi Hendrix cantaba los siguientes versos: Will I live tomorrow? Well I just can’t say. Will I live tomorrow? Well, I just can’t say. But I know for sure I don’t live today.* También esta pieza salió en 1967, hace cincuenta años. Una noche de aquel año pinté las palabras “Fábrica de súbditos” en el

* “¿Viviré mañana? / Bueno, no puedo decirlo. / ¿Viviré mañana? / Bueno, no puedo decirlo. / Lo que sí sé seguro / es que no vivo hoy”. [N. del T.] 17

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muro de mi escuela. Para mí era cierto lo que Robert Musil había escrito en El hombre sin atributos: “Entonces, cuando aclarábamos una idea, no teníamos otro objeto que el de hacerla justa, o sea, el de aclararnos a nosotros”. Y adquirí un diario recién aparecido: se llamaba Lenin. De los escritos de 1895-1923.1 Pues tras mi más bien atrevido intercambio de palabras en clase quería conocer de primera mano lo que significaba realmente ser comunista. En el libro encontré por ejemplo un fragmento del ensayo de Lenin “Las tareas de los socialdemócratas rusos”,2 que había escrito en 1897, durante su exilio, veinte años antes de la revolución de octubre. Allí explica por qué los revolucionarios socialistas debían luchar por alcanzar la más consecuente de las democracias. Eso me gustó. Leí el texto de forma ingenua y sin contexto histórico e ideológico, como otros creyentes leen la Biblia o el Corán. No se me pasó por la cabeza que se tratara solo de la fase de la lucha contra el zarismo ni que Lenin, por lo demás, tuviera una relación tan solo instrumental con la democracia. La revolución bolchevique de hace cien años fue un acontecimiento que alimentó las esperanzas de millones de personas. Se sucedieron el terror, la guerra, las hambrunas, el estalinismo, el gulag, la caída. Millones alimentaron esperanzas, millones murieron. Resultaba imposible imaginar una decepción peor. Hay quien sostiene, sin embargo, que sin la revolución de octubre no se hubiera podido acabar con el nacionalsocialismo. Pero esto es historicismo hipotético y no cambia nada con respecto a la horrible realidad del comunismo en la URSS. La decepción soviética no fue la última de su tipo. Muchos de mi generación que creían en la revolución en Cuba o Nicaragua, China o Venezuela también se sintieron decepcionados.

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