Magdalenas con problemas

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del crimen en una mano y la otra intentando tapar el agujero por donde el grano caía descaradamente. Temblé por dentro y me sorprendí a mí mismo, porque no quería hacerlo, pero también me eché a reír. Era una risa tonta, descontrolada, lo admito, pero no podía contenerme. Hasta que vi la cara seria del abuelo. Él no nos regañó, pero yo vi tristeza en sus ojos y eso no me gustó nada. Murmuré «perdón» e intenté irme disimuladamente. Dani había desaparecido y yo ni siquiera me había dado cuenta. -Pablo, -dijo la voz de trueno del abuelo, mientras tapaba con sus enormes manos el agujero del saco- ese grano es para sembrar el campo para la próxima cosecha y cuesta mucho dinero. -Yo, e-es que ha si-sido sin querer, en serio. -Está bien, pero tenéis que ser más cuidadosos con las cosas del almacén. Todo lo que hay aquí es importante y algunas cosas son peligrosas. -Vi que miraba hacia el corte de mi 18


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