DOA Educación Especial, octubre-2015. Cuaderno de Bitácora III

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DOA EDUCACION ESPECIAL, 2015-10-09

CUADERNO DE BITÁCORA III

Nos vamos.

Marco lo ha decidido, esperamos en la estación Isireri, ya hay gente esperando, hablamos con la señora que lleva el cuaderno de salidas. Marco no está, pero ha puesto en la lista cuatro pasajes a nombre del Sr. Bidegain y se ha ido. Tenemos que esperar porque el coche ya ha llegado de San Ignacio, lo están arreglando. Nosotros “vaya, las 11 la mañana y lo están acomodando, esto puede durar y durar”. Mientras estamos sentados en un banquito, empieza a llegar gente bien arreglada, se nota que es domingo, llegan también paquetes. Llega un coche de San Ignacio cubierto de lodo por todos lados; para entonces ya ha vuelto Marco de hacer una última gestión y al verlo dice “ese carro me recuerda a un tal SuperMarco que llegó de San Ignacio a casa DOA”. Nos reímos todos, hacemos fotos. Ahora ya sabemos cómo va a estar de lodo el camino de San Ignacio.


A las doce menos veinte llega nuestro coche, una Vanette 4x4 con siete plazas y el chofer, pero entre el chofer y el asiento de al lado han soldado un asientito y así tenemos ocho plazas. Llenamos el coche con personas y bultos completamente para pasar después el control de la Policía Caminera más adelante. Pasamos Puerto Varador y llegamos al paso actual del Mamoré. El espectáculo del paso sorprende, desde la orilla alta los coches, camiones y autobuses enfilan la bajada al río; allí vemos los primeros lodazales en los que está marcada de pisar la huella por donde pasan los coches, allá abajo espera el pontón. El camino del pontón parece uno de encajonamiento de las reses, uno se imagina la escena de los ñues pasando el Masaimara tantas veces vista en los documentales, pero aquí las reses llegarían al pontón, aquí no hay vacas, hay coches que suave, cuidadosamente, bajan al pontón.


Por cierto, nosotros por la mañana, cuando SuperMarco nos dijo han abierto el portón, oímos mal, era han abierto el pontón. Enseguida nos imaginamos el encierro en la cuesta de Santo Domingo, pero no había tal, pero la realidad casi siempre en la Amazonía también hay que imaginarla y nos encontramos con que ahora la realidad de llegada al pontón se parecía a la entrada al portón de la plaza de toros de Pamplona sin encierro, sin toros, pero con coches, camiones, autobuses, personas. Todos nos imaginamos el montón que se puede montar bajando al pontón si un coche se cruza o un camión o un autobús se cruzan allí, en el encajonamiento; si hicieran la tijera en el barro, con el barro. Había mucho trasiego en el río de los pontones, los movían con sus lanchas con motor hombres con chamarra calada, surazo, 16º y viento de río, la gorra calada y un lado de la cara inflado con la bola de hoja de coca masticada.


Eran expertos en el manejo de barcazas y conseguían llevarlas a donde querían, a veces con una sola lancha motora pequeña haciendo tareas de remolcador, con buen motor fuera borda. Llegamos al otro lado detrás de un camión y un autobús, la subida a la otra orilla era menos encajonada y el conjunto de pasajeros andando y coches parecían la procesión a la Loma Santa que hace muchos años, unos cien, se produjo en estas tierras. Tenían que dejarlo todo y marchar y allí, en la Loma Santa, iban a encontrar comida abundante y felicidad. Muchos indígenas se fueron y después fueron quedándose en el camino o tratar de volver, algunos se quedaron en San Ignacio. Nos hablaron de sus hijos y de los hijos de sus hijos. Arriba de la loma, el camino a San Ignacio se veía dantesco, lleno de barro pero con unas líneas más pisadas que permitían el paso de los vehículos. ¿Hasta dónde?

Algún coche varado, otro tratando de ser arreglado con el morro torcido y embarrado, la mayoría continuamos el camino, en la orilla como siempre aquí cuando algo se mueve, alguna casa de madera, algún lugar para tomar zumos, salteñas…algún pequeño negocio.



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