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No sabemos si será una cuestión de costumbre, nostalgia o del goce del humor involuntario que radica en esa muestra de ingenio mexicano que raya en lo extraño y hasta surreal, pero nos simpatiza la gráfica popular y no lo podemos negar. Y es de lo más curioso, porque a pesar de que estas imágenes incurren en todas aquellas faltas que los diseñadores gráficos evitamos (desde la cuestionable ortografía hasta los graves atentados al copyright, pasando por el terror que sus autores anónimos manifiestan hacia el espacio en blanco), nos sentimos inevitablemente atraídos hacia este tipo de gráfica, ese alegre lado kitsch, que nos llega a servir de inspiración y que a menudo se intenta recrear, ya pasando por las reglas y cánones de esta profesión, claro, acompañándonos. La

desaprobamos inicialmente pero nos acordamos y sonreímos al toparnos con estos muros pintados. Será tal vez que añoramos ese toque humano, relajado y poco formal de aquellos otros tiempos, parte de la historia y cultura de la gente. Aunque al rotulista de oficio (el bueno y el no tan bueno) sea ya una especie rara, quedará la gráfica popular como parte de nosotros, como esos viejos conocidos pintados y mal garabateados en las paredes de taquerías, tianguis o alguna puestecito que nos invitan a llegar junto a ese que grita: “¡Pásele, pásele!,¡Damita, jovenazo...!”.


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