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Horda Título original: Horde © 2013 Ann Aguirre Esta edición se ha publicado según acuerdo con Taryn Fagerness Agency y Sandra Bruna Agencia Literaria, S.L. © 2013 Eva González, por la traducción D.R. © Editorial Océano, S.L. Milanesat 21-23, Edificio Océano 08017 Barcelona, España www.oceano.com D.R. © Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Blvd. Manuel Ávila Camacho 76, piso 10 11000 México, D.F., México www.oceano.mx www.oceanotravesia.com Primera edición: 2015 ISBN: 978-607-735-644-8 Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprograf ía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. ¿Necesitas reproducir una parte de esta obra? Solicita el permiso en info@cempro.org.mx impreso en méxico / printed in mexico


Uno Ímpetu Huelo una fiera salvaje… Por allí, por donde sopla el viento. George MacDonald, Niño de Sol y Niña de Luna



Misión

M

e marché sin mirar atrás. No era fácil, pero debíamos dejar a nuestros seres queridos bajo asedio en Salvación para ir a buscar ayuda. Me dolía tener que hacerlo; no podía alejar de mí el rostro de acogida de mi madre, sereno a pesar del sufrimiento, fuerte y vital de un modo que no habría creído posible a su edad. Conocerla me había hecho albergar la esperanza de que mi llama no se extinguiría antes de que hubiera vivido lo suficiente. En el pasado llegué a creer que eras viejo cuando tenías veinticinco años, pero en Salvación descubrí que estaba equivocada. Era extraño pensar que ni siquiera había llegado a la mitad de mi vida. Apresuré el paso en la oscuridad, atenta a los Engendros que merodeaban más allá del perímetro. Los escuchaba a nuestra espalda, desafiando con sus chillidos a los hombres que protegían la muralla. Los rifles restallaron cuando los monstruos atacaron, pero no podía volver por mucho que lo deseara. La borrosa línea trazada en el mapa que llevaba en la carpeta de cuero de mi mochila marcaba mi camino. Antes de marcharnos lo había estudiado con atención, memorizando cada giro de la ruta y cada anotación escrita a mano por Improbable sobre los puntos donde había buena caza o agua potable. Soldier’s Pond estaba a dos días de viaje y tardaríamos dos más en volver después de reunir los


refuerzos necesarios. Aquel punto en el pergamino era la mejor oportunidad que teníamos de salvar a la gente que me había enseñado que la vida podía ser algo más que cazar y matar. “Mamá Robles. Edmund.” Si seguía pensando en ellos flaquearía, así que proseguí en silencio y con cautela, atenta a los Engendros que dejábamos atrás. Eché una mirada sobre mi hombro para asegurarme de que Van seguía allí. Tegan y Stalker caminaban a mi lado, la chica con su andar renqueante y su inquebrantable lealtad, y él con sus cuchillos curvos en las manos y los ojos fijos en el horizonte, aunque no podía ver lo que teníamos ante nosotros tan bien como yo. Eso era lo bueno de ser la niña de luna. Me ajusté la mochila y el peso del libro que había viajado con nosotros desde las ruinas me reconfortó. Quizá no lo necesitara, pero se había convertido en mi talismán, tanto como el naipe raído que llevaba cosido en un bolsillo del interior de mi camisa. Edmund me había explicado que mi amuleto de los túneles era parte de un juego de cincuenta y dos cartas y que tenía poco valor. Aquello me parecía adecuado, me serviría para mantenerme humilde. —¿Ves algo? —me preguntó Tegan. —Sólo algunos animales nocturnos. El enemigo está a nuestra espalda. —Lo sé —me dijo en voz baja. La hierba bajo nuestros pies estaba fría y generosamente salpicada por las primeras hojas caídas. Aún no era el momento del cambio, cuando todas las hojas cambian de color y caen de las ramas, pero ya había algunas que crujían al pisarlas. Corrimos durante toda la noche haciendo paradas periódicas para descansar y beber agua mientras comprobaba los mapas a la luz de la luna que brillaba sobre nuestra cabeza. Cuando el sol reptó sobre el horizonte en delicadas espirales rosas y ámbar estaba exhausta 14


y disgustada por mi debilidad. En los túneles, Van y yo habíamos hecho una ruta mucho más peligrosa y en mucho menos tiempo, pero ahora llevábamos a Tegan, cuyas zancadas eran mucho más lentas que las nuestras. Aunque la chica se esforzaba, su pierna le impedía llevar el ritmo de los demás, y lo cierto era que había empezado a cojear con una mueca de dolor en la boca. Sin embargo, no cometí el error de mencionarlo en voz alta. —Hora de acampar. Indiqué a Stalker con un ademán que explorara el perímetro y el hecho de que no protestara ante la orden fue una demostración de cuánto había cambiado. —¿No hacemos un fuego? —me preguntó Van mientras extendía mis mantas. Negué con la cabeza. —El sol saldrá pronto, no lo necesitaremos. —Si alguno de los que hemos dejado atrás se acerca lo oleremos —añadió Tegan. Asentí. Aquello me recordaba terriblemente el viaje que habíamos emprendido a través de la tierra salvaje con las historias del padre de Van como única guía. “Al menos esta vez tenemos mapas, una ruta que seguir.” No era exactamente un camino, pero de vez en cuando veía las marcas que habían dejado las carretas de Improbable y los demás en sus trayectos de ida y vuelta, así que estaba segura de que seguíamos la ruta correcta. —Cierto. Stalker regresó mientras yo repartía la carne, el pan y el queso que Mamá Robles me había empaquetado. —La zona está limpia en general, pero no me gusta el olor que viene del Este. —¿Nos están siguiendo? —le pregunté. Comí con bocados pequeños, sólo lo suficiente para mantenerme en marcha y que un estómago demasiado lleno no me 15


impidiera descansar. Los demás hicieron lo mismo, era vital equilibrar la necesidad de mantenerse con fuerzas con la prudencia de conservar nuestras provisiones. Después de aquella noche no tendríamos carne, así que el pan y el queso debían durarnos hasta el final de nuestro viaje. Stalker asintió con seriedad. —Deberíamos prepararnos para un ataque mientras dormimos… y esperar que no sea más de lo que podemos manejar. Maldije en voz baja con la peor palabra que había aprendido durante las patrullas de verano. —Tenía la esperanza de que no nos hubieran visto salir del túnel. —No creo que lo hicieran —indicó Van. Allí afuera volvía a ser el antiguo Van, tranquilo y alerta, despojado ya de su débil desesperación—. Pero sospecho que pueden olernos, igual que nosotros a ellos. “Por supuesto.” Justo cuando lo dijo recordé algo y me di cuenta de que tenía razón. Los Engendros no necesitaban vernos salir: al hacerlo habíamos entrado en su territorio y, como cualquier depredador, harían todo lo necesario para eliminar la amenaza. Con un poco de suerte sería sólo un pequeño grupo de caza, en lugar de una parte importante de la horda. Aunque para Salvación sería bueno que nos persiguiera un grupo grande, ya que podríamos alejarlo del pueblo y dirigirlo a Soldier’s Pond. Sus habitantes no nos darían las gracias por ello, pero al menos nos creerían cuando les habláramos de la amenaza. —¿Cómo es posible? —preguntó Tegan, con tono irritado. —Son animales —le contestó Stalker—. Tienen los agudos sentidos de un lobo y notan cualquier cosa que no encaje con el hedor a Engendro. —Así fue como conseguí… 16


Me detuve antes de decir “rescatar a Van”, porque para él sería duro escucharlo. “Es demasiado pronto.” En mi interior deseaba que valorara lo que había hecho, lo que había arriesgado por él, porque quería que supiera que haría cualquier cosa por mi chico. Pero sus ojos negros resplandecieron; aunque no hubiera pronunciado las palabras en voz alta, Van sabía lo que había estado a punto de decir. Abatida, lo observé mientras se daba la vuelta en su saco de dormir con exagerado cuidado. —¿Cómo conseguiste qué? —me preguntó Tegan. Stalker respondió por mí con inesperado tacto. —Pasó junto a algunos Engendros sin que la descubrieran. Trébol se frotó con partes de sus cuerpos, sangre y cosas peores, hasta que apestó como ellos. No notaron su presencia, aunque es cierto que la mayoría estaba durmiendo. Decir “algunos” era quedarse muy corto. Aquella fue la primera vez que vimos la horda, un grupo lo suficientemente grande como para masacrar a todos los de Salvación y después seguir adelante con el resto de asentamientos sobrervivientes. Me dejé llevar por el recuerdo de los horribles y asombrosamente numerosos Engendros armados con el fuego que habían robado de nuestro campamento, pero contuve mi temblor para no asustar a mis compañeros. —Qué ingenioso —dijo Tegan—. Y asqueroso —ladeó la cabeza, pensativa—. ¿Eso significa que no ven especialmente bien? —No tengo idea. Hasta donde sabía, nadie había estudiado a los Engendros. Todos los que habían visto uno de cerca se habían centrado en eliminarlo, por razones obvias. —Me gustaría saberlo —murmuró. Aunque le deseaba suerte a Tegan en su búsqueda de conocimiento, yo prefería matarlos. 17


—Estaba oscuro… y, como Stalker ha dicho, la mayoría estaba dormida. No creo que tengan mala vista. Stalker se sentó frente a mí y me miró fijamente con sus ojos glaciales. El beso que me había dado la noche anterior era un peso del que tendría que deshacerme antes de volver a acercarme a Van. Y sabía que me odiaría aún más cuando le contara que había besado a Stalker por voluntad propia, para que me prometiera que advertiría a la gente de Salvación si Van y yo no conseguíamos regresar. Sin embargo, en este momento teníamos cosas mucho más importantes de las que preocuparnos, así que dejé el tema a un lado. —Yo haré la primera guardia —dijo Stalker. —Segunda —murmuré. Los demás reclamaron la tercera y la cuarta respectivamente, lo que nos concedería a todos un rato decente de sueño. Van entregó su reloj a Stalker para que supiera cuándo terminaban las dos horas; en el pasado, Van y Tegan se habrían opuesto a que Stalker protegiera el campamento a solas, pero ambos se envolvieron en sus mantas mientras el sol se alzaba. Yo estaba tan cansada que me dormí inmediatamente; y soñé que Salvación ardía mientras Mamá Robles lloraba y Seda, la líder de los Cazadores de los túneles, me gritaba que no había sido lo suficientemente rápida y fuerte, que era una Criadora en lugar de una Cazadora. Me desperté sobresaltada y me despojé de la manta para tumbarme sobre la hierba caldeada por el sol; con los ojos entornados me quedé mirando el cielo azul ensartado de volutas blancas. Nubes, las llamaban. Se suponía que era de ahí de donde venía la lluvia. —De toda la gente del enclave, ¿por qué tiene que ser Seda la que aparece en mi cabeza, en lugar de Dedal o Guijarro? —me pregunté en voz alta, creyendo que los demás estaban dormidos. 18


Mis amigos del enclave no habían hecho nada para evitar que me enviaran a la larga marcha, pero yo los recordaba con cariño. Dedal solía hacernos cosas incluso antes de ser oficialmente Constructora, y Guijarro nos protegía a ambas. Me habría gustado soñar con ellos y no con Seda, que había atemorizado a todos los que estaban bajo sus órdenes. —No lo sé —respondió Stalker—, pero yo pienso en aquel cachorro todo el tiempo. Me seguía a todas partes, aunque nunca se atrevió a reclamar el poder. Murió joven. —¿Cómo se llamaba? —Dócil —me dijo—. Porque siempre seguía las reglas. Al parecer, los Lobos habían seguido unas tradiciones para los nombres similares a las nuestras, aunque ellos se inspiraban en un rasgo personal en lugar de en un objeto. Se lo dije en voz baja y Stalker asintió. —El líder bautizaba a nuestros cachorros. Nos ganábamos nuestros nombres tras ocho inviernos. —¿Cómo? —era extraño pensar que tuvieran tradiciones distintas a capturar intrusos y a secuestrar chicas de otras bandas, pero por el modo en el que su rostro se tensó parecía no querer hablar de ello, así que añadí—. No importa. Deberías descansar un poco. —Gracias. Todo ha estado tranquilo. Me entregó el reloj de Van y se envolvió en sus mantas. Me senté con las piernas cruzadas e hice de centinela mientras los demás dormían. Como había hecho en los túneles, me entretuve estudiando a Van, pero la actividad tenía más significado ahora que había acariciado su cabello y besado su boca. Recordarlo me provocó un dolor tan feroz como una tormenta, y los truenos restallaron en mi corazón. Con férrea disciplina, aparté la mirada de las lunas curvas de sus pestañas y de la muda curva también de sus labios. Las horas pasaron sin más actividad que el 19


tranquilo canto de los pájaros y el corretear de las pequeñas criaturas subterráneas. Habíamos elegido un punto sombrío bajo un conjunto de árboles donde la hierba era suave y la luz se filtraba por el follaje salpicando todo de verde. Cuando llegó el turno de Van, incluso con todo el sueño que yo tenía, fui lo bastante cauta como para despertarlo con cuidado. Me arrodillé a su lado y susurré: —Tu turno. Se incorporó inmediatamente, con una mano en su cuchillo. —¿Algo? —Ningún problema hasta ahora. —Bien. Pero Stalker tiene razón: están siguiéndonos. —Lo sé. A menudo había sido una presa, así que reconocía la desa­ gradable sensación de tener enemigos cerca. Desafortunadamente, hasta que el viento no cambiara de dirección sería imposible saber a qué distancia estaban los Engendros. Teníamos que descansar mientras pudiéramos y después continuar el viaje. Luchar no era nuestra prioridad, sino buscar ayuda y no podíamos fracasar. Si era necesario, los evitaríamos y nos dirigiríamos a Soldier’s Pond más rápido aún. —No tenemos muchas posibilidades —me dijo Van. —¿De sobrevivir al viaje o de conseguir ayuda? Se encogió de hombros, sin querer poner palabras a sus dudas. Me acerqué a él a propósito y coloqué mi mano junto a la suya sobre la hierba. Él sabía, tenía que saber que si la situación hubiera sido diferente habría entrelazado mis dedos con los suyos. Pero Van no quería que lo hiciera, no podía soportarlo; me di cuenta de ello cuando cambió de postura. Tensó los dedos junto a los míos y durante algunos segundos sentí las briznas de hierba bajo mi palma como si fueran las puntas de sus dedos. —Espero ser de ayuda —me dijo entonces. 20


—Estás aquí, eso es suficiente. Dudé. No habría un momento mejor y tenía que contárselo, así que, atropelladamente y en voz baja, le expliqué lo que había estado preocupándome sobre el beso de despedida que le di a Stalker en el bosque y el que me dio él por sorpresa la noche anterior. Sabía que esos momentos enturbiaban la promesa que había hecho a Van respecto a la exclusividad de los besos, me sentía como si hubiera roto un juramento, pero no me arrepentía porque había conseguido traerlo de vuelta a salvo. Me miró de forma inexpresiva con unos ojos tan oscuros como el agua besada por la noche. —No sé por qué me cuentas eso, puedes hacer lo que quieras. Ya te lo he dicho, no somos… Se detuvo y se encogió de hombros, como si debiera saber a qué se refería. Lo peor era que yo lo sabía. Estaba hablando del fin de todo lo que habíamos sido juntos. Pero si Van creía que podíamos volver sin más a ser sólo compañeros de caza, como en los túneles antes de que yo comprendiera algo sobre sentimientos o sobre el modo en el que tenía mi corazón en sus manos sin siquiera rozarme, estaba totalmente equivocado. Apreté los dientes para no dejar escapar mi enfado en palabras. Aunque Tegan me había aconsejado que tuviera paciencia, a veces era difícil. Van continuó con tono dolido. —No me importa lo que hayas hecho para traerme de vuelta, para entonces ya era demasiado tarde. —No es cierto —le dije—. No lo permitiré. Voy a ser sincera contigo: lo que ocurrió con Stalker no fue algo que yo deseara, pero haría cualquier cosa por ti, y eso es lo que hay. —No deberías hacer ciertas cosas —susurró. No le pregunté si se refería a su rescate o al tema del beso con Stalker, pero no pude evitar insistir un poco. 21


—Entonces, ¿no te molestaría que yo encontrara a otra persona? Su mandíbula se puso tensa antes de que consiguiera controlarla. —Pensé que habías dicho que lucharías por mí. —Y tú has dicho que es demasiado tarde —le devolví el reloj con una débil sonrisa—, así que lo mejor será que no te haga caso. Van suspiró aliviado, sin poder evitarlo. Ésta era la confirmación que yo necesitaba. En aquel momento no podía tomarlo en serio. Su boca decía cosas que su corazón negaba debido al dolor y a oscuros sentimientos que seguramente a mí me destrozarían. Al final seguí el consejo de Tegan de no presionarlo demasiado y me envolví en las mantas sin decir nada más. Cuando me dispuse a dormir no me di la vuelta. “Que me mire si quiere.” De hecho, esperaba que lo hiciera y que sintiera al menos una fracción de lo que yo había sentido. Eso haría que pronto se acercara a mí. Igual que en aquella misión desesperada, yo estaba corriendo a ciegas, esperando que el viaje terminara con Van a mi lado. Cuando desperté, el mundo era un caos de gruñidos y colmillos amarillentos.

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